viernes, 30 de septiembre de 2022

DOS FAMILIAS.

El comportamiento de los seres humanos resulta, en no escasas ocasiones, controvertido, absurdo y de difícil comprensión, no sólo ante los ojos de los demás, sino también ante nuestra propia conciencia, cuando después de la “tormenta” llega esa calma que adviene con la “lucidez”. La imprescindible facultad de la racionalidad, que debe estar permanentemente alerta para guiar nuestros actos, a veces parece desaparecer de nuestras capacidades, provocando que abundantes respuestas, ante los avatares de cada día, sean erróneas y lesivamente equivocadas. Pero son muchas las veces en que persistimos en no querer darnos cuenta de lo más evidente y racional, con las consecuencias, en absoluto positivas, que tal errónea actitud conlleva.

Este era el caso de Florencia Aspiral, una mujer que, a sus sesenta y dos años, relativamente bien llevados, había entrado en una dinámica personal de exagerada y obsesiva preocupación con su salud. Estaba casada con Fabiano Galiana, un año menor que su mujer, profesional entregado responsablemente a su trabajo en una empresa de gestión inmobiliaria, propiedad de un cuñado con el que siempre se había llevado bien. Los dos hijos del matrimonio llevaban años emancipados. Bernal, en los primeros tiempos de su treintena, ejercía de técnico informático en una empresa de arreglos y reparaciones rápidas para productos y máquinas digitales. Casado con Aline tenían un crío de cuatro años.  Paloma, trabajaba en una estafeta de correos y era dos años menor que su hermano. Convivía junto a su pareja Benicio y por ahora no habían decidido tener descendencia. 

El problema fundamental de Flora (como solía llamarle su marido) es que disponía de excesivo tiempo libre para las numerosas horas del día. Debido a su pasividad física, añadida a la débil voluntad que mostraba ante determinados productos alimentarios, había ido “cogiendo” muchos gramos y “peligrosos” kilos, para la conformación de su imagen y el estado general de su salud. Aunque alguna tarde compartía la merienda en concurridas cafeterías con alguna amiga (con amplias sesiones de críticas y cotilleos, a diestro y a siniestro) en lo íntimo era una persona que se aburría de manera clamorosa. Era frecuente su comentario acerca de que el cine y la lectura le cansaban. Al menos disfrutaba con el estrés de las compras (preferentemente ropa y zapatos) sentimiento que desaparecía una vez que ya poseía el objeto en el que había centrado sus deseos. En estas circunstancias de tan prolongado y lesivo ocio, inició un proceso de autoobservación compulsiva, adjudicándose “mil y un” padecimientos o enfermedades.

En base a estos supuestos problemas, demandaba de continuo a su joven médico de familia Sandro Margullán, más y más analíticas, placas radiológicas, ecografías o resonancias magnéticas. Siempre aducía tener algún motivo para tan repetidas peticiones: los niveles de glucosa, la tensión arterial, el insomnio, las vértebras lumbares o cervicales, la pesadez en las piernas, los estados de ansiedad, la faringe, el oído, las erupciones dermatológicas, las palpitaciones o arritmias cardiacas, incluso los problemas locomotores por pies planos…  El siempre compresivo facultativo preguntaba a la hipocondríaca paciente acerca de su vida personal, a fin de tener una visión más completa de la situación en base a la credibilidad de estas manifestaciones. Flora nunca había trabajado fuera del hogar. Y en la actualidad tenía una asistente de casa, que acudía diariamente a su domicilio durante un buen número de horas. Vicky no sólo se ocupaba de la limpieza cotidiana, sino que además demostraba notable su capacidad para la cocina y durante la semana sacaba horas de su tiempo para atender a la lavadora, el lavavajillas, el tendido de la ropa o algunos ratos para la plancha. Referido especialmente a su habilidad para lo culinario, los elogios de Fabiano eran permanentes al positivo quehacer de la joven.

Una mañana de consulta, el Dr. Margullán, tras repasar la enésima analítica sanguínea y de orina, que su paciente se había hecho, quiso ofrecer una prescripción educativa a la asidua paciente en consulta.

“Vamos a ver, Florencia. Tienes que entender y asumir una realidad que es evidente, para todos esos problemas que dices tener y que en la mayoría de las ocasiones no son tales o afortunadamente de carácter leve. Has de comprender que un organismo humano con 62 años no es igual que un cuerpo con 25. Es lo que coloquialmente se alude como los “problemas de fontanería”. Entonces, cuando vamos cumpliendo años esas molestias o “inconveniencias” van apareciendo, de manera especial cuando no hemos cuidado bien nuestros hábitos cotidianos. Me comentas que no practicas ejercicios físicos en el día a día y esa pasividad corporal suele pasar cuenta en todas las edades, pero de manera especial en las más avanzadas. Te voy a recetar algunos fármacos correctores, pero hay uno, y en tu caso es el más importante de todos, que no te lo van a dar o vender en la farmacia. Además, es gratuito, está financiado al 100%. Para contrarrestar el amplio tiempo libre de que dispones, has de ponerte a realizar ejercicios físicos. Y si no te apetece apuntarte a un gimnasio, yo te recomendaría una actividad que viene bien para cualquier edad: simplemente caminar. Caminar por la naturaleza.

Salir a pasear por la naturaleza tiene numerosos incentivos. Y no me refiero sólo a poder contemplar la belleza de la vegetación y los paisajes, el aroma y el colorido de las flores o ese silencio sólo roto por la brisa que cimbrea las ramas de los árboles. Todo ello es muy saludable, qué duda cabe. Pero es que al caminar activas el mecanismo de tu organismo. Vas quemando esas calorías que has acumulado por la pasividad. Vas frenando la pérdida de masa muscular (que no es lo mismo que la grasa acumulada y tan perjudicial). Las articulaciones, no sólo las de los pies, van funcionando y evitas el anquilosamiento y las artritis. Además, tu corazón bombeará con más y mejor ritmo, limpiando ese cuerpo donde se acumulan tantas toxinas indeseadas. En definitiva, piensa en lo que te digo. Al menos, caminas diariamente un número sustancial de kilómetros, no menos de siete”.

Tan convincentes y sensatas palabras no cayeron en “saco roto”. Esa misma noche, mientras cenaba con su marido, le comentó la lección que le había dado el doctor Sandro. Flora acusaba a su marido de que cuando llegaba un fin de semana se entregaba a sus aficiones futboleras y no salían a la naturaleza, a lo que él le replicaba indicando que trabajaba como un “cosaco” en la agencia inmobiliaria de Estanislao, por lo que necesitaba descansar de todo el ajetreo semanal.

De todas formas, el comentario de Flora tuvo su efecto, según ella comprobó en la cena del siguiente día. Fabiano le explicó que un buen amigo de peña futbolera, Amaro Palencia, solía practicar el senderismo por la naturaleza muchos de los fines de semana. Pertenecía a una sociedad excursionista que realiza periódicamente recorridos muy interesantes por el entorno natural. Este amigo, a petición de Amaro, se ofrecía a realizar con Flora algunos paseos más reducidos en kilometraje, teniendo en cuenta la escasa experiencia de ella en prácticas senderistas. Ambos hablaron por teléfono aquella misma noche, quedando citados el domingo por la mañana a partir de las diez, para emprender un recorrido adaptado a las peculiaridades de una principiante en dicha actividad. El firme y convincente consejo del doctor Margullán había generado una positiva respuesta.

Ese domingo bien temprano, mientras Fabiano recuperaba entre sábanas las energías consumidas en una intensa semana profesional, Flora y Amaro se reunieron en un punto de cita, camino de las estribaciones Este de los Montes de Málaga. El experto senderista, de 49 años, era óptico de profesión. Desarrollaba su acción laboral en un céntrico Instituto para la Visión, en donde no sólo se graduaba la vista y se vendían gafas, sino que también (y era lo más importante) se realizaban tratamientos e intervenciones para regular los problemas oculares. Tenían una importante clínica concertada,  en donde realizaban las pruebas y tratamientos más complejos de carácter médico. Tras las presentaciones subsiguientes, Amaro adaptó en todo momento el ejercicio y esfuerzo senderista, a fin de que Flora pudiera mantener el ritmo necesario y desarrollara la ilusión de repetir esta primera experiencia.

Tras la primera hora de marcha, Flora comenzó a dar muestras de un evidente cansancio, a pesar de que el ritmo caminero era manifiestamente light. Entonces acordaron parar en una zona arbolada del camino, para que ella pudiera reponer fuerzas. Compartieron algunos frutos secos y esas palabras amables y anecdóticas, cruzadas entre dos personas que hasta ese día no se conocían. Amaro le confesó a su compañera de marcha que, aparte su dedicación óptica, tenía desde hacía muchos años una interesante afición artesanal, tarea que practicaba cuando tenía algo de tiempo. Esa destreza se la había enseñado su padre, un humilde escultor de figuras religiosas, de escaso renombre fuera del entorno cofradiero.

“Aunque yo no quise dedicarme a la profesión de mi padre (labor que nunca le sacó de las estrecheces económicas) sin embargo él quiso enseñarme las técnicas básicas para tallar la madera. Es una actividad o afición de practico de tarde en tarde, con la que me distraigo y realizo figuras de temática muy diversas. Desde juguetes, bustos de personas, relieves decorativos… Bueno, también he realizado algunas piezas para determinadas cofradías, pero siempre bajo un planteamiento no profesional y desde luego de manera gratuita. La mayoría de las figuras que tallo las guardo en un taller que tengo en el doble garaje de mi casa, muy amplio. Lo verías como un pequeño pero entrañable museo.  Si quieres, algún día podemos quedar, a fin de que lo conozcas. Te puede gustar. Igual buscamos alguna pieza curiosa que te pueda regalar”.

Ya en casa, Flora se sentía súper cansada, debido a la falta habitual de ejercicio. Aun así, se mostraba contenta, tras gozar de una confortable ducha. Aunque las típicas agujetas comenzó a sentirlas el mismo lunes, tenía ilusión con repetir la experiencia, no sólo para ir eliminando gramos, sino también para reanudar la agradable conversación de este compañero de marcha, amable y educado, al que percibía con un punto de cierta tristeza cuya motivación quería descubrir. Dicho reencuentro para la práctica senderista tuvo que aguardar dos semanas. Esta vez sería en sábado, teniendo a su lado al compañero Amaro para emprender un más largo paseo, en esta ocasión por otras veredas de los Montes que guarnecían la ciudad. Había preparado unos bocadillos, pues quería invitar a su joven “entrenador”. Ese sábado Fabiano tenía partido en la Rosaleda a las 16 horas, así que había quedado con algunos amigos para ir de tapas y trasladarse después al estadio. Tendría entonces tiempo abundante para dialogar con Amaro. 

Fueron haciendo varios descansos, para ir dosificando el esfuerzo. Iban hablando de temas más o menos intrascendentes, pero ya cerca de las 14 horas, acordaron compartir los bocadillos y un par de latas de cerveza que Flora había llevado. Fue el momento propicio para que preguntarle acerca de ese tono de tristeza que, en momentos, aparecía en el semblante y en la expresión de Amaro, depresión anímica que inútilmente trataba de disimular. Al fin las confidencias fluyeron, pues la persona que las sufría y guardaba sentía la vital necesidad de reducir su tensión compartiéndolas. 

“La verdad, Flora, que es un tema muy delicado. Lo vengo soportando desde hace tiempo y las posibles soluciones son controvertidas. Hay cosas que no son fáciles de demostrar, pero uno las percibe, pues cree conocer bien a la persona con la que convive. Tengo la convicción de que mi mujer Yasmin mantiene una aventura con otra persona, desde hace unos meses. Si me pides pruebas de esta suposición, te confieso que no podría aportarlas. Pero ese sexto sentido que todos poseemos te está diciendo, una y otra vez, que algo pasa, que algo hay… Ella disimula con gran habilidad, pero estoy convencido de que tiene una doble vida. Posiblemente aplica sus conocimientos escénicos, pues no sé si te he comentado que está vinculada, como afición, pero también profesionalmente, con una compañía teatral que representa obras en pequeños teatros, tanto en Málaga como en otras provincias. Entiendo que tu pregunta o consejo inmediato va a ser ¿Y por qué no hablas con ella, de manera franca y abierta? La respuesta es un tanto compleja. Temo perderla. Soy una persona extremadamente temerosa para enfrentarme con la soledad. Esa palabra me da pavor. Además, ella tiene un hijo de una relación anterior, al que yo trato como si fuera mío”.  

Florencia siguió practicando estos paseos senderistas, a veces con Amaro y en otras ocasiones se fue atreviendo a realizarlos ella sola. Se iba convenciendo de que le sentaban bien. Lo intentó también con alguna de sus amigas, pero en general éstas no estaban por la labor. Como el aprovisionamiento farmacológico con su médico de familia, el Dr. Margullán, ya no es tan fácil, pues el facultativo, aplicando el mejor criterio, ha reducido drásticamente las recetas que tantas veces ella le solicita, ahora ha iniciado el camino de las herboristerías y las tiendas de especias. Son establecimientos que venden plantas del campo que ayudan o sanan un número importante de dolencias corporales. Esas medicinas que generan las hierbas y flores de la naturaleza es un recurso al que ahora se entrega esta señora, que sigue teniendo un excesivo tiempo libre, sin saber en qué ocuparlo.

Periódicamente suele llamar por teléfono a su amigo Amaro, sugiriéndole realizar nuevos recorridos por el entorno natural, a lo que este buen hombre accede, buscando algunas horas libres, generalmente en los fines de semana. Ya ha visitado su museo de figuras tallada en la madera, quedando gratamente maravillada del arte y destreza que aplican estos artistas anónimos o poco conocidos, labor que realizan básicamente por su afición y entretenimiento.

Cierto día percibió en su compañero de senderos una expresión bastante diferente. Parecía mucho más tranquilo, satisfecho y contento. En un momento concreto Amaro le confesó que no creía equivocarse si afirmaba que la “aventura” que Yasmín mantenía con “alguien” ya había finalizado. Esto le hacía profundamente feliz. En la “cortedad” de su espíritu, este hombre nunca preguntaría ni llegaría a conocer quién era ese “amigo para todo” que durante meses su mujer había mantenido en secreto. Tampoco Flora llegaría a conocer el contexto profundo de la verdad.

Efectivamente, la relación secreta que habían mantenido Fabiano y Yasmín había ya finalizado. Ahora uno y otro buscan nuevas flores en el vergel de la naturaleza humana, en donde libar y compensar sus aburrimientos y rutinas. Dos familias, como tantas otras, con sus realidades, frustraciones y anhelos. -

 


DOS FAMILIAS

 

 

José L. Casado Toro

Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

30 septiembre 2022

                                                                                   Dirección electrónica: jlcasadot@yahoo.es           

Blog personal: http://www.jlcasadot.blogspot.com/

 

 

 


 

viernes, 23 de septiembre de 2022

UNA HERMOSA LECCIÓN DE GENEROSIDAD Y AMISTAD.

El protagonista central de esta historia había sido una persona muy importante, en el entorno político-social de la ciudad en la que nació, a orillas del azulado y sosegado Mediterráneo, localidad en donde sigue residiendo en la actualidad. Ceferino Malián había estudiado la carrera de Ciencias Empresariales, en cuyas aulas universitarias trabó íntima amistad con unos compañeros que le animaron afiliarse a un partido político vinculado al centro izquierda, en su ideología programática. Activo militante en las juventudes de dicha agrupación, fue escalando puestos de responsabilidad en la estructura organizativa de ese histórico e importante partido político, con sedes repartidas por la mayoría de los municipios españoles. Para conseguir este rápido ascenso en los cargos de su agrupación, fue aplicando sus naturales dotes para la lisonja, el halago, el uso de esa palabra que siempre gusta escuchar, ofreciéndose, dada su juventud y carácter ambicioso, para realizar todo aquello que le pudiera dar algún rédito, en su obsesivo e intenso objetivo de alcanzar algún día (que esperaba no fuera muy lejano) las más altas responsabilidades en el seno del organigrama partidista en donde tan feliz e interesadamente militaba.

Su carrera política fue “sorprendentemente meteórica” pues era una persona que poseía esa cualidad de estar siempre en el sitio adecuado y en el momento más oportuno. Día, tarde y noche, su pensamiento estaba centrado en el atrayente ejercicio de “trepar” un escalón más, a fin de alcanzar una significación y un poder cada vez más destacado en el partido, a fin de satisfacer su vanidad y profunda autoestima.

Era un joven extremadamente ambicioso, al que las carambolas de la suerte le facilitaron ser incluido, ocupando el puesto número 11, en las listas del partido para las elecciones municipales que habrían de celebrarse en un par de meses. Su agrupación política obtuvo en los comicios locales 10 concejalías, por lo que en principio el sagaz administrativo quedó fuera de su ilusión por ocupar un puesto de responsabilidad en el Ayuntamiento. Pero el destino le tenía preparado la posibilidad de acceder a ese objetivo que, desde hacía años, mantenía. Uno de los compañeros elegidos fue trasladado a la capital de España, para ejercer un puesto de responsabilidad en la central partidista. Por este motivo, corrió la lista electoral y entonces Ceferino, con 29 años, se convirtió en un joven concejal del Ayuntamiento, teniendo que dejar su cargo laboral que ejercía dentro de una gestoría administrativa. Fue nombrado concejal de juventud, deportes y fiestas, en la corporación municipal malacitana.

Pasados los años, la carrera política de Ceferino no dejó de avanzar, ocupando cargos cada vez más importantes y de alta responsabilidad. Con 36 años, fue uno de los diputados malagueños en las Cortes españolas de la Carrera de San Jerónimo, importante cargo representativo en el que permaneció de manera continua durante tres legislaturas. En las siguientes elecciones a Cortes, no fue incluido en las listas de su partido, en el que al fin pudo ocupar el puesto de vicepresidente. Pero su protagonismo social le animó a ser incluido en unas próximas elecciones locales, ganadas por su agrupación partidista, siendo designado, con 48 años, para ocupar el puesto de presidente de la Diputación Provincial de Málaga. En ese destacado puesto de la política provincial estuvo durante ocho años o dos periodos completos y consecutivos, coordinando la estructura provincial de los 103 municipios malagueños.

Desde que inició su militancia, Ceferino vivía del partido y para el partido, aplicando para ello una durísima agresividad dialéctica contra los rivales o enemigo ideológicos, que recibían la impiedad de un corazón tan frío como el acero. Se fue convirtiendo también en un líder de la elocuencia, de los más hábiles malabarismos políticos para atacar al contrario a su pensamiento, aplicando para ello cualquier tipo de recurso que pudiera ser útil para sus deseos, utilizando la mentira, forzando las alianzas partidistas “contra natura”, a fin de no perder cotas o niveles de poder. Como figura política era adulado, temido y reverenciado. Por otra parte, su influencia mediática era incuestionable. Concejal, diputado en Cortes y ahora, presidiendo la Diputación Provincial de la sexta provincia española, según datos estadísticos. 

A nivel personal, estuvo casado con Armenia Labrada, de cuyo matrimonio nacieron cuatro hijos, vínculo matrimonial que hacía años él se encargó de romper, debido a sus constantes devaneos amorosos con otras compañeras afines de la ideología partidista que lo dominaba por completo.  Residía sólo (aunque acompañado en momentos concretos por algunas de sus conquistas afectivas) en un gran apartamento que se había comprado con preciosas vistas al Mediterráneo, en el moderno paseo marítimo del Oeste malacitano.   

Pero al igual que llegan nubes grisáceas, eclipsando el azulado del cielo, en la trayectoria exitosa del político Malián aparecieron esos cambios de fortuna, que comenzaron a enturbiar la imagen del prepotente personaje. Un turbio asunto de corruptelas, en los fondos de la Diputación Provincial para obras públicas en varias localidades de la provincia, comenzó a minar el prestigio del presidente Ceferino, no sólo ante la prensa e importantes sectores de la sociedad, sino también en el seno de la agrupación política a la que pertenecía desde hacía casi cuatro décadas. En las inminentes elecciones, su partido perdió la jefatura de la Diputación y su figura entró en un declive de franca decadencia. Por doquier fueron apareciendo “papeles”, contratos y documentos corruptos, que fueron denunciadas por sus rivales políticos en la fiscalía. A pesar de contar con buenos abogados, no se pudo librar de algunas condenas, en las que perdió prácticamente todo su patrimonio. Incluso el propio partido tuvo que afrontar esos malabarismos “ilegales” castigados judicialmente, derivados de su ambiciosa y depravada gestión. Expresándolo de una manera coloquial, pero suficientemente significativa, su partido “no sabía cómo quitárselo de encima” pues, con las penalidades judiciales que estaba recibiendo, ya no podía seguir ostentando cargo alguno dentro de la estructura pública de la tradicional y prestigiosa organización, ahora en franca decadencia ante la opinión social. En un amargo día, que ya nunca pudo más olvidar, recibió por burofax una fría comunicación, en la que le indicaba que la dirección ejecutiva había decidido, por unanimidad, darle de baja como militante. En otras palabras, era expulsado sin más cortapisas. 

A la altura vital de 63 años, apenas tenía medios económicos con los que subsistir y desde la cima de la jefatura social que había ostentado, con manifiesta altanería, tuvo que aceptar un humilde puesto administrativo en una modesta empresa de mensajería urgente. Habituado a utilizar, sin reparo o control, su antigua tarjeta Visa Oro, ahora tenía que conformarse con trabajar ocho horas diarias en las oficinas de esa empresa, gracias a que el vicedirector de la misma le debía algunos “oscuros favores, en su etapa de prepotente gestoría política. El Ceferino que había manejado decenas y decenas de millones y había acumulado cargos de alta retribución que le habían permitido llevar un tipo de vida de alto standing, tenía ahora que conformarse con un sueldo que con los descuentos apenas llegaba a los 950 euros mensuales, como auxiliar administrativo en la empresa de distribución de paquetería “El Sidecar”.  Desde un ostentoso protagonismo mediático, ahora se veía relegado al más oscurecido anonimato social. La vanagloria había desaparecido de su vida.

Cuando estaba a punto de cumplir los 65 años, al fin pudo alcanzar la ansiada jubilación, ayudándose para ello de unas dolencias en las vértebras y algún que otro problema orgánico, derivado de su proverbial afición a las bebidas de elevada graduación alcohólica. Obviamente, en su antiguo partido “no querían verlo aparecer” pues era objetivo de la nueva organización “borrar” en el posible, de la memoria colectiva, una infausta etapa que les había hecho soportar un grave daño en los resultados de diversas convocatorias electorales que se sucedieron después de los escándalos protagonizados por el singular personaje. Su situación era más que patética. Sin partido, sin cónyuge, sus hijos “pasaban” de él, sin oficio o función a realizar, se tuvo que “recluir“ en un pequeño apartamento alquilado, ubicado en una zona obrera alejada del centro de la ciudad. 

En el día a día, tras tomar algo de desayuno, vagaba y vagaba por el laberinto urbano malacitano, tratando de no ser reconocido por los demás transeúntes, para lo que se dejó una poblada barba encanecida y un profuso bigote, cubriendo su alopécica cabeza con un ridículo sombrero incluso en días de templanza o bonanza térmica. Solía también acudir a la biblioteca municipal de su distrito, para la lectura de los periódicos del día. Después del mediodía, agradecía tomar una caña de cerveza, en algún quitapenas de bajo coste. Había concertado en una modesta casa de comidas, el almuerzo diario, aunque por las noches solía prepararse algún frugal bocadillo con fiambre y algo de fruta. El salmón ahumado noruego y los botes de huevas de caviar ruso habían dado paso, en esta época de declive, a la mortadela Mina y a las lonchas del queso en barra. Así era su vida en la actualidad, monótona, aburrida, solitaria y frustrada. Era el castigo por haber caído desde la cima de la popularidad, a la base pedregosa del anonimato social. Se sentía humillado por sus ex compañeros del partido, que lo detestaban profundamente, a causa de las zancadillas y prepotencia que Ceferino había aplicado durante la larga época “gloriosa” y corrupta de su gestión pública.

Una mañana de abril, Ceferino se acercó a los jardines del Parque para descansar, después de un buen rato de paseo. A sus 68 años, su salud iba padeciendo los normales problemas de “fontanería” debido al estrés vivencial acumulado, la debilidad ante el alcohol y sus dependencias sentimentales, ahora ya prácticamente abandonadas. En ese inmenso espacio vegetal gustaba sentarse, aprovechando los bancos instalados en las rotondas, para distraerse simplemente viendo a la gente pasar. Vio acercarse a otro hombre mayor, quien sonriéndole y dándole los buenos días tomó asiento en el mismo banco que ocupaba el antiguo político. Como ya es usual en estos encuentros, la conversación se inició con el recurso del tiempo meteorológico.

“Mi nombre es Feliciano Giraldez. He sido recepcionista de un hotel importante, allá en la línea costera marbellí, hasta mi jubilación hace unos cuatro años. Si le apetece, podemos charlar un ratito, porque la soledad no es buena compañera. La verdad es que suelo venir bastante por aquí, pues me tranquiliza verme rodeado de esta gran masa vegetal, de incuestionable belleza, que tenemos como un preciado tesoro en pleno centro de la ciudad”.

A Ceferino le sorprendió que una persona anónima o desconocida se le acercara, ofreciéndole el regalo “inmenso” de la palabra. Precisamente a él, que tanto poder había detentado, que tanta influencia había poseído, que tanto dinero había manejado, y al que ahora nadie le hacía caso, pasando totalmente de su presencia. Parece que del cielo había bajado a la tierra un solícito y buen ángel guardián. De inmediato se sintió a gusto con el antiguo recepcionista de instalaciones turísticas. Con fluida y amenas palabras, el inesperado amigo le fue narrando curiosas y divertidas anécdotas, protagonizadas por los clientes de su hotel, historias acumuladas en la memoria tras casi cuarenta años de servicio. Corresponsablemente se sintió obligado o agradecido, para comentarle algunos aspectos de su vida profesional, en el ámbito administrativo, aunque cuidó en no mencionar siquiera su largo y complicado recorrido por el ámbito de la política. Ninguna alusión a su paso por la concejalía municipal, por las Cortes de la Carrera de San Jerónimo madrileña o esa fase, a olvidar, en la presidencia de la Diputación provincial de Málaga.

Tras casi una hora y media de amena conversación, llego la hora de la despedida. El nuevo amigo, con admirable sencillez y generosidad, le ofreció compartir una caña de cerveza, pues tenía el buen gusto de invitarle. Tomaron el aperitivo, enriquecido con unas aceitunas muy bien aliñadas con un fresco tomillo, en la tasca marítima ubicada junto al atraque del Melillero. Se despidieron con educada cordialidad, siendo el propio Ceferino quien sugirió si podían verse otro día, pues valoraba en mucho esa saludable amistad que “le había caído del cielo” de la forma más inesperada y feliz.

El ilusionado “político” se fue a su apartamento del alquiler, plenamente feliz por haber conseguido en ese día un amigo de los de verdad, sin condicionantes u otras” servidumbres”. Eso era precisamente lo que más valoraba: un ciudadano anónimo le había abierto las puertas a esa amistad que con tanta urgencia necesitaba, en esos acres y áridos tiempos para la carencia.

La relación entre Ceferino y Feliciano continuó con esperanzadoras expectativas, para ambos jubilados. Solían citarse, de manera casi diaria, alrededor de las 11, iniciando desde la Alameda principal los paseos por los distintos rincones de la ciudad. Recorrían los tranquilos recovecos del Parque, entraban en la zona portuaria y desde allí se dirigían al entorno turístico de Alcazabilla y la Plaza de la Merced, con sus calles adyacentes. A eso de las 13 horas, llegaba el tiempo de la suculenta tapa con una copita de vino o caña de cerveza. También algunas tardes acordaban visitar algún museo, asistir a alguna conferencia o incluso visionar alguna película en centros culturales de proyección gratuita. Decidieron programar, al menos un fin de semana al mes, desplazarse a alguno de los pueblos que enriquecen el mapa provincial malacitano (Feliciano era viudo, desde hacía bastante tiempo) para lo que tomaban el bus correspondiente, en la estación central junto a Vialia, pasando una agradable jornada en la que compartían esa comida local y casera que los dos veteranos personajes tanto apetecían y valoraban.

El antiguo político no cabía en sí de gozo, al comprobar que al menos un ciudadano de Málaga no le daba la espalda, brindándole amistad, compañía e indudable afecto, en unos tiempos de soledad “angustiosos” soportar, para quien todo había tenido y había perdido, debido a la carencia de valores y buenos principios. Era el ”perdón divino” a tanta soberbia que soportaba o acumulaba su nublada memoria.

Otra mañana, ya en los albores de la estación otoñal, dado que soplaba un agradable viento de levante, decidieron realizar un notable ejercicio físico subiendo a pie a la zona del Parador de Gibralfaro, por las escaleras de la antigua Coracha. Ambos coincidían que era el punto en altura que ofrecía las mejores vistas aéreas de la ciudad.  Mientras reposaban sus cansados cuerpos, ante un par de cervezas y unos taquitos de queso, Ceferino miró a Feliciano, planteándole una pregunta mil veces pensada y nunca expresada, en los seis meses de amistad, tal vez por temor a la respuesta.

“Amigo Feliciano. Desde hace tiempo tengo una pregunta que hacerte, pero la verdad es que nunca me he atrevido a realizarla. ¿Por qué me elegiste para la amistad? Ciertamente, has tenido la bondadosa prudencia no preguntarme por datos privados, gesto que admiro y aplaudo. Lo que sabes de mi es lo poco que yo he creído oportuno contarte ¿Por qué yo, Feli?”

Su interlocutor, después de tomar un frío sorbo de cerveza, guardó silencio, durante unos segundos, que se convirtieron en minutos, modificando al tiempo su casi permanente sonrisa, en función del contenido preguntado.

“Mi buen amigo, Ceferino Melián. Hace años, el hotel en donde trabajaba atravesó un grave problema económico, debido a la recesión económica, que también limitó acremente los viajes turísticos. Yo era el delegado sindical del personal, en el hotel. Mis compañeros me delegaron para que tratara de buscar una solución “inmediata”, a consecuencia de que llevábamos más de tres meses sin cobrar nuestra nómina, por descapitalización de la empresa. Solicité cita en la sede de la Diputación Provincial y en la Alcaldía, para tratar de ayudar a resolver de alguna forma el patente y patético conflicto. En la corporación municipal me delegaron a la concejalía de comercio y turismo, en donde me dieron algunas leves esperanzas, para que 36 trabajadores no fueran directamente a la calle.

Cuando me acerqué a la sede de la Diputación, también solicité ser atendido por el presidente del organismo La cita me fue denegada sin más explicaciones. Sólo un funcionario quiso aclararme algo de lo que habías expresado cuando leíste el contenido de mi petición. Dijiste que tenías asuntos más importantes para atender y resolver. Y 36 familias sumidas en la desesperación. Pero, ya me conoces. No soy persona rencorosa. Seguí todo el proceso de tu caída política, que se aireó en la prensa un día sí y el otro también.

Al paso del tiempo, paseando un día por los jardines del Parque, te reconocí, a pesar de los años acumulados en el cuerpo, la barba y el bigote que te dejaste para pasar desapercibido. Te observé en varias ocasiones y al fin, ese día de abril decidió acercarme a tu persona. Percibía tu soledad y esa profunda tristeza facial, imposible de disimular. Te ofrecí lo que tú más necesitabas y más carecías: una limpia amistad. Así es mi persona, así es mi carácter. Y si te parece mejor, olvida todo lo que te acabo de contar”.

Ceferino, verdaderamente abrumado, miró a su amigo y le pidió perdón por su vergonzosa actitud. ”Feliciano, reconozco que la política llega a embrutecerte. Hace que se generen en ti las peores tendencias y debilidades. En modo alguno quiero perder tu valiosa amistad. Gracias, mil gracias, por esta generosa oportunidad que tu buen corazón me ha proporcionado, precisamente cuando hay cientos de personas que “repelen” mi contacto”.

Aquella limpia mañana de otoño, dos amigos sexagenarios bajaron hermanados por el camino de la antigua Coracha, siguiendo el zigzag de las escaleras de múltiples escalones, hasta el Parque malacitano. “Hasta mañana, amigo”. Hasta mañana, hermano”. –

 

 



UNA HERMOSA LECCIÓN DE

GENEROSIDAD Y AMISTAD

 

 

José L. Casado Toro

Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

23 septiembre 2022

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viernes, 16 de septiembre de 2022

EL INOLVIDABLE VERANO DEL 62.

Hay determinadas experiencias que quedan marcadas, en los almacenes invisibles de nuestras memorias, de manera firme, indeleble y con una entrañable nostalgia. Son vivencias, insertas especialmente en la gozosa etapa de nuestra infancia o adolescencia, que en ocasiones rememoramos con ilusión y afecto al paso de los años. Siempre nos preguntamos el por qué unas imágenes quedan mejor fijadas que otras, además de porqué algunas experiencias nunca llegan a olvidarse, mientras que hay otras que, incluso mirando testimonios fotográficos, se nos aparecen difusas e inconcretas. Probablemente estos contrastados resultados estén en relación con el interés, la trascendencia o significación personal de nuestro protagonismo en los hechos. Centremos nuestra atención en una historia sencilla, familiar y cotidiana, que nos habla del feliz y trascendente tiempo de la infancia.

AXEL, 9 años, se había levantado muy diligente y temprano de la cama, aquella mañana de un caluroso 31 de julio, actitud que no solía mostrar en la mayoría de los días. Durante la cena de la noche anterior, su padre ELIAN le había confiado el “secreto” del lugar en el que pasarían las vacaciones, durante el mes de agosto. Le había hecho prometer que en el día siguiente tenía que ayudar a su madre IDORA a preparar las maletas, con el equipaje necesario para esos días vacacionales. El 1º de agosto iban a poner destino hacia tierras castellanas, con dirección a una pequeña, pero muy atractiva, localidad leonesa muy cercana a tierras asturianas, llamada Boca de Huérgano, en donde había alquilado una casita rural para ellos solos, en cuyo natural ambiente iban a permanecer los alegres miembros de esta sencilla unidad familiar durante unas tres semanas.

El diplomado en ciencias empresariales, Elian Pasiega, 39 años, trabajaba como asesor financiero en una importante gestoría administrativa, cercana a la urbe de la Gran Vía madrileña. La residencia familiar la tenían en el densificado municipio de Móstoles, a treinta minutos en coche desde la capital. El trajín laboral y urbano que acumulaba este eficiente empleado era agotador, durante la mayor parte del año. Por este motivo tomó la decisión, junto a su mujer Idora, de pasar las vacaciones veraniegas en pleno entorno natural, aprovechando la oportunidad que mantuvo con un cliente amigo que negociaba el alquiler de viviendas rurales, por lo que obtuvo un precio especial para esas tres semanas de agosto. A Idora le pareció ese proyecto vacacional muy sugerente, pues también ella aspiraba a compensar la contaminación y el estrés urbano de la capital del Estado, pasando ese período en un entorno paisajístico tan atractivo como el que su marido había negociado. Ella también trabajaba fuera del hogar, como representante a domicilio de una conocida empresa de productos estéticos, para mejorar el cuidado corporal.

Como el vehículo de la familia Pasiega Amiga no posee un gran maletero, le comentaron a su hijo que sólo podría llevar su mochila y una maleta infantil, por lo que tendría que seleccionar lo más importante entre los juguetes que fuera a utilizar durante las vacaciones leonesas. Así que Axel estuvo gran parte de la mañana elucubrando acerca de lo que iba a llevar en la “gran” mochila verde oscura que cada día le acompañaba al colegio público en el que estudia y en la maleta azulada que le regalaron en su cumple. En realidad, su ropa iba a ir en las maletas “grandotas” de papá y mamá, por lo que tenía algo de espacio para guardar sus “tesoros” que le iban a acompañar en esas anheladas vacaciones tan lejos de Madrid.

Así que eligió su tablet, los patines, el libro con historias de Mortadelo, su trompo de madera y cordel, y esos binoculares, regalo de los abuelos, con los que podía ver de cerca aquello que se encontraba muy lejos de sus ojos. Añadió la acuarela, para los dibujos, a los que era muy aficionado. Tampoco podía faltar la colección de los soldados e indios de goma, con los que se entretenía muchas tardes al volver de clase. Tras dudarlo, puso en la maleta ese querido balón de badana, desinflado para que no ocupara mucho sitio, con el que peloteaba en la plaza cercana a su domicilio, jugando al fútbol con sus amigos.  Así estuvo organizando, con simpáticas dudas y cambios, su impedimenta, durante toda la mañana y parte de la tarde.

El desplazamiento hacia la provincia de León supuso un viaje cansado y accidentado, pero sin gravedad. Se encontraron las típicas caravanas vacacionales del 1º de agosto; tuvieron una avería en el Citröen de Elian, que fue reparada en un taller de carretera; un autoestopista se puso algo pesado en una gasolinera y al final hubo que llevarlo hasta Valladolid, sin desviarse del camino hacia el destino leonés. Precisamente esa tarde noche descansaron en un hostal de la ciudad del Pisuerga, pues la velocidad que podía alcanzar el ya vetusto vehículo familiar no era muy elevada. También se encontraron con el vuelco de una camioneta de frutas, por reventón de un neumático. Al igual que otros conductores, pudieron coger algunas manzanas, que estaban repartidas por una extensa zona. (era el cargamento de la camioneta averiada). Axel se divirtió de lo lindo, recogiendo pequeñas manzanas en una bolsa, ante la mirada sonriente de Idora.

Ya al mediodía del día 2 llegaron a su destino, preguntando a unos agentes de la circulación la mejor dirección a tomar para llegar a la zona de Boca de Huergano, no lejos del Esla, el gran afluente del rio Duero. Quedaron maravillados cuando vieron la casita de campo, llamada La Cabaña, que iban a habitar durante gran parte de ese mes para las vacaciones. Elian llevaba las llaves que le había entregado su amigo en Madrid. La pintoresca vivienda estaba situada en medio de la naturaleza, junto a una gran zona boscosa. No lejos de esta pequeña casa, construida de madera y piedra, había pequeñas localidades a las que se llegaba sin gran dificultad. Por supuesto tenían previsto visitar la capital leonesa, para lo que tendrían que recorrer poco más de 100 kms, por unas carreteras no especialmente cómodas para la circulación, pero con el escenario impresionante que regalaba esa vertiente de la cordillera cantábrica, zona de Picos de Europa, con sus elevadas cumbres y vertientes cubiertas de un cromático y denso manto vegetal de intenso color verde (hayas y robles) para esa época del año.

Una vez que atravesaron el gran portón de madera, se encontraron con un acogedor salón en el que había una bien construida chimenea, con sus leños preparados para guisar o calentarse, la cocina, dotada de todo el instrumental y menaje necesario, un pequeño cuarto de aseo y junto a él una escalera, toda ella de madera oscurecida, que daba a los dos dormitorios superiores, separados por un cuarto de baño en donde habían instalado una modesta ducha, sanitario y lavabo. Como novedad curiosa, debajo de la cama del matrimonio y también bajo las dos pequeñas camas del segundo dormitorio, había sendos orinales, bacines o escupideras de loza blanca. 

La entrañable vivienda vacacional tenía un cierto olor “a viejo” a causa de llevar algo de tiempo sin alquilar, según le comentó a Elián su amigo. Era necesario realizar una intensa limpieza, a fin de favorecer su habitabilidad. Aquella noche de emociones, cenaron de los fiambres, pan y alguna que otra fruta que llevaban en una cesta de mimbre desde Madrid. Aunque habían dedicado casi una hora a ordenar un poco la casa, dejaron la limpieza para el día siguiente. Se fueron pronto a la cama, porque se sentían cansados del trajín viajero. Por fortuna, en los armarios del dormitorio encontraron varias mantas que colocaron bajo la colcha. A pesar de estar en el mes de agosto, el frío de la noche arreciaba en el exterior. Decidieron que, al día siguiente por la tarde/noche, encenderían los leños de la chimenea, pues desde el salón el calor se difundiría por toda la casa.

Axel apenas durmió aquella primera noche. Bien tapado, hasta las orejas, escuchaba ruidos extraños en las paredes que parecían crujir, además el viento percutía en los cristales empañados de la ventana. También percibía algunos agudos sonidos emitidos por los animales de que habría en la zona que, según su padre, podrían ser corzos, jabalíes, ciervos o incluso lobos, todo lo cual incrementaba su miedo, por lo que iba tapando cada vez más, dejando solo la parte superior de la cabeza fuera del cobertor de lana, la colcha y la sábana.

Estaba amaneciendo cuando el canto repetitivo de algún gallo madrugador despertó el inquieto duermevela de Axel. Cuando salió de su dormitorio, vio que sus padres ya estaban preparando el desayuno. Tras la frugal restauración (apenas le quedaba nada alimentario en la cesta de mimbre, Elian decidió ponerse manos a la obra, a fin de ir limpiando y ordenado todos los aposentos de la casa. Idora y su hijo salieron a la calle a fin de buscar alguna tienda, en donde poder comprar aquellos alimentos más perentorios para los primeros días. Le preguntaron a una señora mayor que paseaba lentamente con su bastón en la diestra. Tras observarles durante unos segundos, sonrió.

 “Deben ser Vds. los señores que han alquilado La Cabaña, la casa rural del Epifanio, ya que al quedarse viudo no se sentía muy bien, estando solo en aquel caserón, por lo que se ha ido a vivir a casa de su madre, en una localidad no muy alejada. Así saca una rentilla, para ir tirando, además de lo que obtiene de sus vacas. Su leche es la mejor de la zona y los quesos que lleva a la Cigüeña para vender, no los hay de buenos mejores en toda la comarca. Esa tienda está dos calles más arriba y la lleva la Sra. Marcela. Allí pueden encontrar casi de todo, para el almuerzo y la cena. A la paz de Dios y buen gusto en conocerla. Damiana, para servirla”.  

En el colmado de la Sra.  Marcela hicieron una buena y variada compra, para afrontar la alimentación de los primeros días vacacionales. La propietaria de este comercio, en el que había un poco de todo, le recomendó que el mejor pan de la zona se elaboraba en la tahona de Aniano, el panadero y pastelero más apreciado en la comarca. A la tahona recomendada se dirigió, después de dejar la compra realizada en casa, para elegir un gran pan redondo, con miga amarilla y gruesa corteza muy bien cocida. Allí entabló conversación con la mujer del panadero, Leonor, quien le animó a llevarse un paquete de rosquillas mantecadas que, recién sacadas del obrador, olían a gloria bendita. Mientras que Axel se distraía mirando los apetitosos dulces expuestos tras la urna de cristal, salió de la trastienda un niño de una edad similar a la suya, que se llamaba Izán, hijo único del matrimonio panadero. Los dos niños se miraron y sonrieron. Mientras sus madres respectivas hablaban, ellos comenzaron a intercambiar unas palabras.

 

“¿Vamos a ser buenos amigos?” le preguntó Izan a Axel. Éste respondió afirmativamente, moviendo su pequeña cabeza de arriba abajo. “Yo estoy con mis padres de vacaciones en una casona de madera y piedra, rodeada de muchos árboles y que no está muy lejos de tu tienda”. “¿Nos podemos ver esta tarde, en la plaza de la Iglesia? Así te voy enseñando algunas cosas interesantes del pueblo y los alrededores”. Así, de esta forma tan sencilla y sincera, estaba naciendo una gran amistad entre dos niños de nueve años, a los que el destino quiso acercar, en una zona de territorio peninsular atesorada de verde y saludable naturaleza.

 

Gracias a Izán el mundo urbano de Axel se fue transformando, abriéndose hacia otra forma de vida más en contacto con el medio natural. Llegaron para él otras nuevas, interesantes y felices experiencias que fueron enriqueciendo su tímida receptividad para las novedades y cambios vinculados a esa su edad de la preadolescencia. Los divertidos baños en el río, el ordeño de las vacas, en las mañanas, la recogida de los huevos en el corral, ese viaje agrario de verse montado en una trilla para el trigo, conocer la magia de cómo hacer un buen pan y adornar con estilo los dulces y pasteles en el obrador de Aniano en el que “todo era posible”. También, ayudar por las tardes a don Salviano, el venerable cura párroco de la zona, tirando de la cuerda para que sonaran las campanas de la iglesia llamando a misa, salir en grupo de chaveas por los caminos vecinales ¡siempre sin pasar del Puente de las Maravillas! Aprender a tirar con puntería del tirachinas, esa aventura de subirse a un árbol, para coger una fresca manzana que siempre regalaba a su madre. También disfrutaba mucho con la sesión de cine de los sábados y domingos por la tarde (la organizaba y era el maquinista proyector el cura don Salviano, que utilizaba para ello el salón parroquial, costando la entrada sólo 1 peseta, dinero recaudado para atender a las familias más necesitadas). Eran más las veces que el rollo de celuloide o la propia máquina de proyección se averiaban, con el jolgorio y risas propio de la chiquillería asistente. Una plástica experiencia, que impactó con fuerza en la mente del niño madrileño, fue cuando invitaron a sus padres a participar en una matanza organizada por una chacinería, en la que estuvo junto a su amigo Izán, ya curtido en estas cruentas, pero necesarias actividades, en pro de la alimentación de los humanos.

En realidad, antes de aquellas semanas leonesas, Axel era un niño un tanto tímido y sin grandes iniciativas, viviendo como en una cápsula protectora familiar. Pero la amistad con el hijo del confitero y panadero le supuso la experiencia más educativa y vital que un crío de 9 años necesitaba para avanzar en su desarrollo hacia esa adolescencia que llegaba sin pausas a su existencia. El propio hecho de compartir entre ambos sus secretos, las habilidades y los juguetes, le fue socializando en su apertura hacia un mundo diferente y complementario al intensamente urbano que él conocía en su residencia madrileña. Fueron tres semanas inolvidables e intensamente educativas, que ya nunca podría borrar de su infantil memoria. Y se iba acercando el día de la despedida vacacional.

Día a día, hora tras hora, el calendario siguió cubriendo su innegociable recorrido. Esas tres semanas de vacaciones se habían quedado demasiado cortas, para la ilusión de un niño que estaba despertando gozosamente a la vida. Izan y Axel decidieron pasar la noche previa a la partida del segundo en el campanario de la iglesia, con la benevolencia y comprensión de don Salviano que se hacía cargo de la ruptura que esos pequeños tan amigos iban a tener que afrontar. Tanto Idora como Leonor, sus madres, les prepararon un picnic suculento para la cena, en un escenario de viejas y grandes campanas enmudecidas, respetando los silencios de una noche estrellada en Castilla. Tras la original y escénica cena, los dos niños a ratos hablaban y a ratos callaban. Mezclaban sus risas, con la tristeza del adiós, aunque disimulaban con “fortaleza” esas traviesas lágrimas que siempre buscan su sentimental protagonismo. Allí arriba, en el inmaculado habitáculo de las cigüeñas campaneras, permanecieron hasta más tarde de las doce, bajo ese manto lustrado por las estrellas fugaces y la sonrisa generosa de la brillante luna agosteña.

En la mañana de un lunes, 22, Leonor y su hijo Izán acudieron a La Cabaña, la ruda y bella al tiempo casita rural que había acogido a la familia Pasiega-Amiga durante tres semanas. Querían despedir a esa entrañable familia madrileña, que tan buen sabor de boca había dejado entre los habitantes de Boca de Huérgano. Aniano tenía que atender el trabajo.  del obrador, pero había preparado una gran caja de mantecadas como regalo, en cuya tapa había hecho dibujar la palabra VOLVER. Aquí tenéis vuestra casa y nuestra amistad. Axel e Izán se fundieron en un cálido abrazo, con la promesa de estar otra vez juntos lo antes posible. El Citröen de Elian está vez respondió sin mácula técnica, alejándose a través de la calle Mayor que terminaba en la Plaza de la Iglesia. Axel miraba a través del empolvado cristal trasero del vehículo, observando como su amigo le decía adiós con esa mano limpia, pura y solidaria, que sustenta la amistad y afecto entre los humanos de cualquier edad.

Aquel verano del 62 quedó indeleblemente marcado en la memoria de Axel. Pero también es ley caprichosa en los comportamientos humanos que las cartas `prometidas, los reencuentros previstos y la vuelta a las recias tierras leonesas no se pudieron consumar, por diferentes motivos. Así pasaros los meses. Y así transcurrieron los años.

Mucho tiempo después, cuando se acercaba el verano del 88, Axel Pasiega, doctor en medicina, casado con Arancha y padre de una niña llamada Makia, tomó la decisión de proponer a su mujer pasar unos días de vacaciones en la Castilla cantábrica, reencontrándose con esa naturaleza boscosa que nunca había olvidado. Reservaron un apartamento en el Hostal El Gamo, ubicado en el entorno rural de Boca de Huérgano, complejo turístico de reciente construcción. En realidad, deseaba recuperar, en lo posible, aquellas antiguas vivencias infantiles, protagonizadas hacía 26 años y que tanto le habían marcado en su evolución personal.

Ya instalados, en un nuevo agosto para la memoria, se dirigió en primer lugar a la iglesia, aquella en la ayudaba a tocar las campanas tirando como podía de una larga y fuerte “maroma”. Pero en ella ya no estaba el bueno de don Salviano. También preguntó en los bares del pueblo, pero sin mayor suerte para la información. Recordaba la ubicación de la tahona pastelera y panadera de Aniano, pero allí se encontraba ahora instalada una sucursal Burger de comida rápida. Sin dificultad localizó la ubicación de la casita rural, La Cabaña. En su lugar habían edificado una residencia para las personas de la tercera edad, manteniendo el mismo nombre. Se dirigió finalmente a la alcaldía, inquiriendo información acerca de la familia de Aniano, Leonor e Izán. Después de algunas gestiones, en el padrón de la villa, un abuelo que dormitaba en la vieja y pétrea plaza recordaba que la familia del pastelero Aniano había emigrado a tierras catalanas, hacía “muchos años”, en donde tenían algún pariente lejano, que les había buscado acomodo para un cambio de vida, pensando en el futuro de su hijo que quería estudiar ingeniería en una ciudad importante.

Permanecieron en el hostal durante diez días. Asuntos pendientes en su hospital y la triste convicción de que por él y por aquellas tierras habían pasado casi tres décadas, influyeron en la decisión de la vuelta a Madrid. En la mañana del regreso, detuvo durante unos minutos su vehículo Peugeot cuando pasaba por la plaza de la Iglesia y volviéndose hacia atrás miraba el mismo lugar, en el que hacía veintiséis años Leonor y su amigo Izán les decían adiós, disimulando su serena tristeza con una forzada sonrisa. Su hija Makia lo observaba divertida, preguntándole “¿Papi, estás buscando a alguien?  La respuesta de Axel fue una sonrisa con ausencia de palabras. Hubiera querido decirle “Sí hija, busco un pasado imposible ya de recuperar”. -                  

 

EL INOLVIDABLE

VERANO DEL 62

 

 

José L. Casado Toro

Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

16 septiembre 2022

                                                                                Dirección electrónica: jlcasadot@yahoo.es           

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viernes, 9 de septiembre de 2022

ALGUIEN AL OTRO LADO DE LA PUERTA.

 

Oliver Ortial, 37 años, guionista de telefilms o películas para la televisión, llegó sudoroso y con una patente preocupación en el rostro a su apartamento, ubicado en el barrio madrileño de Fuencarral, cuando el reloj marcaba las 20:30. Esa tarde, viernes de agosto en Madrid, había alcanzado los 36 grados en los termómetros, provocando un calor sofocante. Pero el motivo fundamental de su híper sudoración no era sólo la elevada templanza térmica que dominaba la capital, sino también el “raspapolvo laboral” que había recibido por parte de Unay Bastida, su jefe, director de proyectos de la cadena REDES TV. Conservaba muy bien en su mente las palabras que, en tono imperativo, había recibido de su muy enfadado superior.

“Has incumplido, ya en dos ocasiones, los plazos que te hemos dado, para presentar algún argumento válido, con vistas a esa serie de tres episodios, con formato de thriller, que tenemos prevista grabar para el otoño. El género intriga se está vendiendo ahora muy bien, para los gustos del gran público. Y la competencia no se va a quedar esperando. No corre, sino vuela. Te lo planteamos en primavera, y el verano finaliza y no nos traes nada que podamos estudiar y valorar. Te lo advierto, Ortial. Estás en plantilla, pero si no cumples, sales de la empresa. Sólo me dices que tienes unos apuntes y que estás en un momento difícil de creatividad. Pues bien, hoy es viernes. Tienes el fin de semana para ti solo. Dedícate a ello, pues posees madera para hacerlo. El lunes, a las doce, es el tercer y definitivo plazo. Si no nos traes algo que valga la pena, considérate despedido. Te lo digo de esta forma porque yo también tengo jerarquías por arriba de este despacho y éstos no se andan con rositas”.

Este licenciado en Literatura contemporánea asumía que llevaba una época con la imaginación bastante plana. ¿Motivos?  La ruptura con Serena, cansada de sus trapalerías y castillos en el aire, le había supuesto un duro golpe anímico. Algún impagado de la hipoteca bancaria, correspondiente a su apartamento, también le tenía un tanto preocupado. Incluso su cronología, que ya se iba acercando a los cuarenta, década complicada para muchas personas. No era fácil abandonar el gozoso estado de la prolongada juventud. Se estaba convirtiendo en una persona adulta y tenía que comportarse como tal. En definitiva, que no se encontraba en un buen momento creativo.

Su prestigio en el oficio procedía de la participación muy afortunada que tuvo en el concurso organizado por la concejalía de Cultura del Ayuntamiento de Madrid, certamen titulado: la fabulación en los nuevos escritores. Ganó el segundo premio y su historia corta fue publicada, teniendo una muy buena acogida de ventas entre el público lector. Esa inesperada fama, le hizo abandonar su puesto de profesor de creatividad literaria, en una academia en el barrio de Atocha, dedicándose desde entonces al ejercicio libre de la literatura, siendo contratado por la productora Redes TV hacía dos años y medio. Pero últimamente no estaba cumpliendo con puntualidad sus compromisos con la empresa mediática. Las palabras de Unay eran bastante concluyentes. Se podía ver en la calle por incumplimiento de contrato.

Así que sudoroso y abrumado, se puso bajo la ducha durante un buen rato. Necesitaba relajarse. Se autoanimó pensando que en otras oportunidades había sabido salir del aprieto, en cuanto a los compromisos de entrega. ¿Por qué no habría de hacerlo en este fin de semana agosteño, con una temperatura que se acercaba peligrosamente a los cuarenta grados? El agua tibia seguía cayendo, a modo de lluvia purificadora, sobre su piel, tonificando un cuerpo que cada vez hacía menos deporte y se estaba abriendo receptivamente a los gramos y a las siempre traviesas calorías.

Dispuesto a pasarse toda la noche en vela, delante del teclado de su MAC, se preparó un par de sándwiches de pan integral (lascas de cecina, gotas de aceite de oliva, loncha de queso blanco y hojas de brotes tiernos de lechuga, combinación que le agradaba) y un buen tazón de café con soja líquida, utilizando unas nuevas cápsulas recomendadas que tenían un grato y misterioso sabor oriental.

Apenas estaba finalizando la muy frugal cena, cuando escuchó en la puerta de entrada a su apartamento (un 3º A) unos ruidos metálicos que se repetían con intervalos de segundos. Tenías el monitor de televisión apagado, por lo que agudizó el oído, dirigiéndose hacia el pequeño y coqueto recibidor. No había duda alguna, alguien estaba tratando de abrir la puerta, utilizando una llave. De inmediato sintió una mezcla de curiosidad y preocupación. Pensó que podría ser algún vecino nuevo, que se había equivocado de planta o vivienda, pues en su bloque había algunos pisos alquilados, propiedad de inversores que habían comprado viviendas para el alquiler, para temporadas o días. Como los intentos por abrir la cerradura continuaban, preguntó en voz alta quién era. Tras unos segundos de expectante silencio, al otro lado de la puerta escuchó la voz de una mujer que se identificó como Mireya. Manifestaba, un tanto nerviosa en el tono de sus palabras, que le habían facilitado la llave del 3º A para ocupar, durante un mes, ese apartamento.

Ya más tranquilo, Oliver decidió abrir la puerta. Tenía ante sí a una mujer joven, con rostro angelical, que no llegaría a la treintena en su edad. Cabello liso de color negro que se recogía con un broche juvenil en una media cola. Desde luego sus ojos turquesas transmitían una cierta intriga o misterio. Fino rostro y una gran delgadez en su cuerpo, que no superaría los 1,65 m. Vestía una camiseta beige, shorts celestes y zapatillas Converse blancas, muy nuevas y limpias. Sólo añadió a lo ya manifestado “Es que he realizado un largo viaje, desde Estocolmo, y estoy profundamente cansada”. El propietario del inmueble le invitó a que tomara asiento, ofreciéndole un refresco frío de naranja que trajo desde la cocina.

La inesperada joven, tras recuperarse de la sequedad que le había provocado el intenso calor reinante en el día sobre Madrid, comentó breve y espontáneamente que trabajaba para una empresa internacional de componentes electrónicos y programación de redes informáticas. “Esa es mi preparación”. No indicó su lugar de nacimiento, aunque el castellano que utilizaba tenía un marcado acento extranjero, parecido a la vocalización germánica. Tras disculparse, tomó su iPhone, comenzando a realizar repetidos intentos de conexión, posiblemente con la sede de su empresa, pero dada la hora que marcaban los relojes (las 22:15) no parecía lógico que recogieran sus llamadas. Se la notaba cada vez más inquieta y molesta.

El escritor de guiones quiso distorsionar la situación y tras pensarlo durante unos minutos mostró su generosidad, ofreciéndole hospitalidad.

“Entiendo, Mireya, que ha habido un curioso error. Es evidente que te han facilitado unas llaves que no son de este apartamento. Sin embargo, me indicas que la dirección que te han dado corresponde a esta vivienda de mi propiedad. Mañana sábado puedes volver intentar el contactar con tus superiores, a fin de tratar de aclarar la situación. En tu trolley o en el maletín pienso que tendrás algún mecanismo informático. Ahora después te facilito la dirección de mi Wiffi para que te puedas conectar. Tengo un sofá cama, en este lateral del saloncito, que puedes utilizar si lo estimas necesario, a fin de pasar la noche. Desde luego el calor en la calle es sofocante. Tengo puesto el aire a veinticinco grados, pues con el aire frio sufro problemas de garganta. Te puedo también ofrecer un par de sandwiches y algo de café que tenía preparado”.

Mireya, ya más serena, asintió con la cabeza, expresando unas amables palabras de agradecimiento. “Gracias, eres muy amable y hospitalario. No te molestaré mucho, pues me siento muy cansada, con la necesidad de dormir. Me conformo con un vaso de leche. ¿Puedo utilizar la ducha?”

Oliver estuvo trabajando un par de horas con su ordenador, mientras Mireya ya descansaba. Al final le había cedido la cama de su cuarto, por lo que él utilizó el sofá cama. Sobre las 2:30 ya estaba completamente dormido. El intenso calor y los avatares del día lo habían dejado muy agotado.

Se despertó bastante tarde, en la mañana del sábado, a pocos minutos de las 11. Mientras se aseaba y preparaba el desayuno trató de hacer el menor ruido posible, para no molestar el descanso de la joven que ocupaba su dormitorio. Tras finalizar el refrigerio matinal, se acercó a la puerta del dormitorio y dando un par de golpes con los nudillos preguntó. “Buenos días, Mireya ¿Qué te apetece desayunar?” Pasaron unos segundos y no obtuvo respuesta desde el interior. Repitió la misa operación, una vez más, con el mismo resultado. Entonces, con sumo cuidado y lentitud entreabrió la puerta. Para su sorpresa ¡no había nadie en el interior de la habitación!  La ropa de la cama estaba dispuestamente ordenada. Y en la mesita de noche, junto al vaso vacío de leche, había una larga nota manuscrita, con el nombre de Mireya al final del texto.

“Muchas gracias, amigo Oliver, por tu generosidad. Aunque no lo creas, me has ayudado mucho. Ayer noche venía presurosa y con graves problemas, porque me estaban siguiendo. No te lo quise decir, a fin de evitarte preocupaciones. Aproveché un portal que se estaba cerrando, el de tu bloque, y ya en el interior repasé los buzones del correo. Al ver tu piso con un solo nombre, teatralicé la escena de la llave y tuve suerte, porque afortunadamente te encontrabas en casa. Así que he podido ocultarme esta noche, lo cual te agradezco, para mi seguridad. Como te estarás haciendo muchas preguntas, sólo te aclaro que el contexto de esta “peligrosa” situación es la del espionaje industrial. Un mundo muy complejo, en el que se mueven grandes sumas económicas. Y utilizan todo tipo de medios, para conseguir sus fines, aunque estos sean ilícitos. Esta mañana he de seguir mi camino, pues he podido burlar a quien no me podía hacer mucho bien. He tenido que salir casi de madrugada, bajo el cobijo de las estrellas en el cielo madrileño, cuando plácidamente descansabas. Algún día podremos reencontrarnos, desde luego con más sosiego y seguridad. Será un verdadero placer vivir esa gozosa oportunidad. Mireya”.

El cada vez más desconcertado guionista televisivo apenas daba crédito al contenido de la nota que estaba leyendo. Intensamente confundido ante una situación del más puro thriller cinematográfico, repasó las pertenencias del piso. Nada faltaba. Todo estaba en orden.

El sábado se presentaba en sumo enigmático para Oliver, pero luminoso y con el habitual contraste térmica del agosto castellano. Tras el sorprendente episodio de Mireya, decidió darse un largo y relajante paseo por los jardines de la Casa de Campo. Era necesario mover las articulaciones, pues sabía que esa tarde protagonizaría su permanencia en casa para no abandonar el teclado del ordenador. Le seguía dando vueltas en su pensamiento al caso de Mireya, con esas preguntas sin respuesta que tanto le aturdían: ¿Quiénes eran los perseguidores de la bella joven que esa noche había descansado en su casa? ¿Qué había de verdad o ficción en lo que brevemente le había contado en la nota manuscrita? ¿Por qué la chica eligió su casa y piso? ¿No sería mejor haber acudido a la policía, para poner en claro la situación y obtener la necesaria protección?  ¿Se trataría de una empresa rival, en la elaboración de esos componente o circuitos electrónicos? ¿La mafia industrial y violenta estaría de por medio en este escabroso episodio? ¿Habría gobiernos implicados en la lucha por el poder informático? Y así preguntas e interrogantes diversos, sin las convincentes y necesarias respuestas.

Oliver aprovechó la tarde para ir garrapateando en su manoseada y entrañable libreta numerosas notas, hipótesis, dudas, detalles, posibilidades. Todos ellos centrados en la figura de una mujer que se había presentado en un piso que “supuestamente” debía habitar, pero sin las llaves adecuadas. Y que articula, en fases, una curiosa y enigmática historia, digna de un buen guion cinematográfico, en donde la intriga y el thriller tenían el principal protagonismo. Todo parecía muy raro, muy extraño. Esa noche cenó en una pizzería cercana, en la que habían contratado a un cantautor que entonaba, con su guitarra, bellas melodías napolitanas. La verdad es que no tenía mucho apetito, por lo que la media pizza pepperoni que le sobró se la llevó en una cajita a casa, para consumirla al día siguiente, tras calentarla en la sartén. Ante de abandonar el restaurante italiano, pidió un café moka bien cargado, ya que estaba dispuesto a pasar gran parte de la noche (cuando con más fluidez y creatividad escribía) redactando un buen guion para la serie encargada, que ahora estaría centrado en su propia experiencia con la joven que aparece al otro lado de su puerta.

El domingo apenas salió de casa, pues se sentía inspirado para completar la primera redacción de una historia de rivalidades, luchas, intereses e importantes consorcios económicas en juego, en el seno de la conflictividad mafiosa de las grandes corporaciones industriales, inmersas en un contexto de alto riesgo delictivo.  Así que, en la mañana del lunes, con los ojos vidriosos a consecuencia de otra noche casi en vela, Oliver Ortial se presentó en Redes TV, sobre las doce del mediodía, llevando bajo el brazo un dossier de veintiséis folios, que contenían la maqueta temática y organizativa de una serie/thriller de tres capítulos, cuyo título provisional sería “ALGUIEN AL OTRO LADO DE LA PUERTA”. La redacción definitiva partiría del esquema o base temática que en ese momento presentaba. Su receptor, Unay Bastida, repasó y leyó, con generosa lentitud, los contenidos de esos folios impresos, quedando gratamente impresionado de la interesante trama argumental que le presentaba el cansado pero satisfecho guionista.

“He de felicitarte, Oliver. Al fin “te has puesto las pilas” y has vuelto desarrollar esa maravillosa creatividad argumental que llevas en la sangre. Desconozco lo que has hecho o has vivido durante este largo fin de semana. Desde luego ha tenido que ser algo en sumo interesante y motivador, que te ha permitido volver a tus mejores raíces imaginativas y expresivas. Has cumplido y, para tu tranquilidad, quiero confirmarte que sigues en plantilla”.

En la mañana del martes, el propio Unay, tras una reunión con los jefes en la planta segunda de la productora, llamó a su colaborador guionista para darle el OK. definitivo, a fin de que se pusiera a trabajar de inmediato en los contenidos del primer capítulo de la serie. Querían comenzar el rodaje en un mínimo de doce días. La felicidad de Oliver Ortial era patente. Una vez más había podido “salvar los muebles” en una situación personal bastante complicada.

Jueves por la tarde. Bar/cafetería El Cenáculo, a dos manzanas de Redes TV. Un hombre y una mujer comparten sendas tazas de café. El hombre le entregó a su interlocutora un sobre, que ésta recogió con una expresión serena y satisfecha.

“Tu interpretación ha tenido que ser muy convincente, Clamia… La Mireya “perseguida” y asustada que simulaste ha tenido efectos dinamizadores en un buen guionista, que llevaba meses bloqueado en su creatividad por circunstancias personales. Te has ganado los 600 euros prometidos, dado el buen resultado de la gestión que te encargamos. Espero que sigamos en contacto. Puede haber nuevos roles interpretativos y a ver si te puedo buscar algún hueco, en nuestro elenco de actrices” “Gracias Unay, en eso confío”.

Ambos amigos se separaron con un apretón de manos, añadiendo una cómplice y lenta sonrisa. -

 

ALGUIEN AL OTRO LADO

DE LA PUERTA.

 

 

José L. Casado Toro

Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

O2 septiembre 2022

                                                                                   Dirección electrónica: jlcasadot@yahoo.es

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