jueves, 27 de diciembre de 2018

ESAS OTRAS ÚLTIMAS NOCHES DE LA ANUALIDAD.

El siempre emocionante último día de cada año, lo que los ingleses denominan New Years Eve, significada con esa larga y densa Noche (llamada popularmente la Nochevieja) repleta de alimentos, bebidas y una intensamente festiva celebración, no es igual para todas las personas. Parece evidente que, al desenfadado y feliz acústico jolgorio de la mayoría ciudadana, habría que sumar o considerar esa significativa parte de la población que no puede celebrar estos eventos como hacen las demás personas, por razones obvias de sus ineludibles obligaciones profesionales al servicio de la comunidad. En este grupo social se encuentran los cuerpos de la policía nacional y autonómica, que velan por la seguridad ciudadana, el personal sanitario que atiende a los enfermos en los centros hospitalarios o en los demás servicios de urgencia médica, el Real Cuerpo de Bomberos y los miembros de Protección Civil, para los incendios y demás catástrofes y aquellos otros trabajadores que prestan sus servicios en los numerosos establecimientos de restauración, que funcionan hasta muy avanzadas horas de la madrugada. Todos ellos forman el ejemplar grupo de abnegados ciudadanos, para los que la noche del 31 de diciembre ha de estar condicionada por su responsable e irrenunciable ejercicio profesional al servicio del resto de la población. 

De alguna forma, es también el caso de una aún joven mujer. Regina Belén Bahía es la hija única de doña Eloísa Bahía Fuente del Campo, una señora viuda que permanece ingresada en un centro hospitalario desde hace varias semanas, con severos fallos multiorgánicos, agudizados por su ya avanzada edad. Aunque la enferma tienen familiares lejanos, es Regina quien se encarga de estar junto a su madre durante unas horas pues la mercería donde trabaja, desde hace unos  quince años como dependienta, tiene un horario diario de apertura hasta las 8:30 de la noche. A esa hora, suele tomar el autobús para desplazarse a la clínica, donde permanece  acompañando a Eloísa hasta prácticamente la medianoche. De manera habitual, baja unos minutos a la cafetería del centro hospitalario para hacer alguna consumición y cuando vuelve a su domicilio completa la cena con algún alimento o infusión antes de irse a la cama. Los fines de semana puede estar más tiempo junto a su madre, pues los sábados por la tarde y lógicamente los domingos la mercería cierra o interrumpe su actividad comercial. 

Don Blas es el propietario de El Dedal, comercio tradicional para las labores de costura y complementos en el vestir, establecimiento que heredó de su padre, el fundador de este pequeño y tradicional negocio. Este veterano y experto comerciante aprecia mucho a su empleada Regina, persona que destaca por su responsabilidad y prudencia. Esta ejemplar empleada no sólo se ocupa de atender a los clientes que acuden a la tienda, sino que también “echa una mano” en las tareas organizativas de una tienda dedicada al comercio detallista en la que se manejan centenares de pequeñas y diversificadas mercancías. La sede del establecimiento está muy bien ubicada en pleno centro antiguo de la urbe malacitana, teniendo una clientela fiel y consolidada, en la predominan las compradoras sobre los clientes masculinos. En este popular establecimiento se puede adquirir todo tipo de botonadura, hilos, diversificado material de costura, lanas, ropa interior y también prendas de vestir, cordones de zapatos, cremalleras, agujas de coser y esas otras que permiten hacer punto… todo un amplio y abigarrado almacén de productos para la laboriosidad familiar. La organización de este “pequeño mundo” de mercancías exige paciencia, laboriosidad y don de gentes, a fin de que el cliente salga lo más satisfecho posible de la tienda y prometa su intención de volver. La experiencia y profesionalidad de esta dependienta  resulta básica para el funcionamiento de este negocio.

En lo humanamente personal, Regina, que tiene en la actualidad treinta y siete años, con una apariencia física bastante normalizada (sin destacar especialmente por los elementos “estándar” de la belleza exterior) mantuvo un largo noviazgo con una persona bastante mayor que ella. Pero en una desafortunada pero clarificadora tarde, tuvo la dura oportunidad de ver a su pareja afectiva manteniendo un comportamiento intensamente “encariñado” con una joven de gran belleza, en uno de los jardines próximos al Puerto. Bernardo estaba “oficialmente” realizando un viaje a una localidad cercana de la Axarquía, a fin de realizar unas ineludibles gestiones comerciales de representación para una conocida marca de embutidos y mermeladas. Esta deslealtad o duplicidad afectiva provocó inevitablemente una dolorosa ruptura, en la monótona relación que ambos mantenían. Estos desafortunados hechos, para la vida sentimental de la dependienta, sucedieron hace ahora poco más de un año. A este conflicto se le ha unido los “severos” problemas de salud que atraviesa en la actualidad su madre, todo lo cual ha dado lugar a que la situación anímica de esta mujer se haya ido debilitando y degradando, perjudicando lo que hasta entonces era un carácter alegre y positivo en la normalizada sencillez de su vida.  

Y hoy llega la lúdica y festiva tensión anual del 31 de diciembre, con esa “simbólica” extensa Noche en la que cada uno interpretamos, con los rudimentos escénicos que nos caracterizan, esos roles aparentes de felicidad y jolgorio, para despedir un marco temporal que nos dice adiós, que deja paso a otro nuevo que llega, con sus alforjas presuntamente “inmaculadas” repletas de esperanzas y cambios. Pero en el caso de Regina, su noche va a estar condicionada por la responsabilidad y el cariño debido a una madre que la adoptó, cuando apenas ella llegaba al mundo, anciana mujer que ahora yace en la cama de un hospital, afrontando la dura realidad del deterioro físico impuesto por la naturaleza a los organismos de amplia longevidad.

En la mañana de este último lunes del año, el propio don Blas, conociendo la situación familiar de su empleada y mostrando esa bondad que siempre de manera ejemplar le ha caracterizado, ha ofrecido abrirle las puertas de su hogar, para que comparta con su familia la despedida del calendario y no se sienta sola en casa durante esa noche tan especial. También Maritina, una compañera eventual que es contratada para los periodos en los que el trabajo se densifica, con esa juventud desbordante que se atesora a los veinte años, le ha “ofrecido la mano” para que se una a su pandilla de amigos, grupo que va a organizar una fiesta de despedida en una sala de fiestas  sita en el Camino de Antequera, zona del Puerto de la Torre en el norte malacitano. Pero Regina Belén se ha excusado ante los dos sinceros y cálidos ofrecimientos, explicando su voluntad de permanecer durante esas horas festivas junto a la persona que ha sido a todos los efectos su madre, pues el cariño, la dedicación, la educación y el sustento que de ella ha recibido, supo eclipsar la maternidad genética de otra persona que ninguna de las dos llegó a conocer.

Eran las seis de la tarde cuando llegó al centro hospitalario, con el ánimo de acompañar a su madre en esa transición de la anualidad para ofrecerle su agradecida y filial compañía. Elogiosa y ejemplar actitud la mostrada por su hija, aunque doña Eloísa pasaba más tiempo adormilada, por efectos de la sedación que los médicos le aplicaban, que en estado de plena consciencia. En esos escasos momentos de total lucidez hablaba poco, aunque miraba continuamente a su hija, regalándole sonrisa tras sonrisa, a fin de aportarle y transmitirle esa fuerza y confianza que compensara la indudable preocupación que su único familiar próximo se esforzaba inútilmente en disimular. Regina tenía decidido tomar algo en la cafetería, cuando llegara la hora normal de la cena y después seguiría junto a su madre distrayéndose con algunos de los programas que emiten las cadenas en esta noche de celebración y jolgorio. Ya, para la hora del descanso, podría echarse en el sofá cama que todas las habitaciones (individuales) tienen dispuestas para el acompañante que quiera pasar la noche junto al familiar o amigo enfermo. Sería una entrada de año muy diferente a las últimas celebraciones que madre e hija habían pasado juntas, teniendo su pequeña fiesta íntima en su propio domicilio.

No había transcurrido una hora desde su llegada a la habitación, cuando tocaron en la puerta y a los pocos segundos entró Teo, un joven, agradable y dinámico enfermero al que conocía por los días en que su madre enferma llevaba encamada y por algunos gratos momentos de conversación que ambos habían tenido oportunidad de mantener. Se había creado entre ambos una sencilla amistad y proximidad de carácter. Este profesional de la enfermería era ciertamente unos años más joven que su interlocutora, la cual se sintió aliviada con la posibilidad de tener a alguien de tan abierta personalidad con quien intercambiar algunas palabra, durante tantas horas de visitas hospitalarias. Comunicación agradecida en el silencio de una habitación que, como la de todos los centros sanitarios, destaca especialmente  por ese olor tan característico a medicamento, aroma parecido al alcohol, que emana por doquier dada la funcionalidad médica de la edificación.

“¡Hola, Regina! De nuevo por aquí. Me alegro de verte. Estoy seguro de que esta tarde no trabajas, pues hay miles de establecimientos que cierran con horario anticipado, por el tema de las fiestas de Nochevieja. Pero ya ves, hay algunos trabajadores a los que nos toca hacer una entrada de año muy diferente. También me ocurrió en la Nochevieja de hace dos años. En fin, es nuestro oficio y lo hacemos con la mayor y mejor disponibilidad. No hay otra. Los “compas” tenemos, en la sala de enfermeros y auxiliares, algunas cosillas de Navidad para cenar, “chucherías”que previamente nos hemos traído de casa. Las doce campanadas las escucharemos emocionalmente con la bolsita de uvas en la mano o tal vez en alguna habitación donde se nos haya reclamado por parte de los encamados, a causa de alguna necesidad. Por cierto ¿hasta qué hora te vas a quedar aquí junto a tu madre? ¿Tienes algún plan para tomar las doce uvas, en casa de algún conocido o en alguna cena a la que te hayan invitado?”

Cuando Regina le explicó su intención de quedarse allí toda la noche, bajando sólo unos minutos a la cafetería a tomar algo “solido” a horas de cenar, el jovial enfermero sonrió con afecto, disponiéndose a continuación a cambiar el propósito de su muy responsable interlocutora. Lo iba a hacer aplicando esa convicción con la que sabía dotar a sus palabras, de manera especial cuando se le habla a las personas con las que se tiene una cierta afinidad.

“¡Pero mujer! Escucha con atención lo que voy a decir. Yo, personalmente, junto a los compañeros a los que nos ha tocado el turno de guardia esta noche, vamos a estar aquí. Todo enfermo que necesite nuestra atención, te aseguro que la va a recibir con la mejor y pronta diligencia. Quedarse aquí toda la noche no tiene sentido, pues ni vas a poder cenar bien, ni tampoco vas a descansar como lo harías en tu propio domicilio. Tu madre, ahora duerme pero, si despertara. ella te diría algo parecido a lo que yo te voy aconsejar. Ahora, dentro de unos minutos, tengo un ratito de descanso (lo que llamamos en broma la “merendola”). Te puedo acompañar a ese súper que está a no más de veinte metros del hospital y que al ser regentado por comerciantes orientales no cerrará hasta bien pasadas las diez de la noche. Este establecimiento suelen tener muy buenos productos. Eliges alguna cosita agradable para la cena y esa botellita de sidra que tan bien sienta en estas noches en las que se abusa de la ingesta. Estos “chinos” han puesto una nueva sección de fruta. Puedes elegir unidades de productos tropicales y te haces una súper macedonia de fruta con almíbar … bueno, yo te doy la receta ahora ¡ Me tendrás que pagar el copyright!”

La chica se sentía un poco abrumada ante la amabilidad y bondad que este joven transmitía, a no dudar, con una transparente credibilidad. Teo, prácticamente desde el ingreso de su madre, había tenido una gran deferencia hacia su persona. En realidad, el planteamiento que le estaba haciendo el buen enfermero era bastante lógico. Su madre pasaba más tiempo dormida que despierta, gracias a los efectos de la sedación que la dirección médica le estaban, con inteligente y profesional humanidad, aplicando. Decidió entonces que se quedaría más o menos hasta las diez y después se desplazaría a su casa a cenar algo, ver un poco de la tele y a descansar. En la mañana del 1, ese primer día de un nuevo calendario, no más tarde de las nueve horas, volvería de nuevo a la habitación del hospital, para estar junto a su madre. Teo le aseguraba que ante cualquier modificación en la situación clínica de doña Eloisa, marcaría su número de móvil para tenerla al instante bien informada.

Minutos después, los dos buenos amigos se dirigieron al comercio regentado por los orientales, llamado La Gran Muralla, a fin de comprar un poco que queso y jamón cocido, junto a unas frutas tropicales que resultaban en apariencia ciertamente apetitosas. A medida que avanzaban las horas de la tarde, con la llegada del oscurecer nocturno, las circulación y el ajetreo callejero habían ido paulatinamente decreciendo. Los preparativos para la última cena del año, en la propia casa o con el desplazamiento a otros domicilios de familiares y amigos, priorizaba netamente el interés de la ciudadanía. Los cada vez más reducidos viandantes, caminando bien abrigados por las aceras y plazas de la ciudad, parecían tener una evidente prisa. A la gente se la veían la que se mezclan desordenadas esta dependienta  resulta b como llevando consigo esa tensión nerviosa en la que se mezclan un tanto desordenadas las palabras, los pensamientos y las ilusiones festivas de una fecha emblemática, la del 31 de diciembre, con la que ponemos fin a una larga y contrastada anualidad en hechos y vivencias.

Han pasado ya abundantes amaneceres, a partir de los hechos aquí narrados. En la tarde de un luminoso sábado, con ropajes cromáticos y aromáticos de la recién avenida Primavera, dos jóvenes personas se encuentran sentadas en una terraza de la zona portuaria. Ambos disfrutan de la agradable brisa marina, regalo y don de la naturaleza que acaricia y juega tonificando, con la generosidad solar, todo esos cuerpos necesitados de consuelos y esperanzas. Comparten sendas tazas de café y unas pequeñas galletas de canela, ciertamente sabrosísimas para todo exigente buen paladar. El calor humano, la cercanía afectiva y los consejos oportunos de Teo han sido para Regina como un bastión insustituible de cariño y apoyo constante, que ha hecho más llevadera la nueva situación en su vida. La carencia ahora de una madre, cuya ausencia supera los límites de la lógica y la necesidad, resulta siempre una dura experiencia difícil de asumir. Pero él y ella, ella y él construyen caminos y planes ilusionados para su futuro en común, con esa connivencia de dos seres que saben acomodar las sonrisas, acompasar los latidos y enriquecer esas miradas para las que no se necesitan palabras. Sólo es necesaria la proximidad. Sólo es irrenunciable el cariño recíproco.-

ESAS OTRAS ÚLTIMAS NOCHES DE LA ANUALIDAD.



José L. Casado Toro  (viernes, 28 Diciembre 2018)
Antiguo profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga




viernes, 21 de diciembre de 2018

MISTERIOSA Y ÚTIL LECCIÓN, EN EL TENDERETE NAVIDEÑO DE ISHAM.

Un importante elemento ritual, que contextualiza la dinámica de estas encadenadas fiestas de Navidad y Año Nuevo, es el agradable y a la vez complicado gesto de regalar a nuestros semejantes. Resulta divertido regalar y recibir presentes, qué duda cabe. Pero ese elogiable comportamiento encierra en su propia naturaleza una serie de dificultades y problemas que a muchos se les antojan molestas, cansinas e incluso disuasorias. Primero, veamos el cuándo. ¿El día de Navidad o seguimos manteniendo la Noche mágica que antecede a la Mañana lúdica del 6 de enero? En segundo lugar, nos encontramos con esa mirada que focalizamos a nuestros armarios o a muchos rincones patrimoniales de nuestra privacidad. Con un poco de suerte y esfuerzo, llegamos a la conclusión de que tenemos de todo o casi de todo: ropa, zapatos perfumes, joyas, electrónicos, libros, juguetes, dulces, caramelos y bombones, material de papelería, relojes, cámaras fotográficas, bolsos, mochilas, tarjetas regalo, las últimas novedades en muñecas, la más moderna bicicleta o patinete… etc.

Es evidente que no podemos regalar lo mismo a un niño, a un joven, a un adulto o a una persona mayor. Pero en todas esas generaciones humanas o vitales, aparece la misma dificultad: ¿en dónde ponemos o guardamos la acumulación de todos los objetos que recibimos, cuando las viviendas en que residimos son cada vez más reducidas, tanto en espacio como en volumen útil? Y no olvidemos tampoco los días “frenéticos” posteriores al 25 de diciembre y, por supuesto, al seis de enero. Llega, generalmente para “los mayores” aunque también para los de menos edad, la cómica ceremonia “negociadora” de la devolución (en los comercios que lo permiten) de algunos o muchos de esos presentes recibidos y su intercambio por otros diferentes, en modalidad, función, talla o color.

En un lejano, pero siempre próximo en el sentimiento, concurso escolar, alguien escribió las siguientes y muy sensatas frases:


¿Y por qué no regalar a los niños un bolígrafo y una libreta o bloc, para el inicio prometedor de lo que podría llegar a ser un futuro escritor? ¿Y por qué no regalamos una acuarela o colección de botecitos témpera, para las ilusiones artísticas de un futuro pintor? ¿Pensamos en la virtualidad e importancia artesanal que proporciona un juego de maderas, chapones, martillo, clavos, alicates, sierra y algún tipo de cola, para construir cajitas u otras formas, en la habilidad primaria de un futuro carpintero? ¿No sería mejor un juego de plastilinas cromáticas, a fin de estimular la afición por el modelado de figuras diversas,  para ese futuro escultor? ¿Por qué desapareció de los escaparates y los catálogos de juguetes, aquella maravilla puesta al servicio de la imaginación y el juego, que se denominaba “El Mecano”? (Consistía este “juego” en un amplio conjunto de piezas metálicas, pintadas de verde y taladradas para la aplicación de tornillos y tuercas, con muy distintas formas y tamaños, según fuesen los niveles de aquel inteligente juguete, pues se vendía desde el más simple hasta aquellas cajas de piezas que eran verdaderas piezas de ingeniería) Con aquél inolvidable juguete de nuestras infancias se podía construir “todo” tipo de objetos y estructuras, tales como casas, sillas, mesas, coches, grúas, trenes, puentes, molinos, aviones etc. El libro o cuaderno que explicaba, paso a paso, la construcción de los objetos era sumamente didáctico y motivador).

Efraín Damial Ventura se halla profundamente enamorado de su novia, Dafne Claima Verdal. Ambos son estudiantes universitarios, cursando el primer curso del grado en Ciencias de la Educación. Han elegido la significativa y compleja especialidad de Maestro de educación especial. Admiran vocacionalmente el mundo de la infancia y quieren dedicarse profesionalmente a ejercer la sublime y difícil, pero  apasionante al tiempo, tarea de enseñar y motivar en valores el desarrollo de los que ellos denominan “niños difíciles“. Esos niños de respuestas complicadas, tanto por su carácter genético, como por las circunstancias desordenadas o desestructuradas del tensionado entorno en el que viven. 

Ambos jóvenes son los hijos menores dos familias modestas, honradas y trabajadoras, que gozan de una saludable y afectuosa estabilidad. El padre de Efraín, Lucio, es conductor de autobuses, en la Empresa Municipal de Transportes, mientras que el padre de Dafne, Adeodato, ejerce como administrativo en una gestoría ubicada en la zona centro de la populosa urbe malacitana. Efra tiene dos hermanos mayores, que se preparan para opositar para el Cuerpo de la Policía Nacional o, en su caso, el de la Policía local. La única hermana de Dafne, Liria, es telefonista, en una empresa de transporte urgente y mensajería.

Se acercan ya, con ímpetu acelerado, las siempre emotivas fechas de la Navidad. Efra, como tantos otros enamorados de su pareja, se halla inmerso en una pregunta recurrente que bulle por su cabeza con el “alocado” pero admirable espíritu y fuerza de su juventud. “¿Qué te podría regalar mi tierno amor, mi querida Dafne, que fuese algo original, tanto para la Navidad como para la fiesta de Reyes?” Le venía dando vueltas a este divertido interrogante durante los últimos días, pero sin llegar a una conclusión acertada que le complaciera en demasía. Fue haciendo el ritual normalizado de recorridos por los más significados centros comerciales de la ciudad, como el Centro Larios, las tiendas y franquicias ubicadas en la estación ferroviaria Málaga, María Zambrano, popularmente conocida como Vialia, por supuesto también visitó los grandes almacenes de El Corte Inglés, sin descuidar los incentivos que ofrecían el complejo comercial Rosaleda o el núcleo abierto de las numerosos establecimientos del centro urbano malagueño.

Sin embargo, a pesar de todo su paciente esfuerzo, no encontraba algo que resultara apropiado para la sorpresa de lo original. Se encontraba con regalos de un precio inasumible para su “precaria” disponibilidad económica y con otros artículos que Dafne ya poseía o que poco decían para los gustos de su amada. Es el eterno dilema de los regalos: ¿qué le pueda gustar por su originalidad (el carácter se Dafne priorizaba esta opción) novedad y utilidad? Cierto día, tras acabar el almuerzo, tomaba café en casa y uno de sus hermanos hizo alguna alusión a los regalos de Reyes. En ese momento su madre, Maximina,  les sugirió que se diesen una vuelta por el Mercadillo de la Artesanía instalado en el lateral norte del Parque malacitano, pues había muchas casetas y allí podrían elegir algún detalle bonito, con un precio apropiado a su disponibilidad, para dar la sorpresa a sus respectivas parejas. Lucio estaba de acuerdo con su mujer, añadiendo la conveniencia de que controlases bien los gastos pues los tiempos no estaban para dilapidar ese dinero que tanto esfuerzo cuesta conseguir. 
  
¿Los “puestos” del Parque? Este alegre y vital mercado navideño se halla instalado en el lateral norte del Parque malacitano junto al Puerto. Cumple su tradicional cita anual por estas entrañables fechas festivas, siendo muy apreciado por la ciudadanía, debido a la nota de color, alegrofertans zambombas y panderetas. Ademras infanciasía, mirada a la infancia y sentido artesanal del regalo que aporta en los días de Navidad y Reyes. Son más de cien los puestos instalados en habitáculos de madera, con reducido espacio individual, pero con un denso y variado contenido, dividido en tres significativas secciones. Una primera parte de los expositores está dedicada a la venta de elemento específicos para la Navidad: las figuritas y elementos para la construcción de belenes o nacimientos, con verdaderas obras artísticas que hablan del nivel artesano e imaginativo de quien las construye o modela. A continuación, aparecen los puestos dedicados a los elementos para las fiestas y celebraciones. Además de las zambombas y panderetas, básicamente ofertan artículos para hacer reír, a veces con bromas que pueden resultan molestas o de cierto calibre impertinente para quien recibe. Y ya por último, un importante porcentaje de estos atractivos comercios están dedicados a la venta diversificada de miles de productos artesanales, elaborados con piel, algodón, lana, madera y elementos metálicos, como materiales predominantes. Curiosamente, el plástico no es la materia prima elegida para la formación de estas laboriosas y admirables artesanías.

Efra iba pensando, mientras recorría unos y otros puestos, la suerte que había tenido en desplazarse a ese gran mercadillo para la imaginación y la destreza: allí había multitud de objetos realmente bellos, útiles, sugerentes y además con un precio muy meditado, para no ausentar o “asustar” a los posibles compradores. Sobre todas estas cualidades, priorizaba en sus deseos la siempre apreciada virtud de la originalidad. Precisamente Dafne, tenía la tarde comprometida con su madre Clotilde, a fin de preparar de manera adecuada la Noche de Fin de Año, con esas compras que siempre suelen dejarse para el último momento. En base a esta circunstancia tenía toda la tarde libre para tomar la mejor decisión, paseando una y otra vez por delante de los comerciantes y sus expositores. Llevaba ya sus buenos minutos por entre una marejada humana que como él también buscaban el entretenimiento o las compras por entre los puestos, cuando vio que, desde uno de éstos, un hombre mayor, con poblada barba y un turbante blanco en la cabeza parecía hacerle una señal.

Efectivamente, detrás del mostrador estaba una persona que acumulaba largos años en su cuerpo, ya bastante encorvado, epidermis bien curtida por los rayos solares y el paso de las hojas del calendario, con ojos legañosos que mostraban el cansancio que soportaban por su mucho uso pero que, sin embargo, traslucían o emanaban una transparente y sincera nobleza.

“Joven, gracias por acercarte. Te he visto pasar ya en un par de ocasiones y creo que tu rostro muestra una clara desorientación. Pienso que probablemente estás buscando algo y no creo equivocarme si eso que no encuentras es para ofrecerlo a una persona amada. Estoy seguro, por tus largos e inconcretos paseos, que no has encontrado ese presente que pueda hacer feliz y sonreír a tu compañera ¿Verdad? Pero no quiero ser descortés y debo antes presentarme. Este ya muy veterano mercader que tienes delante se llama Ishám. Procedo de Marruecos y nací en una hermosa ciudad, como la vuestra, que se llama Orán. En mi larga vida, me he ganado el sustento fabricando muchos objetos, como los que ves aquí presentes, aunque también hay mercancías que he comprado a otros, para después revenderlas. Son, las tienes delante, figuras y objetos de madera, prendas para vestir tejidas con lana, algodón, aunque también la piel es muy utilizada por su calidad y duración. Estas prendas lucen muy bellos colores, para el gusto de quien las usa. Tengo zapatos, babuchas y otros accesorios diversos hechos con la piel de los carneros, vacas, becerros e incluso camellos. Para las suelas utilizo el caucho que aumenta su seguridad. ¿No hay nada de lo que ves aquí que le pueda gustar a tu, sin duda, bella compañera? Por cierto ¿cuánto la quieres?”

Un tanto sorprendido por la fluida y amable locuacidad del apacible mercader, un comerciante bastante bonachón, Efra se vio obligado a explicarle que efectivamente buscaba un regalo que se caracterizara por su originalidad. Todo era debido a que Dafne, su muy amada novia, era una persona un tanto especial, pues prefería quedarse sin nada a tener un regalo que apenas “le dijera nada”. Además, su disponibilidad monetaria no era muy grande, pues él era un estudiante que dependía de la modesta economía familiar. “¿No tendría Vd. Sr. Ishám, algo especial cuya adquisición no me supusiera un elevado coste? En cuanto a mi cariño por ella, le aseguro que desde que me levanto por las mañanas, trato de hacerla feliz. Debo ser de esos espíritus románticos, de los que van quedando pocos por el mundo”.

Tras unos segundos pensando, el experimentado comerciante sonrió a su joven interlocutor. “Si te es posible, pásate mañana por este tenderete. Puedo traerte algo que es muy especial y que sin duda le va a asombrar y enriquecer. Ese objeto, muy apreciado para mí, lo tengo en casa, a unos cuantos kilómetros de este muy agradable lugar, aunque sería más bello si no estuviera partido en dos para el tráfico de tantísimos vehículos. ¿Por qué lo tengo en casa? La razón está en que nunca antes había pensado en venderlo. Es algo que un camellero del Atlas me vendió hace algunos años, junto a unos sabios consejos. Pero al verte tan ilusionado y pensativo, he pensado que resultaría inteligente cedértelo. Vosotros, los jóvenes, que tenéis toda una vida por delante, a buen seguro le vais a dar un mejor y prolongado uso que el que daría un muy veterano mercader como yo. Además, siempre que lo veáis y utilicéis, me tendréis en vuestra sana y vital memoria. Soy consciente de que mis días sobre la tierra son cada vez reducidos en su número. No lo olvides, aquí te espero mañana. No te defraudaré, lo aseguro”. 

Al día siguiente, bajo un gratísimo sol invernal del mediodía, Ishám extrajo de una gran bolsa de cuero anaranjado, un curioso regalo que, por su apariencia inicial, necesitaba de una adecuada explicación para su mejor uso y beneficio. Consistía una cajita cuadrada de recia y teñida madera, de unos 20 centímetros de longitud, en cada uno de sus lados. No se podía abrir, por ninguna de sus bases, ambas cerradas por dos vidrios transparentes e incoloros. A través de estos cristales, se podía ver otro cristal interior, situado en forma diagonal que, en apariencia, estaba algo más oscurecido. Ishám, poniendo la cajita frente a los rayos del sol, explicó a Efra la “magia” que realizaba ese cristal interior. Efectivamente, según la intensidad de la luminosidad y el motivo visual que se trasluciera, la imagen visual que se contemplaba a través de esa cajita mágica se tornaba y evolucionaba en diversos colores. Imagen que también se deformaba/distorsionaba adquiriendo otros contornos y volúmenes.

Ese cristal interior permitía “desmontar, componer y alterar la visión actual del paisaje. En ocasiones, duplicaba el motivo. En otras, teñía de una brumosa nebulosa los contenidos, provocando un misterioso difuminado. También emitía algunos destellos, a juego con los rayos del sol, invirtiendo y modificando las tonalidades del espectro cromático.

“Con esta singular y única cajita le vas a mostrar, a la persona que más quieres, no solo tu limpio amor, sino la más útil y provechosa lección para la vida. Mi buen Efraín, lo que vemos y sentimos lo pasamos por un “cristal invisible” que tenemos inserto no sólo en nuestros sentidos corporales, sino en la bondad inmensa del corazón y en la racionalidad de la inteligencia. Pero no debemos engañarnos. La realidad puede llegar a nosotros en estado de descomposición. En consecuencia somos nosotros, con nuestros valores, cultura y experiencia, quienes debemos reconstruir esa realidad que otros, con egoístas, radicales e incluso malvadas intenciones, intentan manipular, confundir y deformar. Esa alteración de la realidad, si no sabemos recomponerla y “limpiarla” de falacias y tinieblas, nos empujará a cometer errores, graves equívocos, provocaremos tristezas que incrementarán, a no dudar, nuestros infortunios, haciéndonos infelices y desgraciados. Pero al igual que este mágico cristal que te muestro y entrego, la bondad de nuestra alma sabrá hacernos ver la luz y desechar el inútil y doloroso error de las tinieblas”.

Efraín pagó unas agradecidas y modestas monedas por ese valioso y original regalo, que entregaría a su amada Dafne en el día de Navidad. Sin embargo, el bueno de Isha puesto un estupendo granito de arena lioso y original regalo para su amada Dafne. Sin embargo el bueno de Isham se dio por satám se dio por satisfecho, pues había puesto un esperanzador granito de arena para esa gran duna de bondad, inteligencia y verdad que el mundo, con tanta e insustituible premura, necesita.-

MISTERIOSA E INTELIGENTE LECCIÓN, EN EL TENDERETE NAVIDEÑO DE ISHÁM.


José L. Casado Toro  (viernes, 21 Diciembre 2018)
Antiguo profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga





viernes, 14 de diciembre de 2018

UN INVITADO MUY ESPECIAL, A LA CENA FAMILIAR DE NOCHEBUENA.

Ya avanzamos por este Diciembre ritual, generosamente repleto de conmemoraciones y fiestas encadenadas para los mejores deseos. Son días entrañables en los que se mezclan las buenas palabras, los intercambios de regalos, las suculentas y copiosas comidas y bebidas, todo ello bajo un marco cromático de juegos de luces que embriagan la nitidez de tantas y próximas realidades. Estas lúdicas fechas del calendario van señalando el destino imparable de un almanaque que a poco pondrá el fin de otra anualidad, en el acerbo reflexivo de nuestras densas memorias. Y entre las numerosas efemérides a celebrar destaca, con luz propia y fraternal convivencia, la siempre emocionante cena familiar de Nochebuena, en la víspera nocturna del día de Navidad para el calendario cristiano.

Se trata de una Noche diferente, entre todas aquellas cenas que llevamos a cabo durante los 365 días que conforman el año. En esas horas previas a la medianoche, las personas mezclamos tres elementos o factores que iluminan de sonrisas y magia la muy insustituible celebración. El primer factor se escenifica con los gestos amables y cariñosos del necesario reencuentro familiar. En ocasiones son afectos y parientes con los que no se ha tratado en los meses previos. Incluso algunos de estos miembros han de desplazarse desde lejanos orígenes, a fin de estar junto a sus próximos de sangre y parentesco. Esta reunión, como segundo factor, se caracteriza por tener su ámbito de desarrollo en el hogar parental, descartándose el desplazamiento a cualquier otro local de restauración que, por otra parte, tampoco estaría a disposición del público, pues sus empleados y propietarios también permanecen durante esa noche diferente en el seno de sus propios hogares. Y como tercer elemento de unión, para estos dos componentes citados, el sentarse todos los asistentes en torno a la mesa comensal, para compartir los saludos, las palabras, los gestos, las sonrisas y el cariño, junto a una copiosa ingesta de alimentos, que pone a prueba la capacidad de nuestros estómagos para su más que difícil y complicada digestión y asimilación.

En el “acomodado” domicilio de la familia Sensial Calahorra, todo es una divertida tensión durante la mañana del 24 de Diciembre. Los preparativos para la gran cena de esa Noche mantienen ocupada plenamente la actividad de Beno (Benito) y Nema (Nemesia). Ambos forman un matrimonio de mediana edad, que no quiere dejar detalle suelto alguno, a fin de que la reunión familiar de esa noche resulte perfecta y agradable, ante el siempre esperado reencuentro navideño. Mientras Nema, copropietaria de un gabinete de psicología y organización técnica para la autoayuda, apenas abandona la cocina, ayudada por la sobrina del conserje del bloque en el que tienen la residencia, su marido Beno, un técnico especializado en la organización de redes y programación informática, ha salido con un suculento listado de últimas compras camino de la Casa Mira, establecimiento de elevado prestigio en productos y dulces de Navidad.  Sus dos hijos, Máximo (estudiante de segundo curso en el grado de Ciencias Económicas) y Loreto (alumna de un Instituto de Secundaria, donde estudia el segundo curso del bachillerato de Humanidades y Ciencias Sociales) pasan la mañana con sus respectivas parejas celebrando, junto a un grupo de amigos y compañeros, el inicio de las vacaciones escolares para la entrada del Invierno. 

A esta entrañable cena de Nochebuena han sido invitados los más directos familiares: las abuelas Florencia y Palmira, los tíos Héctor y Julia, con sus hijos Pipo y Dana, además del tío Abraham, el soltero de la familia, mientras que la otra tía, Sor Custodia, ha excusado su presencia, ya que como religiosa del Santo Rosario, comunidad en la que profesó tras quedar viuda hace ya más de  tres lustros, se debe a sus obligaciones conventuales. Explicó a su hermana que ha de seguir los oficios religiosos de la comunidad, aunque promete en sus devotas oraciones e invocaciones marianas, para esa noche tan especial, pedir con fervor por la salud espiritual y física de todos sus familiares. En total, el grupo de comensales lo van a conformar once miembros, vinculados por sus diferentes edades a tres generaciones de una familia bien avenida aunque de trato espaciado, debido a sus obligaciones profesionales en el caminar individual de cada uno de los días.

Ya en la sobremesa del almuerzo, que sólo realizó el atareado matrimonio (pues tanto Máximo como Loreto llamaron para avisar que se quedaban a comer con su panda de amigos,) otra llamada, inesperada, provocó la sorpresa de Beno. Al otro lado de la línea hablaba el tío Abraham.

“Perdona que os llame a esta hora, pues tal vez estáis descansando un rato ante la festiva cena que tendremos dentro de algunas horas en vuestro domicilio. El caso es que … no puedo dejar solo en su casa, durante una Noche tan especial, a un amigo íntimo y muy querido que tengo desde hace meses. Se llama Feliciano y vive sólo, pues al igual que yo no ha podido formar una familia. Algunas veces le he pedido que venga a casa a comer algo, pues el pobre hombre está bastante mal de dinero y sé que más de un día se ha ido a la cama con apenas un café en el estómago. Beno, te hago una pregunta y me la respondes con franqueza. Yo entenderé y comprenderé sin problema cualquier respuesta que me des. ¿Sería para vosotros mucho sacrificio sentar a uno más en la mesa? Si es por la comida, yo comparto mi parte gustosamente con e﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽ustosamente con ñida, yo comparto la mia con ueza. Yo entenderido que venga a casa a cenar, pues estéste mi buen amigoesésteéste mi buen y entrañable amigo. La verdad es que se trata de un caso de conciencia. No puedo dejarle solo, pues es dado a las depresiones y está pasando una mala racha. Temo con angustia que cualquier día me de un disgusto cometiendo una locura”.

No pasaron ni cinco segundos, cuando Feliciano recibió una sincera y bondadosa respuesta. “¡Venga hombre! No me lo tenías ni que haber pedido. Te vienes a casa con tu amigo esta noche. No hay más que hablar. Donde comen dos, pueden comer cuatro. Ya nos lo enseñó Jesús: todos somos hermanos. En la Última Cena, Él mismo no habría permitido dejarlo abandonado en su soledad. Aquí os quiero ver un poco antes de las nueve”.

“No me esperaba menos de tu siempre gran corazón. Eres un ángel, al igual que Nemesia. ¡Qué pareja tan maravillosa formáis! Dios os lo pagará con creces. El caso es que … no sé como explicártelo. En la vida de Feliciano hay un elemento más que, para él, forma parte indisoluble de su propia vida. Se trata de su … gato, con el que lleva conviviendo desde hace ya casi una década. Se llama Lucifer. Me cuenta que lo encontró una tarde abandonado junto a una escombrera, casi recién nacido, emitiendo pequeños maullidos y a punto de fenecer. La pobre criaturita temblaba aterida de frío. Lo llevó a su casa y supo cuidarlo con un cariño inmenso, hasta convertirlo en un excelente compañero y en una mascota de gran categoría. Cuando voy a su domicilio, lo veo cada día más gordinflón, extremadamente peludo de un color mezcla entre negro, blanco y un marrón claro. Aunque a veces es zalamero, sabe mostrar un orgullo y clase felina digna del mayor elogio. El color de sus ojos es magenta o fucsia, aunque por las noches, en la oscuridad, parece que se torna en un tono más bien verdoso. Feliciano no querría dejarlo solo en casa, pues si no ve a su amo cerca de él se niega a tomar bocado. ¿Podemos llevarlo? Te aseguro que no molestará. Lo podemos trasladar en su gran jaula y lo ponemos delante del televisor, porque le gusta mirar fijamente a las pantallas que muestren colores”.

Tras resumir Beno a Nema, entre sonrisas, el contenido de la llamada de su hermano, el matrimonio hacía cábalas acerca del número total de comensales que celebrarían la cena de Nochebuena. En total sumaban 12 miembros, más la presencia zalamera de Lucifer, un gato caprichoso que se negaba a tomar alimento sin la presencia de su amo. El matrimonio rió con fuerza  toda esta curiosa historia del amigo íntimo del tío Abraham.

A partir de las 8 de la noche fueron llegando los familiares al domicilio, cruzando las palabras y los saludos amables con esos besos y abrazos para lo fraterno de la reunión. Los primeros en tocar el pulsador del portero electrónico, ya que a Demetrio el conserje, la comunidad le había dado permiso para quedarse con su familia en esa emblemática tarde, fueron Julia y Héctor, con sus hijos Pipo y Dana. Antes de llegar, se habían pasado por el domicilio de la abuela Florencia, para recogerla y traerla con ellos en el coche. Beno había hecho lo propio con su madre Palmira, a eso de las seis, con lo que sólo faltaba por llegar el tío Abraham, acompañado de su amigo Feliciano y el gato Lucifer, trio que apareció poco antes de las nueve. El muy gordinflón felino venía tiernamente acomodado en una gran jaula, recostado entre mullidos y bien decorados cojines. Sus traicioneros y cálidos ojos pronto deslumbraron y cautivaron a todos los presentes. Pronto comenzaron a sonar por los altavoces inalámbricos, que Loreto había instalado junto al luminoso árbol de Navidad, el buen cargamento de villancicos tradicionales, que su primo Pipo se había comprometido a traer en los repletos archivos de su Iphone. Las miradas “solapadas”  de unos y otros centraban su curiosidad en la famélica humanidad (a este hombre le faltaba el alimento, no cabía la menor duda) del amigo Feliciano, bien arropado por el tío Abraham, un peculiar invitado quien, ante las expectativas de esa gran familia, fue desvelando, con hábil y fluida palabrería, algunos retazos de su “complicada” existencia. ¿Conocemos algo de su vida?

Feliciano Laredo Sebastián era natural de Tetuán, hijo único de un padre militar débil ante la bebida, que estuvo por Marruecos destinado en los tiempos “gloriosos” de la soberanía española. Apenas adolescente, acompañó a sus padres en la vuelta de éstos a la península, concretamente a Málaga, donde instalaron su residencia de manera definitiva. Mal estudiante, pero hábil en el trato coloquial con la gente, se fue ganando difícilmente el alimento con el ejercicio de diversos oficios ocasionales y sin arraigo. Sin embargo, desde hace un par de décadas pudo tomar conciencia de su capacidad para ganar esas necesarias pesetas o euros a través de la difícil y abnegada venta ambulante. Su fluido y hábil don de palabra le facultada para reunir alrededor suya a muchos de los viandantes, a fin de ofrecerles, desde su pequeña mesa expositora sobre la vía pública, las “excelencias” de productos útiles para la cocina o el resto del hogar. Se aplicaba a este oficio con la convicción de su sutil “verborrea” complaciente y fácil para los deseos y desánimos de los transeúntes curiosos. ¿Qué solía vender? Exprimidores que no dejaban gota alguna en los frutos para zumos, peladores y cortadores de frutas y hortalizas. seguros y sin peligro para sufrir cortes en las manos, colonias embriagadoras para el amor y la amistad, sorprendentes jarabes contra el mal del insomnio, efectivos “crecepelos” para alopecias consolidadas, cremas milagrosas por sus efectivos resultados para tratar y curar diversos problemas en la piel y esas incómodas y traicioneras arrugas estéticas, a consecuencia de la edad, etc. En definitiva un cualificado charlatán, con muy escasos “cuartos” en la pobreza material de sus bolsillos. Sus progenitores habían fallecido hacía décadas y este hecho había incrementado la cruel soledad de una persona difícilmente abierta o predispuesta para la vida matrimonial.

Los villancicos seguían sonando “a toda pastilla”, mezclándose los muy populares Campana sobre campana, A Belén pastores, los Peces en el río, el Arre burro arre y la Marimorena, con los más sosegados Noche de Paz, la Blanca Navidad y el siempre recurrente Tamborilero. Nema daba los últimos toques a la mesa comensal, a la que no faltaba detalle alguno, bien ayudada por su sobrina Dana y por Loreto, las dos primas que reían y reían, súper motivadas por alguna copa de más que ambas habían tomado a hurtadillas de sus padres. Las dos abuelas Palmira y Florencia, sentadas junto a un radiador de aceite situado en una esquina del salón, suspiraban una y otra vez recordando la ausencia de sus inolvidables deudos y añorados esposos, Expedito y Policarpo, respectivamente. Ante la televisión y con sendas copas que cada uno de ellos se habían servido del muy repleto mueble de las bebidas, Benito, Héctor, Abraham y su íntimo Feliciano, comentaban temas intrascendentes, esperando la llamada de la anfitriona para que cada cual ocupase su lugar en la espléndida y bien montada mesa de celebración. No pasaban más de cinco o seis minutos para que Feliciano se excusara, una y otra vez, a fin de acudir al cuarto de Máximo. Allí habían recluido a Lucifer, quien dormitando sobre una buena “tabla de cojines” sobre la alfombra y mirando el pequeño monitor de televisión, se negaba a tomar su comida especial para gatos si no estaba su amo presente.

La cena resultó espléndida, en contenido y forma. Variados, suculentos e indigestos entremeses ibéricos y una gran fuente de mariscos variados. A continuación, degustaron un sabroso y reconstituyente caldo caliente, procedente de gallinas de corral, sembrado con hojitas de aromática hierbabuena. Con ardientes vítores, apareció el gran pavo trufado, con guarnición de verduras asadas, patatas gratinadas con quesos fundidos en crema picante de Oporto y paté francés, manjar que mereció los elogios unánimes de los asombrados comensales. El postre fue un digno colofón a tan exquisito ágape: un gran bizcocho tartero, realizado con harina integral, bañado en whisky macerado con hierbas provenzales, daba forma a una gran “piscina” de chocolate belga negro fundido, con una cubierta modelada de frutos secos rojos del bosque. Flanqueaba el lustroso y espectacular postre, por sus cuatro lados, una habilidosa labor barroca de dulce de leche espolvoreado con diversas semillas caramelizadas con azúcar de azahar. Los caldos etílicos para digerir tan copiosa ingesta eran de reconocidas marcas, graduación y color. Verdaderamente Nemesia, a quien Beno conoció en una selecta confitería donde trabajaba para pagarse los estudios de psicología, siempre se había caracterizado por ser una artista en todo lo relativo a la cocina, especialmente en la elaboración de repostería y otros postres de alta cocina.

Tampoco faltaban los recordatorios. Palmira no se detenía en mencionar, con nostálgicos suspiros, a su deudo Expedito, mientras la abuela Florencia entonaba en voz baja los villancicos de su ya lejana infancia, ayudada de la música que seguía alegrando el ambiente, ante las miradas divertidas y cómplices deraces ﷽﷽a y alg suspiros,a eran de reconocidas marcas, graduacio, clavos, alicates, sierra y algde todos sus nietos. Feliciano se excusaba por levantarse de la mesa, entre plato y plato, pues se le veía inquieto ante “lo que estará haciendo mi Lucifer”, con la comprensión cariñosa y sonriente de su afecto e inseparable amigo Abraham.

El lustroso y muy generoso ágape no finalizó hasta pasadas las 12 de la noche. A esa hora del inicio de una fría y húmeda madrugada, los más jóvenes estaban citados con sus amigos, a fin de “seguir haciendo la larga Noche”. Minutos antes de esa hora, ya se habían despedido, con los besos y abrazos de rigor, recibiendo con jocosa resignación las advertencias propias de sus padres, a fin de que que fueran responsables y no cometieran travesuras peligrosas.

A poco de la marcha de los más jóvenes, los mayores también consideraron de que el momento para las despedidas había llegado. En ese relamido ritual de los saludos cariñosos y de palabras agradecidas, siempre amables y con afecto, algunos de los presentes repitieron divertidamente los cálidos gestos, en algún caso, a consecuencia de ese traicionero y divertido alcohol que, disimulado entre la copiosa ingesta, provoca la equivocación en nuestros ya adormilados controles. Héctor y Julia, al tener ahora tres asientos libres en su vehículo, se ofrecieron a llevar a las abuelas quienes, ante una televisión que seguía “hablando” para un auditorio que hacia tiempo había dejado de prestarle atención, estaban literalmente sumidas en el mundo de los sueños, dando pendulares cabezadas tras cabezadas, con la acústica placenteras de los ronquidos. Alguien pronunció esa consabida frase que todos estaban pensando “Con todo lo que no se ha comido, vais a tener menús para varios días”. Nemesia asentía con un gesto inevitable de la cabeza y ofrecía “¿no queréis llevaros algo de la comida sobrante… porque en el frigorífico apenas tengo ya hueco para nada. Os preparo algunos “tuppers” y ya resolvéis el almuerzo de Navidad?”. En ese momento, la abuela Palmira abrió sus grandotes y cansados ojos, entrando de lleno en una de esas frases finales ingeniosas para las despedidas. “Tengo en casa unas hierbas de Santo Toribio de los tres perdones, que son milagrosas para las malas digestiones y los “flatos” de barriga, aunque también alivian las almorranas”.

Amaneció un siguiente día gratificado por el sol, pero refrescado por la intensa humedad propia de una ciudad acariciada por el mar. Era ¡el 25 de Diciembre! núcleo central e insustituible de las fiestas navideñas. Beno y Nema dejaron las sábanas, cuando ya habían sonado las 11 campanadas en la basílica catedralicia. El matrimonio desayunó sólo un par de tazas de café con leche y sendos trocitos del insustituible bizcocho panettone. Máximo y Loreto aún no habían regresado de sus noches locas de pandilleos, así que el matrimonio Sensial Calahorra decidió arreglarse un poco e ir hacia la zona centro, a pasear por entre los jardines del Parque y de paso distraerse recorriendo los bien montados puestos de artesanías y Sabores de Málaga, instalados en ambos laterales de ese gran espacio verde que adorna la ciudad. Nemesia, por naturaleza bastante presumida, se estuvo “acicalando” por si se encontraba alguna vecina o amiga inesperada. Ya todo arreglada, un poco más tarde del mediodía, empezó a rebuscar por entre su tocador y entre los dos joyeros que tenía en el primer cajón. Beno se quejaba de lo que tardaba su cónyuge, aunque obviamente ya estaba acostumbrado a estas habituales e interminables esperas.

“Es que no encuentro mi Rolex. Hoy lo quiero lucir pero, por más que miro y rebusco, no lo veo en ninguno de los joyeros. El caso es que también la esclava con las esmeraldas, tampoco está en su sitio. Me la puse hace un par de semanas, cuando fuimos a la fiesta de las bodas de plata que dio Clarita en su chalé. ¡Que cosa más rara. Precisamente las dos alhajas más valiosas y encariñadas que poseo no están en su lugar! Esto me da muy mala espina. Me están entrando unos sudores … porque no quiero ni pensar que se puedan haber perdido. Santo Dios ¡Pongo la mano en el fuego, Beno, que yo no los he tocado desde la fiesta de Clarita, hace quince días!”

A pesar de su intensa búsqueda, las dos preciadas joyas no aparecieron, para desesperación de su muy aturdida propietaria.-

UN INVITADO MUY ESPECIAL, A LA CENA FAMILIAR DE NOCHEBUENA


José L. Casado Toro  (viernes, 14 Diciembre 2018)
Antiguo profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga