viernes, 30 de septiembre de 2011

Interés y esfuerzo, en los pilares del Aprendizaje.

Me trasladaba un respetado compañero, excelente profesional en el campo de la educación, esa pregunta que todos nos hemos planteado, en más de una ocasión, acerca del aprendizaje rentabilizado en los alumnos. El asunto a debatir se plantea de una manera puntual y paradójica: no resulta fácil aceptar que un joven estudiante, tras largos años cursados en Infantil y Primaria, finalice la Enseñanza o Educación Secundaria sin dominar conceptos o contenidos que, a esas alturas de su joven existencia, debían estar ya plenamente consolidados en el intelecto. ¿Cómo es posible que un alumno tenga, con trece o quince años de edad, dificultades reales para ubicar correctamente, en el mapa, la provincias de la región en que vive? ¿Puede admitirse que ese mismo escolar sufra profundas dificultades para efectuar sencillas operaciones aritméticas, si no es con la ayuda de una calculadora electrónica? ¿Es razonable que finalice su etapa en Secundaria sin poder comunicarse, básicamente, en inglés, lengua que ha estado “aprendiendo” gradualmente desde esa etapa reglada de la educación infantil? Serían muchos otros los ejemplos que podríamos traer a esta reflexión y que no hacen sino reflejar el desalentador panorama a que se enfrentan los profesionales de la enseñanza, por los resultados globales que obtienen en su trabajo. Duro panorama que se hace realidad cuando, tras la vuelta de las vacaciones estivales, planteamos unas pruebas iniciales, a fin de comprobar el punto de partida que debemos seguir en nuestras respectivas materias disciplinarias. Y no es que sea un porcentaje bajo los alumnos afectados por estas carencias. Todo lo contrario. Observamos que esos datos, que nos hablan del fracaso en la consolidación de conocimientos, son cada vez más elevados, tanto en las cifras estadísticas como en su relevancia significativa.

Este problema afecta no sólo a los Profesores y Maestros, como profesionales específicos de la docencia. Las familias, los gobernantes y, principalmente por supuesto, los propios alumnos, todos ellos han de afrontar una precaria situación en los resultados del aprendizaje (habilidades, destrezas, competencias, valores y conceptos), realidad que resulta profundamente ingrata. En lo material, por el coste invertido, sin la compensación de los objetivos logrados y, en lo anímico, por la pobre imagen sociológica que ofrecen las nuevas generaciones ante el saber. Colectivos indigentes frente a la cultura que les contempla, en una época de regionalización global, para casi todos los segmentos de la vida, cada vez más exigente y competitiva.

¿Y cuál puede ser la razón fundamental de que los contenidos y las competencias, tan esforzadamente trabajados por los alumnos y los Profesores en clase, no arraiguen con firmeza entre esos jóvenes escolares? La respuesta es bastante sencilla, en mi opinión, tras la vivencia de tres décadas y media de ejercitar, felizmente, la docencia en las aulas. El problema radica, básicamente, en que esos contenidos, ofertados en los diseños y programaciones curriculares, no despiertan el necesario interés para el alumnado. Aquello que no mueve el interés dificulta, e incluso imposibilita, el dominio de su aprendizaje. Hemos podido estar trabajando, año tras año, curso tras curso, el mapa político, provincial y autonómico de España. Habrá alumnos en bachillerato que aún confundirán, o dejarán en blanco, la nomenclatura de algunos perímetros provinciales que se les plantean como interrogantes. La metafísica del error se halla, de manera inevitable, en la carencia de interés. Lo que verdaderamente te interesa, tanto de naturaleza banal o superflua, media o trascendente, no llegas a olvidarlo o a confundirlo con facilidad, por más que discurra o avance el tiempo sobre las vitrinas estructurales de la memoria.

¿Y cómo se puede despertar o potenciar ese interés, desde lo escolar, desde lo institucional y, muy importante, en el ámbito de lo familiar? Siendo profundamente realistas, hay que admitir que no existen fórmulas o panaceas mágicas. No es como acudir a una farmacia solicitando, previo pago, el medicamento milagrero para la dolencia detectada. Para esto del interés, tan imprescindible en la senda del aprendizaje, la fórmula quiméricamente reparadora no resulta fácil ni acelerada en el hallazgo. Tampoco en la respuesta. Pero, ¿qué podemos hacer, a fin de generar motivaciones positivas entre nuestros alumnos? Pensemos y apliquemos algunas consideraciones y acciones al efecto. Algo habrá que hacer, a fin de modificar esta permanente e ingrata tendencia al fracaso.

A) Si desde los primeros años de vida, en el ámbito o seno familiar, no se crea un buen ambiente para dinamizar la curiosidad por el saber y la cultura, el alumno llegará a su centro educativo con un lastre personal que no será fácil superar o reorientar en el cambio. Necesario para avanzar, con una adecuada predisposición, en el aprendizaje de los contenidos reglados o normatizados. Y esa situación de partida habrá de ser afrontada por el profesional docente, con generosa habilidad, paciencia y eficacia imaginativa. Las atmósferas hogareñas no son hoy, mayoritariamente hablando, abiertas a esa tensión y curiosidad hacia el entorno placentero de la cultura y el saber. Predisposición y ejemplo imprescindible que los adultos han de ofrecer para crecer, avanzar y mejorar, en lo personal y en lo colectivo. Cualquier tutor, responsable en sus inquietudes y profesionalidad, conoce de primera mano el trasfondo familiar donde conviven sus alumnos a partir de las 15 horas del día. Habrá de implementar, sin pausa, hábitos correctivos a esas graves carencias.

B) Desde el primer día de clase, el alumno debe asumir la regla, innegociable, de la exigencia. Y sin flexibilizar, por el egoísmo o la debilidad de imagen, esa tensión para el trabajo sacrificado. Si no exigen en casa (hoy, los niños se han convertido en frágiles figuras de “porcelana”, metafóricamente hablando, para la autoridad familiar) el Maestro o el Profesor sí exigirá, en el ámbito “laboral” del colegio o instituto. Eso del “voy a la escuela a divertirme” está muy bien para los que teorizan desde su mullido despacho, en el que, por supuesto, no hay alumnos. Es como jugar a las batallitas, desde el castrense acomodo del ordenador. A esos pontífices del bucólico paraíso habría que “encerrarles” largo tiempo en las aulas, para que bajasen desde las nubes del Olimpo…. a la realidad terrenal. Exigir, para el trabajar. Y a los “rebeldes” o insumisos para la exigencia aplicarles la norma, desde el primer al último día. Esto es lo que hay y, si no te gusta, “te aguantas”. Aquí se viene a trabajar. Con estos alumnos “insumisos” o rebeldes puedes aportar toda la paciencia que sea necesaria. Dedicar tiempo extra para dialogar y tender puentes para el convencimiento. Pero hay límites, que no se deben superar. Estos alumnos no van a boicotear tu trabajo, ni las necesidades formativas de los que son sus compañeros.

C) En el terreno explicativo habrá que vincular, siempre que ello sea posible, los contenidos expuestos con la realidad inmediata. Me refiero a ese lúdico entorno de la proximidad utilitaria, que puede mejor incentivar la grabación de lo aprendido. ¿Cuántas veces te han preguntado, desde las mesas escolares, algo así como y esto para qué sirve, Profe? ¿Respondemos con asiduidad a esa espontánea y transparente pregunta? ¿Generamos ese interrogante, a fin de despertar intereses en temáticas “complicadas” para mentes desincentivadas? Y si la proximidad utilitaria no está bien definida o no es asequible para lo concreto, podremos aclarar que estamos “ejercitando nuestra mente”, al igual que se ejercitan piernas y brazos para la competición o el ocio deportivo. Si los músculos no se trabajan, se atrofian. Si la inteligencia no se ejercita, se debilita y aletarga en su potencial capacidad.

D) Se acerca hoy una alumna y te dice, con esa franqueza maravillosa en su confianza inocente, “Profesor, por más que leo este tema no me entra en la cabeza. Creo que lo sé, pero al día siguiente ya no lo recuerdo”. Le respondes ¿por qué no se lo explicas, con tus propias palabras, a otra compañera o incluso a tu hermano pequeño? Ese esfuerzo, al tratar de enseñarlo a un amigo, va a facilitarte que lo grabes mejor en la memoria. No lo vas a olvidar ya tan fácilmente. Podemos intentar, en esta línea de los monitores colaboradores, que, de forma periódica, los alumnos expongan ante sus compañeros contenidos nucleales, básico u operativos, adaptados a las diferencias internas de cada una de las materias. Es verdad que con treinta alumnos por grupo no se puede abusar de esta metodología colaboradora. O tal vez sí. Si no, a nivel colectivo, se pueden formar seis o siete grupos de alumnos en los que, rotativamente, cada uno explicará al resto de los compañeros algunas cuestiones de esas que suelen ser proclives al olvido y que resultan básicas en su naturaleza conceptual u operativa. Explicar para aprender. El que explica, aprende. O se halla en la trayectoria adecuada para conseguirlo.

E) ¿Hablamos de los vínculos para la amistad? Este recurso puede ofrecer excelentes compensaciones con determinados alumnos, en esa estrategia para motivar el interés y el esfuerzoter explicar por gruptilo compensaciones con determinados alumnos, en esa estrategia para el inter explicar por grupel esfuerel esfuerzoel esfuerzo. De sobra es conocido que el estilo y ejemplo del Profesor impacta de forma positiva en muchos escolares que no responden a otros incentivos para el trabajo que han de realizar, en la jornada diaria, junto a sus compañeros. Ese acercamiento, ese diálogo, esos detalles de estímulo, para los centros primarios del interés, podrían facilitar respuestas solidarias en base a una amistad, sencilla y afectiva, que encuentras o percibes en quien dirige la clase. En ocasiones, no defraudar al Profesor significa tu mayor fundamento para aplicar esfuerzo y constancia en materias y unidades que carecen, en principio, de significado para tus intereses personales. Es un terreno que, bien llevado, con la necesaria prudencia, repercute con elementos positivos en muchos de aquellos que mantienen su rebeldía y hostilidad hacia normas y contenidos que son imperativos en el Reglamento de las comunidades escolares. Y por supuesto, esa amistad no debe estar reñida con la permanente y asumida autoridad que ha de ejercer aquél a quien la sociedad ha encargado de la profesión educativa.

Sí, hay soluciones. Debe haber soluciones. Hay y existen posibilidades que, con voluntad, imaginación, infinita paciencia y esfuerzo, pueden mejorar, y hacer germinar, el erial de los desalientos. Incluso conviviendo, de manera inevitable y sacrificada, con ese desleal colaborador que se escuda bajo las siglas con mayúscula de la Administración. La sonrisa de un niño o de una niña, desde las atalayas confiadas de su mesa de trabajo, la mirada agradecida o palabras sinceras de ese joven o alumna, en su genética adolescencia, justifican y compensan, con plenitud, la trascendente responsabilidad que hemos asumido. Ante nuestra conciencia profesional. Ante las necesidades formativas de estos seres que se educan para un mañana que debe ser, necesariamente, mejor. Regado, en su insondable misterio, con la permanente y voluntarista ilusión por la esperanza.-

José L. Casado Toro (viernes 30 septiembre 2011)

Profesor

http://www.jlcasadot.blogspot.com/


viernes, 23 de septiembre de 2011

LA ADOLESCENTE MIRADA DE STELLA.

Por más información que poseamos al respecto, no siempre estamos lo suficientemente acertados para elegir la película adecuada a nuestra necesidad. Sin embargo hay tardes, como ésta del viernes último, en que la suerte nos ha sonreído con la fortuna de la opción. Caminando por esas arterias urbanas, que articulan un mundo invadido de terrazas, copas y restauración, espacio enmarcado por un entorno de antiguos tesoros que saben hablarnos para la cultura en la Historia, me vi acomodado en la sala 4 del Albéniz, a fin de disfrutar con la proyección de STELLA. Esta sala, la más cercana a una sin par mezcla histórica, entre lo musulmán, lo romano, el cubismo, el barroco y lo neoclásico, posee todos los incentivos y condiciones para la intimidad formativa del cine-fórum. Cinco únicas y alargadas filas de butacas; proximidad ópticamente asumible a una pantalla de generosas proporciones; aceptable acústica en la ubicación y modulación de los altavoces; y una funcional y económica ornamentación (en butacas y entelado de paredes) de tonos grises oscuros y azulados. Frialdad cromática ambiental que ha de ser compensada con los cálidos valores de aquello que fluye y teatralizan los actores en pantalla.

Stella Vlamink (Léora Barbara) es una niña de once años (hoy estará ya muy cerca de los quince, pues su interpretación corresponde al 2008) creciendo en las complicadas puertas de la adolescencia. Sus padres, Serge y Roselyne, regentan un modesto bar, en los suburbios de un París enmarcado allá en los años 70. Vivienda y negocio están unidos, en un pequeño espacio donde prevalece el estridente y contaminado mundo sumido en tabaco, alcohol, naipes, billar y fútbol, adobado con riñas constantes, violencia, sexo y los huecos vacíos de la frustración y el desamor. Allí es donde vive esta hija única de un matrimonio aún joven, pero cada día más distanciados de la atracción y el cariño que sustenta el amor. Stella se refugia en los silencios y los sueños de su tierna, limpia y serena mirada. Su otra vida transcurre en un Instituto público, donde ha iniciado los estudios de secundaria. Allí ha de toparse con algunos compañeros hostiles, que hieren la coraza de su sensibilidad. Los Profesores, un tanto autoritarios, arrogantes y mecanicistas en la docencia que practican, le desmotivan en la necesidad de un esfuerzo que habría de realizar para superar sus graves carencias formativas, en el terreno de lo cultural. Esa hostilidad, que recibe de algunos compañeros y compañeras de centro, contrasta con el hallazgo de una buena amiga, Gladys, hija de unos intelectuales argentinos exiliados, brillante en sus calificaciones y solidaria para el cariño que reclama la soledad manifiesta de nuestra protagonista. Ambas chicas intercambian confidencias propias de su evolución y la visión subjetiva del mundo que las rodea en su dura crudeza. Se sienten felices cuando comparten sus muy diferentes hogares, con esos ambientes tan contrastados pero, al tiempo, enriquecedores, a fin de conocer e integrar atmósferas que no son las propias en las rutas programadas de sus vidas. Se ayudan, en una connivencia tácita para la amistad y el consuelo, observando e interpretando un mundo de mayores tan cercano pero, igualmente, tan distanciado en el cariño y peligroso para sus sensibilidades infantiles. Ese virus degradado de la pederastia tiene su escenificación en la viciada sociedad que les afecta.

Cuando Stella acude a pasar unos días con su abuela, en el norte francés, recupera a otra amiga de su niñez, llamada Geneviéve, de carácter, comportamiento y formación muy diferente, en sus valores, a Gladys. Ello le hace apreciar, valorar y necesitar, más aún si cabe, la amistad de su compañera de aula, la hija, también única, de ese psiquiatra argentino que ha escrito, precisamente, un libro sobre el subconsciente del adolescente. En definitiva, la película es la trasparente mirada de una niña ¿o dos? sobre un mundo caótico que los mayores han construido en su frágil microcosmos, y en el que apenas existen unos pocos referentes para la convicción.

La película nos permite analizar la enriquecedora connivencia diaria con Gladys, el inteligente magisterio de su Profesora de Historia y los repetidos fracasos escolares compensados con su habilidad para el dibujo y la imaginación. Pero ante ella se nubla la actitud de sus padres. Ambos se hallan cada día más distanciados y desatentos ante la responsabilidad que habrían de asumir sobre una hija que golpea en las puertas exigentes de la adolescencia. Toda la película es un mosaico de almas, sensibilidades, miradas y realismos suburbiales, donde suenan canciones de Umberto Tozzi y Eddy Mitchel, para endulzar la modulación del oído ante un entorno profundamente realista en la orfandad de ilusiones. No es que Stella esté sufriendo el maltrato de unos padres violentos. Lo que esta preadolescente adolece es de una desatención por parte de unos progenitores desorientados y desanimados en sus vidas. Vemos a un padre y a una madre que no encuentran (tampoco se afanan en su búsqueda) ese destino certero, que les permita otear y sentir otra vida con respecto al vacío que hoy eclipsa sus aburridas y rutinarias existencias.

La proyección de la “cinta” se realiza en formato digital, sistema que actualmente prevalece en casi todas nuestras pantallas. Es un soporte técnicamente perfecto aunque, en esta oportunidad, sufrimos la anemia o debilidad cromática que soporta todo el “metraje”. Ya no es que añoremos el rancio y glorioso technicolor, omnipresente en otras gloriosas épocas del séptimo arte, sino que a estos millones de pixels visionados les falta precisamente eso: color, la intensidad motivadora y sensual en el color.

¿Y POR QUÉ ES RECOMENDABLE que dediquemos 103 minutos de nuestra tarde, a fin de visionar el contenido de este sensible y realista lienzo (muy posiblemente, autobiográfico) que la directora Silvye Verheyde (1967) nos ofrece en pantalla?

Una vez más, el problema de la desatención de unos padres sobre sus hijos. No es que éstos sufran el maltrato o el abandono, lo que les haría incurrir en la responsabilidad penal. Formalmente se les cobija, se les alimenta, se les envía al colegio y se les hace crecer. Pero lo llevan a efecto en un mundo, muchas veces, contaminado, descarnado y frío, en el que las únicas prioridades son aquellas que señalan al ego totalitario de los adultos. Unos padres que cada día afrontan peor la imposible tarea de soportarse, en la convivencia de sus vacías existencias. Para ellos, sus hijos son una pesada carga que hay que sobrellevar con una tonalidad desilusionada y sufriente. Estos niños han de labrarse su propio mundo interior que les compense de la falta de interés por parte de sus progenitores. Una infancia que ha de buscar el equilibrio perdido en el ritmo de la música, en los mitos embriagadores de cada día, en los afectos lúdicos de sus aficiones y, sobre todo, en esos amigos y amigas que, no todos, tienen la suerte de encontrarse en la proximidad de las aulas. Amistades infantiles o juveniles que ayuden a compensar otras amistades no explícitas o disponibles en el seno carencial del hogar.

También, muy interesante, para aquéllos que ejercen su profesionalidad en el taller formativo del aula. Patética, en su docencia, la figura de ese Profesor de lenguaje que se siente endiosado en el pedestal de su arrogancia. Stella lo observa ensimismada, asombrada, desde la base de sus precarios fundamentos en el conocimiento. No entiende, ni le interesa, lo que aquél trata de transmitirle con altanería manifiesta. Sufre con docilidad, ante sus compañeros espectadores, la crueldad escénica de un docente que le hace expresar en la pizarra el profundo atraso que posee en su formación. Es un doble circuito bloqueado en la comprensión recíproca de maestro y alumno. La escena de la iracunda Profesora de inglés, arrojando por la ventana los enseres escolares de un alumno hablador y desatento, al que echa a empujones del aula de clase, es la imagen plástica de aquellos que sufren, y hacen sufrir, ante la profesión que libremente han elegido. Como dulce contraste, la dulzura inteligente de la Profe de Historia, que sabe obtener, en Stella, el interés y la paciencia que conduce al necesario aprendizaje. ¿Conocen y consideran estos profesores el contexto ambiental y familiar en el que viven y se desarrollan sus alumnos, para modular y aplicar un criterio adecuado e individualizado, en la medida de lo posible, a la generalista e impersonal docencia que ejercen en las aulas?

En todo este crudo contexto, poco a de extrañar que, esta sufrida preadolescente, reaccione focalizando su violencia contra otra alumna, en el azar de la práctica deportiva. El cruce de graves insultos y esa cabeza sangrante de la compañera tras golpearla varias veces contra el radiador, muestra la reacción de una Stella que carece de recursos argumentales, en la racionalidad, ante una presión social que se le hace sufridamente insoportable. En algún momento de la película, sus padres le dicen que aprenda a defenderse ante esos compañeros de los que sufre agresiones. Por todo ello, el oasis fructífero, comprensivo y solidario de Gladys resulta el mejor referente que ella posee, y necesita, para esta crucial etapa de sus once años en la vida.

Stella. Una instructiva película para ver, reflexionar y aplicar criterios, en nuestras respuestas del cada día. Cine europeo, francés, V.O. con subtítulos en castellano, frente a la aculturación clónica de otras cinematografías omnipresentes en cartelera. Aconsejable, en su generosa plasticidad conceptual. Recomendable, para esos comportamientos cuya ética real no aparece con la fuerza que es exigible, en el microcosmos de cada una de nuestras respuestas. Interesante, para entender el complicado mundo y las necesidades básicas del adolescente.-

José L. Casado Toro (viernes 23 septiembre 2011)

Profesor

http://www.jlcasadot.blogspot.com/



viernes, 16 de septiembre de 2011

AROA


Esta es una de esas sencillas historias que suceden muy cerca de ti y de mí. Las percibimos próximas a nuestro entorno vivencial y son profundamente reales, verídicas. No son grandes relatos, pero adquieren su íntima grandeza por la fuerza de su naturalidad. Por esa apreciable y densa humanidad que saben irradiar, para el goce que nutre la sed de nuestro conocimiento. Comencemos, pues. Aún el escenario del espectador se halla vacío de atrezos y utilerías para la concreción visual. Iremos, de forma gradual, rellenando ese espacio que nos va a permitir viajar, en la templanza veraniega y durante unos minutos, por los sutiles caminos de la imaginación.

Uno de los protagonistas, en esta contrastada narración, se identifica con el nombre de Pablo. En pleno ecuador de su tercera década existencial, es delgado de cuerpo, aunque fuerte en musculatura. Ama, necesita y practica el ejercicio físico, para su mejor forma y estabilidad. Trabaja, lo cual es una suerte para estos tiempos absurdos en lo injusto, en una importante corporación de seguros, líder en el sector dentro del mercado nacional. Una preciada licenciatura, acompañada de saneado expediente, en Económicas fue el pasaporte seguro para ingresar en la empresa, hace ya ocho años. Su largo noviazgo con Ana se generó en las aulas académicas de la facultad, hasta que un ilusionado día decidieron compartir un piso alquilado y organizar la boda por lo civil, entre los parabienes y bromas de familiares y amigos. Ambos representaban caracteres marcados por un cierto contraste. Lúdica, espontánea e irreflexiva, en la imagen de ella, a la que él oponía y equilibraba su serenidad, prudencia y pautas de seriedad. El equilibrio resultante, de ambos patrimonios en lo humano, les permitió compartir juntos tres agradables (sin exagerar) años en aquella modesta, pero cómoda, vivienda de la zona universitaria. Su compañera dedicaba las horas de mañana a trabajar en una gestoría propiedad de su padre, ayudando de manera razonable a la economía familiar. Ambos pensaron y decidieron que algún hijo llegaría, pero lo dejaron, de mutuo acuerdo, para más adelante. Y así de rutinaria y simple dibujaban sus vidas cuando, en una fría noche de invierno, Ana, tras la cena, apagó el televisor y mostrando un serio semblante, inusual para su tendencia dominante a la simpatía, confesó, con la frialdad de un estilete bruñido para la hendidura, la realidad que le veía ocultando, durante casi medio año ya. “Pablo, mantengo una relación afectiva con otra persona. Está casado, pero nuestras vidas están unidas con firmeza. Ha sucedido.... y este vínculo ya no tiene vuelta atrás. Estoy decidida a vivir con él y, a pesar de lo duro que resulte para ti, hemos de afrontarlo. Es una situación que viene de meses y ya no quiero fingir más contigo. Entiendo y acepto todos los reproches que puedas albergar en este momento. Que te sientas muy herido en tu dignidad. Pero, así de cruda y triste es, no pocas veces, la realidad”. Pablo percibe que el mundo se le desmorona. Se ve, ante el espejop de la conciencia, traicionado, humillado y despreciado por una persona a la que siempre ha considerado como su leal compañera, amiga y esposa. No articula palabra alguna. Se genera un bloqueo anímico, en lo racional y sentimental de su persona, que le impide preguntar, protestar, llorar u odiar. Ambos cruzan sus miradas, durante minutos y minutos, en una situación tensional, crítica, impotente, desalentadora. Profundamente vacía, pues los vínculos afectivos entre ambos se han derrumbado.

Los semanas que siguieron a esa crítica noche, representaron la dureza del desamor y el pesimismo irremediable de la cruda realidad. La ausencia de hijos hizo más llevadera una incómoda situación que, aún deseándola civilizada, acaba, de forma previsible, fluyendo en rencores, disputas y pobres respuestas que degradan noblezas y afectos, ya alejados en los pretéritos de la memoria. Abogados insensibles, avidez en el reparto de bienes, alguna que otra desagradable bronca en las respectivas familias y la acomodación inevitable a la nueva situación que ha de presidir, en el futuro, sus respectivos comportamientos. Cualquier palabra, en estos conflictos, se torna agresiva e hiriente, al margen de su aséptico contenido semántico. Él, muy destrozado en el equilibrio personal, volvió a su casa de siempre, ayudando a paliar, aún sin pretenderlo, la soledad silenciosa de una madre cuya viudez nunca supo integrar. Ella, con ese sentido de la culpabilidad bien arrinconado en el ego de la necesidad, justificaba su proceder en los misterios embriagadores de la atracción, regados por la aventura sensual de la novedad. Su apuesto técnico informático, Mario, con el que ya comparte la continuidad en las horas y los días, multiplica el esfuerzo imaginativo para navegar ante una complicada marejada en lo económico, proveniente de las obligaciones legales ante una esposa abandonada y una hija que cursa segundo de primaria.

La historia, relatada hasta este momento, sólo ofrece la dureza de las respuestas en la normalidad. Y es que se hace hoy tan frecuente, en el hervidero de lo social, que nos permite asumirla sin el mayor reclamo o conmoción. Impacta su monótona y carencial novedad. Sin embargo, hay un elemento nuevo que reclama su protagonismo en la escenografía desarrollada ante un público muy atento. Ana afirma, sólo ella lo sabe desde el ciclo natural de lo mensual, que ese hijo que espera procede de su nuevo amor. Se halla completamente segura de no equivocar las señas indicativas de la responsabilidad paternal. Ella sabe muy bien por qué.

Para suerte, en nuestra visión escénica, surge otro personaje. Su protagonismo va a resultar decisivo para el itinerario y significación vital de un Pablo en el que reposan escasos recursos para la recuperación y la lucha. El mazazo que ha recibido ha hecho profunda mella en su actual autoestima. Irrumpe con brillo esperanzado, en ese segundo acto que posibilita el desenlace, la humilde sencillez de Aroa. Madre soltera de una niña de nueve años, generada en una tarde festiva de grupo, cuando apenas había superado la mayoría de edad. Quiso sacar adelante a su cría, ante el anonimato cobarde de un padre preocupado e interesado para otros menesteres. Trabaja en un hotel de la madrileña Gran Vía, como camarera de habitaciones. Morena, bien parecida y frágil de cuerpo, presenta siempre un credencial de agrado y laboriosidad. En lo personal, resulta algo reservada, ya que es celosa de su privacidad por encima de cualquier otra consideración. En más de una ocasión, deseó encontrar una buena pareja que, aparte su lógica estabilidad, aportarse la figura de un padre para su protegida y querida hijita. Pero la suerte le fue un tanto esquiva. Hubo alguna relación más allá de la amistad, pero la presencia de una niña, sin apellidos masculinos, impidió la fuerza necesaria para vincular tres vidas necesitadas. Supo educar a su niña con el amor y la autoridad que en su familia no había prevalecido. Verla crecer, con la estabilidad y entrega que ella le dio, ha sido siempre su mayor orgullo y la ilusión para el caminar.

El azar, con el misterio de la ocasión, hizo que Pablo tuviera que hospedarse durante cuatro días en un hotel, en la zona centro de Madrid. Ahí fue su encuentro, en esas mañanas en las que tienes que esperar a que terminen de “hacer” tu habitación y pides ayuda para algo tan nimio pero de importancia para tu puntual necesidad. Tenía que presentar una comunicación esa tarde, en el congreso anual de su empresa, y observa un problema de botones en su chaqueta azul para la ceremonia. “Por favor, señorita, tengo una dificultad con mi chaqueta para la reunión que he de mantener dentro de pocas horas. ¿Sabría Vd aconsejarme a dónde podría acudir, a fin de solucionar este pequeño pero, para mi, gran problema? Un botón se ha descosido y otros están a punto de hacerlo……” “Déjemela, que trataré de arreglarla. Mi turno finaliza en media hora pero, a las dos, he de recoger a mi niña del cole. Vivimos solas las dos. En casa tengo aguja e hilos y, para cuando haya terminado de comer, los botones estarán bien ajustados”. Efectivamente, la chica hizo el esfuerzo de volver a su lugar de trabajo, llevando la chaqueta arreglada, antes de las tres y media. Le acompañaba su pequeña, intrigada por conocer al “hombre de la chaqueta azul”. La fluidez y rapidez en los trenes del Metro facilitó el rápido desplazamiento de Aroa, desde el hotel a su domicilio y la vuelta al centro de Madrid.

A la mañana siguiente, cuando fue a hacer las habitaciones correspondientes a su planta, encontró en la cuatro veintiuno, encima de la mesa, dos paquetes. Eran sendos regalos para ella y su hija, con una nota de agradecimiento, firmada por Pablo, por la bondad y eficacia que había mostrado la tarde anterior. Pablo se esforzó y supo contactar con Aroa el último día de su estancia en la capital, sugiriéndole la ilusión por tener una merienda o cena con ella y su hija Deli. Así comenzó una sencilla, pero maravillosa amistad, entre dos (en realidad, tres) personas que se necesitaban.

Hoy Pablo ha solicitado el traslado, a la dirección de su empresa, para Madrid. En el impreso de petición, justifica su deseo por querer luchar por el amor de una buena y ejemplar persona que revitalice su existencia. Mientras tanto, Aroa, confía ilusionada, cada una de las noches, en esa larga llamada telefónica que, desde Málaga, le hace sonreír con una profunda alegría. Tras ese rato de confidencias, siempre hay unos correos electrónicos que transmiten palabras, fotos, latidos y promesas, vitales para la esperanza.-

José L. Casado Toro (viernes 16 septiembre 2011)

Profesor

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viernes, 9 de septiembre de 2011

EL DECADENTE RENCOR EN LA CLASE POLÍTICA.

En toda persona anidan los mejores valores, junto a otras actitudes y respuestas que no lo son tanto. Esta ambivalencia es algo consubstancial de lo humano. Obviamente, el problema aparece cuando el equilibrio porcentual se rompe, para favorecer el platillo de la balanza en lo negativo. Precisamente hace unas semanas, un psicólogo conferenciante nos planteaba si pensábamos que existían en el mundo las malas personas. El auditorio, un tanto extrañado ante el contundente interrogante, movió de forma casi unánime la cabeza, tras mirarse extrañados unos a los otros por la evidencia de la pregunta. Resulta erróneo negar lo que es una realidad en nuestro entorno. También en nosotros mismos: hay momentos en que estamos afortunados en la bondad y otros en que nos sale la vena de esa malicia, difícilmente evitable en nuestras vidas. Parece inteligente que las personas nos debemos esforzar por ofrecer lo mejor de nosotros mismos, potenciando valores y corrigiendo defectos o actitudes negativas para con los demás.

Entre esos defectos, que más degradan nuestra imagen, destacan las actitudes rencorosas, en las respuestas, en los comportamientos. Bien es verdad que existen situaciones para las que resulta difícil, muy difícil y complicado, sustraerse a esa negativa actitud. Fundamentalmente porque somos seres humanos, personas. Con sus hermosos patrimonios y con sus nubladas imperfecciones. A todos nos ocurre, con más o menos intensidad. Y claro que debemos evitarlo. El rencor en nuestras respuestas. Aunque ese elogiable esfuerzo para superarlo no sea fácil. Son muchas las ocasiones en que resulta más que difícil conseguirlo. Pero al hacerlo, nadie ha de dudar que nos sentimos mejor. Como personas, como seres humanos.

Esta larga digresión viene a cuento acerca de la actuación que desarrollan aquellos que nos han gobernado o desempeñan, en la actualidad, funciones administrativas y ejecutivas en el poder. Los profesionales de la política. Es deplorable contemplar, sufriendo sus consecuencias, cómo aquellos que habrían de dar ejemplo de negociación, acuerdo y diálogo constructivo, se dedican a ensuciar, a destruir, a complicar y bloquear soluciones. Los que ostentan el poder, con su soberbia arrogancia que desprecia a la humildad de servicio a la que están obligados. Los que ejercen la oposición, gozando y favoreciendo insolidariamente lo negativo, ya que así consideran que podrán acelerar la sustitución de esos rivales que ahora ostentan la autoridad gubernamental. Y mientras, el desaliento de los ciudadanos, aquellos que pagan sus impuestos y desean que las cosas funcionen, padeciendo esas eternas y pueriles luchas, escenificadas en el entorno mediático (prensa, radio, televisión) y, sobre todo, en el foro parlamentario. Políticos que han sido designados con nuestro voto para construir y mejorar nuestra existencia, ofrecen un patético ejemplo del egoísmo partidario que les contempla. Piensan en el poder, piensan en ellos, en sus intereses y ambiciones. Parece que poco les importa el sufrimiento de esos ciudadanos que anhelan soluciones en la concordia. Por eso no ha de extrañar que la valoración que la ciudadanía otorga a sus políticos sea tan precaria en la calificación numérica. ¿Nos asombra el dato confirmado que, en las últimas elecciones municipales y autonómicas, más de medio millón de personas se acercaran a las urnas para depositar un sobre sin papeleta en su interior? Súmeles aquéllos que se fueron a la playa o al campo, alejados de la escenificación en los votos. Es el terrible desencanto de la ineficacia. Es el testimonial rechazo al lamentable “espectáculo” que, esos políticos, ejercen en el día a día de sus obligaciones y compromisos.

Pero ahora deseo referirme a la imagen ofrecida por un peculiar prototipo político. Se trata de ese personaje que ha permanecido largos años vinculado a una formación partidista y que, tras su caída en desgracia dentro de la misma, dedica todos los esfuerzos posibles para criticarla y atacarla, aprovechando las oportunidades que se le ofrecen. El tipo político al que nos referimos es aquel que ha cimentado su figura pública tras las siglas del partido que le ha dado cobijo. Y no uno o dos años, sino varios lustros en el tiempo. Ha representado altos cargos en la administración local, regional y nacional. Incluso ha sido comandado para representar a nuestro país en foros y organizaciones internacionales, siempre en el cupo correspondiente de las siglas vinculadas a la ideología por la que libremente ha optado. Llega un momento en que por razones de edad, por cambios en los dirigentes de esa formación o por otras circunstancias ocultas, queda relegado de las altas, medias o leves responsabilidades que le han sustentado por años. Y, en vez de hacer una noble y agradecida retirada, aprovecha siempre la oportunidad, que el ámbito mediático le ofrece, para criticar con saña y crueldad a los dirigentes actuales de su formación. No hace lo mismo con el otro gran partido rival. Sus silencios con respecto al mismo son más que sonoros. Incluso en alguna ocasión hemos visto casos en los que, tras décadas en las siglas que le han vinculado públicamente, acaba militando como resabiado en la agrupación contraria, haciendo un “cambio de chaqueta” que huele inevitablemente mal.

Lo dicho. Sea en alguna entrevista, realizada a través de la radio, la televisión o la prensa, arroja su bilis frustratoria contra “su” partido. Más bien habría que decir, contra los dirigentes actuales del mismo. Incluso consigue la tribuna mediática de alguna columna semanal en la prensa para hendir, cíclicamente, sus afiladas uñas ideológicas contra sus excompañeros de la cosa pública. Estén o no en el poder. Y lo hace de una manera altanera, despreciativa, desde el pedestal de su frustración y rencor, más que evidente. Incluso utiliza los eufemismos y triquiñuelas del humor, teñidas de altas dosis de ironía, con los que patentiza más la evidencia de su ajuste de cuentas con respecto a los compañeros que ahora le han defenestrado. Con ello no hace sino conseguir una desaprobación calificatoria, principalmente otorgada por aquellos que conocen bastante bien cuál ha sido su real trayectoria en la “res pública”. Su figura nos provoca, semana tras semana, la semblanza de una profunda decepción.

Dejando ya a estos volubles personajes, defenestrados en su protagonismo social, volvemos a fijarnos en el ejemplo, más que penoso, que ofrecen los políticos, de todos los signos, a las generaciones más jóvenes. El ejemplo de la concordia, la colaboración, el diálogo y el construir, queda trasmutado en el enfrentamiento, la insolidaridad, el insulto y la dejación de responsabilidad. Después pretenden, con la imposición de sus votos potenciados por la “mayoritaria” ley D´Hont, que sus partidarias leyes escolares sean aplicadas sin rechistar por los docentes, en las escuelas e institutos. Y en esas leyes se habla de generar y dinamizar valores entre los alumnos. Valores que sus autores no saben sustentar con el degradante comportamiento que realizan en el ejercicio de sus responsabilidades políticas. Con lo que sale de sus bocas, tanto en el foro parlamentario como en otros mecanismos de la información social; con su desesperante ineficacia a la hora de resolver los verdaderos problemas de la ciudadanía; con el vergonzoso rencor visceral que muestran ante sus oponentes políticos, sólo consiguen, amén del rechazo social, el abstencionismo, real o testimonial, en la repulsa de los ciudadanos.

Las páginas de nuestra historia, la Historia de las Civilizaciones, están repletas de dolorosos ejemplos provocados por la intolerancia, el fanatismo, la insolidaridad y por los rescoldos del rencor sectario. Dolorosos, por los sufrimientos que su implementación ha provocado entre las masas sociales de las naciones. Ese no es el camino. La memoria histórica nos lo recuerda una y otra vez. No sólo para entender nuestro presente, aquél que nos ha tocado protagonizar, sino también para evitar la repetición de los mismos, con todas las secuelas de dolor que llevan anejos. Sería deseable que, por una vez y por muchas, lográsemos aprender de los errores en que se han visto inmersos pueblos y sociedades en el devenir generacional. Abra un libro de Historia, navegue en las páginas y ventanas del Google, y comprenda que el camino del rencor sólo conduce al dolor propio y ajeno. Habría que decirles a esos políticos, de uno y otro signo y color, que el camino es otro. Su navegador, hoja o mapa de ruta la tienen, penosamente, desactualizada.-

José L. Casado Toro (viernes 9 septiembre 2011)

Profesor

http://www.jlcasadot.blogspot.com/


viernes, 2 de septiembre de 2011

CONSIDERACIONES Y OPCIONES ACERCA DEL APRENDIZAJE ESCOLAR.

¿Por qué el aprendizaje resulta tan desigual en las aulas? ¿Por qué se contrasta, de forma tan notoria, el éxito de algunos con el fracaso de otros, ya sea en los niveles básicos o elevados de conocimientos y competencias? ¿Por qué unos aprenden y otros no? Plantear un interrogante de esta naturaleza puede parecer obvio, “infantil” o banal. Cualquier ciudadano, incluso ajeno al mundo de la docencia, podría aportar numerosas, muy variadas, razones para justificar esta realidad que vemos suceder, de forma regular e inevitable, cada final de curso, en el ámbito de los resultados escolares. También deberíamos preguntarnos, en íntima relación con esta cuestión, cómo se produce y cuál es la mejor técnica para conseguir ese anhelado aprendizaje.

Es indudable el afán de todo Profesor por conseguir el mejor rendimiento entre todos sus alumnos. A este fin, aplicará la mejor metodología para su esforzada y compleja, en su destreza, acción didáctica. No podría ser de otra forma. Entre veinticinco o más jóvenes que componen sus grupos de clase, unos responden con resultados positivos, mientras que en otros la frustración resulta profundamente decepcionante. Y aquí tenemos un primer elemento que es, realmente, importante. Mientras que para unos, el método que aplicas es el adecuado, para otros, esa tecnología docente no es la idónea, resultando ineficaz e improductiva en tus expectativas. El problema adquiere relevancia pues hay grupos de alumnos, en los que su heterogeneidad sociológica es de tal calibre, que exigirían numerosas y variadas metodologías a fin de conseguir una mayor homogeneidad en las respuestas del colectivo discente. “Mire Vd. yo no tengo en clase seis o diez alumnos. Tengo que enseñar y trabajar con treinta. Y no doy una hora de clase al día, sino que a veces he de explicar tres, cuatro o más horas, en esa jornada continua de ocho a dos media, en el día”. El deseo, elogiable a todas luces, de impartir clases verdaderamente individualizadas, se torna, más que difícil, utópico, en las actuales circunstancias administrativas. Se hace lo que se puede, la voluntad es innegociable, pero el profesional es un ser humano. No es un “machine man” o, si se quiere, un supermán.

Los especialistas en psicología, junto a nuestra propia experiencia en el tema, confirman que la mejor forma de implementar el aprendizaje es mediante la vía o anclaje relacional. Es decir, vincular el nuevo conocimiento sobre los fundamentos previos que ya poseemos en nuestra mente. Atar o anidar conceptos, destrezas y valores, competencias personales en su globalidad, sobre esas raíces que ya se poseen, más o menos consolidadas. De ahí que resulte imprescindible detectar, para conocer, el nivel real de conocimiento que se posee de un determinado tema, unidad o experiencia determinada. Partir de lo que ya se conoce, para profundizar y avanzar más en ese cuerpo de conocimiento. No resulta desdeñable comenzar una sesión didáctica preguntando, a nuestros alumnos, acerca de su percepción y dominio conceptual, sobre aquello que pretendemos explicar. Se puede llevar a cabo, este muestreo indicativo, dirigiéndonos aleatoriamente a varios escolares o llevando a cabo una encuesta, por escrito, de forma totalizada al conjunto del aula. En coherencia con este planteamiento, si trabajando en 2º de bachillerato, hay determinadas” lagunas” en contenidos conceptuales, procedimentales o actitudinales que habrían de estar ya consolidadas, desde la Primaria o Secundaria obligatoria ¿no sería más inteligente y práctico retomar este aprendizaje, a fin de “recuperar” estas raíces o ideas previas de conocimiento? Seguir construyendo sobre un edificio carente de buena cimentación es erróneo, resulta ineficaz e, incluso, peligroso por su temeraria imprudencia.

Repetir. Repetir para grabar y enraizar. La “tabla de multiplicar” no se “negociaba”. Se repetía. La provincias que integraban cada una de las regiones o comunidades, se repetían. Hasta acabar aprendiéndolas. Te puedes caer de la bicicleta. Una y tres veces. Síguelo intentando, pues conseguirás ese equilibrio que ahora es fácil y antes muy complicado. El aprendizaje por repetición no es tan desdeñable en su operatividad. En una mayoría de casos, su aplicación se plantea como imprescindible. Grabe las epigrafías necesarias en su mente, con el martillo y cincel repetitivo de la voluntad.

Y “eso” de la memoria. Fue desdeñada por esos santones de las reformas, que tanto daño han provocado en generaciones inocentes e incultas. Debo aclarar que es positivo y saludable reformar. La vida misma es una reforma continua, en progresión. Pero cuando hay intereses espúreos o fanáticos, en esos procesos administrativos, los resultados son los que padecemos. “Brillan” por su nefasta presencia. Es imprescindible comprender y entender. Nadie ha de dudarlo. Pero también hay que memorizar. No todo se puede llevar, con esa irresponsable alegría, al parlamentarismo negociador. Hay, habrá que aprender esa fórmula, por… memoria. Después, tiempo habrá de habilitar racional y “genéticamente” el proceso de su virtualidad.

Nunca los extremismos han sido aconsejables. Aprendizaje por descubrimiento frente a la tradicional clase magistral. Para los no versados en la materia, habrá que aclarar que la primera de estas posibilidades escolares consiste en que el alumno, debidamente asesorado por su Profesor, vaya consiguiendo integrar distintos conocimientos programados, tanto en lo conceptual, actividades prácticas y, también, determinados valores para la persona. Haciendo hincapié en los dos primeros objetivos. Los más jóvenes en el aula se convierten en inquietos investigadores de la cultura, ayudados por diversas fuentes: el manual de la materia, los libros que están a su disposición en la biblioteca, tanto en el centro como en su propia clase, ordenadores bien conectados a la herramienta Internet, la información mediática a través de la prensa oral y escrita e, incluso, con las visitas externas, a bibliotecas , archivos y organismos, de titularidad pública y privada en su localidad de residencia. Se hacen o “investigan” ampliaciones para la unidad didáctica, objeto de estudio, trabajos de iniciación a la investigación, preparación de exposiciones ante sus compañeros de clase, etc. En este caso, o metodología para el conocimiento, el protagonista es, básicamente el propio alumno, con metas a conseguir adaptadas a su edad, nivel y bases conceptuales integradas y consolidadas en su persona.

En el caso de la tradicional clase magistral, el Profesor adquiere la mayor parte del protagonismo en cada una de las sesiones didácticas. Se prioriza el modelo de conocimiento que aquel representa y que los alumnos tratarán de mimetizar. Explica, ayudándose de los recursos necesarios y disponibles, los contenidos programados para cada uno de los días. Da su clase, la de “toda la vida” mientras el alumno va anotando en su cuaderno de trabajo los apuntes que considera necesarios o aquellos en los que con mayor incidencia se detiene el docente. Notas que posteriormente debe estudiar, contrastar y ampliar, en el ámbito de su hogar o biblioteca, durante las horas no lectivas de tarde o fines de semana. Las bases del conocimiento provienen básicamente de esta fuente magistral representado por el profesional que ejerce la enseñanza. No supone, esta posibilidad, que éste se limite a explicar y a explicar, sino que debe, intercalar la participación de sus alumnos, con preguntas, intervenciones, resúmenes y trabajos, individuales y colectivos, actividades que deben enraizar los conocimientos expuestos.

Una y otra técnica para el aprendizaje resultan válidas o, dicho de otra forma, hacen posible que se avance en la asimilación de conocimientos. Tienen sus ventajas y operatividad pero, al tiempo, y llevadas a su aplicación extrema, sus peligros y deficiencias. Lo deseable y razonable es que ese conocimiento no proceda de una única vía. El esfuerzo investigativo de alumnos que están aún lejos de alcanzar la mayoría de edad o el también el esfuerzo monopolizador del docente al “impartir “ diariamente su lección, deben huir de protagonismos exclusivos. Ni el alumno debe actuar durante nueve meses como precoces investigadores, ni el Profesor ha de ejercer el rol académico de conferenciante en el continuo comunitario del curso escolar. Para un adecuado aprendizaje lo ideal sería y es mezclar ambas opciones, evitando, en lo posible e imposible, llevarlas a su planteamiento más radical, unitario e inflexible. El Profesor debe explicar. El alumno debe actuar, con la gradualidad necesaria, en conseguir, bien dirigido, sus propias necesidades de conocimiento. Autónomas o programadas en la planificación docente que la autoridad docente ha debido establecer a comienzos de Curso. Resulta obvio matizar que esta programación debe tener un carácter flexible y adaptable a la evolución de los imprevistos, oportunidades y de los intereses e incentivos diarios que nos vaya proponiendo el entorno social u otras circunstancias.

Existen otras técnicas, fundamentales o colaterales para alcanzar con éxito la plataforma personal del aprendizaje. No quiero finalizar esta aportación al tema que nos ocupa sin dejar de referirme a una estrategia pedagógica que considero de aplicación insoslayable y que nutriría de sentido operativo otras posibilidades ya expuestas. Es aquella que podríamos titular como la dinamización motivadora, colectiva e individualizada. En este fructífero campo, para incentivar la positiva respuesta del niño u joven, tendría mucho que decir y hacer una acción tutorial, bien organizada y aplicada. También, el equipo educativo y/o docente, trabajando, de forma real y generosa, en colaboración grupal. Y, por supuesto, la respuesta y apoyo familiar, para equilibrar autoridad, diálogo, comprensión y estímulo. También, las compensaciones y las exigencias. Tendríamos que ejercer todos de un poco psicólogos, a fin de potenciar porqués, voluntades y razones, en el mapa orgánico de los más jóvenes del aula.

Metodología individualizada o adaptada, el anclaje en los conocimientos previos, la acción repetitiva, mecanicista y comprensiva, la referencia operativa de la memoria, el aprendizaje por descubrimiento, la exposición o clase magistral, la dinamización motivadora para la voluntad en responsabilidad……. Instrumentos y recursos que el profesional de la enseñanza ha de saber valorar aplicar como opciones para su acción educadora. En conocimientos. En destrezas. En valores. No tengo reparo alguno en utilizar, también, el término, hoy día en los “altares” terminológicos de competencias. Al fin y a la postre, nuestra voluntad y esfuerzo estará dirigido a que los alumnos, todos ellos, cumplan sus expectativas de aprendizaje. –

José L. Casado Toro (viernes 2 septiembre 2011)

Profesor

http://www.jlcasadot.blogspot.com/