viernes, 28 de mayo de 2010

Para todos aquellos que necesitamos del cine

PARA TODOS AQUELLOS

QUE NECESITAMOS DEL

CINE



Me gusta el cine. En verdad, se trata de una afición gratamente generalizada en muchas de las personas. En mi caso, no es de ayer ni de hoy. Probablemente, desde siempre. Cuando éramos niños, pasábamos largas horas en el interior de una de aquellas salas de barrio (no resultaban especialmente cómodas) donde se proyectaba un sugestivo programa doble, en blanco/negro o en intenso technicolor, con el que se cubría el tiempo de ocio en los sábados y domingos por la tarde. Precio asequible, en plena época del franquismo, tolerancia para entrar en pantallas donde se hacían realidad películas para mayores y, también, una especial necesidad de viajar con la mente a otros lugares y espacios donde la aventura nos hiciera superar la rutina y monotonía de muchas tardes y mañanas que casi siempre se parecían en su devenir. Ayer y mañana eran muy iguales. Me refiero a las tardes del Avenida, el Capitol, el Duque, el Málaga Cinema o el Andalucía. De estas cinco empresas que acabo de citar, ninguna tiene hoy actividad cinematográfica. Otros muchos cines duermen en el recuerdo, ante la desidia de la iniciativa privada. La fuerza competitiva de las multisalas, en las grandes áreas comerciales, y una inadecuada actitud en su esfuerzo por atraer espectadores, explica la desaparición (con los intereses inmobiliarios subsiguientes) de estos entrañables espacios que ya sólo permanecen en la pátina de nuestra memoria.

Vamos al cine en un día entre semana. Y nos encontramos una sala que sólo ocupa siete o diez de sus butacas, dejando vacías un centenar o más de las mismas. Los escasos espectadores asistentes nos encontramos como en familia, en un “amplísimo” salón de la casa. Incluso en alguna ocasión hemos tenido la experiencia que la película sea proyectada sólo para nosotros. Toda la sala para mí. Durante los fines de semana, y a determinadas horas, las butacas se encuentran más pobladas de público. Es cierto. Pero me refiero a esas tardes del lunes o de los jueves en que los espectadores se cuentan con los dedos de la mano. Esa crisis de asistencia se podría paliar, aplicando un mínimo de interés e imaginación. Para esas horas de absentismo cinematográfico, se deberían establecer unos precios incentivadores al pasar por taquilla. La cinta se va a proyectar igual para dos o para cincuenta. Un par de euros sumarían una recaudación de cien, sobre los diez que pagarían los dos espectadores. Muchos jubilados. Muchas personas con tiempo libre. Incluso aquellos críos que se aburren en casa, pasarían un buen rato en el cine por un coste mínimo. La recaudación en taquilla aumentaría de forma notable, frenando la tentación de cerrar muchas salas que resultan hoy improductivas. ¿Por qué no se practica esta política de atracción al espectador? Por una falta absurda de flexibilidad y de imaginación comercial.

Gozosamente hay que aplaudir la iniciativa municipal en la recuperación del Cine Albéniz. Se ha remozado bastante bien, aunque otros objetivos de mayor complejidad, en el plano estructural, han quedado postergados ante las carencias económicas del momento. Pero los cambios realizados en las butacas, la decoración interior, pantallas y nuevos equipos de proyección, se agradecen y mucho. Ofrece la posibilidad de hacerse socio del Club Albéniz, de forma gratuita, con diversas compensaciones, entre ellas pagar cinco euros en vez de los seis fijados para el precio único de la entrada. Y una sala dedicada preferentemente al cine español y otra en la que se proyectan películas del cine independiente o de países alejados de la industria vinculada a Hollywood. Junto al Teatro Cine Alameda, tenemos dos significativos islotes en un mar monocolor y repetitivo, a fin de poder visionar una cinematografía diferente a la que dedican su tiempo el resto de las pantallas malagueñas. Mirando la cartelera, las mismas películas en casi todos los cines.

Una iniciativa que sería de sumo agradecer es la siguiente. Además de buscar un ratito de distracción, a muchos asistentes a las proyecciones nos gusta tener una pequeña base argumental y analítica de la película que nos disponemos o acabamos de ver. En el Cine Alameda entregan una breve sinopsis, junto a la taquilla. Por su parte, el Albéniz envía por Internet, a los socios registrados, una pequeña información de cada una de las películas que durante esa semana están en pantalla. Es de lamentar que el resto de las empresas del ramo no hagan lo mismo, pues el coste de dicha información sería mínimo y las compensaciones, para mejorar el conocimiento de este arte, más que abundantes. Se puede argumentar a este deseo que en la “red de redes” hay páginas donde encontrar información exhaustiva sobre las películas. También tenemos las revistas Fotogramas y Cinemanía, que están dedicadas al tratamiento mensual de este importante género artístico. Pero deben ser las propias empresas de donde proceda ese gesto informativo, elegante y educativo, para una mejor y cualificada educación en el espectador.

Hace ya muchos años, antes de iniciarse la película, se nos proyectaba el NO-DO, una revista constituida de cinco o seis reportajes, breves en el tiempo pero densos en el contenido, sobre aspectos de la actualidad. En general, servía para ensalzar los logros del régimen franquista. A la llegada de la democracia, en aquellos ya lejanos años setenta, desapareció la obligación de proyectar ese noticiario documental. Y desde entonces, sólo disponemos de los trailers y alguna publicidad, como preparación para visionar la película de nuestro interés. Sería una magnífica oportunidad y decisión que cada semana visionáramos algunos cortos de los muchos que existen en la videotecas. Ese corto, de 7-8 minutos, fomentaría la afición cinematográfica, tanto para el que lo ve como para el que produce o dirige esos formatos reducidos en metraje (entre cuatro y siete minutos, aproximadamente) pero en los que encontramos una historia sintética y hábilmente narrada. “Leer” un corto es una aventura imaginativa que compensa con generosidad al que tiene ilusión por emprenderla.

¿Os acordáis de aquellos “acomodadores” que dentro de las salas de proyección indicaban a los asistentes la ubicación de su localidad, ayudándose de linternas cuando ya se habían apagado las luces generales para iniciar la proyección? Colaboraban también en mantener un cierto orden dentro de la sala, especialmente controlando al joven personal amante de bromas que incomodaban a los que sí querían enterarse de lo que aparecía en la pantalla. Ese servicio al espectador prácticamente ha desaparecido. Resulta lamentable observar como algunas personas que, por diversas causas, llegan al cine cuando las luces dejaban paso sólo a las de la gran pantalla, se afanan por encontrar su localidad numerada o no, cegadas o deslumbradas al pasar de un ambiente iluminado a otro en el que predomina la oscuridad. A veces, también, el maquinista de la cabina proyectora descuida su observación y la sala pierde el sonido o el enfoque automático deja de funcionar. Hay que salir de la sala y buscar, con las molestias que ello conlleva, a quien tenía que estar dentro de la misma para que indique al proyectista su obligación de mejorar la calidad de lo que aparece en la gran pantalla o por los altavoces complementarios a la misma.

El nivel térmico en el interior de las salas cinematográficas no es cuestión baladí. Una tarde, al pasar por taquilla, me indicaron que la película elegida se proyectaba en una sala donde había que reparar la refrigeración. Era pleno mes de agosto. Se pudo soportar las temperatura, pues el nivel de asistencia de los espectadores era más bien reducido. Por el contrario, hay otros cines donde potencian el nivel de refrigeración de una forma desmesurada. Te alcanza, por consiguiente, un persistente flujo de aire frío que, literalmente, te “congela” el cuerpo, y tal vez la mente, durante ese par de horas en que dura la película. Una vez más tienes que interrumpir el visionado de la cinta, abandonar tu butaca, y rogar al encargado de la puerta que haga el favor de regular el termostato de aireación pues, dada la estación estival, no llevas el abrigo suficiente para protegerte. Bromas aparte, estos pequeños detalles se hacen “grandes” en la comodidad que, de manera legítima, exiges tras haber abonado previamente el precio de tu localidad.

¿Para cuándo una cinemateca en Málaga? Hace ya muchos meses, se nos ilusionó a los aficionados al “séptimo arte” con que podríamos disfrutar de las prestaciones e incentivos educativos de una cinemateca. Ciclos de actores y temáticas de género, filmografías de cine no comercial, archivos y bibliotecas, salas de conferencias, ordenadores de visionado y consulta, exposiciones, etc. Todo ello puede reportar la disposición de este servicio que prestaría un gran valor educativo al entorno social en el que se ubique. Se nos habló, a través de la prensa, de la Sala Gades. Posteriormente se nos dijo que sería el Teatro Cánovas el que albergaría esta anhelada función. Ha pasado ya casi un año, desde los primeros “globos sonda” en las páginas de los periódicos y no se ha hecho nada desde la Administración andaluza al respecto. Al menos, con resultados concretos. El ciudadano reclama este servicio ante los oídos sordos de quien tiene la obligación de prestarlo y facilitarlo a la sociedad. Esa cuarta sala del Albéniz, o las dos salitas del Alameda, ayudan con un cine alternativo a Hollywood. Pero su esfuerzo, sin duda digno de elogio, no compensa la carencia de lo que significa la potencialidad de una cinemateca, a modo de universidad popular para la difusión y formación colectiva en la cultura cinematográfica.

¡Silencio! Se apagan las luces y esa gran ventana blanca, para la imaginación y la vida, nos permite participar, convivir y disfrutar con una nueva aventura en la que todos somos un poco protagonistas. Ese embriagador y rítmico sonido del celuloide acariciando los rodillos lectores de la máquina de proyección nos anuncia que vamos a compartir la comedia, el drama, la aventura, la ciencia ficción, el humor, el romanticismo, el miedo, el oeste, la historia, el musical, la animación, la denuncia, el documental, la política, la guerra, la paz, la infancia, la madurez, la cultura, la biografía, el thriller…. Todo aquello que nos afecta y amplía nuestra propia existencia. Ya se dibujan los títulos de crédito en la retina de nuestra alma. ¡Comienza la película! La mía, que también es tuya. Y de todos. El milagro del cine. Necesitamos del cine. Continúa la proyección.-

José L. Casado Toro (viernes 28 mayo 2010)
IES. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga. Dpto. CC SS Historia
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domingo, 23 de mayo de 2010

Magia y embrujo en la urbe de las teterías





MAGIA Y EMBRUJO, EN LA URBE DE LAS TETERÍAS.


Habíamos quedado citados a fin de compartir un ratito de confortable charla tras el devenir de la tarde. Deseábamos intercambiar esas sensaciones que sustentan lo que llamamos amistad en la necesidad. Ciertamente nunca habíamos tenido oportunidad de mantener ese juego de palabras, miradas y gestos, que aproximan voluntades y potencian transparencias entre las personas. Me refiero a un diálogo amplio, en la densidad de las palabras y los contenidos, fuera de la vida relacional que fluye del trabajo diario en un centro de trabajo. Pero ese día iba a ser diferente. Probablemente no íbamos a referirnos a los alumnos, ni en lo individual o en lo colectivo. Ni de exámenes, faltas de asistencia o del tema por donde ahora voy, más adelantado o menos de por donde tú vas. Ni de ese padre o aquella madre, que siempre está por llegar. Tampoco de ese parte disciplinario que en “el Séneca” habría que anotar. No. Ahora teníamos que hablar tú y yo de tantas cosas…. por hablar. Al ser por la tarde, en un inicio de invierno o de primavera, ya casi vislumbrando lo estival, había que buscar un lugar idóneo donde el ruido silencioso y el ambiente bien decorado, para intercambiar, nos ayudase a caminar. Entre frases y no pocas letras, a fin de llegar a un grato encuentro para la realidad.

Nos citamos sobre esa hora del minutero en que la tarde alcanza su ecuador intermedio, tras el descanso del alimento y la vuelta a casa ya para el anochecer. Y el lugar tenía que ser emblemático, en pleno centro de la urbe capitalina, donde la historia se hace vida y la facilidad de desplazamiento nos estimula para eso tan necesario como es el andar. Fue en la zona antigua de la ciudad, aquella que posee plano con forma de malla o trama en laberinto. Con ese dibujo en relieve que muchos denominan “irregular”. Es zona fenicia, romana, mora o musulmana, también la de Picasso, y se halla muy cerquita de la Catedral. Donde cruzan callejuelas de adoquines, cemento y losetas con el asfalto y en el que algunas viejas farolas se esfuerzan pacientemente por alumbrar. Zona de marcha y encuentro para esos encuentros en el que los jóvenes o con más años, de jueves a domingos u otro calendario en la semana, optimizan su más que desbordante vitalidad.

Abundan en ese perímetro ciudadano las cafeterías y lugares de acomodo para el mejor dialogar. En concreto he de destacar la presencia de cuatro teterías, relativamente cercanas, donde poder acudir cuando haya lugar. Pues cada una tiene su especial encanto, misterio o peculiaridad. Una muy cerquita del Museo Picasso, enfrente de la Iglesia de san Agustín. Otra, prácticamente hablando con el recién renovado Cine Albéniz, llamada La Posada del Viajero. Una tercera en calle duque de la Victoria, a pocos metros del Sanatorio Gálvez (La Manquita). Y aun hay una cuarta, en calle Pedro de Toledo, perpendicular a calle Cister, en el entorno de los edificios del Museo Picasso. Unas y otras, con diferente estilo en su peculiar decoración, están diseñadas para pasar un rato agradable de conversación, con amigos, compañeros o familiares. En ellas nos vemos acompañados por gente de cualquier edad, desde matrimonios con “galardones” de metales preciosos, desde sus años de boda, hasta parejas y grupos de jóvenes que se están iniciando a esa etapa tan preciosa de la juventud. Los asientos de taburetes y sillas se mezclan con gruesos cojines que descansan en un suelo alfombrado para acomodarse sobre el suelo. La iluminación que predomina suele ser bastante discreta en su intensidad, haciendo juego con unas paredes en las que predominan las tonalidades azuladas, ocres, verdes y rojas, tendiendo a una oscura y afectiva intimidad. Una acústica musical nada estridente, incluso silenciosa o inexistente, en la que prevalecen los sonidos orientales o de ese sur mediterráneo que se acerca a la línea ecuatorial. Y todo un atrayente y denso muestrario para consumir dibujado de tés, otras infusiones, batidos y chocolates, aderezados con la presencia de dulces árabes que saben a miel y frutos secos, destacando la almendra como ingrediente básico en su elaboración.

Pero lo importante de estos gratos espacios es hallar un sosegado lugar de encuentro donde mantener, con la mejor compañía, una conversación en la que se intercambian palabras, gestos, miradas y, también, ese lenguaje de los silencios, del que ya hemos hablado en otra ocasión. Incluso un poquito más allá, aquella jovencita de ojos alegres y frágil de cuerpo, con su camiseta de textos reivindicativos, vaqueros desflecados y playeras de goma, teclea palabras cuyo significado ella sólo conoce aprovechando el wifi inalámbrico de clave solidaria que existe en el lugar. Y ese grupo de tres matrimonios, que han visto pasar ya muchos atardeceres, intercambian sus anécdotas y recuerdos y el argumento de esa película que acaban de disfrutar. Y una panda de jóvenes que comparten minutos y palabras, fumando de una artística pipa de agua colocada en una baja mesita rodeada de taburetes y sombras multicolores, por aquí y allá.

Fueron más de dos las horas en que duró nuestro diálogo. En realidad fuiste tu quién protagonizó el uso de la expresión pues mi rol era, de forma prioritaria, atender a tus palabras. En ocasiones te dicen, pienso que de forma elogiosa, “es que tu sabes escuchar muy bien”. El cuerpo te pide, y la prudencia lo impide, responder con aquello de “es que apenas…. me dejas hablar”. Al margen de bromas (que no es el caso) la tarde estaba trajeada de invierno, con un sol que se hizo fugaz a escasos minutos de las cinco. Nos acompañaba una fuentecilla de la que manaba algún chorrito de agua para darle un aire más alegre a un ambiente un tanto misterioso por el cromático y, en ese momento, casi vacío de contertulios que poblaban el lugar. Tampoco es que hiciera frío. El diciembre malagueño suele ser generosamente agradable para un solsticio estacional tan peculiar. Y claro que atendí, pacientemente, a tus argumentos. Hoy pienso que debí actuar de otra forma. Pero en aquel momento pudo más la fuerza afectiva de la amistad sobre el análisis objetivo de lo racional. En realidad, tu estado ofrecía esa imagen, muy necesitada, de lo carencial. Y en estos casos puede ser prudente o prioritario salvar la confusión anímica antes que aportar nuevas razones que, inevitablemente, la harían empeorar. ¡Cómo ha llovido desde entonces! Y esta es una frase, física y vivencialmente…. real. Tras un par de horas de miradas bajas, voces entrecortadas y alusiones tristes en el recuerdo, que no se pueden narrar, la tetera observadora nos avisó que el resto de su contenido necesariamente se habría ya de enfriar. Y acordamos quedar en vernos, con unos ciclos temporales, para continuar avanzando en el diálogo. Y tal vez, profundizar y sustentar en la amistad. Cuando llegó ese primer plazo en el tiempo, para un nuevo encuentro ¿por qué no en ese mismo lugar? hubo algo, o más, que no lo hizo posible. El ego desconfiado había roto en el uno la conexión entre dos personas que antes sí aplicaban el arte del dialogar. En el otro, un análisis objetivo prevalecía sobre otras consideraciones que le impidieron antes ser justo en la apreciación de la dura realidad.

Son muy agradables estos ambientes con sabor islámico, mejor decir árabe, que propician las teterías, cada día más abundantes y originales por la ciudad. Lugares atrayentemente henchidos de misterio, juego de luces y aromas embriagadores que fomentar el placer del soñar. Y esa cera que en su arder lagrimea. O ese hilo blanco que baila en la oscuridad de la esquina procedente de una barrita de pachuli, incienso natural de la India, llenando de fragancia dulce y refrescante nuestra imaginación y, siempre benefactor, el tono anímico de la voluntad. Recuerdo que una vez en Granada, paseando por una zona antigua del centro de esa bonita y querida ciudad, consulté mi interés en un kiosko de turismo que estaba ocupando un angular en la antigua Plaza de la Trinidad. Me indicaron la zona de las teterías granadinas que, a muy poco caminar, pueblan una calle con sabor a oriente, subiendo hacia la colina del Albaycín. Un barrio con sabor a antiguo que dialoga con la Alhambra vecinal, rivalizando ambos en belleza, historia y sensualidad. Estas teterías y restaurantes con sabor arábigo comparten allí el espacio con numerosas tiendas donde los artículos de cuero, sedas y taraceas le dan un inmejorable colorido a ese denso y encantador, por lo abigarrado e imaginativo, mimesis de atmósfera y vida oriental. Hay otras, lo anuncian en sus portadas reales o virtuales, donde a una hora ¡que no sabemos cuál! nos pueden deleitar con una danza de vientre y pies desnudos que bailan en un cuerpo frágil y de ojos morenos, sobre una tupida y mullida alfombra. Una alfombra de mil colores donde apetece soñar, cantar o caminar.

¿Cuál es el té o batido natural que te apetece saborear? ¿Quieres escribir, pensar o callar? ¿O necesitas que esas y otras muchas palabras viajen entre nosotros, para compartir la amistad? Una vela de tono azulado nos daba luz y calor en el contrastado paisaje de lo humano. Más afuera hacía algo de frío, o ese calor que libera nuestro cuerpo de ropa y calzado para la necesidad en la estación. La gente entraba y salía de esta pequeña hospitalidad. Espacio que florece de sensibilidad e imaginación el anhelo de no pocas voluntades. Magia, embrujo, con el tono ilusionado del corazón y la vida. Volviendo en el pensamiento para aquella tarde, fue un gesto animoso anhelando, con sencillez, la mejor oportunidad. La escenografía acompañaba y las palabras hallaron cuerpo en un excelente acomodo. Pero el té ya se había enfriado. Era tiempo…… invernal.-


José L. Casado Toro (21 mayo 2010)
IES Ntra. Sra. de la Victoria. Dpto, CC SS Historia.