viernes, 29 de marzo de 2024

EL PADRE ARTEMIO

 

Hay personas que, por su genética, educación recibida, ambiente familiar, carácter y otras circunstancias, mantienen un recorrido vital uniforme, en función de la actividad profesional que hayan elegido y para la que se han preparado. Sin embargo, también hay otras vidas que, por estos mismos factores cambian “drásticamente”, en un momento concreto, esa imagen estable que protagonizaban ante el entorno social. Supuestamente, no lo hacen sólo por gusto o capricho, sino por razones que su voluntad y racionalidad deciden, en función de una historia personal que pertenece a su legítima y absoluta privacidad.

El Padre ARTEMIO Suárez Ledesma había sido ordenado sacerdote en 1954, después de prepararse durante muchos años, en el Seminario Conciliar de Málaga. Había nacido en 1930, en el pueblo de Casabermeja, situado hacia el norte de la capitalidad malacitana, en el seno de una modesta familia de panaderos y carecía de otros hermanos. Vivió en sus años de infancia el trágico episodio de la Guerra Civil, quedando anclados en sus infantiles recuerdos las “terribles” acciones violentas, el miedo y el rencor de unos contra otros, como hechos imborrables de una infancia desgraciada. Sus propios padres, Amaro y Fuensanta, eran personas de “izquierda” en sus ideologías, por lo que al final de la contienda, tras ser señalados y acusados por vecinos rencorosos, fueron detenidos y tuvieron que pasar unos años en prisión.

En estas duras circunstancias, la tía Herminia, hermana de su madre, se hizo cargo de su único sobrino. Esta señora, dedicada a la costura, permanecía soltera, siendo persona en extremo religiosa y muy de “derechas”. Trataba, de manera constante, de inducir en su pequeño sobrino la doctrina y los comportamientos propios del nacionalcatolicismo. Entendía esta “obsesiva” señora que para Artemi, como solía llamarle, la mejor educación que podría recibir, en esos primeros años cuarenta y como otros muchos niños de la época, era la que proporcionaba el SEMINARIO DIOCESANO, construido en los años 20, zona de los Almendrales, en la salida de Málaga por el camino de los Montes. Gracias a la influencia y contactos del Padre Doroteo, sacerdote párroco del municipio bermejo, a petición de la muy devota feligresa doña Herminia, este niño de la posguerra pudo ingresar como alumno en el malacitano y clerical centro formativo. Tenía entonces 11 años y era un chico muy obediente con respecto a ese único familiar que ejercía como tutora.

Tres años más tarde, Artemi fue integrado, a petición propia (con el criterio afirmativo de sus educadores) en el grupo escolar específico de los seminaristas. La disciplina del religioso centro educativo era austera y exigente con el comportamiento de los jóvenes que allí se formaban, pero esa dureza se toleraba gracias a la habilidad de los profesores, todos ellos vinculados al sacerdocio católico. Los sábados por la tarde, los grupos de seminaristas, vestidos con sus sotanas y llevando la beca blanca sobre sus hombros, bajaban caminando por la calle Cristo de la Epidemia, siguiendo hasta la Plaza de los Monos y desde allí por Victoria y calle Alcazabilla, llegaban al gran Parque de la ciudad, para disfrutar de ese grato ambiente forestal y seguir caminando, en sus disciplinados y ordenados grupos, por el paralelo “Paseo de los Curas” junto a las verjas del Puerto. Las personas que por allí paseaban comentaban sonrientes ¡Ya llegan los seminaristas!

A finales de los años 40, sus padres ya estaban liberados del régimen penitenciario. Comprendían, a pesar de sus intensas ideas socialistas, que la decisión de tía Herminia había estado en consonancia con la ideología triunfante en la contienda y que había tratado de hacer lo más conveniente para la mejor educación de su sobrino. Era una “oscura” época de intensas carestías materiales y potente ideologización en el nacional catolicismo para todos los ámbitos de la vida.

Para alegría de todos, el seminarista Artemio pudo ordenarse sacerdote y celebrar su primera misa (cantar misa) en 1954, cuando alcanzaba los 24 años. A partir de entonces, fue siendo destinado a diversas parroquias de la provincia malacitana, como sacerdote coadjutor, ayudante del párroco titular. La feligresía lo valoraba como un cura joven, que cumplía muy bien con sus obligaciones pastorales, para también satisfacción de su superior parroquial. Las dos obligaciones que más le agradaban e influían en su carácter, eran las clases de catequesis, que impartía dos veces a la semana a los niños del barrio parroquial. Disfrutaba mucho con la sana y bondadosa espontaneidad de los pequeños. La otra función a la que también se entregaba con gran dedicación, afectándole sentimental y psicológicamente era la hora y media diaria (a veces tenía que ampliar este horario) que pasaba sentado en el confesionario, escuchando y aconsejando sobre los pecados y faltas que los feligreses manifestaban con profunda humildad. Muchos de estos católicos practicantes eran bien explícitos en sus comportamientos y faltas a los diez mandamientos de la Ley de Dios, que confesaban al joven sacerdote. Algunos de esos feligreses repetían, semana tras semana, ese arrodillarse ante la rejilla o celosía del confesionario, o bien hacerlo (como los hombres) sin rejilla de por medio ante el sacerdote confesor. Todas estas horas de confesionario iba creando en la mentalidad de Artemio un denso cuerpo temático, acerca de la forma de comportarse las personas, tanto en lo privado como en el ámbito de la relación social. Al ir cambiando periódicamente de parroquia, esos feligreses, que de manera continua confesaban sus pecados, antes de ir a comulgar, también iban cambiando, exponiendo sus debilidades y miserias, como personas humanas y por consiguiente imperfectas.

Ya en 1962, con 32 años, el padre Artemio fue nombrado por el obispo de la diócesis párroco titular de la iglesia de Casarabonela. Sus funciones pastorales prácticamente no habían cambiado, aunque ahora las desempeñaba siendo el Sr. Cura del pueblo. Esas funciones eran la celebración de la misa diaria, las horas de catequesis semanales, la visita a los parroquianos enfermos y la celebración de los bautizos, bodas y sepelios, etc. Pero continuaba impactándole todo aquello que escuchaba a través de la celosía del confesionario, ese rígido, austero y gran mueble de madera pintada de oscuro, por parte de las mujeres y hombres que confesaban sus faltas, cumpliendo la penitencia impuesta para el perdón de esos pecados contra la Ley de Dios. Como ya se ha comentado, algunos feligreses extendían su confesión durante muchos minutos, pues además de narrar sus faltas, con todo lujo de detalles, rogaban al padre confesor que les diera consejos para sus debilidades, escuchando la palabra docta del Sr. Cura del pueblo. Algunos de esos feligreses ocupaban casi la media hora arrodillados ante el sacerdote confesor. Para una persona como él, que desde los doce años había crecido en el microcosmos de un seminario, en muchos aspectos ajeno a la vida real en la que estaba inmerso, esas confidencias que recibía a través de las confesiones le iba proporcionando la otra imagen de un mundo sufriente, de las grandes miserias y las rudas realidades para el sosiego espiritual.

Y así fueron transcurriendo los años, los meses y los días. Pero en los años 70, El padre Artemio comenzó a sentir inseguridad y desazón en la firmeza de su vocación. Se llegaba a preguntar si esa necesaria fe vocacional para el ministerio sacerdotal la estaba perdiendo o si alguna vez realmente la había tenido. Era un niño de la guerra que con apenas doce años ingresó en el seminario, condicionado por la influencia de su tía, quien consideraba que en este centro religioso recibiría la mejor educación posible, en esos áridos y carenciales momentos posteriores a una guerra fratricida en la que habían muerto y seguían muriendo cientos de miles españoles. Comenzó a rondarle por la cabeza la posibilidad o necesidad de iniciar una nueva vida. No era sólo por la opción de formar una familia, sino porque cuando predicaba y confesaba se sentía representando o teatralizando un papel o rol que su corazón y conciencia ya no asumían.

Fueron semanas y meses muy duros ante la crucial decisión que debería adoptar. Habló con algunos compañeros e incluso con la autoridad episcopal, El prelado de la diócesis le sugirió la posibilidad de enviarlo a “misiones” por tierras de Sudamérica o África, a fin de que recuperara el fervor vocacional sacerdotal. Muchos de sus compañeros pensaban y comentaban que tenía de haber una mujer en este delicado contexto, pero El P. Artemio aseguraba que el asunto de la sexualidad lo tenía bien controlado. Desde luego no lo descartaba si llegase el caso a producirse. Afirmaba que su problema era básicamente vocacional.

Tras sufrir graves problemas de insomnio y depresión, el 2 de enero de 1982. Presentó en las oficinas del Palacio Episcopal la documentación requerida para solicitar su pase al estado secular. Esta delicada secularización fue gestionada rápidamente, pues el sacerdote que la solicitaba era bien conocido no solo en su parroquia de Casarabonela, sino en otros municipios en los que había desarrollado su función sacerdotal. El tribunal canónico emitió la correspondiente resolución el 4 de febrero de ese mismo año. La noticia, entre los compañeros del clero, también generó reacciones diversas, Unos fueron más comprensivos, mientras que otros sacerdotes no lo fueron tanto. No volvió a entrevistarse con el Sr. Obispo, autoridad que trataba de pasar página a este incómodo y desagradable asunto lo más tapidamente posible.

En el aspecto laboral, tenía que buscar (ya lo tenía pensado) una salida que le permitiera ganarse el sustento diario. Sus padres, con muchos años a las espaldas, se encontraban ya en una residencia para mayores. La vivienda familiar de Casabermeja la puso en alquiler, con cuyos ingresos pudo a su vez alquilar un pequeño y modesto piso en la zona del centro antiguo malagueño, concretamente en el área de la Plaza de San Francisco, muy cerca del conservatorio María Cristina. Sus conocimientos de latín le fueron en sumo útiles para explicar en un colegio religioso, en donde, gracias a las gestiones de un compañero sacerdote, fue contratado. Cuando el director del centro conoció que también tenía conocimientos de inglés, le amplió su horario para que diera unas horas a los niños de primaria.

Se encontraba como “liberado” ahora en su nueva vida. Además de las horas dedicadas a la docencia, le agradaba pasear y recorrer los rincones de una ciudad que estaba en pleno crecimiento. Su salud era buena y con poco más de los cincuenta, pensaba que aún tenía muchos días para vivir en esa nueva experiencia de la secularización. Desde su etapa en el seminario, siempre le había gustado escribir. Ya como sacerdote, solía redactar por escrito sus homilías, lo que le ayudaba a predicar con más fuerza y perfección, ante los fieles que asistían devotamente a los oficios religiosos. Continuaba practicando el atractivo arte y creatividad de la escritura. Así que un día se animó en participar en un concurso de relatos, organizado por un diario local. Para su ilusión y sorpresa consiguió que su escrito mereciese por el jurado la concesión del 2º premio. Más que por la modesta cuantía del premio que se le otorgaba, se sentía feliz porque se le abría un camino, el de la composición escrita, que le enriquecía anímicamente, para ver con más optimismo ese futuro en la etapa de la madurez. Entendía que su imaginación se había visto potenciada por sus muchas y largas horas pasadas en los confesionarios. Ese escuchar, dialogar y aconsejar, le permitía conocer en mayor profundidad los comportamientos y los condicionantes de las personas en sus respuestas sociales y personales. Habían sido 18 años de sacerdocio. En ese importante periplo, con alzas y bajas en lo vocacional, había tenido la oportunidad de conocer y reflexionar acerca de decenas y decenas de problemáticas de los fieles creyentes. Laicos que, arrodillados tras la celosía del confesionario o en la expresividad directa, por parte de los hombres, se acercaban al confesionario, con plena humildad, para narrar y detallar sus faltas y pecados, rogando recibir esos consejos, más el perdón subsiguiente, a fin de dejar su alma en paz y acercarse limpios de faltas a la comunión fraternal.

La redacción del diario que le había concedido el premio le solicitó algunos de esos otros relatos que Artemio gustaba redactar en sus ratos libres, utilizando para ello su entrañable y eficaz máquina de escribir Olivetti, Lettera 36. Todavía, en aquellos inicios de los años 80 no se había desarrollado el gran fenómeno social de los ordenadores personales. El diario comenzó a publicar algunos de estos relatos en la edición dominical, a modo de historias, cuentos o narraciones, cuya extensión no podía superar, por necesidades de maquetación y montaje, las 1000 palabras. Sus contenidos estaban relacionados con el comportamiento y las respuestas de las personas a sus problemas, relacionales e íntimos, cotidianos.

Estas colaboraciones o escritos también le abrieron una interesante puerta en el ámbito de la radiodifusión. Una emisora local, vinculada a una cadena de ámbito nacional, le propuso dirigir y protagonizar un curioso espacio de madrugada, entre las 12 y las dos, atendiendo a las llamadas de los oyentes, comentando algún problema familiar o vivencia personal, solicitando el adecuado consejo de una persona que atesoraba una amplia trayectoria en el tratamiento de los problemas y comportamientos humanos. Obviamente la dirección de la emisora conocía el historial de este profesor y escritor y antiguo miembro del clero sacerdotal. Este distraído espacio en las ondas, dirigido de manera espacial a noctámbulos y a personas que utilizaban horas de la noche para el estudio o el trabajo, tenía por título CUÉNTAME TU PROBLEMA. Este programa, comandado por el AMIGO ARTEMIO, generó un elevado número de seguidores oyentes y participantes. Tanto sus colaboraciones en el diario local, como en las ondas radiofónicas, generó una simpática y lúdica popularidad que, obviamente, llegó a la comunidad eclesiástica, plenamente asombrada por las peripecias del “hermano” Artemio. Obviamente, muchos de sus antiguos feligreses reconocieron a la antigua persona con sotana que había detrás de las narraciones escritas y en el protagonismo de las ondas: el inolvidable P. Artemio Suárez.

El ya popular personaje permanecía soltero. Tuvo algunas relaciones afectivas con algunas señoras, pero el desarrollo temporal de estos vínculos nunca fue extenso. Artemio consideraba que eran mejores las amistades puntuales, que una relación estable matrimonial, como las que él tantas veces había bendecido desde el altar mayor de los templos en los que había estado, como coadjutor o párroco titular. Pero tampoco dudaba que, en algún momento de su ya madura existencia, pudiera acceder a una relación afectiva más estable, con la formación de una familia.  

Una mañana de mayo, cuando ya estaba finalizando el recorrido de su sexta década existencial, recibió una llamada en su número de móvil, que no había cambiado, de la última persona que pensaba podría estar al otro lado de la línea. Para su asombro, era del prelado de la diócesis, su antiguo y respetado jefe en la jerarquía sacerdotal. Tras los cordiales saludos por ambas partes, el Sr. Obispo le comentaba su interés en mantener una entrevista personal con él, quedando en verse en el despacho episcopal, dos días más tarde.

 

“Amigo y hermano Artemio. Valoro y me alegro de la importante imagen social que has conseguido, con limpio esfuerzo, en la actualidad. Obviamente, siempre he creído en los valores que te adornaban. Atrás quedan antiguas rencillas, decepciones y, tal vez, incomprensiones, porque no es fácil perder el sacerdocio de una persona tan cualificada, honesta y respetuosa con sus obligaciones pastorales. Hoy quiero pedirte algo muy necesario, para que lo medites, con el corazón abierto a la providencia divina, junto a la caridad humana. Cada vez tenemos menos vocaciones. Tú conoces esta, muy preocupante, realidad, que hace mucho más difícil nuestra labor pastoral. Esa petición consiste, pensando en tus hermanos necesitados, en que nos ayudes, con tus conocimientos y experiencias, como católico seglar, en una imprescindible y hermosa acción pastoral. Hemos pensado que podrías dedicar unas horas semanales, para llevar calor, amistad y el consuelo religioso, a esos hermanos mayores, que viven la postrera etapa de sus existencias, internados en las residencias para la tercera edad de nuestra provincia. Sería una hermosa, solidaria y cristiana labor que tu harías, con la responsabilidad y eficacia que siempre has demostrado. Te lo pedimos, con sencillez, humildad y amistad”.

 

Profundamente emocionado, Artemio se arrodilló ante el Sr. Obispo, en señal de respeto, sumisión y fraternidad. El prelado se levantó de su asiento e indicó al antiguo sacerdote que también lo hiciera y se abrazaron. Desde ese grato día, el sacerdote secularizado dedica los fines de semana para desplazarse a distintas residencias para mayores, a fin de llevar a las personas, que allí reposan sus vidas, amistad, el cariño, el dialogo y los valores más excelsos de los buenos cristianos. Esos hermanos mayores, que cada día se van despidiendo de su recorrido por estos sinuosos caminos de lo terrenal, agradecen con alegría y sencillez esa mano amiga que tanto bien y esperanza les reporta para el consuelo de sus vidas. -

   

  EL PADRE ARTEMIO

 

 

 

 

 

José L. Casado Toro

Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

Viernes 29 marzo 2024

                                                                           Dirección electrónica: jlcasadot@yahoo.es           

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jueves, 21 de marzo de 2024

CASUAL ENCUENTRO EN VALLADOLID

Como en tantas ocasiones solemos comentar, la casualidad, el destino, el azar, la suerte, etc. pueden influir en ese nuestro caminar por las agrestes o plácidas rutas de lo existencial. Existen cafeterías, bares y restaurantes, que tienen la costumbre, cuando la demanda de público es muy numerosa, de sugerir el buen hábito de compartir una mesa por dos clientes/comensales, que no se conocen previamente. En España esa costumbre no está muy arraigada, pero en otros países europeos esa forma de solidaridad está más abierta al uso cotidiano. En general, ese compartir mesa por dos personas desconocidas se aplica en las ciudades más caracterizadas por el cosmopolitismo y la intensidad turística. Pero lo más común es que el camarero indique al cliente que, en ese momento, no quedan mesas libres en el restaurante y que tendrá que esperar su turno, para lo que toma nota del nombre e incluso del teléfono, a fin de avisarle de cuando le corresponde el turno, por si se ausenta unos minutos. Este no fue el caso. En este contexto se inserta nuestra historia.

El buen tiempo, tardo primaveral, afectaba a casi toda la península, en los días iniciales de junio. La capital de la comunidad autónoma de Castilla y León, la histórica y monumental ciudad de Valladolid, gozaba aquella tarde de una intensa luminosidad y un grato frescor, que favorecía el paseo por sus bien transitadas calles del perímetro urbano. Sobre todo, en el entorno de su porticada Plaza Mayor, el “bullicio callejero” era bastante notable, estando prácticamente ocupados los numerosos establecimientos de bares, cafeterías y restaurantes que poblaban la zona.  

Uno de esos viandantes era RENATO Carranza Clavero, 46, licenciado en psicología, especializado en problemas del sueño y temores/miedos ante hechos cotidianos de relativa o reducida importancia en nuestras vidas. Tenía horas semanales como profesor colaborador en la Universidad Complutense madrileña, ciudad en la que nació y reside. Estuvo casado durante año y medio, llegando pronto esa separación de mutuo acuerdo con Águeda, por incompatibilidad de caracteres, causa aportada a nivel administrativo, aunque, a nivel de intimidad, el motivo fue por falta recíproca de amor entre los dos cónyuges. Pensaban postergar la descendencia, decisión que fue lúcida, dada la evolución de los acontecimientos. Muy centrado en sus estudios e investigaciones acerca de su especialidad, este profesional no ha encontrado, realmente no se ha esforzado, en encontrar a la persona idónea con la que volver a iniciar una nueva etapa de convivencia.

A Renato le agradaba mucho participar en congresos y coloquios, tanto a nivel nacional como en países extranjeros, vinculados lógicamente a la temática que trabajaba en su consulta privada y explicaba en las aulas universitarias. Así se mantenía al día, conociendo y entablando amistad con muchas personas y de paso “haciendo turismo” por múltiples rincones de la geografía terrenal.

Se había desplazado a Valladolid, la ciudad del Pisuerga, a fin de participar como ponente en las sesiones de un congreso internacional de psicología, cuyos temas centrales eran el tratamiento de la ansiedad, los temores y el pánico en la sociedad actual. El congreso se celebraba en esa semana inicial de junio, con una duración entre el miércoles por la tarde (entrega de material y discurso de apertura) hasta la clausura y cena de despedida el sábado. Las sesiones se desarrollarían cada día desde las 9:00 hasta 14:30, dejando las tardes libres para el descanso y el siempre incentivador turismo por la bella e histórica ciudad castellana. Había reservado alojamiento en el hotel ARLEQUÍN, a no muchos metros de la Plaza Mayor, aunque para llegar a la misma tenía que recorrer el incentivo de un “pequeño laberinto urbano” de calles estrechas y con el encanto de la tradición en una provincia llena de recuerdos históricos.

El día previo a la clausura, tras una dura mañana de trabajo, decidió dedicar la tarde, tras el correspondiente descanso, a dar un sugestivo paseo por el centro urbano y alguno de sus barrios más emblemáticos. Un poco cansado de tanto caminar (así es como mejor se conocen los encantos, expresos y ocultos, de toda ciudad) miró su reloj y vio que las manecillas marcaban las 20:15. Era una buena hora para buscar un establecimiento adecuado para tomar la cena. Tenía gran apetito, después de la venturosa e instructiva caminata que se había dado.  Pensó que lo mejor sería hacerlo en alguno de los restaurantes que “miraban” a la Gran Plaza, espacio central de la ciudad que a esa hora estaba ofrecía un ambiente muy alegre, con bastante gente paseando e incluso con no pocos niños jugando, dada la buena temperatura del día. Eligió el RESTAURANTE DÁMASO, que le había recomendado el recepcionista de su hotel.

El establecimiento restaurador estaba ya a esa hora con las mesas bastante ocupadas por clientes que cenaban o incluso merendaban. Consultó a uno de los camareros si había alguna plaza libre. El “mesero” le indicó que llevaba la cuenta a una de las mesas, que en pocos minutos podría ocupar. Ya sentado en un lugar privilegiado, gozaba de tener una espléndida visión de la gran plaza, en donde todo era animación de personas, luces y esos músicos callejeros que ponían unas notas agradables de canción tradicional o folk, que enriquecían el ilusionado inicio del fin de semana. En la decoración del local predominaba la madera, bien labrada y barnizada, con el dato positivo de que las mesas eran inusualmente espaciosas, en comparación con otros establecimientos restauradores.

Pronto le sirvieron un zumo de naranja natural, la apetitosa ensalada de la casa y un buen trozo de pescado a la plancha, con guarnición de verduras salteadas. El trasiego de clientes, que entraban y salían, era notable. En un momento vio como el camarero Venancio era su nombre, se acercaba a su mesa y con cuidada educación le dijo: “disculpe, ¿tendría inconveniente en compartir su mesa con una persona que lleva esperando un buen rato?”. Por lo visto, era costumbre del restaurante proponer este gesto solidario, cuando la clientela era muy numerosa. A unos pasos de Venancio esperaba una joven con buena presencia, que aparentaba tener entre los veinte y veinticinco años. Su rostro ofrecía una pequeña sonrisa, esperando la respuesta del comensal que había recibido la petición del camarero. Renato asumió de inmediato la situación, aceptando “divertido” la costumbre del local. En realidad, cenar con esta “desconocida” y joven comensal era un positivo incentivo para tener enfrente alguien con quien dialogar. Estaba muy habituado a hablar con jóvenes en su consulta y en las aulas universitarias, intercomunicación que siempre enriquecía, a unos y otros participantes. De este modo, hizo una señal afirmativa, señalando a la chica el asiento vacío que tenía delante, también una amable sonrisa.

Livia Martos Alama, su compañera de mesa, pidió una súper hamburguesa con patatas fritas, una macedonia de frutas y un botellín de agua mineral. Los dos comensales intercambiaron sendas miradas, con las correspondientes sonrisas, como dándose a entender que ambos apetecían el siempre “terapéutico” y amable intercambio de palabras, que de inmediato surgió entre las dos generaciones que el destino había proporcionado. Pacientemente, Renato fue conociendo diferentes datos personales de la joven, que se mostraba muy generosa en su capacidad y confianza expresiva.

Era la más pequeña de los cuatro hermanos que sus padres, modestos agricultores, habían generado en su matrimonio. Al ser la más pequeña de la familia, desde su infancia había vivido un tanto hiper protegida por sus hermanos mayores. Esto excesiva ayuda “parental” había generado en ella una cierta inseguridad y dependencia. Cuando Livia aprobó, con buen expediente, el 2º curso de bachillerato decidió estudiar una carrera que posteriormente le facilitara la investigación o la docencia en secundaria. Esa materia o disciplina, a la que con gran ilusión se matriculó, fue Historia Moderna, en la facultad de Filosofía y Letras. Esta parcela de la Historia siempre ha sido muy bien trabajada en estas tierras castellanas del Pisuerga. Aunque la distancia entre el municipio de Laguna del Duero, su lugar de nacimiento y residencia, y la capital provincial era más bien corta (unos 8 km) Livia había decidido ir “madurando” alejándose del cobijo familiar, para integrarse en un piso con otros estudiantes. Convivía con tres compañeras y un chico, todos ellos estudiantes universitarios vinculados a diferentes facultades del distrito castellano.

Cuando Renato le explicó acerca de su profesión y el por qué se encontraba en Valladolid, a su joven interlocutora se le “encendieron” sus ojos azulados, mostrando sorpresa, interés y también necesidad personal.

“Parece que son casualidades que nos regala el destino, porque yo padezco un problema desde hace años que me hace sentir mal. Muchas veces he estado tentada por acudir a un médico, a ver si me podía echar una mano. Pero mis hermanos me decían que eran tonterías y que lo que tenía que hacer era pasármelo bien y disfrutar de la vida. Básicamente lo que me ocurre es que, ante alguna dificultad o problema, contrariedades, errores cometidos, todo eso lo magnifico y lo asumo con un exagerado miedo o temor, que me hace sentirme francamente mal, infeliz, como desgraciada. A veces ese miedo se convierte en verdadero pánico y ansiedad.

Cuando el problema, por nimio o grave que sea, según mi percepción, se resuelve, cambio esa sensación de ansiedad, por una alegría desbordante y exagerada, como contraste a la anterior situación que tal vez yo haya creado en mi mente. Mis compañeras de piso me dicen que le doy muchas vueltas a las cosas, que soy algo “retorcidilla”. Pero cuando me entra el pánico, la inseguridad se apodera de mí y el descontrol que entonces sufro es desagradablemente intenso”.

Renato la escucha con suma atención, reflexionando paralelamente a sus palabras, como si tuviera una paciente en consulta. Entonces consideró que el ambiente de elevada acústica, que en ese momento reinaba en Restaurante Dámaso, no era el más apropiado para dar o comentar algunos consejos o para requerirle más información. Propuso a su joven y sincera compañera de mesa dar un agradable paseo y tomar asiento en la terraza de alguna cafetería en donde poder dialogar con mayor tranquilidad y sosiego.

Alejados del ambiente un tanto excitante de esa noche de fin de semana, tras dar un grato paseo acabaron compartiendo sendas tazas de chocolate caliente en la chocolatería Esla, situada en un rincón monumental de importancia, como era la antigua Catedral de la ciudad.

“En principio, amiga Livia, considero que tus hermanos, aunque con la mejor voluntad, no están acertados en sugerirte que soslayes el problema que te afecta. Te tiene que ayudar y tratar un buen especialista, sea un psiquiatra (que puedes solicitar en Salud Mental de tu ambulatorio) o un buen profesional de la psicología. De todas formas, me es grato poder darte alguna que otra sugerencia, que te puede servir de ayuda inmediata. Suele dar buenos resultados que, cuando te encuentres inmersa en una fase de crisis, con esos temores que tanto te desazonan, te sientes junto a una taza de té caliente, o mejor, un relajante natural, como la tila, y escribas, en tu cuaderno íntimo, con todos los detalles posibles, el origen o inicio de cada inestabilidad o grave inseguridad. A medida que vas escribiendo, vas analizando el proceso y pronto conseguirás una mayor autoconfianza para afrontarlo con fría racionalidad. Cuando repitas la lectura de lo escrito, irás cayendo en la cuenta de lo absurdo del proceso, y del error de magnificar cualquier cuestión o problema que, desde luego tiene soluciones, a poco que la razón posponga el rol emocional que tanto te está dañando. Escribir siempre relaja. Bolígrafo y libreta. Ve tomando ese saludable hábito de contarte tu propio problema. Irás degradando ese temor o miedo que tanto te perjudica. La razón arrinconará el pathos del temor y la ansiedad (…)”

Después de indicarle lo positivo, para el cuerpo y el ánimo, de realizar una práctica deportiva, siguieron comentando diversos aspectos del comportamiento humano, especialmente el que afecta a la juventud. Aunque la noche seguía acompañando, con ese frío seco y “soportable” propio de la meseta castellana, con el cielo lleno de estrellas que relucían su blanco insomnio, volvieron a la Plaza principal, con ya escaso personal en su amplia superficie. Pasaban unos minutos de la medianoche y entonces los dos inesperados nuevos amigos se despidieron con ese afecto intergeneracional que tanto se agradece. Se intercambiaron datos para la localización, a través del móvil y el correo electrónico, prometiéndose que seguirían en grato contacto.

Ya de vuelta al hotel, la sensación que Renato sentía era la de un gran vacío, a causa de no haber tenido descendencia, en su “corta” relación matrimonial con Serena, durante esos casi dos años, que uno y otro malgastaron, a partir de los primeros meses de unión. Pensaba “¿cómo sería esa hija que el destino no quiso concederme”. Curiosamente ahora podría tener la misma edad de Livia, esa joven que con educación y simpatía había solicitado ocupar la otra mitad de su mesa en el restaurante.

Al paso de los meses y los días, la relación digital entre ambos continuó, con una regularidad bastante educada, que tanto les motivaba. Cada vez más, Livia consideraba al profesor de psicología como un padre “espiritual” en la amistad. Renato siempre le respondía con prontitud y afecto, prestándole esa ayuda que la joven tanto necesitaba. Lúcida y divertidamente, ambos tomaron la muy positiva decisión de reunirse una vez al mes, aprovechando esos “findes” tan útiles y reparadores, entre dos ciudades que distaban alrededor de una hora, viajando en los trenes AVE. Cada mes intercambiaban el punto de encuentro, entre Madrid y Valladolid, en esos “sábados para la amistad”.

Livia finalizó sus estudios con brillantez, vinculándose afectivamente durante su último curso de carrera con Ovidio Capilla, profesor ayudante de Sociología, en la facultad de Derecho. Curiosamente, este licenciado en Derecho entendía y le divertía esta peculiar relación intergeneracional que su novia mantenía con Renato, al que también conoció en uno de esos encuentros mensuales que Livia mantenía.  Precisamente, un año y medio después, Renato asumió una gozosa y “merecida” responsabilidad. Ante la ausencia del padre de Livia, ya fallecido, aceptó ser el padrino de boda, de estos dos jóvenes que tanto le querían y necesitaban. Ante sus compañeros de departamento, él comentaba, con una amplia sonrisa, que la distancia entre Madrid y la capital de Castilla y León cada vez se le hacía más corta, pues en Valladolid tenía “unos hijos” a los que quería, apoyaba y necesitaba.

El destino tiene estas divertidas y positivas respuestas en sus decisiones. Esta bella historia para el recuerdo se generó durante aquel viernes de junio, cuando el mesero de un restaurante le pidió que compartiera su mesa con una joven, que carecía de sitió en el abarrotado establecimiento Dámaso. Cosas agradables de la vida. –

 

CASUAL ENCUENTRO

EN VALLADOLID

 

 

 

 

José L. Casado Toro

Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

Viernes 22 marzo 2024

                                                                                      Dirección electrónica: jlcasadot@yahoo.es                                                                                      Blog personal: http://www.jlcasadot.blogspot.com/

 


 

viernes, 15 de marzo de 2024

TIEMPOS DE PUNTUALIDAD

En determinadas ocasiones, el espacio temporal de un par de minutos puede ser verdaderamente importante o decisivo para la consecución de algún objetivo, de desigual importancia, que nos hayamos impuesto. Esa muy breve parcela del tiempo puede ser insustancial en la mayoría de los casos, dado el escaso cumplimiento del valor de la puntualidad en nuestros hábitos sociales. Pero hay situaciones, de especial singularidad, en las que ese minuto o dos podría tener resultados trascendentes en el pequeño mundo de nuestras privacidades. En este temporal contexto se inserta nuestra historia de esta semana.

Una joven malagueña llamada CLARA Iris Templanza, en la actualidad 42, había estado trabajando durante doce años como diseñadora gráfica por ordenador, en una empresa editorial y de producción cinematográfica con sede en la capital de España. Gran amante del cine, a lo largo de los años solía matricularse en cursos relacionados con la realización y técnica cinematográfica, que programaba la Escuela Oficial del cine, con las titulaciones correspondientes. Durante su estancia en Madrid estuvo conviviendo con un actor de teatro, cine y televisión de “mediano rango”, ocupando en los castings interpretaciones o “papeles” secundarios. Pero Fabio Lumbreras, después de unos cinco años de relación con Clara, se encariñó con una compañera de reparto de 20 años, cuando él avanzaba por los 38. Las siguientes parejas afectivas no se caracterizaron por la estabilidad relacional, pero ello no fue óbice para que Clara desarrollara una vivencia laboral y relacional muy positiva, en el centro neurálgico del organigrama administrativo, económico y cultural español.

Pero en un infausto momento, la empresa para la que Clara trabajaba, RED AND BLUE, se vio inmersa en un proceso de suspensión de pagos que conllevó una inmediata quiebra económica. El origen de este grave problema había sido la paulatina descapitalización provocada por sus dos máximos propietarios, que no supieron deslindar su economía personal de la propiamente empresarial. Un tanto abrumada ante esta difícil situación, decidió volver a Málaga, a casa de sus padres, para recuperar el ánimo y seguir buscando un acomodo laboral de acuerdo con su titulación y experiencia. Dada su formación y preparación, pensaba que podría encontrar pronto acomodo en el ámbito audiovisual. Para ello comenzó a enviar currículos, básicamente dirigidos a la centralidad madrileña, que bien conocía tras haber residido allí largo tiempo. Como las respuestas no llegaban o cuando lo hacían declinaban amablemente la petición, diversificó el destino de sus envíos hacia otros puntos interesantes de la geografía española, especialmente la zona de Cataluña y en ella la provincia de Barcelona.

Fueron momentos en su vida un tanto difíciles, aunque tenía la convicción de que la solución profesional pronto o tarde tendría que llegar, porque sus méritos estaban bien fundamentados. Y ese día llegó, de la manera más casual o imprevista. Vio un anuncio, navegando por Internet, en la que una gran empresa de construcción de muebles y decoración de espacios profesionales, SPACE AND SHAPE de ámbito internacional, con sede administrativa española en Madrid, necesitaba un diseñador gráfico por ordenador, añadiendo unos datos en donde habría que enviar los correspondientes currículos. La oferta era verdaderamente atractiva, pues se ofrecía un contrato de seis meses, renovables, con posibilidad de hacerse definitivos en la permanencia, según los méritos desarrollados. Como marcaba un límite de edad, entre los 25 y los 45, ella entraba todavía dentro de los límites cronológicos establecidos en la convocatoria. El factor idiomas podría también influir, pues Clara, buena estudiante desde su adolescencia, dominaba además del castellano, el inglés perfectamente y con un nivel aceptable el alemán.

En el plazo de dos semanas, un martes de primavera, recibió con manifiesta satisfacción en la dirección de su correo electrónico la positiva y esperanzadora respuesta, de haber sido una de las tres solicitudes seleccionadas. Se la convocaba a una entrevista personal en unas oficinas de la compañía, ubicadas en la Gran Vía, el lunes siguiente al recibo de la citación, a la 9:00, exigiéndose estricta puntualidad a las tres personas seleccionadas, ya que la entrevista sería en principio conjunta y posteriormente de manera individual. Clara tenía mucha fe en sus posibilidades de alcanzar el puesto, tanto por su experiencia relacional, como por su destreza en el manejo técnico del diseño informático. Cierto es que tendría que competir con otros dos candidatos, a los que, obviamente, no conocía, ni en su historial profesional ni en sus características personales.

Consultó en las páginas de Renfe/Adif los horarios de los trenes AVE con destino a Madrid. Ese lunes, para el que estaba citada, el primer tren partía a las 7:30, con una duración en el trayecto hasta la Estación de Atocha de dos horas con cincuenta minutos. Entonces tenía que viajar en domingo, haciendo noche en Madrid. Sacó por Internet el correspondiente billete, eligiendo el último tren del día, que partía de la estación Málaga María Zambrano a las 20:00. Hubiera elegido el viaje con el horario de las 17:30, pero, al ser domingo, ya tenía todas las plazas cubiertas en clase turista y las de clase VIP se “disparaban” en el precio. Concertó una noche en un hotel de la Gran Vía, no muy distanciado en metros de la agencia empresarial a la que debería acudir. Cuando llegara a la estación de Atocha (el billete marcaba las 22:50, tomaría el metro, línea 1, para bajarse en Gran Vía, a dos pasos del hotel.

Todo estaba preparado para mantener esa entrevista, para la que había sido seleccionada. Tendría que competir con otros optantes para eses interesante puesto laboral. Cuando llegó el domingo, Clara, que era una persona muy “dejada” para ultimar los preparativos, se puso a hacer la maleta después del almuerzo. Recibió por WhatsApp un mensaje, en la que le comentaban que una amiga muy próxima había sido madre. Como vio que tenía tiempo, se acercó al sanatorio, en el bus municipal 11, para entregarle un regalo que ya lo tenía comprado y tras felicitar a la nueva madre volvió a su domicilio. El tiempo se le estaba haciendo ya bastante corto. Sobre las siete, comenzó a llamar a un taxi, para que la dejara en las puertas de la estación. Le costó trabajo encontrar uno, ya que era domingo de Ramos y los servicios estarían muy demandados. Cuando el taxi llegó a la barriada de El Palo, residencia de sus padres, eran las 7:25, pero ella no se inmutaba, pues pensaba que no habría problemas para estar en la estación antes de la salida del tren. Pero el destino juega malas pasadas. Dos bloqueos de tráfico en la Avda. Juan Sebastián Elcano, con motivo de la Semana Santa y los desfiles procesionales en la zona centro de la ciudad, provocaron que los minutos fueran pasando para, ahora sí, sembrar inquietud en la normalmente tranquila Clara Iris.

El taxi al fin pudo llegar a la puerta de la Estación ferroviaria Málaga María Zambrano a las 8:01.  Prácticamente corriendo, tirando del trolley, pasó el control de maletas y para su “desesperación” vio como el último vagón del AVE desaparecía en la lejanía. El tren había sido puntual, pero ella, lamentablemente, no. Es obvio que este servicio trata de mantener una estricta puntualidad para los desplazamientos. Y ahora ¿qué podía hacer?

En las oficinas de expedición de billetes le informaron que podían cambiarle el viaje para el día siguiente lunes, en el tren que partía a las 7:30 de la mañana. Clara, resignada, aceptó el cambio, pero el problema era la entrevista de las 9:00, a la que debería asistir con “puntualidad”. Aun así, tuvo que aceptar perder el pago de la noche de hotel y viajar el día siguiente, sin poder contactar con unas oficinas que estaban cerradas, pues era domingo. El tren AVE llegó a la estación madrileña de Atocha a las 10:25 del lunes. Mientras viajaba, llamó las oficinas de la empresa a las 9:00, explicando su caso, por haber “perdido” el tren el día anterior. La secretaria que le atendió solo le aseguró que informaría al jefe de personal. Se presentó en las oficinas de la Gran Vía cuando el reloj marcaba las 11 h. No la recibieron hasta una hora más tarde, indicándole que, al no haber estado presente en la entrevista, a la hora fijada, su opción quedaba archivada para otra ocasión. La plaza de trabajo ya estaba decidida. Le reiteraron que, para la empresa, la puntualidad en las citas era algo muy importante, fundamental, para las personas que desearan trabajar con ellos. 

Clara Iris volvió a Málaga ese mismo día, profundamente defraudada por la excesiva rigidez que esa empresa había mostrado con el problema que ella había tenido y detalladamente explicado. Aunque también comprendía que no se debían dejar las obligaciones “para última hora”, pues cualquier imprevisto podía provocar su incumplimiento, con las consecuencias negativas subsiguientes. El haber perdido ese AVE que la iba a trasladar a Madrid, por haber llegado unos minutos tarde, había influido, decisiva y negativamente, en su opción para conseguir el anhelado puesto de trabajo.

Fueron momentos duros y desalentadores, que minaron el tradicional optimismo de Clara. Era consciente de que conseguir un puesto de trabajo, a pesar de todos sus méritos y el buen currículo que lo sustentaba, no era nada fácil, en una sociedad tan competitiva e insensible a los comportamientos personales y sus causas. Gracias a la ayuda de sus padres, pudo a duras penas mantener el ánimo, una vez que la opción de SPACE AND SHAPE se había esfumado, en una estación ferroviaria. Continuó con su envío de currículos, esta vez diversificando un poco más su mayor aval como era el diseño gráfico por ordenador.

Ya a comienzos de junio, una tarde observa en su móvil una llamada entrante que, para su inmensa sorpresa, procedía de una persona que, a pesar de su infantil infidelidad afectiva, ella no había olvidado. Al otro lado de la línea, Fabio Lumbreras, su pareja, durante un lustro de sus vidas.

“Infinitas gracias, Clara, por atender mi llamada. Probablemente, sería la última persona que esperarías que te llamase, pero debía hacerlo, por dos importantes motivos. El primero, para reconocer mi estupidez e infantilismo, “cegándome” en el amor con una chica muy joven e inmadura, incluso más que yo. Aquello, te lo aseguro, duró solo un par de meses. En la soledad comprendí el grave error que cometí y por el que te pido, con humildad, ese perdón que confío algún día me puedas conceder. En la soledad se echa de menos aquello tan valioso que has dejado perder.

Por la prensa, conocí la grave crisis económica que sufrió la empresa Red and Blue, en la que trabajabas. Su quiebra era inevitable, cuando los dirigentes anteponen sus ambiciones a la buena salud administrativa del negocio. Perder un puesto de trabajo, en el que llevabas más de una década, fue un duro golpe, no fácil de sobrellevar. También me he enterado, por amigos comunes, de que estás en la actualidad viviendo con tus padres, en esa bella Málaga, donde felizmente naciste y sin suerte en el ámbito laboral

Quiero comentarte que vamos a iniciar un rodaje (hemos formado una productora, EL CATALEJO) ahora a comienzos de julio. Cuando todo el complejo organigrama de filmar la película estaba bien preparado y estructurado, a última hora una de las más importantes funciones técnicas se nos ha quedado bloqueada. La compañera que iba a realizar el script o la continuidad, se le han cruzado los cables y se ha marchado con su nuevo amor a tierras del Caribe. El puesto de continuidad o el raccord ha quedado libre. Y he pensado en ti. Además del diseño gráfico, recuerdo que muchos veranos te animabas, con asombrosa voluntad, a realizar tu cursillo de cine, para el que desde luego siempre has estado muy bien dotada. Precisamente, recuerdo que en uno de nuestros veranos le dedicaste un par de semanas para centrarte en el raccord de las películas, como una buena script. Si te animas, ese puesto de script para el inminente rodaje es tuyo. Piénsalo de inmediato. No tenemos mucho tiempo para la espera. Te puedo enviar por correo urgente un resumen detallado del guion, para que te vayas haciendo a la idea. Y si lo prefieres, el guion completo de la película. Tienes conocimiento y capacidad suficiente para evitar que no haya fallos o incoherencias entre los sucesivos planos de cada escena. Yo actúo en el reparto y al mismo tiempo ejerzo de ayudante del director. Anímate. Te necesitamos. Te necesito”.

Después de tantos nublados y tormentas, Clara Iris volvía a ver la luz. Siempre amanece. Las buenas voluntades reciben el premio de “los dioses”. De inmediato, aceptó el generoso ofrecimiento de Fabio. Tenía que ser valiente. Pasar del diseño gráfico a la magia cinematográfica es un lúcido y emocionante reto que la ilusión aconseja afrontar. Contactó con su amiga Marga, que estudiaba en la Complutense, quien le indicó que podía quedarse con ella todo el tiempo que necesitara e incluso para compartir ese buen apartamento que tenía alquilado en el barrio de Fuencarral, a dos pasos de la Gran Vía. Las luces continuaban llegando a ese nublado agobiante en que el caprichoso destino la había sumido durante meses.

Al paso de las hojas del almanaque, Clara, que ahora extrema la puntualidad en sus obligaciones y proyectos, está plenamente integrada en la productora El Catalejo. El puesto de script lo maneja con eficacia y seguridad. En cuanto al actor y ayudante de dirección, Fabio, hace todo lo posible para que su antiguo amor recupere la confianza en su persona. Él la necesita, la quiere y se entrega a ella en todo lo que puede e imagina, porque considera, con sensatez y cariño, que es el verdadero amor de su vida. Clara aún duda, pero … -

 

 

TIEMPOS DE

PUNTUALIDAD

 

 

 

 

 

José L. Casado Toro

Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

Viernes 15 marzo 2024

Dirección electrónica: jlcasadot@yahoo.es           

                 Blog personal: http://www.jlcasadot.blogspot.com/

 



 

viernes, 8 de marzo de 2024

ESTRELLAS CON ENCANTO

A lo largo de nuestro recorrido vital, vamos observando, y en muchos casos asombrándonos, de numerosos y variados comportamientos que podemos calificar como “raros, insólitos, poco comprensibles, curiosos, absurdos, divertidos o incluso rechazables. Sin embargo, a poco que profundicemos en los porqués de esas actitudes humanas, terminamos por concluir que una mayoría de las escenas que nos parecen incompatibles con el razonamiento, contienen una cierta lógica, que nos ayuda a ser más comprensibles, tolerantes, ante unos hechos de los que eres un simple y oportuno espectador. Valga esta somera introducción, para contextualizar en algo la historia que vamos a narrar.

Cada mañana, entre lunes y viernes, a esa cómoda hora entre las 10 /10:30, llegaba al normalmente lleno de pacientes ambulatorio del S.A.S. del barrio malacitano Cruz de Humilladero-La Unión una señora mayor, sobrada de peso en su generosa humanidad, cabello cano, lentes con “notables” dioptrías, que portaba en su brazo una gran bolsa de tela recia de color beige. Con ágil diligencia, saludaba al guarda de seguridad (que ya la conocía, de sus visitas casi diarias al centro sanitario) y se dirigía a una de las numerosas zonas de salas de espera (de vez en cuando variaba de espacio) ocupando uno de los asientos utilizados por los pacientes que acudían para consulta con alguno de los médicos.

Una vez acomodada, con hábil destreza extraía de la gran bolsa dos largas agujas (de metal o plástico) para tricotar, con los ovillos de lana que también portaba, cuyos colores iban cambiando de un día para otro. A pesar de que su labor era continua, mostrando una admirable habilidad en el artesanal oficio, trataba de entablar conversación, siempre que encontraba la correspondiente recepción, con alguno de esos pacientes a quienes gusta hablar, contando sus padecimientos o esas banalidades sobre temas diversos. La señora del tricotaje tenía por nombre EULALIA (Lali) Campanal Ternera.

Había días en los que no tricotaba jerseys, bufandas o calcetas. Por el contrario, utilizaba unas metálicas agujas para hacer crochet e iba componiendo preciosos paños para la mesa del salón, mesillas de noche u otros usos para el adorno. Y así, una semana tras otra.

Una de las pacientes, que esperaba en la salita, hasta ser atendida por la Dra. Comas, la miraba con puntual fijeza. Le resultaba curiosa, como a otras personas, la imagen de esa señora mayor, con toquilla a veces por los hombros (como si estuviera en el salón de su casa) que tricotaba sin cesar y que nunca era llamada por el médico correspondiente. Unos días después, esta paciente tuvo que volver a la consulta médica y de nuevo volvió a encontrarse con esa curiosa escena, de la señora que tricotaba en el mismo asiento, como si el tiempo no hubiera pasado. Entonces no pudo reprimir su curiosidad de preguntarle, con la lógica y necesaria delicadeza, por qué “siempre” tricotaba y no entraba en consulta. De esta peculiar forma nació la amistad entre Eulalia y ONDINA Leira Villén. Una primera taza de café con leche, invitada por su nueva amiga, facilitó la expresividad de Eulalia, que se sentía feliz narrando a Ondina retazos, simples pero significativos, de su vida.

“Aquí, en el ambulatorio, me siento bien resguardada o protegida. No tengo apenas familia. Nunca me casé. Para vivir, he fregado muchos suelos y he preparado y limpiado no pocas cocinas. Tuve una gran suerte, porque mi abuela, Palmira, que en gloria esté, fue la buena mujer que realmente me crió. Tuve una madre de muy mala cabeza, siempre estaba de amoríos de un lugar para otro. Esta abuela/madre me enseñó y despertó en mí, desde pequeña, el arte de tricotar. Tanto con las agujas de la lana, como con los hilos y las agujas del crochet. Me vengo a los ambulatorios unas horas, para evitar la soledad, pues así hago algunas buenas amigas, como tú. En el invierno, estando aquí, evito el frío, gracias a la calefacción que ponen, mientras que, en los días de calor, la refrigeración alivia mis sofocos. Como te decía, con estas amistades puedo hablar y sentirme acompañada. Algunas de estas buenas personas, incluso suelen traerme algunos detalles, como dulces, bizcochos, rosquillas, pestiños …

No me gusta estar parada, así que compro un poco de lana o hilo y tricoto, actividad que me da tranquilidad y el bien de sentirme útil. Hago jerseys, bufandas, calcetas para los pies y también pañitos para la sobremesa. Todo este material suelo llevarlo a una mercería y tienda de ropa, que tengo en mi barrio de Huelin. Allí me lo compran, pues dicen que tiene buena salida. A veces, incluso alguna cliente me viene con las medidas de su cuerpo, para que le haga alguna prenda de lana. Ese “dinerillo” me viene muy bien, porque la vida cada día está más cara. Solo tengo una pensión “de pobre”, que me da para comer, sin grandes excesos. Por la vivienda, una antigua y pequeña portería (mis abuelos eran los porteros) no tengo que pagar nada. Los vecinos me la ceden, a cambio de que ordena un poco el portal y una vez a la semana “haga” las escaleras.

Antes de hacer uso de las salas de espera en los ambulatorios, solía irme a la estación del ferrocarril. Allí echaba las horas, también tricotando. Pero un día prohibieron pasar a la zona de los andenes, en donde mucho me distraía, viendo llegar y salir los trenes y a los viajeros con sus maletas. Era emocionante ver las lágrimas en las despedidas y los abrazos y besos en las llegadas. Entonces tuve que cambiar de sitio. Me tenía que resguardar en la sala donde venden los “billetes”, pero el guardia, cuando me veía un día tras otro, me regañaba, diciéndome que allí no me podía quedar. Aquí, en el ambulatorio, el guardia Antón es más comprensivo y me permite que haga mi labor sin molestar a nadie, durante los días que desee.

Mira, querida Ondina, yo soy persona muy servicial. Si tengo que ayudar a los pacientes despistados, les indico en donde está el médico que les corresponde, pues ya me los sé de memoria. También les aclaro si el doctor ha entrado o salido de su consulta. Fíjate la alegría que me dio, cuando pusieron aparatos de televisión en las salitas de espera, por los que ponen vídeos de cómo hacer comidas saludables. Esos programas son muy entretenidos, para también ir pasando las mañanas y que la gente no piense tanto en sus enfermedades.

El contacto con las personas me da la vida. Necesito hablar y sentirme rodeada de gente, porque la soledad es muy mala. Veo pacientes muy diferentes en su forma de ser. Algunos no “paran” de parlotear, contando sus historias y especialmente sus dolencias con todo tipo de detalles. Parece a veces como si entre ellos hubiera una especia de competencia por ver quien tiene más plaquetas, menos azúcar y tensión arterial ¡Si vieras la de remedios caseros que tengo que escuchar! Algunos parecen como “milagreros” que tienen soluciones para todo tipo de dolores”.  

Cuando Ondina escuchó toda la amplia narración y argumentación de Lali, como ya la llamaba, quedó prendada en la sencilla y bella historia de esa buena mujer que ahora tenía como amiga. Así que se sintió obligada de explicarle su verdadera intención inicial, para acercarse y preguntarle el porqué de su diario y original comportamiento.

“He de confesarte, amiga Lali, que soy escritora. Suelo trabajar para periódicos y revistas. Desde hace unos meses estoy escribiendo un libro de relatos, narrando y analizando en los mismos a una serie de personajes “anónimos” de nuestro entorno, que en su quehacer de cada día muestran el encanto de su forma de hacer y trabajar. Son personas interesantes que, en mi deambular por las calles y barrios de nuestra ciudad, voy poco a poco descubriendo. Hablo con ellos y les pido permiso para fotografiarles para que puedan aparecer en las páginas de este libro que estoy componiendo.

Me gustaría, amiga Lali, que tu fueras una de estas pequeñas, pero grandes y hermosas biografías, de personas que dan luz y optimismo a la rutina de nuestro caminar por la vida. Quiero preguntarte ¿te gustaría que añadiera tu vida, a esos otros cincuenta, más o menos, personajes, que van a conformar el grupo de este libro de relatos cortos? ¿Me dejas que te haga una buena foto, ahí sentada en la sala de espera del ambulatorio, con tus agujas y lanas para tricotar esas gratas prendas para el vestir?”

Eulalia le respondió que le parecía bien, pero que la sacara “guapa” en la foto. Y que todo lo que le había contado lo podía poner en el libro. “Te lo agradezco en el alma, amiga Lali. Aún no sé el titulo exacto que, con la ayuda de la editorial, le pondremos al libro. Puede ser un título parecido a éste: PERSONAS CON ENCANTO, o también ESTRELLAS CON ENCANTO. De lo que estoy segura es que su contenido, tan humano y real, va a gustar a los futuros lectores”.

Tuvieron que pasar algunos meses, para que esta curiosa publicación estuviera en los estantes y escaparates de las librerías. El libro, bellamente ilustrado con las fotos de los 50 protagonistas de la narrativa, fue presentado en la atractiva librería LUCES, ubicada en esa Alameda Principal, aromatizada con los puestos de flores para alegría de la zona. La autora, Ondina Leira también realizó una divertida presentación de su nueva obra en el Ámbito Cultural de El Corte Inglés, en la que estuvieron presentes algunos de los personajes, cuya singularidad estaba bellamente plasmada en las páginas de la publicación. Por supuesto que Lali, cuyo orden en los personajes descritos ocupaba el puesto número 15, también asistió, preciosamente vistiendo una preciosa chaqueta de lana, color violeta, prenda diestra y habilidosamente tricotada.

Cuando la periodista y escritora Ondina recibe los porcentajes de venta, por derechos de autor, suele acordarse de su amiga Eulalia, para llevarle, a esa hora de la merienda para el diálogo, algún detalle, como regalo para el recuerdo. Uno de estos detalles, absolutamente merecidos, fue contratar una excursión de un día, para visitar juntas algunos de los pueblos de la provincia, con sus encantos monumentales y naturales, degustando al tiempo la comida típica de la zona.

En una encuesta realizada por la revista literaria “WORDS AND STORIES”, Palabras y Relatos, la “estrella” número quince, Eulalia Campanal, quedó entre los tres primeros puestos, preferidos por los lectores y críticos.

Entre los cincuenta personajes o estrellas que la publicación contiene, es frecuente que alguno de estos protagonistas “o actores” busque conocer e intimar con algunos de sus compañeros, presentes o reflejados en la obra. Lo hacen básicamente por curiosidad o porque sus historias les han conmovido o motivado afectivamente. Una de esas “estrellas” era MODESTO Lazaga, jardinero por las mañanas y biznagueros o vendedor de rosas por las tardes y las noches del estío. Conociéndole, con su dulce carácter, resultaba difícil aceptar, por quienes le conocían y trataban, que estuviera vinculado durante años en la Legión española. Aunque él lo aseguraba una y otra vez, con esas fotos que documentan “su verdad”.

Es persona con muchos años en su calendario, avanzando hacia su octava década y lleva viviendo solo desde su juventud. La esposa que tuvo y quiso, decidió abandonarlo por su extrema debilidad ante la bebida. Nunca quiso buscar a otra compañera para su vida que, en esta etapa avanzada, la dibuja con sosiego, buen trato y cariño “inmenso” hacia las flores. Ondina lo eligió porque con su esbelta y galante figura, cuando viste camisa blanca, faja roja y pantalones ceñidos de color negro, es gozosamente bien conocido por todos los lugares de encuentro y restauración, en las noches primaverales y veraniegas malacitanas.

Mode, el biznaguero, que, como el resto de sus compañeros en Estrellas con encanto, recibió un ejemplar de regalo por parte de la editorial, firmado por la autora de la singular obra, quedó prendado al leer el “fulgor” vivencial de esa estrella número 15, llamada Eulalia Campanal. En este final existencial que veía venir, con la certidumbre del calendario, pensó en el cariño fraternal que podría depararle una persona que gozaba de todas esas virtudes que adornaban a la tenaz tricotadora de jerseys, calcetas y paños bonitos para el adorno de cualquier hogar. Se dijo en una noche de estrellas y luceros, “¿Y porque no puedo yo “luchar” por una tan noble mujer que de seguro sabrá dar con creces todo ese cariño que ella no ha recibido, salvo en la infancia vivida con su abuela Palmira?”

Y así, en la media mañana de cada día, acude al ambulatorio de Humilladero-La Unión, para entregarle la primera biznaga o la más “coqueta” rosa roja, de entre las preparadas para la venta vespertina, por todos esos rincones, también llenos de embrujo y encanto, de la Málaga soñadora. Lali, todo orgullosa y adulada, está terminando de tricotar una preciosa chaqueta de lana azul, para ese bondadoso y galante pretendiente que el “caprichoso” destino ha querido poner en su dilatada, sencilla y ejemplar existencia. –

 

ESTRELLAS

CON ENCANTO

 

 

 

 

 

José L. Casado Toro

Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

Viernes 08 marzo 2024

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