viernes, 31 de mayo de 2019

SONIDOS E INQUIETUDES, EN LA INTIMIDAD DE LA MADRUGADA.


El catálogo de muestras contaminantes, que tenemos que sufrir y soportar hoy en día, es bastante heterogéneo y desigualmente lesivo para la salud de nuestro organismo. Esta situación deriva de los signos del tiempo que nos ha correspondido vivir. Por supuesto que cada cual trata de protegerse, como mejor sabe y puede, de todos esos impactos que agreden sin contemplaciones a nuestra epidermis, a los órganos internos del cuerpo y a esa estructura anímica o psicológica que también se ve afectada por una “contaminación” cada vez más aguerrida e insolidaria. Citemos algunos ejemplos de las formas más comunes en que nos afectan y condicionan estas pandemias, provocadas generalmente por los propios humanos.

Hay “suciedad” (con todo lo negativo que puede encerrar este concepto) en el mar, en el aire que respiramos, en el agua que muchas veces bebemos, en los suelos de nuestros pueblos y ciudades, en los asientos y barras de los autobuses, en los aseos públicos, en la grifería que tocamos, en los cuerpos que no lavamos, en los teclados de los ordenadores, en las mascotas que no controlamos o aseamos, en los expositores de dulces y alimentos de los comercios y cafeterías, en los vasos y cubiertos de los restaurantes (que no están bien lavados), en las manos y uñas que manipulan los alimentos, en la ropa que no se limpia con la frecuencia debida … y así una larga muestra de suciedades que obviamente contaminan nuestra existencia. También resulta evidente, como ya se ha indicado, que somos precisamente nosotros, los seres humanos, los principales agentes provocadores de esta perjudicial “dejadez” en la limpieza.

En otra oportunidad se comentará otra curiosa realidad como es el exceso de luz, elemento físico que también puede originar otra peculiar forma de agente molesto o negativo (por su intensidad) para los órganos visuales. Hoy debemos centrarnos, por la temática puntual del relato, en otro elemento contaminador contra el que cada vez más se trata de luchar, aunque con desigual éxito: el ruido. Es tal la necesidad de que nuestra convivencia se vea liberada de sonidos estridentes, que desde diversas instancias se preconiza y defiende la importancia que para el sosiego de nuestra vida posee su elemento opuesto: el silencio, unos de los valores que cada día más va resultando apreciado, necesario, imprescindible, en nuestro contexto exterior y también en lo más íntimo o personal. Una sociedad que sabe generar los silencios, será un colectivo adulto que frena esa letal contaminación acústica que tanto nos estresa, aturde y desalienta.   

Una persona se despierta, presa de la inquietud, durante la madrugada. No es la primera vez que sufre esta situación de intranquilidad nerviosa, pues los hechos que soporta se han venido repitiendo, de una forma aleatoria, en las dos últimas semanas mientras se esforzaba en descansar por la noche. Se trata de unos ruidos, de origen inconcreto, que le hacen despertarse súbitamente y le impiden volver a conciliar el sueño. En ocasiones cree reconocer en los mismos como una forma de fuertes crujidos. En otros momentos parece como si estuvieran arrastrando (cree escuchar unas pisadas) algo pesado sobre el suelo. La acústica de esos sonidos, en el silencio mágico y cívico de la noche, es a veces aguda, aunque también aparecen tonos más graves. Y ese despertar súbitamente intranquilo aparece en cualquier día de la semana, aunque preferentemente se intensifica entre el viernes y el domingo.

Este “doliente” vecino, que habita un veterano y céntrico bloque de viviendas, se llama UTELIO Castellar Sinaí. Tiene alquilado, desde que contrajo matrimonio hace 18 años, una vivienda en la planta 7º del inmueble. Esta planta es la más elevada del bloque, por lo que encima de su inmueble no hay otra construcción. Esos sonidos, que parece vienen del techo, consecuentemente no pueden estar generados por algún descuidado convecino que los provoque desde una vivienda superior. Por encima de su inmueble solo existe una gran terraza practicable, que es utilizada por algunas vecinas para subir durante la mañana o en la tarde a fin de tender la ropa que previamente han limpiado en la lavadora. 

Utelio, que regenta un pequeño puesto de especias, frutos secos y encurtidos en el mercado municipal de la ciudad, es en la actualidad el único habitante de ese piso en la planta séptima. Sinforosa, su ex mujer, hace ya año y medio que se unió a un minorista de pescado que tenía un puesto en el mismo mercado y con el que mantenía relaciones secretas desde hacía tiempo. Tras descubrirse los hechos la pareja, que estaba ardorosamente enamorada, abandonó la ciudad (una vez efectuado el traspaso inmediato de la plaza comercial en el mercado de pescadería). Desde entonces residen en la localidad gallega de Vigo, lugar de nacimiento de Onofre, el apuesto tratante de mariscos. El marido traicionado, persona muy primaria en su carácter y reacciones, trató de compensar su humillante frustración entregándose a esa afición que le acompaña desde su juventud: la embriagadora toma de vinos y licores.

Ahora, con 52 años de vida, el frustrado comerciante, sin miembros descendientes en su infértil matrimonio, emplea el tiempo matinal a las tarea comerciales en el mercado (se esfuerza en disimular, aunque sabe que es conocido como “el cornudo” por sus compañeros de trabajo).  Al medio día, tras finalizar su jornada,  suele almorzar en la cantina de la organización portuaria, por la necesidad y costumbre de tomar un plato caliente. Durante las tardes rellena su tiempo (sin perdonar ese casi par de horas de siesta diaria) en pasar buenos ratos de conversación en el quitapenas “La Alegría”, junto a su fiel amigo Palmiro Tresveces, quien se gana la vida como mozo carguero en el almacén central de abastos. Cuando se despide de su amigo (normalmente presa de un agradable aturdimiento etílico, que sabe controlar con perfección) vuelve a su piso, donde consume el buen bocadillo que casi a diario le prepara su vecino Nicasio, tendero propietario de un colmado muy bien surtido y con el que pasa también algunos buenos ratos comentando insulsos o banales temas de charla (deportes, el tiempo, anécdotas del mercado etc). Antes de irse a la cama (no más tarde de las doce, pues ha de abrir el puesto a las 8 de la mañana) se sienta durante un buen rato delante del televisor, mientras dormita el visionado de esos programas, no menos embriagadores. emitidos por las vociferantes y planas cadenas mediáticas generalistas.

Algunas tardes aburridas y, de manera especial durante los fines de semana, suele acudir a una peña social de amigos, llamada “La Cantimplora”, donde se entretiene jugando al dominó, al parchís y a las cartas, tomando su reconfortante café y donde también ojea la prensa deportiva del día. Aunque no con mucha frecuencia, presta su incorporación a los domingueros paseos excursionistas que organiza la peña, recorridos de bajo nivel senderista por algunas localidades cercanas, pues el objetivo más apetecible de esas caminatas lo encuentran (además del ejercicio físico) en la comida compartida que suelen celebran en algún chiringuito playero o en alguna cortijada rural. Allí disfrutan consumiendo la típica paella, las raciones de “pescaito” o esos buenos “platos de los montes”, todo ello bien regado con el imprescindible y embriagador néctar divino,  ya sea tinto, blanco o rosado, bebida que hidrata la sequía orgánica y sosiega los necesitados sentimientos  del ánimo.  

Esta anónima y rutinaria agenda, en un humilde y modesto miembro de la ciudadanía urbana, está siendo inoportunamente alterada por esos inconcretos e inquietantes sonidos nocturnos que desestabilizan el necesario descanso de Utelio. Inoportuna acústica que le impide dormir y le mantiene durante la mañana siguiente en un estado de incómoda somnolencia detrás de su mostrador, bien surtido de sustancias aromáticas y muy gratas para sazonar. Este buen comerciante ha ideado la solución de ponerse unos tapones de cera en los oídos pero, tras un par de noches de prueba, ha desistido pues le embarga el temor de que los acústicos sónicos puedan ser producidos por algún fantasma o espíritu diabólico, verdaderamente travieso, de aquellos que ya no están junto a nosotros (en su bloque recientemente se han producido varios fallecimientos de convecinos, todos ellos de avanzada edad). Prefiere estar bien despierto para enfrentarse, en caso necesario, a tan malignas realidades fantasmagóricas.

Esas noches de duermevela forzada están afectando severamente la modesta y tranquila vida de Utelio. Cuando madruga cada mañana, para estar al frente de su negocio en el mercado, se siente cansado, aturdido, a consecuencia de no haber dormido lo suficiente, desequilibrio orgánico que está agriando su carácter. El propio Palmiro, cuando se reúnen un rato en el quitapenas, se lo dice una y otra vez. 

“Ute, tienes que ir al galeno para que te vea y te recete algo, a fin de que puedas pasar mejor las noches. Estás envuelto en una obsesión que te hace ver fantasmas, cuando lo más probable es que sólo existan en tu imaginación. Si se lo dices al médico del seguro, te va a recetar algún potingue y va a pasar rápido al enfermo siguiente. Te tienes que “rascar” el bolsillo e ir a un buen profesional que esté todo el tiempo necesario atendiendo a tu cabeza desordenada, para intentar ponerla bien. Mi Carmelilla limpia cada día en la consulta de un médico de esos que arreglan las mentes. Es un chico joven, que ha estado preparándose varios años fuera de aquí, en el extranjero. Tiene que estar muy bien preparado, pues la Carmela me dice que tiene la consulta llena. Ella le puede hablar, para que te haga un hueco”.

Al fin las sensatas palabras del buen Palmiro, entre copa y copa de blanco, surtieron el efecto necesario en la “dura mollera” del especiero. Ocho días más tarde, ya se encontraba Utelio sentado en la sala de espera de una moderna consulta, esperando la llamada correspondiente para ser atendido por el joven y prestigioso facultativo Dr. don Efrén Verdeagua. En unos veintipocos minutos de consulta, el psiquiatra le estuvo explicando su punto de vista profesional: posiblemente esos ruidos nocturnos pudieran ser a consecuencia del algún roedor o animal vagabundo que anduviera perdido por los tejados y terrazas. Las contracciones térmicas en los edificios también suelen  provocar crujidos por las noches, sin descartar los reasentamientos de los pilares y anclajes de los bloques de viviendas, en ocasiones originados por los mantos freáticos subterráneos y las descompresiones de las propias tuberías del agua y los sanitarios de las aguas residuales …

“De todas formas, Utelio, afirmo que tienes que estabilizar tu mente y esa imaginación que se ve alterada y desasosegada por el ávido consumo de ese vino al que eres un tanto dependiente. Se está desarrollando una experimental e innovadora técnica para controlar mejor los ciclos del sueño, basada en unos sencillos ejercicios respiratorios de inspiración y expulsión del aire que brevemente te voy a explicar, aunque después la enfermera te facilitará un folleto donde se detalla lo que ha de hacerse antes de irse a la cama y una vez que ya están tendido sobre el lecho. Conciliarás mejor el sueño, especialmente cuando comiences a tomar unos comprimidos, también en sumo innovadores, basados en una sustancia de origen oriental extraída de la pulpa del cocotero macerada en orines y guano de aves salvajes.”

Cuando Utelio fue a recibir las hojas explicativas del “eficaz” tratamiento, la amable enfermera de ojos color esmeralda le confió en voz baja “… por deferencia del Dr. Efrén y la fiel amistad con Carmela, le vamos a cobrar por esta primera consulta sólo ciento cincuenta euros. Y no olvide realizar los ejercicios respiratorios: tres series antes de ponerse a dormir y una serie cada vez que interrumpa los ciclos del sueño”. Antes de volver a su domicilio, un tanto sofocado por la “muy módica” minuta que había tenido que abonar, pasó por La Alegría, para llevarse a casa un cuartillo de clarete, muy agradable mercancía que nunca le defraudaba. Se repetía a sí mismo “entre respiro y respiro, me zampo un lingote de clarete, que eso bien ayudará. Sobre todo después de haberme tragado uno de estos pestosos comprimidos oscuros que, ya dentro del envase, huelen a “madreviejas” y por los que he tenido que pagar veintiocho euros”.

Esa misma tarde, de cielo azul primaveral, había tenido lugar una importante conversación de trabajo, en un establecimiento inmobiliario ubicado a no muchos metros de la propia clínica del sueño, dirigida por el Dr. Verdeagua. Sentados en torno a una bien poblada mesa cubierta de carpetas y dosieres, dialogan Félix Andián y Leo  Bágima. Este último es el propietario del piso que tiene alquilado Utelio desde que contrajo matrimonio hace 18 años, mientras el primero es el director de acción exterior en la inmobiliaria.

“En estos casos, Sr. Bágima, los resultados son bastante lentos y hay que actuar con una especial cautela porque, en caso contrario, nos podemos meter en un buen lío. Recordará que hace años, su padre hizo un contrato de alquiler basado básicamente en un apretón de manos, con una botella de vino de por medio. Pero este testarudo comerciante, especiero en el mercado, aunque parece rudo y sin estudios, consultó en una gestoría y allí le prepararon un contrato administrativo por el que Utelio solo se ve obligado a pagar 400 euros de renta, de manera vitalicia. Ya me ha explicado que en varias ocasiones Vd. ha intentado renegociar esa contratación basada en una antigua ley del franquismo, extremadamente beneficiosa para el arrendatario. Lógicamente la respuesta que ha recibido del tozudo y egoísta comerciante es que él no cambia o paga un céntimo más que lo estipulado “vitaliciamente” en el contrato. Precisamente ahora, Sr. Bágima, se encuentra con una oferta de un inglés, Mr. Valley, un curioso escritor hispanista que anhela vivir en esa vivienda, por la magnífica vista que posee a la parte antigua de la ciudad y por la que está dispuesto a pagar hasta casi cuatro veces esa renta mensual. Analizando la situación, bastante enquistada y pensando siempre en el interés de nuestro cliente, como entidad gestora estamos llevando a cabo un hábil “proceso disuasorio” o “intimidatorio”, a fin de que un vecino “cabezón” se aburra o asuste y se avenga a firmar un abandono de la misma, mediante alguna módica compensación. Por supuesto se le ha ofrecido a cambio algún interesante alquiler, a un precio muy razonable, pero que una y otra vez nos ha dado el no por respuesta.

Y aquí interviene Clara Pitán, señora que se dedica a la limpieza de los edificios que administramos. Esta señora, que lógicamente posee las llaves del inmueble por el oficio que desempeña “se ha prestado” a provocar unos ruidos en determinadas madrugadas, sobre la vivienda de Utelio. Se le abona un pequeño incremento en su sueldo mensual por “este servicio” que tampoco es muy complicado para ella, pues vive cerca del inmueble. Pensamos que es una “estrategia” que a medio plazo puede dar buen resultado para que el Sr. Utelio se avenga a cambiar de residencia, aceptando ese otro alquiler, que le estamos ofreciendo y que le liberará de estos molestos ruidos que padece durante algunas noches”.

En ese momento, el propietario de la vivienda. Leo Bágima, interrumpió a su interlocutor. Se le veía especialmente molesto y abrumado con lo que acababa de escuchar.

“Mire Félix. Efectivamente le encargué que hiciese un proceso negociador con Utelio para que se aviniera a cambiar de alquiler. Pero en modo alguno me imaginaba que Vd. habría aplicado tales acciones para conseguir esa renuncia, medidas que no me parecen correctas, sino (y perdone la expresión) incluso delictivas. Son las viajas técnicas que popularmente (en este ámbito inmobiliario) se les suele llamar como “los asusta viejas”. No dudo que lo estén haciendo con la mejor voluntad para favorecerme, pero ni mi conciencia, ni mi temor por las consecuencias de  la justicia, me permite aceptarlas. Detenga esta dinámica de los ruidos por las noches. Voy a hacer nuevos intentos con esta persona tan testaruda, pero aplicando la paciencia, el diálogo y la mejor convicción. Una gota de agua puede hacer una hendidura en una piedra. A eso voy a ir. Lo otro, por muy persuasivo, no me  parece en modo alguno correcto o conveniente”.
 
Ha transcurrido dos meses y medio desde estos hechos tan peculiares. Leo y Utelio se han entrevistado ya en cuatro ocasiones. Al final, los argumentos racionales y “generosos” que el ávido pero honesto propietario le ha ido ofreciendo han resultado interesantes para resolver el conflicto. A ello ha ayudado un reciente cambio en la ley de arrendamiento de inmuebles urbanos, por lo que los antiguos alquileres han de someterse a una actualización que, en muchos de los casos, resulta inasumible para los “vitalicios” arrendatarios.

Utelio en la actualidad tiene una nueva residencia, un apartamento rehabilitado por la Oficina Municipal de la Vivienda,  en régimen de alquiler. Está situado en una zona durante años degradada, pero hoy renovada, ubicada en el corazón más antiguo y señero de la ciudad. Por este apartamento sólo abona 350 euros mensuales, con derecho preferente a su adquisición a partir del tercer año de alquiler. Su antigua vivienda, debidamente rehabilitada y amueblada, la está habitando ese acomodado y  jubilado escritor británico que tanto la anhelaba, por la que abona 1050 euros mensuales. Utelio duerme intensamente tranquilo por las noches, sin soportar molestos ruidos que puedan angustiarle en ese tiempo silencioso de la madrugada. Curiosamente la señora de la limpieza Clara Pitán ha sido contratada por el ya más tranquilo inquilino para que le organice y limpie su apartamento un par de veces por semana, dejándole también preparadas algunas comidas en el frigorífico. De esta manera el comerciante de especias puede calentarse estos platos precocinados en el microondas, a fin de procurarse el alimento necesario en muchas de las noches.

Este relato ha permitido acercarnos a personajes de la realidad próxima, seres que interpretan sus roles existenciales humanamente teñidos de  grandezas y miserias.-




SONIDOS E INQUIETUDES EN LA INTIMIDAD
DE LA MADRUGADA

José L. Casado Toro  (viernes, 31 MAYO 2019)
Antiguo profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga



viernes, 24 de mayo de 2019

AQUEL JOVEN QUE SÓLO PRETENDÍA ESCUCHAR.

Interpretar correctamente el comportamiento de los demás resulta, en muchos de los casos, una compleja o inabordable tarea. Esta dificultad deriva básicamente de los elementos puestos en juego para conseguir esa comprensión que, por diversos motivos, nos hemos propuesto. Las personas suelen mostrar ante los demás unos elementos explícitos que difícilmente pueden ocultar. Pero existen otros factores y circunstancias que esas mismas personas mantienen celosamente reservados para su lógica y legítima privacidad. Y esa información no es posible controlarla en nuestro proceso mental a fin de entender a las demás personas. A nadie se le oculta que nos sería necesaria, intensamente útil, esa base conceptual, psicológica y sentimental que se nos escapa para nuestro mejor entendimiento. Por este y otros motivos aquí comienzan esos errores interpretativos que pueden tener una mayor o menos importancia o trascendencia. Existe, desde luego, un tercer plano que resolvería de manera fehaciente y exacta el objetivo interpretativo que perseguimos. Pero los elementos de ese tercer plano difícilmente pueden llegar a nuestro intelecto. Y no ya porque nuestro amigo, compañero, familiar, vecino o desconocido nos lo pretenda ocultar. En realidad ni él mismo es plenamente consciente de ese tercer plano, tan determinante y decisivo en sus actos, pero que actúa como una nebulosa, borrosa e “irresponsable” distancia desde la órbita de lo subliminal. En ese tercer plano pueden actuar mecanismos provenientes del modelo educativo, de los valores sociales, de los aciertos y desaciertos políticos, de los grupos de presión, en una larga batería que va desde lo religioso, lo económico, lo ideológico, lo mediático. También habría que contar con ese letal aburrimiento que tan lacerantemente actúa en nuestras espectaculares y avanzadas sociedades.

No, en modo alguno resulta fácil hacer una interpretación correcta de lo que “vemos o percibimos” en las personas  cercanas.  

La escena que da pie a esta historia podemos considerarla sencillamente normal entre las imágenes cotidianas de nuestros pueblos y ciudades. Dos chicas jóvenes están sentadas en uno de los bancos situados en las calles, plazas o jardines que urbanizan su localidad de residencia. Aunque el día primaveral ha estado repleto de luz y templanza térmica, a esa avanzada hora del día (son ya cerca de las 11 de la noche) las calles no están especialmente transitadas, sino todo lo contrario. La ciudadanía en general ya se ha ido retirando a sus domicilios y privacidades. Es viernes, fecha de la semana muy apropiada para salir a la calle y disfrutar lo que queda del día, sin mirar en demasía las manecillas del reloj. Las opciones que se presentan a la ciudadanía son gratamente variadas: por ejemplo ir a cenar con los amigos o tus familiares más próximos; sacar las entradas para el visionado de una película o una obra teatral; tomar unas copas, suculentos helados o esas reconfortantes infusiones en las terrazas al aire libre o también en confortables locales cubiertos; sin descartar, por supuesto, quedarse en casa, con la familia o en una reunión de amigos.

Las dos chicas, estudiantes de 1er curso en la facultad de Ciencias de la Comunicación, tienen por nombre MARIEVA Y DALIANA. Han estado esa tarde visionando una película de nacionalidad francesa, en versión original subtitulada. Posteriormente han compartido una pizza y una ensalada en un restaurante italiano del puerto marítimo y después han dedicado un  rato a caminar sin un rumbo determinado, aprovechando la placidez térmica de la noche. Decidieron finalmente sentarse en uno de los bancos situados en la emblemática y romántica Plaza de la Merced, a esa hora ya un tanto vacía de paseantes, aunque bien poblada de un sublime manto violeta de jacarandas. ¿De qué hablaban? ¿Cuáles eran algunos de esos temas intercambiados en una conversación entre amigas? La verdad es que el contenido de esos diálogos, entrecortados por los silencios sin causa, se encuentra alejado de la especial trascendencia y sí centrado en la banalidad conversacional.

Daliana explicaba a su compañera los problemas que tenía con su reloj de pulsera, que detenía “traviesamente” su marcha en los momentos más inoportunos. También se habló acerca del novio de Pitu, pues ha sido visto “rondado” a la pareja de un amigo común, en actitud muy acaramelados los dos. Y no podía faltar el tema de los complementos y el look, pues Marieva se quejaba acerca de la discusión que había mantenido con su padre, pues la chica quería comprarse unas nuevas Converse All Star, esas que esta temporada vienen con una doble suela, a manera de plataforma, con la que se pueden disimular mejor esos centímetros de estatura que la naturaleza no nos ha sido generosa en su generación o concesión.

De manera absolutamente inesperada, un muchacho joven que apenas llegaría a la treintena y que caminaba lentamente sobre las lozas mojadas por la humedad del rocío nocturno, se les acerca. Mantiene en su rostro una sonrisa jovial, desenfada y aparenta por sus gestos iniciales querer preguntarles algo.

“Perdonadme, chicas. Ante todo, daros las buenas noches. En modo alguno pretendo molestaros. Os comento brevemente mi consulta, en realidad es una petición. Os he visto desde lejos comentando, ambas muy animadas. Confieso que, personalmente, llevo un día bastante “incomunicado”. Quiero decir que, por una serie de circunstancias, apenas he intercambiado palabra alguna y necesitaría hablar o escuchar un poco. Sé que parecerá un poco extraño este planteamiento, lo reconozco.  Que una persona desconocida, se os acerque y que os pida que compartáis algunos minutos de conversación… Sólo necesito la palabra. Por simple o complejo que sea lo que estéis hablando, a buen seguro para vosotras supondrá o encerrará una gran densidad vital. Y eso es muy importante para mí, que llevo callado casi todo el día, como ya os he dicho. Eso es todo, por raro que parezca. Agradezco desde luego que me hayáis permitido explicarme. Mi nombre es Amador. A buen seguro que tenéis bonitos nombres”.

En un principio a las chicas les hizo sorpresa, gracia, y originalidad la espontaneidad y desenfado del joven, que efectivamente se llamaba AMADOR. Marieva y Daliana se miraron sonrientes y sin más dilación le abrieron hueco al joven “incomunicado” en el banco de piedra y respaldo de madera que estaban ocupando. Precisamente el “nuevo amigo” les pidió hablar lo menos posible de él (sólo repitió su nombre y que “se ganaba la vida escribiendo”).

“Cualquier cosa que tengáis a bien comentar, os aseguro que me hará mucho bien. No os importe hablar de cosas o asuntos que os parezcan intrascendentes. Puedo aseguraros que para mí, en estos momentos de mi vida, van a ser beneficiosos, por nimios que parezcan. Siempre me he preguntado cómo es posible que cuando ves a una persona sola o acompañada en algún lugar, por humilde y anónima que parezca, puede atesorar en su vida miles de interesantes y útiles vivencias, de las cuales siempre podemos aprender e integrar en nuestro comportamiento de cada día”.

Queriendo seguir el “juego” propuesto por el insólito nuevo amigo, las dos jóvenes siguieron como si nada novedoso hubiese sucedido, intercambiando anécdotas y episodios variados ante la atenta mirada de Amador que muy mucho se cuidaba de interrumpir o intervenir en la conversación. A este hombre se le veía feliz, ejerciendo esa función de oyente. auditor o espectador. En un momento concreto, fue Marieva quien aportó un tema que incrementaba en algo el interés con respecto a las cuestiones previamente expuestas.

“En la tarde del domingo pasado estuve viendo una pelí por la televisión, de esas que sólo duran 60 minutos. Un telefilm dominguero del que esperas  siempre un buen final paradejarte el mejor sabor de boca con el que comenzar con fuerza la “cuesta semanal desde el lunes”. Pero lo cierto es que el tema no era el acaramelado usual de estas películas cortas, rodadas para la pequeña pantalla. Sino todo lo contrario: un argumento que me hizo pensar mucho porque … de alguna forma me vi reflejada en la persona de uno de los protagonistas. Concretamente en el hijo pequeño de un matrimonio, que apenas superaría los cinco o seis años de edad, quien en el discurrir de sus juegos y divertidas secuencias, percibe los diálogos entrecortados o “secretos”, las miradas y gestos que sus padres realizan, con respecto a temas muy diversos (sexualidad, enfados, proyectos dudosos…). La cinta planteaba el comportamiento de esos padres que piensan que su único crio es ajeno a sus cuitas más o menos complicadas, pero no son conscientes de que el niño lo capta todo perfectamente, disimulando esa integración o sufrimiento e incluso el miedo que le producen esas actitudes subliminares de sus progenitores, dañando lamentablemente la normal evolución de su personalidad. Los padres tal vez no se daban cuenta del penoso ejemplo que estaban dando a su retoño y del daño en el carácter que le estaban infligiendo. La tesis de la peli era esa, que los adultos, tal vez por egoísmo o irresponsabilidad, descuidan su proceder ante un niño de muy pocos años. Sin embargo éste se va dando cuenta de realidades que para él resultan incomprensibles y pueden provocarle temor, inseguridad e incluso actitudes próximas al pánico”.

Por su parte Daliana, entre otras cosas, se quejaba del “enganche” o padecimiento que tenían sus progenitores con la dependencia para el consumo de tabaco. “Yo lo recuerdo desde pequeña. En mi casa siempre se ha fumado y hemos tenido que convivir  (aún lo hacemos) con una atmósfera de humos poco saludable. Primero fue mi padre, en que encendía un cigarrillo con otro. Pero cuando mi madre se animó a esa mala práctica, quedó tan sometida y necesitada que hoy día fuma mucho más que mi propio padre. Al principio de mis años lo veía como una cosa natural, propiciada para los adultos. Pero a medida de que fui creciendo, se me iba haciendo cada vez más insoportable. Aparte de la porquería que tengo que respirar, mi ropa huele mal y varios chicos me lo han tenido que reprochar. Pero ¿qué puedo hacer? Porque cuando se lo digo a mis padres, todo son muy buenas palabras e intenciones en sus respuestas, pero, a las primeras de cambio, ya están de nuevo sintiendo la necesidad y aprovechan cualquier subterfugio para encender un nuevo cigarrillo. Es un problema al que no le veo una fácil solución. Os vais a reír, pero la ventana de mi cuarto casi siempre la tengo abierta. Incluso en el invierno dejo una pequeña apertura para que entre un poco de oxígeno y el supuesto aire limpio desde la calle. Claro, en los meses del frío me tengo que abrigar si no quiero “pillar” un resfriado. No sé si hay alguna ley que impida este “tormento” en tu propia casa, como ocurre con los locales públicos”.

Amador seguía, especialmente atento, los comentarios que se iban intercalando las dos íntimas amigas, en la evolución de los minutos que sin detención avanzaban. Él también trataba de aportar alguna reflexión o punto de vista, aunque desde luego priorizaba el escuchar sobre el exponer. Como el tiempo iba pasando sin que la amenidad de la charla lo hiciera pesaroso, se ofreció a invitar a las dos amigas a tomar alguna infusión o algo más fresco en alguna de las cafeterías y heladería que aún permanecían abiertas a pesar de la hora, a causa de ser viernes. Marieva aludió a que ya se estaba haciendo algo tarde, por lo que su amiga también justificó que ya era hora de irse para la cama, pues en la mañana del sábado tenía una excursión a toda la zona fluvial de la desembocadura del Guadalhorce. Se despidieron amablemente de su nuevo amigo Amador, quien les entregó su correo electrónico por si otro día les apetecían o querían dar una vuelta o plantear cualquier otra necesidad.

Camino de casa, las dos amigas comentaban lo apuesto que parecía el chico y el carácter agradable que mostraba, aunque pronto cayeron en la cuenta que apenas sabían o conocían nada de él. “El pobre estará pasando una mala racha, y simplemente necesita algo de compañía. Lo que sí me ha llamado la atención ha sido lo concentrado y atento que parecía a poco que nosotros comentábamos alguna cosa por nimia que pareciera. Un día lo voy a llamar para invitarlo a que salga al campo con mi pandilla senderista.  Le vendrá muy bien, a ver si recupera su alegría ante la vida.
Sábado por la tarde, en un pequeño estudio ubicado en el ático de un veterano bloque de viviendas en la zona de Gibralfaro-Camino Nuevo. En la mesa de trabajo, un sin fin de carpetas, una lata de Cerveza Guinnes reconvertida en soporte de lapiceros y  bolígrafos, una taza de cerámica con restos de té, que aguarda pacientemente su turno para la limpieza y un gran póster en el que aparecen los meses (“sembrados” con alguna originalidad) en que se divide la anualidad. Como elemento central del abigarrado espacio no falta el ordenador portátil que, una vez más, su dueño no ha reparado en apagarlo la noche anterior, cuando ya de madrugada volvió a su domicilio. Aquí vive Amador, periodista en ejercicio, colaborador autónomo en diversos medios de comunicación.

Esa tarde lleva escrito de su nuevo artículo tan sólo un posible primer título: CHICAS UNIVERSITARIAS DIALOGAN, BAJO LA TEMPLADA HUMEDAD DE LA NOCHE. Se trata de un relato de base sociológica, que forma parte de una serie semanal en la que se plantea la reacciones de distintos tipos de personas, ante la llegada de un desconocido que expone de forma educada su necesidad de escuchar, aprender y en lo posible tal vez hablar. Ese desconocido siempre justificará su atrevimiento dialogante a fin de sanear sus graves problemas de comunicación, en una sociedad cada vez más selvática y “falsamente” comunicada, en donde reina el culto profundo y devoto hacia la egolatría y el personalismo más intenso. Obviamente Amador cambiará los nombres de las dos amigas que conoció durante la que fue una simpática, grata y peculiar pasada noche. El bagaje de material obtenido, durante la hora y tres cuartos en que estuvo reunido con Marieva y Daliana, ha resultado en su opinión bastante útil para componer un artículo o material atractivo y relevante. Precisamente el artículo que mañana domingo saldrá publicado con su firma en el diario local lleva por título: MENDIGOS HAMBRIENTOS Y SOMNOLIENTOS, EN LA SILENCIOSA SOLEDAD DE LA NOCHE. -


 AQUEL JOVEN QUE SÓLO PRETENDÍA ESCUCHAR


José L. Casado Toro  (viernes, 24 MAYO 2019)
Antiguo profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga