viernes, 28 de diciembre de 2012

NOCHE DE FIN DE AÑO.


Aquella mañana, aún sin clarear, Raúl se levantó de la cama bien temprano. Observó, ayudado por la plácida iluminación urbana, las manecillas de su despertador que, en posición vertical, dividían la esfera plastificada en dos semicírculos exactos. Este último día del calendario prometía la evidencia de acabar muy tarde, caminando ya por los senderos de un Nuevo Año. La preparación de la fiesta amenazaba con ser bastante laboriosa aunque, de manera afortunada, hoy no tendría que fichar en el trabajo. Con generoso criterio, los jefes  habían concedido vacación para este lunes tan emblemático, a pesar del trabajo que había acumulado en la sección. Total, que la jornada iba a ser movidita a fin de preparar una singular fiesta, pues habría significados invitados.

Antes de una ducha tonificante y su frecuente frugal desayuno, reflexiona acerca del día. “Van a venir los Apalategui, con el tonteo que les caracteriza, aunque en realidad son buena gente. Y los Pérez Baltás, que el año pasado nos invitaron a pasar las doce campanadas en su cortijo rondeño. Buena la que organizaron, pero es que con aquel montaje, a lo Hollywood, presumían de la herencia que les había llegado como si de una lotería afortunada se tratase. Total, que seremos nueve en la mesa. La tía Clara nunca falta. Es la primera en apuntarse. Y la niña va a traer a su nueva pareja. Con esos cambios eléctricos que hace en su muestrario de personajes curiosos, siempre confundo sus nombres, sus aficiones y la facultad donde dicen estar matriculados. Bueno, me voy a poner en marcha, que está casi todo todavía por hacer. Rosa delega, en la capacidad de mi esfuerzo e imaginación, el sainete festivo que nos vamos a montar para la Noche. Como está en su segunda fase del yoga, se mantiene al margen de tramoyas, preparaciones, guisos o tensiones varias. Ella colabora “esforzadamente” con sus sonrisas, sus frases ingeniosas y una atención social de manual a los asistentes. El trabajo, una vez más, sólo es para mí. Así que voy a tomar la ducha, desayuno y al combate, más o menos cruento, de las compras. Aunque la faena se presume completita, soy capaz de organizar yo sólo todo este tinglado. Como no es la primera vez que esto sucede, la experiencia será una eficaz e inteligente colaboradora. Lo que siempre me pregunto es el por qué dejo la organización y los detalles para el último día. No, desde luego la previsión no está entre mis mejores cualidades”.

Apenas unos minutos sobre las diez, cuando Raúl deja aparcado su vehículo en el sótano dos de El Corte Inglés. No se explica cómo en unos minutos ha quedado ocupada toda la planta primera. Pero es que la significación de la fecha ha movido a muchos otros clientes a madrugar para las compras. Se dirige a la sección de platos cocinados, en la zona del Supermercado. Allí elige un pavo asado, primorosamente decorado y un gran besugo al horno, con verduras salteadas. Le preparan ambos manjares en recipientes herméticos, aptos para calentar al microondas. Paga con su tarjeta Visa y cuando camina hacia la puerta del parking, echa una ojeada al ticket de compra. Tras su asombro, por la cifra, se repite un par de veces  aquello de “un día es un día”. Ahora deja su coche en el aparcamiento de la Plaza de la Marina. Caminando, se dirige hacia Casa Mira donde le preparan una gran caja de dulces navideños, no sin antes pasar por Lepanto, donde también compra un postre que representa esas campanadas para la entrada en una nueva oportunidad. Cerca ya de la una del mediodía, un nuevo aparcamiento (éste con más dificultad por la hora) en el Centro Larios. Allí, en Eroski, elije la bebida, la fruta y las nueve bolsas del cotillón, para los participantes en el ágape festivo. Botellas de blanco, rosado, Rioja, cava semiseco, cervezas con o sin alcohol, preferentemente frutas exóticas y no se olvida de pasar por la charcutería, donde le preparan unos bolsas de jamón, lomo y queso curado, para los entrantes. Con toda su impedimenta culinaria, vuelve a casa, donde las manecillas marcan las dos y quince. Evita hacer una suma aproximada del coste que le ha supuesto la compra para la cena del Año que finaliza. Lo da por bien empleado. Quiere quedar bien con todos los que le van a acompañar en la emblemática fiesta.

Resuelve, de la mejor forma posible, ese rompecabezas de ubicar tantos alimentos en una cocina de perímetro reducido. El frigorífico se ve densificado en su contenido, pues hay alimentos que deben permanecer en su interior, hasta la hora de su consumo. Repara en que se ha olvidado de comprar algo de pan, pero hay una Canasta cercana, allá a la vuelta de la esquina. Con tantos alimentos ante su vista, se siente un tanto agobiado para su apetito.  Calienta un poco de caldo en el microondas, completando lo frugal de su almuerzo con una tajada de piña, mejorada con algo de miel. Un tanto cansado, de la ajetreada mañana, se deja caer sobre lo mullido del sofá en el salón. El sueño reclama su necesidad y sólo despierta cuando un camión de reparto ha quedado atrapado en su calle. Los coches en doble fila impiden la necesidad de su tránsito. El terrible concierto de cláxones le sume en un mar de nervios. Comprueba que son más de las cinco y media y ha de preparar toda la escenografía para la fiesta y  cena. Procura serenarse y dedica un buen tiempo a ordenar el salón de la casa, asea los cuartos de baño y quita de en medio esos trastos inútiles que tanto pueden estorbar, hoy que hay visitas a las que atender. En un momento de la limpieza, se sienta en el borde de la cama, invadiéndole un rictus de tristeza y hastío. Pero como se ha estado repitiendo, en los últimos días, no se va a dejar vencer por debilidades depresivas. Como un resorte, abandona el placer del colchón y continúa con el aseo y puesta en orden de la casa. Se ayuda y reanima con el sonido alegre de unos villancicos y otra buena música, traviesamente rítmica para el estímulo, enlatada desde el disco duro de su ordenador.

¿Cómo me voy a vestir para la Noche? Debo estar elegante, pero sin pasarme. Los detalles en el atuendo son cosas que preocupan e incomodan. No me voy a poner unos vaqueros, cuando más de uno, y una, van a venir para una pasarela de fiesta. Tal vez…. el traje azul oscuro, el de las ceremonias, con una camisa celeste y una corbata…. Puede servir ésta, con dibujos ajedrezados donde predominan los colores cálidos. Y los Martinelli negros que van bien para con todo. También debo preparar la cámara, que después las baterías te dejan colgado para la sesión fotográfica. Procuraré tomar las fotos cuando ya hayan corrido las copas, porque estando animados las caras ofrecen una mayor naturalidad, en medio del jolgorio o en la mesa. Rosa y yo siempre discutimos acerca de ver el programa por la primera u otras cadenas. Telecinco anuncia que se van a llevar toda la audiencia con unas sorpresas que darán que hablar. La verdad es que las campanadas, para mí, es una tradición escucharlas y verlas por la primera. ¡Las uvas! Sabía que algo se me iba a olvidar. ¡Santo Cielo. Y son  las siete y media! Me pongo un chándal y a lo mejor las consigo. Ahora resulta que las dichosas uvas me va a estropear la fiesta. Y estos me poner de vuelta y media si no tienen la uvas para los deseos de un Nuevo Año.

Pero el Mercadona cercano tenía ya sus puertas cerradas. Dándose un gran carrerón, llegó al Centro Larios pero, en ese momento, salían los últimos clientes. El guarda de seguridad no le permitió entrar en el establecimiento. Pasaban quince minutos sobre las horas del cierre, para ese día. Dándole vueltas a la cabeza, se fue por el barrio. Se acordó de las tiendas que regentan los chinos. Efectivamente, hay soluciones para los tiempos de crisis. Una tienda del todo a cien vendía también algo de fruta. ¡Allí tenían bolsitas preparadas, con la uvas para las campanadas! Y a buen precio aunque, después de todo el desembolso para las buenas apariencias, habría pagado esas uvas a precio de reventa. En estos detalles no se puede fallar. Cansado, pero feliz, tomó el ascensor para su piso. Casi todo estaba ya preparado, por lo que una buena ducha le aliviaría de su aspecto sudoroso, tras el agobio por esas ultimas carreras en pro de las uvas. Se relajó con el agua cálida sobre su cuerpo, sintiéndose más animado. El día había sido de un continuo bregar para que todo se hallara a punto, cuando comenzaran a llegar los invitados junto a los miembros de la familia. Se había prometido hacerlo bien y sin ayuda de nadie. Su satisfacción era perceptible y a ratos explosiva en lo anímico.

Una vez vestido, completó los últimos detalles en la mesa. Incluso reguló la calefacción, a fin de que la atmósfera ambiente fuera lo más grata posible para los invitados. Encendió el aparato de televisión, cogió una cerveza del frigorífico y se sentó plácidamente a esperar.

Pasaron los minutos, sobre el tiempo sin rostro. Pero ese timbre, liberador y angelical para las tensiones, se mostró tozudamente huraño para colaborar. Raúl consumió esa y otras cervezas. Y dieron las diez, un día más, para el inmenso drama de su soledad. Todo, absolutamente todo estaba dispuesto. Pero faltaba, lo fundamental. La dulce compañía familiar y aquella otra importante de la amistad. Rosa fue incapaz de una llamada, un simple gesto afectivo, desde su nuevo hogar. Nuria estaba viviendo con su nueva pareja en una destartalada comuna, que se hacía llamar Filantropía para la libertad. Los Apalategui y los Pérez Baltás, eran más un deseo de su desequilibrada imaginación que una realidad en el disfrute de esa Noche infeliz. ¡Ah, y la tía Clara. Celebraba el fin de Año con unas amigas beatas, en el hogar parroquial. Rompió a llorar como un niño pequeño, buscando consuelo entre tanto vacío y mezquindad.

Y se acordó (por uno de esos “prontos” que regala la racionalidad) de doña Julia. Una señora pensionista, del tercero C, soltera y con muy escasa familia, nacionalizada española pero nacida en Colombia. En un momento de sensatez y valentía, Raúl bajó los dos tramos de escaleras y tocó, con un cierto nerviosismo, en el timbre de su vecina.

“Buenas noches, doña Julia. Disculpe la molestia a estas horas. Como Vd. bien conoce, yo también estoy y me siento…… muy solo. Pero ésta, es una Noche un tanto especial. ¿Le agradaría acompañarme en la cena? Le aseguro que me sentiría muy feliz compartiendo con Vd. algún alimento de los que he preparado en la mesa. Después podremos escuchar los sones de las doce campanadas…… recibiendo a un Nuevo Año.” 

Un sonido ambiente de palabras en jolgorio, mezclado con acústicas de tramoyas televisivas, se dejaba escapar a través de otras muchas puertas. Aquí y allí, las familias estaban compartiendo, con la teatralidad de las vivencias, la cruda realidad de un calendario que ansía hallar la credibilidad en la esperanza.-

José L. Casado Toro (viernes 28 Diciembre, 2012)
Profesor

viernes, 21 de diciembre de 2012

CONTRASTES, EN EL VIVIR LA NAVIDAD.


Eran poco más de las seis, en la tarde, cuando volvía camino de casa con la mente y el cuerpo un tanto cansados. La rutina laboral de cada día se había visto hoy ampliada con la celebración de un almuerzo de hermandad, con motivo de las fiestas navideñas. En principio solemos poner algún reparo a nuestra participación en este evento de relación social pero, al fin, la mayoría de compañeros en la empresa nos vimos allí reunidos, tratando de generar lo más grato de esa jornada festiva.

Para los que suelen controlar, con rígida disciplina, su ingesta se encuentran con menús verdaderamente exagerados, en los hábitos cotidianos que presiden sus días. Es frecuente escuchar esa cantinela, por otra parte más que lógica, de que “yo habría comido, y bien, sólo con los entrantes”. Embutidos y ensaladas a mansalva, antes de ese caldo que no siempre llega con la debida temperatura a la mesa. A continuación, tras una espera que se eterniza por la limitación del servicio, llega el plato de carne o pescado, a veces frío, crudo o quemado,  que lucha por encontrar acomodo en un estómago, extrañado, protestón y saturado, donde poco hueco disponible queda ya. Y todavía hay que afrontar la amenaza de un postre denominado creativamente, como todos los platos de la copiosa  y literaria carta, “secretas delicias en la nieve, con un ensueño al ron” (básicamente un trocito de bizcocho, de calado indescifrable, cubierto de azúcar glas donde, tal vez, el secreto de la sorpresa sea un toque de inquietante crema pastelera que podemos hallar en uno de los estratos que conforman el venturoso pastel). Tinto, blanco, cerveza y agua, con generosidad y, para el brindis, esa copa de cava o champagne (otro año, también seco) que llega como un estilete cruel a nuestra sufrida digestión, muy cerca ya de las cinco en la tarde. Y todavía puede quedar hueco para el café. Y si encarta, esas copas……. no deportivas y de coste extra, para los sedientos spongemen.

Son menús cercanos a los cuarenta euros el cubierto, nada más, que tratan de ser digeridos en un ambiente de camaradería y sano jolgorio (casi nunca falta algún valiente para con los villancicos). Por supuesto, después de haber consultado numerosos restaurantes (con un mes de antelación), casi todos ellos con las mesas cubiertas para ese día, en tiempos de aguda crisis. Por cierto ¿cuál sería la estadística de todas las veces que has asentido, lo que comentaba –o gritaba- ese compañero sentado enfrente tuya, sin poder escuchar y entender palabra alguna de lo que te estaba diciendo? Y ya, camino de vuelta a casa, con esa mezcla pendular de aturdimiento y excitación, me preguntaba por las razones de unas despedidas que duran cerca de los treinta minutos, desde la mesa que has ocupado hasta la puerta liberadora del establecimiento. Besos, abrazos y parabienes de frases ingeniosas para el delirio. Mañana volveré a compartir un día de oficina, con todos estos compañeros y compañeras del suculento ágape en fraternidad.

Recogí el correo, aburridamente bancario y comercial, en el buzón comunitario y saludé a ese vecino del cuarto, verdaderamente habilidoso en su afición al bricolaje. No había nadie en casa, pues mi mujer tiene hoy turno de tarde en la clínica dental donde trabaja y el crío me comentó que iba a preparar los exámenes con una amiga. Pensé en darme una ducha tonificante pero, antes de quitarme la ropa, escuché cómo llamaban a la puerta.

Era Mila, del tercero C. Aunque la relación con todos los vecinos del bloque es cordial, he hablado un poco más con esta vecina, dado que también trabaja en el ámbito de los seguros, aunque no en mi oficina. Sé que lleva varios meses en el paro, desde que su empresa sufrió una profunda reestructuración. Su marido, algo cabeza loca, trabaja en un taller de reparaciones de automóviles, aunque ahora debe estar también sin trabajo, por algún comentario que le escuché cuando compartíamos el ascensor. Tras el saludo, e invitarle a que pasara, nos sentamos en el salón, pues me ruega si tenía unos minutos para escucharla.

Presenta un semblante serio y crispado. Se la nota nerviosa y con evidentes rasgos de ansiedad. Confiesa que me ha visto llegar, ya que estaba tendiendo la ropa de la lavadora y que, en uno de esos impulsos, ha decidido plantearme su problema.  Que se siente confusa y bastante avergonzada, pero que ha dado ese paso de subir tres plantas más arriba de su casa, para tratar de encontrar un poco de desahogo. Segundos antes de entrar en cuestión, se rompe en lágrimas. Yo también me siento muy desconcertado ante la escena y, viendo ante mí a esta joven mujer sumida en la desesperación de los nervios, me dirijo a la cocina a fin de prepararle una infusión que pueda calmarla en su inestabilidad. Y ya, con la taza a medio consumir, parece que alcanza un mínimo de serenidad para poder hablarme del problema que, obviamente, le afecta. Le tiemblan un poco las manos y mueve compulsivamente sus piernas.

“Mario y yo, estamos pasando un momento terrible. No sé todavía como he tenido valor para subir aquí y explicarte lo que nos ocurre. Pero la decisión ya está hecha. Llevamos ya muchos meses pasándolo fatal. Nada de nada, en el trabajo. El despido de él fue totalmente imprevisto. Un verdadero mazazo. Y, al poco tiempo, reestructuran la agencia donde yo trabajaba. Total que sólo tenemos esos cuatrocientos y pico de euros, para vivir durante el mes. Con dos niños, en primaria, y una hipoteca… cuyos recibos se acumulan. Y en las familias de nuestros padres, las cosas no van mucho mejor. Ellos apenas pueden defenderse. Entre nosotros, aparecen los desánimos, las desagradables discusiones o esos horribles silencios, en los que parece que nada tengamos que decirnos……..”

De nuevo Mila se ve rota en su autocontrol. Observé que trataba de disimular el temblor de sus manos. Me angustiaba ver el mal rato que estaba pasando esta vecina con la que, hasta esa tarde, habíamos tenido una cierta amistad aunque no especialmente intensa.  

“Es terrible llegar a esto. Pero, aunque te cueste trabajo entenderlo…. tenemos el frigorífico y la despensa prácticamente vacía. ¡Dios mío, qué vergüenza! Para la Nochebuena vamos a ir a casa de mis padres. Están también fatal, sin un euro y con otras muchas bocas, pero es que a esta familia se le ha venido todo encima. Tengo un hermano, también casado y con niños …. bueno, para qué te voy a dramatizar más. Mira, Jaime, esta noche no tengo para ponerle un plato digno de comida a mis dos niños. Nunca, nunca pensé que íbamos a llegar a esto. Mario va dando tumbos de un lugar para otro, sin saber qué hacer. No sabe que yo estoy aquí explicándote nuestra situación. Él es más bien orgulloso. Pero el problema son dos niños de ocho y diez años. De verdad que ya no sé que hacer. Estoy….. desesperada. He ido a la parroquia, pero la lista de los que allí acuden es patética y cada día se hace más inabordable”.

Mi joven interlocutora se sume en un profundo silencio, fijando su desalentada mirada en la mullida alfombra que nos soporta. Nunca podía imaginar que la situación de estos vecinos alcanzara el drama que me estaba narrando una mujer de ojos enrojecidos y atrapada por un descontrol evidente. Sabía que tenían dificultades económicas, pero no a ese nivel que impide poder dar de comer a dos hijos pequeños. Quise aparentar una imagen de serenidad, aunque yo mismo era también presa de los nervios. Mila me estaba pidiendo una ayuda básica, dejando toda su autoestima y orgullo aparcado ante la imperiosa necesidad de unos críos a los que no quería ver sufrir la necesidades más elementales. Tratando de reducir la tensión me puse de pie diciéndole, con palabras que intenté fuesen cálidamente acogedoras, lo siguiente:

“Ahora no debes pensar más en la situación que acabas de confiarme. Hay que ser prácticos. Actuemos con diligencia. Vamos a la cocina que seguro encontramos algo para las urgencias”. Cogí una gran bolsa, de las que llevamos a la playa y repasé la alacena y el frigorífico. Fui guardando, en esa y en otras dos bolsas más, todo lo que estimé como necesariamente urgente para esta familia. Galletas, latas de conservas, arroz, pastas, azúcar, harina, botes de leche y legumbres, bolsas de pan, aceite, huevos, verduras, barras de chocolate, patatas, cacao, café molido, naranjas, manzanas, plátanos, yogurts…… (Reflexioné sobre la cantidad de alimentos que acumulamos obsesivamente en nuestras despensas y que, en más de una ocasión, tenemos que eliminar por su fecha de caducidad…) Preparé las tres grandes bolsas mientras Mila asistía como ensimismada a esa recolección alimenticia que hice con la mayor diligencia. “¿Hay alguien en tu piso?” le pregunté “No, sólo los niños, pues Mario salió esta mañana, para ir a casa de sus padres, y aún no sé nada de él”. “Entonces vamos a bajar todo este material. No es la solución a vuestra situación, pero al menos va a ayudar durante algunos días. Y estas fechas son muy especiales. La semana que viene, os preparo también otro lote. ¡Ah, se me olvidaba! Tengo ahí debajo del mueble de la cocina, apenas empezada, una caja grande de dulces navideños surtidos, mantecados, turrones, ya sabes….  que os va a venir muy bien, especialmente para los niños, que saben gozar y bien con estas cosas. También te la voy a bajar. Fíjate ¿qué te parece? viene con su botella de sidra, otra de Rioja y una barrita de lomo embuchado. Me la trajo, como regalo, un buen cliente de la empresa, a quien resolví un complicado problema que tenía con una demanda de terrenos pertenecientes a su familia. Sí, a pesar de los seguros, hago algunas cosillas en el terreno jurídico”.

Me esforcé, en todo momento, por ofrecer normalidad y sencillez a mis gestos. Traté de paliar la situación crítica en una familia que sufría las consecuencias de una situación económica, cruelmente, injusta. Mila se mostraba algo más calmada y sonreía cuando yo aportaba alguna que otra broma a mis movimientos por la cocina. Ella entendía, con estos gestos, que su vecino se esforzaba por quitar toda muestra de dramatismo a la situación que tanto le estaba afectando. Al fin, bajamos las tres bolsas a su casa, junto a la apetecible y golosa caja de Navidad.

Aunque muy callada, se esforzaba en sonreír como muestra de agradecimiento. Al fin me dijo: “No sé como se lo voy a explicar a Mario. Ni yo misma sé como te he puesto en esta tesitura. Pero, a pesar de su carácter, me esforzaré para que lo entienda. Los niños han de estar por encima de otros muchos criterios en cuanto a la forma de actuar. Y yo no quiero, por nada del mundo, que mis hijos pasen hambre. Y a ti, Jaime, darte las gracias es poco. Lo que más te agradezco es la actitud…..” No la dejé terminar. Lita y Fredy, ya estaban por allí correteando y tratando de descubrir el contenido de las tres voluminosas bolsas y el contenido de la caja navideña. Me acompañó hasta su puerta y me abrazó, entre lágrimas. Reconozco que había algo de lluvia también en mis ojos. Fue el momento en que aproveché para dejarle, en el bolsilla de su chándal, un par de billetes que había preparado minutos antes. Esos euros también les iban a ser útiles para estos días en los que el año finaliza.

Salía de la ducha cuando escuché una voz desde el pasillo. Era Luz, quien ya volvía del trabajo. “Jaime, hoy he tenido un día horrible en la clínica ¡Si yo te contara! No he parado en toda la tarde. No he tenido tiempo ni para tomar un café. Tú habrás estado aquí, bastante tranquilito, jugando con el ordenador. Poquito trabajo y toda la tarde en casita. Ahora te das una ducha calentita ¡Lo bien que viven algunos! Habrás tenido tiempo hasta para aburrirte. Bueno, me voy a cambiar de ropa. Después prepararé algo para la cena. El niño me ha llamado. Que se queda a cenar en casa de los Écija, con Marta. Dice que están preparando un trabajo, pero a mi me da que está colado por esa niñuca que lo pone a mal traer. Por cierto, mañana me voy a comer con todas las compas del gimnasio. Hasta la Santosvalle se ha apuntado”.

Me dio como un pequeño ataque de risa. Pensaba en la cara que iba a poner Luz cuando entrara en la cocina y viera el desmantelamiento que allí se había producido. ¿Cómo se lo iba a contar? Desde luego, fue para mí una tarde de esas que no se olvidan. El desaforado espectáculo del ágape navideño, con los compañeros del trabajo, contrastaba con la posterior visita de nuestra vecina Mila, y la desafortunada situación que ella y su familia estaban padeciendo. Había sido una tarde de contrastes, para vivir la Navidad.-

José L. Casado Toro (viernes 21 Diciembre, 2012)
Profesor
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jlcasadot@yahoo.es

viernes, 14 de diciembre de 2012

EL ALMA DE LA NAVIDAD.


¡Hola Javi! He venido a buscar a mi Alma. Como me imaginaba, se habrá pasado aquí en la plaza casi toda la mañana. Es su primer día de vacaciones y tenía muchas ganar de jugar con las amigas y compañeros del cole. Seguro que no te habrá dejado tranquilo un momento, contándote todas sus historias y ocurrencias. La verdad es que se lleva muy bien contigo. Eres muy complaciente y generoso con ella, escuchándole y dándole algunas de las chucherías que tanto le gustan. Pero…. no le hagas mucho caso, pues es un manojillo de nervios que lía a cualquiera. Bueno, también te quería decir algo más. Esta noche es un tanto especial. Es Nochebuena. Tú estás sólo y la niña y yo …. pues también. Si te parece ¿por qué no te vienes a cenar a casa? Ya sabes que estoy muy apretada para hacer extraordinarios. Hace ya dos meses que no me llaman de la cooperativa. Así que tengo que controlar mucho los gastos. Pero algo se puede hacer para que tengamos una buena cena y no estemos tan solitos en una Noche tan especial. En realidad, ha sido Alma quien me ha dado esta estupenda idea. ¿Te animas a venir?

Pero ¿quién es esta joven mujer (aún no ha cumplido las tres décadas en su vida) que dialoga, animada y generosa, con un buen hombre que se gana el modesto sustento con su puesto de golosinas y bocadillos, especialmente para los niños?  El padre de nuestra Raquel, Manuel, trabajaba en lo que salía. La aceituna, en la temporada. También, los andamios, para el cemento y el ladrillo o cualquier otra chapuza que permitiera llevar a su casa unas pesetas que tan bien sabía administrar y multiplicar esa buena madre y esposa que atendía por el nombre de “la Pilar”. Era hombre de comportamientos y hábitos ordenados, que tan sólo sucumbía a ese medio paquetillo diario de Celtas, cuando podía comprarlo en el estanco de la Avenida. Pero ese humo letal y, también, tantas mañanas de trabajo, con temperaturas y vientos helados desde Sierra Morena, hicieron que su naturaleza se fuera apagando poco a poco, hasta aquel infortunado día en que dejó huérfana a su única hija, Raquel, una jovencita delgada, morena y de ojos castaños, siempre la alegría de la casa. Muchos de los chicos de este pueblo repleto de leyendas y realidades monumentales, herencia lejana de una época secular de prosperidad y nobleza generadora, en la actualidad, de incentivos para el turismo cultural, se disputaban el favor, las risas y la silueta embriagadora de una niña-mujer en los ensueños mágicos de la adolescencia. Y la chica se dejó prendar por los recursos físicos, adornados por el embrujo convincente de la palabra, que otro adolescente, tres años mayor que ella, solía regalarle a casi todas las horas del día en que la veía.

Tuvo que suceder. El “Nacho” y la “Raquel” vivieron muy deprisa la fuerza atractiva de sus cuerpos y la llamada desbordante y dulce de la naturaleza. La pobre Pilar, casi le da un “flato” cuando su niña le dice lo del embarazo. Que va a ser mamá, a sus diecinueve abriles en Primavera. Pero al “Nacho” un figurita todo presencia, pero con una madurez de plastilina, le entra el miedo y la angustia por las entrañas de la responsabilidad. No quiere saber nada de paternidades y huye. Se escapa, con el rabo entre las extremidades de la cobardía, al otro lado de los Pirineos. Su emigración laboral se hace indefinida, paralela a la caída de las hojas, tanto en los árboles como aquéllas insertas en el crudo silencio de los almanaques.

Han pasado ya ocho años de aquella, comentada por todos, relación. Son los mismos que atesora Alma, una preciosa niña que nació de tardes y días, en dos jóvenes cuerpos entregados a esas ilusiones incontroladas para la atracción, los ensueños y el amor de naturalezas sin frenos. Hija y madre viven hoy solas en esa pequeña casita que supo crear con sus manos la entrega y el sacrificio  de Manuel, quien ya tiene a su lado otra vez, en todo lo alto de nuestras creencias y miradas, a su Pilar, para seguirla queriendo y cuidarla. ¿Y por qué no hacerlo, también allá arriba, en ese sitio al que tantos necesitan llamar cielo?  Raquel es una buena madre que atiende, con su esfuerzo y dedicación responsable, el sano crecimiento de un ser, la sonrisa y la vitalidad de la casa. Trabaja, siempre que la llaman, en una de las cooperativas olivareras que hay en su precioso pueblo, rodeado de colinas inundadas por un mar verde de olivos que da razón, economía y belleza, a esa alta Andalucía que conforma los anales de nuestra Historia. Del Nacho, el padre de la criatura, nada ha vuelto a saber. Ni él, ni su familia, se han preocupado de una niña que está creciendo sin padre, pero sabiendo ganarse en cariño de muchos quienes tienen la suerte de reír y disfrutar con sus inocentes ocurrencias y travesuras. Entre ellos, Javier. ¿Pero quién es este hombre cercano ya a la cuarentena?

Vive en la que fue casita de sus padres, en las afueras del pueblo, casi rodeada de colinas y laderas para el aceite. Fue hijo único e inesperado, pues nació en esas edades en que ya no se espera el maná esperanzado de la descendencia. En pocos años ha ido despidiendo a sus padres, dos personas muy mayores, que le han dejado un trocito de tierra para cultivar y una casita rural, también de su propiedad. Se organiza bien con ese puesto de golosinas y meriendas (tiene un colegio y un instituto cercanos) y tampoco viene mal la ayuda de lo poco que saca de su parcelita, a la que cuida, con esmero y dedicación los fines de semana. El Javi (así le llaman sus convecinos) es algo tímido de carácter. De apariencia normal, más bien delgado, alto de cuerpo, tiñe sus ojos del color de la oliva y el celeste claro del amanecer. Disimula bien una leve cojera al andar, secuela de una polio traicionera, en su ya lejanos años de la infancia. Tuvo novia formal, pero la Beli acabó por encariñarse con otro joven del lugar, que supo ganarse la prioridad de ese amor que va y viene como la ondulación viajera del mar.

“No me lo esperaba, Raquel, aunque nos conocemos desde hace muchos años. Eres muy amable y generosa. Ya sabes, con los años, me he acostumbrado a organizar bien mi soledad. Pero es cierto que en noches, como la de hoy, por mucha televisión y ordenador que te acompañen, no es fácil verte allá en casa sin nadie con quien hablar. Tu, al menos, tienes esa joya de cría que te llena de alegría ¿verdad? Alma juega mucho por aquí con sus amiguitas. Es muy noble y abierta conmigo. No para de contarme cosas del cole y de todo lo que se le ocurre. Sabe hacerme reír con sus ocurrencias. Es un ángel de persona que sabe ganarse la bondad y confianza de todos. Algunas veces me doy cuenta que no puede comprar chuches como sus amigos. Cuando se apartan del puesto, le hago una señal y le doy algún caramelo o paquetillo de pipas. Es lo menos que puedo hacer por una niña, todo bondad que me hace sonreír y sentirme bien con sus historias. ¡Pues nada! Si madre e hija me invitan, yo encantado. Te llevaré un cestillo de fruta, pues ese es un buen alimento para la salud. Me ha dado mucha alegría que te hayas acordado de mi para esta Nochebuena que, seguro, va a ser muy diferente para todos nosotros. ¿A qué hora te parece bien que vaya a tu casa, Raquel?

Aquella, en diciembre, fue una Noche de cena muy hermosa. Sencilla, pero suculenta, en lo culinario (taza de caldo con hierbabuena, pollo relleno y bien dorado al horno, una ensalada multicolor en su preparación e ingredientes, enriquecida con los dulces navideños de siempre) y muy entrañable, en lo afectivo. Javier se presentó puntual, cuando daban las nueve campanadas desde la Torre de San Pablo. Iba muy bien arreglado y abrigado, pues ese invierno recién inaugurado se había presentado con un cielo muy frío pero, a la vez, bien limpio para lucir el brillo gélido de las estrellas. Además de un gran cesto con frutas, tuvo el detalle de una preciosa muñeca para Alma y unos atractivos pendientes para la Raquel. Sonaron y cantaron villancicos, hablaron y contaron mil y una historias, mientras el protagonismo hiperactivo de la niña hacía posible superar esos tempos en silencio en que los recuerdos, contrastados en su naturaleza, irrumpen como inoportunos invitados para la intimidad de la ceremonia. Como siempre suele suceder, para esos latidos de la necesidad, las miradas de Javier y Raquel se cruzaban con ese diálogo que ni las mejores palabras saben o pueden igualar. Mujer y hombre, el destino quería servir de punto de encuentro para recorrer juntos un camino que ambos anhelaban modelar. Mañana, pasado o tal vez al otro, encontrarían la respuesta para su necesidad.

Eran más de las once. Antes de poner fin a esa cena, en una ilusionada Noche para los tres, Raquel quiso ofrecer a Javi una taza de té, infusión que tanto sabía le agradaba. Desde la cocina, donde estaba calentando el agua, oyó el sonido telefónico. Dada la hora, le extrañó la oportunidad de la llamada. Tras el “dígame” escuchó una voz que, a pesar de los casi nueve años de distancia, le resultó conocida. Temblándole el pulso, escuchó, sin pronunciar palabra alguna, unas frases que percibió como vacías y absurdas para la credibilidad. Fueron unos segundos los que permanecieron en la crispación del silencio, tal vez minutos. Raquel, con la firmeza de la razón, puso fin a la llamada, sin haber articulado la acústica de ningún vocablo. Ya en la puerta, tras los besos de despedida y ante la mirada sonriente de la cría, acertó a decirle a ese buen hombre una corta o densa frase para el aliento de la esperanza. “Yo… también te necesito, Javi”.

Aquella imprevista llamada, de las once y veinticinco, no volvió ya a repetirse. Durante esa Noche. Ni en otras tardes o mañanas. Raquel, desde el cristal de su ventana, vio alejarse a Javi quien, desde la esquina, le hizo un saludo cariñoso con su mano. Hacía frío en la calle, pero florecía una tibia temperatura en el corazón de dos personas. Y muy cerca de ella jugueteaba una niña de ocho años, Alma. Era el Alma de la Navidad.-


José L. Casado Toro (viernes 14 Diciembre, 2012)
Profesor
jlcasadot@yahoo.es