viernes, 19 de julio de 2019

DIALOGANDO CON LA SUTIL ACÚSTICA DE LOS SILENCIOS.

A poco que seamos justos, pero también generosos en la valoración, todas las profesiones o la casi inmensa mayoría de las mismas resultan admirables y dignas del mayor aplauso y estima. Cualquier actividad cumple una necesaria e importante función social, ya sea en el sector agropecuario, con la minería, la pesca y la construcción, ya sea en el ámbito de la transformación y producción industrial o, finalmente, en ese tercer sector laboral, variopinto y diversificado, de los servicios, que hacen posible el mejor engranaje de los dos primeros sectores de la economía en cualquier país, región o localidad. Sentadas estas definitorias premisas, también hay que aceptar que unas profesiones están más valoradas y “retribuidas” con respecto a otras que, en ese juego caprichosos del mercado, poseen una especial significación por múltiples factores, ya sean individuales o por el contrario sociales. En cuanto a la injusticia retributiva de uno u otros oficios, la realidad es bastante tozuda, pero no hay que perder de vista que nos encontramos en una sociedad capitalista de libre mercado, en donde la oferta y la demanda se hace dueña y señora de las compensaciones que unos y otros reciben por sus esfuerzos profesionales. 

Es necesario y obvio valorar la plausible, abnegada y paciente dedicación que desarrollan durante sus horas de trabajo aquellos vigilantes que prestan sus servicios en una gran diversidad de edificios y entidades, sean culturales, deportivas, financieras, sanitarias, lúdicas, comerciales o de cualquier otro género, tanto de titularidad pública o privada. La mayoría de las horas permanecen trabajando de pie, cumpliendo con la rutina de largos horarios, sin otros incentivos que  evitar cualquier conflicto o deterioro en las instalaciones, así como el rechazable delito de dañar las obras y materiales integrados y expuestos en sus naves para la visita del público. En este expositivo contexto está inserta la trama argumental de nuestro relato.

Julia Irea del Camino había finalizado sus estudios de Filosofía y Letra, en la rama de filología clásica, hacía ya más de seis años. A pesar de su bien considerado, objetivamente, expediente académico, ha pasado más de un quinquenio sin poder desarrollar tarea laboral alguna y, por supuesto, el ejercicio de su cualificada y específica preparación universitaria. Han sido años de profundas dificultades económico/sociales la causa primordial que ha impedido a muchas personas encontrar cualquier acomodo laboral en los distintos oficios del mercado, al igual que en el caso de esta joven mujer el ejercicio docente o investigador. Oposiciones laborales ”congeladas” u observando la política administrativa de muchas comunidades o entidades oficiales, ofertando un número excesivamente reducido de plazas para todos aquellos que, tras su presencia en los exámenes y pruebas competitivas, luchan por conseguir esa ansiada estabilidad laboral que tan difícil se nos hace en los tiempos actuales. 

A pesar de este disputado, frustrante e “imposible” panorama social, Julia nunca ha renunciado a ofrecer su preparación y buen hacer, llamando en “una puerta, tras otra”, aunque con resultados desalentadores para sus legítimas e ilusionadas aspiraciones. Pero una vez que el ciclo recesivo en los caprichosos engranajes de la economía ha ido cambiado de tendencia, las posibilidades laborales se han ido incrementado para compensar todos esos largos años de estudio, sometimiento y paciencia, ante las expectativas de poder encontrar un digno puesto de trabajo.  

Cierto y afortunado día llegó a su conocimiento la convocatoria de una oferta de trabajo temporal (eran periodos de seis meses de actividad, que podrían ser renovables) organizada por la Oficina de dinamización laboral del Ayuntamiento de la localidad en donde “desde siempre” ha estado empadronada. De inmediato vio que el perfil de su currículo se acomodaba, de manera preferente, hacia una serie de plazas ofertadas para trabajar en las bibliotecas, museos y centros expositivos, dependientes del Área de Cultura municipal. El currículo que presentó con su inscripción en la convocatoria, en el que se integraba su excelente expediente académico, los cursos y cursillos realizados y los trabajos elaborados y publicados, le abrió fácilmente la concesión de una de las plazas de ese anhelado trabajo, aunque no tuviese la característica de fijo en su estabilidad temporal.  En pocos días, tras la resolución positiva de la convocatoria, fue asignada a un centro museístico y expositivo, vinculado al Área de la Concejalía de Cultura de la Corporación Municipal, local ubicado en las “entrañas urbanísticas” de la antigua ciudad malacitana.

En este centro museístico se iniciaba una exposición, vinculada al ciclo de pintores actuales, cuyo protagonista era un poco conocido (fuera de los círculos culturales correspondientes) artista de los pinceles, llamado Remigio Vistafermosa Elían, cuya muestra de óleos estaría abierta al público asistente por las tardes de 17 a 21:30 horas, durante dos semanas. Obviamente, la asistencia a la exposición municipal era gratuita para todo aquel que quisiera ir a conocerla y disfrutarla. Ese sería también el horario vespertino de la muy satisfecha Julia, ante su primer trabajo retribuido conseguido después de una larga y desesperante “sequía”.

Julia acudió el primer día de la muestra con una cierta y prudente anticipación en el horario, pues deseaba familiarizarse con las dependencias del centro expositivo, así como repasar puntualmente sus obligaciones correspondientes que eran, básicamente, las siguientes:  la apertura y cierre del local expositor, cumpliendo el horario establecido por el departamento de Cultura, vigilar convenientemente que ninguno de los 24 cuadros expuestos sufriesen deterioro o acción inadecuada por parte de los visitantes a la muestra, repartir catálogos de la exposición a todos aquellos asistentes que lo solicitasen e informar a los mismos de algunos datos de cada cuadro, reseñas sintetizadas que se le habían facilitado en un archivo de Internet enviado, dos días antes de la apertura expositiva, al buzón de su dirección electrónica. Como ella era la única vigilante y asesora de la muestra, no podía dejar su lugar de trabajo por algún motivo (como ir, por ejemplo, a los lavabos) sin antes  haber contactado con el guarda de seguridad que prestaba sus servicios en el edificio, a fin de que la sustituyera durante algunos minutos. En este antiguo edificio, aunque bien remozado, también había otras dependencias administrativas y servicios de profesionales autónomos.

En ese primer día de trabajo, la asistencia a las dos salas que constituían la exposición fue especialmente reducida. Durante las cuatro horas y media de apertura visitaron la muestra sólo cinco personas, de manera espaciada en el tiempo. Dos de ellas para solicitar información acerca de un despacho de abogados y una consulta médica, respectivamente, cuyos locales no se encontraban  precisamente en el bloque del centro expositor. También estuvo durante unos quince minutos una extraña dama, ataviada con ropajes bohemios, en el que destacaba una amplia (en su diámetro) pamela blanca de paja que cubría su cabeza, con unas gafas oscuras de las que no se despojó en el interior de ambas salas, una falda de seda estampada con motivos geométricos, teñidos de intensos cromatismos y calzando unas muy usadas sandalias morunas de piel beige con remaches dorados. Los años que atesoraba la extraña dama (no pronunció palabra alguna, durante ese cuarto de hora presencial) sobre un cuerpo de epidermis repetidamente acanalada, serían difíciles de concretar, pero sí de imaginar. Además de un estudiante, que parecía de bellas artes por llevar en sus manos dos marcos entelados sin pintar, esa quinta persona que entró en la sala era una joven mensajera que a toda prisa traía un par de pizzas familiares, pero con la dirección erróneamente equivocada para entregar tan suculento y apetitoso envío.

La realidad era que el ínclito artista centraba toda la obra expuesta en dos únicos temas: algunos retratos (posiblemente de familiares y amigos del pintor) y una mayoría de bodegones con alimentos varios: mariscadas, dulces y pasteles y, de manera especial, preciosas fuentes de rica fruta. Resultaba curioso la convivencia de esta plástica temática expuesta para la realidad física de Julia, pues entre sus muchas cualidades no se encontraba el autocontrol en la ingesta. La joven soportaba con estoica paciencia un difícilmente disimulado sobrepeso acumulado en la generalidad de su cuerpo.

Después del muy precario “éxito” en la asistencia de la primera jornada, Julia se llevó para la tarde siguiente algún material con el que cubrir ese tiempo de vigilancia y asesoramiento en la exposición: la libreta de ejercicios correspondiente al inglés que estaba cursando, algún sudoku para ejercitar la mente y sobre todo su iPad, con el único objetivo de “acomodar” la distracción. El problema estaba en su muy pequeña mesa de atención y control,  situada en la entrada de la primera sala. No sólo eran sus reducidas dimensiones, sino la propia calidad del soporte, un simple tablero de formica alargado, apoyado en el suelo a través de un soporte metálico, cuya firmeza era más que dudosa dado sus continuos vaivenes.

Pero lo más cansino y agotador era la inasistencia de personas en las salas. Pasaban las horas sin que nadie se decidiera a entrar en esta oferta cultural de pintura que ofrecía la concejalía del ente municipal. La joven estudiosa del mundo antiguo, cada vez más aburrida en su labor, deducía la evidencia de que el autor de estas “suculentas” obras no debía ser muy conocido en los círculos artísticos de la ciudad. El ambiente “cósmico” de la exposición estaba presidido por el silencio, la soledad, el letargo e incluso una cierta “claustrofobia” porque estaba en un espacio interior sin ventanas. La única ventilación procedía de la puerta de entrada al recinto. En ocasiones percibía el ambiente como algo cargado y en las más de las veces una frialdad que no estimulaba el ánimo en demasía, sino todo lo contrario.

La presencia de visitantes era absolutamente desalentadora, para la vitalidad contenida de la joven Julia. En algún momento, cuando levantaba sus ojos de la navegación por Internet o cumplimentaba los ejercicios del English, pensaba en la posibilidad, un tanto divertida y sui géneris, de comenzar un diálogo con los personajes representados en esos cinco óleos, cuyos títulos nada le decían. “Si les hablo ¿se sentirán obligados a responderme? Igual salen del marco en el que están y como en las películas me explican quiénes son, por qué se han dejado dibujar y qué han representado o significan en la vida del artista…” Desde luego, su traviesa imaginación, la acústica sorda de la incomunicación y ese ambiente tentador para el apetito desordenado, junto a las miradas de esos austeros personajes, la estaban sacando de quicio.

Y en ese segundo día de trabajo, cuando pasaban unos minutos de las 20 horas, al fin “apareció” un hombre que aparentaba tener poco más de los cuarenta años. Cuerpo enjuto y detentando una elevada estatura. A pesar de que el calendario marcaba ya una primavera avanzada, en esos primeros días de junio el insólito visitante vestía con ropaje más bien apropiado para la estación invernal. Chaqueta de cuero marrón, vaqueros y botas deportivas, muy apropiadas para practicar el senderismo por la naturaleza. También incrementaba el misterio o intriga de su figura un austero sombrero, aparentemente de fieltro negro, con el que cubría su cabeza y que en ningún momento hizo ademán de quitárselo. En su entrada parsimoniosa, apenas saludó a Julia. Sólo hizo un leve ademán con su cabeza y se fue directamente a contemplar la exposición, deteniéndose durante extensos minutos en determinadas pinturas. El extraño personaje permaneció en la exposición alrededor de los veintitantos minutos. Sin pronunciar palabra alguna.  Antes de que abandonara la sala, un par de jóvenes estudiantes, con sus mochilas en sus espaldas, atravesaron la puerta de entrada y alegraron un poco el triste ambiente reinante, con sus risas y comentarios acerca de los bodegones con los alimentos. El visitante del sombrero negro había abandonado las salas, haciéndole otro gesto con la cabeza como frugal saludo de despedida.

Lo más extraordinario del caso es que en los días siguientes, nunca faltó la llegada del enigmático visitante de la chaqueta de cuero y las  Quechua deportivas del Decathlon. Siempre aparecía a eso de las ocho de la tarde, observando prácticamente las mismas pinturas durante poco menos de los treinta minutos. Así un día tras otro. Y sin hacer comentario alguno intercambiado con la intrigada Julia, que se imaginaba mil y un argumentos acerca de quién podría ser tan insólito y peculiar personaje.

Las tardes se le hacían larguísimas y aburridas a la joven licenciada Julia. La exposición no tenía “gancho” y el número de visitantes era puramente testimonial.  Tras dos días sin tener noticias de él, el ”asiduo visitante” de nuevo volvió a aparecer el jueves, a esa hora habitual en la que ya debería atardecer en el exterior. En esta ocasión se esforzó en mostrar una mayor sociabilidad, no sólo saludando de forma más expresiva, sino que, para mayor sorpresa de la encargada, le puso en las manos una pequeña caja de bombones.

“Srta. Quiero agradecerle su paciente presencia aquí, una tarde tras otra. Y, por supuesto, destacar lo bien protegidos que están los cuadros, con su mejor quehacer. Parece ser que no viene mucho público a las salas, sin embargo cumples con dignidad y eficiencia la obligación que te han encomendado. De nuevo gracias. Por favor, te ruego que aceptes este modesto presente”.

Julia, con los colores subidos en el rostro, no sabía qué responder. Se había quedado como “cortada” con la amabilidad y la expresividad del misterioso y generoso visitante. Apenas pudo musitar el “gracias, es Vd. muy amable” cuando su interlocutor ya se había desplazado al interior de la exposición para observar y analizar los cuadros colgados en las paredes.

Cuando habían transcurrido los veinte o poco más minutos de rigor, vio que este hombre abandonaba el local pero en esta ocasión de despidió con una amable y extraña frase “Buenas tardes, Julia. Que tengas una feliz noche”. Esta correcta y educada frase le hizo preguntarse a la joven que ¿cómo sabía su nombre, si ella no se lo había expresado? A los pocos segundos reparó en la placa que llevaba puesta prendida en su camisa, en la que se indicaba ese dato sobre la palabra “ENCARGADA”. 

Y llegó el viernes, día de la clausura expositiva. Más o menos a la hora habitual vio entrar el hombre de la chaqueta de cuero, quien en esta ocasión venía acompañado por un señor mayor, que se ayudaba en su desplazamiento usando un elegante bastón de madera. El asiduo visitante estuvo explicando a esta persona, que parecía bastante allegada, algunos detalles y aspectos acerca de determinados cuadros. Poco antes de las nueve y media Julia indicó en voz alta, a las cuatro personas que permanecían en las salas, que era la hora del cierre. Entonces el “misterioso” observador de los cuadros, extrajo de una bolsa un paquete aplanado y cuadrado que veía envuelto en papel azul. Su tamaño era más bien reducido, pues no tendría más de 30 cm. en cada uno de los lados. Junto a la persona mayor del bastón, se acercó a Julia y entregándole ese objeto envuelto pronunció las siguientes palabras, con una profunda sonrisa.

“Te ruego, Julia, aceptes este nuevo detalle, ya que hoy finaliza la exposición. Creo que te va a gustar. Pero te ruego que no lo abras, hasta que estés después tranquilamente en casa”.

Tras darle de nuevo las gracias, al gentil y detallista personaje, Julia notó como el señor del bastón no le quitaba los ojos de encima analizándola puntualmente, a través de sus ojos cansados, con todo el interés y detalle.

Aquella noche, tras la cena, le contó a sus padres la extraña y divertida situación con ese señor que aparecía casi a diario por la exposición y los dos generosos presentes que había recibido del mismo. En ese momento abrió el pequeño paquete, provocando en la reducida familia un ¡ohhhh! de admiración. Era un precioso dibujo, elaborado con magistral destreza a lápiz en cartulina, perfectamente enmarcado, que reflejaba el rostro y parte del pecho de Julia, con un realismo de alto nivel en su bondadosa e inocente expresividad. El dibujo o retrato estaba firmado por Remigio V.E. 2019.

Sería realmente fácil detallar el fin de este expresivo, romántico y revelador relato. Pero tal vez sea lo mejor aportar una breve conversación, mantenida por Remigio, el pintor, con su señor padre a la salida del centro cultural, en ese último día de la exposición.


“De acuerdo, Remi. Es tal y como la habías dibujado en la lámina. Eres, sobre todo, un gran retratista. Parece una buena moza y me ha agradado especialmente su expresión bondadosa y alegre. ¿No te has fijado en lo nerviosa que se mostraba cuando te miraba? ¡Que a mi no se me pasan todos esos detalles, a mis muchos años! Ya tienes edad de ir sentando la cabeza y buscarte una buena compañera, para que compartáis la vida juntos. No es bueno que el hombre esté solo y mi vida tiene, inevitablemente, sus límites. Hijo, abandona ya tu ego de solterón, obseso de los pinceles, pues hace años dejaste de ser un niño. Debes luchar por ella y darle lo mejor de tus cualidades en el día a día. Sé que posees muy buenos valores, aunque yo no te lo manifieste de manera continua. Pero sobre todo te aconsejo, como padre y amigo, que trates de hacerla feliz… De esta inteligente, generosa y cariñosa forma, tú también podrías llegar a serlo.”

Dos personas, diferentes y necesitadas, iban a emprender la sugerente aventura de compartir, comprender y ayudar en la reciprocidad. De alguna manera la cultura había vencido, una vez más con fortuna, a la carencia del desamor.


DIALOGANDO CON LA SUTIL ACÚSTICA DE LOS SILENCIOS


José L. Casado Toro  (viernes, 19 JULIO 2019)
Antiguo profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga



viernes, 5 de julio de 2019

DOS AMIGAS, UNIDAS EN EL SUBLIME ARGUMENTO DE LA SINCERIDAD.


Hay hermosas y emblemáticas palabras, sublimes vocablos o conceptos que, de forma lamentable, van quedando desvirtuados en su real significación a causa del mal uso o manipulación que se realiza de los mismos, en el comportamiento cotidiano y banal de las personas. Se pueden aportar numerosos ejemplos de esta malévola desvirtuación conceptual: libertad, justicia, sinceridad, caridad, paz… No en balde se aplican en ocasiones, con interesada falacia, para justifican fines que no responden, en absoluto, a la bondad nuclear del significado.

Y en la base de este relato, un nuevo concepto aflora, como valor incuestionable, siempre que su uso sea el correcto para enriquecer a todos aquellos que bien lo protagonizan. La importancia que para nuestras vidas supone ese don o tesoro infinito que entendemos como la amistad. Difícilmente puede ponerse en tela de juicio su trascendente importancia para la modestia real de nuestras vidas. Bien usada y aplicada, la amistad sustenta nuestras existencias y abre las puertas para expulsar a esa egoísta individualidad que tanto daño hace para empequeñecernos y ensombrecer nuestra corta trayectoria por este confuso mundo de intereses sin causa. ¿Y por qué los humanos fallamos tanto en ese escuchar, compartir y dar que exige la amistad?  Aquí aparecen los variados y aguerridos “enemigos” de este enorme e insustituible valor para nuestras vidas: los egos, las envidias, los rencores, la falta de diálogo, la materialidad como religión, las prisas, la falta de generosidad, la “sordera” espiritual, la rutina relacional, todas esas ventanas que se convierten en espejos cerrados limitando drásticamente el espacio focal, el estrés como pandemia … y nuestra propia debilidad como seres imperfectos e irrelevantes. Son muchos los enemigos de la verdadera amistad ¡qué duda cabe! Pero en muchas, en muchas ocasiones, esos adversarios de tan noble actitud ante la vida quedan eclipsados y la verdadera amistad germina con fuerza en ese jardín donde todas las flores son importantes, con su aroma, forma y color, para justificar y sustentar la alegría en un mar de sonrisas.

Se conocieron a las aulas juveniles de un instituto de educación secundaria, cuando ambas eran compañeras en un grupo de Humanidades y Ciencias Sociales de 1º de bachillerato. Ya habían cumplido los 16 años de vida y, aunque residían en el mismo barrio, no habían tenido relación alguna hasta ese vínculo administrativo y educativo de la escolaridad.

DELIA tiene un hermano, cuatro años menor que ella, el cual cursa 1º de la ESO en el mismo centro público que su hermana. Morena de pelo y con los ojos celestes, no posee una elevada estatura aunque su cuerpo mantiene una agradable y ágil delgadez. Su padre, Mario, trabaja en una importante y conocida inmobiliaria, como perito tasador de viviendas y locales comerciales. En la abrumada y muy competitiva época de la “burbuja del ladrillo” este licenciado en empresariales fue cayendo, sin tomar verdadera conciencia de la gravedad de su enfermiza dependencia, en el círculo vicioso de las sustancias estupefacientes, hasta llegar al consumo de drogas de un elevado coste, en función del estrés existencial en el que se veía sumido. Comenzó a realizar pequeños hurtos en su propia sucursal, hasta sustraer importante cantidades, de la forma más ambiciosa y descontroladamente enloquecida. Como no podía ser de otra manera, sus fechorías, producto de sus adicciones y debilidades, fueron descubiertas. Despedido de la empresa, paralelamente había sido denunciado a la policía, con acusaciones que le llevaron ante un tribunal. Le “cayeron” 4 años y dos meses de prisión, de los que, en este momento, lleva cumplidos diez meses. 

Esta muy dura realidad ha desestabilizado a un grupo familiar que, en un corto período de tiempo, ha pasado de protagonizar una existencia cómodamente normalizada a verse sumidos en la pobreza anímica y material más lacerante. Obviamente los padres de Nora (la madre de Delia) se prestaron, a pesar de sus no abundantes recursos (viven de una pensión de jubilación, básicamente modesta) con generosidad y esfuerzo en ayudar a la familia de su única hija y los dos nietos adolescentes. De todas formas, había que afrontar una severa multa y las exigencias materiales propias de una vida diaria, por lo que Nora ha retomado su antigua profesión de camarera de hotel, precisamente el mismo establecimiento en donde hace dos décadas conoció a Mario, como asiduo cliente. Esta aún joven mujer ha de cumplir un amplio horario de trabajo en ese hotel que no se encuentra cercano a su domicilio, pues lo tiene situado a unos 12 kms desde el centro de la ciudad donde reside. Y se muestra agradecida a la actitud del actual director, Mr Richard Perkins, quien fue muy comprensivo acerca del drama que le ha sobrevenido a esta “pobre” familia. Realmente la antigua amistad de Nora con el padre de este cualificado profesional del turismo (persona ya jubilada, quien también fue director del mismo establecimiento) facilitó esta rápida y “oxigenante” opción laboral.

Para la joven Delia, el pasar de tener un padre ciertamente “idolatrado” a verle tan degradado social y familiarmente, fue también un golpe durísimo que hizo bastante mella en su autoestima y equilibrio personal. Son numerosos los momentos en que se encierra en sí misma, quedándose al margen de un entorno difícil para el entendimiento de los errores humanos, para llorar amargamente por una suerte que en estos tiempos la percibe y sufre tan adversa.

CELESTE es la mejor amiga de Delia. Ambas tienen la misma edad, sin embargo el carácter de Celeste siempre ha sido (y más en estas complicadas circunstancias) más alegre y desenfadado que el de su amiga íntima y de curso. Es hija única de un importante empresario de la construcción, mientras que su madre, graduada en la Facultad de Ciencias de la Salud, trabaja en un centro de rehabilitación y fisioterapia. Las dos adolescentes intimaron con mayor proximidad a consecuencia de un trabajo grupal que tenían que realizar vinculado a la materia de Lengua y Literatura Hispánica. Se trataba de un ejercicio recopilatorio y reflexivo acerca del tratamiento dado por la industria cinematográfica a la figura de Don Quijote de la Mancha, “dibujada” por el “inmortal” creador literario, D. Miguel de Cervantes, hace ya más de cuatro siglos. Juntas visionaron bastantes películas sobre esta divertida, reflexiva e instructiva temática, recopilando a través de las redes informáticas, sin descuidar esas obras bibliográficas especializadas, una abundante información que posteriormente tuvieron que sintetizar y organizar a fin de poner en común sus aportaciones, en lo que fue un buen calificado trabajo de clase.

Una de esas tardes de estudio, en el domicilio de Celeste, su amiga Delia se derrumbó emocionalmente, condicionada por la tensión que soportaba en su hogar. El dinámico carácter, infantilmente inquisitivo, de su compañera logró ir sacando una sincera y convincente información acercas de los motivos que originaban las lágrimas de su íntima amiga.

“Mi familia funcionaba bastante bien. El ambiente en mi casa era el de una familia normal. Sobresalía la figura de mi padre, siempre demasiado ocupado con su trabajo pero con éxitos evidentes, pues nada necesario nos faltaba. Mi madre se entretenía en muchas de las tardes con sus antiguas amigas de colegio, además de ocuparse de todo lo relativo a la casa. A mi padre yo lo tenía algo idolatrado, en un pedestal de los valores a los que algún día te apetecería llegar. Y sin saber como, todo se me ha venido al suelo, cuando descubres la verdadera realidad en que estaba asentada una “modélica” familia. Aparece esa pesadilla que te deja caer en el vacío, sin haberla previsto y sin explicarte como los ídolos pueden ser también de barro, expuestos a la fuerza destructora del tiempo que en pocos minutos los convierten en esa arena que no has sabido ver. Todo ha sido, aún lo es, una horrible pesadilla. Trabajo, competitividad, excitación, drogas, dependencia, gastos, hurtos, descubrimiento, denuncias, despido, juicio reconocimiento de culpa, condena y esa humillación social que con mayor o menor intensidad percibes, sintiéndote señalada por una sociedad que tiene mucho de hipócrita y cínica, con esas miradas y sonrisas que te dejan “aplanada” y tantas veces sin fuerzas. 

Todo ha sido muy duro. Muchas de mis antiguas amigas se han ido retirando, con más o menos brusquedad, de mi persona, a medida que se conocían los escandalosos hechos por la prensa y el “boca a boca”. Parece que muchos padres no veían con buenos ojos que sus hijos e hijas se relacionaran con la hija de un hombre preso, convicto de robo y dependiente de sustancias narcóticas. Dejaron de invitarme a sus fiestas de cumples y santos, porque en las familias “bien” cuidan mucho sus formas. Es como si mi presencia les molestara. Ha sido todo muy doloroso. ¡Que culpa tenía yo de los errores humanos que hubiera cometido el hombre que me trajo al mundo. Pero así funciona esto y poco puedes hacer para evitarlo. Es esa suerte que, con crueldad, se nos torna adversa. Un día aguantas y disimulas. Otro, también lo intentas. Pero hay momentos en que te fallan y faltan las fuerzas. De todas las formas, agradezco en el alma la actitud que estás teniendo conmigo. Eres para mi como un regalo del cielo. Un ángel, sin duda.

Fue muy emocionante y triste la primera vez que mi madre, mi hermano y yo fuimos a visitarlo a la prisión, tras llevar en la misma un mes y medio privado de libertad. También él, aunque intentó ser fuerte, se derrumbó emocionalmente. Pero nos hizo prometer que había que sacar “el barco familiar” adelante. Evitar que se fuera definitivamente a pique. Todos teníamos que esforzarnos en colaborar a fin de “seguir navegando” por la vida, por injusto que fuera el trato que se nos estaba deparando.” 

Tras esta larga y transparente declaración, Celeste piensa que también ella debe aportar, a esa franca conversación que ambas mantienen, el valor de su sinceridad. Y, de manera inesperada, relata a su compañera la verdadera realidad de su propia familia.

“Delia, no debes sentirte tan humillada y señalada, por grave que sean estos motivos que me has confiado. Te aseguro que en todas las familias hay y quedan “habitaciones por barrer”. No tienes por qué avergonzarte por unos hechos, desde luego muy dolorosos, de los que no eres en absoluto culpable. Por muy cercano que esté de ti (lo entiendo, es tu padre) son cosas feas o malas en las que él, sólo él es el responsablen ﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽yan sucedido. Te voy a contaras feas o malas en las que ue no eres en absoluto culpable. Son cosas feas o malas que otél  de que hayan sucedido. Yo también te voy a confiar algunas intimidades, para que veas que las cosas no son tal y como las vemos. En modo alguno debemos juzgar a nadie, sin analizarnos a nosotros mismos. Te voy a contar algo de mi familia, tan maravillosa como tu la puedes ver y envidiar desde afuera. La realidad es un poco o un mucho diferente de cómo se nos presenta ante los ojos de los demás.

Mi madre, esa señora tan perfecta y equilibrada como tu la ves, yo sé que tiene “un lío” con unos de los socios de la constructora de mi padre. Ella piensa que yo no me doy cuenta de muchos detalles, pero escucho conversaciones, hago como que no me doy cuenta de no pocas riñas entre ellos, veo mensajes en el móvil… todo ello me hace ir atando cabos que demuestran claramente lo que te estoy confiando.

En cuanto a mi padre ¡el colmo de la perfección! son muchas las noches que no duerme en casa. Y no es porque esté de viaje, resolviendo asuntos importantísimos. Hay día (no tengo un sueño excesivamente pesado) en que vuelve de madrugada. A juzgar por sus movimientos, probablemente bebido. Estoy segura, por esas frases en las discusiones que mantienen y por haber escuchado a mi madre hablar por teléfono, de que mi señor padre también tiene sus asuntos y aventuras por esos mundos de Dios. Así que ya ves, en todas partes “cuecen habas” dicho célebre que un día nos explicó nuestra "profe" de literatura”.

Así continuó la amistad entre estas dos jóvenes, muy próximas en el afecto y en la confianza mutua.

Precisamente el mismo día de abril, el 6, coincidían las dos celebraciones que tanto anhelaba Celeste. No sólo era la fecha de su santoral, sino que también cumplía los 18 años, con la mayoría de edad correspondiente. Sus padres, Elisardo y Blanca, prepararon para la tan significada efemérides una gran fiesta, en la que habían sido invitados los familiares, amigos, allegados y compañeros de su única hija. Aunque socialmente se les podía considerar como “nuevos ricos” el dinero que con la habilidad que le caracterizaba ganaba en emprendedor constructor, hizo que muchas familias “bien” se sientiesen halagadas al haber sido invitadas para el acto (almuerzo, regalos y bailes) que se celebraría en un conocido cortijo del Puerto de la Torre, denominado “El Cencerro”. Después de enumerar a su hija las muy acomodadas familias que habían confirmado su presencia, le comentó con sumo cuidado y razonamiento una advertencia que no fue bien recibida por Celeste.

“Por si tienes previsto invitarla, no me parece bien que aparezca tu amiga Delia por la fiesta. El escándalo que protagonizó su padre ha sido muy conocido. Nunca he entendido como te vas paseando por ahí con la hija de un hombre preso y además cocainómano. Ha robado a manos llenas a los clientes que entregaban su dinero para formar una cooperativa, quedándose con esos capitales para pagar sus vicios y debilidades.”

Ese esperado día llegó a las vidas de de la familia Coronilla del Pulgar. El restaurante mesón El Cencerro estaba literalmente atestado de decenas y más decenas de personas, que lucían sus mejores galas para el entrañable y suntuoso evento. Siguiendo las puntuales indicaciones que le había hecho su madre, Celeste no pudo invitar a Delia. Cumplió dócilmento su papel social atendiendo a los invitados que iban llegando para el almuerzo, haciéndose la foto con cada uno de esos casi 140 invitados, recibiendo los correspondientes regalos aunque algunos prefirieron entregárselos antes de que se iniciara el gran baile. La celebración fue siguiendo todo el programado protocolo, organizado por una empresa especializada en estos actos festivos. Una vez que la gran tarta fue repartida entre todas las mesas instaladas bajo tres gigantescas carpas y cuando los músicos estaban dispuestos ya para iniciar el gran baile (otro de los incentivos era un delicioso baño, en una gran piscina climatizada que el complejo poseía) Celeste, gran aficionada a los dulces, comentó a sus padres que iba a los lavabos, pues temía haberse atiborrado con las porciones consumidas del gran dulce pastel.

Pasaron los minutos y la joven celebrante no volvía a la mesa presidencial de la fiesta. Blanca, algo extrañada fue a buscarla, temiendo que le hubiese dado algún tipo de indisgestión. En ese momento el gerente del restaurante se le acercó comentándole “Sra. Su hija Celeste ha entregado este sobre al jefe de los camareros, indicándole que en unos minutos volvería. Que tenía que atender una cuestión urgente e inesperada”. Con una mezcla de extrañeza y nerviosismo, la bien enjoyada señora rasgó el sobre, extrayendo del mismo una hoja blanca manuscrita, que leyó con suma e indignada rapidez.  

“Papá y mamá. Os agradezco sinceramente la gran fiesta que habéis organizado para celebrar mis 18 abriles, nunca mejor dicho. Ya soy mayor de edad y debo ir tomando mis propias decisiones. Y la primera que voy a adoptar es continuar la 2ª parte de la fiesta junto a mi mejor amiga, Delia. Ella no tiene en modo alguno culpa de las amargas y dolorosas circunstancias en las que se ve implicado su padre, persona que está pagando a la sociedad el castigo impuesto por el tribunal de justicia que le ha juzgado. He cumplido con mi rol o papel social en la primera parte de la celebración, pero ahora quiero compartir el resto de la tarde con una excelente amiga, a quien no se me ha autorizado invitar, una gran y encantadora persona que cree y confía plenamente en mí. Con el deseo de que disfrutéis con plenitud del resto de la fiesta, dos besos. Celeste”.

Habían quedado citadas para pasar juntas el resto del día, junto a ese roquedo que se abriga de mar. El lugar elegido era un romántico entorno, en donde la naturaleza se muestra servilmente hospitalaria para todos aquellos que la quieren visitar y cuidar. Y a lo largo de aquella tarde, que pronto se vistió con la magia nocturna bajo el azul estrellado sobre la placidez mediterránea, los ojos y los sentimientos de ambas amigas se refugiaron y miraron con ese cálido cariño que sustenta la irresistible atracción. Fue Celeste quien rompió el acústico silencio tañido por las aguas del mar, pronunciando una frase que Delia nunca olvidará. Con las palabras de su mirada, exponía los sentimientos afectivos que la embargaban y vitalizaban. Delia respondió a tan inmenso regalo con una tierna sonrisa, mientras que por su rostro surcaba un río inmaculado de lágrimas y sentimientos recíprocos. Aquella fue la primera de las noches, de entre todas las noches, en las vidas de dos jóvenes mujeres unidas en el verdadero cariño. El destino, junto esa naturaleza que nos determina y reconduce, ha querido dibujar, en el lienzo siempre inacabado de dos vidas, la irrenunciable comprensión, necesidad y amor que las vinculará y unirá de por siempre. En los días y en las horas, de sus vidas ilusionadas.-



DOS AMIGAS, UNIDAS
EN EL SUBLIME ARGUMENTO
DE LA SINCERIDAD



José L. Casado Toro  (viernes, 05 JULIO 2019)
Antiguo profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga