viernes, 26 de junio de 2015

LOS CONTENIDOS ESCOLARES, EN LA DIFÍCIL VIDA DE AARON.

 
Pudo suceder aquella mañana de marzo, o en cualquier otra de entre las que componen el denso calendario escolar. Explicaba unos contenidos correspondientes a la materia objeto de mi especialización. De entre ese colectivo de alumnos, más o menos motivados con respecto a la actividad que había propuesto desarrollar, un brazo se levanta con el objeto de plantear una pregunta. Se trata de un chico, en plena efervescencia adolescente que, venciendo el reparo de la oportunidad, decide hacer explícito lo que sin duda otros muchos de sus compañeros estaban pensando. 

“Profe, esto que estamos estudiando ¿sirve, realmente, para algo?”.

Sin duda, este espontáneo interrogante es escuchado en numerosas ocasiones por los profesores, durante el ejercicio de su actividad educativa. Y siempre ha recibido una adecuada respuesta que podrá satisfacer, con más o menos convicción, las dudas de quien lo ha hecho explícito.

Obviamente hay muchas formas de responder. Esa disposición a construir una buena respuesta dependerá de la amabilidad, inteligencia y oficio de quien está al frente de un grupo de alumnos. “Es un tema que está en la programación. Tendrás que dominarlo, pues te puede salir el día del examen”. “El Ministerio o la Consejería de Educación establece que tengamos que trabajarlo en nuestro temario”. “Si quieres aprobar, tendrás que estudiar esta y otras muchas unidades, te agraden o te resulten un tanto aburridas”.

Nadie duda que este tipo de argumentos, por más evidentes que resulten, poco o nada van a complacer la inquietud de esos jóvenes que asisten a tus clases. También puedes decir aquello que también se halla en el terreno de la evidencia. “Todo conocimiento o habilidad resulta útil y valioso, aunque tengamos que esperar algún tiempo para darnos cuenta de su interés o aplicación. Ya sea de naturaleza filosófica, mecánica o química…..”  En otras ocasiones, elevamos el nivel de nuestra respuesta, en un contexto que tal vez no sea el más apropiado para hacerlo. “Igual que nuestro cuerpo necesita el ejercicio físico, nuestra mente o cerebro también exige el adiestramiento continuo, a fin de no quedarse en estado de letargo o bloqueo, por falta de actividad”. Pero siempre llegamos al lugar de partida, en la búsqueda del saber. “Uno de los derechos y obligaciones más importantes que toda persona posee es la de incrementar y enriquecer el conocimiento del mundo en que vive. Y ese conocimiento se halla en los libros, en la experiencia y en la cultura que hemos ido creando y consolidando a través de las diferentes generaciones en el tiempo”.

Al margen de que hubiera convencido, en un mayor o más limitado porcentaje, a este interesado interlocutor, y a esa otra mayoría cuya inquietud es similar a la del alumno interpelante pero que, sin embargo, guarda silencio, el trasfondo del interrogante es importante y significativo. ¿De verdad están justificados todos esos contenidos que densifican y agobian el proceso de aprendizaje? ¿Por qué no seleccionamos, con más atención esos contenidos mínimos, no sólo para valorar aptos y no aptos, sino también para trabajar lo esencial en el aula?

Pocos son lo que van a discutir la necesidad de conseguir, en los horarios escolares, un dominio lingüístico o matemático para sus estudiantes; la destreza imprescindible en un segundo o tercer idioma; una formación física idónea para esos cuerpos en desarrollo o un conocimiento necesario de ese pasado social que nos ayude a entender el presente histórico en el que nos ha tocado vivir; o, también, el estudio, para su conservación y desarrollo, de los determinantes que sustentan el medio natural. Sin embargo, a partir de ahí ya aparecen y surgen los matices y concreciones.

Sin ánimo de divinizar porcentajes, quise conocer cuáles eran aquellas destrezas y conocimientos que mis alumnos echaban más en falta, en el día a día de su actividad, cuando asistían a los colegios e institutos de secundaria. Los resultados fueron especialmente curiosos y relevantes para nuestra reflexión.  Valoraban incrementar el tiempo dedicado a la enseñanza tecnológica. Y dentro de la misma, señalaban el trabajo con la electricidad, la mecánica de la locomoción, la costura (fue una sorpresa este dato) la carpintería y la tecnología informática. El arte de la cocina era también un campo que atraía y motivaba el interés de los adolescentes. No faltaban las opciones por la peluquería y la formación de esteticista. Otras parcelas muy demandadas, vinculadas específicamente al mundo de la cultura, eran las siguientes: la música, la interpretación y dirección artística, teatral y cinematográfica, la pintura, el modelado y la fotografía. Y, aunque pueda parecer extraño a estas edades, hubo alguna alusión acerca de la urbanidad y el comportamiento ético.

Aarón era uno de esos chicos cuya evolución seguí desde el 1º de la ESO. Aquel curso  tuve la oportunidad de conocerle como alumno, durante la hora de recuperación en Lengua Española que, semanalmente, trabajábamos. Desde el primer momento, observé su nervioso y complicado carácter y su incontrolada capacidad para ser protagonista en cualquier situación de indisciplina que se pudiera suscitar. Ciertamente, una hora a la semana no era mucho tiempo para ayudarle a nivel tutorial, teniendo en cuenta que no me correspondía la dirección tutorial de su grupo. En las sesiones de evaluación salía a relucir su problemática, siendo objeto de numerosos partes disciplinarios, propuestos por diversos profesores. Las expulsiones de aula con las sanciones correspondientes, eran recursos que permitían a sus profesores poder dar una clase en condiciones mínimas de estabilidad. Tras dos años en primero, pasó al fin a segundo de la ESO. En la repetición de ese curso, ya tuve la oportunidad de tenerle como alumno, como profesor de mi materia y a la vez tutor grupal. Con quince años y manifestando su frecuente rebeldía al tipo de aprendizaje estándar que se le ofrecía, era difícil y complicado tenerlo en el aula, pues aprovechaba cualquier oportunidad para boicotear el trabajo de aprendizaje que en ella se realizaba. Debido a una situación extremada de abandono familiar, vivía en la actualidad en una casa de acogida, bajo el control de la Administración educativa.
   
En coordinación con el Departamento de Orientación, decidí dedicar, con infinita paciencia dado su díscolo carácter, las horas que fuesen necesarias a mantener frecuentes diálogos con él, aprovechando esos espacios de ocio durante el recreo. En primer lugar, quería conocer, lo mejor que fuese posible, todo lo que él pudiera contarme acerca de su vida. La autopercepción de su realidad. Y en función de ese conocimiento, hallar alguna vía, camino o sentido que nos permitiera reintegrarle a unas pautas de comportamiento asequibles, a fin de poder mantenerle en el aula. Por fin, en unos de estos “difíciles” diálogos (por la muy escasa colaboración que de él recibía) logré hallar una débil luz que me permitió avanzar en esa confianza para la comunicación. Su historia familiar podría calificarse de dramática, con una serie de elementos que te explicaban la trágica infancia que este chico había tenido que soportar. Tenía hermanos a quienes no veía desde hacía años. Un padre en paradero desconocido y una madre que “vivía su vida” con parejas verdaderamente dudosas.  Sin embargo, en la casa de acogida, su comportamiento mejoraba, según los informes que me enviaban. ¿Qué estaba fallando, entonces, en el contexto de su desacomodación a las normas básicas del Instituto?

Obtuve la respuesta a través de la evidencia de su sinceridad. “Maestro, en las clases me aburro, hasta casi dormirme. La mayoría de las cosas que se estudian no me interesan. A mi lo que me gusta son las motos y su mecánica. Desde que era un chaval, siempre he sido un manitas con el arreglo de los tornillos y las tuercas. Disfruto cogiendo cualquier aparatejo, sacándole todas las tripas y, después, montándolo de nuevo. Eso es lo que me gusta y no repitiendo esas cosas que me aburren hasta la desesperación. A veces rebusco en los contenedores de basura, por si encuentro alguna radio, ventilador o teléfono viejo, que lo pueda desarmar a mi gusto. Y este verano quiero ir varias veces a los desguaces, por si me dejan trastear alguno de los motores viejos de las motos o los coches. Se lo digo en serio. Si Vd, tiene algún motor o mecánica estropeada, me la deja, que yo soy capaz de arreglársela y además, por todo lo que me aguanta, no le voy a cobrar nada”.

Esa espontaneidad y franqueza, que encerraba la fuerza de su verdad, me hizo sonreír y reflexionar al tiempo. Muchos de los contenidos que ofrecemos e imponemos a nuestros estudiantes, no poseen la suficiente motivación para que ellos se entreguen a su conocimiento y a las destrezas que conllevan. No es que sean inútiles en sí mismos. Pero sí resultan fuera de lugar en el contexto, social e individual, de no pocos de nuestros escolares. A lo mejor es que no sabemos “venderlos” bien, a pesar de toda nuestra mejor voluntad en el empeño. O tal vez tendríamos que meditar sobre el necesario equilibrio o adecuación entre las materias culturales, conceptuales y las específicamente instrumentales o técnicas, en nuestras programaciones o currículos para el trabajo diario. 

Y volviendo a la realidad de Araon, no pudo pasar a tercero de la ESO. Al cumplir los dieciséis años, abandonó el Instituto. Hicimos unas gestiones a fin de que pudiera matricularse en algún programa de garantía social. Encontramos uno denominado “Auxiliar de taller” impartido en otro centro educativo, al que finalmente fue admitido, aunque tuvimos que negociar con amistades y departamentos, pues el expediente de este difícil alumno era bastante deficitario en méritos. A partir de ahí, perdí la pista de cómo evolucionó su persona.

Pasaron, desde estos hechos, unos seis o siete cursos académicos. Pero una mañana, en pleno mes de julio, decidí llevar mi vehículo al taller oficial de la marca, para una puesta a punto previa al paso por la ITV. Ya por la tarde fui a retirarlo. Cuando el recepcionista me estaba explicando algunas de las operaciones que habían efectuado en la revisión correspondiente, alguien me toca en el hombro, diciéndome “¿Cómo está, maestro?” Un poco más alto, muy delgado (como siempre le conocí), con un “mono” de trabajo bajo el logotipo de la marca y con las manos un tanto ennegrecidas por la grasa, tenía ante mí a un mecánico al que reconocí, sin la menor duda. Era Aarón quien, tras un abrazo muy cariñoso y sonriente, me comentó brevemente lo que era más que previsible. 

“Como ve, ahora trabajo en lo que siempre me ha gustado. La mecánica. Primero estuve en un taller de motos y, desde hace año y medio, formo parte de la plantilla de esta buena marca de coches. Con veintitrés años, ya he formado familia. Tenemos una cría pequeña y las cosas nos van bien. Ha sido una suerte haber salido del taller para recoger esta pieza en repuestos. Estoy muy alegre de encontrarle. Ah, y la revisión del motor de su vehículo (es ese gris plata ¿verdad?) la he hecho yo. Siempre que pase por aquí, pregunte por mí. Me gustará saludarle. Se portó Vd. muy bien conmigo. Voy a hablar con mi compañero, para que le “arreglen” un poquito la factura”.

La bella historia de Aarón me ha hecho reflexionar, una vez más, acerca de la utilidad y eficacia de muchos contenidos escolares. Este debate, siempre abierto, para la controversia y la reflexión, puede estar en el origen de no pocos éxitos y fracasos, dentro y fuera de las aulas.-

José L. Casado Toro (viernes, 26 junio 2015)
Profesor

viernes, 19 de junio de 2015

EL COMPLICADO JUEGO DE LAS VERDADES INCÓMODAS.


Esta tarde de sábado, en la avanzadilla del nuevo otoño, se ha presentando un tanto desapacible. El viento frío y racheado de poniente, junto a un cielo encapotadamente plomizo que impide la llegada del sol, hace que apetezca quedarse en casa, buscando el disfrute del hogar. Cada semana, tres veteranos amigos se reúnen para compartir un buen rato de charla y paseo, con la merienda correspondiente que, no pocas veces, se enlaza a esa buena cena que gratifica el periódico reencuentro. Y es que su amistad está anclada desde las aulas escolares, ya que los tres son prácticamente coetáneos en la edad. Cada uno de ellos eligió un camino profesional diferente para sus vidas. En este momento están ya jubilados de sus quehaceres laborales y, al igual que hacían durante su etapa de actividad, mantienen ese día semanal para el reencuentro que sustenta el firme afecto que gratamente los une.

Hoy están citados en el domicilio de Claudio. Tras más de cuarenta años ejerciendo la medicina, como ginecólogo, este reputado profesional vive junto a su única hermana que, por diversos avatares, no llegó a pasar por la vicaría o el juzgado, aunque tuvo sabrosas aventuras en sus años más mozos. Hace ya un par de décadas, Claudio y su mujer decidieron caminar separadamente por la vida. Esta desvinculación, largamente anunciada por la incompatibilidad de sus caracteres, la llevaron a cabo de una forma civilizada e incluso cordial. Habían llegado a una situación en que ninguno de los dos soportaba a su pareja, por lo que muchos amigos comunes se preguntaban cómo habían aguantado y escenificado tanto la difícil convivencia que mantenían.

Siempre puntual, da sus tres toques característicos en el portero electrónico de este céntrico bloque, con aires señoriales. Evelio, soportando unas incómodas molestias cervicales y una rodilla con su articulación malparada cedió, hace ya dos años, el oficio pastoral a un compañero sacerdote bastante joven y que, por su espléndida formación, podría incluso algún día pensar en responsabilidades episcopales. Evelio nunca lo ha negado. Se siente a gusto con su mentalidad extremadamente conservadora y ultramontana, añorando esos otros tiempos para la clerecía que fueron intensamente modificados tras el Vaticano II. Habría sido feliz, ejerciendo su apostolado en tiempos del Concilio de Trento. A pesar de ser un tanto cascarrabias, todos quienes le conocen y tratan valoran la bondad de su corazón, por debajo de esa coraza de cura serio y defensor del dogma más ortodoxo en lo eclesiástico.

No acababa este sacerdote de cerrar el portal de la entrada, cuando vio acercarse, resoplando como en él era usual, a su amigo Irineo. Desde muy joven, la recomendación de un tío situado en negocios de finanzas, le abrió las puertas laborales de una afamada Caja de Ahorros, dominante en la región meridional peninsular. Su buen comportamiento en la empresa, junto a sus cualidades comerciales innatas, le hicieron ir controlando puestos de responsabilidad, hasta alcanzar la dirección de varias sucursales por importantes localidades de la provincia. En la actualidad, lleva casi ocho años prejubilado, aunque siempre saca tiempo para ayudar a futuros opositores a una plaza en Hacienda, campo en el que es diestramente experto. No les cobra por ello, aunque acepta buenos regalos de aquellos que aspiran a conseguir un trabajo estable en la Agencia Tributaria.

Tras dar buena cuenta de los bizcochos que ha traído Irineo, acompañados de ese mágico chocolate caliente que tan bien sabe preparar las expertas manos de Encarna, la hermana de Claudio, pasan al salón de la casa donde les espera, encima de la mesita central, esas copas a llenar con un buen brandy de marca. Comentan, amigablemente, las noticias de prensa propias del día cuando, a los pocos minutos, Claudio sugiere que vuelvan a practicar ese juego travieso de las preguntas incómodas, que tanto les distrajo e interesó la vez en que lo practicaron, hace unas cuantas semanas.

“Propongo que hoy no sean sólo preguntas. Sino que cada uno de nosotros, en una doble ronda, se sincere, narrando alguna página no elogiosa que haya protagonizado en el ejercicio de su profesión. Se trata de recordar y compartir esa acción desafortunada de la que hoy se siente arrepentido. Cuando terminen las rondas, podremos hacer algunas preguntillas sobre cada caso pero, eso sí, evitando juzgar y molestar al amigo que intervenga. ¿Qué os parece?”

La propuesta de Irineo fue aceptada de inmediato por sus dos compañeros y amigos de toda la vida. El primero que decide intervenir es Evelio. Por cierto, este sacerdote se va habituando a usar del clergyman, prenda de vestir profesional o vocacional a la que siempre mostró reticencias. Tras sorber un buen trago de su copa, comenzó su “confesión” con parsimonia y franqueza.

“Sé que os va a extrañar en demasía lo que va a salir por mi boca, dada la forma de ser en mi carácter. Pero alguna vez lo tenía que contar. Estas cosas cuando se comparten, liberan un tanto nuestra conciencia. Soy cura ….. y también hombre, por supuesto. ¿Os acordáis que a finales de los setenta estuve destinado un tiempo, en aquel lejano pueblo castellano de Quintanar? Pues bien, fue una época en que me sentía muy sólo y con el ánimo bastante bajo. En fin, que me enamoré locamente de una sacristana que atendía la parroquia. La recuerdo como una recia mujer de muy buen ver y con un carácter duro, típicamente castellano, pero cariñoso al tiempo. Soltera en la vida y con un par de años más que yo. Para colmo, sus padres le pusieron en la pila bautismal el nombre de Pelaya, decisión de austeros campesinos. Caí en la tentación y tuve …… mis cosas con ella. Aquello duró más o menos año y medio, con esa lucha constante de la tentación, la caída en la necesidad, el arrepentimiento, el firme propósito de enmienda y, otra vez, la vuelta al fango de la lujuria ¡Ay la castidad!

En confianza, era una mujer de armas tomar, pero que sabía complacer esa necesidad orgánica y psicológica que como humanos todos tenemos. Un día, abrumado por el pecado, decidí confesar mi falta.  El obispo de la diócesis me tuvo ante sí de rodillas, toda una tarde. Era una gran persona, aunque de ideas renovadoras. Como penitencia, me envió durante un año a encontrar la paz espiritual en un escondido monasterio burgalés, donde el frío y la naturaleza calmaron mi ardor y la tentación. Os confieso que no he olvidado a Pelaya ¡Qué mujer! Igual aún vive. Y lo más gordo o impresionante del caso es que la buena moza era precisamente sobrina carnal del orondo prelado. Todo aquello fue una locura de mi juventud. Os aseguro que es la primera vez que cuento esta escabrosa historia, de la que ha pasado ya mucho tiempo. Como veis, el pecado anida también debajo de la sotana o de cualquier otro uniforme”.

Los dos amigos del cura se miraron asombrados, sin atreverse a pronunciar o articular palabra ¡Quién lo iba a decir… en Evelio! Lo curioso es que esta página escabrosa en su conciencia la pudiera mantener guardada durante tantos años. Y precisamente esta tarde, aprovechando el juego amistoso tras la merienda, había limpiado de una tacada todas esas telarañas que permanecían ancladas en su pasado. La verdad es que no podían sospechar en la rectitud de Evelio un comportamiento de esta naturaleza, aunque fuese desarrollado en años de una juventud ya lejana. Tras llenar de nuevo las copas, con ese brandy que reconforta, le correspondió ahora desnudar alguna de sus sombras al financiero del grupo, Irineo.

“Como la tarde se está vistiendo con verdades y franquezas, yo también tengo alguna página poco elogiosa en los anales de mi vida. Vosotros sabéis donde vive mi hija, con el malasombra de su marido y los sus dos hijos. Sí, esa casita en el campo, muy bien conectada con la capital segoviana, y con unas vistas impresionantes a la naturaleza. Ahora está muy bien reformada, con comodidades de todo tipo y todos esos los adelantos que la técnica ha puesto en nuestras manos. El caso es que esa casa pertenecía a una modesta familia campesina, acuciada por las deudas. Habían invertido en la compra de maquinaria y en unos terrenos anejos, pidiendo un préstamo hipotecario para hacer frente al gasto. Todo su proyecto agrario fue de mal en peor. Yo seguí el caso desde mi sucursal, en la que ya era director, viendo una posibilidad atrayente para hacerme con esa propiedad, a un precio de saldo. Realmente fue mi hija quien me habló de esa casa, como un lugar ideal para establecer el hogar familiar cuando contrajera matrimonio. Me da vergüenza decirlo, pero tuve delante de mi al matrimonio propietario, suplicando a lágrima viva, cuando llegaba la hora de practicar el embargo hipotecario. Podía haber sido más flexible y humano (la casita había sido construida por el abuelo de esta familia,  con el esfuerzo de sus propias manos…..). Era muy doloroso, para una generación más avanzada, ver perder la historia de su pasado. Pero mi egoísmo pudo más, desarrollándose el embargo sin la menor piedad por nuestra entidad.

Moví posteriormente los hilos oportunos y la vivienda, con sus terrenos anejos,  fue comprada a un precio de saldo por mi yerno, que siguió puntualmente mis indicaciones. Esos antiguos propietarios, con sus hijos, se tuvieron que trasladar a la capital, en busca de algo en lo que vivir. Ahora están encargados de la portería de un bloque señorial, en la zona centro de Segovia. Han pasado ya casi once años de esta desagradable historia que la tengo ahí clavada en mi conciencia. Tengo que deciros que, al menos, tuve un momento de lucidez y nobleza, en ese fango inconfesable de la ambición. Me ocupé de que la pobre familia encontrara acomodo en ese trabajo de portería, para no quedarse en la calle. Esa es la historia. Pero así nos comportamos a veces. Utilicé mi puesto en la Caja, para conseguir un beneficio personal, poco limpio, para cederlo al goce insolidario de mi hija”.

Lo curioso de estos largos y crudos monólogos, que los tres amigos seguían construyendo durante la tarde del sábado, era el silencio que mantenían hacia la atención de los respectivos narradores. Los tres, mirándose al espejo de sus conciencias, preferían la ausencia de comentarios, a fin de no incomodar más la tensión que, obviamente, embargaba a cada amigo en el turno de sus confidencias. Nuevo repaso a las copas. Afuera, tras los cristales, se había presentado una fina lluvia que ponía aún más brillo en las aceras mojadas, recorridas por viandantes con prisas. En este momento, el anfitrión de la tarde, se alisa su escaso y cano cabello, disponiéndose a intervenir con sus recuerdos.

“La verdad es que todo esto suena a terapia colectiva, pero vamos allá. A mi me ocurrió algo de lo que no me siento orgulloso. Afortunadamente, aquello no acabó en tragedia, pero me hizo tomar conciencia de lo que supone mantener la responsabilidad, en cada momento y lugar.

Me encontraba de guardia en el hospital, en una Noche de Fin de Año. A todos nos ha tocado este regalo alguna vez. Curiosamente, aquel día teníamos sólo dos pacientes, con previsión de dar a luz, probablemente a lo largo de la noche. A eso de las once y media, caí en la cuenta que me había traído, por error, las dos llaves del garaje y que mi hijo iba a ir a una fiesta y no podría entrar a recoger su moto para desplazarse con su novia a la costa. Como la cosa estaba muy tranquila, cometí la insensatez de pedirle a un MIR en prácticas que controlara mi puesto, pues sólo iba a falta unos veinte minutos para ir a casa. Los problemas se presentan cuando menos lo esperas. Tardé unos cincuenta minutos en ir y volver, por un tema de tráfico. Pero en ese tiempo, se presentó una urgencia, de profunda gravedad. Era una madre muy joven con una sintomatología de alto riesgo, tanto para ella como para la niña que venía de camino. Había que intervenir, porque la vida de la chica se nos iba. Este compañero en prácticas afrontó el problema con gran entereza. Yo llegué cuando la intervención estaba en pleno desarrollo. A duras penas se pudo salvar la crítica situación. 

Con la tensión propia del caso, este médico en prácticas estaba dispuesto a presentar una denuncia, por mi comportamiento irresponsable, aunque al final renunció a ello. Me pude haber buscado un buen lío, por abandono del servicio. Esta situación me hizo reflexionar y cambiar, a pesar de mi ya larga experiencia en la profesión”.

Tras este panorama, de profunda reflexión compartida, que los había dejado un tanto apesadumbrados, estos tres amigos de toda la vida adoptaron una sabia decisión. A fin de acabar más animados, en esa noche del sábado, decidieron irse a cenar a un restaurante del centro de la ciudad, en cuya sobremesa iban a planificar un futuro viaje vacacional a la capital madrileña. Eso sí, prometieron que no iban a volver a repetir este juego de las verdades incómodas. Cada uno, en el futuro, practicaría y reflexionaría …… con su propia conciencia. La cena que tomaron en el restaurante, aquella noche de confidencias, fue consomé de cocido, lomo a la plancha con verduras y pastel de frambuesas. Bebieron agua y Rioja, de reserva. Irineo pidió que le dejaran invitar, gesto al que sus dos compañeros no se opusieron. Cuando volvían a sus domicilios, en la placidez de una noche ahora cubierta de estrellas, cada uno de ellos coincidía, en el silencio de su intimidad, en un mismo pensamiento: ninguno de los tres había sido absolutamente sincero, con la página más nublada e inelegante en sus respectivas vidas.-  


José L. Casado Toro (viernes, 19 junio 2015)
Profesor



viernes, 12 de junio de 2015

ÁNGELES EN LA PROXIMIDAD. EL DIÁLOGO DE UNA MUJER FRENTE AL MAR.


Nuestro, cada vez más frecuente, acelerado caminar por los senderos densificados del tiempo, dificulta la percepción de su estimulante y generosa realidad. Sin embargo, el fragor de su presencia, sensible, silencioso y vitalizador, nos ayuda y alienta en ese construir y dibujar los trazos escénicos que conforman el lienzo de nuestra existencia.

En el día a día, durante esos minutos que sustentan las horas, tenemos muy cerca de nosotros el soporte benefactor de muchos ángeles, más o menos anónimos, que generan en nosotros esa sonrisa amable, esa placidez en nuestra conciencia, que hace más grato y humanizado el siempre complicado oficio de vivir. Y todo ello al margen de creencias, vínculos religiosos o alistamientos en fanatismos sectarios. Cabe preguntarse ¿quiénes son esos ángeles de la proximidad que, sin alas explícitas en su dibujo corporal, poseen esa valiosa capacidad benefactora para hacer más amable la justificación y disfrute de todos esos amaneceres y atardeceres, que alimentan y enriquecen nuestra memoria? 

Ocupando un privilegiado lugar, podemos hallarlos en el inmenso reino de la naturaleza. Ya sea en la aventura del mar o en la pasión que sustenta la montaña.  Notamos en nuestro rostro la brisa salina de un mar embravecido o en calma, caminamos por esa arena dinamizadora para nuestra piel, sentimos y jugamos con el ritmo monocorde del oleaje o escuchamos la acústica, plena de magia y encanto, que produce la vibración de las ramas y sus hojas, cimbreándose ante la fuerza siempre variable del viento. Nos podemos recrear en el color, forma y aroma que la flores regalan a la percepción de nuestro goce. También sentimos, en su valor, la trascendente comunicación que establecemos con las palabras escritas en cada libro, con las historias proyectadas en la pantallas del cine, en la escenificación que hacen los actores ante nosotros desarrollando el espectáculo teatral y, también, con la música sublime que llega a nuestros oídos, construida desde los instrumentos que conforman la dimensión colectiva orquestal. De igual forma, no debemos olvidar el esfuerzo solidario que realizan los programas radiofónicos, para socializar y divulgar la información, el comentario, la cultura y la distracción a cualquier hora de las que conforman el día y en toda circunstancia o lugar. 

A poco que apliquemos agudeza a nuestra observación, hallaremos también no pocos ángeles revestidos con la humanidad de su ropaje, a pesar de que los doctos en la materia aseguran que la dimensión angelical supone sólo la transparencia espiritual. ¿Dónde podemos sentir la realidad de estos ángeles humanos? No es complicada su localización. En nuestro entorno existen gestos, palabras, sonrisas, actitudes, sacrificios, bondades, luces, presencias ….. cuyo protagonismo está influenciado por esa virtud angelical que tanto necesitamos y agradecemos. Pasemos revista a nuestro perímetro relacional. Con atención y prudencia, no pueden pasarnos inadvertidas esas respuestas e imágenes que, incluso a los no creyentes, les hacen creer, en momentos puntuales para la dureza, acerca de la existencia de ángeles, necesarios y providenciales, insertos en la proximidad.

Son abundantes las historias que avalan lo expuesto en estas líneas introductorias. Acerquémonos a una cualquiera de todas estas vidas que laten, con desigual acústica, en el espacio que pisamos, sentimos, aceptamos y queremos.

Laima es una de tantas jóvenes que, tras conseguir su grado universitario en Filología Románica, esperan pacientemente la convocatoria de oposiciones docentes. Desde sus años escolares en Primaria, mostró capacidad y afición hacia el hábito de la lectura practicando, al tiempo, su cuidadosa destreza para escribir textos, poemas e incluso ese gran proyecto de construir un gran relato que sustentara la elaboración de una primera novela. Hija única del matrimonio formado por Néstor y Dania, tras su exitosa etapa escolar en Secundaria, eligió una “carrera de Letras, aceptando la difícil salida profesional, en estos tiempos, para este tipo de estudios.

Mientras que llegan esas anheladas oposiciones para la docencia, sabe ayudar a su madre en las tareas de la casa, reservando el tiempo necesario para la lectura, la expresión escrita y el estudio de un abrupto temario que le pueda abrir las puertas del funcionariado escolar. Hasta el momento presente, las decenas y decenas de solicitudes y entrevistas laborales, sólo le han dado la opción de trabajos muy limitados en el tiempo (especialmente durante la época de rebajas) y con unas compensaciones económicas verdaderamente precarias. La dedicación autónoma de fontanería, que desarrolla su padre, apenas mantiene las necesidades más básicas de una familia modesta que acepta su situación sin mayores pretensiones o afanes. La chica hizo sus estudios universitarios con la ayuda de una beca concedida por una corporación bancaria, logro que supo mantener, curso tras curso, aplicando esfuerzo y capacidad, con la justa valoración de excelentes resultados académicos.

La proximidad de su domicilio a una zona playera, situada en el muy atrayente espacio axárquico de Nerja/Maro, permite a Laima acudir con bastante frecuencia  a caminar por la arena, jugueteando con esas olas traviesas que rompen cíclicamente en la orilla. Especialmente le agrada desplazarse a la playa durante los fines de semana, cuando tiene un poco más de tiempo libre. Y en este sábado, al igual que el anterior, le ha resultado extraña la presencia de una mujer cercana al medio siglo de vida que pasa minutos y minutos, sentada en una de las rocas, sin dejar de mirar al horizonte marino. Esta señora viste de una forma deportiva, con un chándal beige, cubriendo la cabeza con una gorrilla que la protege en las horas intensas del sol. Debe también residir cerca de este lugar, pues no lleva consigo salvo un pequeño bolsito de hilo, colgado en su cuello. Posiblemente ahí es donde guarda las llaves de su domicilio. Y lo más significativo y extraño es que, durante ese largo rato de exposición y observación frente al mar, Laima cree ver que esta mujer mueve de manera continua sus labios. Parece que está hablando sola o a ese alguien que sólo tiene en la imaginación de su proximidad. Lamia incluso ha llegado a pensar si esa señora pudiera estar sufriendo algún tipo de desequilibrio psíquico.

La repetición de la misma escena, un sábado tras otro (igual esta mujer hace lo mismo durante los demás días de la semana ….) incita a Lamia a intentar conocer mejor la historia que subyace detrás de ese extraño y curioso comportamiento.

“Discúlpeme señora. En distintos momentos la he visto aquí sentada en la roca, pasando largos ratos sin apenas moverse. Pienso que incluso horas. La he visto mover sus labios, como si estuviera hablando o comunicando con alguien. Me agradan muchos los relatos e incluso siento pasión por la escritura, dada mi formación en Letras. Esa afición hace que sea muy observadora, a fin de poder, posteriormente, trabajar imaginativamente sobre esas imágenes y vivencias que he ido integrando en la memoria. En realidad. lo que lo que me preocupa es que esté sufriendo algún problema. Si cree que la puedo ayudar……”

Estrella es el nombre de la mujer en la playa. Observa a su interlocutora con cierta extrañeza, ante la espontánea manifestación de la chica. Tras unos segundos de incertidumbre, le pide que se siente junto a ella.

“Si, yo también me he dado cuenta de que me observabas. Sueles venir, a este tranquila playa, los sábados. Yo lo hago casi todos los días, salvo cuando el tiempo es demasiado frío o desapacible. Tienes razón. Yo hablo todos los días con mi hija. Y sé que ella me escucha. Estoy segura que le llegan mis palabras. Y le pido que vuelva. Que conmigo va a estar bien. Yo la necesito en cada momento de mi vida. Sufro mucho su ausencia. Es muy duro ver amanecer y que mi hija no está en su habitación. Esta soledad se me hace difícil, terrible de soportar. Es una larga historia, que no sé si te interesará conocer. Te puedo contar algunos detalles, para que no me tomes por loca o desequilibrada”.

La explicación de la, un tanto prematuramente envejecida, mujer no tarda en fluir desde sus labios, ante la expectante y respetuosa mirada de su joven interlocutora. Parece evidente que siente una importante necesidad para comunicar.

“Historias parecidas a la mía es probable que las hayas escuchado en más de una ocasión. Siendo muy joven (ahora tengo sólo cuarenta y ocho, aunque aparento muchos más) me enamoré, con el ímpetu de la inmadurez, de un hombre casado y con hijos. Fueron meses de pasión y entrega, de los que nació mi única hija, a la que llamé Iris, por esos ojos celestes tan lindos que poseía, al igual que los de su padre. Este hombre, de economía muy acomodada (poseía importantes centros de hostelería) no quiso reconocer su paternidad aunque, eso sí, me compró la casita mata que ves allí arriba, esa con los dos árboles a la izquierda, para que criara a la niña, pasándome todos los meses una modesta pero, en mi caso, suficiente cantidad económica para nuestra manutención.  Él volvió con su familia legal y hace unos años pude conocer que había fallecido. Sin embargo esa pensión nunca ha dejado de llegarme.

Iris estuvo junto a mi hasta los veinte años cumplidos. Pero una mañana salió de casa y ya nunca más volvió. Desde hacía tiempo, yo sabía que se reunía con malas compañías pero, a pesar de mis consejos, ella mostró siempre un carácter muy independiente. Ahora ya ha cumplido los veintisiete. Sólo un poco mayor que tú ¿verdad? Es un agobiante sufrimiento, al paso de los años, no saber dónde y con quien estará. Y tampoco saber por qué se alejó de mi, de la noche a la mañana, sin la menor explicación o justificación.  ¿Se encontrará bien? ¿Estará junto a buenas personas? ¿O estará sufriendo toda esa miseria que por ahí también abunda?

Tras unos segundos de respiro, por el largo monólogo que mantenía, esta solitaria y extraña mujer continuó con su explicación, ante la atención ensimismada de Lamia.

“Sí, yo le hablo. Y sé que el mar le transmite mis palabras. Le doy buenos consejos, y le pido, día tras día, que no me olvide. Que la vida en soledad es muy ingrata y difícil. Yo le hablo, y pienso que ella me escucha. Ella tiene que recibir mis palabras,  estoy segura de que así sucede. Tu eres muy joven y se te hará difícil comprenderme. Pero la ausencia de Iris cada mañana, cada minuto del día, se me hace duramente insoportable …….”

Han pasado ya algunas estaciones del calendario. Pero, en cada una de las semanas, Lamia ha sabido encontrar el hueco generoso para visitar el domicilio de Estrella. En ocasiones ha ido más de una vez, durante esos cortos períodos de los siete días. Compartiendo, con una madre solitaria y necesitada, ese ratito de conversación, merienda e incluso el paseo por la playa o el desplazamiento al súper. También ella ha encontrado el dulce beneficio de la amistad, con la útil experiencia que conlleva la edad de su amiga. Nunca ha pretendido suplantar a Iris, por supuesto, pero se ha esforzado en teñir, con el manto del afecto, ese lienzo angustiado de una madre que se enfrentó a la crudeza de un destino en soledad. Ahora la ausencia de una hija genética es más llevadera, pues encuentra cariño, afecto y compañía en esta chica que le recuerda a Iris. La sonrisa vuelve a florecer en el mar infinito de su imaginación y el deseo.-


José L. Casado Toro (viernes, 12 junio 2015)
Profesor

viernes, 5 de junio de 2015

IMÁGENES Y PERSONAS, BAJO LA MAGIA NOCTURNA DE JUNIO.


Aquella noche la percibía como ataviada con un ropaje especial. Los compañeros docentes de mi instituto habíamos quedado citados, a esa hora emblemática de las nueve, a fin de cenar y disfrutar la convivencia en un curso más que finalizaba. El verano se nos había hecho presente, con esa alegría vacacional que a casi todos ilusiona. Fue una cena agradable y suculenta, a la que pusimos fin un poco más allá de la medianoche. Saludos, los mejores deseos para ese necesario descanso enriquecido de objetivos viajeros, el propósito general de intercambiarnos las fotos y todos esos abrazos y besos para la despedida. Reconozco que había abusado de las copas de Rioja, por lo que me encontraba sumido en una dulce morriña, mezclada de sonrisas y anécdotas, mientras caminaba por esos suelos urbanos que agradecerían un lavado de cara, aunque sólo fuera de vez en cuando.  

Bajaba por Alcazabilla hacia el Paseo del Parque, zona dibujada con luces, colores y sombras, cuando me paré unos segundos para contemplar esa bella fusión histórica de dos culturas arraigadas en nuestra historia, como es la romana y la musulmana. Teatro y fortaleza, hermanados bajo el reflejo de una luna que, como dicen y sienten los románticos, disfruta con ese estar regalando sonrisas. A esas horas tardías de la noche, o primerizas en la mañana, dos imágenes que se me quedaron grabadas, en medio de tanto noctámbulo paseante. Un trovador de la música que, con su manoseado acordeón de los mil y algún sonidos, repartía generoso trocitos de melodías para colorear sensaciones. Y allá, sentada en esa esquina del muro frente a la Alcazaba, una chica muy joven que ensimismada dibujaba sobre los folios de su carpeta la mágica silueta monumental que tenía ante su vista. Simplemente me atreví a comentarle “Qué bien dibujas”. Otras muchas personas, sentadas en las terrazas para la amistad, consumían ese postrero café o infusión que gratifica y vitaliza la conversación. En otras mesas todavía reposaban copas semivacías o incluso algunos platos que reconfortaban apetitos para paladares somnolientos.

Inesperadamente, se me acerca un joven en su veintena avanzada que, todo sonriente, con esas palabras amables del “hombre…. ¿como estás? Hace tiempo que no nos vemos ¿verdad? ¿cómo te va ahora?” me estrechó efusivamente la mano. La verdad es que no reconocía a esta persona, pero traté de disimular mi desconocimiento en la medida de lo posible. Cuando has tenido tantas generaciones de alumnos, a lo largo de tu actividad profesional, has de asumir que muchos de éstos te reconocen y se te acercan para saludarte con ese noble afecto que les caracteriza.

¿Y a ti, cómo te va? Le pregunté. “Bueno, bien, tratando de abrirme paso por la vida, que está muy complicada en estos tiempos”. Como vemos, la conversación transcurría por terrenos muy generalistas. Suponiendo que por su edad debía ser uno de mis antiguos pupilos en la enseñanza, le comento que aún continuo ejerciendo en ese Instituto que, sin duda, él bien conoce. Me hace un gesto afirmativo con la cabeza y continúa con sus atentos elogios. “Pues me alegra mucho haberte encontrado y ver lo bien que te conservas”, me dice. La correcta y dulce, pero cada vez más vacía, conversación transcurría por estos derroteros cuando, con habilidad manifiesta, mi joven interlocutor me dice lo siguiente: “Podrías comprarme una papeleta para un sorteo… el premio es un viaje a Galicia para dos personas. Lo que sacamos con estas papeletas es para una organización o grupo rociero que estamos formando. Los tiempos están muy mal y hay que ayudarse con lo que podamos. Valen a sólo dos euros. Cómprame diez, que tú puedes hacerlo”.

Me pone diez papeletas en la mano y veo que efectivamente están impresas con la imagen de la Virgen del Rocío. Y un texto escrito con unas pequeñísimas letras que indican las características del sorteo. Continuo sin reconocer al joven. Pasan unos segundos y ……. aplicando un tono amable, gratificado con una sonrisa, le digo a mi interlocutor: “Mira, hace unas semanas, me ocurrió exactamente lo mismo con otra persona. Parece que es la tónica de los tiempos. En aquel momento, no supe reaccionar con presteza. Y compré estas diez papeletas. Veinte euros. Son esos momentos necios que te sobrevienen a lo largo del día. Pero ya con esa experiencia, no voy a volver a caer o tropezar con la misma piedra”. Dicho lo cual, puse en su manos el producto que me quería vender, volví a sonreírle y continué mi camino sin que este joven articulara palabra alguna.

Debo matizar que, unos días después, volví a ser testigo de una escena similar (ahora con otros protagonistas). Estaba mirando unos artículos expuestos tras la cristalera de un comercio a cien cuando detrás mía otro joven desarrollaba la misma escenificación ante una señora de edad. Abandoné su diálogo cuando el muchacho le pedía que al menos comprase un boleto. Se me quedaron grabadas las palabras de la asombrada señora “Me alegra que te acuerdes de mi, pero yo no logro hacer memoria de tu persona…” Cuando me alejaba de la pareja, me volví y miré de manera insistente a “ese amigo de otro tiempo”. El joven se dio cuenta de que yo conocía muy bien la trama que estaba desarrollando. Obviamente, conmigo no lo intentó.

La noche, a esas horas de “las tinieblas” se me hacía dulce y plácida para caminar. Térmicamente apetecible para gozar del paseo entre ciudadanos noctámbulos. Me sobrevino de pronto la necesidad de saborear algo caliente, a pesar de la templanza de la temperatura. Entre las diversas teterías que pueblan con fortuna la zona, aún había una que permanecía abierta a disposición de los clientes. Sentado en unos toscos taburetes sobre un suelo adoquinado y pedregoso, cambié de mi decisión inicial por el chocolate y comprendí que me sentaría mejor un batido de frutas. Sandía con maracuyá. Exquisito, por su frescura y sabor. Mientras lo disfrutaba, me entretenía dibujando siluetas de historias y relatos entre las luces, coloreadas y adormiladas, que alumbraban y vigilaban la calle con sus rincones de encantos ocultos o explícitos.

Y lo que viene a continuación suena a historia irreal. Pero el lector es, en definitiva, quien ha de decidir acerca de su verosimilitud. ¿Recuerdan a la chica que dibujaba los trazos del Teatro Romano y la Alcazaba? Pasaba ante mí lentamente, caminando con sus pies prácticamente descalzos. Vestía larga y vaporosa falda teñida de intensos colores, camiseta sin mangas de color celeste, al igual que sus ojos también celestes. Lucía una larga melena recogida, de tono castaño oscuro.  Portaba una gran mochila de cuero sobre su espalda y una carpeta, verde oscuro, en su brazo izquierdo, donde llevaría las imágenes que, probablemente, le apetecía dibujar. Siguió su pausado caminar pero, a los pocos metros, se me vuelve y en un castellano muy mecanizado dice: “Gracias, por tu comentario acerca de mi dibujo. Antes fui descortés en no responder a tu amable gesto”. A continuación, mi respuesta era más que obvia. “¿Te apetece tomar algo caliente o fresquito?” 

“Bueno, la verdad es que hoy apenas he probado bocado. Soy de un  pueblecito encastrado en los Pirineos. Me apetecía conocer mejor el sur de España y aquí estoy, de aquí para allá, aprovechando las bondades de este maravilloso clima del que gozáis. Muy pocos ahorrillos. La amabilidad de unos y otros que se prestan a llevarme en su vehículo. Durmiendo las más de las veces en esos jardines que tan bien nos acogen. Y un poquito de aseo en las estaciones de ferrocarriles o buses. Es una vida muy bohemia ¿verdad? Pero yo deseaba experimentarla , ya que el resto del año mi vivencia es sumamente aburguesada y estable. Llevo así casi dos semanas y no me ha ido mal. Bueno …. alguna incomodidad, pero pasajera y sin gravedad”.

Mientras así se expresaba, daba buena cuenta de un par de sándwich que, por mi indicación, le habían preparado en la cocina. Prefirió, para beber, un vaso de leche fría, sin azúcar. El piercing que lucía en su mejilla izquierda articulaba una pequeña acústica cuando movía su rostro en las respuestas.

Me comentó que por la mañana tenía previsto desplazarse a la vecina ciudad de Granada, donde pasaría al menos un par de días. Su estancia en Málaga le había encantado y prometía volver. En un momento dado de estos retazos de palabras amistosas, me confesó que aún se encontraba afectada por la ruptura de una relación mantenida durante varios años. Esta escapada hacia la aventura la consideraba como una acertada terapia para que brotaran de nuevo en ella las sonrisas. Me pidió la dirección electrónica y nos despedimos con el afecto de lo inesperado, pero abierto a la ilusión de una nueva amistad. ¡Ah, su nombre …..! Marian. Se proponía descansar esta noche en casa de unos amigos que había hecho en sus visitas al Puerto malacitano. Antes de marcharse, le puse en la mano algunas monedas que le vendrían bien para su divertida aventura.

Dos días más tarde, en la mañana del domingo, me apetecía caminar sobre la arena del mar. Recordaba cómo en mi juventud solía ir con mucha frecuencia a una playa situada en un bello paraje de la Costa occidental. Como en aquellos tiempos carecía aún de vehículo propio, quise renovar aquellos viajes domingueros en tren, con destino a la playa de Carvajal. Así pues, a una hora bastante temprana a fin de aprovechar mejor el día festivo, con mi mochila a cuestas tomé el tren Málaga - Fuengirola, línea que tiene una estación muy próxima a la playa de ese tranquilo paraje. Mi sorpresa fue mayúscula cuando, desde mi ventanilla, veo a una pareja que cogidos de la mano y con los bártulos playeros se  dirigen presurosos a subir al tren, a punto ya de salir. Los reconocí de inmediato y sin el menor género de dudas.

Ella era la supuesta Marian. El joven que la acompañaba era aquel que quiso timarme con las papeletas, en la madrugada del viernes. De entre los tres vagones, eligieron precisamente aquel donde yo me encontraba. Entraron por la puerta frontal a mi asiento y nos cruzamos las miradas. A él lo vi algo incómodo al reconocerme. Por su parte, la chica soltó una sonora y nerviosa risotada. En décimas de segundo tomé una acelerada decisión. Cogí mi mochila y con agilidad manifiesta bajé del vagón. Me sentía profundamente incómodo, ante toda esa teatralización de la que había sido objeto la noche anterior. Todo fue una representación abierta, en la que fui espectador y protagonista junto a jóvenes, pero diestros. actores.-


José L. Casado Toro (viernes, 5 junio 2015)
Profesor