viernes, 28 de septiembre de 2018

LOS EXTRAÑOS MILAGROS DE LAS ILUSIONES FALLIDAS.

Cada semana le corresponde atender, al igual que al resto de sus compañeros de redacción, esa temida, pero siempre “atractiva” noche de guardia. Esta obligación también la llevan a cabo, con las responsabilidad que sus diferentes oficios exigen, los profesionales de la medicina, los miembros de la seguridad nacional, regional y local, los bomberos, los farmacéuticos, los conductores del transporte público o incluso los artesanos del pan, por citar algunos ejemplos paralelos. Elsa Lóbriga Ballester, es una joven (32 años) y dinámica profesional del periodismo, que lleva 6 años trabajando para el principal diario local, en el que destacó como becaria aventajada. Como siempre suele hacer durante esa noche de cada semana, en la que apenas dormita, sentada frente a su ordenador y junto a su inseparable I pad (bien repleto de música)en la soledad de una vacía sala de redacción, busca y diseña nuevos temas y argumentarios para los reportajes que tiene previsto realizar durante las próximas semanas. Hay noches en las que el sueño y el cansancio acumulado al fin la vencen (a pesar de haber dado buena cuenta de ese termo que contiene un café bien cargado, que se trae desde su apartamento) y se despierta un tanto aturdida y desorientada “abrazada” al teclado generoso de su Mac. Sin embargo otras noches resultan especialmente eficaces pues, aunque casi nunca suelen llegar grandes acontecimientos de las agencias de noticias, ella ha sabido aprovechar el tiempo disponible para generar y planificar nuevas ideas que, algún día bastante inmediato, se convertirán en sugerentes y atractivos reportajes. Y es que la realidad de esta “bendita” profesión mediática exige componer, a modo de pentagrama pautado, el ˝concierto diario” que comunica la información y los comentarios a los siempre interesados y fieles lectores.

Aquella plácida noche de otoño, Elsa se entretenía ojeando diversas publicaciones de periodicidad semanal y mensual, material que puntualmente llega a la redacción. De entre sus páginas, los periodistas suelen buscar y encontrar muchas bases temáticas, sugerencias o incentivos, que pueden resultar de suma utilidad a fin de emprender nuevas líneas de investigación y composición para “suculentos” y nuevos artículos, crónicas, entrevistas y reportajes. Había una temática que le venía rondando por la cabeza durante las últimas semanas. Conocía la existencia de sofisticadas y agresivas empresas, que se “estrujaban” el cerebro “ buscando ofertar determinados servicios (calificados de asombrosos, peculiares, inauditos o inverosímiles) a muy especiales clientes, de los que podía obtenerse ese capital necesario que puede sostener la nómina de sus esforzados e imaginativos trabajadores. Sabía lo que estaba buscando y en ese jueves otoñal el destino, el azar o la suerte, quiso ser generosos con su esfuerzo constante de búsqueda y localización.  

El nombre de la empresa, que motivó gratamente su atención, era “LA FÁCIL REALIDAD DE LO IMPOSIBLE”. Este grupo empresarial se comprometía, en su “intrigante” planteamiento, a ofertar experiencias y actividades insólitas, para personas que “desde siempre” hubieran tenido esa ilusión insatisfecha en la evolución de sus días. Por difícil o complicado que pareciera, los extraños y acaudalados clientes podían alcanzar, al fin, ese objetivo o deseo frustrado de su memoria, pagando bastante bien el coste del servicio que solicitaban. El sugerente anuncio explicitaba brevemente la oferta:

“ESTIMADO CLIENTE: Si te decides, puedes vivir la experiencia, ya sea durante un día o incluso una semana, en la que ese objetivo que siempre deseaste obtener, por los circunstancias más diversas, la vida aún no te lo ha podido proporcionar. ¡Dinos qué quieres, qué deseas, qué anhelas! Nosotros te vamos a llevar, con la mayor comodidad posible, a ese mundo idealizado pero real del que, en este momento, sólo encuentras retazos difusos en el poliedro mágico de tu mente. Te hacemos un presupuesto y si lo aceptas, nos ponemos rápidamente en marcha para satisfacerte”. 

Serían poco más de las cuatro de la tarde, cuando Elsa esperaba ser atendida por el jefe del DEPARTAMENTO DE CAPTACIÓN DE CLIENTES, a quien había solicitado cita muy de mañana. Cuando entró en su despacho, mostraron afectivamente su asombro. Le recibía un antiguo compañero de la Facultad de Ciencias de la Información, Carlo Dorega Mauricio, a quien no veía desde el último año que cursaron juntos. Tras esos intercambio de frases amables, en las que se mezclan las expresiones de alegría por el reencuentro, los elogios recíprocos acerca del buen mantenimiento de sus anatomías y alguna que otra anécdota sobre profesores y compañeros de clase, la periodista planteó claramente a Franco las líneas maestras del reportaje que tenían intención de elaborar.

“Contratamos todo el personal necesario, a fin de simular las más complejas, extrañas o insólitas escenificaciones que, generalmente muchos clientes acaudalados, nos plantean. Sin embargo, también he de decirte que nos llegan personas socialmente más modestas, con peticiones no difíciles de conseguir, para quienes disponemos de tarifas especiales, adaptadas a la disponibilidad económica que poseen en sus bolsillos. No olvides que nos vemos obligados en la mayoría de las ocasiones, a tener que habilitar espacios concretos, en donde se desarrollarán o representarán esas peculiares vivencias que se nos encargan. Y no supongas que son las personas mayores las que siempre acuden a nosotros. En ocasiones se trata de ciudadanos con mucha menos edad, pero que también acumulan “errores “ o anhelos insatisfechos en sus vidas que, más pronto que tarde, quieren resolver de manera satisfactoria. Aunque sólo sea con la ilusión de un solo día, una sola experiencia, una sola posibilidad, por extraña y difícil que parezca”.

Elsa pidió a su antiguo compañero, hoy ejecutivo de esta imaginativa e importante empresa, que le narrase, manteniendo o simulando (con nombres supuestos) la privacidad de sus identidades, algunas de las vivencias más interesantes y significativas, guardadas en sus archivos. Sugería, con respecto a las historias que éstas fuesen insólitas por su extrañeza, complejidad o significación. Por supuesto, le rogaba que fuesen aquéllas que más pudieran asombrar y distraer el interés de los numerosos lectores de su también prestigioso diario.

Carlo, divertido ante la petición que le hacía su antigua amiga y compañera, aunque también interesando por la difusión y propaganda que el nombre de la empresa en que trabajaba podría conseguir, se dispuso a dedicarle el tiempo necesario a la sagaz periodista, a fin de que ésta pudiera realizar con eficacia su cualificado trabajo. Telefoneó a una cafetería cercana, pidiendo les subieran un par de cafés bien cargados, aromática y sabrosa infusión a la que ambos amigos eran muy aficionados.

“Hubo un veterano empresario de la construcción, quien una mañana de invierno se nos presentó en las oficinas, planteándonos una curiosa petición. Había estado trabajando desde los quince años (en aquella época no existía la norma de los dieciséis años) y poco a poco, con un esfuerzo ejemplar había ido escalando niveles de responsabilidad en distintas constructoras, hasta que en una edad óptima pudo crear la suya propia. Nos comentaba con dolor los tragos tan amargos que había tenido que afrontar, sometido a las presiones sindicales, a la hora de fijar las condiciones laborales y salariales de sus empleados, en los diversos convenidos colectivos que estaban puestos sobre la mesa de negociación. Había tenido que vivir y soportar momentos y situaciones muy amargas, no sólo él sino también miembros de su familia, presiones en ocasiones muy humillantes, por parte del colectivo laboral y sus legítimos representantes. Insultos, sabotajes en la maquinaria laboral, pintadas en su domicilio, llamadas telefónicas amenazantes durante la madrugada, verdaderos “ataques” con botes de pintura,  tomates maduros e incluso huevos… y así una larga retahíla de amargos e injusto (en su opinión) sinsabores que ahí estaban clavados como una espinita en el fondo de su corazón.

Estando ya próxima la fecha de su jubilación laboral, deseaba experimentar y gozar con el espectáculo de unos trabajadores en huelgas de “brazos caídos” que en la demanda de sus exageradas pretensiones habían acudido al recurso de la violencia, contra su persona, su familia y los enseres habilitados en las diversas obras que tenían en marcha. Ante esa violencia ejercida por la masa social, se vería obligado a solicitar la presencia de las fuerzas antidisturbios, que se presentarían e la sede central de la empresa, desalojarían a los radicalizados y violentos huelguistas, utilizando los medios más contundentes, entre los que no descartaba el mamporro contundente, las bolas de goma, las mangueras a presión de los coches policía e incluso si fuera menester el poderío incontestable de las unidades blindadas de choque. El mismo empresario, llamémosle don Damián, se puso el traje de jefe de la policía, dando también mamporros por aquí y por allá. Todo consistía en una muy real simulación de todos aquellos “sapos y culebras” que había tenido que tragarse a lo largo de su vida, en sus muchas secuencias de discrepancia con el mundo laboral. Para llevar a efecto la exigente teatralización tuvimos que contratar un plató cinematográfico y zonas aledañas ubicado en las áridas tierras de Almería, una legión de actores, extras y figurantes, e incluso solicitar material a la propia policía, que bien se prestó a facilitarnos su propio y cualificado material. Don Damián pudo devolver, para satisfacción de su memoria, los agravios y sufrimientos recibidos, aunque todo fuera una bien construida escenificación digna de figurar en los anales de los archivos del cine social. Buen dinero costó todo aquel montaje, pero el dolorido empresario lo dio por bien pagado. Ver a los “supuestos” dirigentes sindicales caminar esposados hacia los blindados furgones policiales, era un a satisfacción íntima que tenía pendiente en el fondo de su dolorido corazón. Tuvo, al fin, su anhelada jornada de gloria, parándole los pies a esos violentos obreros que tan amargos momentos le había hecho padecer.

“Otro día, se nos presentó en las oficinas un doctor en medicina,  Cesareo del Parral Luaga, especializado en dermatología. Estaba casado y su matrimonio había generado ocho hijos, todos hembras salvo el último que vino al mundo con el cuerpo de un hombre pero con el alma y mente de mujer. Este cliente era extremadamente beato, practicando la asistencia a la misa y a la comunión diaria. Se caracterizaba por ser un fervoroso marianista “hasta la médula”. Realmente nos confesó que le habría gustado ejercer o profesar el sacerdocio, pero que se cruzó en su camino la fuerza personal y sexual de Genara,  disuadiéndole de un más o menos inmediato ingreso en un seminario conciliar, cuando cumplía los veintidós años de vida.

Ahora, a sus setenta y cinco cumpleaños, Avelino se encontraba a las puertas de la  jubilación. Nos confesó que no quería pasar al “otro territorio celestial” sin haber protagonizado una especial experiencia, para él de lo más gratificante: pronunciar el sermón de las Siete Palabras, un Viernes Santo cuaresmal, en el marco insigne de la Catedral, devocionario sermón o discurso religioso cuyo texto tenía muy bien redactado desde hacía algunos años. Por supuesto, deseaba tener  el templo basilical densamente repleto de fieles y devotos creyentes.

Las negociaciones con el Cabildo Catedral y, de manera especial, con el Obispado de la diócesis fueron extremadamente laboriosas, pues recibimos un sonoro y enfadado portazo en nuestro primer intento. Más adelante la sagrada curia fue cediendo, dado el prestigio devocionario del ínclito don Cesareo, todo un ejemplar ciudadano seglar pero con el alma de sacerdote. El marianista estaba dispuesto a ofrecer una suculenta donación para obras caritativas. Pero el elemento que inclinó la balanza a la aceptación de la curia fue que argumentamos nuestra pretensión de rodar una de las escena pertenecientes a una película, que estaba dirigiendo un afamado y oscarizado director de cine, de nombre Wenceslao, más ateo que el propio diablo. Incluso hicimos venir a este gran artesano de la cinematografía, para que instalara las cámaras, focos y atrezos correspondientes. Hubo que reunir a unos 600 figurantes, trayéndolos incluso de provincias vecinas, a 1000 pesetas de la época y bocadillo, por tres horas de trabajo entre las cinco y las ocho de la tarde, un lluvioso Viernes Santo en pleno mes de Marzo.

Al ilusionado don Cesareo lo revestimos con la túnica, el báculo y la mitra episcopal, pues ejercería su magisterio como obispo. El organista del sacro espacio estuvo tocando el Requiem en Re menor de Wolfgang Amadeus Mozart, ante la emoción de todos los devotos asistentes, cuyas mujeres cubrieron su cabeza con el recato necesario, utilizando un velillo de respeto, pureza y humildad. El auditorio asistente solo pudo escuchar 4 Palabras, pues el intenso estado emocional que embargaba al orador le hizo perder el sentido de la realidad,. De  inmediato comenzó a recitar las letanías letanías, ante las miradas atónitas de los familiares y el divertimento indisimulado de los centenares de figurantes.

Este extraño cliente vivió un par de años más, recluido en una clínica de cuidados mentales. Con toda evidencia, Don Cesareo había perdido la cabeza o el sentido equilibrado de la conciencia.  Oficialmente la “escena” de la película fue desechada del metraje, por decisión del director Wenceslao, que también se llevó una suculenta compensación económica, por una sola tarde de estancia en nuestra ciudad. Los gastos fueron elevados, pero “religiosamente” abonados por la familia del insigne doctor.

“Finalmente, Elsa, te voy a narrar un caso muy humano, digno de figurar en los anales experimentales de los más importantes especialistas en psiquiatría. Celestino Trayamar Alón (los apellidos los había tomado de su primera familia adoptiva) era su nombre. Persona de mediana edad, uno de esos urbanistas que viven solos, sin familia cercana, en la selva estresada y egoísta de una gran ciudad. Parece ser, según algunos datos que nos facilitó, que había sufrido una infancia muy desgraciada, viviendo en un par de hospicios, hasta que llegaron a su escasa suerte dos adopciones que, para su desafortunado destino, resultaron ser en extremos frustrantes. Ya en la adolescencia, demostró una plausible voluntad y responsabilidad ante el estudio, lo que le permitió estudiar la secundaria obligatoria, realizando posteriormente un ciclo formativo de auxiliar administrativo que sustentó su posterior acomodo laboral. Se convirtió, tras una fase de prácticas en una empresa de seguros, en un serio y eficaz empleado, encargado de peritar siniestros de toda índole para los clientes de la aseguradora. A pesar de las múltiples relaciones laborales y sociales que tenía que desempeñar continuaba, ya entrado en la cuarentena, viviendo solo, sin haber podido o querido (vaya Vd. a saber) formar una familia. Los condicionantes de tan desgraciada infancia seguían pesando como una loza sobre su “huérfana” y muy modesta existencia.  

Un día afortunado ¡también tenía derecho el pobre hombre! la suerte no le fue esquiva. En un boleto de la loto, sorteo en el que solía participar, consiguió cinco aciertos, lo que le reportó una “suculenta” cifra de euros, cantidad que “viajó” con diligencia a su cartilla de ahorros. Resultó curiosa su decisión. En vez de aspirar a un bien material, de esos que siempre tenemos en mente para disfrutar entre nuestros deseos, nos planteó una petición que nos resulto sorprendente por los insólito de la propuesta. Su deseo era, nada más y nada menos, que “volver”, recuperar, su infancia, durante al menos una semana. Quería gozar de unos padres y hermanos, que nunca tuvo. Quería recuperar ese cariño lejano que pasó sin hacer parada en la estación evolutiva de su primera edad.

Como podrás comprender, la empresa que teníamos por delante era más que ardua. Había que crear o simular una familia, unos padres y hermanos, unas relaciones materiales y afectivas entre los mismos, situando en el centro de esa “arquitectura”, la figura de un niño que ya era hombre, pero que anhelaba volver a ser niño. Una operación en sumo complicada. Nos asesoramos debidamente con psicólogos y cualificados psiquiatras, a fin de analizar y proyectar una estrategia que fuera asumible y consiguiera los resultado más ambiciosos para el interés de nuestro cliente que, naturalmente, tenía fondos suficientes para sufragar su elevado coste.

Le simulamos una semana vacacional, en pleno estío veraniego. Habilitamos un piso de clase media, situando en una zona suburbana, a Celestino, en donde viviría rodeado de unos padres y dos jóvenes que serían sus hermanas mayores. Eligió la edad de ocho años, para situarla en el centro de sus recuerdos. Durante esa semana era levantado de la cama, lavado, vestido, desayunaba, jugaba, almorzaba, llevado al cine o al parque de los juegos. Tuvo su fiesta de cumpleaños, a la que acudieron diversos vecinos y amiguitos del bloque. Por las noches, su madre doña Amparo rezaba con él el Jesusito de mi vida o hacia sus peticiones al Ángel de la Guarda. Después era acostado y arropado, tiernamente por esta cariñosa señora. Cuando cometía algún error (o travesura, provocada, por supuesto) era castigado severamente por su rígido padre don Humberto. Lo más duro era llevarlo de la mano a un parque infantil, en plena mañana o tarde de un tórrido sábado, a fin de que pudiera montar en el columpio, correr al “pilla pilla”, escalar, entrar y salir de la casita de madera y montar en ese borriquito de bronce que está situado simbólicamente en el centro del parque infantil.

Si, observo por tu rostro que te has quedado “de piedra”. Éste ha sido el caso más delicado y difícil que se nos ha encomendado. Te puedo asegurar que no salió del todo mal. Todo lo contrario. Fue una semana en la que recuperamos un trozo de vida, que el destino hurtó injustamente a la persona de un niño llamado Celestino.  Tengo noticias de que esta persona dejó el peritaje. Hoy vive de sus rentas, aunque sigue siendo tratado por un equipo de especialistas en las etapas o vivencias no superadas. Parece que le ha tomado el gusto a viajar. Confiemos que, en una de esas etapas vacacionales, el destino le vincule a una persona que le haga al fin feliz y le ayude a salir del marasmo de unos antecedentes que tanto le condicionan, para su estabilidad  y necesario equilibrio.

En este momento del largo dialogo (había transcurrido más una hora y media desde su inicio) Elsa hizo una propuesta inesperada y sorprendente a su interlocutor Carlo Dorega, que dejó a éste sumido en la más absoluta de las confusiones.

“Carlo, te agradezco mucho que hayas compartido conmigo estas tres muy interesantes y curiosas historias. Sé que tendrás otras experiencias, igual o incluso más sugestivas, que aquéllas que acabas de narrarme.  Pero no te quiero “robar” mucho más tiempo de tu trabajo.

Antes de marcharme, quiero hacerte una confidencia y una petición.  La primera, decirte o confesarte con sinceridad… la verdad. Cuando investigué acerca de tu empresa, vi que estabas en ella y que ocupabas un puesto de responsabilidad en la misma. Te recordaba perfectamente de nuestros tiempos estudiantiles en la Facultad de Ciencias de la Comunicación. Luego mi sorpresa inicial, cuando me recibiste, fue un tanto fingida.

En cuanto a la petición, te planteo algo que te puede sorprender. Desde los tiempos del aula, yo estaba un tanto prendada en tu persona. En realidad, no era la única de las compañeras que intentamos “luchar” por ti. No sólo por tus atractivas cualidades físicas, por supuesto, sino sobre todo por tus valores humanos. Esa es la verdad. Con respecto a esa petición, algo que te parecerá una niñada, pero que para mi resulta especialmente importante. Desearía contratar con tu empresa, al menos una semana de “noviazgo” con tu persona. Para mi esa es la ilusión irrealizada que no he logrado alcanzar y que me gustaría ver realizada, aunque fuese sólo como una simulación, similar a esas otras experiencias que acabas de narrarme. Sobra añadir que afrontaría con gusto el coste de este servicio, que vuestra empresa puede ya presupuestar. Te repito, al menos una semana. Una vez que hubieses prestado el servicio, no te molestaría más. Estarás preguntándote si con ello quiero conseguir una atención o vínculo más avanzado con respecto a tu persona. Eso no te lo puedo decir. Como cliente, solicito a tu empresa la realización de mi ilusión fallida. Vosotros garantizáis la promesa de que el cliente no se marchará insatisfecho acerca de su pretensión, por difícil que resulte su realización. ¿Qué me respondes, querido Carlo?”



THE END. Los extraños milagros de las ilusiones fallidas.
    


José L. Casado Toro  (viernes, 28 Septiembre 2018)
Antiguo profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga



jueves, 20 de septiembre de 2018

EL USO INAPROPIADO DE LA EMPATÍA OBSESIVA.

Una ambivalente situación es “padecida” y/o “disfrutada” al tiempo por muchas personas en variados aspectos de su comportamiento diario. Esa peculiar experiencia consiste en que, por la naturaleza de su caracteres y temperamentos, hay mujeres y hombres que viven con demasiada u obsesiva intensidad aquellos argumentos que contemplan proyectados sobre las pantallas blancas de una sala cinematográfica, en las obras representadas sobre las tablas de un escenario teatral, en las historias narradas por hábiles y creativos escritores, en las páginas impresas de los libros, en los numerosos artículos y editoriales publicados en las columnas periodísticas e incluso a través de esas distraídas o más complicadas entrevistas, noticias y comentarios emitidos por las ondas radiofónicas.

Efectivamente, se trata de una “cualidad” que, mal usada, también puede convertirse en “defecto”, respuesta y comportamiento que no pocos ciudadanos atesoran en su específica forma de ser. Sin duda, tú mismo, aquél otro o el que escribe estas líneas, hemos visto llorar a lágrima viva a esos vecinos de butaca, cuando la escena interpretada por los actores excitaba los sentimientos de algunos espectadores, quienes se sentían incapaces de controlar su equilibrio anímico. Esos asistentes a la obra teatral o cinematográfica aplicaban la empatía con tal intensidad a la trama argumental que “se metían o introducían” dentro la obra, como si el problema, dificultad o alegría les afectase también a ellos de manera directa, tal y como les ocurría a los actores protagonistas del enredo. Hay oyentes radiofónicos que están escuchando por el transistor o visionando a través de la pantalla del televisor una competición deportiva cuando, en función de los acontecimientos o la marcha de la “contienda”, se les ve en el salón de su piso o alrededor de la mesa del bar, saltando, gritando, vitoreando, insultando, maldiciendo, riendo o llorando, respondiendo visceral, violenta o compulsivamente, a causa de las buenas o malas noticias derivadas de ese simple juego deportivo.

Las modalidades de esta inmersión psicológica (que puede llegar a convertirse en gravemente lesiva) sobre situaciones de las que eres un simple espectador, lector o radioyente son variadas en su naturaleza y de diversa intensidad según los caracteres, equilibrio y patología de quienes las padecen o “disfrutan”. Unos de esos “urbanitas” que navegan, con mejor o peor suerte, en el estresado laberinto de una gran ciudad es Viro Arranz Bernabé (hay padres que, con grave  y discutible responsabilidad ante la pila bautismal, castigan con el infeliz nombre de Viriato al vástago que han procreado). Acumula ya 42 primaveras, está casado con Alma (otros progenitores hacen gala de mayor sensatez e imaginación) que es tres años menor que su marido. Tienen una hija, que aún no ha cumplido el quinquenio existencial, a quien pusieron el nombre de Celia. Forman una familia de clase media, sociológicamente hablando, pues el hombre es agente comercial, trabajando como activo vendedor de vehículos en una concesionaria de consolidado prestigio, cuya marca y sede central radican en nórdicas e industriosas tierras germanas. También la mujer aporta importantes fondos a la necesidad familiar, ejerciendo como profesora particular de alemán para los que necesitan mejorar en dicha lengua, aunque a veces es contratada por etapas en una academia privada que enseña idiomas a muchos alumnos de todas las edades. Cuando era muy pequeña, sus padres, ante el fracaso económico del pequeño taller de reparación de electrodomésticos que poseían, decidieron emigran a ese emblemático país europeo, Alemania, posibilitando que sus hijos y ellos mismos conocieran las habilidades propias del idioma utilizado en una o la principal maquinaria de la economía europea  e incluso mundial.  

En esta etapa de su existencia, la principal afición que Viro cultiva (de manera compulsiva) consiste en pasar horas y horas “navegando” por las páginas “infinitas” de Internet, consultando la abundante lectura de la prensa periódica y usando ese transistor que, en casa, le acompaña casi de manera continua como un elemento más de la estructura familiar. Y ¿cuál es la modalidad de las noticias, informaciones y comentarios que rellenan tantas horas para el ocio de este comercial o agente de ventas? Dicho de una manera breve y determinante: el “cruel” mundo de la actividad política. Él es una persona que “comulga”, aplicando el fervor y la devoción exagerada del acólito fanatizado, con una ideología profundamente conservadora. Su cónyuge “pasa” de esa desafortunada afición, aunque su mentalidad se halla más en la línea socialdemócrata. Alma vivió durante dos largas décadas en Alemania junto a sus padres. Su cultura política es mucho más abierta y compresiva que la “intolerancia” que de una u otra forma muestra su radicalizado esposo. El caso es que Viriato, ya sea “pegado” a la radio, a la pantalla del televisor o a ese ordenador al que tanto aprecia, sigue y “vive” patológicamente (es necesario utilizar este vocablo) las noticias diarias que afectan a “su partido”, sigue con sumisión filial los movimientos y decisiones que los dirigentes nacionales y locales establecen, sufriendo (física y psicológicamente, al tiempo) los vaivenes, los éxitos y los ataques de esas otras formaciones rivales que conforman el espectro político. Para él, naturalmente y en su más que sectaria conciencia, los seguidores y dirigentes de los restantes partidos no son rivales, sino malvados enemigos del buen funcionamiento de la cosa pública (que sólo su partido sabe defender y bien administrar).

Esta situación, que consolida y agudiza al paso de los años, le provocan sentimientos inestables de alegría y profundos enfados, como se expresaba al comienzo de este escrito, contrastadas alteraciones anímicas que le hacen pasar de los sentimientos plenos de euforia a esos otros nublados momentos que le sumergen en la depresión y el desánimo. Las repentinas variaciones en su carácter repercuten, qué duda cabe, en el ambiente familiar. Alma, que bien conoce y soporta la manera de ser de la persona con quien comparte la vida, trata de ayudarle, aconsejándole que se tome las cosas con más calma y sosiego, que busque otras distracciones para su tiempo libre, pues el camino que sigue por el ámbito de la política no es nada bueno para su propia felicidad y la de aquéllos con quienes tiene relación y convivencia. En este sentido, durante los avatares cotidianos del trabajo, sus compañeros se han visto obligados a preguntarle qué es lo que le ocurría, al igual que sus jefes. El propio don Timoteo, jefe del departamento de ventas, le ha tenido que llamar alguna vez la atención pues le han llegado quejas de determinados clientes acerca de alguna respuesta o gesto que no les ha gustado, cuando han sido atendidos por este activo agente comercial, que, por otra parte, tiene unos excelentes índices de resultados en sus ventas, reconocidos y valorados por el equipo empresarial. Ciertamente, en el ámbito laboral, Viro trata de guardar las apariencias, pero cuando está enfadado, por esa u otra noticia que ha leído o escuchado la noche anterior, por más que trate de disimularlo, la información le acaba condicionando en el necesario equilibrio que ha de mantener para la salud y normalidad de su estado psicológico.

Para este primero de Noviembre, cuando Alma celebra felizmente su onomástica, el matrimonio ha decidido salir a cenar  e ir a tomar después alguna copa en algún establecimiento donde ofrezcan música en vivo. En la intimidad de esa larga y afectiva noche, Viro se ha sentido obligado a confiarle a su compañera que tiene en mente solicitar consulta a un especialista. Él mismo, en los momentos de mayor racionalidad, comprende que ha de poner remedio a una situación que enturbia su vida relacional. Particularmente ha intentado ordenar esa vorágine ideológica que le atrapa, pero es tan fuerte el incentivo de la política y del entorno mediático que le rodea que, una y otra vez, vuelve a las “andadas”. Y así se entrega al visionado de los debates radiofónicos, a las informaciones de prensa y a todos esos impactos emocionales que los líderes políticos, hábilmente “venden” para el goce y exaltación de sus seguidores, bien adiestrados por equipos de asesores, que saben aplicar en ello la mayor cualificación y “adaptabilidad moral”.

En la agenda de los alumnos que Alma atiende para sus clases particulares, se encuentra un joven médico, especialista en psiquiatría, cuyo nombre es Delfín Val de Prodolenko (su padre era un concertista español que contrajo matrimonio con una soprano, natural de Bielorrusia). Este apuesto doctor necesitaba avanzar con urgencia en el dominio básico del alemán, pues iba a realizar, durante el próximo verano, una estancia académica en la ciudad germana de Hamburgo y aunque dominaba cuatro idiomas, ninguno de ellos es el que diestramente su profesora (recomendada por una de las academias donde Alma había trabajado) puede enseñarle. Conociendo y sufriendo los cíclicos vaivenes anímicos y el comportamiento compulsivo de su marido, la profesora pidió a su amable y aventajado alumno si podría “echarle una mano”, pagándole lógicamente su cualificado esfuerzo. El Dr. Delfín, muy agradecido a la maestra que tan bien le enseñaba, no dudó en ofrecer cita en su consulta, para que el esposo de su profesora acudieran a la misma 48 horas más tarde. Cuando esa misma noche (dada la proximidad de la fecha) explicó a Viro la gestión que había realizado, éste se mostró positivamente de acuerdo con la decisión y gestión que su mujer había adoptado. Se sentía cada vez más abrumado con su obsesión por los temas políticos, los cuales le afectaban en demasía como si fueran propios, pero sobre los que no se sentía con la fuerza de voluntad necesaria para integrarlos racionalmente o abandonarlos. Incluso por las noches se despertaba y tomaba su tablet para seguir entrando en la prensa on-line, rebuscando y rebuscando en esas páginas temáticas que tanto le motivaban y al tiempo le perjudicaban.

Ese nublado viernes de Noviembre, Viro pidió permiso en la concesionaria, a fin de salir un poco antes del trabajo. Justificaba la petición con el motivo de la ineludible visita médica. Por decisión del propio facultativo, Viro acudió solo a la consulta. El especialista quería evitar cualquier condicionante que impidiera a su paciente expresarse con entera libertad acerca de los orígenes y desarrollo de ese estado compulsivo que tanto le estaba perjudicando. Durante la larga sesión, le estuvo haciendo preguntas tras preguntas, escuchando y anotando pacientemente lo más interesante o significativo de sus respuestas. El Dr. Delfín se mostró extremadamente generoso y comprensivo con el tiempo que concedió al atribulado paciente. Tras 45 minutos de diálogo y atención a lo que Viro le manifestaba, estuvo unos minutos para repasar y reflexionar acerca del contenido de las notas que había estado tomando.

“Veamos, amigo Arranz. Ante todo, debemos esforzarnos por recuperar ese sosiego que, de forma penosa, parece que nos ha abandonado. Su situación de estrés es … manifiesta. Hay que ir a los orígenes, a fin de buscar y encontrar la estrategia más adecuada e inteligente para nuestros propósitos de recuperación. Tampoco te asustes, existen muchas personas que le ocurren como a ti (permíteme el tuteo). Viven e interiorizan internamente situaciones que no protagonizan, pero que les afecta tal y como si fueran ellos los propios autores de las mismas. Les ocurre esta situación de empatía inmersiva cuando acuden a un espectáculo escénico. Interiorizan de tal forma aquello que ven, leen o escuchan, que se sienten “trasladados” a esos espacios donde transcurre la trama. Ríen, lloran, tiemblan, reflexionan, sufren y gozan, de una manera “descontrolada”, perjudicial para su equilibrio psicofísico, pues es tal su confusión que no perciben que son meros espectadores y no intervinientes directos o indirectos en la acción. Ya sea comedia, drama o cualquier otra actividad profesional, la que presencian ante la confusión de sus ojos. 

En tu caso, la actividad protagonizada por los políticos es la que te tiene a mal traer. Te pasas las horas (en que puedes hacerlo) pegado a la radio, leyendo las informaciones de prensa, o sintonizando aquellos programas emitidos por la televisión, vinculados a la información política. Gozas con los éxitos de la ideología que “profesas”, pero también te derrumbas cuando los vientos no te son favorables para tus deseos. Y en esos momentos te sientes profundamente infeliz y frustrado. Me dices que sufres del insomnio, que te enfadas con los que ninguna culpa tienen, entrando en una fase de fanatismo y sectarismo que en nada te favorece. Tienes que romper drásticamente, aplicando el valor y la ayuda de aquellos que están cerca de ti, con esa espiral ideológica que te hace vivir una existencia errónea, infeliz, banal y escasamente saludable.

Hay otros estupendos incentivos en la vida, fuera de la “viciada” dinámica que envuelve a la actividad política. Y te los estás perdiendo, con el fanatismo de tu actitud, que te tiene “virtualmente” atrapado, metafóricamente atado, quitándote esa libertad para poder gozar de otras alternativas que, sin duda, te harían mucho más feliz. Piensa en el deporte. Piensa en la naturaleza. Piensa en la amistad. Piensa en la generosidad, con los que tanto necesitan. Piensa en la buena lectura. Piensa en todos aquéllos que tanto disfrutan con sus aficiones, sea el bricolaje, los viajes, el aprendizaje de materias y habilidades, ya sean artísticas o de carácter más técnico. Tienes un buen trabajo. Tu familia necesita ese protagonismo que ahora tantas veces les hurtas. Por supuesto, te voy a prescribir unos fármacos, que te pueden ayudar a mejorar ese desequilibrio mental y físico que se encuentra horadado y enfermo con todo ese mundo hipócrita de la política, que tan poco te va a dar. Pero por encima de esa ayuda química, tienes que acudir a otra farmacia que se encuentra en la privacidad de tu voluntad y racionalidad. Sin esa ayuda interior, poco es lo que podremos hacer y alcanzar.

Intenta, prométemelo, que durante una semana ¡te pido al menos una semana! vas a retirarte de la lectura de esa prensa que tanto te absorbe. De esos programas radiofónicos que tanto te inestabilizan. De esos “telediarios” que tan escasas buenas noticias ofrecen. Busca otros sustitutivos para ese tiempo de ocio. Con la ayuda de Alma, lo vas a conseguir. Abandona el juego de la dinámica política. A buen seguro te vas a sentir un poquito, un mucho mejor. Por tu carácter obsesivo, esa “teatralización” te tiene bien atrapado. Tienes que liberarte de esas ataduras que te aprisionan y desnaturalizan. Nos vemos la semana que viene, a esta misma hora y día. Y seguiremos dialogando acerca de tus éxitos. También de las dificultades. De una forma u otra, te escucharé. Te comprenderé. Te ayudaré. Te animaré. Voy a escribir la medicación y un breve informe para tu médico de cabecera. Él te la recetará, para que no os sea muy gravoso su coste. Lo dicho, amigo Viro. Nos vemos, con mucha esperanza, la semana que viene”.

Han transcurrido quince meses, desde este fructífero diálogo mantenido entre un notable especialista de la mente y su confuso y desequilibrado paciente. Durante ese sustancial período de tiempo es perfectamente normal que las personas apliquen a sus vidas cambios, leves o profundos, en la evolución de los días. Los protagonistas de nuestra historia también han querido asumir e integrar importantes modificaciones en la forma de concebir sus respectivas existencias. Nadie hubiera podido imaginar la intensidad y novedad de las mismas.

Por ejemplo, el notable especialista en psiquiatría doctor Delfín  (que continúa ejerciendo su compleja y cualificada profesión médica) sabe reservar ahora dos tardes a la semana, para dedicarlas a las funciones propias de la secretaría de propaganda, en la agrupación política conservadora en la que ha militado  y milita su atribulado paciente Viro Arranz. En el caso de Viriato, este buen agente comercial sigue desarrollando su profesión de vendedor, pero no en la concesionaria de automóviles donde ofrecía con eficacia su capacidad para convencer a la clientela. Ahora ejerce como representante, para las provincias de Andalucía oriental, de una importante marca de lencería y ropa íntima para la mujer. Vive en pareja con el doctor Delfín, pues el destino quiso que ambos reconocieran su mutua atracción sexual aunque, eso sí, su unión la desarrollan con el recato propio exigido por el partido ultraconservador en el que ambos militan. Finalmente, Alma. Tras ese primer impacto emocional, al conocer la imprevisible realidad de las tendencias afectivas de quien había sido su esposo y padre de su única hija, supo sobreponerse con la suficiente entereza e inteligencia operativa. Además de seguir con sus clases de alemán, ahora milita en una agrupación minoritaria de ultraizquierda, de reciente formación, en la que sólo se admite la integración femenina y que ostenta, como curioso y significativo titulo, El Gineceo liberado. Su creciente y activa agrupación tiene el firme propósito de participar en las próximas elecciones, para la formación de las corporaciones locales. Alma vive en comunidad, junto a su hija Celia, con otras tres compañeras y militantes de la misma agrupación, que defiende la práctica absoluta del amor libre.

El comportamiento y evolución de estas tres personas resultó sorprendente y difícil de predecir. Pero el género humano tiene estas confusas respuestas, entre aquéllos que ejercen su protagonismo. 

Resumiendo, aplicar empatía a nuestra interpretación de lo ajeno es altamente positivo. Sin embargo, esta plausible cualidad se desvirtúa cuando se convierte en desequilibrio compulsivo y desnaturaliza nuestra propia e íntima personalidad.-


    

José L. Casado Toro  (viernes, 21 Septiembre 2018)
Antiguo profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga