domingo, 28 de junio de 2020

UN ENCUENTRO INESPERADO DE CINE.

La experiencia que vivió aquella tarde de viernes Lurio Reinada, estudiante universitario de tercer curso de Ciencias Políticas, en la Autónoma madrileña, puede considerarse inusual o imprevisible. Sin embargo. en lúcidas ocasiones, lo inesperado o insólito puede vestirse con el ropaje oportuno de la suerte, hasta convertir lo “imposible” en una interesante y divertida realidad.

Era mes de junio y castigaba un calor continentalizado procedente de la Meseta, a eso de las seis de la tarde en pleno centro de Madrid. Llevaba abundantes horas sentado ante su mesa de trabajo, rodeado de “colinas” de apuntes, carpetas desordenadas, libros manoseados y vasos sin limpiar con restos de té, esperando sin prisas ser llevados al fregadero. El cansancio y estrés por la situación de estudio y trabajo que atravesaba, movió a este joven toledano de 21 años a dejar su cuarto alquilado, en ese piso que compartía con cuatro compañeros más, en un viejo bloque del castizo barrio de Fuencarral. Antes de salir a la calle, buscando un poco de oxígeno e incentivos anímicos, se encontró por el pasillo de la vivienda a Erundio el “Rasputín” (hoy con la perilla descuidada) que se dirigía al baño con pasos vacilantes, tras haberse levantado de la cama para el nuevo día a la “temprana” hora de las 16:30 en la tarde. Este compañero de piso, todo legañoso y desaseado, iba tan colgado por el pastillaje consumido, que sólo acertó a levantar una mano como saludo, sin pronunciar palabra alguna.

Situado ya en la puerta principal del inmueble, avistó el denso “tráfico” de peatones que circulaban de un lado para otro por esa popular arteria de barrio, perpendicular a la Gran Vía. Se dejó llevar por el alegre y comercial ambiente que se respiraba a esa hora del “té anglosajón”, disponiéndose a caminar sin ruta fija, en la búsqueda de algún motivo para la distracción y la terapia de la variedad. Hizo una parada en el “Donuts Center” (café o chocolate, más un dulce anular a elegir, por dos euros) en donde pasó un agradable rato de merienda, sentado junto a la gran ventana “empolvada” y abandonada  del establecimiento, por eso del encanto y misterio que tiene lo sucio natural. Ya más relajado en su ingesta, cuando pasaban unos minutos de las siete, tuvo la feliz ocurrencia de distraer su “abarrotada” memoria de apuntes, con la opción de echar un par de horas de cine, que ayudaran a equilibrar con el alimento fílmico sus trabajados y cansados “émbolos cerebrales”.

Pensó que en los cines Callao, ubicados en la Plaza del mismo nombre, pondrían algo interesante para salvar la tarde. Esas salas le quedaban muy cerca y en pocos minutos ya tenía una entrada en su poder. Había elegido, para la sesión de las 20 horas, una película española, interpretada en su papel protagonista por una nueva estrella de la pantalla, Fanny Amores, quien, tras el sorprendente éxito de su primera y divertida película, repetía esta nueva historia de vidas y relaciones afectivas en esos jóvenes situados por la tercera década de su existencia. La crítica había sido algo rígida con esta segunda oportunidad ante la cámara de la prometedora intérprete del cine y la televisión, pero la experiencia te dice que hasta que no ves todo el metraje de una película no puedes hacer una adecuada valoración de su contenido.  

Una vez sentado en la sala 2 del vetusto pero bien cuidado complejo cinematográfico, entretuvo la espera hasta el comienzo de la proyección con uno de los numerosos juegos que tenía descargados en su móvil telefónico. Le extrañó que para esa sesión de un viernes a las 8 no hubiera mucho público en las butacas. Sin contarlos, calculaba que apenas llegarían a las dos decenas los espectadores que lo iban a acompañar en la sala. Llevaría la película apenas un cuarto de hora en su recorrido, cuando una de las escenas rodada en exteriores, provocó una intensa claridad en el patio de butacas, reflejaba por la gran pantalla. Esa oportuna y momentánea  iluminación le permitió observar que tres asientos a su derecha, en esa fila seis que ocupaba prácticamente casi vacía de público, había una joven solitaria que le llamó poderosamente la atención. La observó con curiosidad y gran sorpresa, pues no cabía duda alguna: ¡Era la actriz protagonista de la película que se proyectaba en pantalla. La mismísima Fanny Amores! ¡Qué emoción! se decía. Estar viendo su interpretación en pantalla y tenerla físicamente presente,  a sólo a tres butacas de su asiento.  La coincidencia suponía la suerte de toda una gozada.

A medida que transcurría el desarrollo de la trama argumental, percibía como esa chica, de profesión actriz, con veintitantos años de edad, iba observando al resto de espectadores desde su ubicación estratégica, en una sala de no muchos metros cuadrados para el aforo. En determinadas escenas, en las que ella puntualmente intervenía, miraba y “remiraba” a los compañeros de sala. Sin duda quería conocer, de primera mano, algunas de sus reacciones, gestos, comentarios y mímicas faciales que, posteriormente, parecía estaba escribiendo o anotando en un pequeño bloc que, a pesar de la oscuridad, llevaba consigo. En un momento concreto, la actriz abandonó su asiento durante unos minutos. Cuando volvió al mismo lugar de su perspectiva, lo hizo con un paquete de palomitas de maíz en la mano. El mimetismo que generó en los espectadores hizo que algunos de estos también salieran hasta el ambigú del cine, para comprar ese maíz inflado o “rosetas” blancas saladas y apetitosas. Resultó curioso, pues el consumo de las palomitas ayudó a generar entre los asistentes mayores expresiones de risas y comentarios entre parejas. Sin duda, el “apetito saciado” mejoraba la predisposición o química psicológica entre quienes observaban lo que estaba ocurriendo en pantalla.

Minutos antes de que finalizara la proyección, Fanny se levantó de su asiento. Lurio pensaba que abandonaba la sala, pero en realidad la actriz  se quedó de pie delante de las cortinas que cerraban la puerta. Quería así observar la reacción global y puntual de los asistentes, cuando se encendieran las luces a la finalización del “metraje” (se trataba de una video-proyección digital).

Después ocurrió lo popularmente previsible. Gran parte de los espectadores (jóvenes en su mayoría) se “abalanzaron” sobre la actriz, que mezclaba sonrisas y risas ante los gestos, las preguntas y las ocurrencias de aquellos que la rodeaban, sintiéndose sin duda famosa y agradecida. De inmediato llegó la sesión de los autógrafos, que la joven firmaba en las propias entradas que la mayoría de asistentes conservaba. Lurio, manteniendo una distancia prudente con el pequeño bullicio de la antesala, escuchaba las “ingeniosas” preguntas y observaciones que se le hacían a la actriz protagonista: “Has estado genial” “Me gustó tanto tu primera película que no podía dejar de venir a ver esta tu segunda interpretación” “¿Estas saliendo de verdad con el chico del que te enamoras en la trama?” “¿Te han pagado mucho por tu participación?” “¿Para cuando la tercera película?” ”Ese modelito tan “chuli” que luces en la peli y que tan bien te sienta ¿dónde lo encontraste? Me gustaría comprármelo” Por cierto, Fanny iba vestida con un “pichi” vaquero azul, sobre una fina camisa celeste de manga corta. Calzaba unas sandalias planas de piel de color beige. Los acomodadores y el gerente del multicines asistían también divertidos a la reacción de los espectadores que salían de la sala y la de aquellos otros que aguardaban para penetrar en la misma, para la sesión de las diez. 

La joven actriz daba las gracias a unos y otros, con esa mímica sonriente que no le abandonaba. Ante su pregunta sobre qué les había parecido la película, las respuestas también eran unánimes: “divertida; romántica; me ha hecho reír y olvidarme de los problemas; lo haces muy bien; se me saltaron algunas lágrimas cuando dejaste a Tommy por Pietro; muy verdadera; la vida tal como es; ya estoy echando en falta una segunda parte…”  Las fotos para el recuerdo se iban acumulando en las pobladas memorias de los teléfonos móviles.

Cuando ya el “clímax” de frases hechas, elogios desmesurados, banalidades y más tonterías, se iba calmando, unos y otros se iban retirando del grupo buscando la puerta de salida de las multisalas. Pero Lurio seguía allí, tomando nota visual y mental de todo ese otro espectáculo que la fortuna le había regalado en aquella tarde de junio. Como también suele ocurrir en el mundo del cine, las miradas de espectador e intérprete  se cruzaron en esos metros de distancia que les separaban. Fue precisamente Fanny  quien se le acercó. Sin abandonar su sonrisa de marketing, mostró su interés de la siguiente forma:

“Hola, te observé durante la proyección. Éramos compañeros de fila. Tu actitud me parece interesante. Es muy diferente  de aquella que muestran la mayoría de los que te acompañaban en las butacas del cine. No pides el consabido autógrafo. No sacar el móvil para el selfy.  No haces elogios gratuitos e insinceros. No preguntas lo que todos neciamente plantean. Creo que no eres el típico forofo, en donde yo no puedo encontrar lo que realmente busco y por lo que he venido esta tarde al cine, en primera persona ¿Tienes unos minutos para que podamos intercambiar palabras con más comodidad?”

En realidad, el estudiante de Políticas estaba “flipando” por dentro de su ser, pero tenía la habilidad de disimular perfectamente aquello que tenía en su interior, mostrando una frialdad facial y temperamental que “asustaba”. Esa útil capacidad la había adquirido en sus años de adolescencia, cuando su madre lo matriculó –por frustración personal- en una academia de artes escénicas, en donde no completó el curso por eso de la rebeldía contra todo lo impuesto. No lejos de Callao, en la Plaza de Santo Domingo, encontraron un garito de copas y tapas, llamado el Camino de Vuelta. Eligieron una mesa esquinera, en cuyas paredes colgaban dibujos y collages de aficionados al arte de la vanguardia y ante la sorpresa del camarero, un argentino llamado Claudio José, pidieron dos cervezas sin alcohol. Ante la sonrisa de ambos, la tapa regalada de la casa fue un pequeño cubilete de barro esmaltado que contenía un “puñado” de palomitas de maíz, por cierto con un fuerte sabor añejo, probablemente por el aceite de “barrica” usado y la antigüedad que acumulaban desde su elaboración.  

Dime la verdad, Lurio. ¿Qué es lo que no te ha gustado de la película? Te explico el porqué de esta pregunta tan directa. Verás, cuando terminamos de rodar hace dos años mi primera obra de protagonista, tras mis “correrías” televisivas, no podíamos imaginar el enorme éxito en taquilla que nos iba a deparar aquella trama de historias cruzadas. Por eso cuidamos con esmero esta segunda oportunidad ante las cámaras, ayudados por el mismo guionista de la primera. Con franqueza tengo que reconocer que la película no está funcionando como eran  nuestros deseos. Las críticas han sido muy contrastadas, pero el problema es que ahora no estamos teniendo ese efecto del boca a boca, que acaba llenado las salas de espectadores. Algo no funciona en la trama y no sabemos exactamente lo que es. Todos los colaboradores nos hemos repartido para pasar por las salas donde se exhibe, a ver si damos con esa tecla que nos está provocando muchos dolores de cabeza. Anotamos las reacciones del público, expresadas cuando contempla la proyección. De esto va la cosa. Creo o percibo que tu opinión me va a resultar bastante interesante y de utilidad”.

“Fanny, yo no soy un especialista cinematográfico. Estudio Políticas y me gusta, desde siempre, el cine. Esa maravilla que multiplica nuestras vidas, si sabemos aprovechar los argumentos e interpretaciones que las pantallas nos ofrecen. Al margen de que me ría, a veces, me divierta, en otras y reflexione, sobre determinados mensajes que el guionista ofrece, que no se quedan en lo superficial, con franqueza tengo que decirte que no te veo verdadera, suficientemente creíble, en el personaje. No sé si me paso al decírtelo. Lo interpretas, pero no lo vives, cumples con tu trabajo, pero no lo sientes. Tal vez, porque tú no eres, realmente, como la Charlotte del argumento. Y esa falta de “verosimilitud, de verdad a secas, actúa como un lastra en tu papel, que aparece como ficticio, manipulado, forzado. En modo alguno pretendo ser descortés. Pero me has pedido sinceridad y ese valor es el que prefiero ofrecerte”.

Hablaron con Claudio José quien, todo amabilidad, les sugirió un mesón, Andros y Cleo, ubicado a no más de  tres manzanas en la distancia. Estaba relativamente cerca del más antiguo Madrid. Allí preparaban unas ensaladas suculentas, y un jamón asado al licor, muy bien valorado en las guías de comidas con encanto. En efecto, la cena dio para muchos minutos, transformados en horas de comunicación e inesperada y atrayente amistad.

Y llegaron los momentos para una más sincera intimidad. Lurio le confesó a su interesada y divertida interlocutora que sus estudios de Políticas tenían, en origen, un fundamento de enfrentamiento generacional. Era hijo de un padre “facha” que trabaja en el Registro de la Propiedad. La ideología ultraconservadora y sectaria que profesaba este obsesivo personaje le enfrentaba, en repetidas ocasiones, con un hijo que quiere y tiene entre sus ideales ayudar a construir un mundo mejor. Fanny quiso también aportar un poco de luz a esa noche de identidades abiertas. Los meses del rodaje de esta su segunda cinta coincidieron con un  fuerte desengaño amoroso, en el que hubo médicos, terapeutas y fármacos de por medio.

A pesar de la insistencia de Fanny, cada uno pagó su parte de esta cena verdaderamente original e inesperada. “Te confiaré un nuevo secreto, Fanny. No fui sincero cuando te comenté que era un simple aficionado al cine. Hago colaboraciones en algunas revistas del ramo, analizando muchos de los estrenos. Algo me pagan, por supuesto. Una buena crítica lleva su tiempo. Quizá me encarguen algo sobre tu película. Prometo ser comprensivo, pero sin descartar la valentía que va en lo mío”. Se intercambiaron sus correos electrónicos respectivos y se dijeron un ¡Hasta siempre! con sendas sonrisas agradecidas.

El verano continuó su avance, con el septiembre otoñal a la vuelta de la esquina. Hasta ahora, ni Lurio ni Fanny han hecho uso de esas respectivas direcciones electrónicas. En todo caso, fue una bella e insólita oportunidad que ambos supieron disfrutar en una cálida tarde noche de Junio, cuando el estío pide permiso para tonificar y embellecer el “rodaje” argumental de nuestras vidas.-


UN ENCUENTRO INESPERADO
DE CINE



José Luis Casado Toro
Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga
26 Junio 2020
Dirección electrónica: jlcasadot@yahoo.es           

viernes, 19 de junio de 2020

EL TAXISTA Y LA ILUSIONADA VIAJERA, ILUSTRADORA DE LIBROS.

Así sucede en cada uno de los días, durante las mañanas y las tardes. En ocasiones, también lo hace restándole horas a la noche. La eficacia de su trabajo exige conocer perfectamente la hora de llegada de aquellos vuelos “interesantes”, con aviones repletos de pasajeros, o también de esos trenes del AVE, en horas punta muy propicias para la anhelada y densa clientela. A ello añade esos recorridos sin destino, a través  del laberinto o malla urbana, esperando la señal oportuna para un nuevo servicio al que atender con rapidez y profesionalidad. Sin embargo prefiere jugar en esa “tómbola” del viajero sin previsión, que puede depararle muchos kilómetros de recorrido que engrosarán las cifras digitales de un taxímetro siempre presto para avanzar y sumar.

Mario Dariana ha elegido, para la tarde de este viernes pre-veraniego, el punto de espera del aeropuerto malacitano. A esa hora emblemática comprendida entre las cinco y las seis, cuando el sol inicia su declive, concurren en la terminal aérea la llegada de varios vuelos procedentes de distintos orígenes internacionales, pero también otros originados en la geografía hispana. No sólo él, sino otros muchos compañeros de profesión han elegido también este cosmopolita lugar, convencidos de que van a tener al menos un servicio seguro, trayecto que esperan sea beneficioso para cubrir los gastos del día con una buena “carrera” a desarrollar. Pero esa tarde, por tener que atender un servicio previo a una cercana localidad costera, Mario llegó algo tarde a su previsión  inicial, por lo que tuvo que ocupar un lugar muy postergado en la amplia densidad de vehículos de servicio público que aguardaban a los clientes antes que él. Había que aplicar paciencia en la espera, actitud bien asumida por estos profesionales del taxi.

Pero la tarde tampoco colaboraba con sus deseos y los de otros compañeros al volante. Muchos viajeros ya tenían servicios contratados en origen, a través de Internet y de los propios establecimientos hoteleros. Otros elegían medios de transporte más económicos, como el cómodo tren de la Renfe hasta Fuengirola y el bus municipal hasta el mismo centro de la ciudad o incluso optaban por los incentivos de los vehículos Uber y Cabify, con mejores precios para determinados trayectos. Así que en esa espera prolongada observó a una señora de mediana edad, que parecía algo desorientada acerca de cual serie la decisión más oportuna a tomar.  Con su experiencia acrisolada en el oficio, se acercó a esa pasajera y le preguntó si deseaba un vehículo para el traslado. La mujer estuvo observándolo durante unos segundos. Tras el paso de los mismos mostró su firmeza en aceptar el ofrecimiento del profesional que tenía ante sí.

“Verá, hace un rato que mi avión ha tomado tierra. He venido a Málaga por uno de esos impulsos o nostalgias que a veces tenemos los humanos. Veo que está Vd dispuesto a ayudarme. Tengo que confesarle que necesito esa ayuda. Pues no tengo, aunque parezca extraño, reserva de plaza en ningún establecimiento. Solo he venido para estar en esta ciudad y “recuperarla” durante unos días ¿Podría aconsejarme y trasladarme a algún hotel u hostal en donde pudiera encontrar plaza, aunque carezca de reserva previa? Bueno, perdone, mi nombre es Eunice Ramal y procedo de Cambados, en Pontevedra ”.

El taxista estaba habituado a experimentar muy contrastadas experiencia. Pero de inmediato percibió que tras la imagen personal que tenía ante sí, subyacían una serie de complejos elementos que le eran en sumo extraños y desconocidos. A pesar de todo se dispuso, con generosidad y diligencia, a prestar ayuda a la desorientada señora de la camisa celeste.

“No se preocupe, señora. Ha dado Vd. con el profesional apropiado. Conozco un hostal, muy seguro, que está a dos pasos de la zona centro de la capital. Es propiedad de un familiar. Aunque no es muy grande, seguro que le pueden hacer algún hueco. Ahora mismo llamo a mi cuñado y salimos de dudas. En caso contrario, buscaremos alguna alternativa para que no se encuentre “tirada” en la calle.

Las dotes de convicción de Mario dieron pronto su fruto. Una cancelación de última hora, permitía ofrecer a la peculiar turista una habitación individual, durante siete noches, por un excelente precio. Durante el trayecto hasta el Hostal La Flor de Mar, Eunice le hizo al diligente taxista una atractiva oferta.

“Hace casi cuatro décadas, cuando tenía dieciocho años, estuve por primera vez en esta bella ciudad mediterránea, en un viaje de estudios con mis compañeras de clase. En numerosas ocasiones he querido volver a estas tierras pero, por una u otras razones, sólo he llegado a pasar por el aeropuerto. Ahora quiero recuperar aquellos recuerdos de una lejana adolescencia, disfrutando unos días de vacaciones para redescubrir la ciudad y su entorno. Si Vd. se encuentra dispuesto, me agradaría contratar sus servicios, para que me llevara a los lugares más emblemáticos, aquéllos que más me puedan agradar. Fijamos un precio que sea justo, por las horas aplicadas, sean de mañana o tarde. Seguro que llegamos a un acuerdo”.

A Mario le pareció muy atractiva la oferta que recibía de una persona en sumo agradable y necesitada de ayuda. Acordaron dedicar tardes o mañanas a ese semanal recorrido turístico, aunque también habría días que por las características de los desplazamientos serían jornadas completas. Aunque sospechaba que Eunice era persona con una cierta capacidad económica, le planteó un precio global que no era excesivamente gravoso por una interesante actividad que no era la primera vez que desempeñaba: taxista y “guía” turístico.

En días sucesivos y a lo largo de los trayectos recorridos, con las explicaciones básicas ante determinados entornos monumentales e incluso durante las comidas que compartían, Eunice fue abriendo o liberando interesantes elementos de su identidad personal. Esa positiva actitud que encontraba en su interlocutora hizo que Mario se sintiera motivado a corresponder con franqueza, llaneza y amistad.     
       
La viajera gallega se identificaba como una mujer de cincuenta y seis años, ilustradora gráfica de publicaciones editoriales, que en el lejano 1982, año en el que cumplía su mayoría de edad, había realizado un divertido viaje de estudios por diversas ciudades andaluzas. Quedó en su memoria la muy grata experiencia de su estancia en Málaga, por lo que siempre quiso volver, aunque no se decidió definitivamente a llevarlo a cabo hasta estos momentos, por cierto infortunados para su vida sentimental. Su marido, persona vinculada al espectáculo teatral, mantenía una secreta relación afectiva con una compañera del elenco escénico al que ambos pertenecían, a la que superaba en casi una generación. Explicaba Eunice que este hecho familiar le había afectado profundamente, de tal forma que había necesitado ayuda médica y la ingesta de fármacos antidepresivos. En la terapia psicológica de recuperación, le habían aconsejado la realización de un viaje, hacía un punto geográfico que le trajera buenos recuerdos en el acerbo ilusionado de su memoria. Por eso eligió recuperar una grata etapa de su pasado, volviendo a una ciudad con encanto que no había vuelto a pisar en casi cuatro décadas.

Por su parte Mario, siete años más joven que su clienta, confesó a ésta que su trabajo, en el sector del transporte de viajeros sobrevino después de estar vinculado laboralmente, durante muchos años, con una empresa de suministros y complementos para el automóvil. Esa empresa había quedado severamente descapitalizada, por la acción desleal de los dos hermanos propietarios de la misma, lo que llevó inevitablemente a la suspensión de pagos, la quiebra económica e incluso a la denuncia penal. Superadas las fases judiciales, un fondo de garantías se había hecho cargo de la indemnización que recibieron los ocho operarios que trabajaban en el negocio. El capital que legalmente recibió lo invirtió en parte para la compra de un vehículo, dedicado al servicio de taxi y el resto de la compensación para el “traspaso” de una licencia municipal, puesta a la venta por un veterano taxista que accedía a la jubilación. La compra de esta licencia le había supuesto un desembolso incluso mayor que el propio coste del vehículo adquirido.
En la actualidad llevaba ocho años ya en el sector del taxi, con la eficacia y pericia de no haber sufrido accidente o siniestro alguno que fuera reseñable. Compartía con Eunice también una profunda afección sentimental, pues esos complicados momento del cambio profesional se vieron gravemente turbados con la actitud que adoptó su ahora ex mujer Lenia, que prefirió continuar su ruta vital con una nueva pareja, que le gratificaba y vitalizaba profundamente. Para asombro de muchos y de él mismo, una agradable compañera en un conocido despacho de gestoría administrativa, al que todavía sigue perteneciendo laboralmente.


Había que planificar bien la semana, a fin de rentabilizar el tiempo para las visitas. Y en esta faceta Mario era una persona habilidosa, prudente y sumamente creativa. No se le ocultaba que Eunice era una persona de cultura y formación, en función de la forma cómo se expresaba, los modales que aplicaba en sus gestos y ese aval de ser ilustradora de libros, lo que le tenía que facilitar estar cercana al mundo de las letras y de la imaginación literaria. Así que taxista y clienta se sentaban en el taxi, a horas tempranas de la mañana, para dirigirse hacia aquellos espacios que Mario había elegido y en donde pasaban los minutos necesarios para satisfacer la curiosidad y el interés de la señora procedente de las rías gallegas.

Hubo tiempo para visitar museos (Picasso, Pompidou, Tyssen, Ruso, Málaga, Arte Contemporáneo, Cristal y Automóvil). Lugares emblemáticos y bellos monumentos, como el Parador de Gibralfaro y el Castillo (con las  mejores vistas de una parte de la ciudad) Puerto marítimo, Parque central, Alcazaba, Barrio del Soho, Playas de Pedregalejo y el Palo, Catedral, zona universitaria de Teatinos y el  Jardín Botánico de la Concepción. Hubo tres “escapadas” con encanto, hacia Ronda, Antequera y Mijas. Y gracias a determinadas amistades que Mario  había labrado en su profesión, se pudo visitar la fábrica de cerveza Mau-San Miguel, con todo el proceso de producción y una simpática degustación. Inolvidable el delicioso ratito de café y merienda junto al actor Antonio Banderas, con sus fotos “espectaculares” para el recuerdo. Había coincidido oportunamente esa semana con un  Concierto de la Orquesta Filarmónica de Málaga, en el Teatro Miguel de Cervantes. Eunice pudo valorar y gozar la sonoridad y maestría de las notas musicales que llegaban a la tercera planta del gran teatro municipal, el gran secreto de la ubicación para los entendidos en la pureza acústica del pentagrama. Inolvidable fue también el lento y enriquecedor paseo en barco por la bahía, a fin de gozar desde el mar con la visión de una Málaga que se cubre de naranja y oro, cuando simula atardecer en una noche que en realidad amanece.

Denso y vitalista programa cultural que hizo las delicias de dos personas aliadas en un maravilloso proyecto: por una parte el profesional del taxi, quien amaba intensamente a su ciudad y de otra parte la ilusionada ilustradora de libros, que deseaba cubrir una asignatura pendiente iniciada en tiempos de su ya lejana adolescencia. No todo sería cultura, monumentos o comprensión de la realidad. También se había generado entre ellos ese valor, transparente y sublime, de la proximidad. En tiempos de afectos ausentes, generaron la complicidad mágica y lúdica de la necesidad y la amistad.

En la noche previa a la despedida, quisieron volver a la colina de Gibralfaro, para disfrutar la visión de una Málaga encendida de incentivos secretos, bajo “miles” de pequeños focos cromáticos emanados de las estrellas, vestidos de un blanco iluminado solo visionado por espíritus sensibles a la imaginación y a la belleza poética. En el final de una cena, enriquecida de platos muy malagueños (pescaíto, salmorejo, tarta malagueña) llegaron esas palabras que cultivan la sensible intimidad. En su final, hubo un simpático intercambio de regalos: un llavero de plata, con el relieve simbólico de la Catedral compostelana; una bien elaborada guía de Málaga, para cimentar los recuerdos en los anaqueles infinitos de la memoria.

En una separación, mezclada de una indefinible alegre/tristeza, se dijeron adiós, hasta mañana y esas gracias, pronunciadas con el mímico lenguaje afectivo de las miradas. “Has de volver” “Pronto, muy pronto, te escribiré”. Había sido una inesperada y muy agradable experiencia, para dos personas convalecientes en sus vidas de sentimientos y afectos equívocos. Tanto uno como el otro tenían la certeza que las buenas semillas siempre germinan en el suelo fértil y generoso de la amistad.

No había pasado aún una semana, desde estos gratos siete días de vivencias compartidas, cuando una noche Mario recibió en el buzón de su correo electrónico un extraño e inesperado e-mail. El mensaje procedía de una productora cinematográfica y en el mismo se le convocaba a una reunión que tendría lugar en Madrid. Se le ofrecía la oportunidad de participar en una película que estaba en fase de pre-producción. Los avales del casting estaban ya superados y en cuanto a las condiciones y características de la colaboración serían discutidos y analizados en esa entrevista, que había sido fijada con una antelación de diez días. Se adjuntaban dos archivos en el correo: un billete ida/vuelta en avión, junto a la estancia de una semana en Madrid, en un céntrico hotel con un régimen de pensión completa. También se le solicitaba una cuenta bancaria en donde hacer una transferencia, a fijar, por los días en que no podría realizar su trabajo ordinario en el taxi. El correo venía firmado por Eunice Ramal, directora y guionista de cine e ilustradora gráfica.-  

EL TAXISTA Y LA ILUSIONADA VIAJERA, 
ILUSTRADORA DE LIBROS



José Luis Casado Toro
Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga
19 Junio 2020
Dirección electrónica: jlcasadot@yahoo.es           



viernes, 12 de junio de 2020

LA TERRAZA INDISCRETA, PARA OJOS CURIOSOS.


Hay personas que poseen la cualidad de aplicar empatía hacia los argumentos y los personajes de las películas que tienen la oportunidad de visionar. Incluso algunas de estas personas desarrollan con tal fuerza esta habilidad que participan con lágrimas, risas, dudas, angustias y esperanzas, no solo durante la proyección, sino que después imitan muchos de esos comportamientos cinematográficos en la particularidad de sus vidas. Muy posiblemente, Honoria. haya tenido la oportunidad de disfrutar con una gran película del cine clásico, repetidamente programada por las cadenas de televisión, titulada La ventana Indiscreta (Rear window -la ventana trasera-) 1954, una obra maestra del genio inglés Alfred Hitchcock (Londres 1899, Los Ángeles 1980) muy valorada y premiada por la crítica especializada. La trama, basada en el género de intriga, narra la actitud de un reportero gráfico, que ha de permanecer “confinado” en su domicilio por tener una pierna severamente escayolada. El aburrido fotógrafo entretiene su obligado y temporal ocio observando, desde la ventana de su apartamento, el patio y las ventanas de los bloques de viviendas que le rodean y, de manera especial, los comportamientos de muchos de los vecinos en la particularidad de sus vidas. ¿Fue algo parecido lo que esta mujer quiso aplicar entre sus quehaceres diarios?

Honoria Villalba suma exactamente siete décadas en su vida. Jubilada desde hace cinco años, trabajó durante largo tiempo en los antiguos “sindicatos verticales”, ejerciendo tareas administrativas. A la llegada del cambio democrático, iniciado a finales de 1975 con el fallecimiento del anterior jefe del Estado, fue adscrita al Ministerio de Cultura (en su currículum académico figuraba la titulación de maestra, actividad que desempeñó durante su primera juventud). En su nuevo departamento cultural tenía que realizar una clasificación previa de los libros presentados por las editoriales, a fin de cumplir con el depósito legal y obtener el necesario copyright para sus propietarios. Su misión consistía en la lectura de las síntesis temáticas que los escritores realizaban de sus novelas, ensayos y otras obras de investigación. Esta literaria actividad desarrolló (y desarboló) notablemente su imaginación, ya que tenía el hábito de aplicar empatía con muchas de las historias que pasaban bajo su revisión.

Cuando ya sumaba treinta y ocho años, en 1974, inició un breve matrimonio con Reinaldo Novales, un importante sindicalista del régimen, que profesaba una mentalidad profundamente conservadora. Persona de fuerte carácter no le gustaban las obligaciones  “paternales”, por lo que no tuvieron hijos. Cuatro años más tarde, en una mañana de marzo, su marido le dijo  “tengo que hacer un viaje” sin añadir más detalles. Nunca más volvió de ese destino desconocido, para una mujer que apenas conocía mucho de la vida de quien era su esposo. Diez años más tarde, en 1988, le informaron oficialmente su estado de viudez oficial, pues el aguerrido sindicalista había fallecido en un enfrentamiento obrero, en tierras argentinas. En su interioridad anímica, esta funcionaria apenas sintió esa pérdida conyugal. Tenía ya cincuenta y dos años, y los hábitos de su vida estaban plenamente consolidados, sin la compañía de un extraño esposo que “casi nunca existió”.

Cuando con la edad alcanzó la jubilación, su tiempo libre se amplió con gozosa rotundidad. Además de las tareas de la casa, gustaba pasar muchas horas por la tarde sentada en la soleada terraza de su piso, resolviendo crucigramas y sopas de letras, ejercicio que le permitía jugar con las palabras, las definiciones y los sinónimos gramaticales. Por las mañanas realizaba las diarias visitas al súper y algunas tardes dedicaba algún rato para la oración en la iglesia. Tenía, desde hacía bastante tiempo, dos fuerte adicciones: la primera era el seguimiento de las telenovelas por la televisión, costumbre a la que añadía el disfrute para el paladar que le proporcionaba el consumo de bombones de chocolate negro y tazas de café con leche, añadiendo pan migado, como hacía su madre y abuela. Estas dos  aficiones había tenido que controlarlas por los problemas derivados para el peso y la tensión nerviosa. En resumen, practicaba una vida apacible y tranquila, compartiendo los paseos y esas tardes de reunión semanal en la cafetería con algunas amigas muy seleccionadas, todas ellas compañeras de Cultura y también en estado de jubilación. Las visitas al cine eran también frecuentes, con estas fraternales amigas.

Por la práctica de todos estos hábitos culturales, Honoria, al inicio de su septuagésima etapa vital, mantiene una lucidez y una mente bien desarrollada. Aunque nunca probó el arte de la escritura, siempre estuvo imaginando historias y narrativas, en una base intelectual bien despierta y adiestrada. Las tardes en que no sale a la calle, gusta pasarlas sentada en su terraza del piso situado en la planta octava, rodeada de macetas bien cuidadas a modo de ecológica empalizada vegetal. A pesar de las macetas, la propietaria de la vivienda tenía una amplia visión a los bloques adyacentes y frontales, que no estaban excesivamente separados del que ella ocupaba. En este sentido, le gustaba observar el aspecto de las terrazas y ventanas de todas esas edificaciones y, de manera especial, las actitudes y comportamientos de sus inquilinos. Entre esos vecinos de calle, había algunos a los que conocía y trataba con la cordialidad que en ella era manifiesta. A otros sólo los identificaba por serle familiar el piso que ocupaban y con los que prácticamente nunca había intercambiado conversación, solo el educado buenos días o buenas tardes.  Y había un resto de vecindad que, por la lejanía del piso o por no haber tenido oportunidad, no los reconocería cuando se cruzase con ellos por las calles.

Cuando descansa sentada en su terraza, parece que está siempre centrada en su librito de crucigramas y sopas de letras. Pero Honoria tiene ese don especial de estar también atenta a todo lo que ocurre en la calle y en los pisos sobre los que tiene mejor visión. La densidad de macetas que la rodea no supone un impedimento para su habilidad observadora. Es de esas personas que poseen la capacidad de estar atentas a lo que escriben en el ordenador o a lo que leen en el libro que tienen entre sus manos, pero al tiempo se están enterando de la trama argumental desarrollada en la película que se emite por la cadena sintonizada de televisión.

Aunque no conoce los nombres de la mayoría de los convecinos, suele identificarlos por algunas de las características especificas que ha ido detectando en los comportamientos de su privacidad. Al observar lo que hacen, en la sucesión de los días, permite considerarlos con un afecto de familiaridad muy entrañable. Con la pesadez de sus años, admira y envidia la agilidad de la joven del aerobic, con su atractivo y escultural cuerpo, que practica descalza los ejercicios en el salón de su piso sobre una moqueta o alfombra de color celeste. Esa habitación curiosamente tiene cada pared pintada de un color diferente. Parece que vive sola y debe desempeñar un intenso trabajo, pues sólo se la ve con esos ejercicios no antes de las nueve de la noche.  Usando sus binoculares, ha detectado también que con frecuencia la chica hace sus ejercicios cada noche liberada del sujetador y de toda ropa superior. Igualmente comprueba con admiración la ayuda que recibe esa señora mayor del sexto, prestada por su hijo con el que convive. Él le tiende la ropa lavada y lo observa, a través de la ventana que da a la cocina, preparando las comidas. En ocasiones vienen a esta casa dos hijos pequeños, niño y niña, para pasar unos días con su padre y abuela. Deduce que ese joven debe estar separado de la que fue su mujer, por lo que han de repartirse las estancias de los hijos en común. Al principio resultaba extraño por lo novedoso entre la vecindad, pero con el tiempo ya pocos vecinos le hacen caso a su gesto castrense. Se trata de un legionario jubilado que cada tarde, a las cinco, pone con cierta intensidad el himno del Novio de la Muerte. Durante el sonido de su música y estrofas, el propietario de la vivienda permanece en posición de firme dentro del salón o fuera en la terraza, vistiendo el uniforme legionario, no faltándole el correspondiente gorro del tercio.

No deja de fijarse en un piso, el quinto del segundo bloque, por el que han pasado ya muchos inquilinos. En la actualidad, parece que la propiedad haya sido comprada por el joven matrimonio de nacionalidad china que lo habita. Tienen dos hijos pequeños, que de continuo juegan en la terraza del inmueble. La mamá de los niños, de no muy elevada estatura, tiene una intensa dedicación al lavado de la ropa, prendas que de manera continua está colocando y quitando de los cordeles en el tendero. No sólo asea la ropa de los  pequeños, sino también la ropa de cama y cortinas. Nunca ha visto al marido oriental ayudar a su mujer en estos caseros menesteres. Sabe que se llama Ofelia, pues una vez coincidieron en la carnicería y así la llamaba el carnicero. Es la típica limpiadora compulsiva. Un día sí y el otro también está con su bayeta o barredora limpiado los cristales de sus ventanas, la barandilla horizontal y los barrotes verticales. También limpia el marco de las puertas y el poyete basal de cada vano de muro. Curiosamente su marido baja con cierta frecuencia a la calle, llevando en la mano un cubo con agua y varias bayetas. El pequeño utilitario que utilizan, un antiguo Seat 127, se halla siempre reluciente. Honoria los denomina, el matrimonio de las bayetas mágicas.

Le resulta “enternecedora” la humana imagen de doña Evelia, con la que intercambia algunas palabras cuando se encuentran por las aceras. El amor de esta mujer mayor por los animales es manifiesto. Las paredes de su terracita la tiene cubierta de jaulas de pájaros,  que trinan sin cesar durante las mañanas y las tardes, alegrando la acústica viaria. Ella les habla,  cuidándoles con mimo y cariño. Tiene también dos gatos gordinflones, muy bien atendidos en su alimento y limpieza, a quienes llama Tarzán y Platón. ambos con la piel color gris y unas rayas oscuras “tigretinas”. En sus cuellos portan unos cascabeles que producen un agradable tintineo en su majestuoso caminar. En la zona este de su visión, le distrae y vitaliza sobremanera el piso de los estudiantes, alquilado durante los meses lectivos del año y ocupado por tres alegres y desenfadas chicas, que de continuo tienen puesto a todo volumen el programa de los Cuarenta Principales. Sus fiestas, risas y orgias amorosas son estruendosas, pero “pasan” de las protestas vecinales. Alguna que otra vez ha tenido que venir el coche de la policía local a establecer un poco de orden, poniendo fin a la algarabía generada a eso de las dos de la madrugada. Convive con las tres jovencitas un cuarto estudiante quien por su vestimenta de túnica blanca y pantuflas de piel de camello tiene facha de gurú oriental. Lo ha visto en no pocos amaneceres sentado en el suelo y con las piernas cruzadas, entonando jaculatorias indescifrables para su entendimiento, llegándole al tiempo un  aroma a rancio pachuli y otros inciensos aromáticos verdaderamente embriagadores. Desde luego, gente joven y desenfadada, con un concepto muy libre de la vida.

Sin embargo existe un vivienda, un octavo izquierda que forma esquina en un bloque frontal al suyo, orientada al norte y al este, propiedad que iba a centrar sus preocupaciones e intrigas. Todo se originó cuando una noche, al volver del cumpleaños de su buena amiga y compañera de Ministerio Carmela, se sintió con el estómago bastante pesado. Algo de lo que había tomado no le había sentado bien. Probó ya en casa con una infusión de manzanilla e incluso con Almax, decidiendo finalmente irse a la cama con la esperanza de que a la mañana siguiente recuperaría la estabilidad orgánica con el descanso. Lo cierto es que durante la madrugada se tuvo que levantar un par de veces de la cama para ir al lavabo. En una de esas ocasiones (julio había llegado con sus típicos vientos y calores de terral) se sentó un ratito en la terraza, pues no le apetecía irse a sudar a la cama. El reloj marcaba veinte minutos sobre las tres de la noche, cuando reparó en esa última vivienda del bloque frontal al suyo. Tenías las luces de una habitación y la cocina encendidas. El caso es que dicha vivienda aparentaba llevar largo tiempo deshabitada. Incluso las persianas que cerraban la terraza permanecían completamente bajadas a lo largo del día. Para su mayor asombro, cuando Honoria de nuevo tuvo que levantarse para repetir otra digestiva infusión, las luces citadas continuaban encendidas. Ahora el reloj marcaba las cinco horas del nuevo día.

Así que aun somnolienta se preguntaba ¿quién podrá estar en esa casa y con las luces encendidas, durante toda la noche? Al fin decidió volver a su dormitorio y esta vez sí pudo conciliar el sueño. A la mañana siguiente y muy temprano lo primero que hizo fue mirar de nuevo ese piso octavo. Las persianas de la terraza continuaban bajadas y la percepción de las ventanas y cocina no indicaba que allí hubiera nadie. Las luces estaban ahora apagadas. Siguió con los quehaceres y crucigramas en su vida cotidiana, pero a la noche quiso acostarse tarde para vigilar de nuevo ese misterioso piso que tanto le motivaba. Aguantó bastantes minutos sentada en una pequeña hamaca que tenía en su terraza y efectivamente, a eso de las doce y pico, de nuevo percibió luces en esa vivienda. Esas luces permanecían encendidas cuando ella, ya cansada de esperar y vigilar, decidió irse a descansar. La escena de las luces encendidas en la vivienda se repetían siempre en la madrugada de los lunes y martes de cada semana.

Un tanto obsesionada con el asunto, quiso avanzar en la infantil investigación. Repasó las posibles personas que podían informarle acerca de la situación de esa vivienda. En dicho bloque su mejor amistad era la de Ivana, quien con muchos años a sus espaldas, aún aplicaba su destreza como modista para determinados encargos de la vecindad. A ella también le había cortado, arreglado y cosido numerosas telas para prendas de abrigo que guardaba en su armario. Fue a su casa y habló con su marido Damián, antiguo maquinista en las salas de cine.

“No, no te preocupes Honoria, que yo te cuento lo que sé de ese piso octavo de nuestro bloque. Allí vivió durante muchos años una señora mayor, que se llamaba Edelmira. La verdad es que no tenía mucho trato con la vecindad. La señora era viuda de un factor de la Renfe. Los hijos (tenía dos) creo residen en Madrid. Cuando falleció, sus herederos pusieron el piso en venta. Parece que pedían mucho dinero por él, así que desapareció el cartel del “Se Vende” porque parece pensaron en sacarle alguna pasta con el alquiler. No sé por qué casi siempre está vacío, aun con los muebles de la finada. Ahora parece que algunos días de la semana viene un señor, de apariencia muy honorable, que se queda en la vivienda durante las noche, porque a la mañana siguiente desaparece y ya no vuelve hasta la próxima semana.”

En ese momento intervino Ivana, que poseía información complementaria a la que facilitaba su marido ante una muy atenta Honoria.

“Yo sé algo más del asunto, pues en la carnicería de don Anselmo se han comentado cosas, que igual pueden estar exageradas, pero “cuando el río suena, agua lleva”. Hay gente que conoce al señor del sombrero y la cartera de piel. Trabaja en Hacienda, en uno de los negociados. Debe tener un cargo importante, porque ocupa un despacho propio. Se llama don Telesforo. Antes que él venga algunos días de la semana al piso 8º B, lo hace una mujer joven, que también la han visto trabajar en ese ministerio de los impuestos. A la mañana siguiente, abandonan el piso y se marchan los dos juntos calle arriba. Aquí casi todo se sabe, la gente se da cuenta de los más pequeños detalles. Ah y añadiría algo más. La chica del pelo rubio teñido no es la única. Ha habido otras, en ese “garito nocturno” para el solaz esparcimiento del tal Telesforo.”

Y así pasan los días y las horas en ese pequeño mundo de barrio. Allí es donde Honoria tiene su indiscreta y documentada terraza. Probablemente esta vecina haya visto la película de Alfred Hitchcock. Además de los crucigramas y las sopas de letras, con esa hábil observancia aliada de imaginación, distrae los tiempos muy atenta al comportamiento de aquellos con los que comparte la relación vecinal. Pero lo que Honoria Villalva nunca ha llegado a conocer es que en una prestigiosa revista fotográfica de difusión internacional, publicada en soporte papel (aunque también posee una muy visitada página web) en un momento determinado salió publicada una muy curiosa instantánea en la que aparece una señora mayor (ella misma) quien, sentada en una cómoda hamaca de madera y lonas, tapa/abre sus ojos con unos binoculares que observan la terraza en la que una chica casi desnuda baila, escena reflejada en el cristal aumentado de las lentes aproximativas utilizadas. Dicha foto, en blanco y negro (escala de grises) titulada An observation behind some flower pots, (Una observación detrás de algunas macetas) fue premiada en un concurso internacional de la especialidad.-

LA TERRAZA INDISCRETA, PARA OJOS CURIOSOS



José Luis Casado Toro
Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga
12 Junio 2020
Dirección electrónica: jlcasadot@yahoo.es