viernes, 26 de septiembre de 2014

TRES GENERACIONES, BAJO UN MISMO TECHO.


Cada vez resulta más frecuente que nuestra capacidad de asombro amplíe sus límites para la infinitud de la sorpresa. Ello puede ser debido a que el entorno relacional nos permite conocer, en el día a día, informaciones, hechos y datos, verdaderamente curiosos y dignos para el comentario y la reflexión más o menos profunda. El diversificado soporte mediático que enriquece y sustenta nuestras vidas también colabora, con sus puntuales informaciones, a que nos llegue esa pequeña o gran historia , que se nos hace atractiva para compartirla con los demás. Veamos un ejemplo reciente y narremos, tras una interesante investigación, los hechos y detalles más significativos .

Una mañana aparecieron, pegados a los muros protectores de un  centro escolar situado en el nuevo centro comercial y social que adorna nuestra ciudad, varios carteles impresos con las siguientes palabras:

“OFREZCO VIVIENDA ABSOLUTAMENTE GRATIS A SEÑORA DE MEDIANA EDAD O A MATRIMONIO SIN HIJOS. IMPRESCINDIBLE BUENOS INFORMES”

Terminaba el breve texto citando un número de telefonía móvil, a fin de facilitar el posible contacto. En la materializada e interesada época que nos contempla (donde hay que pagar….. por casi todo) no resuelta frecuente que alguien te ofrezca casa gratis, para tu interés o necesidad. Gracias a la cita telefónica, fuimos reconstruyendo el conocimiento de esta curiosa historia. ¡Atentos a la misma!

Betty Stub es una septuagenaria señora que vive en una acomodada vivienda, ubicada en la costa occidental de la provincia de Málaga. Británica de nacimiento, al igual que su marido, ingeniero aeronáutico, se trasladaron al sur andaluz, una vez que Edward alcanzó la jubilación con poco más de sesenta años. Hicieron el afortunado cambio de residencia, buscando y agradeciendo ese sol que tanto tonifica, hace ya más de dos lustros, período para ellos lleno de vitalidad, alegría y sosiego. Escribir y cuidar de su pequeño jardín, además de llevar las tareas hogareñas, han sido las ocupaciones preferentes de esta corta familia, siendo su círculo de amistades muy reducido (básicamente, dentro del círculo de nacionalidad inglesa). No gozaron la suerte de tener descendencia por lo que ahora, tras el fallecimiento de Edward, Betty se siente muy sola, tanto en el sentimiento anímico como en la actividad diaria. Su chalet, enclavado en la zona de Los Álamos, es muy espacioso y bien acomodado, pero ella lo percibe entristecido y vacío, dada la ausencia de quien era, para su sentimiento, el alma del hogar. Su salud, con goteras y achaques, propios de un “fuselaje” con prolongado calendario, le ha aconsejado la búsqueda de una compañía en la casa, a fin de iluminar muchas sombras incómodas para esa supervivencia renovada en cada amanecer.

Un íntimo amigo de la familia, Collin Clark, se prestó a difundir por distintos lugares, tanto en su localidad de residencia, como en la capital malacitana, esos curiosos carteles que ofrecen vivienda a cambio de compañía y amistad. Con su ayuda, Betty se prestó a elegir la persona o pareja más adecuada para la convivencia que ella tan generosamente ofertaba, entre todas las llamadas que recibieron.

Durante la primera semana llegaron cuatro propuestas, de las cuales sólo dos sustanciaron sendas entrevistas. Por una u otra causa, ninguna de ellas fue considerada como adecuada para las características y necesidades de la, en los últimos tiempos, desasosegada ciudadana inglesa. En la siguiente semana, fueron dos las llamadas recibidas. En ambos casos, se trataba de dos señoras, también viudas, pero de edad muy avanzada, superando la cronología de la propia Betty. Pasaron algunas semanas más y el desánimo de esta mujer era evidente. Collin le aconsejaba extremar la paciencia. Se disponían a plantear esta petición a través de las redes sociales de Internet cuando, precisamente un miércoles de Semana Santa, Mrs. Stub atendió una llamada, pocos minutos después de la nueva de la noche. Al otro lado de la línea, una voz femenina le expuso su personal situación.

“Señora, mi nombre es Leonor. Y tengo una hija de tan sólo cinco años. Sé que no cumplo los requisitos expuestos en ese cartel, que tuve la oportunidad de leer. Pero mi necesidad es perentoria. Para que mejor lo entienda, le resumiré mi situación como el de una persona maltratada por las circunstancias de la vida. Cuando tenía veintiséis años, me uní a un hombre cuya mejor calificativo que puedo adjudicarle es el de un ser despreciable. De esa unión nació Emma, una cría adorable, que es quien me mueve a luchar por nuestro futuro y estabilidad. Los malos tratos que ambas hemos sufrido han sido humillantes, en todos los aspectos imaginables. Hemos aguantado lo que no está escrito. Ahora necesitamos un hogar donde encontrar un poco de calor y ese cariño que nos haga seguir luchando para dar sentido y estabilidad a la vida. No tengo nada. Sólo poseo el gran tesoro que representa mi hija. Sra. ¡denos, por favor, una oportunidad!”

Palabras tan sentidas y emocionantes movieron, en lo positivo, el corazón de la ciudadana británica. A pesar de las reticencias mostradas por Collins, ante la carencia de una completa información acerca de Leonor, unos días más tarde, madre e hija compartían con Betty una vivienda que posee toda suerte de comodidades. Leo se ocuparía (por decisión propia) de atender la cocina y colaborar en el cuidado y aseo de las distintas habitaciones. Pero, sobre todo, su función era dar compañía y afecto a quien le había regalado una positiva salida o destino para su anterior vida convulsa. La relación entre las tres mujeres era realmente esperanzadora. Parecían una corta familia, integrada por una abuela, su hija y su nieta.

La convivencia era perfecta. Betty había encontrado esa amistad, esa dulce compañía que tanto necesitaba desde la ausencia de su amado esposo. Quiso que madre e hija compartieran todos los enseres y experiencias básicas que constituyen el cálido ambiente de un verdadero hogar. Juntas tomaban el desayuno y el resto de la restauración o alimento de cada día. Y cada noche, tras acostar a la pequeña (especialmente querida y mimada por todos) las dos mujeres echaban un ratito de charla y disfrutaban de alguna película emitida por las cadenas mediáticas.

Aquel fin de semana, en la primera quincena de agosto, Betty había decidido pasarlo visitando a una amiga de muchos años, que vivía en un apartamento muy cercano al Balcón de Europa, en el bello pueblo de Nerja. Este viaje lo tenía previsto desde hacía semanas, dado que su amiga iba a ser intervenida de una dolencia articular en la rodilla. Dada la proximidad de la operación, quiso estar junto a ella esos días previos, a fin de proporcionarle el mejor ánimo para esa experiencia quirúrgica. Cuando el lunes al mediodía volvió a su casa, le produjo una cierta extrañeza no encontrarse con Leo y Emma. Pensó que tal vez habrían tenido que salir para hacer alguna compra. Pero llegó la hora del almuerzo y no habían vuelto a casa. Había marcado, en distintas ocasiones, el número de Leo pero, una y otra vez, la compañía telefónica le aclaraba que ese número estaba fuera de cobertura o apagado. Se mostraba un tanto inquieta ante la situación, inusual en el comportamiento de su amiga y protegida. ¿Qué habría podido suceder?

A eso de las cinco de la tarde, ante la ausencia de noticias, había decidido realizar una llamada a la policía. También lo hizo al principal  centro hospitalario. Previamente tuvo el acierto de comunicar con el bueno de Collins, a fin de solicitarle consejo ante la confusa situación. Su amigo, tras escucharla, le sugirió si había echado en falta algo entre sus enseres personales. Un tanto extrañada, se dirigió a su dormitorio para comprobar la situación de sus pertenencias más valiosas. Joyas, tarjetas de crédito y algún dinero en efectivo habían desaparecido de aquellos lugares donde ella los había guardado. Un profundo desánimo se apoderó de su persona. A pesar de los consejos de Collins, se negó en rotundo a dar parte a de este robo a la policía. Su respuesta era que necesitaba reflexionar y no precipitar la aceleración de los acontecimientos. “Creo que te equivocas profundamente, dear Betty. Pero yo debo respetar tus planteamientos” fue la serena respuesta de su consejero y amigo.

Comienzos de septiembre. Suena el teléfono, en el domicilio de Mrs. Stub. Al otro lado de la línea, está Leonor. Betty hace un profundo esfuerzo para no cortar la llamada. La deja hablar, sin pronunciar palabra alguna.

“Sé que estarás indignada y decepcionada. Aunque no me creas, te aseguro que me encuentro profundamente avergonzada, He actuado con maldad y crueldad hacia tu persona. Pero aún queda en mí un poco de dignidad y racionalidad, en medio de la basura en la que he estado envuelta desde la adolescencia. Me ha costado mucho, pero al fin he roto definitivamente con ese compañero que  tanto ha manipulado en mi vida. Sí, el padre de Emma. Tú que no dudaste en darme bondad, cariño y buen ejemplo, yo te lo he devuelto con engaño, crueldad y robo. Pero quiero reaccionar y voy a tratar de limpiar tanta inmundicia. Te llevaré las joyas mañana a casa. Las tarjetas ya sé que están anuladas. Sólo se han utilizado en dos ocasiones, con un coste de 600 euros. En cuanto al dinero en efectivo, 1200 euros, yo sabré devolvértelo, euro a euro. Cuando te lleve las joyas, aceptaré que tu hayas llamado a la policía. Y si tengo que pagar por ello, con la falta de libertad, sólo te pediré que cuides a esa pequeña Emma, a la que tu tanto llegaste a apreciar y querer. No sé si podrás perdonarme, pero te aseguro que estoy arrepentida y avergonzada de mi conducta contigo. Lo que yo te he hecho no tiene nombre. Quiero, necesito, cambiar Betty”.

Navidad de ese mismo año. Leonor recibe una llamada telefónica en casa de sus padres, con los que ha vuelto a convivir. Betty Stub le dice pausadamente desde el otro lado de la línea:

“Leo, Emma y tú tenéis aún vuestra habitación en mi casa. ¿Queréis volver conmigo, para que sigamos siendo esa familia que las tres necesitamos? Es positivo, es bueno, saber personar. Y yo siento vuestra ausencia. Os espero”.

Fueron muchas las lágrimas que se cruzaron en esa hermosa comunicación, que engrandece la humanidad entre dos personas.-


José L. Casado Toro (viernes, 26 septiembre, 2014)
Profesor

martes, 16 de septiembre de 2014

LA EXTRAÑA EXPERIENCIA CON LANIA, UNA JOVEN AUTOESTOPISTA.


Como suele hacer cada lunes del año, Ramiro viaja en su veterana y voluminosa furgoneta, camino de diversos destinos por la geografía andaluza. El motivo de esta actividad es comprar mercancías en origen, a fin de revenderlas, posteriormente, en algunos establecimientos de las barriadas malagueñas e incluso también a comerciantes de los mercadillos ambulantes. Ahora, al filo de sus cuarenta primaveras, realiza este trasiego en solitario pues su padre, con el que compartía desde casi desde la infancia los viajes, ha decidido jubilarse, tras muchos años de voluntarioso y ordenado trabajo. Nunca ha sido un buen estudiante. De hecho sólo llegó a terminar sus estudios primarios, pero es una persona laboriosa, de noble carácter, que se esfuerza en buscar las mejores ofertas para sus compras, a fin de ganar el necesario sustento con el que atender a su familia. Sólo tiene una hija pequeña, Fátima, aunque con el matrimonio convive su madre política, una señora ya bastante mayor.

Este comerciante tiene la costumbre de llenar el depósito de su vehículo en una gasolinera ubicada a la salida de Málaga, a la altura del Jardín Botánico, camino de esa carretera que conduce a las provincias hermanas, tras recorrer el orográfico tramo viario hasta el Puerto de las Pedrizas. Es frecuente que en las estribaciones del puesto expendedor de combustible, se aposten algunas personas que practican el autoestop. En general, son jóvenes que, con su mochila al hombro, hacen la indicación correspondiente a los automovilistas que circulan por la zona. Algunos de aquéllos, escriben en una cartulina el lugar al que necesitan desplazarse, aunque los más sólo mueven el dedo, mostrando la petición de ayuda. Ramiro, en alguna ocasión, ha atendido a estos viajeros, trasladándolos a diversas localidades por las que tenía que pasar. Sin embargo, en los últimos tiempos es un tanto receloso a parar la furgoneta, pues no sabe a quien va a tener como compañero de viaje. Algunos amigos le han contado hechos un tanto desagradables, por lo que extrema la prudencia antes de acceder a los requerimientos de estos viajeros con reducidos medios económicos.

En  el amanecer de este último lunes de agosto, tras repostar su depósito, Ramiro observa a una joven viajera que espera, junto a su aparatosa mochila, la atención generosa de algún coche que la quiera trasladar. Su figura, admirablemente delgada, media estatura, pelo recogido, color castaño oscuro, con unos ojos celestes que transmiten bondad, llama la atención confiada del transportista quien, antes de entrar en la furgoneta le pregunta hacia donde se dirige. La chica le responde que su destino es Granada. Tras ubicar su equipaje en la parte trasera del vehículo, agradece con una agradable sonrisa la generosidad del conductor. Pronto la conversación fluye entre ellos, cuando ya los rayos del sol trazan sus pinceladas cálidas sobre el lienzo marrón de unas montañas que, desde siempre, han dificultado orográficamente la salida hacia el norte, desde la bella capital malacitana.

“Gracias por tu confianza y ayuda. Mi nombre es Lania. Sí, soy estudiante. Segundo curso del grado de Psicología. ¿Puedo tutearte, verdad? Vivo en Madrid, donde nací hace ya veinte añitos. Este verano quise dedicarlo a la experiencia de viajar, de esta forma un tanto bohemia. Comencé mi recorrido a finales de julio y a estas alturas ya he conocido muchas ciudades y regiones de la península. He pasado por algunas provincias del norte, por Aragón, Cataluña, bajando después por el Este. En Málaga he permanecido tres días.  La verdad es que mi familia es muy acomodada. En exceso acomodada. Quiero conocer otro tipo de vida de aquel en el que tengo prácticamente todo a mi disposición. El tenerlo casi todo te quita ilusión para luchar cada día.  Es bueno tratar con esas personas a las que nunca he visto, sus formas de vida, sus problemas y objetivos en la vida. Al principio sentía un poco de miedo de emprender esta aventura, en solitario. Pero he preferido llevarla a cabo, al margen de los amigos y mi aburrida pareja. Bueno, en realidad cada uno vamos por nuestro lado, pero así se llevan hoy las cosas de la relación entre jóvenes….”

El viejo “carromato” seguía devorando los kilómetros, con ese agradable sonsonete o rugido del diesel, siempre fiel a las necesidades del conductor. La chica era muy expresiva y trataba de mostrarse agradable, ante la generosidad del transportista. Ramiro, en un momento de ese trayecto hacia la ciudad de los cármenes, percibió que de manera paulatina el semblante de la muchacha se fue tornando menos animado e incluso sus palabras dieron paso a un prolongado silencio. Pensando que tal vez la chica necesitase reponer fuerzas con el alimento, aprovechó la proximidad del Área de Servicio “Los Abades” para desviarse e invitarla a tomar algo. Lania le confesó que no había desayunado.

Tostadas con aceite y tomate, café con leche y zumos de naranja. En un momento del desayuno, la joven miró a los ojos de Ramiro y comenzó a sincerarse de la verdadera situación que no había querido transmitirle.

“Reconozco que hay cosas que responden a la verdad, en lo que te he contado. Pero hay otros elementos que debes conocer en su realidad. Desde que se separó de mi padre, persona con notable solvencia económica, mi madre ha ido libando de flor en flor. Yo creo que de una forma un tanto desordenada, producto sin duda de la ruptura que ha tenido que afrontar. Ya en la madurez de su vida, ha buscando compañía en personas de muy distinto talante y carácter. Yo he ido pasando de todos ellos. Pero el último de la lista o serie ha resultado más peligroso de lo que suponía. Un niñato joven, que huele y apetece el dinero, y que ha tratado der aprovecharse de una mujer que vive en una situación de desequilibrio. Lo más grave del caso es que ha querido jugar a dos bandas. También conmigo. Y la situación se ha convertido en muy desagradable. Siento temor … ante la naturaleza inquietante de esta persona. Este verano he querido poner tierra de por medio, a ver si las aguas en casa se remansan. Eso es lo que realmente me ocurre. Bueno decirte que con mi padre apenas me llevo. Lo veo sólo de tarde en tarde.”

Completaron el desayuno y aunque Ramiro tenía una jornada muy larga de trabajo, aprovechó la franqueza de la joven para darle algunos consejos, en el plano de la sensatez y la amistad. Lania asentía a todas las consideraciones que el comerciante le hacía, básicamente las sugerencias de que ella, ya mayor de edad y con una disponibilidad económica suficiente, intentara vivir su vida. Que tratase, en la medida de lo posible de poner distancia al comportamiento materno, un tanto desequilibrado por efecto de la nueva situación afectiva que esta señora había tenido que  afrontar. “Si percibes que este nuevo compañero de tu madre trata de sobrepasarse o hacerte la vida desagradable, actúa con diligencia y acude a quien mejor te pueda ayudar. Llegado el caso, los servicios sociales de la policía, local o nacional, siempre van a estar a tu disposición para apoyarte y protegerte”.

El viaje continuó hasta Granada. Durante la mayor parte de esos cincuenta kilómetros que la furgoneta recorrió hasta la romántica ciudad de la Alhambra, conductor y pasajera permanecieron básicamente en silencio. Ambos pensaban en sus realidades y circunstancias, sin duda. Aunque Ramiro tenía que continuar hasta Jaén, se desvió por Santa Fé, y entró por el Camino de Ronda, a fin de dejar a Lania en un cómodo lugar para continuar su aventura veraniega. Un beso selló la despedida entre ambos. Le dejó su correo electrónico a la chica a fin de que pudiera, llegado el caso, ponerse en contacto con él. Se mostró dispuesto a prestar la ayuda necesaria a una jovencita que sin duda, necesitaba un padre atento a ejercer su necesaria responsabilidad. 

Difícilmente podía llegar a creer la realidad que estaba viviendo. Cuando Ramiro llegó a Jaén (poco más de 100 kms de distancia) cae en la cuenta de que no tiene ya su cartera, dentro del bolsillo de la cazadora, tipo chaleco, que suele utilizar para sus viajes. ¿Qué había podido ocurrir? Lo grave es que ha perdido la documentación, las tarjetas y una cantidad apreciable de dinero, para los gastos e imprevistos. Se le pasa por la cabeza distintas posibilidades para esta grave pérdida. Una de ellas, por supuesto, es la de Lania. Pero se resiste a aceptar esta causa, ya que en las dos horas y pico que estuvo con la muchacha ésta pareció ser una persona noble, honesta y sincera. El propietario amigo de un almacén de aceite le dejó algún dinero, a fin de afrontar la  incómoda situación. Anuló rápidamente las tarjetas de crédito y completó sus gestiones comerciales en la ciudad del olivo, lo más rápidamente que pudo. Cargó la furgoneta con garrafas de aceite y se dispuso a volver a Málaga, donde tomaría la decisión de presentar una denuncia al respecto de lo que le había sucedido. Cae en la cuenta de una evidencia que no le favorece. De la chica sólo conoce su nombre (siempre que este fuera verdadero). No tiene otros datos de la joven, salvo su apariencia física.

Viernes de esa misma semana. Después de comer, Ramiro descansa un rato en el sofá, mientras la pequeña Fátima juguetea sentada en la alfombra. Clara, su mujer, ordena la cocina y se prepara una infusión de menta poleo, pues siente algo de malestar en el estómago. Suena el timbre de la puerta, que es atendido por el comerciante. Un mensajero urgente le entrega un paquetito, sin cargo al respecto. Viene sin remite nominal, aunque el envío procede de Toledo. Abren el sobre y dentro del mismo aparece su cartera de piel beige. La documentación y las tarjetas estaban al completo, no así el dinero que llevaba el lunes pasado. Faltaba, aproximadamente, el 40 % del mismo. No hay rastro alguno de comunicación, explicación o disculpa. Pero esa noche, en el listado entrante del correo Yahoo, aparece un e-mail dirigido a su persona.

“Soy Lania. No te merecías que te hiciera esto, Ramiro. Eres una muy buena persona y yo me porté contigo de una manera asquerosa. Te conté varias historias que no responden a la verdad. Todo me lo inventé. Me llevaste en tu furgoneta, me distes un buen desayuno y sabios consejos. Y yo te respondí con el engaño y con el dolor de arrebatarte tu cartera, sin que te dieras cuenta. Te decía que todo era falso. Mi vida bohemia se sostiene del pillaje y de la apropiación de lo ajeno. Voy de aquí para allá, a fin de evitar que la policía me siga los pasos. Tampoco mi nombre verdadero es Lania, pero que más da. Tu puedes llamarme por Lania. Te devuelvo lo que era tuyo. Sólo he gastado parte del dinero, en unas nuevas botas para el invierno y algo también para la comida de estos días. No me guardes rencor, por favor. Te recordaré siempre como la imagen de una buena persona. Lástima que no te hubiera conocido siendo yo una niña. Ahora no estaría metida en medio de la basura. Pero al menos, me has enseñado a saber respetar. Confío en cambiar mi forma de vida algún día. Tu correo será para mi una puerta a la esperanza, en esos momentos turbios que nos sobrevienen. De nuevo, perdóname el daño que te provocado. Lo siento mucho.  L.

Profundamente emocionado, Ramiro respondió a ese correo.

“Querida Lania. No, no estoy enfadado contigo. Pero sí con ese mundo que te ha hecho ser así. Por favor, cambia. Tiene que haber esperanza para personas buenas como tú. Aquí siempre tendrás a un amigo dispuesto a tenderte la mano. Con mi persona y familia, ya te considerarás menos sola. Tienes que buscar un trabajo y poner un poco en orden tu vida. ¡Claro que tienes un buen corazón!  Recibe un beso, Ramiro”.



José L. Casado Toro (viernes, 19 septiembre, 2014)
Profesor

viernes, 12 de septiembre de 2014

ORQUÍDEAS Y ROSAS ROJAS, EN EL SANTO DE DELIA.


Cada mañana, Delia se despierta muy temprano, cuando apenas ha comenzado a clarear. Así un día tras otro, de lunes a sábado, ya que el domingo cierra sus tiendas el centro comercial donde trabaja, salvo para esos días de fiestas y rebajas señalados en la normativa laboral. Un tanto pensativa, mira a su pareja que aún duerme, disfrutando de esa egoísta apropiación de la sábana y la colcha de las que tan bien sabe dotarse, en su apacible navegar por lo onírico. Mientras él reposa bien envuelto, entre ronquido y ronquido, ella piensa ilusionada en la novedad que fielmente le aguarda, tras la pantalla, mágica y traviesa, de su ordenador. 

Tiene que estar puntual en la tienda, no más tarde de las 9 y media. Aunque cada día, tras el cierre, las cuatro compañeras han de quedarse el tiempo necesario para colocar bien las prendas en los expositores, incluso para limpiar el suelo de la franquicia, se les exige llegar esa media hora antes de la apertura, a fin de repasar los últimos detalles que posibiliten la buena acogida de los clientes. Hoy, al igual ayer, el reloj marca poco más de las siete de la mañana. Hay tiempo más que suficiente para despertarse con placidez, pensando en la nueva sorpresa que a buen seguro la espera en ese escritorio on-line para la ilusión.

Cinco años ya de convivencia con Adrián, compartiendo una normalidad rutinaria y clamorosamente aburrida, en la que lo previsible se hace insoportable y en la que apenas hay encanto para las sonrisas. Él continúa con sus rítmicos resoplidos mientras ella, con los ojos entreabiertos, dibuja palabras y confidencias que pueden hacerse reales, a poco que abandone el lecho para el descanso. Y es que, cada una de las mañanas, ella se encuentra unas palabras de cariño, aliento e incluso amor, tras los píxeles afectivos de un anónimo comunicante. Así ocurre desde hace ya un par de semanas. Pero ¿quién puede ser esa persona que le transmite tan hermosas sensaciones? ¿Quién se esconde tras esos párrafos que le motivan para dibujar el nuevo día con un mejor talante para la vida?

Con presteza se dirige hacia el saloncito donde reposa el ordenador. No hay prisas para la ducha. Tampoco para esa taza de café bien cargado que después completará en la cafetería adjunta al hipermercado del complejo comercial. Tras el reinicio informático, y con la tensión propia de la novedad, abre su listado de correos. Y allí está él, sólo con su nombre, Luis. Ese admirador, amigo, tal vez compañero o vecino, le transmite unas hermosas palabras que le vitalizan y, al tiempo, sosiegan.

“Buenos días, admirada Delia. Hoy sí quiero escribir tu nombre. Aquí estoy de nuevo, para compartir unos minutos o segundos, que te ayuden a sonreír. Nos espera una larga jornada, con ese trabajo que ayudará a sentirnos útiles para el servicio a los demás. Sé que es duro estar tantas horas de pie, atendiendo a un público, a veces caprichoso y en otras ocasiones impertinente o locuaz. Pero, en esos momentos de cansancio o desánimo, quiero transmitirte mi cercanía y admiración. Sabes muy poquito de mí pero ….. es natural. Son todavía escasos los correos que, como éste que lees, escribo cada noche pensando en tu hermosa realidad. Así voy a continuar haciéndolo. Hasta que un día te animes a responder a estas palabras y líneas que sólo encierran, con el susurro de lo íntimo, afecto y amistad. Un beso. Luis”. 

Esta travesura matutina, de la que Adrián es completamente ajeno, sirve para tranquilizar la inquietud ante el nuevo día que Delia ha de afrontar. Igual nos ocurre a casi todos, cuando abrimos las páginas inciertas o previsibles para un número más en el calendario. Tras el ritual de la ducha, cocina y marquesina de bus, viaja camino de su trabajo con otro talante, con otra motivación para la obligación necesaria. Ese ¡Hasta luego! todavía adormilado de su compañero de casa, carece de la mínima fuerza que la joven necesita para superar el sopor cansino de su rutina pero, al menos ahora, está recibiendo esas letras misteriosas que le aportan ilusión y ensueño.

Después, en plena vorágine de clientes, egoístas, pesados, contradictorios y preguntones, su realidad personal se ve invadida y compensada por esa nebulosa terapéutica que disimula el entorno personal, tan carente de estímulo en el que se halla inmersa. Y así fueron pasando los días, con la sorpresa matutina de una persona que se ha fijado en ella, transmitiéndole palabras que saben a frescor, a naturaleza y a vida.

Al fin Delia decidió comentar, con el nerviosismo propio de la confidencia, la gratitud emocional que le embargaba. Lo hizo con su mejor amiga y compañera de tienda. “Sí, Mamen,…. tengo un admirador oculto. Una persona, para mí desconocida, que me envía correos todas las mañanas y del que sólo conozco su nombre, Luis. Me aporta esa frescura, esa vitalidad de la que penosamente carezco en mi relación con Adri. Esta persona, en la distancia o en la proximidad, no lo sé, sabe utilizar sus palabras, su delicadeza, su galantería, poniendo color en el árido paisaje relacional que mantengo con mi pareja. Por supuesto, éste nada sabe del asunto. Aunque pienso que, tal y como es él, tampoco se sentiría muy afectado con la noticia. Y esta historia va a completar ya la segunda semana, desde una mañana de lunes en que recibí su primer e-mail”.

Aquel primero de Noviembre tuvo una significación especial para la joven Delia. Cuando Adrian llegó, sobre las tres y cuarto de la tarde, de su laborioso bregar en mensajería, se lavó las manos y sin quitarse el uniforme de trabajo, se sentó a la mesa, a la espera que su mujer le sirviera la comida. Solo un ¡hola! formal fue la palabra o gesto que salió de su boca, una vez que sintonizó la cadena de euro-sport en la pantalla del televisor. Eso sí, añadió, que venía terriblemente cansado de toda una mañana de reparto, por esa telaraña urbana que conforma la ciudad. Su atención al televisor era absoluta, pues estaban dando en diferido un interesante match de la liga inglesa. Su mujer miraba pacientemente al plato de legumbres que tenía ante sí, con el gesto amable y la tristeza contenida. Cinco años ya de matrimonio y la memoria había volatizado el recordatorio en su marido de la fecha que correspondía a su santo. Tampoco este año iba a recibir la atención afectiva. Ni unas palabras amables por parte de Adri ni, por supuesto, ese cariñoso regalo o detalle que reflejara más la intención que el valor. Tras el almuerzo, retiró los platos y cubiertos de la mesa, poniéndolos en el lavavajillas. Él dormitaba, verdaderamente “traspuesto”, a todo lo largo de un mullido sofá. Tenía que volver a la agencia, no más tarde de las cinco.

Pero a la mañana siguiente, cuando Delia acudió a la pantalla del ordenador, encontró, una vez más, esa grata misiva, de su fiel admirador Luis. Adjunto al correo, venía una foto jpg, con muchos pixels de peso. En dicha imagen, se veía un precioso ramo de orquídeas, mezcladas con una docena de rosas rojas, formando un conjunto románticamente espectacular. La lectura del texto la sumió es tal estado emocional que le hizo leer no una, sino tres veces, las líneas a ella dirigidas.

“Mi querida Delia, algo me dice que ayer, en la fecha de tu onomástica, no recibiste esa cálida y tierna felicitación que, sin duda merecías. Aunque a través del correo no puedo trasladarte unas flores, que reflejen tu belleza, al menos te adjunto una foto de lo que me hubiera agradado mucho entregarte de forma personal. Y ya, a estas alturas de nuestra comunicación, te propongo un punto de encuentro, para cuando tu consideres que podamos dialogar, con la proximidad de dos personas que necesitan conocerse. En todo caso, sabremos mantener ese misterio acerca de nuestras vidas, atmósfera que hace aún más atrayente el sentido de nuestra curiosa relación. A la espera de tu respuesta, enviarte mi amistad, apoyo incondicional y, sobre todo, un cariño irrenunciable. Luis”. 

Ese segundo día de noviembre transcurrió con las pautas de lo previsible para la joven pareja. Sin embargo, ya en la madrugada, Adrián se despertó sobresaltado. Era persona de un buen sueño pero hoy, a causa de una mala digestión, se sentía indispuesto y nervioso. Le extrañó no ver en la cama a su mujer. Especialmente, porque el reloj digital de la mesilla de noche marcaba las 2:55 de la madrugada. Se dirigió a la cocina, buscando un sobre de Almax, cuando observó luz en la habitación donde tenían ubicado el ordenador fijo y el portátil. Se acercó a ese cuartito de la televisión y a través de la abertura que dejaba la puerta, vio a Delia. Estaba escribiendo. ¿A  estas horas?  se preguntó, con mucha sorpresa, el joven. Por su cabeza pasaron, con la rapidez de neuronas bien cargadas de electricidad, todo tipo de hipótesis. Súbitamente entró en la habitación, lo que provocó el grito asustado de su mujer que trató de apagar el ordenador. Pero Adrian lo impidió. Quería conocer, a toda costa, a quién escribía su mujer a esas horas tan inapropiadas de la noche. Delia permanecía inmóvil, sin articular palabra y con el rostro enrojecido, imagen que reflejaba culpabilidad ante el hecho de sentirse descubierta.

El texto que su mujer estaba tecleando sólo estaba en sus inicios: “Mi amada  Delia, otra vez en la mañana vas a tener mis palabras. Aún no sé tu respuesta …..” La joven no había tenido tiempo de añadir más líneas o palabras. La llegada de su marido había interrumpido una nueva carta electrónica que tenía un claro destinatario: ella misma.

Delia lleva ya una semana de tratamiento psicológico. El especialista que ejerce esta función ha recomendado a su marido la conveniencia de pedir cita a un psiquiatra para ayudar a su paciente. También le ha encarecido que cambie de actitud con respecto a su mujer. “Más que fármacos, Delia necesita de Vd. un cambio profundo hacia ella. Apórtele ese cariño, esa ternura, esa atención, ese amor de la que se siente tan huérfana y que la ha obligado a crear en su imaginación la patología de un compañero que tan penosamente echa en falta”.

Al entregar la baja médica, al propietario del comercio, Adrián no ha reparado en la decoración de un angular del espacioso local. Ese rincón se halla adornado por gran ramo de flores, que alguien depositó en un bien tallado jarrón de cristal. Son flores, ya algo marchitas, de orquídeas y rosas rojas.-


José L. Casado Toro (viernes, 12 septiembre, 2014)
Profesor