viernes, 23 de febrero de 2018

PREGUNTAS E IMÁGENES, EN LA CONSTRUCCIÓN DE LOS DÍAS.


Apenas está clareando, en el amanecer, cuando nos planteamos la estrategia para la “construcción” de un nuevo día.  Una gran mayoría de las personas tienen bien marcada esa hoja de ruta, que habrán de recorrer durante las horas siguientes al despertar. Esta ayuda en su itinerario obedece, de manera fundamental, a las obligaciones laborales de cumplimiento ineludible. Pero también hay otros muchos que, a causa de haber ya finalizado su etapa de actividad en el trabajo (sea por la edad, por su estado de salud o por otras circunstancias personales) han de comenzar a diseñar, a construir, como lo vienen haciendo en cada página de su historia, el proyecto de esas veinticuatro horas que tienen por delante. Todos, pero de manera especial estos últimos, van elaborando ese pequeño esquema mental acerca de cómo “rellenar” el tiempo diario que de la mejor forma posible han de “inventar” y protagonizar. Lo hacen permaneciendo aún entre las sábanas, “negociando” con la ducha o, probablemente también, sentados ante la mesa de ese desayuno que debe reportar energía y alimento para nuestro organismo. No podemos tampoco olvidar a todos aquéllos que se dejarán llevar básicamente por la inercia de sus itinerarios, esperando que sea el propio día el que vaya marcando y modelando los tiempos, con sus inesperados y sorpresivos destinos.

Cuando salimos a la calle y vamos recorriendo diversas zonas de nuestra ciudad nos encontramos ya, sin apenas darnos cuenta, construyendo otro nuevo día. Acudimos a nuestro trabajo, a un centro comercial, a un organismo público, a una entidad bancaria o, simplemente, caminamos porque nos apetece y sienta bien el pasear. A poco que pensemos, nos vendrmara﷽﷽﷽﷽﷽﷽ grabando sobre nuestra retina. Algunas de las mismas incluso nos agrada recogerlas con nuestra cçá a la mente una frase cuyo contenido está basado en la racionalidad: ¡Son tantas y tan variadas las “cosas” que puedo emprender hoy! Ya sea cuando nos quedamos en casa o cuando decidimos cruzar el umbral de la puerta. En este último caso abandonamos temporalmente nuestro cobijo familiar, a fin de sentirnos inmersos en un mundo que bulle activamente y en el que tendremos que introducirnos para resolver necesidades, anhelos aventuras y obligaciones varias.

En ese nuestro lento o más ágil recorrido por las plazas y las calles que conforman el laberinto o poliedro urbano de nuestra localidad, son numerosas las imágenes que se nos van grabando sobre la retina. Algunas de las mismas incluso nos agrada recogerlas con nuestra cámara, mientras que otras simplemente las utilizamos como testimonio para la posterior o inmediata reflexión, archivo de la memoria o, lúdicamente, para distraernos. Y nos hacemos preguntas ¡qué duda cabe! sobre aquello que vemos y nos resulta curioso, diferente u original.

La historia de hoy va a estar centrada en una de esas “escenas” que cíclicamente aparecen ante nuestra visión, en determinados puntos de la ciudad donde residimos. Vamos conduciendo nuestro vehículo o en otras ocasiones nos desplazamos en un autobús municipal, taxi de alquiler o en ese autocar de viajeros interurbano. O, simplemente, caminamos. En determinadas arterias viarias, especialmente aquéllas que dan entrada o salida al núcleo urbano, vemos apostados junto a la señalización semafórica algunos jóvenes vestidos y aseados con apariencia inequívocamente bohemia. Como único bagaje viajero, les acompañan, normalmente unas mochilas en las que sobresale algún botellín de agua.  Mientras tanto, estos chicos o chicas mantienen en sus manos unas pelotas de goma o también, en ocasiones, algunas varas (de fino grosor y no muy extensas en su longitud) que parecen de caucho y el típico aro de goma plástica. Ese simple instrumental material será utilizado para realizar ejercicios que pondrán a prueba la  destreza y coordinación manual de estos “artistas” callejeros. Todos esos sencillos recursos suelen ser de una variada gama cromática.  

Aprovechando los breves segundos en los que el semáforo correspondiente da paso al cruce peatonal, y los vehículos han de detener su rodadura por el asfalto, uno de estos jóvenes (van intercalando su orden de actuación) se sitúan en el punto central de la calzada. Optimizando una parte del escasísimo tiempo con que el semáforo marca la luz roja, en la que permanece detenida la circulación de coches, camiones, autocares o motocicletas, estos artistas de la destreza realizan ágiles y sorprendentes juegos malabares con sus pelotitas, aros o barritas de goma, ante la mirada curiosa de aquéllos ciudadanos que están sentados ante el volante o descansan sus manos sobre el manillar de sus motos. En ocasiones, el instrumental de trabajo que manejan esos artistas de la destreza cae al suelo, perdido por algún pequeño error en la coordinación o rapidez de los brazos en movimiento. Pero ellos no suelen inmutarse. Por el contrario sonríen o aportan algún simpático gesto mímico, recogiendo  con rapidez esa pelota perdida que ha abandonado “traviesamente” el ciclo armónico con sus compañeras de juego.

Unos pocos segundos antes de que el programado señalizador cambie de color, los malabaristas detienen su espectacular ejercicio. Se inclinan cortésmente, saludando al distraído “respetable” y se desplazan rápidamente entre las primeras filas de vehículos, con su gorrilla en la mano. Tal vez algún “espectador” quiera dejarles algunas monedas, necesarias a todas luces para su necesidad. En modo alguno molestan o persuaden con sus palabras. En realidad carecen de tiempo para ello, pues el semáforo se ha puesto en color verde. Los primeros vehículos ya están reiniciando su marcha. Son muy escasos los conductores (normalmente, casi ninguno) que bajan sus ventanillas para regalarles algunos de los céntimos que pueden sobrarles en sus privativos monederos y billeteras. Todos solemos llevar prisa, real o infundada, así que una vez que el semáforo se ha abierto, nos apresuramos en seguir la marcha con el vehículo pues el que viene detrás suele poner en marcha su otro y visceral mecanismo, el nervioso, para “contaminar” acústicamente (con su indelicado claxon) el medio ambiente que sobrevuela la zona.

Y una vez más, en el deambular callejero, aparece el interés curioso de los interrogantes. En este caso que narramos, las preguntas eran obvias:

¿quiénes son estos jóvenes? ¿dónde habrán aprendido su tan habilidoso ejercicio? ¿de dónde proceden y cuál es su próximo o inmediato destino? ¿cómo resuelven las necesidades diarias de su sustento? La falta aparente de aseo, en sus cuerpos y atuendos es debida ¿a circunstancias concretas de su realidad o señal indeleble de una desenfadada y particular forma o estilo de vida? ¿En qué lugar acomodarán su necesario descanso nocturno? ¿Cuáles son sus nombres? ¿Cuánto de verdad hay en la permanencia de sus sonrisas? …

Esas imágenes permanecieron en el pensamiento durante algunos días. Las respuestas normalmente exigen el planteamiento previo de sus preguntas. Pero no resultaba fácil tomar la decisión de realizarlas. Siempre juega en nuestra conciencia la balanza previa de la prudencia, la receptividad o incluso la impertinencia. Sin embargo la suerte favoreció que la oportunidad se presentara, como tantas veces ocurre, de una manera absolutamente casual. Era día festivo. No me hallaba muy lejos de donde usualmente estos jóvenes de mentalidad bohemia instalan sus mochilas y aditamentos para el espectáculo. Esa mañana había entrado en un pequeño supermercado, de esos que tanta utilidad reportan a los barrios y a los  que se les permite la apertura (si lo desean) todos los días del año. El único requisito que les impone la ley para esta apertura, en días no laborables, es la superficie espacial de los negocios. Lo pueden hacer si el espacio comercial no superan un determinado número de metros cuadrados (entre 300 y 500 m). También creo que a las tiendas pequeñas se les permite todos los días del calendario anual. No sucede así con las grandes superficies, aunque hay Comunidades Autónomas cuyos gobiernos conceden libertad horaria a todo el comercio, sea cual sea su naturaleza. Son medidas muy discutibles, aunque no es el caso, en este momento, profundizar en su discusión.

Mientras aguardaba mi turno, para abonar en caja un par de artículos que había tomado de los expositores, observé que un poco más atrás de mí aguardaba uno de estos chicos de la farándula callejera. Precisamente tenía en su mano izquierda una de esas pelotas para la exhibición, mientras en la derecha portaba una lata de cola que había cogido del expositor de bebidas frías. Se le veía perceptiblemente sudoroso, a causa del ejercicio que llevaría realizando en muchos minutos de la mañana. Consideré que era una opción de “oro”, por lo que tras abonar mi cuenta, esperé distraídamente en la puerta a que saliera el joven.  

Me presenté ante él como un espectador callejero de sus destrezas. A veces los veía desde el bus, mientras que en otras ocasiones lo hacía desde el volante de mi propio coche. Fuera él mismo u otro compañero/a, le expresé mi alta valoración acerca de la habilidad que demostraban, durante esos repetitivos escasos segundos en los que maniobraba con las pelotas de goma en el aire, sin que éstas cayeran al asfalto que cubre la vía. Añadí que, en uno de mis próximos textos para el relato, tenía la intención de hablar sobre estos artistas de la calle y que me gustaría “robarle” unos minutos a fin de preguntarle algunos interrogantes al respecto. El joven se mostró amablemente receptivo por lo que, dada la hora avanzada de la mañana (serían más de las 13 horas) le rogué que nos sentáramos  minutos eosaomercial su apertura, en d durante un momento en uno de los espacios de piedra construidos a lo largo de toda la avenida. Estos asientos de obra cuadrangular contienen en su interior grandes formaciones vegetales a fin de embellecer el  ornato callejero de las amplias aceras que acompañan a la gran calzada central. Desde luego, el contenido de la conversación (aproximadamente, estuvimos más de media hora charlando) resultó de inestimable interés.

No me concretó su edad, aunque yo deduje que mi interlocutor, de nombre Jonás, estaría a mitad de camino de su veintena. Como era fácilmente identificable, por su forma expresiva, no había nacido en Andalucía. Era natural de La Coruña aunque, por circunstancias familiares, había vivido en diversas provincias españolas, especialmente aquéllas que están ubicadas por el norte peninsular. Me comentó que sus padres habían trabajado siempre en diversas actividades relacionadas con el espectáculo circense. Su relación con los libros se había visto condicionada por esos frecuentes desplazamiento que familiarmente habían tenido que afrontar, sin la necesaria estabilidad residencial. Allí, en el mundo del circo, había aprendido a ejercitarse en diversas modalidades del juego manual con los objetos en el aire, colaborando también laboralmente en los trabajos de montaje y desmontaje de las instalaciones circenses. Pero él no quería someterse o seguir con la vida nómada que habían llevado sus padres. Éstos, ahora ya próximos a su jubilación, pensaban volver a las raíces territoriales familiares, instalándose de una manera estable en un viejo caserón del campo coruñés, que perteneció a sus abuelos ya fallecidos.

Sin un oficio determinado, tenía el proyecto de realizar alguno de los cursillos programados por la consejería de trabajo de la comunidad gallega. Se había inscrito ya en uno de estos cursos, a fin de obtener la acreditación de dinamizador en actividades turísticas, que comenzaría, más o menos, a un mes vista desde la fecha. Hasta que llegara ese momento, se había animado, junto con otros dos compañeros de su trabajo en el circo, para viajar y conocer un poco más de estas tierras cálidas del sur andaluz.  

Reconocía que habían viajado prácticamente “con lo puesto”. El auto stop les había ido relativamente bien, aunque en algún tren habían viajado sin pagar, aplicando para ello decisión, destreza y, por qué no, un tanto de suerte. No obtenían mucho capital con las actividades malabares. Sin embargo, por las noches a la hora del cierre, se acercaban a supermercados y superficies comerciales obteniendo material en productos ya  caducados pero en buen estado. También, a la hora del cierre de los mercados públicos, conseguían rebuscar en las cajas abandonadas junto a los contenedores de residuos. Incluso habían comerciantes que les daban directamente algunos perecederos o productos que obviamente ya no podían poner a disposición del público. Aquí en Málaga han encontrado un maravilloso filón generoso con los Ángeles de la Noche, poniéndote en la cola correspondiente a eso de las siete de la tarde. No falta una bolsa de comida gratuita, con la que calmar esa necesidad que todos tenemos con respecto al alimento.

¿El aseo? En la vida itinerante y bohemia este aspecto no supone una de sus principales preocupaciones. Pero en las estaciones de autobuses, también en las áreas de servicios de las carreteras, suele haber posibilidades para afeitarse, lavarse algunas de las partes corporales e incluso para utilizar una ducha. El dosificador de jabón o gel supone también una ayuda muy apreciada.

Mi interlocutor valoraba en mucho el clima de estas ciudades del sur peninsular.

“Aquí se puede descansar cómodamente debajo de una palmera, en un banco de los numerosos jardines o incluso en ese lecho tan apacible que ofrece la arena en la playa. Para situaciones más complicadas, es bueno informarse si existe algún centro de transeúntes de titularidad municipal, donde te permitan pasar la noche. En algún caso te embarcas en la aventura de “contratar” un trozo de gomaespuma donde dormir esas horas nocturnas, sea en el pasillo de esa vivienda “multi-utilizada” o en una habitación donde hay hasta seis u ocho personas descansando (como “sardinas en lata”) pagando unos pocos euros por este servicio “pirata” del que te informas a través  del “boca a boca” de los compas y amigos”. 

Las manecillas del reloj se acercaban ya a las dos de la tarde. Agradecí al Jonás, sinceramente, toda la información que se había prestado a facilitarme, con esa franqueza y aparente transparencia que contenían sus palabras. Le deseé suerte y la mejor fortuna (también a sus dos amigos, Johnatan y Marcel) para las opciones que eligieran en la posibilidad de los días. Lógicamente me sentí obligado en corresponder a la disponibilidad que había mostrado en atenderme. Era de básica justicia. Le pregunté si prefería que volviéramos a entrar en el súper, en donde nos habíamos encontrado, a fin de comprarle algunos productos alimenticios, o si prefería alguna colaboración económica para mejor sobrellevar ese “road movie” que efectuaba con sus dos amigos (los cuales continuaban, a muy pocos metros, bailando sus cromáticas pelotitas de goma en el aire). Me respondió que, dada la variabilidad de productos alimenticios que el propietario chino ofertaba, le comprara unos bollos de pan con algo suculento que repusiera sus energías. Así lo hice y el joven se fue feliz con sus tres bocadillos bien rellenos, latas de cerveza y unas manzanas. Añadí algún tableta de chocolate pues, según me indicó, les daba fuerza y energía para llevar a cabo los ejercicios de su diestro espectáculo. 

Continué mi deambular callejero, ahora ya camino de vuelta a casa. Lo avanzado de la hora sobre el mediodía aconsejaba hacerlo. Había que reponer fuerzas, tanto en lo orgánico como en la estructura anímica. Había resultado emocionante e interesante el diálogo con este joven aventurero. Ya llegaría después  la tarde, en la que habría que renovar la  construcción de las horas y sus minutos. A buen seguro nos seguirían llegando numerosas imágenes, con sus preguntas y respuestas, para la curiosidad y la distracción. Y siempre con la prevención sobrevenida, ante las numerosas opciones que tenemos por delante para nuestra mejor elección. En cada experiencia no faltarán los aciertos y los errores. Aunque éstos últimos nos incomoden, no hay que olvidar esa socorrida frase que nos habla de la “ley de las compensaciones”. Tiene que haber en lo humano (no puede ser de otra forma) frustraciones y desaciertos, pero al tiempo encontraremos en nuestro protagonismo vital otras opciones acertadas y exitosas, incentivos que nos compensarán y gratificarán ampliamente.

Uno de los protagonistas de este relato no llegaría a conocer el contenido de las palabras que un joven de veintinueve transmitía a otros dos amigos, mientras consumían un suculento bocadillo de jamón y queso, sentados en una de las escaleras del puerto que se sumerge lentamente en las aguas azules del mar. Bajo ese grato sol, con que nos obsequia la primavera cercana, Jonás comentaba con sus compañeros de “ágape” la siguiente confidencia:

“Os comento, colegas, que en un primer momento estuve a punto de explicarle la verdad. Pero, ante lo imprevisto e incisivo de sus preguntas, decidí inventarme (ya conocéis mi facilidad para dar vida e improvisar las más curiosas historias) esa “película” de mi pertenencia a una familia de circenses, junto a mi deseo de llevar una vida más estable y menos trashumante, que la que te ofrecen por las ferias y fiestas de tantos pueblos y ciudades de este país. He acabado situando a mis padres genéticos en un caserón gallego, recibido en herencia de unos abuelos que ya no están. Total, que este hombre se ha marchado tan convencido y agradecido. Encima nos ha comprado la merienda de hoy.

Estas personas nunca se imaginarán que muchos pertenecemos a familias “demasiado” acomodadas, en las que se nos ha dado de todo, en las que hemos tenido de todo, seguro que demasiado, diría yo, mucho más que aquello de lo que realmente necesitábamos. Esa vida de “barroca” opulencia familiar, junto a compañías no muy aconsejables (si os contara la gentuza con la que estado pegado …) nos ha llevado por los caminos tortuosos de la degradación más desagradable (el cielo “hipócrita” de la drogadicción) y la delincuencia.

Pero algún día aparece la luz. El destino nos ha querido poner ahora en estos programas de rehabilitación y simulación, que buenos “cuartos” le cuestan a esa organización benefactora de gente bien que quieren sanear sus malas conciencias, a fin de que encontremos un mejor equilibrio en nuestra azarosa, alocada y peligrosa existencia. Esta noche ya tengo tema suficiente para contarle a mi tutor, por skype, las experiencias del día.

Por cierto, cambiamos una vez más de territorio. La semana que viene creo que nos mandan a Canarias, donde tenemos que improvisar un trabajo de socorristas. Se aprende muy rápido, con esto de pasar de una actividad a otra. La verdad es que con las pelotas de goma y los aros hemos dado el pego. Parecemos unos profesionales de la farándula. Me aclaran que cuando lleguemos a las islas, nos tenemos que poner en contacto con un departamento de la Cruz Roja. Nos indicarán la dirección de esta institución, la cual nos dará las instrucciones oportunas para este nuevo ejercicio de simulación e integración social. Desde pequeño, siempre he escuchado que la población canaria suele tener un positivo y alegre concepto de la vida …”



José L. Casado Toro (viernes, 23 Febrero 2018)
Antiguo profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga


viernes, 16 de febrero de 2018

PEQUEÑOS SECRETOS COMPARTIDOS, EN UNA FRIA TARDE DE TERTULIA.



De una u otra forma, las sociedades se han visto desde siempre condicionadas por las manecillas del reloj. Sea éste digital, de pulsera, el situado bajo el campanario de la torre, el que deja caer pacientemente la arena o ese fiel marcador natural, que nos trae diarios amaneceres y atardeceres en el cielo, al compás de nuestro cíclico giro terrenal. Esta división del tiempo para lo laboral, para lo formativo, para el alimento, el divertimento o el descanso, determina nuestros horarios, nuestros proyectos y respuestas, no pocas veces con una rígida “deshumanización”. Efectivamente, esta ordenación del tiempo (necesaria a todas luces) se torna obsesiva y patológica cuando nos determina y estructura con implacable dureza, privándonos del sosiego y alterando, consecuentemente, nuestra estructura anímica. “Carezco de tiempo para…” frase universal que sanea muchas conciencias, alistadas con implacable normativa en las filas castrenses del estrés temporal.

Pero, también de manera afortunada, llega para casi todos nosotros una fase de la vida, en la que ese nuestro tiempo se libera del propio tiempo y hay tiempo para casi todo, a poco que nuestra voluntad y estado de animo así lo sustente. Cuando el almanaque vital te libera de la aventura o la rutina del ejercicio laboral, eres tú (y tus circunstancias) el que has de programar o llenar de voluntad ese reloj que carece de manecillas o, si aún las mantiene, resultan para ti muy relativas las estructuras temporales que día a día vayan marcando. En ese caso, tu tiempo se va liberando de las ataduras inmisericordes ordenadas por esa “divinidad” que durante décadas ha decidido “cruel o benévolamente” por ti. Aún así, se suele producir una curiosa y contradictoria situación. La medida del tiempo te importa menos, pero el tiempo vital lo valoras y lo necesitas más.

Se conocen desde hace muchos años. Han tenido entre ellos momentos en que esa  proximidad fraternal se ha visto alterada por un banal distanciamiento para el que nunca hay, desde la racionalidad, explicación convincente. Más o menos coetáneos en la edad (se hallan en la inmediatez de cumplir su séptima década existencial) a los tres amigos y convecinos les llegó su pase a la retaguardia del protagonismo, abandonando esas profesiones que habían ejercido con proverbial eficacia durante un amplio período de sus vidas. Ahora, ya más apaciguados en sus temperamentos y caracteres, comparten ese valor inmenso de la amistad con más ahínco y serenidad que en fases y épocas pretéritas.

Uno de esos elementos de relación que tanto les gratifica es la esperada reunión de cada miércoles, cita que tiene lugar normalmente en el bar del tío Eufrasio. Esa muy apreciada convivencia para el diálogo y la distracción, disfrutando de las suculentas tapas, con ese café, cerveza o tinto del lugar, que se prolonga en ocasiones hasta horas próximas a la cena, la denominan coloquialmente como la “TERTULIA DEL MOLINO”. Este sugerente y literario nombre hace alusión a que el bar de Eufrasio se halla ubicado en un antiguo caserón, donde funcionaba una almazara o molino de aceite, que aún mantiene como elemento decorativo la gran prensa con los serones de esparto. En su antigua época de actividad el artístico artilugio estaba “mecanizado”  en su movimiento por la fuerza de dos grandes bueyes que realizaban el trabajo de arrastre circular.

No siempre el intercambio de pareceres entre los cuatro veteranos tertulianos se realiza de manera “pacífica”. Hay ocasiones en que la discusión sube de tono, enrocándose alguno de ellos en sus posicionamientos irreductibles, aunque en general la cosa no suele llegar “a mayores” y el estrechamiento de manos y esa nueva ronda de consumo que todo lo sutura les permite volver a sus domicilios sin mayores cicatrices anímicas para su tradicional amistad. Por supuesto que cuando los vaivenes en el diálogo aparecen, el recurso a ese juego universal del dominó o a las cartas o la baraja tradicional de D. Heraclio Fournier González resulta bastante eficaz. Con ello completan las muy frías o sumamente cálidas tardes, según la estacionalidad de una climatología sometida a un régimen extremado de temperaturas. A su edad, las palabras y los juegos son la mejor forma de conocen para “matar” el aburrimiento, como expresivamente suelen decir. Siempre han residido en este monumental y bello municipio vallisoletano, con poco más de 20.000 habitantes, localidad llena de Historia y enclavado en la Comunidad Autónoma de Castilla y Leantiaguamente denominada clavadomte Castilla la Vieja,hoy Comunidad de Castilla y León (región antiguamente denominada Castilla la Vieja).

En un gélido miércoles de febrero, con los termómetros marcando en el exterior del bar una temperatura entre los tres y cinco grados bajo cero, vemos a los tres amigos sentados alrededor de una tosca mesa de madera, situada a poco más de metro y medio de la gran chimenea, sobre la que arden dos gruesos troncos de madera de alcornoque. El fuego hace muy grata la estancia en un gran salón donde predomina la madera, tanto en los suelos como en las paredes, local que se encuentra casi vacío de clientela a esas primeras horas de la tarde. Eufrasio les ha servido tres tazas de café con leche, acompañadas de sendas copas de aguardiente seco. Aunque suelen pedirlos habitualmente, hoy ninguno de los tres contertulios tiene ganas de probar los apetecibles “tonelitos borrachos”, unos dulces redondos de bizcocho, rellenos con crema de cacao y bien cargados o bañados en brandy o coñac. ELADIO es el primero que rompe el silencio, dirigiéndose a sus compañeros de mesa: Pascual y Casimiro, los cuales contemplan ensimismados el rojo ígneo de los leños incandescentes:

“La tarde está metida en frío y agua. He visto al venir unas nubes grises, por el oeste, que como descarguen vamos a tener nieve en abundancia. La verdad es que no se me apetece empezar la tarde de nuestra tertulia con las consabidas partiditas de dominó. Se me está ocurriendo una idea que puede resultar interesante y sobre todo divertida ¿Por qué no contarnos algún secretillo de nuestras vidas, que sea más o menos importante, pero que por alguna razón nunca lo hayamos compartido con nadie, incluso con nuestras propias mujeres?

“Bueno, ya que he sido yo quien dado la idea, pues me tocará a mi ser el primero en contaros algo que no creo haber comentado con nadie, incluso con Carmela, mi mujer, que siempre se va de la boca con las vecinas. Desde que la conocí, siendo mocita, ha sido muy charlatana. Los dos sabéis que he sido electricista toda mi vida … Total, más de cuarenta años. Pero he tenido épocas malas, como todos. Cuando no te hacen encargos y ves que el dinero no te llega a final de mes, desde luego lo pasas mal. Pues en esas épocas que no me iba bien el trabajo, con los encargos, decidí trucar el contador de electricidad. Yo sé como hacerlo y nadie se enteraba de la trampa. Tenía un consumo eléctrico anormalmente bajo, a pesar de tenerlo casi todo electrificado en casa. Los niños eran pequeños y los gastos estaban ahí: alimentos, ropa, las cosas del cole, etc.. Al menos, con esa manipulación que hacía, gastaba muy poco en electricidad. Engañar a la Hidroeléctrica me resultaba fácil. Ahora, con eso de los contadores inteligentes resulta casi imposible hacerlo. Pero en aquella época, a mi me permitió respirar en tiempos de carencia.

También, hace ya tiempo, alguien que no os voy a decir quién, llamó un día en mi puerta para pedirme que hiciera algo por lo que me “untaría” la mano con un buen  sobre, sin datos por supuesto que me pudieran comprometer. La cosa tuvo su gracia, pues quien estaba detrás del asunto era un importante líder político que quería “reventar” el meeting  (mitin) político que iba a dar su rival, dos días antes de las elecciones. Cuando éste se dirigía bien ufano hacia el micrófono, la luz, la electricidad “desapareció”. Una de esas averías que no se arreglan en el día. La reunión en la plaza fue un fiasco, pues aunque el político se desgañitaba (acabó con afonía) la gente se fue levantando de sus sillas, pues la oscuridad de la tarde casi no permitía ver a poco más de varios metros. Hasta el día siguiente no se arregló la bien “elaborada” y complicada avería, pero ya no podía repetirse en mitin, pues era el día de la reflexión.  Sí, que queréis que os diga. Me presté a ello. Tenía unas letras que pagar y en esos casos necesitas el dinero. Aclaro una cosa: esto que os he contado lo negaré siempre, pero la verdad es que ocurrió. Y no he dicho nombre alguno ehhh …”

Se miraron sonrientes y comprensivos, ante las revelaciones del amigo Eladio. Pidieron una nueva ronda de aguardiente, pues la tertulia de esta tarde prometía ser interesante en novedades y confidencias. Ahora tomaba el protagonismo de la palabra  PASCUAL, propietario de una pequeña clínica, donde ejerció durante muy largo tiempo su oficio de practicante. Esa importante y social actividad es ejercida por su hija Clara.

“Lo que os voy a contar fue algo muy complicado, que me vi obligado a afrontar con mucho tacto y discreción. Por supuesto que no os voy a dar dato alguno para que podáis identificar a las personas y a los hechos en que aquéllas se encontraron envueltos. Y lo hago por un insoslayable respeto al derecho de la privacidad. Cierta tarde, cuando ya anochecía y me disponía a cerrar la clínica, tras haber hecho diversas curas a varios convecinos, se presentó en la consulta la mujer de un buen amigo mío. Me extrañó su estado de nerviosismo y agobio anímico. Apenas había comenzado a explicarme el por qué de su presencia cuando cayó sumida en un mar de lágrimas. Traté de calmarla, pero era tal su estado de confusión que me vi obligado a darle un Lexatin que de inmediato la calmó un poco. Algo más sosegada, me puso al tanto de su difícil situación, para mí totalmente inesperada por el contenido de su confesión. Yo sabía que ella estaba felizmente embarazada del que iba a ser su tercer hijo (su propio marido me lo había confiado, dada la fuerte amistad que a ambos nos unía). Pero la cosa era más complicada de lo que todos podían percibir. La mujer mantenía una doble relación afectiva, dentro y fuera de su matrimonio, aprovechando la profesión de su esposo, el cual tenía que realizar frecuentes viajes, ausentándose del hogar conyugal con cíclica frecuencia. Me confesó, con esa franqueza que te desarma, que no tenía claro si ese tercer hijo que esperaba era del marido o del amante. Estaréis todos pensando que el problema podía tener una fácil solución, siempre el marido no tuviera conocimiento de la intensa actividad sexual que su esposa era capaz de realizar en el discurrir de los días. Y aquí llegó la explicación de la desesperación que embargaba a mi sollozante interlocutora. El agraciado por sus “favores” no era de nacionalidad española, sino sudamericano. Permitidme que utilice la expresión “amerindio”. El pánico de esta mujer es que le naciera un hijo o hija con los rasgos del peruano. Total, que dada nuestra amistad, venía a pedirme consejo y a desahogarse de sus desdichas. Traté, una vez más,  de calmarla y aconsejarla. Iba ya por el cuarto mes de su embarazo. Había que esperar al momento del parto. No había otra solución. Lo que me llamó especialmente la atención fue su sinceridad ante los sentimientos: ella quería y necesitada a los dos, al marido y al amante por igual … Debo añadir un dato. Mi amigo, el padre o no de éste su tercer hijo, era persona ultraconservadora en todos los aspectos de la vida. Muy de derechas, ultracatólico y extremadamente beato, recientemente había realizado los cursillos de cristiandad. Aconsejé a la señora que tuviera calma. Había que esperar al día en que diera a luz, le volví a repetir. Afortunadamente, cosas del destino, el peruano volvió a su país (aunque, por una serie de detalles, yo tenía certeza de que el amerindio no había sido el único amante de la fogosa y necesitada señora). A fin llegó el momento trascendente del parto. Vino al mundo una niña (precisamente yo estuve ayudando al médico que la asistió) y desde el primer momento vi que los rasgos del bebé no eran, de manera indudable, los de mi afecto amigo. Pasó el tiempo y éste hombre, en más de una ocasión, con unas copas de por medio, me preguntó, dada la confianza en mis conocimientos, eso sí, con suma habilidad tratando que yo no sospechara el objeto de sus dudas, el por qué era tan diferente la niña a sus hermanos. Se le notaba al pobre hombre bastante confundido. Yo le “metía un rollo” sobre las complejidades de la ciencia genética, tratando de calmar sus inquietudes y parece que se iba algo más convencido y tranquilo con mis “hábiles” argumentos. Y hasta aquí la historia. No me vais a sacar una palabra más sobre una experiencia que aún no he olvidado, a pesar de lo que ha llovido desde entonces”.

Había comenzado a oscurecer, en paralelo a los primeros copos de nieve que fueron tiñendo de blanco el relieve de este bello pueblo castellano. La recia plaza porticada de la localidad también quedó cubierta con ese manto gélido en muy pocos minutos. Tanto Eladio como Casimiro evitaron realizar pregunta alguna, sobre la larga, divertida y muy interesante narración que había realizado Pascual. Sabían de antemano que éste no iba a desvelas las luces y las sombras de unos hechos que, tal vez, habrían sucedido hacía muchos años. Precisamente sería CASIMIRO quien finalizaría esta trilogía de pequeños secretos compartidos, a fin de aliviar la rutina de una tertulia que, en un principio un tanto aburrida, había ido enriqueciendo la imaginación y los recuerdos de tres hombres que apreciaban y sabían cultivar el valor de la palabra y la proximidad de la amistad.

“Bueno, yo me sincero en desconocer muchas cosas, pero hay algo que creo dominar. Me he dedicado toda mi vida a la cocina. Como cocinero de profesión, por supuesto, aunque también en casa no han sido pocas las veces que he tenido que preparar aquello que llegaba a la mesa. Aunque parezca un contrasentido, ya sabéis que a Blasa nunca le ha gustado el trajín de los peroles y las sartenes. Pero la mujer ha sabido sobrellevarlo. No le quedaba otro remedio.

Aquí en el pueblo, desde mis años jóvenes, he conocido como vosotros a varios alcaldes. Ahora mismo me vienen a la mente …. más de una docena de nombres. En otros pueblos y ciudades esto no ha pasado y han tenido al frente de sus ayuntamientos primeros ediles que han acumulado largos períodos de mandato, en su mullido y bien pagado sillón. Pues bien, con uno de estos ediles yo no me llevaba especialmente bien. Tampoco él conmigo. Hubo un asunto, a raíz de un golpe que nos dimos con el coche, que acabó en nuestra enemistad. Chiquilladas, desde luego, pero que cuando se cumplen años nos convierten en personas quisquillosas y de reacciones egoístas y polémicas. Total, que nos retiramos la palabra a pesar de que éramos en aquél entonces vecinos de calle. También conocéis que la mayor parte de mi vida laboral la he trabajado en el Restaurante El Lechón, desde luego el más importante del pueblo y no es porque yo fuera el jefe de cocina en el mismo ¡O tal vez si¡ No pongáis esa cara, hombre, que es broma ¡Esperar que voy a pedir otra ronda, con la que podamos quitarnos el frío! Fijaros como los leños están ya bien quemados, pero este Eufrasio es más “agarrao” que nadie, se vaya a arruinar por gastar mucho en madera..

Sigamos con ese munícipe. Se le casaba su única hija. Trabajo que le costó a la chiquilla, porque no consiguió de la divinidad y la naturaleza que la hiciera guapa. Para la celebración, el político municipal, como padrino, se “rascó” bien el bolsillo, contratando la comida junto con la fiesta en el Lechón, como no podía ser de otra manera. A mí me tocaba preparar el menú, cuyo coste negociaba mi jefe con el padrino de la ceremonia. Como plato principal, decidieron que se sirviera, a los casi doscientos invitados (tuvimos que abrir los tres salones) el correspondiente trozo de lechón asado, con patatas, castañas y espárragos como guarnición. La boda fue un domingo, así que me puse a guisar cuando aún no había amanecido ese día, pues tenía que preparar platos para todo ese ejército de comensales. La cena comenzaría a las 8 de la noche.

A eso de las dos de la tarde, se presenta el fulano en el restaurante y le dice de sopetón “al Toribio” (mi jefe) que tiene que ampliar en 60 el número de invitados. Parece ser que eran miembros del partido, que iban a venir desde otros pueblos de la comarca y también desde la capital. Toribio no sabe decirle a los “peces gordos” que no y viene a hablar conmigo para convencerme de que tengo que aumentar los platos. Me explica que le debe favores (cosas de impuestos y algunas facturas que “se habían perdido” por el camino). “Pero Tori, ¿qué le vamos a dar de comer a toda esa gente? Yo sólo tengo material para los doscientos contratados. Y eso haciendo “milagros”. Que estamos en domingo y está todo cerrado  ¿De dónde saco yo comida para sesenta bocas más? Que son casi las dos de la tarde…”

Pero el jefe no entraba en razones. Que le había dicho que sí al alcalde y que yo le tenía que sacar de ese entuerto. Después de mucho discutir, le doy una posible solución. “Aunque encontrara cochinillos (casi imposible en un domingo) no tendría tiempo material para prepararlos. Dile al señorito que puedo preparar un buen estofado de carne, con la misma guarnición que llevarán los platos del cochinillo. Soy experto en ese plato, que también queda muy bien”. Total, que llama al munícipe y explicándole el problema, éste accede. Él y su familia, junto con esos “amigotes” del partido aceptarán el estofado de carne, dejando que los cochinillos vayan para el resto de los invitados.

Me voy a la cámara frigorífica y para mi sorpresa y desconsuelo compruebo que apenas tengo carne de ternera para el guiso. Estas cosas parece que las hace el diablo, todo se junta. Y me quedaban apenas cinco horas para completar los platos y preparar el guiso. Y aquí tenemos lo mejor. Me viene a la mente una historia de hacía unos seis meses. Un representante cárnico de la capital me visitó para ofrecerme material para el restaurante, a un precio difícil de creer por lo barata que era la partida. El comercial nos convenció porque por ese precio no podíamos encontrar nada igual. La carne procedía de América, parece ser. Guardé los bloques de carne congelada en la cámara frigorífica. Tras cobrar, el representante puso tierra de por medio. Era ya tarde, así que no comprobé la mercancía hasta el día siguiente, cuando me vine al restaurante. Para mi sorpresa, nos había vendido una partida de carne congelada, con sus etiquetas y sellos. Cuando leí la letra pequeña de las mismas, vi que aquello no era carne de búfalo ¡sino de caballo!

No se lo dije al Toribio, pues yo tenía que haberlo comprobado. Así que allí quedaron, en el fondo de la cámara, los bloques de carne bien congelados. Pues ya os podéis imaginar el final de la historia. Sesenta comensales, entre los que se encontraba el Sr. Alcalde y su familia más allegada, el nuevo matrimonio y la mayoría de los compañeros de partido, degustaron “apetitosos” y grasientos platos de estofado con guarnición, de una “rica” carne descongelada, procedente de la inmemorial Pampa argentina. Nunca llegaron a conocer la “generosidad” de aquellos nobles equinos, que tuvieron tan suculenta participación en la elaboración del menú consumido por tan ilustres personajes. Tengo que añadir que Toribio (el pobre ya se fue al más allá, hace muchos años) nunca llegó a conocer el trasfondo culinario de aquella tan magnifica y suculenta celebración”.

Un miércoles más se había “salvado” para la tertulia, con tres buenos amigos que sabían apreciar el valor de la palabra compartida, a fin de rellenar tantas horas vacías en su merecido estado de jubilación laboral.  Bien “cargados” sus organismos de aguardiente “garrafero” y dado que ya había caído la noche y una copiosa nevada, pidieron “al Eufrasio” que les preparara algo caliente a fin de equilibrar sus cuerpos. Trataban de evitar que su vuelta a casa, con sus mujeres siempre dispuestas a afearles el estado etílico que presentaban después de cada tertulia, no se convirtiera en un motivo más para la desavenencia. El cuenco de berzas, con garbanzos y chorizo que les trajo “el molinero”, les supo a gloria bendita y puso a tono sus bien cansados cuerpos. Todavía, ante los cafés bien cargados, seguían comentando y riendo acerca de tan jugosas historias que habían escuchado. Algunos “secretillos” de sus vidas habían quedado desvelados. ¡Hasta el próximo miércoles, Casimiro! ¡Me tienes que explicar Eladio, más despacio, eso de los contadores! ¡No sabes la facturas de luz que cada mes me están pasando! ¡Cuídate, Pascual, que ya no somos unos chiquillos! Bien abrigados (con sus boinas, bufandas, pellizas y recias Quechuas) emprendieron sin prisas el camino hacia sus domicilios. Una gran plaza vacía mantenía ese manto de nieve que parecía aún más blanco y brillante, por efecto de una noche de luna llena, con un gélido cielo del que se habían retirado pacientemente las nubes.-   


José L. Casado Toro (viernes, 16 Febrero 2018)
Antiguo profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga


viernes, 9 de febrero de 2018

FLORES, PALABRAS Y SENTIMIENTOS, EN UN ATARDECER DE SAN VALENTÍN.

El panel informativo municipal, instalado en una acera cercana, marcaba ya las 19:45 horas del día. Aquella tarde de Febrero el ambiente dinámico de la ciudad gozaba con una grata temperatura que oscilaba, según los minutos, entre los 18 y 20 grados centígrados. Un hombre, físicamente entrado en su cuarentena vital, se acerca a uno de los numerosos puestos de flores instalados en la acera lateral sur de una céntrica y permanentemente concurrida arteria viaria. Desde los días precedentes, estos pequeños y alegres comercios se hallan especialmente adornados con un vistoso y vitalista marco de flores, dibujado de innumerables colores y aromas, a causa de la celebración anual del Día de los Enamorados, fiesta de San Valentín. Desde hace meses, el número de estos ornamentales tenderetes florales se ha visto notablemente disminuido, pues los ubicados en la acera norte de la vía han tenido que ser evacuados, a causa de las prolongadas obras del metro en esa estratégica zona de la ciudad.

Este histórico espacio de la Alameda Principal se ve atravesado por la principal vía para el tráfico rodado, en el núcleo principal de la capital malagueña. Se trata de una prolongada y lineal arteria que une el Parque y la Plaza de la Marina, en el este/sur malacitano, con la Avenida de Andalucía, ya en la zona oeste de la ciudad, tras atravesar el cauce, casi siempre seco, de la desembocadura del río Guadalmedina. El área se ve “agobiada” en la actualidad por un tráfico constante, tanto de personas como de numerosos vehículos, con una elevada contaminación acústica, añadiéndose a estos condicionantes las prolongadas obras de infraestructura para la movilidad que supondrá la llegada del metro y una vitalidad un tanto estresada que no favorece precisamente el necesario sosiego que gratifica la comodidad de los paseantes. Por supuesto, el aparcamiento cerca de los puestos de flores es totalmente imposible. Algunos automovilistas detienen sus vehículos peligrosamente, cuando quieren comprar flores, pero lo hacen con el riesgo de ser multados e incluso de bloquear el complicadísimo tráfico que por allí circula.

Regenta ese bien organizado y pequeño comercio, en función del limitado espacio disponible, una joven universitaria, licenciada en Ciencias Biológicas, llamada Leira Aresti Solozábal, quien ha puesto un sugestivo nombre a su romántica y ornamental tienda: un simpático rótulo anunciador nos dice: FLORES PARA LA ILUSIÓN. Esta joven trabajadora autónoma estuvo años buscando, sin buenos resultados, un puesto laboral que estuviera vinculado a su preparación y conocimientos. Llamó a numerosas puertas, pero en ninguna de las mismas halló el eco deseado. Aconsejada por algunas amigas, hace ya dos años decidió personarse en una entidad bancaria y, dada sus dotes de insistencia, simpatía y convicción logró, por parte de un comprensivo interventor, la concesión de un préstamo financiero. La cantidad solicitada le iba a permitir compensar económicamente a un muy veterano matrimonio, propietarios de un antiguo punto floral en la Alameda Principal, cansados de bregar con un negocio que les proporcionaba escasos réditos y exigía una abundante dedicación horaria. Estos receptivos propietarios aceptaron traspasar la correspondiente concesión administrativa municipal a cambio de 18.000 euros, cantidad que la emprendedora joven tuvo que abonarles para una cesión documental sin fecha de caducidad. Esta elevada suma (en una persona que contaba apenas con algunos ahorros por parte de su madre) obliga a la nueva inquilina a tener que afrontar, en cada uno de los meses, la “innegociable” y puntual factura bancaria, con sus respectivos intereses prestatarios.

Desde su niñez, Leira había sabido expresar, tanto a sus familiares más íntimos como a los amigos, vecinos y compañeros de aulas, su profundo amor por la naturaleza, junto a todos esos elementos (vegetales y animales) que potencian y adornan su indiscutible belleza. Sin haber cumplido aún los catorce años, tuvo que acompañar a su familia en el traslado desde el País Vasco hacia el sur peninsular, por motivos profesionales de su padre, que trabajaba como recepcionista de hotel. Este fornido ciudadano vasco era bastante mayor que su mujer, por lo que pronto le llegó el momento de la jubilación. Desde que esta reducida familia pisó el suelo de Málaga, decidieron afincarse definitivamente en esta bella ciudad, donde apreciaron la dulzura del clima y el ánimo positivo en la generalidad de sus convecinos. El matrimonio de Alexis con Nora fue un vínculo o enlace basado en el amor, a pesar de la gran diferencia de edad entre ambos contrayentes. Hace ya siete años que Leira perdió a su padre, el cual se fue a ese mundo desconocido, pero  confortado con el amor de su mujer y la admiración de una hija que entonces estaba a punto de cumplir los veintidós años de edad.  La joven florista continúa viviendo felizmente junto a su madre a quien le quedó una corta pensión de viudedad, dado el tiempo efectivo de cotización que constaba en la vida laboral de su difunto esposo. La empresa para la que siempre trabajó no había sido suficientemente leal con este trabajador.

El negocio que afrontó la emprendedora joven marcha en la actualidad relativamente bien, aunque la competencia de otros puestos de flores en el mismo espacio comercial dificulta unos mejores números financieros. Este tipo de comercio sólo alcanza cifras positivas en determinadas fechas del año, como es el caso de algunas onomásticas que gozan con un santoral muy popular y difundido, celebraciones anuales de gran tradición como el Día de la Madre, el Día de los Enamorados, el 23 de abril, para el Día del Libro y, por supuesto, las épocas de más álgidos natalicios y también los inevitables decesos. De todas formas siempre hay clientes con el mejor gusto y sutileza, a quienes ilusiona tener flores en casa, regalarlas o expresar determinados sentimientos con ese sin par regalo de la naturaleza, expresado en alegres y emocionantes colores, delicada o intensa fragancia y esa perfección en sus formas que tan universalmente todos nos preciamos en admirar.  

Volvamos al inicio de esta interesante historia. Efectivamente, un hombre de mediana edad se había acercado a este “puestecillo” de flores, mostrando un cierto nerviosismo, preocupación e indisimulable insistencia.

“Buenas tardes, Srta. Por favor, necesitaría un ramo de flores, muy bien presentado, que debe ser entregado antes de que finalice este día en un domicilio cuya dirección de inmediato le facilitaré. Comprendo que ya es un poco tarde para esta urgente gestión, pero mi interés es que se reciba precisamente hoy, el Día de los Enamorados. Por supuesto que, además de pagar el coste del ramo, también le abonaré los gastos del desplazamiento correspondiente, a fin de efectuar el servicio domiciliario. Debo aclararle que, por una serie de razones, prefiero un tipo de flores en las que predomine el color violeta”.

A pesar de que era ya una hora bastante avanzada de la tarde, Leira se sintió especialmente interesada por esa postrera posibilidad de ganar unos euros, en una fecha tan especial para este tipo de regalos. Las ventas, en la jornada conmemorativa del 14 de Febrero, no habían cubierto las “ambiciosas” expectativas que ella y otros comerciantes de la zona había imaginado, a fin de hacer una buena y ansiada caja que en algo saneara sus estrecheces económicas. Ya casi al final de del día (solía cerrar su tenderete sobre las 8 - 8:30 de la noche) le había llegado esta suculenta venta, con el incentivo de la gratificación por la entrega domiciliaria. La suerte le había sonreído de la manara más inesperada. En modo alguno la iba a desaprovechar.

“No se preocupe hombre, que le voy a preparar en unos minutos un espléndido ramo. Seguro que le va a encantar a la persona a quien lo envía. El problema es que… el chico que realiza los servicios de entrega, tanto para mi como para otros comerciantes de este mercado, se llevó todos los encargos del día a las cuatro de la tarde y ya no volverá. Pero entiendo su interés, urgencia y necesidad para que el precioso regalo llegue a su destino dentro de este miércoles, tan señalado por el amor en el calendario. Voy a hacer un esfuerzo especial y yo misma lo acercaré a la dirección que me indique (me quedan, en realidad, escasos minutos para el cierre de la tienda) aunque, lógicamente, habrá de pagar el extra de este servicio”.

La destreza y delicadeza expresiva de la joven florista era manifiesta. En unos diez minutos preparó un bello y espectacular ramo de flores, donde predominaban los tulipanes, los lirios, los alhelíes y un ramillete de románticas orquídeas, todo ello con un dominante cromático violeta, exigencia del elegante y generoso cliente. Éste, ya mucho más tranquilo por la eficacia profesional con la que había sido tratado, abonó con su tarjeta de crédito los 65 euros que le solicitó la muy preparada profesional de las flores, más otros quince por el especial servicio de entrega a esas avanzadas horas del día. Se había hecho ya completamente de noche y la temperatura permanecía templada, aunque cada vez más húmeda.

Muy cerca ya de las 20:30, Leira terminó de guardar con cuidado todo el material dentro del tenderete, abatiendo la puerta del mismo (una recia persiana metálica). Aunque la joven poseía carnet de conducir, sólo era propietaria de una pequeña motocicleta que últimamente, con la complicación del tráfico por el centro de la ciudad, apenas utilizaba para bajar con ella hasta la Alameda. Para el desplazamiento diario desde su domicilio, en la barriada de santa Rosalía Maqueda, hasta la ubicación del puesto de flores,  solía utilizar las líneas de autobuses de la E.M.T del Ayuntamiento. Para realizar la gestión que le había sido encargada, tenía a pocos metros de su negocio la cabecera de línea número 32, que la trasladaría hasta la zona del Limonar – Mayorazgo, donde se hallaba la dirección de la afortunada persona a quien tenía que entregar el hermoso regalo. Un muy delicado presente floral que había preparado con vocacional esmero. Por supuesto, un esfuerzo bien retribuido.

No conocía a la perfección el barrio residencial del Mayorazgo por lo que, antes de apearse del bus, pidió ayuda al conductor del vehículo. Con la información precisa que le facilitó el amable profesional, se dirigió hacia una calle, con nombre de labor agrícola, en donde se hallaba ubicada la vivienda de la tal Iluminada Marenga, destinataria del elegante y dadivoso regalo. El bloque tenía su nombre inserto en una placa metálica, adosada a la verja que rodeaba el amplio jardín: LOS JAZMINES. Pulsó el portero electrónico a fin de que le abrieran la puerta de esa zona ajardinada, lo que consiguió sin escuchar palabra alguna al otro lado del pequeño interfono. Tomó el ascensor hasta el piso 5ºA y allí tocó dos veces el timbre del domicilio. Tras un ratito de espera, abrió la puerta una misteriosa Sra. que parecía de nacionalidad extranjera (pues apenas “chapurreaba” el castellano) que se desplazaba con dificultad por un suelo de toscas losetas  de barro andaluz, apoyándose en un coqueto bastón de madera blanca barnizada. La inquilina o propietaria del piso, con muchos años tanto en la memoria como en su humanidad corporal, presentaba una imagen muy descuidada, tanto en su aseo personal como en la vestimenta que la cubría. Despeinada, ridículamente embadurnado de pintura su agrietado rostro y  abrigándose con una raída bata de color verde oscuro, no parecía que tuviera mucha compañía familiar en aquel desordenado aposento. Leira llegó a contar hasta tres gordos felinos de ojos brillantes y verdosos con incisivas miradas, al igual que también hacía su “inquietante” ama. Al preguntar por la Srta. Iluminada, la anciana Sra. se le quedó mirando con fijeza, sin apenas pestañear. Tras unos interminables segundos, esbozó una desagradable y forzada sonrisa, con la que mostró la apertura de una boca pequeña que dejaba ver una inestable dentadura mellada, pues le faltaban varias piezas. “My name is Nathalie. No vivir aquí ese Iluminado o iluminada. Sólo yo con mis gatos Tin, Ram y Colín (señalando a las desconfiadas y un poco agresivas mascotas). Son mis pequeños hijos”. Curiosamente, para incrementar aún más la desazón que sentía la jovial vendedora de flores, el pequeño plafón del hall de entrada hacía temblar intermitentemente la escasa luz que difundía, emitiendo al tiempo unos curiosos sonidos (a modo de un problema de instalación eléctrica) que incrementaba la cutre, incomodada y desagradable atmósfera ambiental que aquella vivienda ofrecía. El dulce aroma de las flores que portaba contrastaba con el pestilente olor que emanaba desde la desaliñada señora y sus gordinflones felinos de ojos verde esmeralda.

Tras disculparse educadamente por las molestias que pudiera haber causado, bajó rápidamente las escaleras del inmueble, ya que le urgía poner tierra de por medio con respecto a la un tanto tenebrosa o incómoda experiencia que acababa de vivir. Tuvo suerte, pues encontró todavía en su parada el bus nº 32 que la dejó en el Parque, en donde tomó el 25 que la llevaría finalmente hasta su domicilio. Mientras se desplazaba en los buses, iba reflexionando acerca de la extraña situación que estaba protagonizando. Era evidente: el hombre que le encargó el ramo de flores le había facilitado una dirección errónea. Mañana llevaría el regalo a su puesto, a ver si ese señor aparecía de nuevo y le aclaraba la confusa situación. Cuando llegó a casa, Nora quedó prendada de tan artística combinación vegetal, con los sutiles y delicados aromas, colores y tonalidades que tan precioso presente, preparado por su hija, representaba. Ésta le resumió la curiosa experiencia de esa tarde / noche y fue su propia madre quién le sugirió una interesante idea. “¿Y por qué no abrimos el tarjetón que te entregó ese cliente, para adjuntarlo al regalo, y así podemos conocer un poco más de esta historia que parece un telefilm de domingo? Total, nadie se va a enterar…” La intriga que soportaban ambas mujeres pudo más que la necesaria prudencia ante la privacidad personal del anónimo cliente.

Ambas comprobaron que en el interior del sobre había una tarjeta de visita, en la que se leía el nombre de Liberto Cantial de la Encina, sin ningún otro dato identificativo. Adjunta a la misma encontraron una hoja manuscrita, precisamente dirigida ¡a la muy asombrada florista!

“Estimada Leira. Entiendo que estés confundida y probablemente un tanto enojada, tras el frustrado viaje que esta noche has tenido que realizar. Ante todo, pedirte disculpas por esta incomprensible situación que te he hecho protagonizar. Ahora debo ofrecerte una explicación que te puede ayudar a entender algo de este confuso episodio.
Las preciosas flores son, en realidad, para ti. En ti pensaba cuando, a pesar de mi complicado carácter, me decidí a adquirirlas. Mi puesto de trabajo no se halla lejos de tu romántico y generoso tenderete comercial. Te observo, día tras día, desde la ventana de mi oficina, en donde tengo que realizar un trabajo, normalmente aburrido y rutinario, de naturaleza administrativa. Este sopor que me afecta, siendo todos lo días muy parecidos, lo compenso observando tu vitalista y positiva actitud ante la vida. Llegas cada mañana al puesto, desde luego bien temprano, para construir tu día entre las más bellas flores que la naturaleza quiere concedernos. Lo primero que sueles hacer es limpiar tu trocito de acera y después dedicas el tiempo necesario a preparar los macetones, eliminando aquellas flores que estando un tanto marchitas no van a poder bien lucir junto a sus más esbeltas compañeras. Atiendes a tus clientes con esa sonrisa maravillosa que siempre he percibido, plena de sinceridad y agrado. Y hay  días, qué duda cabe, que no te encontrarás animada por mil y un problemas. Sin embargo sabes ofrecer a la clientela esa sonrisa, esa actitud ilusionada, comunicativa, que te sale espontánea y sanamente del alma.

Me hago también numerosas preguntas, con las que no quiero incomodarte. Veo que tomas muchas fotos, con tu pequeña cámara, a esas composiciones florales que con tanta destreza sabes combinar. A buen seguro has de poseer una extraordinaria colección de imágenes, con todas esas instantáneas que vas tomando en tus pequeños minutos dedicados al descanso. También me llama la curiosidad verte leyendo algunos libros, cuando no estás preparando la tu sin par mercancía o atendiendo a ese cliente que “llama” a tu puerta para su necesidad comercial. ¿Son libros de flores o es otro tipo de literatura, todas esas páginas que por tu actitud tanto te deleitan? Un día tras otro te veo llegar, trabajar y marcharte, sin nadie que te acompañe. Disculpa una vez más mi imprudencia, pero me extraña no verte con esa pareja que, sin duda, se sentiría muy afortunado de compartir el tiempo y la vida con una persona de tus sugestivas y valiosas características.

Debo finalizar ya esta extensa carta explicativa. Ideé esa complicada situación de encargarte la entrega de un buen ramo floral, con esos colores que son los que mejor sientan a tus ojos. Quiero agradecerte tantos momentos de buena imaginación que sin saberlo, tu me ofreces en el discurrir de mis monótonas horas y soledad vital. Hacerte ir a una dirección equivocada tal vez no haya sido la mejor manera de contactar personalmente contigo, a pesar de haberte abonado el coste de esa entrega. Pero… aunque parezca absurdo es lo primero que se me ocurrió. De nuevo, disculparme y rogarte que aceptes esas bellísimas flores que ahora y antes han sido sólo para ti. También, por supuesto agradecer esa alegría, delicadeza e imaginación que sabes aportar a un mundo aburrido, con unos valores muy discutibles, estresado y profundamente egoísta. Gracias, Leira. Gracias por ti. Liberto”.

Pasan los días y se van dibujando en su construcción las nuevas semanas. Durante los numerosos intervalos que realiza en su bello trabajo, esta joven florista suele dirigir su mirada hacia los edificios colindantes a su pequeño tenderete comercial. Lo hace con el ánimo ilusionado de poder ver al fin ese rostro solitario que, en su monótona y aburrida obligación laboral, contempla el delicado y alegre quehacer que ella realiza con “el jardín” de sus flores.

Suele responderse, a tantos interrogantes imaginados en la aventura, que tal vez se trate de una persona profundamente tímida, receloso por alguna amarga experiencia afectiva o confusamente dubitativo por la diferencia de edad que a ambos los separa.

Pero Leira no pierde la esperanza. Una tarde, o tal vez en la media mañana, a buen seguro que se presentará ante ella el tal Liberto para decirle, con la expresividad de las palabras o con ese lenguaje universal de las miradas, que aquél gesto dadivoso, mezclado de un confuso y extraño comportamiento, junto a sus dulces frases escritas en la carta del 14 de Febrero, suponían simplemente una súplica de la necesidad. Observando la belleza infinita de unas flores que expresan lo mejor que nos regala la naturaleza, continúa pensando en esa frágil y carencial persona que sufre su profunda soledad relacional y que se encuentra mecánicamente “atado” a la rutina administrativa de un “cansado” teclado de ordenador. Al menos ella ahora conoce que, con su alegre quehacer, puede generar algunos minutos de alegría o esperanza en ese hombre que, tal vez en este preciso momento, puede estar observándola a través de un cristal que permite vislumbrar esa grata luz que siempre nos conforta.-


José L. Casado Toro (viernes, 9 Febrero 2018)
Antiguo profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga