domingo, 4 de agosto de 2019

IDAHIA. LA APARIENCIA COMO DISTORSIÓN ERRÓNEA DE LA REALIDAD.

Desde no pocas imágenes o escenas, sencillamente naturales y cotidianas, puede llegarse a situaciones de contenido inesperadamente más complejo, para el asombro y el desconcierto de nuestra concepción inicial. Y todo ello es a causa de que nuestra visión e interpretación de aquello que tenemos por delante se ve frecuentemente condicionada por datos, elementos y factores que nos resultan, en principio, absolutamente desconocidos para la exacta comprensión de la inteligencia. Resulta obvio de que cualquier imagen puede engañarnos, confundirnos,  pues detrás de la misma existe una información de la que no somos partícipes, limitando decisivamente la exacta comprensión de nuestro entorno, próximo o mediato. Tal vez lo más racional sea, en nuestra operatividad de conducta, de que a medida que esos nuevos datos nos vayan llegando, ese ahora ampliado conocimiento nos vaya haciendo cambiar aquella primera impresión o concepción de lo que estimábamos como una certera realidad.

La templada tarde, en el final de la Primavera, hacía apetecible gozar de un saludable paseo junto a las aguas “azuladas” del mar. Por este grato motivo emprendí un inconcreto itinerario que, plácidamente, me fue conduciendo hacia la zona marítima del morro de levante, no lejos de esa blanca Farola que alegra el entorno portuario de una Málaga hermanada entre un sereno Mediterráneo y la orografía montañosa que circunda nuestro entorno geográfico. Se agradecía el soplo de la húmeda brisa de levante, que compensaba el elevado nivel térmico de un sol resplandeciente y que retrasaba su cíclica despedida a esas horas del atardecer. La suavidad de este viento con sabor salino y olor a marisma tonificaba el rostro y el resto del organismo de todos esos viandantes que gozábamos del paseo vespertino. Al igual que los muchos bañistas, que habían ya decidido poner fin a sus bronceadas horas de estancia en la playa.

En un inesperado momento, una joven mujer, que se apoyaba sobre el malecón superior de ese pétreo morro que separa las playas del la zona portuaria, se vuelve hacia mi y utilizando un forzado castellano me entrega su móvil 4 G. De inmediato me pide con una amable sonrisa y escasas palabras si puedo tomarle alguna foto, en la que se mantenga la visión de la bahía y ese cinturón de edificaciones que tienen como vecino el espacio de arena acariciado continuamente por el acústico ritmo del oleaje. Sin ningún problema me presto a realizar las distintas tomas, para las que mi “modelo” ayuda escenificando unas simpáticas y divertidas poses.

La joven de las fotos llevaba grabada, sobre la camiseta celeste que le protegía, un texto impreso también en color, en el que podía leerse: My name is IDAHIA. Probablemente ese era su nombre. En muchas ciudades existen tiendas de camisetas y otras prendas de vestir, especialmente abiertas a la clientela turística, en las que el cliente puede llevarse su adquisición con la grabación específica que haya pedido como recuerdo. Es un atractivo servicio inmediato y normalmente gratuito (siempre que hayas comprado el correspondiente artículo). Además de la fresca camiseta, vestía un  short blues y calzaba sandalias de cuero beige, muy usadas o gastadas.

Tras devolverle su teléfono y el intercambio de frases por las fotos, observo que mi interlocutora se queda mirando, con fija e insistente expresión, a una pareja de niño y niña, parecían hermanos, que disfrutaban sorbiendo sendos polos de limón y naranja. La verdad es que el tiempo había cambiado en un instante, comenzando a soplar un viento de poniente aterralado, ese que tanto castiga las epidermis y reseca las gargantas.  Se me ocurre decirle, interpretando rápidamente la escena, Do you want to enjoy an ice cream? Parece que me entendió perfectamente en mi ofrecimiento de un helado para el disfrute, pues la sonrisa afirmativa que me ofrecía era explícita de su aceptación. Dada la estación térmica que gozábamos, las ciudades de clima cálido suelen están “pobladas” por apetitosos puestos de helados. Obviamente a esta mujer le apetecía gozar de esas suculentas cremas heladas que ofrecen en los alegres y pequeños puestos ambulantes. La  joven “turista” agradecida disfrutaba de ese sorbete de frutas que refrescaba su garganta y comenzó a expresarse con una mayor amplitud, utilizado cada vez más el castellano. Parece que le interesaba practicar el idioma, por lo que a partir de ese momento me dispuse a hablarle siempre en español aunque, justo es decirlo, se me escapaban también algunas palabras en inglés, pues mi interés por su idioma era también obvio. 

“Háblame, por favor, de tu ciudad. Sólo llevo aquí un día y no conozco los sitios bonitos que, a buen seguro, aquí tenéis para gozar”.

Parecía todo tan normal y amable… Se unía mi tiempo libre con el deseo de esta joven turista por descubrir los entornos y los lugares de encanto que cualquier ciudad encierra dentro de su perímetro urbano o, incluso también, cuando nos adentramos en esa naturaleza vecina que como frontera da el necesario verdor, oxígeno y encanto natural que toda acumulación urbana necesita y valora. Y, casi sin pedírselo, de forma amablemente espontánea, mi interlocutora me fue confiando algunos datos del origen personal menos amable en su vida, con relación a los básicos y sencillos comentarios que yo le iba ofreciendo acerca de las riquezas monumentales que íbamos encontrando cuando caminábamos por el entorno del Paseo del Parque, el Museo de Málaga, la Alcazaba, el Teatro Romano y el Museo Picasso. Las confidencias que de manera dosificada iba narrando incrementaron mi inquietud ante la grave naturaleza de los contenidos que escuchaba.

“Hace apenas dos días que he abandonado a la pareja con la que he estado conviviendo durante un año y siete largos meses. Resulta terrible que al cabo del tiempo, día tras día, vayas tomando conciencia de que en absoluto conoces a la persona que en principio te “deslumbra” y posteriormente te atemoriza con su complicado y enfermizo carácter. ¿Por qué será tan difícil entender ese trasfondo personal del compañero al que ilusionadamente nos entregamos y después tenemos que huir prácticamente de sus violencias y maltratos? En mi caso fui descubriendo, para mi desaliento y pesar, a una persona egocéntrica y de respuestas explosivas cuando consideraba o percibía, muchas veces sin fundamento, que le estás llevando la contraria.

Con lo puesto y una maleta no muy grande, saqué un billete de avión y me vine para Madrid, donde pensaba refugiarme en casa de dos buenos amigos ingleses, músicos, que según me habían informado había venido a la capital española hacía unos meses para formar parte de un agrupación o conjunto de música rock. MI sorpresa fue que estos amigos hacía tiempo que habían abandonado la dirección que me habían facilitado por si alguna vez visitábamos Madrid.  En ese apartamento a donde me dirigí nada más después de aterrizar en Barajas, vivían otras personas, pues son unos apartamento de alquiler. Por más que pregunté, nadie supo darme razón acerca del nuevo domicilio de estos amigos. Como me encontraba cerca de la estación de autobuses, saqué un billete económico de última hora para Málaga, ciudad de la que siempre he escuchado palabras muy elogiosas. Llegué ayer y en los buses me hablaron de unas habitaciones que alquilaban a buen precio (ciento cincuenta euros al mes, pago por adelantado) y aquí me ves tratando de recuperar un poco de tranquilidad.

He sentido miedo de las ultimas reacciones con las que explosionaba Geoffrey (ya conoces su nombre). Temía que si me quedaba más a su lado acabaría haciéndome daño, físico y mental. No, no creo que me busque. Tiene mucho ego y seguro que ya estará por ahí tratando de engatusar a otra pobre desgraciada”.

Paso a paso, con esa lentitud inacabada que da sentido a los minutos importantes, habíamos acabado sentados en unos de los bancos continuos de mármol beige que cierran el perímetro de la coqueta Plaza de la Merced. En verdad que no me esperaba todo esta densa y dramática información que me estaba confiando mi sorprendente interlocutora. Esa joven “turista” que minutos antes me había pedido le hiciera alguna foto con su propio móvil, cuando se encontraba observando, muy pensativa por cierto, la zona de la bahía malacitana donde percutía la acústica impetuosa del rompeolas. Pensaba acerca de cómo detrás de una simpática foto, ahora me sentía inmerso en una compleja trama de una persona desconcertada y atemorizada por un cruel episodio más de la violencia de género.

El reloj continuaba marcando su innegociable e impasible caminar, obligando a que la anaranjada y bien romántica luz solar se fuera despidiendo del día  para dejar paso a la noche, con esas otras luces de neón y leds blanquecinos que permiten nuestros tránsitos y comunicaciones interpersonales. “¿Te apetece tomar unas tapas y así te puedo seguir orientando sobre algunas posibilidades turísticas para mañana? Son rincones con ese encanto privativo para espíritus románticos, que te permitirán conocer y disfrutar mejor los ensueños reales de mi ciudad?” Idahia no dudó un momento en aceptar lo que sin duda era una generosa oferta en su desorientada situación viajera. Además, según pude comprobar minutos más tarde, las carencias alimenticias de esta joven eran bien manifiestas, a tenor de cómo disfrutaba de las cervezas y de esos platos de pescado frito que tan bien saben preparar en los chiringuitos playeros. Así que con esta reconfortante y nutritiva metodología pude seguir incrementando el “acerbo informativo” (cada vez más sorprendente) sobre la vida de esta inesperada amiga, procedente de las islas británicas, que me pidió ayuda para una foto de su recuerdo.

La aparentemente “desvalida” chica, “huérfana” o mejor “abandonada” desde prácticamente su nacimiento, por parte de unos alocados progenitores inmersos en la más ácrata contracultura vivencial, fue recogida y criada por un familiar cercano, llamada Mss. Dorothy, hermana precisamente de quien la había traído al mundo. Parece ser que su protectora era una mujer exclaustrada y con un rígido y confesional carácter, que aún hoy sigue ejerciendo como estricta preceptora en una familia “bien” y con amplia prole genética en la ciudad de Birmingham. Idahia (típico fracaso educativo de la perfeccionista Dorothy) quedó un día atrapada bajo los irresistibles encantos zalameros del tal Geoffrey, fornido y a ratos violento personaje, mecánico de automoción en unos modestos talleres de barrio, ubicados en la zona oeste de la capital. En cuanto a Idahía, su “cursus honorum” laboral le había llevado a ganarse la vida trabajando en un pintoresco club de alterne de la industriosa ciudad, “garito” visitado con frecuencia por esa pareja afectiva de la que ahora huía, a fin de  preservar (por sus frecuentes respuestas violentas) su frágil integridad, desde luego física aunque también “existencial”.

La verdad es que toda esta dramática y espectacular historia, sobrevenida en una apacible tarde de la primavera que finalizaba en el calendario, me iba pareciendo cada vez más como un sorprendente argumento del cine social, al que son tan asiduos los espectadores ingleses. Cercana ya las diez de la noche, llegó la hora de la despedida. Recibí palabras de agradecimiento de mi  “cinematográfica interlocutora y espontánea nueva amiga”, a la que deseé suerte, a fin de poner un poco de orden y sosiego en su complicada o atribulada vida. Me confesó de que si no lograba localizar a esos amigos, a quienes había buscado inútilmente en la capital madrileña, de alguna forma tendría que volver a su país a buscar acomodo seguro, lejos de sus complicadas vivencias con el mecánico y también de los obsesivos controles y normas caducas de su tía Dorothy. Porque claro, la capacidad económica que la joven tenía no daba para seguir prolongando su peculiar experiencia turística. Sin saber realmente como ni por qué, puse en sus manos alguna “colaboración monetaria” gesto que recibió con agrado y sin mayores segundos para la duda. La “aventura, según me dijo, tenía que continuar y toda ayuda la venía como ese oxígeno tan necesario para respirar en los latidos de día. Se prestó a escribirme, en esa pequeña libreta que siempre transporto en la mochila junto a la cámara de fotos, una dirección electrónica, información que intercambié entregándole otra hoja con mi propio e-mail. En aquel momento pensaba acerca del interés que sería continuar añadiendo nuevos e inesperados datos a esta novelesca experiencia, acaecida en una sorpresiva tarde de primavera.

Los lectores de esta sencilla pero rocambolesca historia se preguntarán qué hay de verdad y de ficción en la narrativa expuesta. El propio autor y también protagonista involuntario de la trama también se ha planteado el mismo interrogante, teniendo días en que sus respuestas iban por el camino de la casualidad, mientras que en otras oportunidades entendía que no todo lo que sucedió en aquel atardecer podía estar generado por ese destino “juguetón” sino que por el contrario podía haber, desde lo desconocido, cotas significativas de intencionalidad.

Las respuestas a todas estas dudas se desvelaron algunos meses después, cuando una noche observé, en el escritorio del correo electrónico de mi ordenador, un aviso o entrada de Via Transfer, para poder descargarme un archivo de casi dos gygas de peso informático. El susodicho archivo tenía por título “I lived an interesting experience in the sunset of Málaga” (Yo viví una interesante experiencia en el atardecer malagueño). Acompañaba al archivo una larga nota explicativa, dirigida a mi persona, a la que rápidamente dí lectura.

“Mi buen amigo de Málaga. Soy Idahia (el nombre, al menos, era efectivamente cierto). Agradecerte tu paciencia y lo bien que supiste atender a una turista británica, que venía acompañada con muchos problemas en “las maletas o alforjas” de su pobre equipaje. Ya había oido hablar acerca de esa generosidad que caracteriza a los ciudadanos de Málaga, muy habituados a recibir en su ciudad a personas procedentes de los más distintos orígenes geográficos.

Tengo que confesarte que las apariencias no siempre responden a la verdad o realidad de las cosas. Estudio, desde hace unos en una importante academia de cine, con el objetivo de obtener una anhelada titulación en la dirección fílmica. También realizo un máster relativo a especializaciones en técnicas de interpretación.  Son estudios de una especial exigencia, que te obligan a asumir la realización de experiencias en destinos y circunstancias muy variados.

Tenía que rodar varios cortos cinematográficos en países diferentes de la Unión Europea, interpretando como protagonista algunas de esas historias. Así que ya conoces uno de esos complicados argumentos, relativo a la azarosa vida una joven inglesa que busca seguridad personal y un camino nuevo para su convulsa existencia. En ese corto (en realidad tiene una duración de 25 minutos) tienes una participación importante. Aunque no te diste cuenta, mi equipo nos estuvo rodando en todas las fases de nuestro sencillo y amistoso contacto. Utilizamos una cámaras especiales, con potentes y asombrosos objetivos para su pequeño tamaño. En cuanto al sonido, mi cuerpo y mochila transportaban unos micrófonos, también especiales de última generación, que graban la acústica ambiental en las más adversas o ruidosas situaciones.

Con un abundante material, posteriormente realizamos los cortes, los montajes, las adiciones del paisaje, música, etc, todo ello gracias a unas técnicas digitales, verdaderamente sofisticadas, que ponen a nuestra disposición. Te adjunto esa película corta (que ha quedado bastante bien) para que la disfrutes y tomes conciencia del buen actor que hay hay en tu persona, sobre todo porque no estabas interpretando o actuando. Esa naturalidad y espontaneidad era lo que realmente buscábamos.

Verás que hay otro corto, en la que yo apenas interpreto, pero sí estoy detrás de las cámaras dirigiendo una difícil escenificación. Confío sepas perdonar la irrealidad en la que te introduje y en hacerte protagonista involuntario también de la narrativa de lo que fue en realidad una sencilla y preciosa historia, entre una persona que ayuda a una necesitada joven a la que nunca antes había visto.

Y te harás una última pregunta. ¿Porqué fuiste tú el elegido para esa participación en el rodaje? Ese interrogante pienso que no lo debo responder. Lo dejo en los recursos íntimos de tu perspicacia. De todas formas, si ello te puede tranquilizar, piensa que pudo deberse a una razón de pura casualidad y así … te quedas más tranquilo. Reiterándote las gracias, de nuevo, desearte lo mejor. Debo aclarar también de que, por ahora, no voy a continuar con estas comunicaciones. Tal vez, en el tiempo, podamos reanudarlas. Idahia.”


IDAHIA. LA APARIENCIA COMO DISTORSIÓN ERRÓNEA DE LA REALIDAD


José L. Casado Toro  (viernes, 02 AGOSTO 2019)
Antiguo profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga


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