viernes, 29 de noviembre de 2019

ESA FORMA DE SER, QUE PERJUDICA LA SALUDABLE ARMONÍA

Resulta perfectamente comprensible que nos sintamos más o menos bien o incómodos cuando estamos junto a unas u otras personas. Al igual que también ocurre con los espacios, los tiempos y las situaciones. En muchas casos no sabemos exactamente el por qué suceden esos contrastes de “felicidad” o de incomodidad anímica. Sin embargo, a poco que nos detengamos a reflexionar, descubrimos “pistas” fehacientes o clarificadoras que nos explican esos sentimientos cambiantes, con respecto a la persona, el lugar físico o el “climax” ambiental en el que nos hallamos inmersos. En realidad, las razones o influencias de estas variadas percepciones son fácilmente comprensibles. Su explicación  proviene desde las propias personas o espacios que nos rodean o desde nuestra propia disponibilidad psicológica en un determinado momento. 

Desde sus pocos años infantiles Lidia Nebrasca Cordobán había sido una niña de difícil carácter, complicada forma de ser que se fue agudizando en la adolescencia y en los años inmediatos de la edad adulta. Era persona que potenciaba en exceso su autoestima, mostrado en el trato un exceso de egocentrismo y sumamente polémica en sus posicionamientos y discusiones, actitudes todas ellas de las que parecía disfrutar con una aviesa “maldad”. Por decirlo de una forma simplificada y coloquial, gustaba de llevar la contraria a la mayoría de las personas con las que se relacionaba, ya fuesen éstos sus profesores, familiares, amigos, compañeros, vecinos o conocidos. Era tozuda en la permanencia de querer llevar siempre la razón, ante cualquier cuestión en la que interviniera, por más discutibles que fuercen sus planteamientos: fuera en temas políticos, religiosos, económicos, culturales, en el mundo de la moda o  el trato familiar. Y así un largo etc. de temáticas abiertas a su “intolerante” o excluyente visión interpretativa.

Cuando finalizó sus estudios de la educación secundaria, no tuvo dudas en firmar su matriculación en un centro universitario muy apropiado para su peculiar forma de ser: la facultad de Derecho. En ese ambiente vitalista y multicolor de la Universidad, conoció al compañero que se convertiría en su pareja. Atilio Rada Alegre cursaba el grado de arquitectura y tenía un carácter bastante diferente al de Lidia, pero en los destinos del amor no existen leyes exactas para regular nuestros actos. El primer encuentro entre ambos jóvenes ocurrió en una fiesta final de curso, a la que asistieron estudiantes de todas las facultades universitarias. Fue una desenfada oportunidad en la que la ingesta de etílico fue notable en muchos de esos jóvenes que deseaban celebrar bien “su noche”, tras semanas y meses de estudio, esfuerzo, tensión y concentración. Lo cierto es que la paciencia de este joven “soportó” con increíble receptividad y simpatía la testarudez siempre protagonista en Lidia, por lo que desde aquella noche festiva se sucedieron los intercambios de mensajes, las llamadas telefónicas y las citas, convirtiéndose dichos vínculos en una singular pareja afectiva. La relación entre estos enamorados continuó durante algún tiempo, debido sin duda a la paciencia de carácter de un joven que pensaba que, al paso del tiempo y con la madurez subsiguiente, la “quisquillosa” forma de ser de quien era su pareja cambiaría hacia la moderación y la cesión racional para la buena armonía.

¿Cuáles eran esas desafortunadas oportunidades que generaban las sucesivas discordias?  Las propias entre dos jóvenes veintiañeros: yo no quiero ir a la playa sino al campo; esas película no, mejor esta otra; nada de restaurante chino, hoy prefiero cenar en una pizzería; hacemos el viaje en tren porque no soporto el avión; este año vamos de vacaciones a Grecia, pues a Portugal ya iremos alguna otra vez; si a ti te gusta el pelo corto, a mi me va mejor la melena hasta la media espalda; Por más que te esfuerces, no me vas a convencer. En la vida se me ocurriría votar a semejante partido político; no me gusta la camiseta que te has puesto. Debías haber venido con un look más elegante; ya veo que te gustan los colores “fríos”, yo prefiero los “cálidos”; no tienes ni idea acerca de la interpretación que haces de la película. Si quieres te explico la intención concreta del director. Y así podrían seguir añadiéndose otras muchas situaciones, más o menos trascendentes, oportunidades aprovechadas por tan singular carácter para ser el centro discrepante de la discusión. Desde luego resultaba admirable la paciencia del futuro arquitecto, para sobrellevar las enconadas posturas de su querida novia. Parecía que estas diferencias le hacían gracia o complementaba su amplia tranquilidad y sosegada manera de ser.

Cuando finalizaron sus estudios de licenciatura, Lidia se propuso preparar oposiciones a notaría. Pero la voluntad para el sacrificio no era la cualidad que mejor prevalecía en esta joven, por lo que pronto desistió de continuar por este objetivo laboral, donde el esfuerzo, la inteligencia y la memoria representan valores innegociables. Tuvo desde luego suerte al ser contratada para el departamento de Acción Social del Ayuntamiento de su ciudad, donde más pronto que tarde fue reconocida por su especial y difícil carácter. Llegó un momento en que hasta el propio Atilio, cansando ya de aguantar tan incómodos desencuentros, tomó la decisión de buscar el afecto y la tranquilidad en otra compañera menos complicada en su forma de ser, tras casi dos años de noviazgo. Una muy agradable diseñadora de interiores, Claudia, que conmocionó por su simpatía y capacidad a los asistentes de un congreso de arquitectura, fue la elegida para ese cambio de pareja que el joven venía barruntando desde hacía meses. 
 
Los compañeros de trabajo, en la Concejalía de Igualdad, fueron “marcando las distancias” con respecto a la persona de Lidia pues, a poco de conocerla, detectaron su afición a entrar en la senda de las polémicas y la contradicción permanente. Le fueron haciendo el significativo vacío, de manera paulatina, pues no estaban dispuestos a soportar a una “sabionda y testaruda compañera de trabajo. Hubo ejemplos notorios de este aislamiento a que se vio sometida, por su especial manera de ser: llegaron reuniones festivas para celebrar onomásticas y cumpleaños, pero ella no iba recibiendo las correspondientes invitaciones.

De manera curiosa, el mejor consejo para cambiar su proverbial estilo relacional no provino de alguna autoridad médica, psicológica o religiosa, madre o padre o íntimo familiar, sino de alguien inesperado que con la mejor voluntad decidió ayudarla. Cierta mañana Lidia llegó temprano a la delegación municipal, cuando aún se procedía a la limpieza de las diversas dependencias que integraban el complejo administrativo. Dicha tarea de aseo era realizada por un grupo de señoras, vinculadas a una empresa privada de limpieza. Como aún no era la hora fijada para la entrada del público y parte del  pavimento se encontraba aún mojado, una veterana operaria de este servicio, llamada Tecla, rogó a Lidia que esperara unos minutos antes de pisar el suelo que estaba limpiando con una fregona de mango azul. La reacción de la joven administrativa contratada, muy propia de su altanero y desagradable carácter, fue la siguiente: “Pues haber comenzado antes a fregar, señora, porque tengo que resolver un asunto administrativo urgente y no voy a perder tiempo en la espera. Todo es cuestión de madrugar un poco más, si no quiere que le pisen el suelo”. Esta desagradable respuesta encontró una muy adecuada, larga e instructiva réplica en la generosa actitud de la paciente operaria, que ya bien conocía a quien tenía por delante.
 
“Mira, chiquilla. Tengo muchos más años que tú. He vivido “lo que no está escrito” y todo ello me ha enseñando abundantes lecciones para sentirme un poco más feliz en esta vida. Si no te has dado aún cuenta, con tu raro e injusto carácter vas apartando a la gente de tu lado y ello es porque las personas no se sienten bien contigo. Cada día que pasa, tu falta de amabilidad, empatía y sencillez hace que se te rechace. Así te vas viendo cada vez más sola y aislada de los demás, agriándote el carácter. De esta manera… no vas a ninguna parte. Te estás equivocando en tu manera c continua de tratar a las personas que te rodean y que desde luego necesitas. 

Te voy a dar un consejo de madre, persona que desde luego te debería haber educado algo mejor. Y este consejo no dudes que te puede ayudar a sentirte menos infeliz de lo que en realidad eres y padeces. ¿Por qué no pruebas a darle y decirle a cada uno aquello que realmente quiere escuchar, aunque sin “pasarse? Así se sentirían más felices y contentos de tenerte cerca. No les lleves “la contraria” a todo el mundo por sistema. Evita descalificar sus palabras y sus actos. No te opongas con tanto enojo a lo que piensan o estén realizando. La intolerancia no nos aporta nada bueno, por el contrario hace que las personas se sientan infelices y desgraciadas. Y el que la practica te aseguro acabará mucho peor que aquellos a quienes se les provoca sufrimiento. Hacer daño nos entristece y degrada como personas. Ahora, si te apetece … pues pisa el suelo mojado. Yo no me sentiría feliz con ese gesto, pero tú aún estarías peor que yo.”

Tras esta prolongada, racional y educativa respuesta, Lidia no se atrevió a estropear la labor que realizaba la esforzada y humilde señora de la limpieza. Esperó hasta que el pavimento estuvo bien seco. Pasó gran parte del día cavilando acerca de las sensatas palabras que Tecla le había dirigido. Y esa noche, ya en casa, rompió su aparente equilibrio en un caudal de amargas lágrimas. Lo arisco de su carácter la estaba sumiendo en una soledad que por mucho que fuera su autoestima la degradaba profundamente. No era en absoluto agradable percibir y sufrir el rechazo de aquellos con quienes convivía.

Ese fin fin de semana fue especialmente positivo para iniciar un cambio renovador en su comportamiento. El propósito de enmienda comenzaban con esa puntual frase de la señora de la limpieza, palabras que se le quedaron grabadas en su conciencia: “Dale a cada uno aquello que quiere y necesita escuchar, para sentirse un poquito mejor y más feliz.”  El cambio no fue cosa de horas o de días, sino que originó un proceso que, aplicado paso a paso, tuvo también una reacción efectiva en la actitud de los demás. Por supuesto que esta renovada actitud en Lidia exigió un cierto estilo en su aplicación.

Respetar con la mejor comprensión y sonrisa los planteamientos y opiniones de aquellos seres más cercanos.
Evitar llevar la contraria, por sistema, a las argumentaciones de los demás.
Repetir con frecuencia: “tienes razón” en lo que manifiestas o haces.
Frente a la permanente discusión, el posibilísimo de la concordia.
Frente a los gritos, la dulzura de los susurros o el silencio.
Frente a la avaricia, la inteligencia de la generosidad.
Frente a la exacerbación de los egos, la sencillez de la solidaridad.
Frente al yo, yo y después yo, dejar de hablar de uno mismo y atender al protagonismo de nuestros interlocutores.
Adelantarse, en lo posible, para tratar de resolver las necesidades ajenas.

Poco a poco, paso a paso, unos y otros fueron percibiendo y gozando el nuevo y positivo recorrido en el carácter de Lidia. La respuesta en el entorno de esta joven fue inmediato, con una apertura hacia una persona hasta entonces considerada bastante detestable. Y todo ello porque valoraban y reconocían el cambio de actitud que observaban en su renovada compañera, ahora cada vez más amiga.

Parecía que todo comenzaba a ir ilusionadamente mejor. Pero, entre las numerosas enseñanzas que la vida nos va mostrando, hay comportamientos y actitudes que no deben salirse “radicalmente” del camino que se recorre, con más o menor acierto. Los cambios pendulares en las personas, sin la necesaria y prudente evolución en las transformaciones, pueden provocar consecuencias inesperadas y desagradables. Suelen resultar de “alto riesgo”. En el caso de Lidia, esa nueva actitud fue demasiado brusca y opuesta a su comportamiento habitual, lo que en muchos generó incredulidad y otro tipo de rechazo. Los ejemplos eran numerosos en el quehacer de los días: antes, rechazaba de plano ceder la razón a quien evidentemente la poseía. Ahora, a todos les cedía esa razón que tanto apetecían, tuvieran derecho a esa postura o no. Del negar a los demás alguna educada sonrisa, ahora eran todos sonrisas de diseño, mejor o peor disimuladas. En definitiva que algunos de sus compañeros y amigos percibieron, en el radicalizado cambio de la compañera Nebrasca, una peligrosa e incómoda falta de verdad. El caso es que protagonizar un “teatro” que no se siente o asume totalmente, genera desconfianza y recelo en el expectador. La figura social de Lidia desde luego que había mejorado en la aceptación general, pero había “pasado de un  lado de la orilla al lado al contrario demasiado rápido. La inteligente evolución, ágil por supuesto, no se había producido en su caso.

Una tarde, cuando salía de las dependencias municipales tras cumplir su horario de trabajo, quedó algo extrañada cuando vio que en la puerta estaba la señora Tecla. Le extrañó verla a esas horas del día, porque las operarias de la limpieza trabajaban siempre por las mañanas. Además no llevaba puesto su uniforma habitual, sino que su vestido particular realzaba la belleza que esta señora había tenido, sin duda, en los años mozos de juventud, ahora “marchitados” por la evolución de la cronología. Más extrañada se quedó Lidia, cuando su compañera de la limpieza le manifestn, mientras que su interlocutora estaba recorrido la parte do particular realzaba la belleza que esta señora habgeneró abiertamente, con una maternal sonrisa, que había venido expresamente a hablar con ella. “¿Te parece que vayamos a tomar alguna cosa, infusión o cerveza, y así podemos sentarnos con una mayor comodidad?” Minutos después ambas mujeres, una en las puertas de su jubilación, mientras que su interlocutora recorría una parte central y básica de su existencia, se acomodaron en la terraza de un establecimiento de restauración  cercano, denominado “El Viejo Galeón”.

“Debo aclararte que yo nunca me casé. Y tuve pretendientes ¡te lo aseguro! Pero el ser al que yo quería ser lo llevó una “vampiresa” que bien lo engatusó. Por eso me ves actuar un poco de madre, sentimiento y vivencia que siempre me ha faltado. Pero a mis años, lo importante es el día a día y no echar la vista atrás, hacia un pasado que muchas veces te humedece los cristales de tu visión. Vamos a lo importante, “mi niña”. No te molestará que te llame así ¿verdad?

Aunque me veas muy entregada a la fregona, limpiando y ordenando lo que otros ensucian y desordenan, estoy al cabo de “to”. Eso lo debo llevar en la sangre y viene de parte de madre, que era una maravillosa mujer a la que no le escapaba nada. Has sido muy valiente, desde el “sermón” que te eché aquella mañana. Te has esforzado en cambiar. De ser amable con los demás y darles la razón ¡Me he dado cuenta que sonríes muy bien! Pero chiquilla… las cosas hay que hacerlas poco a poco, con naturalidad, sin “brusquedades” Porque así resultan más creíbles. Y se reciben mejor por parte de los que tenemos cerca. Desde luego que mereces un premio por tu voluntad, muy hermosa desde luego, de querer cambiar y no echar a la gente de tu lado. Pero también debo decirte que tu persona o como decimos, tu personalidad, no debe desaparecer. ¡El punto medio es el correcto! Hay que equilibrar nuestras respuestas y actitudes. Ser amables, cariñosos, comprensivos, alegres… ¡sin duda! Pero sin pasarse totalmente al otro lado. Porque entonces, la respuestas de los demás tampoco será tan favorable como esperamos. El equilibrio de la balanza ¡jovencita! Que dos y dos no son cinco. Aunque así lo vea el “pabilucio” que tienes delante. ¿Me vas entendiendo?”

Lidia acompañó a la señora Tecla hasta la puerta de su modesta pero acogedora vivienda. Los relojes marcaban las 22 horas, en una noche de cielo limpio y templada atmósfera. Al despedirse de su “maternal” amiga, le dio un fuerte abrazo , correspondido con un par de besos de la solidaria operaria de limpieza. Ese celestial ángel de la guarda del que nos hablan los libros, a veces se nos aparece en la forma más humana, generosa y cariñosa posible. Permanecían grabadas en su mente esas últimas palabras de Tecla … “No olvides  que haciendo felices a los demás, te sentirás mejor y más realizada. Pero, como te dije en una anterior ocasión  ¡sin pasarse! ” La luces somnolientas de las farolas seguían iluminando todas esas calles y plazas que articulan el laberinto caprichoso de la ciudad, caminos y destinos con un cada vez más ausente trasiego de personas y la acústica de los vehículos.-


ESA FORMA DE SER QUE PERJUDICA
LA SALUDABLE ARMONÍA

José Luis Casado Toro
Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga
29 Noviembre 2019

Dirección electrónica: jlcasadot@yahoo.es            

viernes, 22 de noviembre de 2019

LA TENAZ RESISTENCIA DE DON AMALIO, FRENTE A LAS PRESIONES EMPRESARIALES.


Cuando nos desplazamos, sea caminando o montados en un vehículo, a través de las arterias que conforman el laberinto urbano de nuestras ciudades, solemos hacerlo generalmente con una cierta presteza. El tiempo, cada día más, es un importante valor y hay que saber rentabilizar de manera óptima su muy apreciable e innegociable dimensión. Sin embargo hay ocasiones en que nuestro caminar se torna algo más lento, como si no tuviésemos motivos para la urgencia, así que esta placidez en el paseo nos permite fijarnos más detenidamente en elementos del urbanismo que, bien analizados, resultan especialmente significativos. Concretamente me refiero a esas grandes y antiguas edificaciones, normalmente ubicadas en la zona antigua o más céntrica de las ciudades, con sus fachadas sufriendo un evidente abandono en la suciedad y el deterioro pre-ruinoso, paramentos que albergan en su monumental estructura numerosas viviendas, la mayoría o todas ellas deshabitadas de inquilinos por diversas motivaciones de sus propietarios. Van pasando los meses e incluso los años y nuestra memoria visual nos confirma la permanencia de ese triste letargo en que está sumido el inmueble. Aparentemente parece que en esa gran edificación sigue sin vivir persona alguna…

Pero hay un detalle que a la mayoría de los viandantes nos pasa inadvertido. Tal vez porque normalmente nos hemos fijado en ese vetusto y señorial edificio durante las horas diurnas. En efecto, cuando llega la noche resurge un poco de luz a través de alguna de las ventanas que articulan ese antiguo macizo constructivo. La explicación no es difícil deducirla: a pesar de las apariencias de ser un edificio deshabitado, dentro de su estructura constructiva aún permanece algún o algunos vecinos, que se resisten al abandono de su casa. La motivación de esta permanencia obedece a que su voluntad así lo ha decidido y la normativa legal, lógicamente, les ampara. Han vivido allí durante muchos años de su existencia y a pesar de las incomodidades de estos viejos edificios, sus tenaces inquilinos quieren seguir gozando de esa centralidad espacial o también de la importancia sentimental (tal vez allí nacieron o recibieron la vivienda por herencia de sus antepasados) que su “antigua” vivienda les reporta.  No les importa que otros muchos vecinos se hayan traslado a otras zonas urbanas mucho más cómodas y modernas para sus necesidades. Estos pocos vecinos resisten las sustanciosas ofertas o fuertes presiones de grupos inmobiliarios, que pretenden adquirir la vieja edificación para derribarla  o rehabilitarla con fines hoteleros, administrativos, culturales, comerciales o residenciales. No les importa seguir soportando carencias que podrían fácilmente subsanar para su agrado en pisos más modernos (con sofisticados cuartos de baño, ascensores, aparcamientos, fontanería y electricidad actualizada, etc). Sin embargo, con admirable firmeza y aparente testarudez,  continúan viviendo en ese deteriorado hábitat que los cobija desde hace largo tiempo, probablemente muchos, muchos años. En este contexto urbanístico, empresarial y humano se desarrolla la base temática de nuestra historia.

Un día más amanece en el centro antiguo de una dinámica ciudad, territorio felizmente acariciado por el mar Mediterráneo. En ese denso perímetro urbano, con muchos siglos de Historia, se mezclan señoriales y monumentales edificaciones, con otros bloques de viviendas más humildes y con menor tamaño, conformando ambos planos residenciales el visual contraste socioeconómico de las familias que han sido y son sus residentes. Muchas de esas grandes edificaciones hunden sus cimientos constructivos en las décadas iniciales del siglo pasado o incluso en la línea temporal del siglo XIX. Con el paso de los años, algunos de estos monumentos arquitectónicos han ido modificando su “ropaje” exterior e interior, con reformas más o menos afortunadas e incluso la impericia histórica de los dirigentes municipales ha permitido su impune derribo, a fin de que esos céntricos espacios liberados sean sustituidos por otros edificios de nueva planta, más modernos, funcionales y de dudosa o discutible belleza. 

Sin embargo, siempre nos encontramos con determinadas edificaciones que, por muy diversas motivaciones, han permanecido prácticamente “intocables” por decisión de sus propietarios o por quienes las han habitado. Generación tras generación han conservado su prestancia y señorío, mientras veían a “otros compañeros de arquitectura” desaparecer bajo la piqueta, solares que servían de base posteriormente para levantar nuevas formas edificatorias. Uno de estos bloques históricos, emblemático en la historia de la ciudad por su estructura y elementos ornamentales, observa desde su elevada “estatura” a otras históricas calles y avenidas, por las que en la actualidad no pasean o circulan plácidos transeúntes, “aromáticas” y acústicas caballerías o aquellas lentas carretas para el transporte de mercancías y vituallas, arrastradas por la fuerza humana o animal. Hace años que llegaron los vehículos a motor, las vías para los tranvías y finalmente un transporte democráticamente individualizado de automóviles, variopinto y densificado, que ha hecho sufrir a muchos de los árboles que circundaban, ensombrecían y oxigenaban a esas y otras calles y avenidas de la ciudad. Algunos de estos otros monumentos “vegetales” han resistido, con mayor o peor suerte, la atmósfera más contaminada y sucia del aire, a causa del combustible fósil utilizado por los ruidosos motores de esos vehículos, sometidos al culto y a la demencia de la velocidad.

Ese bloque de observadores e impertinentes balcones, levantado sobre 8 plantas, ha llegado a cobijar hasta 48 familias, formando cíclicas generaciones de abuelos, padres, hijos y nietos, que han ido heredando los respectivos inmuebles. El avance de la modernidad y el subsiguiente desplazamiento de muchas familias a zonas más tranquilas y espaciosas del extrarradio, con las ventajas de la salubridad y calidad de vida subsiguiente, ha ido vaciando numerosas de las viviendas de una edificación con mucha historia entre sus paredes. Realmente los incentivos de estas viviendas, para la burguesía que las habitaban, estaban nucleados básicamente en torno a la centralidad de la ubicación que poseían sus inquilinos y en las buenas vistas que tenían las plantas más elevadas. En el interior de los pisos dominaban los altos techos, las deficiencias en el baño, la carencia absoluta de aparcamientos o garajes e incluso la paciencia que había que tener con unos antiguos elevadores, ascensores que se estropeaban un día sí y el otro quizás también.

Desde hacía años algunos vecinos compartían su estancia con una segunda propiedad situada en zonas nuevas urbanizadas, más próximas a entornos naturales o a localidades de la costa, preferentemente occidental, aunque también oriental. La desocupación se vio acelerada cuando algunas importantes empresas inmobiliarias pusieron sus ojos en estos vetustos pero elegantes y céntricos edificios, con el objetivo especulativo de adquirir todas las propiedades y actuar constructivamente sobre sus estructuras.

Un consorcio inmobiliario, agrupado bajo el rótulo de BUILDING HOUSES, financiado con capital internacional, comenzó a negociar con unos y otros propietarios, consiguiendo culminar numerosos contratos de compra/venta, tras ofrecer poderosas partidas económicas, para acceder a la propiedad de los inmuebles. La tenacidad y habilidad de los agentes negociadores se puso de manifiesto en el último año y medio pues, de los 48 propietarios, 45 accedieron a negociar los contratos de propiedad catastral, cediendo sus inmuebles, a cambio de diversas y atractivas cantidades, siempre muy superiores a los valores catastrales establecidos administrativamente por el ayuntamiento de la ciudad. El consorcio inmobiliario no ocultaba sus intenciones con respecto al monumental bloque: remodelar integralmente el edificio para dedicar las plantas superiores a la construcción de viviendas de lujo, otras plantas serían dedicadas al alquiler o venta de oficinas y despachos, delegaciones de empresas y consultas médicas privadas. En cuanto a la planta baja y entresuelo, la idea era establecer una serie de pequeños comercios de productos suntuarios de alta cualificación, nucleados en torno a un restaurante de muchos tenedores, dirigido por un chef de renombre internacional.

De los tres vecinos que se resistían, legítimamente. a ceder contractualmente la propiedad de sus inmuebles, dos de ellos  al final accedieron ante las nuevas y tentadoras ofertas económicas que se les ofrecieron y a circunstancias privadas que les obligaban a modificar, con más o menos temporalidad, su lugar habitual de residencia. Y en este contexto aparece el personaje focal de nuestra historia. Don Amalio de Sicilia-Vallés y Montealto, Marqués de Campoquinto, propietario titular de la vivienda 5 C.

Se trataba de un septuagenario miembro de la antigua nobleza decadente y “apolillada”, casado con Dorita de Fuentehermosa y Clarival, matrimonio sin herederos directos que ha vivido de las rentas proporcionadas por unas hectáreas de olivares, plantados entre las provincias de Córdoba y Jaén. Esas tierras heredadas, desde varias generaciones de antepasados, han proporcionado unos desahogados medios de vida en el variable (pero siempre seguro) negocio del aceite.

Aunque marido y mujer eran originarios de un medieval señorío ubicado en la sierra alta de Jaén, llevaban residiendo en esta vivienda del sur peninsular desde hacía 39 años, buscando el agradable clima reinante y la muy frecuente alegría que subyace en la capital malacitana. Era notoria, entre sus convecinos, la frialdad sentimental entre ambos esposos, hasta que Dorita (ya en su sexta década existencial) se encandiló con un bien apuesto ganadero americano, “forrado” de dólares, al que conoció en un crucero primaveral realizado por las islas Cícladas. Mr. Lion Walter, algo más joven que Dora y que ya acumulaba tres matrimonios a sus espaldas, y la desencantada marquesa consorte parece ser que huyeron juntos hacia el disfrute de su felicidad en el rudo oeste americano. Estos hechos ocurrieron hace exactamente cinco años y entre la vecindad y otras amistades fue unánime el reconocimiento del equilibrado valor de don Amalio, quien frustrado en sus gélidos amores, supo con entereza rehacer su vida, perfectamente ayudado por dos señoras del servicio que le gestionaban la limpieza del inmueble, el cuidado de la ropa y la elaboración del almuerzo diario. La cena siempre solía realizarla el engañado cónyuge en distintos y elegantes restaurantes de la zona, establecimientos que (en voz baja) comentaban su habitual tacañería para con los miembros del servicio. 

El decadente marqués de Campoquinto mantenía con firmeza su irreductible reticencia a las repetidas negociaciones de compra de su bien espaciosa vivienda. Esas ofertas resultaban cada vez más generosas pues, después de más de un año de negociación, era el único propietario que se mantenía “en sus trece”, negándose una y otra vez a la cesión contractual de su antiguo inmueble. Desde luego que no resultaba fácil persistir en esta continua negativa, pues la metodología negociadora de la Building houses fue cambiando, con ofertas cada vez más tentadoras: fuertes sumas de dinero, la entrega de un chalet en la sierra jienense, viajes para dar la vuelta al mundo, pisos en cualquier parte del territorio español (incluso también alguna acción en la línea punible de los tradicionales “asusta viejas” –técnica ésta última que de inmediato se desechó, por los riesgos evidentes ante la justicia-). Tentaron de igual manera a un sobrino nieto de don Amalio, Trinidad Vallés, médico forense y con residencia en Extremadura, para que mediara acerca de su tío abuelo, a fin de convencerlo para que su lejano familiar negociara afirmativamente con el consorcio inmobiliario. Los esfuerzos del Dr. Vallés tampoco dieron el fruto deseado (no sólo para las partes implicadas, sino también para él mismo, pues se le garantizaba una comisión de regalo si el marqués al fin accedía a la venta de su piso). Pero la testarudez del rentista olivarero era infranqueable. Así que, en cada una de las noches, la única luz “somnolienta” que se percibía en el emblemático edificio provenía de la planta número cinco. Las 47 viviendas restantes habían sido ya completamente desocupadas por sus antiguos propietarios.

Pero el destino tiene sus leyes, crípticas, caprichosas y sorprendentes para la totalidad de los mortales. Una mañana otoñal, con el cielo pintado de tonos grises y azulados (parecía que la descarga pluvial era inminente) Alfonsa Peñalva tomó el incómodo y obsoleto  ascensor instalado en los años sesenta del siglo pasado. Abrió como todas las mañanas la puerta de 5º C, pues tenía que preparar el desayuno y la limpieza de la casa a su señor que, probablemente, aún dormía. Don Amalio era un voraz lector de obras clásicas, eligiendo sobre las demás aquellas que tenían una base histórica, filosófica o moral, por lo que se iba a la cama con la madrugada bien avanzada. Durante las ultimas semanas estaba enfrascado en la lectura de la magna obra titulada Historia de los heterodoxos españoles, escrita por don Marcelino Menéndez y Pelayo, quedándose no pocas veces dormido con el pesado volumen abierto en sus hojas reposando sobre la alfombra del suelo. A eso de las 10, después de sonar las campanadas de la no alejada catedral, esta señora del servicio, incrementaba su estado de preocupación pues su amo, el señor Amalio, no se levantaba, ni tampoco se escuchaba el rezo diario  u otras oraciones que el marqués solía hacer casi a diario.  Golpeó con suavidad la puerta del dormitorio “señorial” con el ánimo de preguntarle si ser encontraba bien. El silencio que recibió como respuesta le hizo inquietarse, pero aún así dejó que su señor durmiera un ratito más. Pero antes de que dieran las once menos cuarto decidió entrar en el noble dormitorio. Ese silencio que escuchaba no era normal a esas horas ya avanzadas de la mañana.

Los servicios sanitarios del 061 apenas tardaron en llegar a la casa unos diez minutos. Sólo pudieron certificar el fallecimiento del insigne y testarudo marqués de Campoquinto, a la edad de 79 años. Su cansado corazón había dejado de latir, varias horas antes. Avisado al efecto, su sobrino nieto Trinidad Vallés viajó con urgencia a la ciudad malagueña, a fin de gestionar todo lo relativo a estos ingratos pero inevitables avatares de la vida.

Una semana más tarde del inesperado óbito, Trinidad tuvo que desplazarse a la dirección de un prestigioso despacho notarial, en el que su titular le dio cumplida información acerca de la  muy precaria situación económica en que se encontraba su tío abuelo desde hacía bastante tiempo. Apenas podía mantener su pomposo estilo de vida, empleando sin embargo para ello, con discreción y tacañería, los intereses que le proporcionaban algunas rentas invertidas en instituciones bancarias, fondos económicos procedentes de sus olivares (parte de los cuales había tenido que vender para subsistir). El solitario marqués estaba prácticamente arruinado y la herencia que iba a recibir no era muy tranquilizadora, pues tenía deudas por todas partes, así que como único descendiente o pariente cercano tenía la obligación de hacerse cargo de esos agujeros negros que el marqués había dejado en el patrimonio familiar.

Por más que lo intentó, el esforzado médico forense no pudo dar con el paradero de su tía abuela Dorita (a la que el frustrado marqués no le había dejado patrimonio alguno). Los bienes familiares estaban separados, pues doña Dora apenas pudo aportar dinero alguno en el momento de su boda. Don Amalio era un fervoroso asistente a los garitos y salas de fiestas, donde se bebía, se jugaba y se discutía acerca de temas intrascendentes o políticos bajo una percepción muy conservadora. Una noche de “bacanal” y parranda se fijó en una ajada corista, de las que cantaban ante un publico mayoritariamente de hombres con ojos saltones y ansiedad sexual. No muchos meses después acabó llevándola al altar como su obediente esposa, a los sones de G. Strauss. Habían convivido juntos durante 38 años, hasta que la “señora” se marchó con el americano, siguiendo el olor y la estela de los dólares, junto a los arrullos sentimentales, que  el vaquero estadounidense era generoso y diestro en dispensarle.

Trinidad básicamente heredaba la propiedad de la vivienda 5º C que con tanto celo había mantenido el marqués, frente a los repetidos intentos del consorcio inmobiliario. El médico forense, con su vida muy estabilizada y acomodada, decidió atender los requerimientos del grupo Building houses que, con gran satisfacción, vieron como la naturaleza les había ayudado a conseguir lo que con tanto ahínco y frustración habían intentado en vida del finado marqués.

Ocho meses han transcurrido desde estos eventos narrados. El monumental inmueble, propiedad ya en su totalidad del poderoso consorcio, está sufriendo una profunda remodelación para convertirlo en un hotel de cinco estrellas, MÁLAGA SOL. establecimiento que una ciudad en pleno auge turístico necesita. Se van a organizar en su antigua y renovada estructura 120 habitaciones dobles, dotadas con todos los más avanzados incentivos tecnológicos y suntuarios. Los futuros huéspedes dispondrán de una piscina en la terraza superior, con una parte adjunta climatizada. El gran restaurante estará situado en la entreplanta, en la que también habrá tres salones para convenciones, habilitándose en los sótanos del inmueble un garaje aparcamiento de 52 plazas, para los residentes del hotel y automovilistas externos que paguen un precio especial para el uso de este servicio. Los bajos del bloque ya están alquilados por unas poderosas franquicias extranjeras, a fin de instalar varios comercios de lujo. 

Mientras la piqueta está trabajando en la tabiquería y muros interiores de la poderosa estructura (por regulación normativa ha de conservarse un elevado porcentaje de la fachada tradicional, debidamente reparada y actualizad) una mañana de primavera la prensa local se ha despertado con una sorprendente e impactante información. El cronista desvela que la policía ha confirmado la aparición de lo que parecen ser restos humanos, emparedados en la planta quinta del majestuoso bloque señorial. El departamento de medicina forense está analizando, con el asesoramiento técnico de diversos laboratorio especializados, el origen de estos restos. Algunas voces y comentarios mediáticos, no debidamente confirmados, manifiestan que dichos restos pudieran corresponder a los de una mujer. -


LA TENAZ RESISTENCIA DE DON AMALIO, FRENTE A LAS PRESIONES EMPRESARIALES

José Luis Casado Toro
Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga
22 Noviembre 2019

Dirección electrónica: jlcasadot@yahoo.es