viernes, 27 de enero de 2017

LA TECNICA EXACTA DEL TIEMPO, EN EL PACIENTE TRABAJO DE TASIO.

Siempre puntual, para dibujar con su ejemplo la minuciosa técnica en la que trabaja, eleva las persianas metálicas de su pequeño local cada mañana, cuando los relojes marcan las 9.30 horas. Tasio es un hombre ya considerado mayor por su edad (se halla muy cerca de cumplir la sexta década en sus años de vida) aunque mantiene un optimista y envidiable espíritu juvenil, junto una tenacidad en el cumplimiento de sus obligaciones verdaderamente admirable. Quiso aprender el oficio de su padre, propietario de un reconocido taller de relojería, en aquellos años en que el franquismo declinaba a causa de la evolución sociológica del país y también por la vejez acentuada del autoritario dirigente político.

Persona laboriosa, atiende a la clientela que acude a su establecimiento con una respuesta eficazmente responsable que permite “sanar” los problemas de funcionamiento en esas máquinas, cada vez más sofisticadas, que miden los tiempos de nuestras vidas. La realidad profesional de los cada vez más escasos relojeros, en el latido comercial de nuestras calles y plazas, es tradicional y siempre nueva a la vez. Esas pequeñas máquinas, en su medida de los segundos y las horas, a veces atrasan y en otras ocasiones adelantan. Entonces hay que buscar el punto o equilibrio correcto, a fin de que el tiempo mecánico sea el mismo que marca ese otro tiempo existencial.

En no pocas ocasiones, el motor de esas máquinas suele bloquearse por múltiples causas. No siempre el usuario ejerce el trato adecuado sobre los pequeños mecanismos que articulan su funcionamiento. Los golpes, la suciedad ambiental, la desacertada inmersión en las aguas de playas y piscinas, la deficiente calidad en los materiales de algunas marcas, el continuo rodaje de esas minúsculas piezas que lo conforman, el “cansancio” propio del laborioso mecanismo etc. son las causas que provocan esas incómodas averías, de mayor o menor gravedad, que penosamente detienen el proceso. Ello nos impulsa a buscar en esos muy escasos artesanos que aún van quedando en el servicio, las manos expertas que permiten recuperar en nuestros relojes las mejores respuestas posibles para sus puntuales “dolencias”.

Hoy en día, el trabajo más frecuente realizado en un taller de relojería consiste en la reposición de esas minúsculas baterías, que ofrecen la innegociable  y necesaria energía para que el mecanismo del tiempo funcione. Bien es cierto que hay relojes que generan su propio “combustible” con el autónomo movimiento de nuestros brazos o con ese habitual y simple recurso, en la base de todos los tiempos, de dar “cuerda” a la ruedecilla que almacenará la energía necesaria, para el continuo y rítmico tic-tac de segunderos y minuteros. Sin embargo, ante los atractivos precios que alcanzan los relojes de modesta calidad en los comercios, los usuarios de los mismos deciden, cuando el funcionamiento del que poseen no es ya el correcto, comprar uno nuevo cuya duración sin averías no será, por supuesto, prolongada en exceso. A causa de ello, la dedicación artesanal de estos profesionales se va reduciendo y ahora son escasos los talleres que conservan o mantienen esta difícil y artesanal actividad.

Tasio no tiene hijos. Enviudó siendo relativamente joven (con treinta y siete años) y no ha querido volver a pasar de nuevo por la vicaría o el juzgado. En diversos momentos de su vida ha mantenido algunas relaciones afectivas pero, tras esas puntuales experiencias, ha preferido siempre mantener la libertad y su autonomía personal, con el coste o pago indudable de los también ingratos  tiempos de soledad. Pero, con fortuna, también  ha sabido y podido contar con buenos amigos y, de manera especial, realizándose con el ejercicio de esa continua profesionalidad que tanto reporta para el goce individual de cada persona.  
  
A media mañana de un lunes otoñal, mientras trabajaba con su severa lupa ocular sobre un antiguo reloj de marca, un joven que aparentaba “veintipocos” años, vistiendo trenka azul, vaqueros del mismo color y unas Converse blancas aún de buen uso, entró con lentitud en su establecimiento. Usando corrección en las formas, pero disimulando un cierto nerviosismo, le expresó aquello que deseaba:

“Buenos días, Sr. Tasio. Confío en que me pueda ayudar. Mi nombre es Beltrán y tengo veintiún años. La titulación por mis estudios alcanza solo hasta el Graduado en la ESO. Comencé un módulo elemental de formación profesional, en tecnología, pero al fin lo tuve que dejar. En casa había necesidad de que entrara un sueldo, más o menos fijo, por lo que comencé a trabajar en una cafetería. Y ahí sigo, en el turno de tarde. Desde las tres hasta las once de la noche. La verdad es que nunca he sido muy bueno con los libros.

El motivo de contarle todo esto es para confesarle que, desde que era pequeño, siempre me ha gustado manejar y reconstruir los mecanismos más insospechados. Pero, entre todos ellos, mi gran afición es aprender a dominar el mecanismo de los relojes. Cuando en casa teníamos alguno, ya sin uso, solía desarmarlo para jugar con todas esas pequeñas piezas que conforman su funcionamiento. Le aclaro que en la F.P. no hay módulos de relojería. Al menos, yo no los conozco.

En definitiva, que me gustaría aprender. Mi madre me ha animado para que venga a su taller de relojería y le pida si me pudiera ayudar. Me haría muy feliz si Vd. me enseñara. Tengo las mañanas libres. Debo aclararle que no le estoy pidiendo trabajo. Solo que quisiera ayudarme a convertirme en un buen relojero. Su taller, entre los pocos que hoy existen, tiene buen prestigio. Por supuesto que si hay que trabajar en lo que haya aprendido… no hay problema alguno. Esto es todo lo que le quería decir. Y muchas gracias por su paciencia en escucharme”.

La resultó curioso que este tan expresivo joven conociera su nombre. No recordaba haberle visto nunca en su establecimiento. Pero se sintió un tanto conmovido por la espontánea convicción que Beltrán ofrecía, noble actitud que le  hacía confiar en su credibilidad. Tasio, hombre que solía  distinguirse por su generosidad, se prestó a enseñarle poco a poco los rudimentos básicos del oficio, siempre y cuando el comportamiento de su alumno fuera responsable, en el día a día. Además, el no haber gozado del don de la paternidad le impulsaba, aun más si cabe, a ofrecer ayuda a una joven persona que, al parecer, sentía el preciado oficio de relojero. Estuvo hablando un buen rato con el que iba a ser su futuro discípulo, pues deseaba conocer algo más (con el respeto correspondiente) de quien iba a compartir con él muchas de las horas en el taller. Incluso se atrevió a comentarle que si colaboraba eficazmente en su trabajo, cada final de mes le daría alguna compensación económica.

El intercambio generacional entre maestro y discípulo fue enriquecedor para ambas partes, en el discurrir de los días. El veterano relojero se sentía feliz compartiendo los amplios conocimientos que había recibido de su padre, destreza consolidada a través de un ejercicio continuado, durante décadas, utilizando una sabia microtecnología en la reparación y funcionamiento de tan heterogéneas máquinas del tiempo. Por su parte, el joven Beltrán se mostraba atento y receptivo en el aprendizaje de unas habilidades cuya metodología práctica, basada en la experiencia, mejoraba y potenciaba la exposición de cualquier manual o bibliografía especializada. Por cierto, cada final de mes, su maestro le entregaba un sobre en el que iba alguna cantidad económica, con la que deseaba compensar la ayuda que recibía de un joven compañero, siempre respetuoso y colaborador con el propietario del taller.

“Sí, a lo largo de mis muchos años de trabajo, he tenido no pocas anécdotas y experiencias, algunas de ellas divertidas, junto a otras menos alegres. Cierta mañana en verano, cuando el calor arrasaba, veo entrar en el local a una chica adolescente, con atuendo de playa. Me comenta que deseaba hacer un regalo a su “pareja” que celebraba su “cumple” la semana siguiente. Estuvo mirando una partida de relojes de segunda mano que yo había reparado y arreglado con plenas garantías. Lógicamente, son máquinas de calidad que, por una u otra causa han llegado a mi tienda, pudiéndolas vender a un precio muy interesante. Después de estar mirando numerosas piezas, en esa caja de las ofertas, consultando precios y calidades, me dijo que se lo iba a pensar más despacio antes de tomar una decisión en la elección del regalo más adecuado para su novio.

Unos días más tarde, volvió a entrar en el establecimiento la misma jovencita. Venía en esta ocasión acompañada por una señora que decía ser su madre. Me indicó que su hija tenía algo que decirme. Con voz entrecortada, la chica confesó que se sentía avergonzada por el mal comportamiento que había tenido aquella mañana, cuando se interesó por alguna buena oferta para regalar. Se había llevado uno de los relojes, de manera inadvertida para mí. Ahora lo devolvía, pidiéndome perdón por su mal proceder. Obviamente, su madre había visto la valiosa pieza en el dormitorio de su hija y actuó en consecuencia, con la necesaria responsabilidad. Comentó que ese mal comportamiento había de ser corregido con la oportuna rigidez y la primera medida era devolviendo el hurto realizado, mostrando públicamente el correspondiente arrepentimiento.

¿Sabes lo que le dije a la chica? Pues que ese mal proceder no era un buen camino para una linda jovencita como ella. Que aceptaba sus disculpas y que si me prometía, en verdad, no volver a cometer esas graves faltas delictivas en toda la vida, se pasase el día de su santo por mi establecimiento. Tendría un buen detalle para ella. La verdad es que no volví a ver a Saray, pero la actitud que todos mostramos (madre, hija y yo mismo) creo que fue positiva y por supuesto muy educativa”.

Pasaron los meses que, al tiempo, fueron sumando años, en la vida de estas personas. Beltrán siguió trabajando, ya contratado en jornada completa, en la actividad de su preferencia, bien adiestrado por su buen amigo y maestro Tasio. En cuanto a éste, ese tiempo que tan exactamente marcaba con sus relojes comenzó a pasarle factura. Le estaba fallando un sentido tan necesario en todas las personas cual es la agudeza visual. Y más en un “mecánico” de la relojería. Pero, además de la vista, otro capacidad física fue también progresivamente degradándose en su persona. El pulso era cada vez más inseguro en el movimiento de sus manos. Al tener que manejar piezas tan diminutas, en los difíciles mecanismo de las máquinas, no podía permitirse fallos o errores en la exactitud de su complicada labor. Decidió, por consiguiente, acceder a una bien ganada jubilación como empresario autónomo.

Aquella mañana de abril, pidió a Beltrán que le acompañase a un despacho notarial. Días antes, había hablado largamente con su ahora empleado y buen amigo explicándole, con franqueza y generosidad, sus intenciones. Tenía decidido traspasarle todo el material de la relojería y también el pequeño local, sito en la céntrica y popular plaza de la Iglesia. Valoraba todo ello en una cantidad meramente testimonial (apenas un 20% de su valor real) que Beltrán asumiría en cómodos pagos mensuales. La jubilación como autónomo le permitía cobrar una modesta pensión con la que tendría suficiente para vivir con dignidad.

A día de hoy, Tasio mantiene una aceptable calidad de vida en el estado orgánico de su salud. Disfruta con la placidez de las tardes y esas ilusionadas esperanzas del alba. De vez en vez, suele visitar a Beltrán y juntos comparten ese fraternal aperitivo y la siempre grata conversación. Pertenecen a dos generaciones concurrentes. Dos amigos, buen maestro y mejor discípulo, como si fueran padre e hijo. Sólo una persona conoce que ese preclaro “hijo afectivo” lo es también, realmente, en la filiación o realidad genética. Esa persona es, precisamente, la madre del que hoy es un joven empresario de uno de los escasos y necesarios talleres de relojería, pequeño pero muy bien ubicado, para el servicio del tiempo en el histórico centro urbano de la ciudad.-

José L. Casado Toro (viernes, 27 de Enero 2017)
Antiguo profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga


viernes, 20 de enero de 2017

SOMBRAS Y ESPERANZAS, EN LA MISTERIOSA CITA LABORAL DE GIBRALFARO.

En principio quiso pensar que sería una nueva y repetitiva oferta comercial. Cada noche después de la cena, cuando repasaba el buzón de los correos cómodamente sentado delante del ordenador, solía borrar decenas de estos envíos on line, pues deseaba evitar que se le acumulase tanta propaganda inútil en los archivos de su servidor. Pero ese concreto e-mail le llamó, desde un principio, la atención. No sólo por el hecho de que viniera expresamente dedicado a su persona, con nombre y apellidos completos, sino por el contenido de las palabras anotadas en el “Asunto”. El breve texto introductorio decía así:

Para sus actuales dificultades económicas, este correo puede ayudarle de manera muy eficaz.

¿Cómo era posible que el remitente, un tal Mr. Michael, conociese la mala racha que estaba atravesando?

Oliver nunca se había esforzado en los estudios, durante su etapa escolar. Ya en la edad laboral, el último de los trabajos que pudo ejercer fue como reponedor en un supermercado. Tras llevar en ese establecimiento más de un año, el empresario vendió la propiedad a una cadena que estaba reestructurando el personal de las filiales abiertas al público. Él fue uno de los despedidos, por lo que ahora, con veintiséis años de edad, casado y con una niña pequeña, acumula ya dos meses de desempleo. Su compañera Jasmine, con titulación de esteticista, realiza trabajos esporádicos en un centro de belleza, pero sin la continuidad necesaria para las necesidades económicas del joven matrimonio. La carga más importante, entre otras, a la que han de hacer frente consiste en el pago mensual de los recibos del apartamento donde viven, propiedad que tienen hipotecada.

Leyó con suma atención el contenido de ese extraño e-mail. Se le solicitaba el envío de unos datos personales que, una vez considerados, podría derivar en la citación para una entrevista, a partir de la cual podría ser seleccionado para desempeñar un puesto de trabajo bien retribuido en función de su capacidad y disponibilidad. Entre los datos que en principio se le requerían estaban los de su número de móvil, entidad bancaria con la que usualmente trabajaba y un número de cuenta donde, supuestamente se le ingresarían las futuras retribuciones, en caso de que a ello hubiese lugar. Como su situación material era en sumo delicada (el asunto de la hipoteca le quitaba el sosiego, noche y día) se sintió animado a responder a esa extraña oferta que inesperadamente le había llegado, disponiéndose a esperar los acontecimientos.

Transcurrieron unos cuantos días, sin que llegase la anhelada respuesta. Pensó que, tal vez, todo sería un ardid publicitario con vistas a presentar y vender algún determinado producto. O podría tratarse de otro asunto inconcreto que, en principio, no “olía” demasiado bien. Sin embargo otra noche de enero (Mr. Michael “jugaba” con la atractiva nocturnidad) de nuevo visitaba su escritorio informático ese extraño personaje, convocándole a una entrevista el miércoles siguiente. La cita tendría lugar en el malacitano Parador Nacional de Gibralfaro, a las seis en punto de la tarde.

Oliver evitó comentar el asunto con su mujer. Las muchas frustraciones, que iba acumulando en sus intentos para encontrar un puesto de trabajo, habían provocado en su cónyuge una situación de escepticismo hacia su persona, a lo que se unía una progresiva tensión nerviosa por la angustiosa situación que provocaba la llegada de los requerimientos bancarios de la temida e ineludible obligación hipotecaria.

Después del almuerzo Jasmine salió de casa con cierta prisa pues, según le comentó, tenía un par de horas de trabajo, a partir de las cuatro de la tarde en el salón de belleza. Entonces Oliver aprovechó la oportunidad para elegir un atuendo “presentable” para su entrevista de las seis. Se vistió con el traje azul oscuro de las celebraciones, viéndose al espejo un tanto extraño ya que, por su juventud y forma de ser, solía ponerse de una manera bastante informal (vaqueros, zapatillas de deporte, con el jersey y una ajada chamarra que acumulaba años de uso). A poco más de las cinco, salió hacia la parada del bus  que le dejaría en el centro, donde tomaría el nº 35 a fin de subir a la colina de Gibralfaro, perfecta atalaya que regala la mejor visión global de la ciudad, junto al puerto. Allá, en todo lo alto de la estribación Penibética, se inauguró en 1948 este magnifico Parador Nacional para el turismo, muy próximo al monumental e islámico Castillo del siglo XIV.  

En la regulación de un semáforo, el autobús en el que viajaba se detuvo. A través de la ventanilla, observaba los vehículos que circulaban en dirección opuesta. Para su extrañeza, en uno de esos coches, que reanudaban su marcha, creyó ver a su mujer. Iba sentada junto a la conductora de un vehículo de color blanco, otra mujer también joven de cabello rubio. No se explicaba por qué estaba Jasmine viajando en ese coche pues, según ella le había comentado durante el almuerzo, a esa hora tendría que estar atendiendo a unas clientas que iban a acudir al salón de belleza. Pensó que después ella le aclararía esta situación, posiblemente por algún hecho imprevisto. En aquel momento, necesitaba concentrarse en la entrevista que iba a mantener, pocos minutos después.

Ya en el Parador, habló con la recepcionista para preguntarle por el Sr. Michael, con el que tenía que hablar. Tuvo que esperar más de veinte minutos, en el salón del bar, hasta que se presentara su interlocutor. Pidió al camarero un café y a eso de las seis y media apareció una señorita, que se dirigió expresamente a su mesa. Reconoció de inmediato a esa mujer que, vistiendo con elegancia y portando un grueso dossier bajo el brazo, se presentó como Evelyn. Era, sin duda, la misma mujer que un rato antes conducía el vehículo en el que también viajaba su mujer. Se preguntaba, razonablemente intrigado ¿qué es lo que estaba ocurriendo en torno a este asunto de la entrevista?

Su interlocutora justificó la ausencia de Mr. Michael, por imprevistos de última hora. Estuvieron hablando en torno a los veintitantos minutos. Básicamente la Srta. Evelyn, con una amplia batería de preguntas, pretendía tener un conocimiento lo más amplio posible acerca de sus intenciones y características personales, antes de entrar de lleno en los detalles del posible trabajo que le podría encomendar. Anotaba en las páginas de su dossier datos y más datos que, con suma habilidad, iba obteniendo de las respuestas que él le iba ofreciendo. Mantenía bastante bien la calma aunque, a medida que el tiempo transcurría, deseaba vivamente que se le aclarara la naturaleza de la actividad que estaba detrás de la oferta laboral. Le seguía inquietando la extraña relación de Jasmine con Evelyn. Pero no tenía la menor duda: ambas viajaban en aquel coche blanco, que se había cruzado con su bus, más o menos hacía una hora.  
   
Al fin, Evelyn desveló el trasfondo laboral que les iba a vincular.

“Sr. Oliver. Tenemos que estudiar más detenidamente su perfil. Pero, en principio, es Vd uno de los seleccionados para colaborar con nuestro equipo inversor. Conocemos bien sus dificultades económicas, que puede ir mejorando e incluso superando, si trabaja eficazmente con las actividades que le vamos a proponer. Se trata básicamente de facilitarle unas importantes cantidades monetarias, con las que irá comprando unas propiedades y objetos suntuarios de alto standing que, en principio estarán puestos a su nombre. Previa y privadamente, Vd. en un documento contractual nos irá cediendo la titularidad de las mismas, en un proceso de gestión y compra que nosotros le iremos técnicamente programando. Tendrá una cuenta bancaria vinculada con otra persona, que estará muy controlada desde un organismo central. La tarjeta bancaria que se le facilitará sólo podrá utilizarla para los fines explícitos que se le encomienden.

Huelga indicarle que las personas que colaboren con nuestro equipo van a estar estrictamente controladas por un servicio especializado al efecto. Son sumamente importantes las sumas económicas que vamos a manejar. No podemos tolerar, ni vamos a permitir, fallo alguno en los colaboradores que activen nuestras operaciones inversoras. En cuanto a la retribución que puede recibir, estará en función de las actividades que realice y, por supuesto, del valor monetario que conlleven las mismas. No le voy a ocultar que todo este contexto, de trasiego de capitales, encierra un evidente, pero muy estudiado, riesgo. Como compensación, puede ganar mucho dinero y resolver su difícil y precaria situación material actual”.

La información que había recibido era bastante compleja. Le preocupaba la situación y el embrollo en el que se podía estar introduciendo. Al mismo tiempo sopesaba los graves problemas financieros que le afectaban, con esa ineludible hipoteca blandiendo como una espada de Damocles sobre la seguridad familiar. Era conveniente esperar, con prudencia, a fin de conocer cómo se desarrollaban los acontecimientos. Quedaron para reunirse la próxima semana, en el mismo lugar donde había transcurrido la cita de esta tarde. Para ese encuentro, ya estaría preparada toda la documentación necesaria, que le permitiría poder actuar con propiedad ante las empresas y entidades financieras. Se despidió cordialmente de Evelyn, quien se ofreció a bajarle en su vehículo desde el Parador y llevarle hasta el lugar donde él le indicara. Declinó amablemente el ofrecimiento, comentándole que prefería dar un largo paseo, bajando a pie por el camino que le iba a conducir hasta los jardines del Parque. Necesitaba que le diera un poco brisa fresca en la cara, mientras meditaba en toda esa inquietante experiencia en la que se veía inmerso. 

Mientras descendía por ese camino en zigzag, rodeado de pinos y otros muchos aromáticos arbustos mediterráneos, no reparó en que sus pasos eran hábilmente vigilados. Al llegar a los jardines del lateral norte del Parque, dos jóvenes se le acercaron. Iban vestidos informalmente con ropa deportiva. Se identificaron como miembros de la policía, en la brigada de delitos monetarios. Le indicaron que tenía que acompañarles, subiendo los tres a un coche patrulla de la Policía Nacional, estacionado a pocos metros. Allí fue conducido a una sala, donde aguardaban tres personas más, sentados en sillas separadas. Un hombre, de mediana edad, y dos mujeres. Una de estas mujeres era precisamente Jasmine quien, al verlo, se echó las manos a la cara. El policía que estaba con ellos, indicó a Oliver que no intercambiara palabra alguna con sus compañeros. Tenían que esperar la llegada del subinspector Comas.

Unos quince minutos más tarde se presentó éste funcionario de policía quien, después de observarles en silencio, comenzó a explicarles la situación en que se encontraban. Traía en su mano una serie de expedientes. 

“Han sido Vds. tentados, a través de Internet, a fin de colaborar con una organización criminal de blanqueo de capitales, procedentes en su mayoría del turbio mundo dedicado a la venta de drogas. Se les ha investigado convenientemente y no tienen el perfil o antecedentes de actividades delictivas, aunque todos Vds. están vinculados por una grave situación puntual de dificultades financieras. Hoy han mantenido sendas entrevistas individuales con una persona que les ha explicado someramente la posibilidad de colaborar con la organización, llevando a cabo una serie de prácticas ilegales, compras y otras inversiones, a partir de las cuales recibirían unas pequeñas cantidades que irían oxigenando sus puntuales carencias económicas.  

Nos encontramos en un punto intermedio y clave para la asunción de responsabilidad penal, en vuestro caso. Necesitamos su inteligente colaboración, para acceder a los puntos clave en el desmantelamiento y detención de los principales responsables de la trama criminal. Si acceden a prestarnos su ayuda siguiendo nuestras indicaciones, por supuesto con toda la protección necesaria para sus personas, se verán libres de toda imputación por su implicación en este turbio asunto. En caso contrario, tendré que proceder a continuar con sus expedientes, que serían presentados en su momento ante la autoridad judicial. Tendrán que tomar una decisión en este preciso instante. Les aconsejo que reflexionen y actúen con libertad, pero también con responsabilidad”.

Oliver y Jasmine abandonaron juntos la jefatura de policía. Antes de llegar a su domicilio tenían que recoger a su pequeña Lalia, que esa mañana habían dejado en casa de sus abuelos paternos. Caminaron lentamente por la gran avenida, ambos en silencio y profundamente abochornados del trago que habían tenido que pasar ante los policías. Al fin, uno de los dos quiso expresar lo que sentía en aquellos muy duros momentos.

“Uno por el otro deseamos ayudarnos y mantuvimos en secreto este asunto del extraño e-mail. Yo también lo recibí, en mi correo. Me convocaron a las cinco en punto, por eso te dije que tenía que ir al salón de belleza para realizar un servicio. Después, la chica rubia, Evelyn, me bajó en su coche hasta el Parque, en donde yo tomaría el autobús. Pero antes de hacerlo, un policía me indicó, amablemente, que tenía que acompañarle a la Comisaría central ¡Menudo miedo pasé! Ahora tenemos que colaborar con los agentes, si queremos vernos libres de todo este embrollo. Mi padre conoce a un abogado amigo, al que debemos consultar”.

Unos días después, Oliver había sido citado mediante e-mail, por Mr. Michael, para que acudiera otra vez al Parador. La hora fijada para el nuevo encuentro era a las once de la mañana. Comunicó de inmediato este hecho al subinspector Efrén Comas, quien mandó activar una operación para coger al supuesto cabecilla de la trama con “las manos en la masa”. Recibió las indicaciones oportunas acerca de cómo habría de actuar ante los delincuentes. Quince minutos antes de la hora fijada ya atravesaba la puerta acristalada, bien adornada de macetones con flores, del bien enclavado paraje turístico. Se dirigió a la Srta. de recepción, indicándole su nombre y el ruego de que avisara de su presencia al Sr. Michael o a la Srta. Evelyn. Para su sorpresa, recibió con desconcierto la siguiente respuesta:

“Sr. Oliver, le aseguro que no tenemos en el listado de residentes persona alguna que responda a esos nombres”.

La recepcionista, ante la insistencia de Oliver, comprobó los residentes de la semana anterior. La respuesta siguió siendo negativa. Allí nunca había estado el tal Mr. Michael o la señorita del cabello rubio, que conducía el vehículo de color blanco. Esa misma noche, tras regresar a su domicilio, recibió una llamada telefónica del agente de policía. Con muy escuetas palabras le aconsejó que se olvidara de todo el asunto. Añadió que, muy probablemente, no recibirían nuevas comunicaciones electrónicas de estos curiosos personajes. Probablemente habían recibido algún “soplo” o detectado movimientos extraños, ya que se trataban de verdaderos profesionales de la delincuencia. Habían puesto “tierra de por medio”. Efectivamente, así sucedió. El Sr. Michael no volvió a aparecer entre los remitentes de su correo electrónico.

Por cierto, unas semanas después, el propio Efrén Comas volvió a llamarle. Era para comentarle que un familiar suyo, profesional de la hostelería, iba a abrir una nueva sede en su cadena de pizzerías, con servicio también a domicilio. Este cuñado estaba seleccionando personas responsables para realizar el reparto y otras funciones propias en el restaurante. Era una excelente nueva oportunidad laboral que Oliver supo, con manifiesta gratitud, agradecer y aprovechar.-  
   
  
José L. Casado Toro (viernes, 20 de Enero 2017)
Antiguo profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

viernes, 13 de enero de 2017

UNA CARTA OLVIDADA, CON FECHA EXPRESA PARA SU ESPECIAL PROTAGONISMO.

Tras el sentimental, y al tiempo lúdicamente festivo, triple ciclo navideño, repartido en cada anualidad a lo largo de dos intensas semanas, desde el 24 de diciembre al 6 de enero, la generalidad de las personas apetecemos la llegada de una cierta tranquilidad y sosiego para la intimidad de nuestras vidas. La transición a un nuevo año hace posible, de manera afortunada, que recuperemos viejos proyectos, con la alegre aventura de algunos cambios, a través de los cuales pensamos mantener lo positivo pero, también de manera especial, mejorar o modificar algo de todo aquello que reflexivamente no nos agrada en lo que va siendo nuestro protagonismo o andadura vital.

Todo ese prolongado y luminoso ciclo festivo navideño parece ser que culmina con la mágica Noche de Reyes y el gran DÍA DE LOS JUGUETES, en la mañana siguiente. Esta tercera celebración supone la ruidosa y entretenida alegría para millones de niños, pero también de todos esos “mayores” que aún mantienen el alma infantil en la inmensidad de su corazón. Sin embargo, cuando todos nos prometemos la llegada de la ansiada y necesaria tranquilidad ¡aparece el 7 de enero! con su mercantilizada e incontenible potencia consumista en otra nueva y estresante “FIESTA DE LAS REBAJAS”.

Ciertamente, un elevado numero de comercios han ido ya ofertando, desde muchos días antes de esta emblemática fecha y en sus bien preparados escaparates y expositores, decenas de productos con sus precios atractivamente rebajados en porcentajes que alcanzan, en no pocos casos, hasta el 70 % del valor inicial marcado en las etiquetas. Pero esa “divertida” fecha, con la que culmina la primera semana del nuevo año, es considerada sociológicamente como la apertura para la gran oleada de clientes que se desplazan, en fervorosas grandes “manadas” y desde horas tempranas de la mañana, a los nuevos templos del consumismo, a fin de rendir culto a la materialidad de nuestras necesidades o caprichos, por supuesto “al mejor precio” para su compra.

Aunque cada año solemos prometer no volver a reincidir en la alocada y repetitiva tentación, en ese GRAN DÍA DE LA REBAJAS solemos encaminarnos de nuevo, apenas con la sonrisa somnolienta del alba, a las tiendas y centros comerciales, a fin de encontrar esa prenda, esa ganga, que tenemos en mente o aquella otra que también resulte atractiva en su coste para el poder adquisitivo o disponibilidad de nuestra economía.

En mi caso, he de confesarlo, buscaba una determinada y deportiva cazadora de piel, con alegre y juvenil estilo vaquero, de gran calidad en su material y confección, perteneciente a una muy prestigiosa marca textil en el mercado de la ropa. Para mi satisfacción, allí estaba, allí se encontraba, ahora expuesta junto a otras cromáticas prendas, con su precio rebajado en un 40 % según marcaba la correspondiente etiqueta.

Tras elegir la talla más adecuada para mi contextura corporal (pasando por esos cubículos misteriosos y siniestros, denominados probadores) tuve que aguardar una muy larga cola de clientes ante la caja del pago, prolongada y sinuosa fila que recorría el gran espacio útil del establecimiento. La densidad de personas de todas las edades (aun predominando la clientela joven) a esa hora de las 11 de la mañana, era harto elevada. Todos (también era mi caso) permanecíamos con nuestras prendas en las manos, intercambiando comentarios acerca del día y la lentitud que ofrecía la gestión del cobro, a pesar de que había hasta cuatro personas atendiendo en caja. 

La muy apreciada bolsa con la cazadora se vio acompañada, en el transcurso de la media jornada, por otras grandes bolsas que contenían la “chucherías” propias para el capricho de un travieso día de rebajas. Alrededor de las dos y pico de la tarde ya me encontraba en casa. Dejé el “valioso cargamento” sobre la colcha del dormitorio pues quería probarme una vez más, con el infantil espíritu de estos casos, la encariñada chaqueta o cazadora deportiva en piel. 
  
En esa grata tarea me encontraba cuando reparé, para mi sorpresa, en algo que se encontraba dentro de uno de sus bolsillos interiores, el cual cerraba con una útil cremallera. Se trataba de un pequeño sobre cerrado, cuyo papel era de una tonalidad rosa pálido. En el frontal del coqueto envoltorio no había destinatario expreso. Sólo una enigmática frase, escrita caligráficamente por una mano que debía ser femenina, característica en la que suelo acertar dada mi larga experiencia corrigiendo ejercicios y libretas de alumnos. Esta primera suposición se vio pronto confirmada porque en el remite, escrito sobre el reverso del sobre, sólo aparecía una palabra: SHEILA.

El texto de la citada frase frontal decía:  “Abre este sobre, cuando te encuentres ya en Málaga, tu ciudad, en ese romántico lugar donde nos conocimos”.

De inmediato asaltaron mi mente una serie variada de cuestiones. ¿A quién iba dirigida la misiva? ¿Quién era la tal Sheila? ¿Qué hacía dicho sobre, en el bolsillo interior derecho de la cazadora? ¿Debía abrirlo o no, a fin de poder conocer algo más acerca de la autoría o el destinatario del posible mensaje que contendría? ¿Sería lo más acertado arrojar el sobre a la papelera, olvidándome de este inesperado y cinematográfico episodio?

Durante parte de la tarde, estuve dándole vueltas al “misterioso” asunto que me había sobrevenido con la compra de la mañana. Al fin, ya en la llegada de la noche, me dirigí de nuevo al establecimiento de ropa a fin de consultar, con algún encargado, lo que sería más procedente hacer con el curioso envío epistolar. Pregunté por la persona responsable y pronto tuve ante mí a la Srta. Natalia, en aquel momento la jefa de sección. Escuchó con atención mis explicaciones y pronto arrojó un poco de luz en el mar de dudas en que me hallaba sumido.

“No ha de preocuparse, porque estas cosas suelen ser frecuentes en los establecimientos donde se permite devolver y cambiar la ropa, sin el mayor problema. Puedo pensar que un cliente compró esta prenda y, tras probársela más tranquilamente en casa, quiso cambiarla por otra talla u otro artículo de la tienda. O simplemente devolverla y recuperar el dinero que le había supuesto su compra. Tal vez, en todo ese trasiego, guardó el sobre que Vd. encontró y tiene en su mano, no recordando después el lugar donde lo había puesto. La verdad es que sería complicado localizar a esta persona en caso de que pagase  en efectivo, como ahora vamos a comprobar”.

Efectivamente, la forma de pago había sido realizada en efectivo. Esa cazadora había sido devuelta o cambiada una semana antes de la conversación que mantenía en este momento con la encargada de la sección. No era fácil conocer, dado el trasiego diario de tantas mercancías, si el cliente en cuestión había elegido otra talla o había comprado un nuevo artículo con la devolución de su importe. Lo único cierto es que tenía en mi poder un enigmático sobre, que no había sido abierto a pesar del breve texto escrito en el anverso y ese único nombre de mujer en su reverso o remite, la autora del previsible mensaje interior.

Aquella noche, ya en casa, le seguí dando vueltas a esta curiosa historia de la carta. Tenía ante mi conciencia dos opciones: olvidarme del asunto, destruyendo sin más el sobre de color rosado o abrirlo, como así me había sugerido la Srta. del centro comercial. Con este “impertinente” gesto podría obtener algún dato en su interior, el cual podría ayudarme a localizar su expreso destinatario. Rasgué al fin el papel y extraje una cuartilla, también con la misma tonalidad del envoltorio. La caligrafía del muy largo escrito era, obviamente, la misma que mostraban las palabras que aparecían anotadas en el exterior del sobre. Literalmente, el texto decía así:

“Mi querido y bien amado Abel. Estarás ahora leyendo esta extensa carta, en ese precioso lugar junto al mar donde tuvimos la suerte de conocernos. Desde aquel afortunado día, hemos mantenido una proximidad que, al paso del tiempo, se ha ido consolidando y haciéndose más íntima y cariñosa. La atracción que ambos nos profesamos nos hace vivir los días y las horas con la mayor ilusión y esperanza. Pero, como bien conoces, tu situación con respecto a nuestra necesidad es diferente a la mía. Yo no tengo ya esas ataduras que a ti te vinculan (incluso con tus hijos) y que dificultan nuestra deseada y definitiva unión. Comprendo que tu posición es muy complicada, con esa vacía relación matrimonial que, según me has confesado y demostrado, te hace profundamente infeliz.

Llevamos manteniendo esta secreta situación durante un prolongado período, que ya va para los siete meses. Sé el esfuerzo que te ha supuesto inventar una justificación que te permitiera, en estos días, venir a conocer la ciudad donde nací y resido. Ya ves, una tranquila, saludable y castellana tierra conquense, donde los amaneceres y atardeceres parecen ser muy diferentes del cosmopolita ambiente (lo he podido muy bien comprobar y disfrutar) del que gozáis los malagueños.

He pasado (creo que también es tu caso) un largo e intensamente feliz fin de semana, junto a la persona que amo con toda mi alma. Pero, como ya te he expresado, en la intimidad de nuestras conversaciones, tenemos que resolver con valentía y decisión esta ambigua y dual situación que mantenemos, muy especialmente en tu caso.

Aun con la dificultad en que te mueves, de la que siempre he sido consciente, debes, a estas alturas de nuestra relación, dar un valiente y responsable paso. En un sentido o en el otro. Dejar pasar el tiempo sin más, como a veces me has sugerido, no creo sinceramente que conduzca a un lugar afortunado, tanto para tu persona como para mi vida.

Con serenidad y esperanza, te emplazo para un nuevo reencuentro. Dentro de dos semanas, tengo que viajar a Madrid, para gestionar un importante asunto de la galería de arte. Estaré allí, desde el viernes 27 al domingo 29. Hacer un desplazamiento a la capital te supone apenas dos horas y media de viaje, en el AVE. La dirección de mi hotel VIncci donde me alojaré, junto a la céntrica Plaza de Callao en la Gran Vía, no te ofrecerá problema alguno de localización. Si acudes a esta cita y vienes con una decisión efectiva, para nuestra futura vida en común, caminaremos juntos hacia ese feliz destino que nos aguarda. En caso contrario, yo deberé seguir (por supuesto, con no escaso dolor) por otra ruta en la vida. Entiéndelo. Con amor, Sheila”.

PD. Durante estos días, hasta ese fin de semana del 29, voy a guardar silencio en nuestros contactos. Quiero respetar tu reflexión y libertad, evitando condicionarte en tu proceder”.

Abel, Sheila, Málaga, Cuenca… y un amor, entre ellos, ansiado, difícil y complicado. Un hombre, por los avatares del destino, permanecía sin conocer los planteamientos de esa compañera afectiva que, también, el azar había querido concederle. Y, además, Sheila iba a permanecer en silencio, hasta esa posible cita o encuentro definitivo. Me preguntaba el porqué Abel, quienquiera que fuese, no abrió el sobre, a fin de conocer los planteamientos de su amada. Tal vez esperaba para hacerlo acudir a ese lugar donde la conoció, posiblemente en una bella tarde de primavera. La única certidumbre era que había sido yo quien conocía el firme posicionamiento de Sheila.

Estos hechos ocurrieron hace ya más de un año. El enigmático sobre, con el afectivo escrito debe estar por ahí perdido (es su inevitable suerte) en alguna de mis carpetas o archivadores. O, tal vez, entre las páginas de ese libro que, en aquellos día, me acompañaba para la lectura. Hoy he querido reconstruir de nuevo su contenido, desde mi memoria. Y ¿por qué ahora, llega esta narración?  Ayer noche tecleé, en el principal buscador de Internet, seis palabras: Sheila, Abel, galería de arte, Cuenca. Con pleno éxito, pues incluso he podido visionar una foto en la que aparecen los que, muy probablemente, son los dos protagonistas de una romántica historia de amor. La voluntad personal pudo más, en esta ocasión, que la incierta tómbola que nos depara aleatoriamente el azar. -


José L. Casado Toro (viernes, 13 de Enero 2017)
Antiguo profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

viernes, 6 de enero de 2017

EL ÚLTIMO Y SENTIMENTAL VIAJE, EN UNA TRADICIONAL JUGUETERÍA DE LA CIUDAD.

Iba a ser éste un día un tanto especial, en la vida de Nicolás. Después de tres generaciones, poniendo ilusión y creatividad en la imaginación de millares de niños “de todas las edades” una afamada y antigua tienda para los juguetes vivía su emocional último 5 de enero. Padres, tíos, abuelos y, muy especialmente, SS.MM. los Reyes de Oriente (esos “magos” o sabios, que hace más de dos milenios se acercaron al principal Nacimiento, en la antigua Belén) tendrían, a partir de ahora, que buscar nuevos almacenes y puntos de abastecimiento, a fin de satisfacer las sonrisas y juegos de todos aquellos que perciben la vida con el sano y alegre espíritu que representa la infancia.

La razón básica de la drástica decisión del cierre empresarial habría que buscarla en los poderosos intereses del turismo y los empresarios de la hostelería, afanes que se nuclean alrededor de esos perímetros adornados de historia, ubicados en la antigua centralidad urbana. Efectivamente, este atractivo espacio ciudadano ha sido verdaderamente “tomado” por los servicios de restauración que, de forma acelerada, han ido “engullendo” a los viejos y tradicionales negocios que, década tras década, pusieron luz y servicio a casi todas esas calles y plazas del antiguo laberinto ciudadano. Esa tradicional urbanística se ve, hoy día ya, remodelada y adecentada a fin de atender las intensas demandas culturales y alimenticias de un dinamizador turismo que consume cultura, tanto museística como monumental, suculenta y diversificada mesa, a casi todas las horas del día, junto a una distracción sin límites para atemperar, con la terapéutica del ocio, el letargo depresivo del aburrimiento.  

Este lúdico establecimiento dedicado a la venta de juguetes fue instalado, hace ya muchas décadas, por un emprendedor empresario, llamado precisamente Melchor, el abuelo materno de Nicolás. A lo largo de los años y las generaciones, el prestigio de este negocio se ha ido manteniendo en el seno de miles de familias que confiaban la ilusión de sus hijos e hijas en la garantía y el buen hacer de una responsable familia empresarial, entregada de lleno para ese mágico oficio que sabe generar sonrisas e ilusiones en los rostros de tantos niños y niñas. Todo ello en íntima relación con los Magos de Oriente que viajan, en la madrugada de cada cinco de enero, hacia casi todos los domicilios de nuestro planeta, donde hay niños o en los que permanece el sano espíritu de la infancia.

Pero el cuerpo de Nicolás ha cumplido ya sus muchos años. Acumula más de setenta. Sus dos hijos ejercen acomodadas profesiones liberales, ambos en el campo de la medicina. Desde jóvenes, manifestaron su intención en no desear continuar por la senda de la tradición familiar. Esta ha sido otra de las causas para que este buen empresario, cansado ya por el peso de la edad, haya prestado oído a las ofertas que sucesivamente le han ido llegando para la compra del amplio local de su propiedad Este amplio local se encuentra muy bien ubicado y con espléndidas perspectivas para un negocio en auge, como es el caso actual de la restauración.

Le han estado ayudando, en la muy reconocida socialmente gestión de su negocio, dos empleados fijos, llamados Stella y Adrián, aunque en éste ultimo año, para la época de Reyes, también ha contado con una joven trabajadora, Rania, en régimen de contrato temporal para tres meses. Hace ya unas semanas que explicó, a este reducido personal laboral, su intención de poner fin a la actividad del negocio, asegurándoles que compensaría de manera legal estos despidos, incrementando voluntariamente la correspondiente cuantía a causa del buen quehacer demostrado por todos ellos durante los largos años de su responsable y ejemplar colaboración.

La oferta de compra más generosa que ha recibido, entre otras muchas, procede de una cadena franquiciada de Noodles, pastas y ensaladas, que va poblando de comida rápida los puntos neurálgicos para el turismo de la ciudad.  Tras hablarlo con Virginia, su mujer y también con sus hijos, ha decidido aceptar al fin la venta del emblemático local o “CASITA DE LOS JUGUETES” simpático nombre que, allá en la centuria anterior, eligió el buen Melchor, emprendedor comerciante abierto a sembrar de sonrisas el vitalista mundo de los niños. 
  
“Son ya cerca de las doce. A esta hora de la medianoche no creo que vengan ya muchos más clientes, a fin elegir esos últimos juguetes que los Reyes Magos necesitan para atender las peticiones de los niños. La verdad es que vamos a bajar las persianas con una cierta emoción, pues nuestra tienda ha cumplido su grata misión. Y durante tres generaciones. Os confieso que estoy un mucho emocionado. Pero ya conocéis mi situación personal, tanto por la edad como por la salud, con algunos problemillas que hacen necesario una larga etapa de tranquilidad y descanso. La compra por Internet, también nos está perjudicando bastante a los comerciantes tradicionales. En definitiva, que esta decisión del cierre la he tenido que adoptar con dolor pero, al tiempo, con responsabilidad. La gestoría ya me ha enviado la documentación necesaria, para que vuestra situación laboral quede asegurada con el correspondiente subsidio de desempleo, mientras encontráis alguna nueva empresa que desee contar con vuestros servicios. He hablado con algunos empresarios amigos, dándoles vuestros nombres y otros datos necesarios. Algunos me han prometido que os van a llamar, para mantener una entrevista.

Me vais a permitir que abra esta botella de Rioja, para que juntos brindemos por nuestro futuro. Sobre todo, quiero resaltar y agradecer, la ejemplaridad de vuestra honrada dedicación. Sólo tengo palabras de agradecimiento y admiración por vuestra continua lealtad.

Os quiero plantear otra interesante y sentimental cuestión. La mercancía, que aún tenemos almacenada y en exposición, se la va a quedar un comerciante del sector, también amigo.  Pero, antes de que venga con su camión para el traslado,  quiero ofreceros, a cada uno de los tres, el que podáis elegir el juguete que más os guste, no importa su precio, como mi regalo especial para el recuerdo. Sería como un modesto y significativo regalo de Reyes que, como recuerdo, deseo entregaros para esta LA GRAN NOCHE DE LOS NIÑOS, en todos los rincones del mundo. Eso sí, me agradaría conocer el motivo fundamental que tenéis para optar por ese determinado juguete”.

La iniciativa de este buen gesto, junto a las formas con que Nicolás estaba llevando a cabo el cierre de su empresa, fue bien valorada por el personal que con él había colaborado durante largos años de actividad comercial. Aunque la medida laboral era ciertamente muy dolorosa, ya tenían asumido que su trabajo en la juguetería había llegado a su fin. Desde hacía semanas, estaban realizando llamadas, enviando currículums y contactando con amistades en el sector comercial, a fin de encontrar un nuevo y necesario acomodo empresarial. Tampoco tenían la menor duda de que Nicolás, persona cabal y generosa, haría todo lo que estuviese en su mano por hacerles lo menos doloroso posible esta difícil transición hacia otros horizontes profesionales.

Fue STELLA quien primero tomó la decisión de explicar su opción por uno de los juguetes, que deseaba conservar como recuerdo. Vivía con su madre, una mujer de avanzada edad. Persona activa y positiva, había llevado siempre muy bien su soltería y, desde hacía meses, se había apuntado a una academia de idiomas, a la que acudía los lunes y jueves, a partir de las nueve de la noche. Pensaba, con acierto, que avanzando en la práctica del “English” le sería más fácil encontrar otros trabajos, afortunada reflexión que los acontecimientos en la juguetería ahora estaban confirmando. Rápidamente se dirigió a uno de los estantes y tomó entre sus manos una preciosa CAJA DE MÚSICA, que había sido construida artesanalmente con todo lujo de detalles en la lejana India.

“Me hace mucha ilusión esta lujosa cajita porque, de las tres que llegaron a la tienda, sólo nos queda ya ésta que tengo en mis manos. Ha sido modelada con maderas nobles y con incrustaciones y dibujos verdaderamente preciosos. Además no trae sólo una melodía, sino que se pueden seleccionar hasta siete sonidos musicales. El mecanismo funciona dándole cuerda, como a los relojes, aunque tiene la posibilidad de aplicarle una pila, con la que se puede activar también su funcionamiento. Aparte de su belleza, os preguntaréis  ¿por qué elijo este regalo?

La principal motivación reside ¡cómo no! en los años de mi infancia. Cuando tenía unos nueve años, creo recordar, mi madrina me regaló para la comunión una cajita de música, a la que tenía gran aprecio. Era pequeñita de formato y a veces la llevaba conmigo en la mochila colegial. Un día, tras el ejercicio físico en el patio de los deportes, al volver a mi aula comprobé que la cajita no estaba en la mochila. Alguien la había cogido y nunca más apareció. Me llevé un gran disgusto pues, además de perderla, algunas compañeras se reían y disfrutaban con mi pesar. Su artilugio hacía sonar una única y misteriosa canción. Para mi sorpresa, esta caja que ahora elijo tiene entre sus melodías, una muy especial para mi memoria. Son los mismos sonidos que tenía aquella otra que me fue quitada en el colegio, durante la escolaridad infantil”.

Stella abrió el paquete de cartón que contenía la preciada cajita de madera, con sus entonaciones para el recuerdo. Estaban escuchando esa dulce melodía, que tanto le motivaba, cuando ADRIÁN, un licenciado en Ciencias Químicas de treinta y siete años de edad, quiso expresar la opción que había elegido para su regalo. Este dinámico vendedor hace bastantes años estaba buscando con denuedo cualquier puesto de trabajo que le proporcionara un sueldo mensual, dado su reciente matrimonio. Aceptó la oportunidad de un contrato temporal en la juguetería, donde firmó para tres meses. Tanto le gustó la venta de unos artículos que generaban ilusiones, alegrías y sonrisas, en los más pequeños de cada hogar, que esos tres meses se convirtieron, con el paso del tiempo, en  los once años que lleva vinculado a la Casita de los Juguetes.

“Os va a extrañar el juguete que he querido elegir. Pero, cuando os resuma los motivos que tengo para hacerlo, ya me comprenderéis un poco mejor. De pequeño quería ser arquitecto aunque luego, con el paso de los años, acabé siendo un químico sin verdadera  vocación para esa actividad. En mi infancia me entretenía dibujando casas, bloques de pisos e incluso construía maquetas de viviendas, utilizando para ello cartulina, papel, cartón y otros materiales de papelería.

Recuerdo que una tarde, cuando tenía unos seis o siete años, fui a jugar a la casa de unos vecinos, muy acomodados económicamente, que tenían solo un hijo de mi edad. Era un niño muy engreído y caprichoso, que poseía decenas de juguetes en la amplitud de su dormitorio. Curiosamente, uno de esos juguetes era una completa ARQUITECTURA, integrada por decenas de piezas de madera esmaltada,  con intensos y alegres colores. Quise jugar con esas piezas, construyendo una de esas casitas que tenía en mi imaginación. Pero este vecino me lo impidió. Como me enfadé por su egoísta actitud, llamó a sus padres para que me echaran de su casa. Fue una situación muy desagradable que, a pesar del tiempo transcurrido, no he podido olvidar.

Esta educativa y completa arquitectura de madera (suma hasta 120 piezas) que tengo entre mis manos, se parece bastante a esa otra con la que no pude jugar, por el capricho y necedad de aquel niño de la vecindad. Esta es mi historia. Todos seguimos siendo un poco niños, aunque nuestros cuerpos se vayan transformando en personas mayores”.

“Pues en mi caso (hablaba la joven RANIA) quiero agradecerle, Sr. Nicolás, que, a pesar del poco tiempo que he trabajado en su comercio, me permita elegir uno de sus lindos juguetes como regalo. Me haría inmensamente feliz tener aquella maravilla de COCINA INFANTIL que contiene platos, cubiertos de metal, hornilla eléctrica, mesa, sillitas, microondas e incluso un pequeño frigorífico, con todo lo necesario para simular ese lugar donde se preparan los alimentos y después se consumen por toda la familia unida en torno a la mesa.

Procedo de un país pobre y mis padres lo son aún más. Cuando era más pequeña y vivía junto a ellos, con la ayuda de mi mamá tenía que fabricarme mis propios juguetes. Me gustaba simular objetos de la cocina, que modelaba con barro, trocitos de tela y madera. Todo era muy simple. Tenía que aplicar infinita paciencia, pero me distraía mucho jugando con mis hermanas y algunas amiguitas del barrio. Hacíamos nuestras comidas con materiales del campo y después simulábamos que nos sentábamos en la mesa para disfrutar compartir  alegremente nuestros “sabrosos” e imaginativos platos".

Aquella fue otra GRAN NOCHE DE LOS NIÑOS y de todos los que aún siendo mayores saben, con fortuna, mantener el alma, el espíritu o la ilusión de la infancia. Cuando Nicolás, el nieto del Sr. Melchor, volvía caminando hacia su domicilio, se sentía triste y alegre a la vez. Su entrañable CASITA DE LOS JUGUETES, se iba a convertir, en el plazo de unas semanas, en un lugar para el “divertimento” del estómago, con esas comidas rápidas que la magia de los electrodomésticos, junto a la paciencia de los consumidores, hacen posible. Pero, al tiempo, llevaba con él una contenida alegría. La de tantos miles de niños que, a lo largo de casi cien años, habían podido crear la magia del juego y la imaginación, con esos lindos  juguetes que su tienda servía a todos los padres que se disfrazaban de Reyes y también a esos Magos orientales que, verdaderamente, eran los padres de todos esos niños que jugaban, reían y gozaban.-  

José L. Casado Toro (viernes, 6 de Enero 2017)
Antiguo profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga