viernes, 26 de abril de 2013

EL TRAGICÓMICO "DIA DE LA VERDAD".


Dos amigos de muchos años, ya retirados (algunos matizarían, “liberados”) de la vorágine que ha presidido sus respectivas vidas profesionales, suelen reunirse un par de tardes a la semana, a fin de cubrir esas dos o tres horas que contemplan el plácido atardecer. Fran y Gabi se conocen desde los años lejanos en la Primaria colegial. Ha habido entre ellos momentos de mayor o menor acercamiento en su relación, aunque siempre se han esforzado en mantener ese contacto que, los menos exigentes, suelen denominar amistad. Fran ha trabajado, fundamentalmente, con niños. También, como es lógico, con sus padres y madres. Su actividad como médico pediatra la ha ejercido en el ámbito público, aunque ha dedicado también cuatro tardes a la semana, durante lustros, a fin de atender esa afamada consulta de la Plaza de la Merced, apreciada entre tantas generaciones de familias malagueñas. Su antiguo compañero de banca en el cole, Gabi, continuó la senda paterna atendiendo el antiguo negocio familiar de una ferretería, ubicada muy cerca del Guadalmedina, junto a una de las antiguas puertas medievales de la ciudad. Al llegar el momento de su jubilación, hace ya cuatro años, ninguno de sus dos hijos estaban por la labor de continuar esa labor comercial, por lo que cerró el negocio y alquiló el espacioso local a una conocida cadena de comida a la turca.

Esta tarde, como en tantas otras de cualquier estación meteorológica, la conversación fluye lentamente entre ellos, sentados cómodamente ante sendas tazas de un café bien caliente. También en la mesa (ambos son golosos del azúcar) aparecen unos hojaldres, especialidad de esa concurrida cafetería, situada en los aledaños de la estación ferroviaria. Llevan ya un rato con pocas palabras, pues distraen sus miradas en el trajinar de una tarde algo fría y con amenaza de lluvia. Hay mucha clientela en esta hora de las meriendas,  viéndose a personas de todas las edades. Algunos incluso llevan consigo sus maletas y trolleys, para ese ir y venir en el trajinar de los viajes.

“¿Te has fijado, compa, la cantidad de fiestas, celebraciones, conmemoraciones, aniversarios, ceremonias, homenajes y dedicaciones mil….. que tenemos a lo largo del año? Cada vez son menos las fechas en que los almanaques, el Internet, la prensa o la tele, no nos recuerden que hoy es el día de fulano o mengano o de tal o cual evento. Prácticamente, hay un número del calendario dedicado para cada cosa, Sea más o menos importante o sólo conocida en el círculo propio de tu propia familia. Pues, fíjate, a pesar de toda esta “ensaladilla” de recuerdos y festividades, hay una a la que todavía no se le ha dedicado un justo homenaje a la importancia que representa. Desde luego, yo creo que la causa de este “olvido” es debida a la falta de costumbre o al poco uso en el ejercicio de la misma. Aunque te parezca mentira, aún no han encontrado acomodo para ella en el listado en el múltiple calendario de lo festivo. ¿Cuál te imagina que es? Venga Gabi, piensa, agudiza el cerebro, que si no se te acorcha y se vuelve un trasto inútil”.

“Ahora te han salido las ganas de hablar….. Y el café, tan cargado, te está poniendo a tono. Pues, la verdad, no sé a lo que te refieres. Me estas diciendo…. sobre algo que se le debería dedicar un día para festejarlo, porque es muy importante. Debe ser una nueva de tus frecuentes ocurrencias, amigo Fran”.

“Todo es bastante fácil. Te lo explico. Ya que en estos tiempos dedicamos muchos días del año para celebrar cosas que son relativa o discutiblemente importantes, ¿por qué no buscar una fecha para celebrar un día de la verdad. En esa fecha, mejor que sea en Primavera o Verano, por aquello del calor y la alegría, todos nos comprometeríamos a decir sólo la verdad de lo que pensamos, durante esas veinticuatro horas. Sería una verdadero homenaje a esa palabra tan bonita, a ese valor tan importante (e infrecuente), como es la verdad. Así, rechazaríamos, al tiempo, tanta mentira, tanta falsedad, tanta hipocresía, como tenemos en nuestras vidas, en el comportamiento cotidiano y en nuestras relaciones, con los familiares, con los amigos y vecinos, con todos aquellos que están vinculados a nuestras vidas….  Por supuesto, que me estoy refiriendo no sólo a la expresión oral, sino también a la palabra escrita ¿Qué te parece mi propuesta?”

Los dos amigos guardaron silencio durante un par de minutos. Ambos aprovecharon este breve tiempo, sin palabras en el aire, para recomponer mentalmente la idea puesta “encima del tapete”. Gabi trataba de entender y acotar los límites y posibilidades de lo que había escuchado. No estaba demasiado  asombrado por la propuesta, pues conocía muchas otras ideas que Fran tenía por costumbre plantear. Medio en broma, medio en serio, el “doctor” solía darle estas sorpresas, costumbre que había tenido que soportar desde los ya lejanos tiempos del compañerismo en las aulas.

“Hombre, la propuesta que me haces es muy bonita, la mar de idealista, pero yo la veo francamente irrealizable. Utópica, como dirían algunos. Me imagino a los políticos y, entre ellos, a todo un Sr. Presidente del Gobierno, diciendo, aunque sólo fuera por un día, la verdad de lo que realmente piensan. Tendrían tal conflicto, entre sus conciencias y sus intereses, que acabarían “enfermos”, en las consultas de los psiquiatras o en sus atestados hospitales. En primer lugar, por una absoluta falta de práctica en la materia. Diciendo la verdad, tendrían que acudir presurosos al espejo a fin de poder reconocerse e identificarse en sus respectivas imágenes, a ver si eran otros los que aplicaban tan noble práctica por sus bocas. Mientras, el pueblo soberano, quedaría absorto, “fliparía” escuchando a esos “actores de la política” en unas manifestaciones que asombrarían precisamente por llevar el contenido de la verdad. Pero, el verdadero segundo problema, se les presentaría, a esos políticos, en el día siguiente al de tan honesta celebración. Por poco que hablaran, en la jornada del homenaje, al siguiente día tendrían que realizar ímprobos esfuerzos para desdecirse de tan extraña práctica de sinceridad. Para ellos, este valor es el gran desconocido en el seno de sus existencias interesadas. No Fran, esto sería la locura. A pesar de todas las carcajadas que tendríamos que tener preparadas al escucharles”.

“Te centras, Gabi, en la clase política para la gran “filípica” que acabas de soltarme. Pero en la sociedad no sólo hay políticos. Y estoy hablando o proponiendo un día de celebración universal. Vamos…. declarado por la O.N.U. ¿Qué me dices de otros colectivos o personalidades?”

“Me reitero en lo ya expuesto. Más o menos, que el mundo se vería al revés, en ese día para la práctica de la verdad. Todos, todos deberían dar ejemplo y participar en la conmemoración. Desde el Papa y todas las jerarquías católicas al resto de las demás religiones, las monarquías, las presidencias de toda naturaleza, los sindicatos, la clase científica, los colectivos profesionales, las unidades familiares….. ¡Qué conflicto, qué hecatombe, provocaría esa endemia universal en el decir lo que cada uno tenemos realmente en nuestras conciencias! Sería tal la revolución provocada que, inevitablemente, tendríamos que reinventar de nuevo el mundo y la propia sociedad que lo sustenta. ¿Y entre los matrimonios…..? ¡Qué locura, santo dios!

“Bueno ¿y por qué no lo intentamos tú y yo? Te propongo que pasado mañana, miércoles, cuando nos reunamos para echar un ratito para la merienda, sólo digamos la verdad de lo que pensamos, durante ese par de horas en que estamos juntos. Puede ser divertido y, además, así tomaremos conciencia de lo que supone olvidarse de la mentira, esa realidad sobre la que está montado el mundo y todas sus estructuras. ¿Te atreves, te animas a esta dificilísima experiencia, aunque sólo sea entre nosotros dos?

Hoy, la ronda tocó pagarla a Fran. Ya, con las tazas vacías y los cuatro hojaldres en el placer del paladar, se despidieron hasta el siguiente encuentro o tertulia. Ambos estaban de acuerdo en intentar, para ese próximo miércoles, el “sacrificado” ejercicio de la verdad. Pero ¿qué tal lo llevarían? Uno y otro pasaron el día intermedio buscando o elaborando esa u otras preguntas que siempre habían tenido en mente, con respecto al que consideraban el mejor de entre todos sus amigos y conocidos. Y por fin llegó, para ellos, ese DÍA DE LA VERDAD, que iba a regar, con generosidad primaveral, luces, aromas y sentimientos, en dos corazones para la sinceridad. ¿Qué fue lo acontecido, en esa tarde dedicada para realizar la tan difícil práctica?

Ambos amigos venían al encuentro con las pilas bien cargadas de interrogantes. Tanto años de relación, desde la infancia, había dejado en ellos no pocas páginas sin cerrar y algunas dudas que reclamaban respuestas, aunque sólo fuera por el ese sentido tan humano de la curiosidad. Tras el ritual saludo de los afectos pidieron, a la joven camarera que esta tarde les servía, los dos cafés bien cargados y las parejitas de hojaldres rellenos con “cabello de ángel”. Apostaron por hacerse una primera pregunta, posiblemente la más conflictiva de la experiencia para después, según evolucionaran los acontecimientos, ir desgranando el listado que cada uno tenía anotado en unas hojitas guardadas en la cartera. Las dos primeras fueron  de tal significado que la tarde quedó inmovilizada bajo el clímax de las sorpresas.

“Vamos, Fran, me puedes asegurar que Carmen y tu nunca habéis tenido algún “asuntillo” afectivo a mis espaldas? No olvides que estamos en el Día de la Verdad……

“Dime, Gabi, aquella vez que me denegaron un préstamo que ya tenía prácticamente concedido, para reformar la consulta y comprar el chalet en la sierra, tuviste algo que ver a través de tu hijo, principal interventor en el banco…..?

Profundo silencio en las palabras que no se pronuncian, frío en las tazas que no se consumen y cuatro pasteles que allí quedan abandonados en el plato. La tarde había sido muy corta, en el tiempo, pero muy larga, para la sinceridad imposible. Cada uno de ellos pagó su parte correspondiente en la cuenta y se retiraron camino de los árboles de la Alameda con un gélido “buenas tardes”. Tardaron unas cuantas semanas en recomponer, de alguna manera, su inesperada maltrecha relación. Pero ya nada sería igual, tras ese miércoles en que dos personas quisieron jugar al críptico “día de la verdad”.- 


José L. Casado Toro (viernes, 26 abril, 2013)
Profesor

viernes, 19 de abril de 2013

EL COMPLICADO SILENCIO DE LAS PALABRAS.


Aquella mañana de lunes, en pleno mes de enero, me había resultado intensamente agotadora. Comenzaba la semana con tres clases seguidas y, tras los minutos necesarios para el recreo, me correspondía una “guardia” en el horario. Fue necesario atender a varios grupos de alumnos a quienes faltaban sus Profesores, probablemente, por causas de enfermedad. Y para bien finalizar, la primera jornada de la semana, tenía anunciada una visita familiar. Bien es verdad que esta entrevista fue solicitada por mí, debido a una cuestión de intervención tutorial que me estaba preocupando desde hacía ya no pocos días. A las 12,45 de un día con cielo limpio, por el anticiclónico frío del invierno, me estaba esperando puntualmente la madre de una alumna, correspondiente a un grupo de 4º de la E.S.O. en el que ejerzo como tutor y profesor. Puedo afirmar que, a lo largo de mi etapa laboral como docente, era frecuente que acudiesen a estas entrevistas más las madres, con respecto a los padres. Desde luego, con un porcentaje presencial muy contrastado a favor de las primeras.  Se suele justificar esta disimetría por razones de índole laboral, aunque siempre he pensado que ésta no es la única causa. Tras un cordial saludo de bienvenida, junto al recoleto jardín que nuclea la entrada del recinto, le invité a pasar a la sala habilitada al efecto para estas visitas y otras entrevistas específicas con los propios escolares.

¿Cuál era la motivación básica, para este necesario y urgente diálogo? No respondía a un problema novedoso, en el ámbito de responsabilidad tutorial. Por el contrario, el asunto a tratar se solía repetir con preocupante frecuencia. En este caso, se trataba de Mika, una vital jovencita, con esa edad maravillosa de los quince, buena estudiante y compañera que, de la noche a la mañana, cae en una situación de bloqueo, retroceso y profunda introversión, a nivel escolar, social y familiar. Su madre, Flora, persona con la que desde el primer momento no me sentí relacionalmente a gusto, me aseguraba que, con mi llamada telefónica, me había adelantado a su petición de diálogo. Confirma, por el comportamiento extraño de su hija en casa, la percepción de que no sólo yo sino también algunos otros Profesores habíamos detectado en nuestra alumna. Cambios intensos de carácter, que perjudicaban el equilibrio académico y familiar de ésta, hasta hace pocas semanas, agradable, afectiva y responsable adolescente. En su opinión, no encontraba razones de peso para la actitud de cerrazón hacia el exterior que como respuesta básica ofrecía su hija. Prácticamente se negaba a comunicar con los demás miembros de la familia. Además de sus padres, Mika tiene un hermano menor, que cursa el primer curso de la E.S.O.

El problema fundamental de estas entrevistas es que el alumno, objeto especial del diálogo, no puede estar presente en el desarrollo de las mismas, pues se encuentra asistiendo en clase a la materia que le corresponde según su horario. En casos específicos, se puede concertar una cita por la tarde, a fin de superar esta importante ausencia de quien precisamente hablan los padres y el tutor. Sin embargo, la presencia de Flora podía coartar, en algún caso, la espontaneidad de su hija. Por ello, tras recabar los datos que consideré necesarios, quedamos en reanudar la conversación iniciada pero una vez que, como tutor, hubiese mantenido el tiempo necesario de diálogo con Mika.

Básicamente, éstas fueron algunas de las preguntas que efectué a mi interlocutora materna. ¿Existe algún problema familiar, actual o consolidado, que pueda explicar ese cambio de carácter en su hija? ¿Sabe Vd. si Mika está saliendo o intimando con algún chico, en estos momentos? ¿Le han efectuado alguna analítica reciente, para comprobar si sus constantes orgánicas están equilibradas?  ¿Su alimentación es razonable, o hay deficiencias por defecto o exceso? ¿Cuántas horas suele descansar por las noches? ¿Atiende bien a su aseo personal y a sus obligaciones en casa? ¿Vd. trabaja sólo en el hogar o también por cuenta ajena? ¿Cómo es la relación que mantiene Mika con su hermano menor? Si entabla una discusión con su marido ¿trata de evitar que sus hijos están presenciando el hecho? ¿Las necesidades económicas familiares son estables (el padre es funcionario del S.A.S. Trabaja como enfermero en el Materno de la localidad) tipo hipoteca, gastos imprevistos…..? Antes de este bloqueo comunicativo ¿era frecuente en su hija la confianza o apertura para el diálogo con Vd. o su esposo? ¿Cómo definiría el tipo de educación familiar que han querido dar a sus hijos hasta ahora? Discúlpeme, por favor, esta pregunta. Está educando a sus hijos como sus padres lo hicieron con Vd o, en su caso, cuáles son los cambios básicos que ha considerado necesarios establecer? ¿Me reitera que, en estos últimos meses, no ha existido alguna modificación puntual en la “atmósfera” relacional cotidiana de la familia?.......... Fueron algunas de las preguntas que me permití plantear a una madre, a la que percibía con signos inequívocos de nerviosismo que, banalmente, trataba de disimular. Sus respuestas fueron mecánicamente correctas y previsibles. A lo largo de las mismas, la educada intranquilidad de mi interlocutora fue creciendo hacia ese blindaje que soporta la privacidad. 
  
Otras muchos interrogantes quedaron en las alforjas de mi interés o preocupación. Pero sonó el timbre que anunciaba el cambio de hora. En definitiva, tuvimos que poner fin a nuestro diálogo, del que tomé las necesarias anotaciones en el expediente personal de la alumna. Nos saludamos cordialmente y la acompañé hasta la puerta de salida. Tras esa densa hora de entrevista tutorial, tuve la convicción o percepción, en base a la experiencia de muchos años de ejercicio, de que esta madre no había sido completamente sincera en sus manifestaciones a mis preguntas, como Profesor-tutor de su hija. 

Aquella fría mañana de enero estaba acompañando, de luz y sol, la febril actividad de una institución donde se trabajan, y socializan, conocimientos, valores y actitudes, que hacen posible la mejor formación de las personas. Pero hay una segunda, e importantísima, parte, en esta solidaria intervención educativa. Los alumnos abandonan el centro a partir de las tres de la tarde. Esas horas restantes del día,  junto a las del fin de semana y vacaciones, corresponden a la responsabilidad familiar y al entorno social-mediático en el que estos jóvenes se hallan inmersos. 

Era consciente de que iba a encontrarme con la negativa de Mika a expresar lo que sentía, a explicar el por qué de su actitud. Esa era la postura que estaba adoptando en casa con sus padres. Por ello, antes de reunirme con ella, quise dialogar con una de sus compañeras, Dely, posiblemente una de sus mejores amigas. Solían sentarse juntas en clase y también las veía hablar en el patio, durante los minutos del recreo. Le expliqué a esta chica, también muy buena persona, que sólo pretendía ayudar a su amiga, rogándole fuese discreta acerca de mi intención. Dely, un tanto intrigada y sin querer ser demasiado explícita, me dio a entender que algo serio le estaba ocurriendo a su compañera. Pero que tampoco a ella había querido concretarle el problema que tanto le estaba afectando. Le rogué (en realidad era innecesario) que hiciese todo lo posible por ayudarla, comunicando con ella de forma personal y mediante el chat o el e-mail. Y que buscasen la oportunidad de estudiar y hacer los ejercicios juntas. Aunque ambas residían en barriadas diferentes (no muy distanciadas) debían aprovechar los fines de semana para salir, ir al cine y disfrutar juntas esos ratos de ocio para el fin de semana. Entendía que en estos ingratos momentos para el bloqueo, que a toda persona nos sobrevienen, una buena amiga es siempre la mejor terapia para no ahondar más el pozo del sufrimiento.

Desafortunadamente, no me equivocaba con la previsible actitud de Mika. Dos días después de dialogar con su madre, le pedí si podíamos hablar un ratito durante la media hora del recreo. Aunque trató de mantener la cordialidad (es una chica muy sana en nobleza) no estaba dispuesta a desvelar esa intimidad que tan celosamente estaba manteniendo. “Profe, sé que quiere ayudarme. Y yo se lo agradezco. Pero la verdad es que estoy en un momento malo. Y debo ser yo quien salga de esto. Pero no quiero hablar de ello. Eso es todo. S que intentarloentos, habr Aunque no tengo ninguna motivacies que estoy en un momento malo. Y debo ser yo quien salga de esto. Pí le prometo que no voy a dejar el estudio. Aunque la motivación está muy bajita, en estos momentos, habrá que intentarlo”. Y en este punto, entornó sus ojos y cerró el fluir de sus palabras.

“Bueno, Mika, quiero entenderte, aunque es muy difícil hacerlo cuando desconozco el fondo del problema que tanto te está afectando. Sospecho que es algo con tus padres. Pero la verdad es que sólo tú y ellos conocéis el fondo de la cuestión. Al menos, has querido confiarme que no hay un amigo, novio o compañero de por medio en esta situación que atraviesas. Y que nadie está intentando hacerte daño, aquí o fuera de aquí. ¿Verdad? Te voy a sugerir un buen recurso, por si te animas a seguirlo. Personalmente, me ha dado un buen resultado, en determinados momentos de mi vida. Es algo ya muy conocido, pero extremadamente útil. Consiste en escribir, cada noche, unas líneas acerca de lo mejor y más negativo del día. Algo parecido a un diario, pero no muy extenso, por el tiempo que conllevaría su realización. Es importante que cada noche, cuando escribas esa reflexión sobre el día, te propongas algo, lógicamente positivo, para el día siguiente. Y no te preocupes si no lo cumples. Lo importante es que lo hayas intentado, al menos en la intencionalidad del pensamiento. Apóyate mucho en Dely, es una buena amiga. No temas enfrentarte con los problemas. Todos queremos sentirte feliz”.

Me dio de nuevo las gracias y se marchó un tanto pensativa y nerviosa. Pasaron los días y creí ver en esta chica un intento de esforzarse en sus obligaciones escolares. Aunque, según me comentaron otros compañeros del equipo educativo (también yo fui consciente de esta realidad) Mika seguía teniendo sus alzar y bajas, no sólo en el rendimiento académico sino también en sus relaciones con los compañeros de grupo. Analizar los cambios que mostraba su semblante era suficientemente ilustrativo para sustentar esta percepción. Quise, a los pocos días, ponerme en contacto de nuevo con su madre, a fin de explicarle un resumen del diálogo que su hija y yo habíamos mantenido, a fin de establecer alguna línea de acción conjunta. Pero con diversas evasivas que, inútilmente trataron de ser convincentes, no se produjo, a medio plazo, una nueva reunión entre nosotros. Así se mantuvo la situación durante las siguientes semanas.

Pasaron hasta un par de meses, cuando en un día de marzo, también al terminar la tercera hora de clase, me dirigía a la sala de Profesores, donde iba a guardar unos exámenes en esa taquilla repleta de apuntes, libros y dispositivas. Junto a la Conserjería, estaba la madre de Mika. Al verme, Flora se acercó y me pidió si podía atenderla. Aunque tenía que hacer tutoría individual con un alumno, le respondí que disponíamos del tiempo correspondiente al recreo. Pero que habría otras oportunidades, en los días sucesivos. Nos sentamos en la sala de visitas y esta mujer se mostró muy directa en lo que tenía que decirme. En primer lugar, agradeció todo mi esfuerzo y apoyo en la atención a su hija. A continuación, se disculpó (sin duda, el momento más embarazoso que pasó, durante los breves minutos en que estuvimos reunidos) por no haber sido sincera, sobre algunas de las preguntas que le efectué en nuestra anterior entrevista. Básicamente, me explicó que su marido hacía unas semanas que había abandonado el domicilio conyugal. Mantenía una relación con un hombre desde meses, antes de que ella sospechara o fuese consciente del hecho. Precisamente, un amigo íntimo de la familia. Que la ruptura, legal, se estaba produciendo, de forma educadamente civilizada. Y que ambos estaban esforzándose en evitar el mayor daño posible para la estabilidad de sus hijos. Me rogó, y agradeció, que hiciera todo lo posible por seguir ayudando a Mika.

“Sra. pensando en su hija le pregunto ¿sería posible mantener una entrevista con el que hasta ahora ha sido su marido?.........”

José L. Casado Toro (viernes, 19 abril, 2013)
Profesor

viernes, 12 de abril de 2013

LUCES Y SOMBRAS, EN LA VIDA DE MARCO.


Se nos aconseja, y nosotros a veces también lo hacemos, que debemos encontrar ese tiempo o espacio íntimo que nos ayude a reflexionar, a pensar con serenidad, acerca de nuestro caminar por las sendas de lo vital. Que no deberíamos estar siempre tan sometidos a las prisas, acomodados con ese estrés del entorno que, banalmente, nos acelera y subyuga. Pero una cosa es la teoría y otra una realidad que nos esclaviza, con las sutiles e invisibles cadenas del minutero. De ahí que el tiempo descontrolado nos atenace y que lo usemos como coartada para evitar dialogar con nuestra conciencia o con un alrededor que nos vincula, donde hay, donde laten y existen personas. Y esto sucede en todos los géneros y modalidades del convivir diario. El ritmo del estrés nos agobia, inestabiliza y deprime.

Son numerosos los ejemplos que evidencian este comportamiento. Nos falta el tiempo, para casi todo. Así es que también, en el campo literario, goza de un éxito cada vez más consolidado, esos escritos cortos, con sólo unas cuantas líneas, que denominamos MICRORRELATOS. Son textos breves, de apenas tres o cuatro líneas escritas, que no suelen superar las 60-70 palabras. A veces, incluso menos. En ellos se trata de plantear alguna historia, sugerida, apenas trazada, inacabada, que se lee en pocos segundos y que exige del lector un generosos aporte de su comprensión y, sobre todo, de su imaginación. Convocatorias, concursos, prensa y radio, publicaciones editoriales, incentivan al ingenio e inteligencia del escritor, en connivencia con la carencia de tiempo en los lectores, a fin de difundir y potenciar esta modalidad de relato súper breve. Aunque merece el respeto y aplauso de sus consumidores, recibe o soporta también las críticas de aquéllos que ven en esta modalidad literaria historias drásticamente inconclusas. “Dormitaba en un banco del parque y, desde aquél otro, me obsequiaron con una pícara sonrisa”. ¡Ya tenemos otro microrrelato! Dieciséis palabras, una cuarta parte de lo que es usual en el género. Se percibe como un tipo conceptual de literatura, aparente o expresamente, incompleta o inacabada.

Algunos amigos, excelentes escritores, me han enviado estos breves escritos en más de una ocasión. Con delicadeza y respeto respondo a sus envíos, aplaudiendo su manifiesta y concisa habilidad para bosquejar una historia en tan escueto espacio escénico. Pero añado que la idea, apenas “trazada” permitiría y agradecería más tiempo de tecleado, pluma o bolígrafo. Incluso suelo añadir algunos caminos que la historia está demandando, cuidándome de respetar el copyright del autor. Supongo que no les debe agradar esta evolución de su historia, pero lo que intento decirles es que “sufro” el brusco silencio de un relato, cuando apenas éste acaba de comenzar. Por supuesto que yo puedo imaginar y desarrollar la evolución del escrito pero, entonces ¿quién es el escritor? ¿Quién es el autor?

No sólo en el terreno literario te queda esta peculiar insatisfacción, ante un relato o historia que está apenas iniciándose. También ocurre algo similar en el ámbito de la cinematografía. En este espléndido arte, toman carta de naturaleza esas películas de pocos minutos en su metraje, donde se exponen trazos básicos (o no tan explícitos) de un argumento. Son los CORTOS, en los que la imagen ayuda o facilita la profundidad temática, además de la modulación acústica, las palabras y, por supuesto, los silencios. Muchos directores, por las características “argumentales” del corto, han desarrollado ese brevísimo metraje en los que estaba la raíz de una historia que crecerá y se explicará más ampliamente, durante la hora y media o más que abarca el marco temporal de un film. Todo aficionado al cine ha gozado con el visionado de alguna “micro películas” espléndidamente elaboradas quedándoles, sin embargo, el regusto amargo de que las historias que contienen no estén narrativamente desarrolladas e interpretadas, cosa lógica para esos pocos minutos en los que el director condensa o sugiere su exposición.

Algo parecido es lo que ocurre con una película que aún permanece en nuestra cartelera. Por supuesto que no es un corto, sino un film de apenas 80 minutos de duración. Sucede que, tras ese metraje, a muchos nos queda el deseo de que la narración escenificada continuase, pues la historia queda cortada, frustrada e incompleta, tanto en los antecedentes, los hechos y, sobre todo, las consecuencias. Nos deja a los espectadores con las ganas de seguir disfrutando de un relajante y agradable argumento de realidades, en la sencillez de lo humano, condicionadas o atenazadas por un evidente y complicado pasado del protagonista.

Nos estamos refiriendo a DÍAS DE PESCA EN PATAGONIA (esta concreción geográfica fue añadida, para la publicidad desarrollada en España), de nacionalidad argentina, estrenada durante el otoño del 2012 en su país de origen y dirigida por CARLOS SORÍN (Buenos Aires, 1944). Es corta la filmografía de este profesional del cine. Destaca, en este estilo de narraciones “cortadas” otra de sus mejores cintas: HISTORIAS MÍNIMAS (2002).  La relajante música que acompaña a Días de Pesca está compuesta por el hijo del director, Nicolás Sorín. Fue premiada en el último festival de cine en San Sebastián, siendo así mismo Premio del Jurado, en el Festival de la Habana. Los malagueños  tienen la oportunidad de visionarla en el municipal Cine Albéniz, a muy escasos metros del rico entorno monumental en la Málaga más antigua.  


 SÍNTESIS ARGUMENTAL

MARCO Tucci (Alejandro Awada, Buenos Aires 1961), un viajante de comercio, actualmente de baja por enfermedad, a sus cincuenta y dos años de vida viaja a Puerto Deseado, al sur de la árida Patagonia. Junto al mar y la pesca, trata de recuperar su salud y estado anímico, tras una cura de desintoxicación del alcohol. Le han recomendado que se entregue a un hobby o afición, a fin de que su tiempo posea incentivos lúdicos y ambientales que le permitan ir superando esa desafortunada adicción, a fin de recuperar su mejor equilibrio personal. Además de intentar practicar la pesca del tiburón, abierta por estas fechas del estío, se afana en localizar a su única hija, ANA (Victoria Almeyda, La Plata 1984) casada con JOSÉ (Diego Caballero) con el que tiene un niño pequeño, y que ejerce de maestra. El esfuerzo de Marco por hablar con su hija Ana, a la que no ve desde hace años, da sus frutos en un frío reencuentro, después de haber estado conduciendo durante muchos kilómetros. Este profesional de la carretera vive separado de su mujer, a la que se intuye ha propinado malos tratos, actitud desequilibrada que su hija difícilmente puede perdonar. Marco se esfuerza por recuperar el diálogo y la amistad con Ana pero ésta le reprocha con dureza comportamientos pasados. Mientras tanto, cubre su tiempo haciendo footing por la playa, practicando el arte de la pesca y abriéndose a la amistad de OSCAR (Óscar Ayala) un ex boxeador que ahora actúa de mánager con jóvenes pupilos (en este momento, una bella pupila). Marco se ve obligado a acudir al hospital, ya que sufre una alteración cardiaca, que es superada. El acercamiento afectivo con Ana, esperanzado en un principio, tras la hospitalidad que ella le ofrece en su primer reencuentro desde hace años, se derrumba en la incomprensión. No se hace explícita una mejoría relacional en un desarrollo fílmico que finaliza, cuando el espectador anhelaría conocer mucho más de estos personajes que viven y sufren con sus realidades y recuerdos.

ASPECTOS INTERESANTES A COMENTAR

Nos encontramos ante una película muy adecuada para el análisis de caracteres y actitudes. Marco, un hombre de mirada angelical, sosegado, educado, afectivo y humilde, parece ser que ha tenido un pasado inestable y poco elogioso, lo que ha condicionado la soledad en la que se ve ahora sumido cuando vive su medio siglo de vida. Demuestra, en más de una ocasión, tener una gran fuerza de voluntad por no recaer en la debilidad del alcohol. Resulta especialmente interesante la cena que le ofrece su hija, junto a su yerno y nieto. En ella hay una atmósfera de diálogos vacíos, miradas ansiosas, gestos acomodados y esfuerzos baldíos por superar un pasado desafortunado y triste. Las canciones que entona Marco, las palabras amables dedicadas al pequeño, la simpleza de los diálogos, entrecortados por los recuerdos, con Ana, permiten que el clímax dramático o escénico alcance un alto nivel. Pero la soledad del protagonista es patética, especialmente ante los duros reproches que su propia hija le depara, acusándole de haber destruido la vida familiar en su adolescencia. Los demás personajes que se relacionan con la vida de Marco son actores no profesionales, los cuales aportan una naturalidad y proximidad encomiable para el espectador. Pero hay un elemento que subyace en los setenta y tantos minutos de metraje. La economía de medios, de palabras y de explicaciones. La carga de humanidad que destila la trama reconforta y estimula para la reflexión, aunque el interesado espectador se sigue preguntando acerca del por qué tuvo que finalizar la producción de la historia, en el momento en que se produce. La película está estructural y conceptualmente inacabada. La naturalidad interpretativa de los actores, escasamente conocidos fuera de su Argentina natal, se te hace cercana y atractiva. Marco podría ser ese vecino con el que convives en el bloque, desde hace no pocos años. Y ahora sabes un poco más de él. Aunque sin mayores alardes, esta película merece ser visionada por esa plástica de sencillez, verosimilitud y humanidad que destila, desde sus primeros “compases”.

ASÍ PUDO SER,
LA CONTINUACIÓN DE ESTA HISTORIA

Al igual que sucede en muchos microrrelatos, o en los cortos cinematográficos, el espectador o lector fílmico se siente tentado a imaginarse, a crear y prolongar, su propia historia, en traviesa connivencia con la imaginación y con  la racionalidad de los datos que el autor ha puesto en sus manos. ¿Por qué no prolongamos, un poco más, la densidad del relato?
Se aproxima la fecha de caducidad de la baja médica que se le ha establecido a Marco, en orden a su recuperación. Ejercicio diario, distracción con la pesca, algo también de lectura y, especialmente, mucha tranquilidad. Todo ello, con esa ayuda para el sosiego que facilita el contacto con la naturaleza. La fuerza de voluntad, ante la tentación por volver a beber, ha sido continua y ejemplar. La inminencia de tener que abandonar este lugar de vacaciones, para su salud física y espiritual, le mueve a hacer un nuevo intento de recuperar el diálogo con Ana. Una tarde, cuando ésta abandona el centro escolar donde trabaja, se encuentra con que su padre la está esperando junto a la puerta de salida. Marco le ruega sólo unos minutos, ya que quiere explicarle algo de su turbio pasado con el alcohol, las muchas horas en que tuvo que estar fuera de su hogar, viajando como transportista por media Argentina y una importante confidencia que sólo su ex mujer y él son partícipes de su conocimiento. Los breves minutos para compartir un café se extienden con generosidad entre dos personas que necesitan dialogar pero, sobre todo, explicar sus razones a fin de conseguir comprensión y proximidad. Por vez primera, entre un padre y su hija, se expresa el sentimiento de perdón, en las palabras de Marco.

“Sí, no supe estar a la altura de mi responsabilidad como padre y esposo. Tanto tiempo alejado de casa, a veces varias semanas viajando, me impidió ver como otra persona ocupaba mi puesto en la compañía y el cariño que la soledad de tu madre necesitaba. Me sentí sustituido… y todo por mi culpa. Por eso me refugié en la bebida, en la ruptura y el abandono, incluso conmigo mismo. Reconozco que no supe estar a la altura de las circunstancias. Todos sufrimos pero, de forma especial, tú, mi niña, en unos años de adolescencia tan importantes para una joven que se abre a la vida. Ahora también convivo con mi soledad pero…. es lo que me he buscado. Sólo deseo un poco de tu comprensión y, si algún día puedes, la generosidad de tu perdón”.

Ana, visiblemente emocionada, se despide con un beso de su padre. Lleva, junto a ella, ese perrito o peluche que canta moviendo las orejas, regalo de un padre para con su nieto. En el plano final de la película vemos a Marco conduciendo, camino der Buenos Aires, por un árido paisaje en el que ha desaparecido la frescura y el ensueño esperanzado del mar. En la radio del coche suena una cinta que canta “la bella figlia del amore”, melodía que bien conoce el conductor de un vehículo que vuelve para convivir con la realidad de su soledad y el recuerdo de sus errores. Pero se repite, una y otra vez, esa última frase, en palabras de Ana. “Papá, cuando lo necesites, cuando quieras estar con tu familia, mi casa tendrá siempre abiertas sus puertas para ti”.


José L. Casado Toro (viernes, 12 abril, 2013)
Profesor