sábado, 17 de agosto de 2019

TIEMPO PARA EL LETARGO, EN LAS VIDAS DE TEO Y CLAUDIA.

Tanto en el ámbito científico, como en el terreno social más popular o cotidiano, es práctica común cuantificar todos los hechos y fenómenos, sean más o menos importantes o trascendentes en su íntima naturaleza. Precisamente es la ciencia estadística la que establecerá, a partir de esta cuantificación basada en los números, los grupos, las variables, las reglas y las conclusiones de todos esos datos que previamente se han ido recabando. Tanto nos situemos en el ámbito más científico o incluso en  el uso más popular o cotidiano, tenemos la percepción de que uno de los temas más recurrentes que se insertan en nuestras conversaciones (cuando no tenemos otros argumentos o cuestiones más atrayentes para el debate) es hablar sobre la situación del tiempo meteorológico. 

Efectivamente, esa magnitud climatológica es uno de los recursos que más utilizamos cuando no tenemos otra cosa mejor de la que hablar. Pero es que además ese concepto “tiempo, de una u otra manera, se hace casi siempre presente en nuestras vidas. Veamos algunos repetidos ejemplos.

Cuando compartimos el breve trayecto del ascensor, con un vecino del que no recordamos su nombre; cada vez que abrimos la pantalla del móvil; al ojear las páginas del periódico; cuando estamos de viaje y enviamos un whatsapp; al levantarnos de la cama por la mañana y miramos a través de los cristales de la ventana; al encontrarnos con un amigo o conocido por la calle; cuando vamos a emprender un desplazamiento vacacional o de negocios; antes de una excusión senderista a la naturaleza; cuando contactamos con un amigo o familiar que se halla en otra ciudad; etc y etc. En esas y otras muchas circunstancias, el estado de la atmósfera es la realidad más recurrida entre nuestros intereses inmediatos. ¿Lloverá o no habrá precipitaciones en las próximas horas? ¿El cielo está nublado o soleado? ¿Hace frío o la temperatura es elevada? ¿Percibimos la humedad o la sequedad ambiental? ¿Mejorará o empeorará el tiempo? ¿Qué color tiene hoy el cielo? ¿Llevo la ropa adecuada o pasaré frío? Sin duda, es verdaderamente absorbente este concepto climático en nuestras vidas. Por todo ello, tenemos que volver a preguntarnos si carecemos de un tema o una preocupación mejor, en el capítulo de nuestras diarias preocupaciones o intereses.

Este recurrente elemento atmosférico va a tener también un cierto protagonismo en la breve historia que a continuación se relata. Pasemos ya al contenido temático de la narración.

En nuestro pequeño círculo relacional, también a través de los medios de comunicación, tenemos conocimiento de la existencia de noviazgos muy breves entre las personas que los protagonizan, los cuales desembocan en enlaces que resultan “sorprendentes” (“nos presentaron en una fiesta y a los dos meses pasamos por el Registro Civil. Podemos afirmar que hemos nacido el uno para el otro). Sin embargo, otras etapas pre-matrimoniales se tornan desesperada y aburridamente largas. Por mil y una razones, parece que los enamorados nunca van a llegar al en principio lógico vínculo matrimonial. Incluso puede ocurrir que después de este largo e inacabable caminar hacia la boda, cada uno de los implicados acaba marchándose por su lado antes de celebrar la ceremonia nupcial. Veamos el caso de una pareja, ilustrativa de estos insólitos comportamientos.

Claudia Afradia trabaja como taquillera en el Teatro Municipal de la ciudad en que nació y reside, función que viene ejerciendo desde hace ya tres lustros. A sus 34 años de edad, valora con esmero ese trabajo que le permite disponer de un sueldo, no elevado pero consolidado, al final de cada mes. La experiencia le ha enseñado a gestionar con bastante diligencia todo lo relativo a la tramitación de las entradas, los cambios de última hora, los caprichos y peticiones curiosas que plantean los espectadores, tanto los clientes que se acercan físicamente a las taquillas, generalmente con las prisas y exigencias de última hora, como los cada vez más numerosos aficionados que realizan sus gestiones de manera on-line, proceso informático que ella ha de controlar a fin de evitar duplicaciones o errores en la venta de localidades. La gestión contable también conlleva un mucho de complejidad. En los días de festivales o de grandes representaciones escénicas el trabajo se agudiza, aunque con destreza, paciencia y buen sentido profesional trata de atender y resolver todas las dificultades y demandas que los clientes aficionados al arte de Talía o a los grandes espectáculos musicales no cesan de plantear.

Precisamente fue así como trabó amistad con uno de estos espectadores, llamado Teo Felgaria, que era un casi permanente o muy asiduo asistente a las numerosas obras teatrales que en el recinto público se representaban.  Se trataba de un joven de apariencia bastante amable y ocurrente, que aplicaba su innata simpatía cuando llegaba a la taquilla, a fin de conseguir un asiento de la gran sala que estuviera bien ubicado. Eso difícil objetivo sabía conseguirlo, incluso cuando su petición era “imposible” de atender, pues ya no quedaban localidades en el nivel de precio que él demandaba. Su insistencia y “especiales requiebros” a la divertida taquillera lograba, más pronto que tarde, el objetivo de una última localidad disponible “que había sido inesperadamente devuelta”. La encargada de vender las butacas siempre sacaba algún recurso de su “chistera” para conseguir satisfacer la petición del insistente y amable expectador. En ocasiones esas buenas gestiones o favores se veían compensadas cuando Claudia recibía algún obsequio que con elegancia le entregaba Teo, en forma de flores, bombones e incluso algún libro de poesia o literatura. De esa agradable forma se fue generando una divertida y saludable connivencia entre estas dos personas, vinculadas por la existencia de un teatro donde representaban obras escénicas y y otros espectáculos musicales. El arte de Talía había vinculado íntimamente a dos jóvenes personas, que necesitaban cultivar el don de la amistad.
  
En una de esas conversaciones en taquilla, cierto afortunado día Teo decidió a decirle a su interlocutora si podía invitarla en el fin de semana a tomar alguna merienda (conociendo que ese domingo próximo no había representación en la sala teatral). Claudia, que se esperaba algo así desde hacía tiempo, accedió al elegante gesto del insistente cliente “De acuerdo, este domingo nos vemos en las puertas del Teatro –no vivo lejos de él- y tomamos alguna cosa fresquita, que ya están llegando los calores del verano”. La satisfacción en el rostro del joven era más que palpable, cuando comprobó con indisimulable alegría cómo sus hábiles esfuerzos hacia la casi siempre sonriente taquillera comenzaban a dar sus apetecibles resultados.

Pero ¿quién era el tan convincente Teo? A este bien parecido joven nunca le llegaron a gustar (ni tenía especial capacidad) las horas dedicadas estudio, ni el esfuerzo exigible para los altos aprendizajes. Por influencia y persistencia familiar intentó cursar el bachillerato. Pero tras repetidos fracasos académicos, lo tuvo que dejar en un primer curso inacabado. Entonces su padre no lo pensó dos veces: quería evitar que su hijo siguiera perdiendo el tiempo el academias y “repeticiones fallidas”. Cuando el chico cumplió los dieciséis, lo “colocó” como aprendiz ayudante en el prestigioso ultramarinos de barrio, propiedad de Don Ceberio, excelente profesional que había heredado el colmado de su padre. La amistad con el buen comerciante procedía de que ambos habían sido compañeros en el Servicio Militar, periodo castrense que realizaron destinados a la comandancia militar de Melilla. En este consolidado negocio de ultramarinos,  Teo comenzó a trabajar como aprendiz, ayudando en casi todo lo que le ordenaban. Pero al poco tiempo don Ceberio, viendo el “don de gente” que tenía el dicharachero muchacho, lo puso en la atención del público, para vender detrás del mostrador.  En la actualidad Teo tiene treinta y siete años y lleva veinte desempeñando con habil maestría ese “despachar” sabrosos embutidos, productos lácteos, conservas de todo tipo, cereales, leguminosas, pastas y un largo etc, porque en el colmado “LA BUENA MESA” se vende todo lo más suculento para el buen yantar, no faltando los apetitosos dulces, tanto los envasados como aquéllos que se traen a diario, para el deleite de los golosos clientes. 

Aquella su primera cita en la Plaza del Teatro, entre dos personas en juventud que se atraían, se produjo hace aproximadamente unos ocho años. En esa calurosa semana de julio, él acababa de cumplir sus primeros 29 años de vida, mientras que ella se hallaba en la inmensa juventud de los 26.  Fue una preciosa tarde dominguera, en el recién iniciado estío veraniego. Para la alegría  de ambos jóvenes, todo pareció salir bien. Aquella fresquitas cervezas que degustaron, acompañadas de un par de raciones de pescaíto recién frito, en un romántico chiringuito playero, con suelo de arena y brisa de mar, sustentó un extenso y divertido diálogo en el que el dependiente llevó el protagonismo de la palabra, mientras que la taquillera, cada vez más ensimismada y complacida, aportaba sonrisas y anhelos, palabras agradables y esas mágicas miradas que observan el ayer y el deseado mañana, en el siempre vital proyecto de nuestras ilusiones liberadas.

Como era razonablemente previsible, a ese primer encuentro se sumaron otros muchos en el discurrir de los días y en los meses siguientes.  Es cierto que entre los dos nuevos amigos (y cada días más enamorados) se interponía la dificultad laboral de coordinar los horarios. El de Teo estaba normalizado con el de cualquier otro comercio. Acudía a la tienda a las nueve, para preparar algunos detalles que siempre quedaban pendientes del día anterior (la apertura al público era a partir de las 9:30). A las dos de la tarde cerraban para el almuerzo y el descanso, volviendo a abrir de nuevo a partir de las cinco. El fin de la jornada laboral quedaba establecido para las 20:30, aunque el diligente dependiente solía siempre quedarse algunos minutos más, a fin de poner un poco de orden en las mercancias de los estantes, en el largo mostrador y el resto de la alimenticia dependencia. A partir de ese momento podía encontrarse con Claudia, pero solo en el día que ella libraba del trabajo o no había representación en el recinto municipal.

Esos agradables, aunque no muy abundantes, momentos para estar juntos eran bien aprovechados por dos seres que habían decidido unir en un futuro su caminar por la vida. Además de los paseos, tanto por la ciudad como por la naturaleza suburbana, compartían comidas, visitas a monumentos, oportunidades para el baile, visionado de películas y espectáculos teatrales o musicales. Con habilidad y esfuerzo coordinaban sus vacaciones anuales, posibilitando algunos divertidos viajes que año tras año fueron realizando a tierras de Portugal, Italia, Grecia, Marruecos, además de ese París, siempre presto a complacer las agendas de aquellos que palpan el romanticismo atesorado entre sus calles y plazas, con sus inmortales monumentos para el recuerdo. Un tema recurrente en sus conversaciones y proyectos era el de concertar la adquisición de una vivienda, para cuando llegara el feliz momento de establecer el vínculo matrimonial. Esa fecha crucial en sus vidas era anhelada por Claudia con la lógica y “urgente” expectación, aunque en el caso de Teo la decisión, religiosa o “administrativa” no llevaba aneja las premisas de su aceleración o urgencia. De hecho, en más de una ocasión, razonaba a su compañera una argumentación que no parecía en principio ausente de lógica.

“No hay que obsesionarse con las prisas, mi querida Claudi. Nos vemos … cuando es posible. Sin embargo nos llamamos todos los días e intercambiamos mensajes de whatsapps en muchas de sus horas. Estamos juntando, poco a poco y con esfuerzo, un capital que nos permitará afrontar con sensatez la entrada hipotecaria de una vivienda. Sabes bien que los inmuebles están por las nubes, pues las casas o los pisos que a nosotros nos gustan se pone muy por encima de nuestras modestas posibilidades económicas: superan ya con mucho los 200.000 euros. Y ese dinero, con la realidad de nuestros sueldos exige tener un mucho de paciencia. Ni tú, ni yo, podemos esperar en demasía de la ayuda familiar, más bien “nada” pues somos muchos hermanos y nuestros padres no son precisamente unos ricos. Convéncete, estamos bien como “estamos”. Nos queremos, disfrutamos, viajamos, paseamos, tenemos nuestras intimidades… todo llegará. Las cosas que se hacen con prisas y de manera alocada, después no siempre salen tan bien como hemos diseñado en el lienzo inconcluso de nuestras ilusiones”.  

Y así fueron transcurriendo todos esos años que el tiempo impasible de la aritmética va trazando, sin los sones de la famfaria pero con la firmeza de los números, en los destinos inciertos de unas y otras personas. Hasta ocho anualidades en estas dos vidas, desde aquella su primera cita, con aroma de marisma playera,  en los muelles “adecentados” de la ciudad. En este otro domingo de julio, Claudia y Teo están sentados en una de esas acumuladas cafeterias que adornan el recinto portuario. Las manecillas de los relojes se van acercando a esa hora que establece frontera entre la despedida luminosa de la tarde, para la llegada de ese lívido oscurecer en las bambalinas celestiales que anuncian una noche más. El hombre hace como si repasara el periódico del día, con ese nerviosa acústica en el movimiento de las hojas, a modo de brisa contundente en la vegetación de un  denso arbolado.  La mujer observa, casi sin ese pestañeo ocular que vigoriza nuestra visión, el perfil ciudadano que se mira en las aguas serenas del mar. Silencio y más silencio, entre ambos. Fue Teo quien al fin rompió la rutina de una atmósfera sin palabras que “cruel o aburridamente” los separaba, con dos tazas vacias de infusión como mudas y cansadas espectadoras.

“Hace una buena tarde, en la que todavía no se hace presente esa pegajosa humedad que, a buen seguro, pronto llegará. Vendría bien que soplara algo más de brisa, pues con ese sol que ha calentado todo el día el suelo, el ambiente está muy calentón, posiblemente debido a la irradiación que se va escapando del cemento y que nos produce un térmico sopor que adormece”.

Muy “interesante, novedoso y motivador” tema, aportado por el novio. Su compañera de mesa también se decidió a “enriquecer” la prolongada languidez de la tarde.

“Sí, Teo. Verdaderamente estamos “adormecidos”… de aburrimientos y exasperantes rutinas. Desde que nos sentamos en esta cafetería, hace ya casi una hora, apenas hemos intercambiado palabra alguna. Y, una vez más, viene en nuestro auxilio el recurso “milagroso” del tiempo. Apasionante y providencial temática, para los que carecen de otros argumentos o idearios para el darle vida y vértigo al diálogo. ¿No te das cuenta? ¿No percibes como entre nosotros, desde hace ya demasiadas hojas del almanaque, el estado de la atmósfera es el ángel guardián que nos auxilia para disimular este insoportable e insufrible aburrimiento? La memoria no te ha ayudado pero, hoy es nuestro aniversario. Hace exactamente ocho años, de aquella otra tarde que hicimos nuestra primera cita, fuera de la taquilla, para tomar unas cervezas en un chiringuito que está a no muchos metros de aquí. Ocho años ya, Teo. Y aquí seguimos … juntando monedas para la entrada de una hipoteca, cuyo coste corre más que los latidos insulsos de nuestras vidas”.

Como hacen los lectores impetuosos, podemos pasar con avidez nerviosa esas páginas que nos ralentizan el desenlace de la historia inacabada. Y en ese final de la narración, que no es sino una parada circunstancial en una de las numerosas estaciones vitales por las que viajamos, vemos a Teo. El tendero está expendiendo un trozo de queso curado, mezcla de vaca, oveja y cabra, a una clienta que no detiene su parloteo con otra vecina que aguarda pacientemente su turno. No faltan muchos minutos para el cierre del colmado LA BUENA MESA. En ese momento entra por la puerta del establecimiento una mujer de dudosa belleza, pero bien trajeada y con aires fingidos de ruda elegancia, próxima a su medio siglo de vida. Esta señora lleva de la mano a un niño que aparenta tener no más de cinco o seis años. El crío sale corriendo en busca de su padre, el tendero de la bata beige, que tras entregar el trozo de queso manchego a la clienta, toma con teatral júbilo al niño entre sus brazos. La mamá tiene por nombre Carmela y es la hija única de don Ceberio, profesional que hace dos años ya se jubiló, dejando la responsabilidad y propiedad del negocio a su yerno Teo.

No muy lejos de esta tienda de ultramarinos, una siempre muy responsable taquillera llamada Claudia sigue gestionando la venta de localidades, en este momento para una gran musical que va a estar en cartelera durante las dos próximas semanas. West side story, es el titulo de la obra que va a representarse, en una gira que recorrerá las principales ciudades españolas. Claudia sigue resolviendo con eficacia, las monótonas peticiones de ubicación y de precio que plantean, con nerviosa impaciencia, los futuros espectadores del próximo y emblemático espectáculo musical. En ese otro lado de la ciudad, esta sencilla mujer de treinta y nueve años continúa esperando con irrenunciable ilusión, como también lo hacía Natalie Wood en la ficción cinematográfica de 1961, que el destino haga posible ese amor que todos necesitamos, a pesar de las dificultades y de los incómodos, aburridos y opacos letargos.-



TIEMPO PARA EL LETARGO, EN LAS VIDAS DE
TEO Y CLAUDIA


José L. Casado Toro  (viernes, 16 AGOSTO 2019)
Antiguo profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga


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