viernes, 29 de marzo de 2013

AMORES Y LETRAS, EN VIDAS COMPARTIDAS.


Era un anhelado Domingo de Ramos, casi al inicio de la Primavera, con muy escasos rayos de sol. Incluso, a lo largo del día, las nubes dejaron caer esas gotas de agua que vitalizan con generosidad nuestra naturaleza pero que, por intereses opuestos, incomodan a los cofrades. Éstos se afanan por lucir sus procesiones y sentimientos en la calle, para ese único día del año que les corresponde por tradición. Ahora ya no es tan igual como antes cuando, en esa preclara fecha para la liturgia católica, muchas personas, especialmente los niños, estrenábamos una pieza de vestir o calzar, asistiendo a la ceremonia eclesial de la bendición de palmas amarillas, junto a los verdes y frondosos ramos de olivo. Con ello se recordaba (también, hoy) aquella bíblica entrada de Jesús en Jerusalén, para el mejor maná en fe de todos los creyentes. Y, una vez más, en el inicio de la Semana Santa, nos visita esa “Pollinica” en la que se recuerda el sublime misterio de un Dios que habla de Amor y sacrificio para con todos, montado en un burro o donkey, para la estética, símbolo y ejemplo de sencillez y humildad. Esos admirables valores que muchos deberíamos integrar, frente a los detestables fanatismos, rencores excluyentes, mentiras y falacias impudorosas y gestos soberbios en el comportamiento, tan opuestos a la bondad intrínseca del mensaje evangélico que, supuesta o banalmente, tantos dicen asumir o representar.

Tras intentar pasar por un centro de ciudad “tomado” por la tradición en la creencia (¡qué diría Jesús, acerca de esa “modesta” tribuna en el corazón de la Plaza, o sobre la “sencillez” y la “pobreza” de no pocos tronos o pasos y enseres donde se procesiona el arte escultórico de las imágenes religiosas!) decidí buscar, en la cartelera dominguera, una película para el siempre necesario alimento de la distracción. La elección resultó bastante afortunada pues, tras esos 97 minutos de visionado, nos queda, a los afortunados espectadores, un regusto agradable y afectivo, felicitándonos por haber participando de su fluida e interesante narrativa escénica. Pero, ¿cuál es el título de este film que preside nuestro interés?

AMOR Y LETRAS (Liberal arts) 2012, está escrita, dirigida e interpretada por Josh Radnor. No es la típica cinta que viene precedida o “encantada” por los oropeles y premios de Hollywood. Tampoco se sustenta en el glamour de rostros consolidados por la imagen publicitaria del marketing. Se trata de un cine generado en la industria independiente USA, en cuyo relato se entrecruzan una serie de temas y vidas que te facilitan la reflexión, la empatía con muchos gestos y actitudes de los personajes y, sobre todo, el disfrute de un  buen rato de domingo. La proyecta (en VOSE), el cine Albéniz, de titularidad municipal, enclavado por ese didáctico entono monumental de la Merced, la Alcazaba, el Teatro Romano, el futuro Museo de Bellas Artes, el Museo Picasso y la Catedral malacitana. ¡Qué mejor lugar o ubicación, para el valor sin par del arte y alimento cinematográfico!.

SÍNTESIS ARGUMENTAL.

El Prof. Jesse Fisher (Josh Radnor, Columbus, Ohio, 1974)) 35 años, que trabaja en el departamento de admisiones  de la Universidad de Gothan, es invitado por su admirado maestro Prof. Peter Hoberg (Richard Jenkins, Dekalb, Illinois, 1947) a la académica ceremonia de su jubilación. En su regreso a la entrañable universidad o college  en Ohio, donde estudió, conoce a una joven alumna, Zibby (Sherman Oaks, California, 1989) hija de profesores que, a sus 19 años se siente profundamente atraída y fascinada por la personalidad intelectual y física de Jesse. Se entrecruzan, al tiempo, la fascinación por la madurez que la chica encuentra en su atractivo amigo, con la desorientación vivencial en el que éste se siente atrapado, precisamente en ese difícil paso de la juventud al calendario de la madurez personal. Jesse pretende hallar en los libros (es un voraz consumidor de literatura) esas respuestas a la insatisfacción que soporta en su acomodada y solitaria existencia. Mantiene con Zibby un interesante y jugoso intercambio epistolar, que fomenta la recíproca atracción que en ambos gravita. Valora en ella esa frescura juvenil que él siente escapar por su necesidad generacional, pero frena la ilusión sexual de la chica atendiendo a esa suma de años, dieciséis, que físicamente los separa. En la trama se mezclan otros personajes, como la Prof. Judith Fairfield (Allison Janney, Dayton, Ohio, 1959) titular docente de literatura, que tuvo como alumno a Jesse en sus aulas, y que en este momento vive sumida en el amargor de la desorientación existencial. Y, de manera especial, la mente complicadamente desequilibrada de un joven estudiante que vaga por el campus del college, con actitudes suicidas. Es Dean (John Magaro, Akron, Ohio, 1983) que se ve ayudado por la amistad generosa de Jesse, en el que encuentra ese buen amigo que, probablemente, nunca tuvo la suerte de tener, hasta este preciso y afortunado momento en su vida. Aunque un tanto forzada, en la exposición narrativa, también tenemos la participación esperanzada de  Ana (Elisabeth Reaser, Bloomfield, Michigan, 1975), la atractiva encargada de una librería, donde Jesse encuentra ese alimento intelectual con el que trata de saciar su patente desconcierto existencial. Ambos se sienten intensamente atraídos y proyectan la aventura de vivir juntos esa inevitable senda hacia la madurez superior del envejecimiento. 

ELEMENTOS DE INTERÉS PARA LA REFLEXIÓN

A pesar de las complicadas temáticas que se exponen en la escenificación, el tratamiento de esta comedia dramática es ágilmente desenfadado, con un guiño siempre atento a la comicidad, a la ternura y a la comprensión de la potencialidades y límites que habitan en la genética de cada persona. Veamos algunos aspectos  que pueden resultar significativos para su análisis.

El personaje del Prof. Peter Hoberg nos plantea esa frecuente situación de desconcierto, generada tras el abandono de la vida laboral activa. El haber estado al frente de las aulas, durante treinta y siete largos cursos, hace que afronte ese cambio, en su trayectoria diaria, con la ilusión de darle un nuevo sentido a las sucesivas horas del día. Pero, tras este paso administrativo y vivencial, comprueba que se ha equivocado, al adelantar su edad del retiro. Desea recuperar el ejercicio de lo que ha sido su actividad habitual, pero no es atendido en su requerimiento. La escena de la entrevista con el decano de la facultad resulta bastante patética, al comunicarle éste que su puesto ya ha sido ocupado, ante las humillantes súplicas del veterano docente. Ahora es una persona que no sabe cómo ocupar su tiempo libre. Carece de capacidad, en este momento, para reconducir el nuevo destino que ha de imprimir a su existencia hacia el inevitable y cruel envejecimiento.  

La imagen de la Prof. Judith es la de una mujer amargada o desencantada, que ha perdido la ilusión para el ejercicio de la enseñanza. Ante su antiguo discípulo actúa, en principio, con altanería y desprecio. Posteriormente, anhela compartir la juventud que éste representa con relación a su decadencia física y profesional. Una vez consumado el encuentro que ambos mantienen en el lecho, decide continuar con el mismo rechazo que antes desarrollaba sobre Jesse, su viejo alumno en las aulas. Es una mujer en el cieno de la decadencia que necesita, de manera perentoria, la ayuda de un buen psiquiatra.  

Dean es un joven al que su elevado nivel intelectual le ha conducido a una grave situación de desacomodo con el entorno social en el que se halla inserto. Se siente solo ante un mundo que no le comprende y al que, también, desprecia. La ayuda médica le va manteniendo pero, finalmente, decide que no merece la pena seguir sufriendo su insatisfacción existencial. Se agarra a ese último “salvavidas” que representa el Prof. Jesse, quien trata de prestarle todo el calor humano que ese joven clama o suplica en silencio. Resulta curiosa la escena en el hospital, tras el fallido intento de suicidio (una vez consumada la ingesta de barbitúricos, ha llamado al teléfono de su único amigo). Éste le aconseja que cambie las profundas lecturas que usualmente realiza por otras más livianas, que le permitan superar la angustia existencial que le atormenta.

Zibby  y Jesse buscan en el otro superar las carencias íntimas que afectan a  su necesidad. A ella le atrae en él esa experiencia que percibe como muy lejana para su persona. Él siente en ella esa juventud ya perdida por el paso del tiempo, precisamente cuando le embarga el temor ante la inminencia de una incierta madurez. A ella le fascina la pasión que su amigo siente por los libros. Él recibe de ella el descubrimiento sublime de la música, con la creatividad magistral de Beethoven, Vivaldi o Mozart. Ella quiere entregarle su cuerpo, en su primera gran experiencia. Él realiza un gran esfuerzo de autocontrol, analizando las diferencias cronológicas. La solución para ella se encuentra en la vida que, apenas, está iniciándose en su memoria. El destino, para él, lo encontrará en el atractivo equilibrio que hallará en la dulce Ana. Él ha sido prudente y cobarde a la vez. Ella ha sido valiente y, tal vez insensata, al tiempo. Su destino está por descubrir. Jesse necesita consolidar esa etapa de madurez en su vida con una estupenda compañera, como es Ana, que, también el destino, ha querido regalarle para su ilusión. A los dos se les ve disfrutando, con esa ilusionada felicidad que genera la sencillez, la oportunidad temporal que han sabido aprovechar.

 Y, A MODO DE CONCLUSIÓN

No va a ser ésta una película para los epígrafes, esculpidos en oro, de la historia del cine. Pero, aún así, sería una acertada decisión la opción de su visionado. El espectador va a encontrarse, en este caso, con historias de atrayentes vidas vinculadas por la necesidad, con un diálogo conceptualmente rico y abundante y, también, con una puesta en escena que hace mantener la atención durante todo el metraje. Por cierto, la pronunciación en inglés que hacen los actores es acústicamente inteligible. La traducción está bien acompasada, para su mejor comprensión. Al margen de lo ya expuesto, podríamos seguir abundando en otros temas, que siempre ofrece este cine de contenido. Por ejemplo, las diferencias de edad en el amor y sus consecuencias; esa obsesión vital por la lectura, con sus riesgos, atractivos y posibilidades; la complicada, en ocasiones, relación entre maestros y discípulos; las formas de vida en los campus universitarios; los contrastes entre los libros profundos y aquellos otros de tratamiento más superficial (Crepúsculo / Drákula)…… etc. Pero la mejor sugerencia, desde el plano crítico de su contenido, sería adoptar la inteligente decisión por compartir los mensajes implícitos que atesora, a partir de su visionado.

Cuando salí del cine Albéniz, bajo un cielo insolidario con las estrellas, capirotes y cirios, tambores y cornetas, junto a la simbología plástica de las imágenes, recorrían pausadamente nuestras calles y conciencias. Una fina lluvia quiso sumarse a esta atmósfera equinoccial de Cuaresma, para un domingo iluminado, estética y religiosamente, con numerosas palmas y ramos verde de olivo.-


José L. Casado Toro (viernes, 29 marzo, 2013)
Profesor
http://www.jlcasadot.blogspot.com

viernes, 22 de marzo de 2013

PASEOS SILENCIOSOS, POR ENTRE LA CIUDAD DORMIDA.


Ocurrió aquella mañana. Al igual que sucede en otros tantos amaneceres y atardeceres, insertos en el exacto devenir del calendario. Al finalizar mis clases, en esos dos referentes para el aprendizaje que son el altozano del Ejido y el barrio de Martiricos, me gusta ir paseando, en la vuelta a casa, por entre la malla urbana de la Málaga más antigua. Recorrer, despacio en lo romántico, ese tejido laberíntico que sustenta la historia acumulada de tantas generaciones, es un enriquecedor e ilustrativo ejercicio para la memoria y la reflexión sobre el paso del tiempo. No son momentos adecuados para aplicar las prisas en el rítmico caminar. Es preferible olvidarse del reloj, para observar y recordar, sentir y vivir, latir e imaginar, el análisis pausado de la realidad que nos sustenta.

Y ese viejo paisaje urbano es contundente en los ropajes escénicos de su coreografía. La imagen que percibimos, en ese y en aquel otro lugar, nos grita, sin la acústica de las palabras, pero con la ingravidez plástica de la imagen, su estado de letargo onírico para la decepción. En horas nucleares, de esas mañanas o aquellas otras tardes, vemos y sentimos las calles prácticamente vacías de transeúntes, los comercios cerrados y las puertas valladas con el gris cemento para el olvido. Sí, por supuesto, tenemos muy cerca el bullicio comercial y culinario de Larios, Calderería. Granada, Uncibay, Merced o la Alameda, por citar algunos ejemplos próximos. Pero, en la inmediatez de esas arterias cosmopolitas, donde vibran gentes de todas las edades y caracteres, hay otras calles emblemáticas en la historia de esta ciudad que sufren el abandono generacional de sus habitantes. Y, a no pocos años en la distancia, eran ejes nucleares en el latido ciudadano de esta urbe que acaricia el mar. Hoy, sin embargo, duermen el sueño de su desacomodo en el tiempo, de la carencia generacional sustitutoria para esos jóvenes que ya dejaron de serlo. No son pocos, lamentablemente, los ejemplos que podríamos aplicar a este desalentador análisis. En este caso, basándome en los fundamentos biográficos de quien escribe, quiero centrarme en tres calles que fueron y significaron mucho, en aquella Málaga de los cincuenta o sesenta. Hoy, la evidencia visual es más que tozuda, están con el letargo del olvido para el cierre en la memoria.

En primer lugar, paseemos por la calle emblemática de las procesiones. Por allí desfilaban, y aún lo hacen hoy, casi todos los tronos o pasos de la Holy Week (Easter) Semana Santa. CARRETERÍA, esa arteria norte sur, paralela al río de la ciudad (Guad-al-Medina) que marcaba el límite oeste de la muralla medieval malacitana. Quien haya gozado del fulgor ciudadano de que gozaba hace unas décadas, no la reconocería en estos momentos. El tránsito automovilístico aún la mantiene con algo de vida. Pero las fachadas de los edificios nos hablan de una decadencia comercial y de habitabilidad incuestionable. 

Al igual que sucede con otro importante entorno, a muy  escasos metros del centro antiguo y la Catedral. Me refiero a calle SAN JUAN, paralela a Nueva y a Larios. Resulta depresivo comprobar como, también aquí, han ido desapareciendo sus pescaderías, sus tiendas de frutas, artesanías, zapaterías, ultramarinos y ropa. Pero, sobre todo, destaca la ausencia de aquella acústica alegre, repleta de paseantes y vendedores de toda naturaleza y carácter. Hoy, predominan los establecimientos cerrados sobre los abiertos. Prevalece el silencio sobre el bullicio. El letargo sobre el ritmo vital. Es significativo el reciente cartel que preside una tienda, donde podías encontrar objetos mil para la casa, tras un jugoso diálogo con el amable vendedor. Recuerdo que cierto día le pedí permiso para fotografiar una alcancía de cerámica, de aquellas que “tanto juego” nos daban en la infancia. Necesitaba esa foto para uno de estos artículos. No sólo accedió a mi argumentada petición, sino que me ofreció una verdadera lección acerca de cómo se fabricaban aquellos botijos, alcancías y zambombas, con el artesanal arte de la cerámica. Desde hace unos días, una persiana a medio bajar ostenta, mediante una cuartilla informativa, esa frecuente realidad contenida en sólo tres palabras: “Cerrado por jubilación”.

Y, finalmente, un tercer ejemplo de otra calle, en pleno núcleo antiguo de la planimetría irregular urbana (o en laberinto medieval), como solía explicar a mis afectos alumnos. ANDRÉS PÉREZ, entre la Iglesia de los Santos Mártires, Ciriaco y Paula, y calle Carretería. Se trata de una estrecha vía, alargada y quebrada en su trayectoria, que estaba poblada de tiendecitas de toda tipología (papelerías, mercerías, anticuarios, joyerías, perfumerías, lecherías, relojerías, ultramarinos, prensa y revistas, chucherías, peluquerías, regalos…….. Hoy, salvando la bien montada tetería El Harén, está todo prácticamente cerrado, ofreciendo una fantasmagórica imagen de abandono, vacío y suciedad. Para quien no conozca al punto el entorno que sustentó los entrañables años de mi infancia, aclaro que este espacio se halla a sólo unos tres minutos, caminando, hasta la Plaza de la Constitución y Larios. Atravesarla hoy, en horas nocturnas, provoca una preocupante sensación de misterio, intriga e, incluso, tensa intranquilidad.

Es frecuente que pasemos por estas y otras calles del centro malacitano, carentes hoy de esa fuerza ciudadana de que hicieron gala en otros momentos de nuestra historia reciente. Y así, un día tras otro. Somos bastante reiterativos en nuestros itinerarios cotidianos. Pero esta tarde, en mi experiencia, ha sido diferente en la creatividad de la imaginación. Había completado mis clases en la UMA y me disponía a recorrer ese itinerario, para mí entrañablemente familiar, camino de la Avenida de Andalucía. Bajando por Dos Aceras, percibí una atmósfera diferente a la que me era usual cuando me desplazo a la zona escolar del Ejido. Me impresionó recorrer la calle Carretería, de norte a sur, toda repleta de gente y de vida. Allí estaba el puesto de periódicos y chucherías, con su propietario Paco que ofertaba a voces el SUR, la TARDE o el alquiler de tebeos. También estaban la confitería de los Martínez, el gran portalón que servía para puesto de frutas, los comercios de ultramarinos, las numerosas zapaterías y aquel viejo almacén donde podías vender los periódicos y cartones usados, además del pan duro a desechar (todo a 1,5 pesetas el kilo) a fin de comprar esa pelota de goma con la que poder jugar con los compañeros y chiquillería del barrio. Creí ver mucha vecindad, hablando y reposando en sus sillas sobre las aceras pero, sobre todo, me impresionó observar a esos niños y niñas que jugaban, corrían y saltaban, en la calle. Cualquier cosa podía ser utilizada a modo de balón, para el fútbol. Las patinetas, con esos cojinetes que sonaban a estruendo rítmico de gloria. Y, si no, era suficiente con el pilla-pilla o los policías y ladrones. Sin saber exactamente qué estaba sucediendo, alcancé en pocos minutos la calle San Juan que, al igual de Comedias o los Mártires,  trataban de orquestar el bullicio desacorde de una tarde de abril, en Primavera. Aquello estaba lleno de gente. Aquello latía, maravillosamente, a un aroma de vida.

Me inquietaba, y alegraba al tiempo, todo aquel espectáculo que tenía ante mis ojos y que me trasladaba a una Málaga de hace cuatro o cinco décadas. Era la magia del recuerdo, el deseo imposible de recuperar el tiempo pasado o, simplemente, que me encontraba soñando una simpática pesadilla que me trasladaba a una añorada infancia cada vez más borrosa, en sus perfiles y siluetas, para la memoria. Me resistía a tener que afrontar la lógica de una realidad, hoy contundente. No quería despertar de unas gratas vivencias que fueron y, ahora, ya no. Ya no lo son. Presumía que, en cualquier momento, el timbre del despertador haría desaparecer unas vivencias que, a modo de un rancio celuloide, quedan archivadas en los estantes polvorientos de nuestros museos oníricos. Quise, en todo caso, comprobar la veracidad del entorno, A este fin, me acerqué a una señora que traía de la mano a su pequeño desde la escuela. Aquella cartera de piel, con los cuadernos y lápices Alpino, con el baby celeste correspondiente, sustentaba mi suposición. Le pregunté por la hora o el día en que nos encontrábamos. Cual fue mi sorpresa y preocupación, cuando percibí claramente que la joven madre hacía caso omiso a mi pregunta. Lo patético del caso fue la percepción y evidencia de que esta mujer ni me veía o escuchaba. Pero yo sí podía ver cómo ella ofrecía en merienda a su pequeño esa rebanada de pan con chocolate, Dolca, Milka o Nestlé ¡qué más da!. ¿Estaba yo participando de una época que ya no me correspondía o eran esos tiempos pretéritos los que inundaban el ansia de mis deseos para la imaginación?

Afortunadamente, al día siguiente o aquella otra tarde después, pude recuperar el equilibrio inevitable de la racionalidad. Volví a pasar por los mismos lugares que seguían con sus comercios silenciosamente cerrados. Los escaparates, sin luz. Las persianas echadas y algunos o muchos portales cegados con cemento y ladrillo, para el vacío de nuestra visión. Algunos culparán a la crisis económica de tal desaguisado para las raíces ciudadanas. Otros hablarán del tránsito generacional por edad o de la competencia “infame” de las áreas o macrocentros comerciales, dominados por el omnímodo poder de las multinacionales. O el anclaje acomodaticio de unos comercios familiares habituados a una tradición ajenos a la renovación imaginativa. Sea como fuere, estas históricas calles, de una época no tan lejanas, sufren esa terrible epidemia, material y psicológica, del abandono y la falta de voluntad.  Porque no es sólo la ausencia de comercios o puestos de venta. Es, sobre todo, el abandono humano de los edificios que conforman las calles. Especialmente por las noches, cuando vemos las luces apagadas, los cierres echados y los portales cegados. La ciudad se ha ido, se ha trasladado, a otros barrios, a otras parcelas más modernas y funcionales para la habitabilidad. Es la ley del calendario. Es el más preclaro síntoma del avance insensible o inevitable de la modernidad. Tal vez a base de museos, núcleos del tapeo, lugares de copas y héroes numantinos amantes de la tradición, se compense en algo ese desequilibrio urbano  imposible. Mientras tanto, sigo paseando por estas calles ausentes de acústicas, luces y personas, que ofrecen el desamor del abandono y el recuerdo irrenunciable de aquella otra infancia, de aquellas otras formas de vida, ni mejores ni peores, pero……. sí muy diferentes en la añoranza.-


José L. Casado Toro (viernes, 22 marzo, 2013)
Profesor
http://www.jlcasadot.blogspot.com/

viernes, 15 de marzo de 2013

HAPPY SPRING.



Siempre, feliz Primavera. Sin duda alguna, también tú has podido ser copartícipe de esta imagen cotidiana que, plásticamente, me dispongo a resumir. Vas caminando, entre calles, ruidos y soledades y, de manera inesperada, te cruzas con una chica que refleja en el rostro esas lágrimas que manifiestan desconsuelo. Con su mirada indefinible hacia nadie, comparte la desafortunada situación por la que está pasando con la atmósfera anónima de otros muchos transeúntes. No, no es la primera vez que soy testigo de esta experiencia. Y, al igual que en las anteriores ocasiones, tras un instante de percepción en la duda, pienso que lo más lógico sería tratar de ayudar a la persona que sufre. Al menos…. preguntarle qué le ocurre. Pero, de inmediato, reconduces el impulso solidario ante alguien con quien nunca antes has intercambiado palabra alguna. Sin embargo aquella mañana, a poco del inicio primaveral, ese impulso o decisión, ajeno al condicionante de la racionalidad, hizo que modificara la respuesta que es más que habitual en el caso. Volví sobre mis pasos y, aprovechando que la joven no aceleraba su desplazamiento, me acerqué hacia ella dispuesto a ofrecerle algo de diálogo.

Ahora, desde la frialdad del recuerdo, reconozco la imprudencia de mi gesto ante una persona a la que en nada conoces. Aunque la intención, con un planteamiento sencillo y primario, es ayudar, tu comportamiento puede ser malinterpretado por aquel quien lo recibe. En estos casos, toda respuesta ante la bondad de tu pregunta suele ser peligrosamente incierta. Incluso, más que ayudar, probablemente podrías incluso molestar. Pero ¿cuál fue la actitud de esa joven (probablemente, alcanzaba los veintipocos…) ante las que fueron mis palabras? “Perdone mi atrevimiento, Srta. ¿Le ocurre algo? ¿Necesita algún tipo de ayuda?” En dicho momento, esta joven continuaba “llorando como una Magdalena”.

Como primera respuesta recibo una mirada toda llena de sorpresa, incredulidad y asombro. Mi interlocutora se detiene, me observa una y otra vez y se queda como sin saber qué decir. En esos primeros segundos, sólo entendí algunas sílabas, algo inconexas o entrecortadas, que fluían de su boca. “No…. No sé…. Es que..” Verdaderamente, esta mujer estaba atravesando por un mal momento. Sus ojos, rojizos e hinchados, ponían luz a un cuerpo delgado, talla media baja, cabello castaño claro, modelado en una cortita melena y unos brackets organizadores de una dentadura bien blanca y pronunciada. Ella y yo nos quedamos unos segundos (que me parecieron horas) indecisos y al fin llegaron unas palabras por su parte, con el sentimiento algo más sereno. “No, no se preocupe. Te agradezco su intención, pero es que….“. En esta tensa situación, que a ambos nos albergaba, la chica mezclaba el tú y el usted con su mirada heterogénea entre la curiosidad y el alivio. “¿Necesita que hablemos o desahogarse? Creo que le hará bien. Por muy complicado que sea aquello que le afecte, siempre hay un poco de luz donde creemos que sólo permanece la oscuridad”.

Aprovechamos para sentarnos uno de los primeros bancos del Parque malacitano, próximo a la entrada del Puerto, con mirada a nuestra Catedral. Fijándome en la portada de los libros que transportaba, deduje que mi interlocutora era una estudiante de Económicas o Empresariales. Ya, en ese instante, recuperó un tanto la calma y, por vez primera, observé que le parecía simpática la situación ante un desconocido que llevaba también su cartera repleta de libros y cuadernos de apuntes. “Bueno, en tiempos de bloqueo, lo mejor e inteligente es serenarse, y pasar de nuevo “la película”. Verás que no todo es tan complicado como, en principio, tú supones. Mira, cuando los problemas se juntan, lo mejor es ir avanzando poquito a poco”. Francamente, me veía transportado a mis tiempos de acción tutorial en el Instituto, donde había vivido diálogos similares en no pocas ocasiones. Probablemente, la chica adivinó o supuso que su extraño interlocutor tenía una cierta experiencia en estos conflictos que reclaman la terapéutica de la objetividad en la distancia.

Sin yo preguntarle, me dijo que se llamaba Alicia. Efectivamente, como había supuesto al principio, era estudiante de 4º en el grado de Económicas. Después de darle unas cuantas vueltas al origen de su pesar, me comenta que está bastante depre. Se la ve hundida y profundamente desanimada. El intenso esfuerzo, en este su último año de carrera, las escasas expectativas laborales para el futuro, un reciente fracaso en el terreno afectivo y, también, unas relaciones familiares condicionadas por la separación reciente de sus padres, la habían llevado a un batiburrillo o confusión mental que, no sólo en esta mañana, ha derivado en ese estallido de lágrimas que ha provocado mi atención y preocupación.

“Bueno, si te parece… vamos por partes. Te veo extremadamente delgada. Incluso me atrevería a sospechar de que estamos en el terreno próximo a la anorexia. Y un cuerpo, así o así, hace que nos derrumbemos más fácilmente, ante la primera dificultad que nos llega. ¿Has consultado al médico? Este tema yo lo he tratado con aquellos que eran mis alumnos y es bastante latoso. Suele hacer bastante daño. Hay que priorizarlo pues, te aseguro, debe ser un primer frente para el ataque, en la búsqueda racional de soluciones. Imagínate un vehículo al que no le echan combustible. Las ruedas… no se mueven solas. Aparte de la ayuda médica, la solución se halla, principalmente, en ti. ¿Te atreves a decirme o nombrarme cinco alimentos, sólidos o líquidos, cuya sola mención no te produzca rechazo para su consumo, en este preciso instante?”

De inmediato, llegamos el tema del amigo, compañero de curso. El origen y desarrollo del mismo estaba en el terreno de lo más usual. Habían estado saliendo, desde comienzos de este curso y aquellos primeros afectos entraron en el cenagoso terreno de esa rutina que tanto daña, mezclada con los peligrosos egos y caprichos, tanto en el uno como en el otro. Había sido precisamente Alicia quien tomó la decisión de cortar una relación que, cada día más, soportaba sin la necesaria tensión  o atracción para la mejor normalidad. “No le des más vueltas. Habéis acabado en el terreno del aburrimiento, con el condicionante del protagonismo egoísta que a tantos nos afecta. Vendrán, a no dudar, otras experiencias, con  la ventaja ya de poder recordar algunos errores que han hecho fracasar vuestras ilusiones y proyectos. Mañana, tal vez pasado, tendrás que evitar incurrir, otra vez, en esos mismos errores. Por muchos años que atesoremos, siempre podemos aprender de todo aquello en que, desacertadamente, hemos fallado”.

Sin que apenas nos diésemos cuenta, las manecillas del reloj estaban recorriendo un buen trecho de su itinerario. Faltaban muy escasos minutos para que dieran las dos de una tarde que regalaba luz y sol a plena generosidad. “¿Vives con tu madre, verdad?” Pues no. Esta hija única reside en el domicilio familiar con su padre, profesional de la hostelería (jefe de cocina, en un emblemático y céntrico hotel, de la capital malagueña, establecimiento que cada mañana, tarde o noche goza observando, con el corazón enamorado, el aroma, color y frescor de un mar que transmite vida, comunicación y ensueño). En este caso fue su madre quien se embarcó en un infantil viaje a la aventura, a fin de recuperar un tiempo que ya había pasado por la geografía de su juventud. Reconoce que, con la compañera actual de su padre, la convivencia es bastante aceptable. La distancia cronológica entre ambas mujeres apenas supera los siete años de diferencia. En realidad podría ser o representar (quiso, de manera espontánea, mostrarme una foto) su hermana mayor. 

Tras casi dos horas, de monólogos y diálogos, Alicia aparentaba estar mucho más tranquila y serena. “¡Vaya culebrón y dramón que has tenido que aguantar, con todo lo que te he contado. ¿Te han dicho alguna vez que sabes escuchar maravillosamente?” Afortunadamente el Vd. ya se había volatizado y habíamos llegado a esa confianza “intergeneracional” producto de una voluntad recíproca para facilitar la amistad.

Quisimos despedimos con una amplia sonrisa. Sin saber por qué, a ninguno se nos ocurrió plantear el intercambio de números telefónicos o direcciones electrónicas. Lo que ambos valorábamos era haber sabido aprovechar ese momento puntual de diálogo y solidaridad en nuestras vidas.

“La verdad es que aún no alcanzo a creerme cómo te presté atención, sin conocerte de nada. Pero me has ayudado mucho. Me alegro de haberte concedido ese margen para la confianza.”

“Pues tengo que confesarte que tampoco yo sé explicarme como tuve la fuerza de acercarme a ti con la serenidad o franqueza de poder o intentar ayudarte. Hubiera sido previsible cualquier respuesta o actitud por tu parte. Afortunadamente, la oportunidad ha resultado positiva. Bueno, pues….. adiós. Cuídate, Alicia. Ha sido una alegría y suerte haberte conocido”.

“Seguro, seguro que sí, tendremos más oportunidades para el reencuentro. Como en el argumento de aquella película. Cualquier día, en cualquier…. esquina o lugar”. Ella y yo conocíamos que volveríamos a coincidir. Al menos, lo haríamos desde el plano creativo de la memoria.

Camino ya de casa, crucé por el Puente de la Alameda y atravesé ese siempre nuevo centro comercial de la ciudad. Resaltaba la generosidad, expositiva y cromática, de esos bellos carteles que anunciaban la llegada de otra nueva Primavera. El termómetro marcaba veintitantos grados, con un cielo anticiclónico pleno de luz y alegría. La tibia atmósfera confirmaba esa muy grata sensación de habernos abandonado, ya, un larguísimo invierno que nos había hecho apetecer la llegada de la novísima estación. Pensaba ¡cómo no! en esa joven vida de Alicia, con sus problemas, sentimientos y realidades. La simple, y complicada al tiempo, experiencia de hoy simbolizaba, en mi percepción traviesa y lúdica, esa Primavera que todos apetecemos sembrar, hacer crecer y aplicar para nuestras vidas. Nos llega una nueva estación que llega ataviada de naturaleza, luz y color. No sólo en el día, sino también cuando la noche cubre, con un terciopelo de estrellas, las imágenes de nuestros recuerdos, realidades y esperanzas. Bienvenida sea la nueva y anhelada Primavera, llena de esa magia de atardeceres que susurran el suave y delicado aroma del azahar.-  


José L. Casado Toro (viernes, 15 marzo, 2013)
Profesor