viernes, 23 de agosto de 2019

MEDIADORES.

Resulta cívica y humanamente elogioso intentar conciliar una postura de acuerdo o acercamiento entre dos partes enfrentadas, aunque no siempre se consiga ese plausible objetivo de la concordia, a pesar de todos nuestros desinteresados y generosos esfuerzos. Y es que además, en no escasas ocasiones, la parte mediadora suele salir “malparada”, puesta en tela de juicio y enemistada con los protagonistas enfadados (que suelen “mandar a paseo” a este “generoso” amigo común) mientras que por el contrario ellos vuelven a conciliarse tras superar su más o menos complicada ruptura. Consideramos insólita, absurda y hasta jocosa esta consecuencia, sin embargo sucede con cansina e injusta frecuencia en los comportamientos humanos.

El relato nos acerca a Gerardo Sencial Monasterio, quien había decidido dedicar esa tarde libre de primavera, que le correspondía en lo laboral, a fin de recorrer de forma placentera muchos de los rincones con encanto que siempre “aguardan” nuestra visita, y que permanecen afortunadamente “vivos” en el seno de la antigua o moderna ciudad. En los laboratorios clínicos donde trabajaba, había estado haciendo guardia todo el domingo anterior. Por esta razón podía disponer del miércoles y jueves tarde para dedicarlo a sus asuntos o intereses particulares. El estado meteorológico acompañaba sus intenciones, con una tarde de finales de Mayo templada y sin viento. Provisto de su bien usada y entrañable cámara fotográfica, se dirigió hacia la zona histórica en donde había vivido gran parte de su dulce infancia y adolescencia.

Fueron numerosas y testimoniales las tomas que iba realizando de esas nuevas edificaciones y lugares de encuentro y ocio que él recordaba muy cambiados, en su ubicación y estructura, a tenor del paso innegociable del tiempo. Especialmente quiso detenerse, una vez más para el sentimiento de su memoria, en aquella “destartalada” pero entrañable casa de vecinos, con su gran patio interior o corrala. En otra época allí los niños corrían y jugaban, mientras los mayores solazaban los minutos, hablando, merendando, criticando o bromeando con todos esos “chascarrillos” a los que siempre había que ponerle un punto de aplauso y risas, tuvieran más o menos gracia en su contenido y forma de exposición. No faltaban entre los miembros del castizo y viejo inmueble, todos muy heterogéneos, campechanos, humildes y ruidosos, en su fraternal comunidad, las discusiones, los gritos, los momentos divertidos y las ayudas generosas, de lo que no era en realidad sino una gran familia, repartidas entre unidades de pisos con puertas siempre abiertas para la sencilla y limpia amistad. En la actualidad ya no existía ese espacio como tal, pero él se veía allí jugando y corriendo con su patineta de ruedas con goma, material que facilitaba el desplazamiento y templaba la acústica sobre una cementera con losetas varias como pavimento, más que una solería uniforme y estable.

Como es frecuente que ocurra en los paseos, este aún joven técnico de laboratorio se encontró, en su deambular fotográfico, con uno de esos amigos que se conocen desde los tiempos adolescentes y con los que se intercalan etapas de una mayor o menor relación y proximidad. En este caso el amigo con el se cruzó era Valero Chinchilla, gratamente vinculado a su “quinta” cronológica. Aunque habían estudiado el bachillerato de ciencias juntos y “hermanados” en la amistad, sus destinos profesionales se fueron separando ya en los años de juventud. Su amigo siempre fue un fanático enamorado y asiduo de las salas oscuras, con las pantallas gigantescas iluminadas para la generación de mil y una historias. Esta afición al cine venía alimentada por la influencia de su tío Custodio, quien trabajaba como proyeccionista o maquinista de cabina, en un señorial y céntrico cine de la ciudad. Fueron abundantes los días en que su tío lo llevaba a la “mágica” cabina de las películas, para que aprendiera cómo funcionaban los dos gigantescos proyectores, con sus carbones voltaicos enfrentados para generar la luz necesaria y, por supuesto, los entresijos en la manipulación de los rollos del celuloide. Todo ello le permitía acumular en su caja de los “tesoros” centenares de fotogramas desechados o inservibles para su exhibición. Valero no se perdía película alguna proyectada en esa sala, incluso las de “mayores con reparos” y las calificadas como gravemente peligrosas, por la calificación eclesiástica. Pero Custodio disimulaba, pues siempre tuvo un espíritu algo ácrata que de alguna forma influyó en su sobrino.

La inquieta personalidad de Valero intimó con una jovial compañera de curso, en la secundaria del instituto, cuyo nombre era Dora aunque todos la conocían también por Clamia. Gerardo nunca supo con claridad el por qué de este cambio en la denominación de la bella y activa compañera, pero lo cierto es que al paso de los años, la pareja se unió en matrimonio civil y trajeron a la vida dos chavales que en la actualidad alcanzaban los 7 y 5 años de edad. Precisamente, estos amigos y antiguos “compas” de aula le pidieron que él “apadrinara” al más pequeño de sus hijos, encargo que él aceptó con agradecimiento y lógica responsabilidad. 

“La verdad es que no te he llamado, Gerardo, porque he estado muy agobiado con el trabajo en las salas (hemos tenido la Semana del Cine Europeo) y otros problemas, bastante complicados, que te puedo contar, siempre que tengas un ratillo para escucharme. Nos podemos sentar en una de las terrazas del puerto, que no nos queda lejos y así te pongo al día de mis desventuras. En realidad, debes creerme, en más de una ocasión he pensado en ti durante estas últimas semanas. Pero dudaba en meterte en este embolado que me tiene más liado que un trompo”.

Minutos después, los dos íntimos y viejos amigos estaban acomodados en la cafetería/bar El Galeón, en plena zona portuaria, con esa brisa de levante que confortaba las epidermis. Entre ellos descansaban sobre la mesa sendos cafés bien cargados, sin azúcar el de Valerio, pues el proyeccionista estaba en proceso reductor debido al sobrepeso ganado en días de bonanza y lujuria, según confesó a su intrigado interlocutor.

“Ya sabes que llevo en la sangre un espíritu muy liberal, en esta cosa de los sentimientos. Tal vez el tío Custodio, a quien le debo tantas enseñanzas, fue el que me dejó esas influencias ácratas o libertarias que tanto y bien le caracterizaban. La verdad es que me cuesta imaginarle todas esa horas diarias encerrado, en la cabina de proyección ¡Buen pájaro y buena persona que era! Total Gerardo, que yo, aunque aprecio y valoro mucho a Clamia, necesito tener mis desahogos, por esos mundos del amor. La verdad es que ella, la muy lista, siempre ha sabido disimular, pero… por razones que se me escapan ha llegado a un punto en que ha dicho basta o hasta aquí. Confieso que he tenido, incluso desde antes de pasar por el Registro Civil, mis "asuntillos amorosos", para darle alegría a esas necesidades de la naturaleza. Pero lo de ahora ha sido y es una experiencia más fuerte y trascendente.

Se trata de Lina (Paula de la Oliva) una estudiante en Artes Escénicas, a quien conocí en un festival del Cine francés que desarrollamos en la sala principal del complejo. Un encanto de cría algo más joven que yo (tú yo somos de la misma quinta, nacimos en el 83). Total, que le llevo 14 años, que no es nada. Este asunto de faldas se me ha ido de las manos. Con la prudencia necesaria, iniciamos una irresistible y embriagadora relación afectiva. Creían tener todos los movimientos bien controlados y contaba, ¡como no! con el disimulo usual de Clamia, Pero en esta ocasión la situación se ha desmadrado y mi cónyuge me ha puesto las maletas en la puerta. Incluso ha llegado a más, hablando de que va a contactar con una abogada, especializada en estos temas de familia. Como ves, es un problema de envergadura. Mi relación con Lina, como en otros casos anteriores, yo creo que iría perdiendo fuelle, aunque tengo que reconocer que con nadie antes me había dado con tanta fuerza. El caso es que estoy atrapado entre dos fuegos, valga bien esta palabra que uso. Por un lado la estabilidad familiar, con los niños. Por el otro, este amor “enloquecido” e irresistible, que me rejuvenece y transforma positivamente en otra persona, cuando estoy con esta joven “divina” y subyugante. Necesito a las dos, mi buen amigo.”

Gerardo escuchaba esta larga plática explicativa y justificante al tiempo con atención, comprensión pero también con un punto de indignación o enfado. Aunque apreciaba a su amigo de toda la vida y tenía claros vínculos de fidelidad con la amistad que le deparaba, en lo más hondo de su ser mantenía una acerba crítica a la forma de vida, muy ligera y desenfada en su opinión, de Valerio. En diversas ocasiones había considerado a su amigo como un ser irresponsable, amante solo de la buena vida. Y que en estos momentos se hallaba a punto de echar por la borda una valiosa estabilidad familiar, deslumbrado por nuevos cantos de sirena basado en caprichos, sueños y obsesiva sensualidad Fue un poco duro con Valero en su respuesta, afeándole su manifiesta irresponsabilidad. Aún así, le prometió que haría lo posible por ayudarle en el entuerto en que se había metido. Se comprometía a mantener alguna entrevista, a la mayor premura, con su también antigua amiga y compañera Clamia, para disuadirle que adoptara posicionamientos drásticos e irreparables, sobre todo pensando en dos críos pequeños, cuya infancia merecía una estabilidad y seguridad, a fin de no dañar de manera desgraciada sus caracteres en plena formación.  

Así que comenzó una complicado y agotador proceso de citas y diálogos con las dos partes que estaban radicalmente enfrentadas. Una y otra eran amigas y muy afectas, no en balde esa relación procedía de unas aulas juveniles, donde se cimentaron unos vínculos que hoy aparecían prácticamente rotos, en dos de sus eslabones. El propio Valero había tenido que pedir “hospitalidad” en casa de su madre, doña Alfonsa del Parral, mujer de ideología extremadamente conservadora y muy pegada a sotanas y liturgias. Precisamente su marido, hombre más liberal, hacía años que había puesto distancia con su ultramontana cónyuge, y gozaba de los placeres y los riegos de una vivencia en soledad. Sin papeles ni togas, uno y otro caminaban su propia ruta por la vida, sin mayores reproches o conflictos.

Las conversaciones con Clamia fueron en extremo difíciles, pues la madre de su ahijado le acusaba de estar de parte o en connivencia con el adúltero de “su marido”. Gerardo defendía ante ella la injusticia de esa dura percepción, pues él solo pretendía ayudar (trataba de explicárselo con los mejores argumentos) para la  recuperación del dialogo y la ruta de la concordia en una pareja que, de una u otra forma, se tiraba los “trastos a la cabeza”, en un clima de profunda intolerancia. 

Las horas que “echó” el analista clínico con cada uno de sus amigos fueron sumando muchos momentos contrastados de palabras, confidencias, promesas, lágrimas, sarcasmos, ánimos, desalientos, copas e infusiones, silencios y gritos, amenazas y sonrisas, acuerdos e intransigencias… de tal forma que los días iban pasando y Gerardo se fue replanteando el embrollo en el que se veía sumido por su amistosa y temeraria generosidad. En esas diatribas se encontraba cuando una mañana, manejando las probetas clínicas, tuvo una original ocurrencia, la cual se dispuso a llevar a la práctica, siempre y cuando fuese aceptada por Valero. Había pasado muchas difíciles horas con los cónyuges enfrentados. ¿Por qué no dedicar alguna tarde a conocer, de una forma más directa, a la tercera persona en discordia entre el mal avenido matrimonio. Dicho y hecho. Llamó a Chinchilla y le planteó la necesidad u originalidad de conocer de primera mano a Lina, esa Paula de la Oliva que estaba en el centro del frente bélico de una joven y frustrada pareja convivencial. Valero estivo plenamente de acuerdo con la inteligente idea que había tenido su amigo y le facilitó los datos adecuados para que pudieran verse a la mayor premura.

El encuentro tuvo lugar tres días más tardes, un sábado de “terral veraniego”, a las siete de la tarde. Curiosamente el punto de cita lo fijó Gerardo en la bien decorada, por su realista ambiente marinero, cafetería El Galeón. Tras las presentaciones, el “deslumbrado “ analista tomó rápidamente conciencia de los juveniles incentivos, físicos y anímicos, que habían motivado esa nueva y pasional aventura de su amigo del alma, con el subsiguiente embrollo familiar cada vez más enquistado por cierto. Después de una hora y media de amistosa y divertida charla, con esa mirada angelical de la joven que desarmaba cualquier argumento en contrario, uno y otro interlocutor acordaron volverse a ver con la mayor premura a fin de seguir analizando la conveniencia o no de que Lina y Valero continuasen su “exciting love road” (emocionante camino de amor) que con todos estos avatares iba también teniendo averías en el fuselaje sentimental, sensual y orgánico de la amorosa experiencia.

Como en tantas y tantas historias, la evolución de esta peculiar narrativa hay que conocerla y analizando pasado un tiempo razonable de los hechos más ilustrativos que conformaron la estructura de su trama argumental.

Gerardo, aunque ha mantenido algunos vínculos afectivos con su compañera de laboratorio, titulada y prestigiosa analista, Nora  Bersala Pla (cuarenta y un años, siete más que su compañero de trabajo) ha terminado por convencer a Lina de que sus caracteres son muy coincidentes y podrían explorar una experiencia en pareja, con inteligentes incentivos recíprocos. La unión en convivencia de los nuevos enamorados marcha viento en popa, con otra atractiva fase del amazing love road (increíble o emocionante camino del amor).

Por este desleal hecho, Valero, despechado y “traicionado” tiene y lleva a cabo el firme propósito de no dirigirle la palabra al que fue íntimo amigo y es también padrino de su hijo mayor. Ha reanudado la convivencia del Clamia quien en lo más íntimo de su corazón sigue guardando ese secreto que mantiene desde que tenía 17 años. Siempre se sintió atraída por Gerardo, pero este pasó de ella, ignorando sus requerimientos y habilidades pues, como un día le confesó a Valero, “esa compañera de los ojos achinados y curvas deliciosas no es mi tipo, tienes carta blanca para emprender la aventura. Clamia, a estas alturas de su vida no quiere, como su recuperado cónyuge, volver a verle atravesar el umbral de su puerta. En cuanto a Lina, tal vez sea interesante escuchar lo que comenta a una de sus mejores amigas: “Nosotros dos estamos experimentando, en estos lúdicos momentos, la fase álgida de lo sexual. Cuando el vigor y la emoción decaiga, pues … ya veremos ¿Habrá llegado para entonces el incentivo del verdadero amor? De verdad que no lo sé. Dejemos al tiempo correr. Ahora es tiempo para disfrutar de la vida y sus traviesas posibilidades”

Controvertidos mediadores, amigos íntimos de la escolaridad, atracciones sexuales por doquier, intentos por recuperar un tiempo que ya no volverá, responsabilidades y rutinas, egos priorizados en la vínculos afectivos, experiencias ilusionadas ante lo nuevo … la narración muestra a una peculiar y variopinta “tribu urbana” bastante habitual en una sociedad de controvertidos y confusos valores, aburridos horizontes en perspectiva, alocados y volubles sentimientos, junto a una ineducada formación para desarrollar una responsable e inteligente andadura convivencial.-  


MEDIADORES


José L. Casado Toro  (viernes, 23 AGOSTO 2019)
Antiguo profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

1 comentario:

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