viernes, 25 de mayo de 2018

UNA JOVEN PARECE ESTAR HABLANDO SOLA.


Son tan “caros” o escasos los verdaderos interlocutores, en un mundo como el actual caracterizado sin embargo por la densidad hipercomunicativa, que la escenografía a que hace alusión el título de este relato ya no nos provoca una especial confusión o extrañeza. Hace años, cuando veíamos a una persona que se expresaba, con voz más o menos elevada y caminando por entre las calles y plazas, sin tener a nadie junto a ella para escucharle, pensábamos de inmediato que quien así se comportaba no se encontraría muy equilibrado con respecto a su estructura mental. En la actualidad, con los adelantos de la tecnología y con la extrema libertad en los comportamientos que hemos sabido concedernos, nuestro asombro o extrañeza de otros tiempos ha desaparecido prácticamente. Interpretamos como “normal” esa actitud del comunicador que “actúa” sin oyente aparente para atender esa más o menos interesante locución.


Cuando presenciamos esa peculiar imagen que comentamos (en realidad cada vez más frecuente en los espacios abiertos), sin descartar cualquier posibilidad de desequilibrio psíquico en la persona que la protagoniza, deducimos de inmediato que quien así se comporta debe llevar algún “pinganillo” o pequeño micrófono conectado a su móvil, a través del cual se está produciendo el supuesto diálogo. Aún así esa imagen nos sigue extrañando y produciendo una sonrisa burlona, de manera especial cuando además de hablar, el protagonista gesticula, se ríe o muestra su enfado, en relación a los mensajes que está intercambiando con un “desconocido” interlocutor (para nosotros) que puede estar físicamente cerca de donde nos encontramos o a muchos kilómetros de distancia.

Suelo desplazarme con frecuencia a zonas agradablemente ajardinadas del entorno urbano, cuando el buen tiempo acompaña, a fin de pasar algún tiempo dedicado a la plácida lectura o incluso a la escritura. En dicho contexto espacial, cierta mañana tuve la oportunidad de ver a una chica joven (posiblemente, en su treintena inicial) que se hallaba descansando (prácticamente tendida) en un asiento de obra muy estético (por los bien elaborados azulejos de su ornamentación) gozando del buen sol de esta primavera algo contrastada que estamos teniendo, en esta bella ciudad a orillas del plácido Mediterráneo. De forma inesperada, la vi ponerse algo más incorporada sobre los toscos ladrillos del banco que la sustentaban, comenzando a expresar una bien aprendida plática, aplicando un volumen de voz no excesivamente elevado, pero acústicamente perceptible (yo me hallaba sentado en un banco inmediato).

Como su exposición continuaba, me quedé discretamente observándola, tratando de adivinar  en dónde tendría guardado el móvil o el necesario auricular conectados al oído. La verdad es que no percibía artilugio alguno, ni en sus manos ni en su cabeza, aunque sabemos que estos periféricos electrónicos suelen ser en ocasiones muy pequeños (microelectrónica) y fáciles de disimular. Tampoco veía cable alguno que conectase los necesarios mecanismos. La chica se ayudaba para su exposición con la mímica de los gestos, moviendo especialmente sus manos  e incluso la perpendicularidad de su fina cabeza.

En ese relativamente pequeño espacio del jardín también nos acompañaban dos hombres, uno mayor que su compañero, quizá jubilados y tal vez amigos. Uno de ellos ofrecía un periódico gratuito al otro, mientras que éste, con gesto algo brusco, lo rechazaba. Ambos se entretenían mirando a la lejanía, intercambiando o “negociando” el silencio entre ellos. Y junto a estos dos hombres, había también una señora de mediana edad, que se protegía del sol con un sombrero de paja beige y gafas oscurecidas. Consumía, de manera un tanto compulsiva, un paquete de pipas tostadas de girasol. Ciertamente, las cáscaras de fruto del girasol las iba dejando encina de otro periódico gratuito que reposaba a pocos centímetros de su descuidada en gramos figura corporal.

De inmediato, uno de los dos señores mayores se puso de pie y dirigiéndose a la joven comenzó a intercambiar unas palabras con ella. Entonces me pregunté: ¿se conocerían previamente? Trataba de mantener mi prudencia, aunque observaba de reojo el comportamiento de ambas personas, que comenzaron a discutir. Desde luego “actuaban” como si yo no estuviera presente. A continuación, el compañero de este hombre se incorporó desde su asiento y se dirigió al asiento de la señora que “devoraba” su ya casi vacía bolsita de las pipas de girasol. Mi asombro aumentaba por momentos pues, sin mediar palabra, se quedó unos “larguísimos segundos” delante de esa mujer a la que con un gesto reverente le extendió su brazo izquierdo, invitándola a marcar unos pasos de baile. No había música en el ambiente, evidentemente, pero estas dos personas seguían allí bailando de una manera elegantemente parsimoniosa. ¿Estará esta gente bien de la cabeza? Era la pregunta “lógica” de un involuntario espectador que asistía con asombro al curioso comportamiento de estos cuatro personajes.

La escena era curiosamente divertida, pero yo no acertaba a dar crédito a lo que ante mi estaba pasando. Sin duda, existía una cierta vinculación o connivencia entre las cuatro personas. La pareja que permanecía sentada contemplaba los movimientos que marcaban en el espacio los dos bailarines o danzarines, intercambiando algunas palabras entre ellos mezcladas ahora con comprensivas y expresivas sonrisas. 

Como la escénica situación continuaba, no pude aguantar más y con educada prudencia me acerqué hacia los cuatro “teatreros”, tratando de entender su inhibición y comportamiento ante mi (se comportaban como si solo estuvieran ellos en el jardín) y sobre todo a qué se debía toda aquella parodia.

“Disculpen. En modo alguno podía imaginar que estaban practicando alguna pieza  interpretativa. Igual son actores de alguna compañía  o están desarrollando algún ejercicio escénico… Puede parecer una pregunta infantil pero ¿todo esto es verdad o se trata de alguna broma … ?”

Los dos hombres y ambas mujeres se cruzaron miradas a medio camino entre la sorpresa y las sonrisas. Al final de esos segundos de silencio que resultan tan largos fue Elsa, la chica joven que hablaba sola, quien primero intervino a fin de calmar mi razonable curiosidad.

“No pasa nada, hombre de Dios, en modo alguno te debes preocupar. No era tan difícil acertar nuestra afición y profesionalidad. La obra que estamos preparando (con parámetros del teatro moderno o de vanguardia) transcurre, obviamente, en un espacio ajardinado. Nos gusta ensayar en un contexto espacial lo más verídico y real posible. Después, cuando estemos sobre el escenario, nos ambientaremos mejor recordando las horas de práctica que hemos realizado en un entorno real y no simulado”.

La joven parecía divertida ante mi expresión interesada de asombro. Isidra, tras abandonar el baile con Fermín, siguió apurando su bolsa de las pipas. El cuarto protagonista, Valerio, inició un juego de manos gesticular, aparentado tener frío o calor, sed o saciedad, aburrimiento o exultante alegría. Elsa continuó con su didáctica explicación.

“Fíjate, la semana pasada tuvimos que acudir para practicar (debido al tema o trama argumental) a un sanatorio o institución mental. Previamente solicitamos el correspondiente permiso que amablemente se nos concedió por parte de la dirección. Los propios internos o residentes podían estar con nosotros y se mostraban muy distraídos e interesados ante todo aquello que estuvimos practicando, en una interesante línea de inmersión empática ambiental y personal”.

“El nombre de nuestro grupo es el de ALMIREZ. Todos nosotros somos de la provincia hermana de Córdoba, aunque por distintos motivos tenemos vínculos muy estrechos con esta bonita ciudad, que goza de un clima inigualable. Preferentemente, vamos recorriendo y actuando en diversos centros culturales vinculados a la Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía. Sin embargo, estamos ampliando el marco espacial de nuestras representaciones, visitando teatros de titularidad privada en otras Comunidades Autónomas. Y ya que has tenido la oportunidad de compartir con nosotros esta mañana de mayo, en estos coquetos y bien cuidados jardines, quedas invitado para estar presente en el ensayo general que, previsiblemente haremos dentro de un par de semanas. Aunque no es definitivo (estas cosas van cambiando en el día a día) el título de la obra que preparamos, de la que también somos autores,  es, en principio “EL VIEJO Y DESCOLORIDO ROPAJE DE LA VANIDAD” una pieza dramática con algunos ribetes cómicos, muy distraída y que transmite diversos mensajes para activar el letargo onírico de las neuronas”.

Después de esta larga, generosa y bien construida explicación, me sentía una persona verdaderamente privilegiada, pues el destino me había deparado la oportunidad de ser espectador para conocer cómo los grupos teatrales se esfuerzan en mejorar la verosimilitud de aquello que transmiten y representan en la escena, ensayando en marcos reales a fin de conseguir la mayor y mejor empatía posible con el contexto ambiental. En estos gratos pensamientos me hallaba, cuando de nuevo fui “abordado” por estos cómicos o artistas del arte de Talía (la musa griega del teatro). En este caso , quien a mi se dirigió fue Valerio, un actor grandullón, metido ya en su cincuentena avanzada, cuya prestancia quedaba potenciada por el plateado de su pelo cano (aún abundante) y cuya serenidad y sosiego que transmitían sus templados ojos azules quedaban rítmicamente alterado por un incómodo tic nervioso que “brotaba” entre su mejilla y ceja izquierda.

“Amigo, formamos un pequeño pero gran grupo que trabaja en cooperativa. No sacamos mucha “pasta” de nuestras intervenciones, pues básicamente actuamos (como bien te ha explicado Elsa) con organismos municipales y de la propia Junta, estando nuestro caché muy reducido por las limitaciones presupuestarias que estas instituciones oficiales soportan en tiempos de austeridad. Dicho en plata, nos pagan muy poco, lo que apenas nos da para vivir e innovar el material que utilizamos. Por eso aceptamos y agradecemos, lo que denominamos “socios protectores”. Para nosotros, la ayuda de estos benefactores supone un muy grato “balón de oxigeno”, a fin de seguir innovando y experimentando nuevas formas expresivas, experiencias que nos permitan una más intensa aproximación a nuestro público y que estos incrementen su empatía con los personajes y los argumentos que representamos.

Es una cifra testimonial, sólo 50 € al semestre. Tenemos un grupo de apoyo (más de 150 socios en la actualidad) que facilita estos objetivos que te estoy comentando. El socio protector recibe algunos testimoniales beneficios, por su generosa ayuda material y apoyo social. Puede asistir a nuestros ensayos y tiene derecho a dos entradas gratuitas por cada obra representada, localidades  reservadas entre la primera a la cuarta fila de cada teatro o espacio escénico donde actuemos. Te voy a facilitar unos impresos, en los que encontrarás más información acerca de esta figura protectora para nuestro proyecto. Es obvio que en cualquier momento puedes desvincularte de esta opción, dándote de baja en el mismo. En el banco ya no te pasarían el recibo para el semestre siguiente”.  

Las dotes expresivas de Valerio eran bastante buenas y convincentes. Me pareció simpática la idea y me hice “socio protector del Grupo Teatral El Almirez”. Son estas decisiones e impulsos de apoyo a la cultura que, de manera afortunada, a veces nos salen del corazón. En realidad el coste de 50 euros por semestre no era demasiado gravoso y me aseguraron que como media representaban tres obras diferentes al año, generalmente piezas propias, que iban llevando por diversos teatros de la región e incluso traspasando los límites de Andalucía. Podía probar con un primer pago y ver como marchaba en un futuro mi ilusionado apoyo sociocultural.

Pasaron algunas semanas y no volví a saber nada de estos abnegados actores, personas entregadas a la innovación y experimentación teatral. He de confesar que alguna noche en que me distraía “navegando” por las redes de Internet, tecleé en el buscador el nombre de almirez. Curiosamente había grupos escénicos, centros culturales y espacios de representación en los que de, una forma u otra, aparecían el nombre de ese útil y tradicional instrumento para preparar la condimentación culinaria. En las cocinas de nuestras madres y abuelas siempre estaba presente ese triturador manual para la pimienta, los ajos, las almendras, el pan tostado e incluso el azafrán o los granos de café tostado, entre otros muchos elementos para preparar sabrosos cocidos o suculentos fritos o deliciosas infusiones. Estos instrumentos de cocina estaban generalmente fundidos en metal, posiblemente cobre, aunque también eran muy comunes los tallados en madera. Unos y otros sonaban con su sonido característico, cuando las cocineras y cocineros percutían sobre su acústica oquedad el oloroso o más o menos duro condimento. Hoy en día, con el versátil instrumental eléctrico que poseemos para casi todo, han perdido protagonismo ante esos molinillos que incluso utilizan la fuerza de las baterías o las pilas. 

Volviendo  a la búsqueda por Internet, al fin encontré una página web que podía ser la suya, aunque solo reconocí, entre los actores integrantes, una foto en la que aparecía la joven Elsa. El perfil que este grupo ofrecía era la práctica escénica experimental. Cierto día ocurrió un hecho curioso, en relación con estos actores a los que conocí en el jardín. Acompañaba a un familiar que necesitaba comprar unos productos en un nuevo súper que habían abierto de la cadena Mercadona. Mientras efectuábamos la compra, me iba fijando en las innovaciones y disposición estructural de las distintas secciones del comercio. Observé a un reponedor que estaba colocando unas latas de conservas vegetales en uno de los estantes. Aunque estaba de espaldas a mi visión, reconocí de inmediato por las características de su cuerpo (con el uniforme correspondiente) a Valerio, uno de los actores del grupo Almirez. Dudé en acercarme para el saludo, pero el familiar recibió un mensaje de whatsapp y tuvimos que acelerar la compra. La sorpresa aumentó cuando al acercarnos a las línea de cajas, vi en una de las mismas a Elsa, cobrando los productos que los clientes depositaban sobre la cinta móvil. Igual ella me vio, tal y como como yo la vi a ella. Pero no compartimos la palabra. Era un sábado por la tarde y el establecimiento estaba repleto de gente.

Aquella noche pensaba en ese reencuentro “no explícito” que tuve con los dos actores. ¿Habría alguno más, también vinculado a la plantilla del súper? ¿Serían trabajadores dependientes o estarían realizando alguna práctica para sus tareas escénicas? ¿Cuánto de ficción y de realidad habría realmente en todo este episodio? Lo único cierto es que las hojas del almanaque van “cayendo” y no me llegan noticias de actuación alguna por parte del grupo Almirez.-


José L. Casado Toro (viernes, 25 Mayo 2018)
Antiguo profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

jlcasadot@yahoo.es



viernes, 18 de mayo de 2018

LA FUERZA IMPETUOSA DEL VIENTO, EN LA JOVEN MEMORIA DE ALBA.

Pero ¿qué es exactamente EL VIENTO? le preguntaba un inquieto alumno a su paciente maestro. El veterano docente y educador le respondía, después de observar durante unos segundos cómo vibraba el vidrio gastado y sucio de la ventana del aula: pues, sencillamente, grandes masas de aire que se desplazan de una zona, donde hay una elevada presión atmosférica, a otro espacio geográfico donde el peso del aire es más bajo. Según la diferencia de presión entre ambos lugares y la distancia que los separa, ese aire “correrá” más o menos, con la correspondiente diferencia de fuerza. El crío sonrió, mientras entendía el por qué a veces sopla el viento y otras no. 

Hay muchas personas que se sienten molestas en su epidermis ante ese más o menos fuerte aire que acaricia o golpea sus cuerpos, especialmente, en la zona facial de su rostro. Desde el punto de vista de la “coquetería femenina”, el viento tampoco es bien venido porque desordena los cuidados peinados que las señoras han realizado sobre el cabello que cubre sus cabezas. En el ánimo de muchas personas, el miedo al viento aturde y asusta, anunciando una posible llegada de fenómenos tormentosos.

Pero hay que ser justos, en ese complicado camino hacia la objetividad. Ese viento “molesto e incordiante” nos reporta también una serie de consecuencias positivas, atendiendo a sus diferentes niveles de utilidad. Resumamos algunos, entre otros, aspectos beneficiosos para quien con inteligencia y sentido positivo de la existencia los quiera aprovechar.

El viento puede facilitarnos abundante electricidad de origen eólico, limpia, no contaminante, ilimitada y de muy rentable coste, producida por el movimiento de las aspas de unos aerogeneradores, ubicados en zonas geográficas donde con regularidad e intensidad sople la aludida fuerza eólica. Necesario también para la navegación, cuando en otras épocas permitía a las embarcaciones desplazarse sobre las aguas, gracias al empuje de su fuerza sobre esas velas (siempre plenas de romanticismo) bien orientadas. Puede ayudar a separar o aventar los granos del trigo y otros cereales de su cáscara, una vez bien trilladas las espigas. Colabora en la difusión del polen y las semillas en la naturaleza, favoreciendo que muchas especies vegetales arraiguen en espacios más favorables para el maravilloso ciclo vegetal. Resulta muy útil para acelerar el secado de la ropa, cuando ésta se tiende al aire libre, ya que el viento facilita la evaporación de la humedad. Orienta de manera adecuada los mecanismos de las veletas ubicadas en las torres, campanarios, faros y otros edificios o zonas elevadas, marcando con fidelidad el origen de su procedencia. Favorece el curtido y secado de ciertos alimentos de charcutería (chorizos, salchichones, jamones, lomos, etc.) potenciando de manera notable su calidad para el consumo. La conducción de los vehículos es favorecida cuando el viento sopla en favor de la dirección del vehículo o por el contrario la perjudica cuando se circula en oposición al mismo, influyendo en el mayor o menor gasto de combustible. La acústica generada y modulada por el viento “tocando el pentagrama” de las hojas y ramas de la naturaleza, provoca unos sentimientos de sutil y especial belleza, para aquellas almas y espíritus sensibles. Una brisa fresca nos permite mitigar la sensación de agobio térmico, de manera especial, cuando ese viento suave transporta en “sus alforjas invisibles” un porcentaje equilibrado de humedad.

A veces nos quejamos, otras nos protegemos, en general tratamos de evitarlo pero, a poco que reflexionemos, caeremos en la cuenta de que la naturaleza nos ha entregado este muy útil y valioso  elemento atmosférico, a fin de favorecer una serie de necesidades en nuestro caminar por la vida. Así es y actúa este contrastado y desigualmente percibido dinamismo eólico. Y, a poco, nuestra historia.

Alba es una joven adolescente de 14 años, que vive junto a su madre Carla en una zona profundamente rural de la bella montaña cántabra.  Durante la época escolar, cada mañana y de lunes a viernes, ha de madrugar y levantarse muy temprano de la cama. Tras realizar un frugal desayuno, tendrá que caminar un kilómetro y medio aproximadamente, a través de un terreno sembrado de árboles y alta vegetación, a fin de llegar a un punto de la carretera comarcal en donde el bus escolar municipal (de carácter gratuito)  la recogerá, a fin de trasladarla, junto a otros compañeros dispersos por la Montaña, hasta el Instituto de Educación Secundaria ubicado en Santillana de Mar. La chica tiene asumida la infeliz incomodidad que provoca en su madre cuando ella le pregunta acerca de ese padre del que apenas se acuerda. Este hombre, Venancio, abandonó el domicilio familiar tras continuos desencuentros con su mujer que culminaron una infausta noche de tormenta, cuando el enfrentamiento entre el hombre y la mujer llegó al paroxismo y clímax de la violencia. Tras una muy violenta discusión con su esposa, ésta quedó malherida. Temiendo la acción de la justicia, el enloquecido marido abandonó el domicilio familiar. Tal vez pensó que incluso le habría quitado la vida. Ha pasado más de una década y de él nada se ha vuelto a saber. Alba tenía entonces apenas tres años de edad. Carla se dispuso desde entonces a sacar adelante a su única hija, aplicando para ello sacrificio, esfuerzo y un tesón verdaderamente ejemplar.

Madre e hija mantienen sus necesidades básicas con los réditos que obtienen de la leche ordeñada de una piara de cabras. Ese par de cántaras (cifra media) son entregadas y recogidas cada día por una importante central lechera que desplaza para ello a un operario  que conduce un todoterreno, realizando un itinerario por varios caserones de una amplia zona comarcal y que ha de circular por unos caminos complicados y difíciles para la conducción. El caserón en el que viven Alba y Clara era de los padres (ya fallecidos) de Venancio y que éste, tras su huida apresurada de la justicia, nunca se ha atrevido a reclamar. Poseen además unos pequeños terrenos agrarios, donde hay plantados distintos cultivos, destacando principalmente manzanos y algunos productos vegetales, especialmente patatas, todos ellos elementos de la tierra que también facilitan algunos ingresos cuando son vendidos al mayorista, aunque también colaboran para la alimentación de cada uno de los días. También en algunas ocasiones, madre e hija elaboran queso, de manera absolutamente artesanal, cuyas reducidas unidades son bien apreciadas y compradas en las tiendas de ultramarinos de la capital.

A pasar de que el caserío se halla ubicado en un terreno bastante agreste y solitario, no quiere ello decir que ambas mujeres se hallen totalmente aisladas, pues además del núcleo municipal de Santillana, sito a unos 12 km. de distancia, hay otras dos pequeñas localidades, Villasanta y Lobriega, situadas a media distancia, pequeños núcleos de población que apenas suman entre ambos unos seiscientos habitantes en su longeva población. 

Para desplazarse a estas dos localidades y, de manera especial, al menos una o dos veces a la capital provincial, Carla y Alba utilizan una antigua carreta de la que tira una fornida mula. En Santillana se abastecen de alimentos, ropa, enseres y otros aprovisionamientos, necesarios para el funcionamiento de esta muy reducida unidad familiar.

Alba estudia 3º de la ESO y obtiene en general buenos resultados académicos para con sus obligaciones escolares. Le gusta leer y escribir, “sacando” y con frecuencia de la biblioteca de su centro, en préstamo, algunos libros con los que distrae muchas de sus horas del fin de semana y de los cíclicos períodos vacacionales. Tienen en casa un pequeño aparato de televisión, aunque la señal que les llega no se caracteriza por su óptima calidad, sin duda debido a la elevada densidad orográfica de la zona para estas viviendas aisladas y dispersas. La pantalla de su monitor de televisión se ve “inundada” por una abundante “nieve” que no es por supuesto meteorológica. Por este motivo, la chica ha explicado y pedido a su madre que han de hacer un esfuerzo para comprar un aparato más versátil, que permita sintonizar con la señal de la TDT, pero Carla es un tanto reacia a estas modernidades y toda su preocupación se centra en las cabras, y en el cuidado de la tierra y los árboles que en ella habitan. La recia mujer distrae sus horas con otro anticuado aparato de radio, que le sirve de diversión para las noches y los fines de semana.

La chica aprecia y valora el mundo de la naturaleza, siempre tan agreste como ornamentado de belleza, en donde ha nacido y pasado sus catorce años de vida. Le agradan y también se distrae con los animales a los que ha de cuidar, destacando dos mascotas perros, llamados Lupo y Cam, aunque también las cabras, las aves de corral, las dos mulas y una vaca ya muy mayor a la que llaman Estrella, son dignos de su aprecio.

Alba no tiene muchos amigos, aunque desde que inició sus estudios de secundaria ha mostrado una abierta proximidad hacia la persona de otro chico, compañero de aula, llamado Arión, hijo de un cabrero que reside en la pedanía de Lobriega. El ser ambos de la misma edad, no tener otros hermanos y residir a no excesiva distancia en sus domicilios, todo ello ha facilitado que la amistad entre ellos se haya intensificado, con sus juegos, confianzas y paseos, especialmente durante los fines de semana. Con todo lo que se ha narrado, hasta el momento, con respecto a su vida, podría concluirse afirmando que se trata de una adolescente normal, con las características de comportamiento muy propias de su maravillosa edad. Tal vez un poco aislada, en función del ámbito socio-familiar donde tiene su domicilio. Sin embargo hay un aspecto en la persona de su única hija que preocupa mucho a su madre. ¿En qué consiste este motivo de preocupación?

Desde que era pequeña, padece un problema de naturaleza psicológica. Sufre un pavor y miedo muy intenso ante la manifestación en el cielo de una meteorología tempestuosa. Esas noches de tormenta, con fuerte aparato eléctrico, el tronar con su acústica de elevados decibelios y, de manera especial, ese viento huracanado que sopla desde las colinas verdes del entorno, provoca en la joven niña unas reacciones compulsivas de temblores, angustias, inapetencias, necesidad de resguardarse en la cama protegiéndose con las sábanas , metiendo la cabeza bajo su almohada, incluso produciéndole unas secuencias muy desagradables de incontinencia urinaria. En tales circunstancias, Carla trata de calmarla, preparándole alguna taza de tila, hablándole, acariciándola, estando junto a ella para que no se sienta sola, pero las crisis de ansiedad y miedo son cada vez más duraderas, al aparecer esos episodios tempestuosos. Esas crisis repercuten en su quehaceres ordinarios, teniendo que ausentarse de las aulas durante algunos días, hasta que se encuentra más recuperada y segura de sus respuestas.

La primera vez que decidió llevarla al médico, por estos desequilibrios psicofísicos en su organismo, fue cuando la pequeña apenas tenía los cinco años de edad. Estas visitas a los galenos se fueron repitiendo año tras año. Los doctores le recetaban calmantes que, aun ayudando a serenar un tanto esos episodios desestabilizadores, no llegaban a la raíz del problema.  Psicólogos y hasta algún neurólogo la han tratado, pero al ser aleatorias esas crisis en su equilibrio, no resultaba fácil resolver el problema de una adolescente que ofrece un comportamiento normalizado salvo esos días de intensa tormenta.


Hace unos meses Carla solicitó hablar con un psiquiatra en Santander, cuyo nombre y dirección se lo había facilitado la madre Regina, monja clarisa del Monasterio de San Ildefonso en Santillana, antigua compañera de escuela y amiga. Antes de que viese a su hija, quiso explicarle unos antecedentes a fin de que el especialista tuviese un mayor fundamento para organizar la terapia correspondiente. A partir de esta larga y sincera conversación, a la que posteriormente se incorporó la propia Alba, el Dr. Celso Mayans tiene la convicción de que la raíz del problema tiene que ver en las “tormentosas” relaciones que Carla mantuvo con su marido, durante las semanas previas a la huida de éste, tras agredirla con violencia física en aquella noche tempestuosa de Noviembre. Probablemente la niña se despertó cuando ella y su marido se enfrentaban de palabra y obra. Tal vez presenció algo de aquéllas muy desagradables escenas, que se han podido quedar grabadas en el subconsciente de una mente en formación y que se manifiestan cuando suceden esos fenómenos atmosféricos que la joven asocia con la crisis de pánico y miedo que tuvo que sufrir aquella aciaga noche con apenas tres años de edad.  Mensualmente Alba se desplaza a la consulta de este prestigioso especialista para mantener controles y charlas terapéuticas, además de seguir un itinerario de fármacos, cuya dosis y tipología va evolucionando en función de los resultados, en general positivos, que se están obteniendo con el lento, gravoso y eficaz tratamiento.

Pero esta historia tiene aún una parte oculta y sumamente complicada que en algo podremos desvelar. En la vida de Alba, a sus catorce años avanzados, ha entrado con fuerza un nuevo protagonista, Arión, en el ámbito generacional de lo afectivo. Los dos adolescentes, compañeros de clase, sienten la natural atracción recíproca de la edad, sentimientos que se han ido incrementando a partir de unas primeras relaciones de sencilla y sana amistad. Carla en un principio desconocía esa relación tan estrecha generada entre los dos jóvenes. Pero en la celebración del santo de Alba, animó a su hija para que invitara a su amigo a merendar en casa. Ello le dio oportunidad de conocer un poco de la vida de ese joven que se hallaba tan cercano a su hija. Como el chico se mostró muy expresivo, apenas tuvo dificultad para conocer quiénes eran sus padres y diversos aspectos de su carácter.

Tras conocer esos datos, aquella noche Carla apenas pudo dormir. Al día siguiente, muy de mañana, fue caminando hasta la parada del bus, para desplazarse a Santillana, pues necesitaba hablar con la madre Regina. Ya en el convento, tuvo que esperar un buen rato, descansando en una sala para las visitas. A eso de las 12 apareció su amiga religiosa (ambas eran de la misma edad), quien con una sonrisa fraterna y benévola le explicó que tenían unas jornadas de oración y retiro, pero que le dedicaría el tiempo necesario, pues su visita tenía que ser por algo importante y en modo alguno deseaba desatenderla.

“Permíteme, “hermana” que te llame de esta forma, pues así considero tu hermosa y valiosa amistad, desde nuestros tiempos de colegio. Tengo un nuevo problema con mi hija que deseo contarte, a fin de recibir tus siempre acertados consejos. Hay secretos en una familia que se mantienen en la privacidad de la memoria. Te voy a narrar unos importantes y graves datos que a nadie he comentado hasta este momento y que tienen relación con las desavenencias y drástica ruptura que Venancio y yo tuvimos, hace ya más de diez años. Alba no es hija de mi marido Venancio. Tuve una relación sexual en secreto, una locura inconfesable, antes de quedarme embarazada, con un lugareño del pueblo vecino, llamado Abril. Le llamaban “el lechero, por el oficio que desempeñaba en la recogida de la leche diaria. Mi marido un  día casi nos pilló. Vio algo raro y fue atando cabos. Tras mucho insistirme y presionarme, acabé confesándole, en una noche horrible de tormenta que no olvidaré, que la hija que él consideraba como suya había sido procreada por otro hombre. Estuvo a punto de matarme, pues me agredió de una forma salvaje. Por eso huyó, dejándome malherida, creyendo que había cometido una desgracia sobre mi persona. Ahora me acabo de enterar de  que el hijo de Abril (él nunca supo que mi hija era de él) y Maruela, su mujer, Arión, está “saliendo” con Alba. ¿Qué hago? ¡Son hermanos de sangre! Pues Abril es el padre de los dos críos”.

La venerable monja le rogó con dulzura que se calmara. Necesitaba unos días para reflexionar, rezar y meditar el mejor consejo a dar para esta muy  complicada situación. Quedaron en verse la semana próxima.

Dicho día, lunes, Carla acudió de nuevo al convento, en donde muy de mañana fue atendida por su amiga la madre Regina.

“Querida Carla, aunque pasamos la mayoría de las horas del año aquí en el convento, dedicadas a la oración, al trabajo y a realización de todas las buenas obras que podemos ofrecer al complicado mundo que nos rodea, cuando llega el momento oportuno y necesario decidimos salir a ese mundo exterior para conocer y tener un humilde y religioso protagonismo en su seno.
He hablado con algunas personas, usando la discreción necesaria a fin de evitar equívocos y molestias. Ya sabes que Abril continua trabajando en su oficio de la lechería y nos ayuda con su alimento para nuestras vidas. Él tiene tambin casada ﷽s devaneos de reciferente a la de tu marido Venancio. Es muy fuerte lo que te voy a decir, pero has de ser valiente paén un terrible secreto en su vida, aunque la relación que aplica al mismo fue diferente a la de tu marido Venancio. Es muy fuerte lo que te voy a decir, pero has de ser valiente para escucharlo. Arión es su hijo, pero él no lo procreó. Maruela su mujer le confesó que también tuvo unos devaneos de recién casada, pero él quiso perdonarla y aceptó el “protagonismo social” de ese embarazo que su mujer desarrolló. Ella nunca ha querido confesarle quién era el padre real de la criatura. Tal vez en la generosidad de Abril estaba esa mala conciencia que tu me has confesado, cuando mantuvo esas relaciones pecaminosas contigo. Desde luego, Alba y Arión no son hermanos. Pero hoy la ciencia está muy avanzada, y los laboratorios pueden testimoniar este hecho para la tranquilidad de todos".-



José L. Casado Toro (viernes, 18 Mayo 2018)
Antiguo profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

jlcasadot@yahoo.es



viernes, 11 de mayo de 2018

AQUELLA IMPRENTA MÁGICA, EN LAS ILUSIONES INFANTILES DE ANTAÑO.

El mundo de los juegos y el sano entretenimiento ofrece siempre sugestivos alicientes para todos aquéllos, niños, jóvenes y mayores, que aplican a su práctica la mejor imaginación y voluntad. Esta consideración, desde el plano racional de la objetividad, difícilmente puede ser discutida o rechazada. Sin embargo, cuando hablamos de las actividades lúdicas, de ese jugar para distraer, parece que pensamos y nos referimos específicamente a los “más jóvenes de la casa”. Dirigimos nuestra mirada a todos esos niños que estructuran las horas del día para la formación y el estudio, la alimentación, el descanso y, por supuesto, en esos juegos que tanto les vitalizan y entretienen. Por todo ello, en este relato nos vamos a centrar básicamente en esa parcela de la sociedad donde los niños y las niñas tienen todo su admirable protagonismo.

Es evidente, a poco que reflexionemos, que la función de jugar y de distraer el paso de las horas ha ido cambiando su modalidad, espacial y temporalmente, en ese sublime “jardín” de la sociedad infantil. Ciertamente, hay distracciones e instrumentos para el juego que parecen imperecederos o permanentes en los hábitos de los niños. Piénsese en las muñecas y los peluches, en los patines y las bicicletas, en los balones para el deporte, en las cocinitas y las figuritas de plomo o de goma, en la cuerda para saltar, en las páginas para colorear o en esas acuarelas para dibujar y pintar. Acerca de la lectura de tebeos hablaremos más adelante.

Sin embargo también vemos que cada época y sociedad pone a disposición de los más pequeños aquellos adelantos y realizaciones que la ciencia, la imaginación y la destreza facilitan para el sano, fácil o más complicado, entretenimientos. Con nuestra experiencia podemos afirmar que no siempre esos avances tecnológicos, electrónicos o informáticos han potenciado, de manera directa, la capacidad imaginativa o el disfrute en el niño. Éste sabe aplicar a ese objeto con el que se va a distraer un añadido trascendental e inigualable para su mejor disfrute: su poderosa imaginación, la permanente ilusión y esa sorprendente y plausible creatividad. Un trocito de madera puede ejercer de balón deportivo y una caja de zapatos, con unas piedrecitas de colores en su interior, puede representar, en la transparencia de sus mentes, ese cofre lleno de joyas, con valentía arrebatado al malvado pirata tras una aguerrida y difícil lucha en los mares (que puede ser la bañera de su propio domicilio) ¿Qué representa para ellos esos preciosos castillos que “construyen “ con la fina arena de las playas y las conchas brillantes de los moluscos blindando las almenas, elementos que las olas han ido dejando cíclicamente en la orilla? Hay más interrogantes.

¿Se juega igual hoy que hace cuarenta o cincuenta años? ¿Se distraen los niños hoy de la misma forma que ayer? Obviamente, pensamos que la respuesta es negativa. En la década de los años cincuenta o sesenta (pensando en el siglo pasado) los críos pasaban más tiempo en la calle practicando muy diversos juegos. La vía pública era el universal espacio utilizado por la “pandilla” de barrio” para su divertimento. Hoy, por el contrario, los niños pasan más tiempo en casa, preferentemente ante el televisor, el ordenador, las consolas  y otras máquinas informáticas. En ese tiempo pasado se utilizaban  preferentemente también algunos juegos de mesa para el entretenimiento, como el parchís, la oca, los míticos juegos reunidos Geyper.

Como se ha comentado, la televisión apenas estaba comenzando (en Málaga, los primeros aparatos que emitían la señal en blanco y negro llegaron en 1961) y para la versatilidad informática, la poderosa era digital, con la ilimitada Red de Redes de Internet, habría que esperar casi tres décadas más. Si querías ver una película, tenías necesariamente que desplazarte al cine y comprar la correspondiente entrada en taquilla, no como ahora que puedes disponer de cualquier film y en todo tipo de horario, en la comodidad de tu propio domicilio. Cada cual, pequeños y mayores, buscaban el entretenimiento en función de sus caracteres, imaginación, aficiones y esas posibilidades y circunstancias que nos afectan en el área y estructura social en la que el destino o el azar nos ha ubicado para la vida.

Vayamos ya pues a conocer al personaje central de nuestro relato enmarcado en los parámetros temporales de aquéllos míticos años sesenta. Trazaremos unos breves pinceladas de acercamiento, con el fin de enmarcar o fijar mejor su necesaria identificación.

Santi era el tercer hijo del matrimonio formado por Régulo y Diana. Desde bien pequeño tuvo que organizar su propio espacio familiar, pues sus dos hermanas mayores, Eva y Valeria estaban centradas en sus cosas y  en modo alguno pasaba por sus egoístas mentes tener que ocuparse de este hermano pequeño, el varón de la descendencia familiar, que sus padres habían buscado con ahínco, a fin de tener un niño en la familia que perpetuara el apellido paterno: Cantal. Su padre, don Régulo, trabajaba en la cobranza, comercial e individual, encargada por diversos  talleres dedicados a la elaboración de trajes y otros aditamentos de sastrería. Era un hombre que estaba poco tiempo en casa, dejándole la educación de los tres hijos a Diana, que sabía multiplicar con habilidad los escasos fondos económicos que su marido le entregaba cada final de mes. Ella sospechaba de su marido y, con ese sentido común de relacionar detalles y gestos en el comportamiento de las personas, en absoluto se equivocaba. Un día, el ínclito don Régulo desapareció del hogar familiar, eso sí, dejándole una breve nota a su mujer en la que le comunicaba que tenía graves problemas económicos y que ya se pondría en contacto con ella más adelante. Parece que en sus devaneos afectivos, este hombre había dejado muy graves “agujeros” de dinero en la gestión de las facturas. Conociendo la denuncia interpuesta por las empresas, puso tierra de por medio viajando (según unos amigos comentaron) hacia la otra orilla del Estrecho, tratando de estabilizar su desordenada vida por los parajes africanos. A partir de entonces, Diana tuvo que sacar su familia adelante, dedicando muchas horas a trabajar en aquello que había aprendido de jovencita, gracias a la voluntad generosa de una de sus tías: el arte de la costura. 

La infancia de aquella época (años sesenta) tenía que buscar la distracción y el entretenimiento, al margen de la formación en las horas escolares, aplicando esa imaginación y fuerza orgánica muy propia y característica de su corta edad. No había centros deportivos asequibles en los barrios, por lo cual los campos de deporte eran las propias calzadas (mejor si eran sólo peatonales). Para las porterías de esos improvisados campos de fútbol había que elegir algunos portales cuyos cerramientos no impidieran que las pelotas de goma llegasen a su interior. Las inexistentes piscinas cubiertas se suplían en verano yendo a las playas, generalmente a pie o bien utilizando aquellos míticos tranvías o los atestados y destartalados autobuses municipales. Como balón de reglamento (ya se ha expresado) servía cualquier sustitutivo: un taco o trozo no muy grande de madera, la simple chapa de una botella de cerveza o  (en el mejor de los casos) obteniendo unos escasos “cuartos” por la venta de cartones y periódicos en desuso, e incluso por los restos de pan duro que se reutilizaban para alimento de los animales. 

Ir al CINE quedaba sólo para los domingos y para los críos de familias acomodadas. Ese muy apetecible destino lúdico no era en absoluto fácil de realizar, a pesar del bajo precio por entrada en los “descuidados” cines de barrio, con doble programación para las “muy cortadas” películas. Los porteros de esas salas de exhibición cinematográficas estaban lógicamente para regular y vigilar las entradas, evitando el “coladero” de los niños o mayores. Pero a veces se conseguían actitudes generosas por parte de esa buena gente que vigilaba la puerta de los cines. Cuando llegaba el verano, abrían las salas al aire libre. Siempre se buscaba algún punto en las inmediaciones al que te podías subir o escalar a fin de visionar algún trozo de la pantalla, aunque el sonido te lo tenías que imaginar cuando el volumen de los altavoces o el sonido ambiente no permitía escuchar con nitidez lo que expresaban los actores protagonistas.

Cuando a comienzos de los años sesenta llegó la señal de TELEVISIÓN a Málaga (parece que fue en enero de 1962) con importantes zonas de sombra, por el gran murallón orográfico de la Penibética, comenzaron a verse algunos aparatos de televisión en los escaparates de los establecimientos de electrodomésticos y también en algunas cafeterías y bares de la ciudad. No muchas familias tenían el suficiente poder económico para adquirir estos sintonizadores que emitían en blanco y negro y con abundante “lluvia” en la calidad de las imágenes ofrecidas. Pero había establecimientos de hostelería donde colocaban alguno de estos aparatos en una zona elevada y visualmente emblemática, para divertimento y atracción de la clientela consumista que acudía al establecimiento. Poseer uno de estos sintonizadores suponía la gran novedad para el reclamo de un mayor número de visitantes a ese bar de copas, infusiones, bebidas y el subsiguiente tapeo para la restauración. Santi conocía una cafetería, ubicada no lejos de casa, que le iba a permitir, en muchas de las tardes, pasar un buen rato viendo ensimismado las imágenes “como en el cine”. Se ubicaba en un lateral de la puerta de entrada o desde la calle, utilizando ese ventanal que permitía divisar a no mucha distancia, detrás del cristal, aquella “pequeña” pantalla situada sobre una plataforma encastrada en la pared. El día preferido era el lunes, pues en el atardecer se emitía un programa resumen con los partidos de fútbol de primera división jugados en el día anterior, con los admirados futbolistas y sus espectaculares goles para la historia. Fue un gran descubrimiento, era como “el cine fuera de los cines”.  

Como a la mayoría de otros niños, a Santi le gustaba sobre manera, pasar largos ratos de distracción leyendo los TEBEOS. Eran años en que el top de las ventas estaba ocupado por las siguientes publicaciones infantiles: “el Capitán Trueno”, “el Jabato”, “Hazañas Bélicas”, “Roberto Alcázar y Pedrín” junto a otros títulos integrados en el género de la “risa”, como “Pulgarcito”, “el DDT”, “el Tiovivo”, “Mortadelo y Filemón”, etc. Por encima de todas estas publicaciones infantiles se encontraba “el TBO” (con la bien reconocida y divertida familia Ulises, del gran Beneján) que daría nombre a toda esa literatura divulgativa de viñetas coloreadas de dibujos  y sencillas historias, para el entretenimiento de miles de lectores (chicos y mayores). Existían puestos de prensa (ubicados generalmente en algunos locales abiertos a la calle) donde te podían “prestar” o alquilar estos tebeos a precios especialmente módicos (5 ó 10 céntimos de peseta) durante 24 horas. El pequeño Santi los llevaba a casa  como una joya y los releía con gran interés y deleite. Ciertamente, gustaba además crear sus propios tebeos, dibujando las viñetas historiadas y “globos de textos” que inventaba en ese su manoseado cuaderno que para todo servía. Utilizaba como material para el dibujo los universales bolígrafos BIC y los afamados lápices de colores de la marca Alpino. 

No lejos de su casa, en el centro antiguo de la ciudad, había una IMPRENTA que trabajaba todo lo relativo a la publicación de tarjetas, folletos, cartelería, impresos, libros y otras ediciones en papel o cartulina que le encargaban los comercios, las oficinas y las personas particulares. Santí disfrutaba al pasar por delante de ese gran taller de papeles, letras y textos, en donde veía cómo los maestros impresores, enfundados en sus grandes batas de color azul, iban eligiendo tipos de letras con las que formaban palabras, ubicadas después en unas planchas acanalada, utilizadas para imprimir, tras ser recorridas por unos rodillos tintados,  decenas de hojas  con esos textos repetidos a voluntad del impresor. El ruido que provocaban las máquinas impresoras le recordaban los sonidos emitidos por las locomotoras de los trenes de vapor, que podían arrastrar numerosos vagones de pasajeros y mercancías. Desde la puerta o desde una ventana lateral observaba, durante muchos minutos del día, la paciente labor de esos impresores colocando en las plantillas metálicas todas esas letras que formaban palabras, líneas y textos, con los que podrían obtenerse hasta miles de copias. Era “milagroso” el trabajo de estos artesanos de los textos perfectamente escritos.

La magna y anticuada sede EL PERIÓDICO LOCAL. Cierto día en uno de sus paseos por la Alameda de los gigantescos ficus, gran arteria de la ciudad orientada de este a oeste, que tenía por nombre “del Generalísimo Franco” y que finalizaba en el cauce (generalmente seco) del río Guadalmedina, “descubrió” al comienzo de una calle adyacente un gran edificio. Parecía muy envejecido pero de estructura señorial, cuya planta baja estaba dedicada a la elaboración y edición de los dos periódicos de la ciudad: el diario “SUR”, “la TARDE”, además de “la Hoja del lunes” (sólo publicada en dicho día de la semana). Por estas fechas, lógicamente era una prensa adicta  al único partido autorizado en España: el Movimiento Nacional. Se quedó un buen rato observando a través de las rejas de los amplios ventanales, abiertos dada la elevada temperatura que provocaban el funcionamiento de unas grandes máquinas que, al igual como la imprenta de su calle, emitía unos sonidos especialmente característicos al de las locomotoras de vapor. Unos operarios, también con monos y batas de trabajo azules, trabajaban sobre un teclado con letras, como el que tenían las también míticas o “prehistóricas” máquinas de escribir de la marca Olivetti. Esa máquinas “grandotas”, que incluso parecían echar humo y un intenso olor metálico en su ruidosa articulación,  a partir de unas barras de plomo de color gris azulado, iban haciendo letras que formaban palabras, las cuales iban cayendo en unos moldes parecidos a los que usaban en la imprenta de la calle donde vivía. Esas planchas, con miles de letras eran aplicadas posteriormente a otras máquinas gigantescas que cuando funcionaban eran ennegrecidas por unos cilindros bien engrasados con una tinta brillante, a fin de imprimir sobre unas gigantescas hojas de papel continuo procedentes de otras gigantescas bobinas o rollos cilíndricos de un papel especial. Aquello que tenía ante sus ojos ¡era pura magia! No había que buscar las letras de molde para formar las palabras, sino que una máquina las elaboraba con gran rapidez y después de ser usadas se volvían a fundir, según le explicaron posteriormente.

Como sus visitas al edificio donde se editaban los periódicos las practicaba muchas tardes de la semana (controlando la hora que Diana, su madre, le tenía fijada para la vuelta a casa) uno de los operarios del periódico se fijó en ese niño que pasaba tantos minutos ensimismado viendo como se elaboraba la prensa diaria. Este joven trabajador, de nombre Adrián, decidió invitar una de esas tardes a Santi para que entrara al taller y así explicarle más detalladamente cómo funcionaban las linotipias ¡vaya nombre! y la gran rotativa (por la mecánica rotación de sus elementos constitutivos) que podía editar miles de ejemplares en muy escasas horas.

“¿Te ha gustado y entendido todo lo que acabo de enseñarte? Como estás viendo, para hacer el diario de cada día es necesario realizar el trabajo en un equipo de muchas personas. Es como un pequeño milagro que se hace realidad cada madrugada, para poder llevarlo a los puestos de periódicos desde el amanecer. Por cierto, ¿por qué no me dices lo que quieres ser de mayor?”

Santi respondió, mirando desde abajo la gran altura de su joven y fornido amigo, que él iba a ser impresor y editor de tebeos y libros, cuando tuviera más años. Igual se animaba a trabajar de periodista. ¡Era como hacer magia con las letras, las palabras, las fotos y los dibujos!

Al despedirse aquella tarde, Adrián le regaló un ejemplar del periódico del día, que sólo tenía impresa su primera página. El resto de las hojas permanecían en blanco, a fin de que Santi pudiera dibujar en ellas todas esas historias y dibujos que tan bien imaginaba. Le indicó que fuera a la rotativa todas las veces que quisiera. Allí habría una banqueta preparada para que un niño que amaba la letra impresa pudiera disfrutar contemplando, en muchas de las tardes, cómo se producía ese gran “milagro” de la edición de periódicos. Esos buenos amigos, con muchas páginas llenas de letras, palabras, textos, fotos e historias, para la información de las noticias, la opinión de los expertos y la muy importante y necesaria comunicación ciudadana. 

Unas semanas más tarde, llegó el 26 de julio. Adrián tenía un regalo especial preparado para ese muy joven admirador de su oficio que con frecuencia visitaba la rotativa para seguir aprendiendo sobre el arte de imprimir. El día anterior había sido la festividad del apóstol Santiago.

“Tengo un hijo que se llama como tú, Santi. Ayer fue vuestro santo. Compré dos regalos idénticos, uno para él y el otro para ti. Es una imprentilla, con letras de caucho y unas pequeñas regletas donde puedes ir colocando y formando palabras y pequeños textos. También tiene un tampón impregnado de tinta azul, para cuando quieras elaborar e imprimir tus propias “ediciones”. Ya tienes, por fin, tu primera imprenta. Sabía lo mucho que te iba a gustar este regalo. Algún día también yo compraré ejemplares del periódico que tú sabrás muy bien editar”.

Los ojos de un crío de 11 años brillaban en ese dulce momento, mostrando  alegría, admiración y agradecimiento. La fructífera e inesperada amistad con Adrián, una persona de noble y generoso corazón, perduraría por décadas.-



José L. Casado Toro (viernes, 11 Mayo 2018)
Antiguo profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

jlcasadot@yahoo.es