jueves, 30 de junio de 2016

PERDIDOS EN UN BOSQUE PÉTREO, DE ELEVADAS COLINAS SIN ÁRBOLES.

Dos antiguos amigos y vecinos de bloque, residentes en el nuevo Paseo Marítimo del oeste malacitano, han decidido pasar este fin de semana disfrutando de la actividad senderista. Julián, celador de enfermería y Telmo, maestro de educación primaria, se hallan en la actualidad gozando de su bien merecida jubilación laboral. Su vinculación de amistad viene ya desde muy lejos en el tiempo, pues ambos habitaron sus respectivas viviendas prácticamente en el mismo período (años ochenta de la anterior centuria) con motivo de sus enlaces matrimoniales, aunque Julián es tres años mayor que su fiel compañero en la práctica de ésta actividades lúdicas.

El mes de junio, tanto en la bahía como en el interior de Málaga, se torna muy dulce y templado en lo térmico, aunque no faltan esos anticipos del viento de terral que se hacen muy sufridos para soportar lejos de los climatizadores. Buscando hacer un poco de ejercicio, estos dos buenos amigos han decidido realizar una sugestiva caminata, recorriendo un paisaje, especialmente elevado sobre el nivel del mar, que sabe combinar la dulzura primaveral con el frescor que su altitud posibilita a los visitantes del entorno. Sierra Nevada, en la provincia hermana de Granada, ofrece reconocidos y justificados atractivos por su proximidad, belleza y el incentivo de la aventura.  

De mutuo acuerdo, ambos senderistas decidieron reservar dos noches en el coqueto y muy recomendado Hotel El Guerra, situado a medio camino entre la capital granadina y la estación invernal de Pradollano. Eligieron este punto de residencia porque, durante los meses del verano, los demás centros hoteleros de esta importante estación de nieve suelen cerrar, a fin de preparar y organizar la próxima temporada de esquí que, como cada año, comienza ya bien avanzados los meses otoñales.  Reservaron las noches del jueves y el viernes pues  pensaron, con acierto, que durante los fines de semana el número de personas que suben a la Sierra se incrementa de manera notable. Ellos buscaban, fundamentalmente, tranquilidad y practicar ese recorrido senderista que tanto reconforta. Para esta ocasión, sus cónyuges decidieron no acompañarles. Sabían de antemano que el objeto de esta estancia en Sierra Nervada era caminar y caminar, a través largas distancia, tomar centenares de fotografías, a fin de sustentar la memoria  y, de manera especial, descubrir nuevos e insólitos parajes, llenos de encanto, allá en todo lo alto del  esplendor penibético.

El trayecto por carretera, Málaga–Granada, es corto en la distancia (apenas 120 kms)  y bastante cómodo en su recorrido. Al llegar a la ciudad de la Alhambra (o de los Cármenes, esos románticos jardines aterrazados, plenos de aroma y color) los dos amigos entraron a la circunvalación que vincula las distintas partes de la capital, lo que les permitió tomar la carretera de la sierra, una vía muy mejorada en la actualidad. Ya en el hotel dedicaron unas horas, antes del almuerzo, a organizar el senderismo vespertino, visitando y consultando en el Centro de Visitantes del Parque Nacional de Sierra Nevada, situado a un par de kilómetros del establecimiento hotelero. Sobre las cuatro y media de la tarde, tomaron de nuevo el coche y se desplazaron, en no más de 15 minutos, a la zona del Albergue Universitario. Tras aparcar en una amplia zona disponible, emprendieron la marcha a pie, dirigiéndose hacia los llanos de Borreguiles. La tarde se presentaba muy agradable en cuanto al tiempo atmosférico, soleada y con ese frescor de la sierra que equilibra la intensidad solar sobre nuestra piel.

Caminaron por espacio de más de dos horas, por unos terrenos cada vez más huérfanos de vegetación. En cuanto al suelo, básicamente pedregales repletos de miles de lascas, a consecuencia de un roquedo mil veces fracturado por los intensos contrastes térmicos del sol, la nieve y el hielo, además de las frecuentes ventiscas de la zona, ofrecía cierta dificultad para el paso (especialmente por diversas zonas) para personas inexpertas o poco habituadas para caminar por vericuetos inestables en la sustentación e incluso de alto riesgo, si no se lleva un calzado adecuado para esas inestables superficies.

En estas fechas de la temporada, la nieve había desaparecido de unos parajes, situados a casi tres mil metros de nivel sobre el nivel del mar. A más altura, quedaban aún esos emblemáticos neveros,  zonas donde la nieve, convertida en hielo, conservaba su presencia, en depresiones, oquedades y espacios determinados en el que el deshielo, que nutre los numerosos riachuelos del río Genil, aún luchaba con una temperatura cada vez más gélida, a medida que ascendemos. No debe olvidarse de que cada mil metros de altitud provoca un descenso térmico, de unos seis grados en la indicación de los termómetros.

Entre todos los neveros que aún se mantenían, durante estos días intermedios de junio, destacaban aquéllos que de forma intermitente tapizaban las agrestes laderas del majestuoso Pico del Veleta, elevado a casi 3.400 metros sobre el nivel del mar. Es la cuarta cumbre más alta de España y la segunda en esta cordillera Penibética, por detrás del Mulhacén, que alcanza unos ochenta metros más en su altura. Su esbelta forma a modo de una vela de barco, con esos tajos agrestes de una montaña que mira y acaricia el cielo, es junto al monumento de la Virgen de las nieves y el Mulhacén, uno de los más fotografiados y visitados por parte de los numerosos visitantes que se adentran en este amplio espacio que nos regala la naturaleza. Toda esta elevada zona corresponde a los términos municipales de Dílar, Monachil, Güejar Sierra y Capileira, pueblos con encanto en la ciudad de Granada.

Llevaban caminando ya más de tres horas, por superficies llenas de dificultad. En muchos espacios los senderos habían desaparecido y había que ir pisando sobre lascas y grandes pedregales, en donde la sustentación era peligrosa, porque esos trozos de roca gris no estaban, en su mayoría fijados al suelo, con lo que el riesgo de caída al apoyar mal los pies era evidente para los senderistas del lugar. El cansancio iba minando la resistencia de Telmo y Julián, personas que soportaban ya más de seis décadas en sus vidas y que practicaban la actividad senderista muy de tarde en tarde. Siguieron subiendo y bajando las laderas de las numerosas y escarpadas colinas, cruzando esos riachuelos que el deshielo primaveral ejercía sobre los restos hídricos helados y la filtración de las aguas, conformando pequeños brazos hídricos que enriquecen y avenan la artería fluvial madre del río Genil.

Aparte de ese roquedo fracturado en miles de piezas, mezclados con un matorral altamente degradado, espinoso y resistente a las bajas temperaturas, sólo se cruzaron con algunos rebaños de vacas y cabras, que pastaban por el lugar, pero sin hallar al pastor cuidador que las vigilara. Después de haber estado caminando, prácticamente sin parar durante varias horas, tuvieron que poner algún freno a su desplazamiento, ya que la altura en la que se encontraban dificultaba la respiración ante la baja concentración del oxígeno en el aire, provocando e intensificando el cansancio orgánico. Cada vez tomaban más agua de sus cantimploras y también consumieron algunos frutos secos, buscando la necesaria compensación energética.

Cerca ya de las ocho y media de la tarde, analizando el estado físico que sus respectivos organismos soportaban, decidieron dar la vuelta, camino de la zona del Albergue, por unos vericuetos que ellos consideraban interesantes y necesarios atajos a fin de ahorrar metros a la ya muy larga caminata. No fue una decisión acertada esta estrategia, pues tras recorrer espacios de subidas y bajadas por numerosas laderas, cada vez veían más alejado el punto referente que era el monumento de la Virgen de las Nieves. Pasaban los minutos y la resistencia física de ambos compañeros se degradaba, sobreviniéndoles una cierta angustia anímica  pues, aún en silencio, Julián y Telmo iban tomando conciencia de que se hallaban perdidos, en la continuidad de unos amplísimos espacios que siempre parecían iguales. Paulatinamente, el sol iba retirando su cobertura térmica y luminosa. Una continua brisa, cada vez más helada, atenazaba a dos cuerpos que habían calculado inadecuadamente el esfuerzo a realizar.

Sacaron fuerza de flaqueza de unos organismos próximos al agotamiento. Caminaron y caminaron, con pasos lentos e inseguros pero cada vez había menos luz y visibilidad, más frío y una angustiosa desorientación para unas piernas que se negaban atender la voluntad de la inteligencia. Llegó un momento en que Julián  tuvo que encender la linterna de su móvil (el teléfono de Telmo había perdido toda la carga de electricidad) a fin de poder señalar mínimamente el lugar por el que ambos tenían que pasar. Al no ser un terreno llano, los errores en la sustentación podían provocar resbalones y caídas muy peligrosas para dos cuerpos sesentones. Más que hambre, padecían necesidad, intenso cansancio y un indisimulado nerviosismo, pues nunca se habían visto en tan ingrata y peligrosa tesitura senderista. Lo más dramático era no saber exactamente dónde se encontraban, la casi nula visibilidad y la falta absoluta de fuerzas para mover sus piernas. Tomaron asiento en una zona levemente inclinada, a fin de recuperar algo de energía. El reloj marcaba las 10:45 de la noche. Seguía sin haber cobertura o señal de telefonía, a fin de efectuar alguna llamada de socorro.

Afortunadamente no era invierno. Pero la perspectiva de pasar toda una madrugada bajo la fría intemperie, con apenas unos restos de frutos secos y dos cantimploras casi vacías de agua, suponía un panorama un tanto desalentador. Apenas tenían el ánimo para hablar, pero entendían que aún era más desaconsejable el silencio. Uno y otro se intercambiaban algunas palabras, agradables o tranquilizadoras,  con la intención de mantener “encendido” el calor de la paciencia. Y así permanecieron allí sentados, sin percibir apenas nada que no estuviese a unos centímetros de distancia. Se abrigaron en lo posible, con alguna prenda que llevaban en sus mochilas y se dispusieron a esperar y, tal vez, a dormitar.

Pasaron los minutos y seguro que también horas en el tiempo. Quiso el destino que, en un momento concreto, percibieran a lo lejos algo parecido a una débil luz que se movía. La carga de batería en el móvil de Julián estaba ya bajo mínimos. Vieron en su relojes que las manecillas marcaban ya las 2 y veinte de la madrugada. Agitaron la débil luz de la linterna, con el ánimo de que aquella otra lejana lucecita percibiera la señal de socorro.


En la inmensidad de la noche, ambos puntos de luces coordinaron. Pasaron veintitantos minutos hasta que el portador de una linterna, fija en su gorro de lana, llegó hasta donde se encontraba la veterana pareja de senderistas aficionados, perdidos y con sus organismo exhaustos. El fornido caminante se llamaba Alan y era de origen galés. Aparentaba estar en la cuarentena de edad y su profesión era la de técnico informático, de baja temporal por estrés. Parece ser que era persona diestra en el ejercicio de la bebida. Un profundo sueño, a altas horas de la tarde, tras ingerir su constante cargamento etílico, le había hecho despertar más allá de las doce de la madrugada. Se movía en la oscuridad de la noche, gracias a su potente linterna y a un sofisticado GPS, que había comprado a su paso por Londres. Su conocimiento del español podría considerarse como medio/bajo, pero suficiente para comunicar con Telmo y Julián, a los que facilitó, generosamente, el contenido de una botella de agua isotónica, algo de chocolate y un par de manzanas. Él se conformaba con seguir tomando de sus “petacas” el reconfortante licor que contenían.

Tras recuperar algo de calma y energía, siguieron el camino que les iba marcando Alan y su GPS, a un paso relativamente lento para evitar una posible caída. Cuando al fin alcanzaron la zona del Albergue Universitaria, donde estaba residiendo Alan, eran ya las cuatro y cuarto de la madrugada. Tras agradecer efusivamente la ayuda recibida ayuda, prometieron seguir en contacto con el providencial ciudadano galés a través del correo electrónico, cuyos datos intercambiaron. Tomaron su vehículo y en veinte minutos aparcaron junto a su hotel “El Guerra”. Sin quitarse la ropa, se echaron encima de sus camas, donde no se despertaron hasta la hora del almuerzo, gracias a una llamada telefónica que les hizo la Srta. de recepción.

Ya aseados y con el necesario alimento en sus organismos, dedicaron la tarde del viernes a pasear por la bella magia urbana de Granada. Subieron al barrio del Albaycín y terminaron la tarde contemplando la sin par puesta del sol desde el Mirador de San Nicolás, con el majestuoso embrujo de la Alhambra al fondo del paisaje.

En la mañana del sábado, tras el desayuno, emprendieron su vuelta a Málaga, llevando en su conciencia y memoria una lección bien aprendida. Aún en parajes bien conocidos, como es el Parque Natural de Sierra Nevada, los aficionados al senderismo han de extremar la organización y el cuidado de los trayectos que pretendan recorrer. Especialmente Julián y Telmo, buenos aficionados pero no expertos en recorrer la naturaleza, que sufrieron la dura experiencia de verse perdidos, en pleno de junio, por los pedregales nocturnos de un complejo monumental, que en sus más de tres mil metros de altura, suscita un profundo clímax emocional y afectivo al visitante. A buen seguro, la “Virgen de la Nieves”, Señora de la bella naturaleza granadina, cuidó y protegió la suerte de Telmo y Julián.-



José L. Casado Toro (viernes, 1 de Julio 2016)
Antiguo profesor I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

viernes, 24 de junio de 2016

LOS SILENCIOS EXPLICATIVOS, COMO BANAL MODALIDAD DE RESPUESTA.

Vivimos tiempos muy avanzados para la potencialidad de la comunicación. El más importante o nimio acontecimiento, acaecido en cualquier punto del planeta, puede ser difundido y conocido, por toda la humanidad, en el marco temporal de muy escasos segundos. Los medios utilizados para esta útil realidad, en nuestras evolucionadas relaciones sociales, son muy versátiles en su diversificación y, de manera continua, objeto de perfeccionamiento. La jerarquización en importancia de esta metodología difusora puede ser discutible, pero todos los medios aplicados para ese positivo objetivo son inexcusablemente importantes. Citemos aquéllos que nos resultan más conocidos.

Las mallas, cada vez más densificadas, en la revolución de Internet, los poderosos grupos empresariales de la comunicación periodística, la imperecedera eficacia de la ya hoy generalizada radio digital, la siempre romántica y modernizada imagen del correo ordinario, de titularidad pública y privada, son ejemplos puntualmente emblemáticos de esa continua intercomunicación entre los humanos. Pero, a los ya citados instrumentos, habría que añadir otros sugerentes y evolucionados medios que desarrollan y alcanzan esos mismos fines, aunque utilizando otros soportes y tecnologías. En este sentido, habría que citar la magia siempre maravillosa del cine y la literatura, la creatividad del arte, en todas sus modalidades plásticas y constructivas, sin olvidar la fuerza expresiva de la imagen fotográfica, hoy también ya plenamente inmersa en las posibilidades del tratamiento digital.

Sin embargo hay un recurso comunicativo que se halla en la base fundamental de todos los demás procedimientos. Resulta obvio destacar la inalienable y consustancial realidad de esta facultad en los humanos: el uso discrecional de la palabra. A través de la voz transmitimos, a todos aquellos que nos rodean, nuestros pensamientos, deseos, sentimientos y reflexiones. Dependerá, lógicamente, de las circunstancias en que nos hallemos inmersos, la intensidad y modalidad en el uso de esa facultad para hablar y escuchar. Hay personas más habladoras que otras, al igual que unos son más amenos en su expresión con respecto a otros que carecen de la necesaria fluidez o amenidad para el ejercicio de la comunicación.

Sin embargo, observamos en nuestro entorno cotidiano como hay también personas que ejercitan esa gran facultad expresiva pero haciéndolo en sentido negativo. Es decir, utilizan su silencio como modalidad respuesta. Efectivamente, abstenerse en el uso de la palabra, es también una curiosa forma de responder o incluso también de “preguntar”. En lugar de palabras, utilizamos la mímica o el sentido anímico de la mirada, que también resultan curiosas formas de expresar aquello que sentimos o planteamos. Los ejemplos de esta peculiar modalidad comunicativa pueden ser numerosos. Veamos algunos de los mismos, en el escenario contextual del relato.

Como era habitual en su comportamiento, Armando, frisando la cincuentena y con algo de sobrepeso, volvió para comer a casa bien pasadas las tres y media de la tarde. Antes justificaba su tardanza a causa de las tareas siempre crecientes, en la gestoría donde trabaja desde hacía casi dos décadas. Ahora ya ni se molestaba en comentar la rutinaria excusa por llegar tarde al almuerzo, alimento que, una vez más, Cándida había tenido que tomar sola. A esa hora del reencuentro, los “niños” iban camino de sus facultades universitarias, pues los dos jóvenes tenían horario de tarde. También resultaba ya aburridamente rutinario que el “cabeza de familia”, esperando que el potaje se enfriara un poco en el plato, comentara, ojeando el diario Marca, que esa tarde noche volvería tarde, pues tenía que negociar un complicado traspaso de locales, habiendo quedado para cenar después del trabajo con los dos clientes interesados en la operación.

Una vez que había puesto la comida en la mesa, Cándida entró en el dormitorio. Muy amante del orden las cosas, sospechaba que su marido habría dejado “tirada” la chaqueta encima de la cama y los zapatos de calle lejos de su ubicación en la artística zapatera que tenían junto al armario. No se equivocaba, por lo que se dispuso a colgar la prenda de vestir que permanecía todo arrugada encima de la colcha. Así lo hizo. Pero, en esos movimientos sobre la percha, la chaqueta dejó caer, desde uno de sus bolsillos interiores, una hoja de papel rosado, tamaño cuartilla, manuscrita por ambas caras y que despedía un intenso aroma a perfume de rosa. Un tanto intrigada por la curiosidad, se sentó en el borde del lecho matrimonial y comenzó a leer un largo texto que, para su convicción, confirmó algunas sospechas que mantenía desde hacía no pocos meses.

La ardiente y sensual misiva afectiva, escrita por cierto con algunas faltas de ortografía, estaba dirigida a “mi amorcito A.” y su contenido, encareciendo una solución definitiva para la unión de sus vidas, finalizaba con unos piropos trasnochados y algo ridículos que antecedían a un “siempre junto a ti” firmado por una tal Estrella. Recuperando la respiración para un mínimo autocontrol y con el ánimo degradado, tras confirmar lo que desde hacía tiempo presentía y era más que evidente, caminó con pasos inseguros hasta el salón-comedor.

Armando apuraba con la cucharilla un postre de chocolate industrial, sin levantar la vista de ese periódico deportivo para su entretenimiento. Con la carta rosada en su mano izquierda, Cándida se acercó hasta el aparato de televisión, reduciendo el nivel del sonido. De pie, enfrente de su marido. Lo miró con intensa seriedad, mostrándole la carta reveladora de su verdad relacional. Él había dejado de tomar el postre de chocolate, observando a su pareja legal con una mirada confusa pues, junto al impacto de sentirse descubierto, también añadía el plus de la verdad a la teatralizada e incómoda situación dual que mantenían en su vida. No pronunció palabra alguna. Esa fue toda su explicación o respuesta, ante la tremenda realidad de la situación. Un silencio cruel y concluyente, mantenido entre dos personas sin argumentos para la proximidad, contrastaba en la crispada atmósfera de la habitación con un monitor de televisión que, en baja voz, aún seguía “hablando” sin que nadie lo escuchara.

Pasemos a otro nuevo escenario que nos muestra una lujosa vivienda con jardín y piscina particular. En esa acomodada mansión residen sus propietarios los Sres. Castela del Pulgar, junto a sus dos hijas, Fernanda y Eloísa, estudiantes de sociología y economía, respectivamente. Don Celestino, persona de agrio y nervioso carácter, vive básicamente de las rentas que obtiene de unos terrenos dedicados al cultivo de viñedos, en la zona sur de la provincia de Ciudad Real. Su mujer, Frida, dedica la mayor parte del día a buscar incentivos que la liberen del patente aburrimiento que padece.  Gozan de un servicio permanente para las tareas de la casa representado por la joven  Naima, de origen marroquí, encargada de las tareas relativas a cocina, plancha y limpieza, la cual vive junto a la familia propietaria en una habitación aneja a la de invitados. También trabaja para ellos el veterano Sebastián, que viene dos veces en semana para cuidar el amplio jardín.

Una mañana, mientras preparaba el cocido del día, Naima vio entrar en la cocina a don Celestino con el rostro, muy usual en él, lleno de enfado.

“¡Naima, a esto hay que darle una solución! Desde hace semanas observo que alguna de mis camisas preferidas han ido desapareciendo del armario vestidor. No te he dicho nada, pensando que estarían en el proceso de lavado. Pero pasan los días y no las veo en su lugar, debidamente limpias y planchadas. Esta tarde tengo que ir a  mi reunión semanal en el casino y quiero ponerme la de lino, color rosa pálido. Y precisamente no está en el armario. Búscala por donde sea y me la traes debidamente preparada. No quiero pensar que me estén desapareciendo mis camisas. Sé muy bien todas las que tengo. Y a ti ya se te paga cada mes por el trabajo que realizas”.

Profundamente azorada, ante las duras insinuaciones y voces de su jefe, el Sr. de la casa, la joven sirvienta terminó de preparar el contenido de la olla y, rápidamente, se fue a la habitación de lavado, donde estaban las cestas con la ropa limpia, esperando el planchado, y aquellas otras prendas pendientes de pasar por la lavadora. Tras una intensa búsqueda, esa preciada camisa de lino no aparecía por parte alguna de la casa. Celestino seguía con sus comentarios y quejas, a viva voz, señalando que alguien le estaba privando de sus pertenencias y que la camisa en cuestión tenía que aparecer. “Si alguien la ha cogido o se la ha llevado, debe confesar su hurto. Por que esto no va a quedar así como así”.

Al espectáculo que estaba protagonizando este personaje iracundo, infantil y profundamente arrogante, se unió su señora esposa, Doña Frida, bien enfundada en una bata larga de casa, pero luciendo de manera ridícula, dada la hora temprana del día, esas valiosas joyas en los brazos que sonaban como los cascabeles desafinados de una festiva capea pueblerina o una mariana romería popular.

Al fin la tensión bajó de tono, cuando dos Celestino se enfundó otra camisa que a duras penas cerraba el diámetro ventral de su más que generosa oronda y fusiforme figura. Namia, apenas repuesta un tanto de esos dedos acusadores que la señalaban como implicada en la desaparición de tan preciada prenda, cogió el cubo de fregar y se dispuso a limpiar el suelo de los dormitorios, por mandato imperativo de la señá Frida. Puso un poco de orden en las habitaciones de las señoritas Fernanda y Eloísa y, tras pasar la fregona, se encaminó al dormitorio de los señores.

El amplio armario empotrado, frente a las dos camas, se hallaba penosamente desordenado en su contenido, muestra del nerviosismo que el señor había aplicado a la búsqueda de una simple camisa. Cambió el agua del cubo ¡qué cosa habrían echado las señoritas en el suelo para que el cubo portara un líquido tan negro! Y antes de pasar la fregona quiso poner un poco de arreglo en ese armario tan densificado de ropa. Detrás de dos cajas con botos caña alta de piel, vio que asomaba un trocito de tela, cuya  abundante pelusa polvera dejaba entrever el color rosa pálido de la prenda perdida o “robada” en la insinuación del impresentable propietario.

Desempolvó la camisa y se fue con ella al salón, donde Celestino  terminaba de hablar por teléfono desde su móvil. Al ver a la sirvienta con la prenda “perdida” en la mano esperó, con cara de sorpresa, las explicaciones de la joven trabajadora.

“Señor, la camisa se había caído de la percha y estaba detrás de dos grandes cajas de botas. Pero no se preocupe que yo me encargo de lavarla a mano, para que esta tarde se la pueda poner. Con la máquina secadora todo se hace muy rápido”.

Don Celestino se levantó de su sillón de piel. Sin decir palabra alguna y dando grandes zancadas, abandonó la habitación de estar y poco después el ruido de la puerta principal al cerrar indicó que había salido de la casa, camino del coche. Él no se iba a “rebajar” ante una simple empleada, esbozando la menor disculpa por sus desabridas, injustas y muy desafortunadas acusaciones que había efectuado tras el desayuno. El silencio que había ofrecido como respuesta delataba, más que a las claras, su más que precaria categoría humana.

Estas dos historias, que hablan de unos expresivos silencios aplicados en las respuestas, pueden ayudarnos a entender, que no a justificar, unas peculiares formas comunicativas, vacías de la necesaria acústica vocálica. En definitiva, son modalidades expresivas carentes de argumentos o de esa necesaria voluntad y habilidad que las personas educadas deben ejercitar en su vida relacional.-


José L. Casado Toro (viernes, 24 Junio 2016)
Antiguo profesor I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

jueves, 16 de junio de 2016

EL FIEL ATRACTIVO DE LOS COMERCIOS ALEGRES.

Desde la más remota antigüedad la actividad comercial ha sido un elemento necesario, imprescindible, sustancial, en el comportamiento habitual de las personas. La producción y el intercambio de mercancías siempre permanecerá vigente entre todos los grupos sociales, desigualmente repartidos entre más contrastados espacios regionales de nuestra geografía. Ya sea en el modesto puesto callejero, en la versátil tienda de barrio, en los diversificados supermercados o en los espectaculares macrocentros comerciales, en todos esos puntos de venta los ciudadanos buscan y encuentran aquellos productos necesarios para su alimento, su vestimenta, su salud, su ocio, su ornato o simplemente para complacer el capricho personal que a unos y otros identifica.

Es evidente que disponemos de tiendas grandes y pequeñas, de comercios en monoproductos o de opciones heterogéneas entre los artículos ofertados, las hay que se hallan cercanas a nuestros domicilios a aquéllas otras que exigen un transporte para su uso y disfrute. Todas  ellas, antiguas o modernas en su conformación constructiva o decorativa son, de una u otra forma, inexcusablemente útiles para abastecer y satisfacer nuestras diarias necesidades. Y, entre todos esos calificativos comerciales para el contraste, quiero detenerme en uno de ellos, muy apropiado para esta época estacional en la que late la dulce primavera y vemos acercarse la no menos grata estación meteorológica que tan bien nos conforta, como son los meses estivales del verano: el comercio de productos para la sonrisa.  

En realidad, sea cual sea la estación meteorológica que consideremos, hay comercios que, en la apreciación popular, suelen ser considerados como “alegres”. Con esto no quiere decirse que haya establecimientos específicamente “tristes”, por más que la actividad que llevan a efecto o en la apariencia que muestran ante el público consumidor, no se hallen especialmente identificados con esa positiva palabra que nos ayuda a sonreír.

¿Cuáles son esos establecimientos que generan por sí mismos una cierta alegría?
Los “puestecitos” de chucherías y golosinas, que hacen disfrutar a los niños y también a muchos mayores; las floristerías especializadas o los tenderetes callejeros, con preciosos ramos y macetones de flores; las suculentas y refrescantes heladerías, que ofertan mil y un sabores de combinaciones para el placer en los días de calor; las librerías infantiles, con divertidos ejemplares para la lectura y el deleite de aquellos que son más jóvenes en la edad; las muy apetitosas confiterías, con los sabrosos productos que tanto agradan y amenazan al tiempo el equilibrio de nuestra silueta; las tiendas de juguetes, para todos aquellos que saben apreciar el entretenimiento imaginativo, realizado de forma individual o en acción colectiva; las tiendas de ropa y mobiliario infantil, especialmente para todos esos bebés que representan y protagonizan una nueva esperanza a la vida…..

Veamos algunas historias, acaecidas es estos lúdicos y agradables establecimientos.

Jonás, es propietario de un muy bien organizado puesto callejero de chucherías y golosinas, establecimiento que heredó de su padre y que, con esfuerzo y constancia, se encargó de modernizar en su estructura y apariencia externa. Los repletos y variados expositores de cromáticas y apetitosas mercancías, la iluminación y cartelería con que resalta la ahora renovada (con albañilería, cristal y metal) tienda de caramelos y otros productos afines, su ubicación estratégica, en una confluencia de importantes arterias viarias, muy próximas a centros comerciales del nuevo centro urbano, todo ello facilita la atracción de una numerosa chiquillería que reside en los densificados bloques que conforman la zona.

La infantil y ruidosa clientela acude a la tiendecita de Jonás especialmente por las tardes, al finalizar el horario escolar. También las ventas se incrementan durante los fines de semana, siendo los sábados y los domingos días de numerosa clientela. También, por supuesto, la época vacacional es muy apropiada para las ventas, de manera destacada durante los meses cálidos y horas prolongadas de juego que presiden el calendario estival.

Desde hace unas semanas, dos señoras acuden juntas a su puesto de caramelos para comprar un buen cargamento de diversas golosinas, mercancías con las que llenan una espaciosa bolsa de plástico. Este vendedor se ha fijado en que estas dos personas, mujeres de muy avanzada edad (probablemente, casi octogenarias) que muestran su carácter apacible y el caminar despacio, eligen la tarde de los jueves para realizar su apetitosa y atrayente compra.

Entre los productos más demandados por esta sugerente clientela están las bolsitas de pipas de girasol y, también, de cacahuetes, esas alargadas “gominolas” de colores, chicles, caramelos diversos (especialmente los de naranja, limón y cola) y esas barritas de regaliz rígido, que Jonás trae de un fabricante de Murcia y que no son fáciles de hallar en otros tenderetes. Dado el interés que manifiestan las dos simpáticas “abuelitas” por los productos tradicionales, ha tenido también que solicitar, a su distribuidor provincial, bolsitas de altramuces, también cada vez más vendidos entre la glotona chiquillería.

Ya era el cuarto jueves consecutivo en que Adela y Clara aparecían delante de su ventana para la atención de la gozosa clientela, ambas con su típicas sonrisas de “niñas traviesas” mirando con indisimulable apetencia las chuches ofertadas en los numerosos expositores. Como siempre solía hacer, saludó a sus fieles compradoras, comentando en esta ocasión esa amable frase de “¿Qué tal están, señoras? Ya vienen para hacer una buena compra, con que alegrar y recibir las sonrisas de sus nietecitos ¿verdad?”

Las dos “abuelas” se miraron divertidas. Viendo el interés de Jonás, por conocer algo de sus vidas, se prestaron a echar un ratito con su interlocutor, a fin de explicarle el misterio de tantas compras semanales en su atractivo puestecito. Adela, con una apariencia de intensa bondad, era la más expresiva de entre las dos muy veteranas compradoras de golosinas.

“Somos dos amigas, ya muy mayorcitas, valga la expresión, que vivimos en bloques cercanos. Nos conocemos desde cuando eran mocitas, adolescentes. Ninguna de nosotras tenemos nietecitos con los que disfrutar. Ya crecieron y ahora pensamos en que, a no tardar, lo que hallaremos será la experiencia de convertirnos en bisabuelas. En realidad, estas chuches de los jueves las guardamos para la tarde de los sábados y los domingos, cuando nos reunimos con otras amigas de nuestra “generación”. Cada fin de semana, en el domicilio de una amiga diferente. A nosotras dos nos corresponde llevar las chuches. Otras traen el bizcocho, las “medias noches”, mientras que el chocolate lo prepara la anfitriona de la reunión. Jugamos a las cartas, al parchís y, a veces, vemos alguna película…. Por supuesto que nos gusta disfrutar de estas golosinas tan apetitosas. En total nos reunimos siete amigas. Cuando éramos pequeñas, nuestras familias pasaban mucha necesidad. No nos podíamos permitir comprar unos cacahuetes o caramelos, salvo en ocasiones muy especiales. Ahora que tenemos nuestra jubilación, gozamos con todos lo que podemos comprar, aunque tenemos que tener cuidado con los achaques de la edad. ¡Si nuestro médico de cabecera se enterara!”.

Aquel día, Clara y Adela partieron felices con sus su gran bolsa de golosinas que, en esta ocasión fueron incrementadas con unas chocolatinas que Jonás añadió como regalo. Además de la habitual demanda infantil, estas dos fieles clientas añadían un cierto “glamour” escénico y emocional a su entrañable puestecito de caramelos y chuches.

Ahora nos trasladaremos a otro concurrido espacio, de entre los considerados “felices” o alegres.

La regularidad es un referente positivo en el comportamiento de muchas de estas personas. Ahora, con el elevado nivel térmico de Julio, Borja acude cada noche, después de la cena, a una heladería que está situada a dos manzanas de su domicilio. Previamente a la ocupación de una de las mesa disponibles, este joven se dirige a la barra donde solicita su consumición. Le agrada siempre tomar una granizada de limón ya que, con la misma, evita la sobrecarga de azúcares y productos lácteos que se añaden a la preparación de las cremas heladas. A esa tardía hora del día son numerosas las familias que se desplazan a este alegre establecimiento, pues en él pasan un buen rato dialogando y aprovechando el grato frescor de la noche. Bien es verdad que también algunos días combate el viento de “terral” padeciéndose un  intenso calor, aunque la frescura de los productos que se sirven en la heladería amortiguan el ingrato viento del norte cargado de temperatura y sequedad.

Los expositores acristalados de cremas heladas son traviesamente tentadores para los apetitosos estómagos. Entre los variados tipos de helados están el de Tutti-frutti, las diversas cremas de chocolate, vainilla, turrón, bienmesabe, after-eight, dulce de leche, fresa, chicle, regaliz, piñones con nata, naranja, mango, limón, plátano, meln y habilidad del maestro heladero, hicle, turrstson mrgado de temperatura y sequedad.  productos que se sirven en la heladerón, frutas del bosque, yogurt, y un largo etc. que sólo depende de la imaginación y habilidad del maestro heladero. Todos estos apetecibles manjares ponen a prueba la voluntad y autocontrol de los golosos clientes ante la magnitud y presentación de tan espectacular oferta.

A Borja, veintisiete años de edad, que en la actualidad está preparando unas oposiciones para la Administración de Justicia, le agrada permanecer en la heladería un buen rato, en ocasiones hasta más de una hora. En estas estancias dilatadas, suele repetir la consumición. Siempre acude solo al establecimiento, aplicando ese tiempo para descansar de los libros y apuntes, en un entorno donde los niños juegan y los mayores dialogan, entre toma y toma de la dulce crema helada que han elegido. Así lo hace (es una estampa repetida) muchos de los días de la semana. En este grato ambiente nocturno, logra liberarse un tanto de todos esos pequeños y mayores problemas que, en esta etapa de su vida, le pueden condicionar.

Una de esas noches, tras solicitar su vaso de granizada en el mostrador, Mara, la chica que habitualmente atiende la barra, le indica que ese día no le va a cobrar por la consumición. Borja, gratamente extrañado,  le pregunta por el motivo de tan amable gesto. La joven le hace una señal explicativa, dándole a entender que cuando se encuentre más descargada de trabajo acudirá a su mesa para darle la respuesta solicitada. Desde su asiento, observa la actividad multifuncional de esta empleada, que es capaz de atender a más de un cliente a la vez. Pasan los minutos y ya cerca de la medianoche, Mara, con su carácter abierto y desenfadado, acude a la mesa de Borja.

“Eres uno de nuestros mejores clientes. Son escasas las noches en que faltas a tu “cita” con este tiempo en la heladería. Y hoy he querido que la consumición te haya resultado gratuita. Lo que me impresiona es que vengas siempre solo y permanezcas, tantos minutos, en la suma de las noches, sin articular palabra alguna. En tu mente deben andar muchas cosas y pienso que a veces no es bueno dedicar tanto tiempo a esos pensamientos. Pero en fin, tu sabrás lo que haces. Igual hablo demasiado y pensarás que entro en terrenos que te pueden molestar”.

“No, no tienes porqué disculparte. Agradezco tu franqueza y lo amable que has sido con la invitación de esta noche. Si tienes un par de minutos, te explico algunas cosillas para que entiendas mejor al cliente misterioso que todas las noches acude a vuestra heladería.

Te aseguro que estos ratos que paso aquí sentado, tomando una granizada y rodeado de familias y parejas que disfrutan con sus helados, me hacen mucho bien. Llevo unos meses en que se me acumulan los problemas, familiares, laborales, el esfuerzo ante esas oposiciones que veo tan lejanas, alguna cosa de naturaleza afectiva … total, que me vengo aquí, a la brisa de la noche y me sosiega ver a algunos críos que juegan sanamente, a las familias que comentan los avatares del día, a todas esas parejas, con sus miradas y requiebros y, por supuesto, esa oferta de los helados que con tanto primor sabéis preparar. Probablemente éste sea para mí el momento del día en que me encuentro mejor”.

Mara y Borja supieron encontrar, en cada unas de las noches, esos minutos oportunos para intercambiar palabras y confidencias que a los dos tanto bien les hacían. Sin embargo aquel día la joven no se encontraba tras el mostrador de los helados. Borja pensó que tal vez sería su jornada de descanso y no le dio mayor importancia a la ausencia de la que consideraba una buena amiga. Pero, en la noche siguiente, tampoco la halló en su puesto de trabajo. Otra chica se encontraba en su lugar. Pensó ¿es posible que haya sido despedida por el dueño del establecimiento? No se lo pensó más y le preguntó a éste si le ocurría algo a la empleada que todas las noches le servía su granizada de limón. Con la información precisa, a la mañana siguiente se dirigió al Hospital Clínico Universitario, para interesarse por la salud de Mara, la cual había sido operada de urgencia, tres días antes, por un severo problema estomacal.

Han pasado los meses y, en la actualidad, estos dos jóvenes forman una pareja muy unida, pensando cada día en ese futuro que quieren recorrer y construir juntos. En un contexto de comercios alegres, esta sencilla y saludable historia genera el limpio aroma de la esperanza.-


José L. Casado Toro (viernes, 17 Junio 2016)
Antiguo profesor I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga