viernes, 25 de noviembre de 2016

HISTORIA EN UN PEQUEÑO JARDÍN, PARA SENTIR Y EXPRESAR LA MEJOR CONVIVENCIA.

Resulta agradable comentar muchas actitudes personales que, por esa desacertada o interesada jerarquización de los valores, apenas aparecen resaltadas en los altavoces mediáticos de la comunicación. Sin embargo, el comportamiento ejemplar de estos anónimos y admirables ciudadanos puede estar muy cerca de ti o de mí, en el radio próximo de nuestra movilidad o conocimiento. La estupenda labor que, de manera desinteresada, realizan podemos disfrutarla, a poco que detengamos y soseguemos con la mirada la estresada agenda de nuestros intereses.

Puede ser el propietario de aquel establecimiento restaurador que, en cada una de las mañanas, ocupa unos minutos de su tiempo en barrer la acera que le corresponde, e incluso baldea con una manguera las losetas ennegrecidas o manchadas por la incuria peatonal. O aquella señora del tercero que, un día tras otro, asea el distribuidor de su planta en la que también conviven otras tres familias. También permanece en nuestra memoria el comportamiento de ese jubilado sin prisas que, mañanas o tardes, toma placenteramente el sol otoñal en uno de los asientos ajardinados de nuestras plazas urbanas. Antes de abandonar su diario reposo camino de casa, este buen hombre dedica un trocito de su amplio tiempo disponible para recoger los envases, hojas secas, papeles, restos de chucherías y otras menudencias que han “caído” al suelo. Con manifiesta paciencia, los va llevando a la papelera cercana, situada en un lugar bien visible para el uso y el civismo de todos los usuarios del lugar.

Efectivamente, no son pocos los ejemplos que podríamos citar. Estas admirables actitudes, aplicadas educativamente a nuestro proceder, mejoran el entorno que nos sustenta e incrementan el acerbo de valores, para ejemplo en demasiadas “ligeras” conciencias. Como aquella jovencita que, alegre e irresponsablemente, abandonaba la arena de la playa dejando sobre la misma su lata vacía de cola y un envase de patatas fritas. Una señora, “corrió” tras de la joven y una vez que estuvo a su altura le entregó la lata y la bolsa de plástico diciéndole: “chica, se te ha olvidado esto en la arena sobre la que estabas sentada. Mira, a muy pocos metros, tienes una papelera donde se deben echar los desperdicios. Así tendremos una playita más limpia”. Fue una muy saludable lección, para el rostro de sorpresa de la adolescente que apenas supo qué decir.

También es verdad de que corres un cierto riesgo con la respuesta a recibir de estas ineducadas personas. Sus palabras pueden ser groseras, insultantes o incluso próximas a la violencia. En numerosas ocasiones tenemos que padecer el proceder ineducado de personas, en recintos o habitáculos públicos. Son aquellos que, dentro de una sala cinematográfica o viajando en los autobuses urbanos, ponen sus pies encima de los asientos e incluso en el reposacabezas delantero. Es indudable la falta de vigilancia en el interior de los cines, mientras que en los buses el conductor ya desarrolla una importante y difícil labor, conduciendo por el complicado y densificado tráfico urbano. Se ocupa de ir cobrando a los usuarios el ticket correspondiente, vigilando para que todos acerquen la tarjeta del bonobús al lector automático correspondiente y atendiendo las numerosas paradas del trayecto, con la apertura y cierre de las puertas del vehículo. Los demás viajeros, que soportan la incívica postura de esa “ligera” persona, en general no se atreven a intervenir por temor a recibir unas groseras y desagradables palabras del maleducado usuario. 

Sin embargo, y como contraste, hay hermosas historias que ennoblecen y ayudan a vitalizar el siempre necesario optimismo en nuestras vidas. Una de ellas está protagonizada por Gema, bondadosa mujer que, durante largos años, ha trabajado en un obrador de confitería y panadería. Ahora, tras haber abandonado sus obligaciones laborales por una bien ganada jubilación, dedica parte de su amplio tiempo libre en mejorar y cuidar un lugar de encuentro ciudadano, situado en el barrio donde siempre ha residido. Se trata de un espacio urbano rodeado por varios edificios, que funciona arquitectónicamente como una pequeña plaza en el plano urbano. En este lugar hay instalados algunos bancos de hierro y madera para uso vecinal, asientos que miran hacia una construcción ajardinada, de forma circular, que alcanza unos cuarenta centímetros de altura. Por descuido municipal, la tierra que ocupa el interior de la misma ha estado casi siempre ocupada por malas hierbas, usual vertedero vecinal y lugar en el que las mascotas son llevadas por los propietarios de las mismas, para que depositen sus excrementos orgánicos, tanto sólidos como líquidos.

Una afortunada mañana esta diligente mujer decidió poner en práctica el proyecto ilusionado que, desde hacia meses, tenía en mente. Hacer que este “parterre”, abandonado a la desidia de unos y otros, se convirtiera en un modesto pero agradable jardín, para disfrute de aquellos ciudadanos que paseaban, descansaban y jugaban en esa entrañable placita para la convivencia de todos.

Gema siempre había vivido con su madre, hasta que esta señora, ya muy mayor, “viajó al más allá” de esta vida. El doloroso hecho, para una hija que no encontró ese compañero con el que formar una familia, ocurrió hace ya unos catorce años. Gracias a su laboriosidad en el trabajo y a la buena relación con la vecindad, supo adaptarse bien a esta soledad vivencial, aunque siempre abierta a ser solidaria con los proyectos para las personas necesitadas. Ahora, con todo el tiempo diario para el disfrute, desde su pase a la jubilación, dedica las horas del día para el cuidado de su casa, hacer obras caritativas, relacionarse con antiguas y fieles amigas y, en estos momentos, poner en vida ese pequeño jardín abandonado en la “plazuela” de su barrio.

Para ese estupendo proyecto, compró un par de grandes vasijas de goma plástica (como las usadas por los albañiles para sus obras) donde echaba lo que iba recogiendo de esa modesta parcela circular de tierra dedicada a jardín. Se ayudaba para ello de una pala y rasqueta, que también compró en un comercio regentado por chinos. Pacientemente fue limpiado esa endurecida superficie térrea, librándola de matojos, hierbas, excrementos, envases de cartón, papeles y botellas. Posteriormente, a esta diaria labor de desbroce y limpieza, echaba los residuos en grandes bolsas de plástico, que introducía en los contenedores cercanos. Esta esmerada labor le llevó toda una semana, dedicando un par de horas cada jornada, tras el desayuno y la ordenación de su piso.

Una vez limpiada la superficie, habló con algunas familias de la zona, pidiéndoles colaboración para enriquecer esa tierra, ya limpia de cuerpos innecesarios, con plantas y macetas que sobraran en sus balcones y terrazas. La donaciones fueron muy limitadas por lo que, una vez más, Gema tuvo que acudir a su monedero a fin de comprar algunos plantones y macetas, en un vivero de las afueras. Habló con el encargado del mismo y este señor, Tomás, conociendo el fin ornamental de la placita, se prestó a hacerle un precio especial e incluso a regalarle algunas especies vegetales que cubrirían bien los metros cuadrados del espacio circular a embellecer.

La tenaz labor para plantar todas las especies apropiadas, el regado del suelo, junto a la limpieza necesaria, por la continuación de los incívicos comportamientos, le llevó muchas horas de esfuerzo y dedicación. Pero al fin ese pequeño jardín de la plazuela había quedado muy bien organizado, provocando el elogio y aplauso de muchos convecinos. Todos  ellos valoraban el esfuerzo y paciencia de una mujer que había “luchado”, con admirable y generosa entrega, por un  trozo de espacio verde entre tanto cemento por doquier, para el disfrute visual, anímico y aromático de la ciudadanía y vecindario que por allí pasase.

Y así transcurrieron los días hasta ese otro, en el que la suerte se nos torna esquiva. Ocurrió en una noche de viernes, fiesta y bebida, con esas bromas y retos adolescentes en el que no se sabe poner freno a la irracionalidad. Aquella mañana de sábado, en un ya frío Noviembre, la mayor parte del jardincito apareció “arrasada”. Plantas cruelmente arrancadas, excrementos por doquier, numerosos cascos de botellas esparcidos y restos de lo que parecía haber sido una fogata, para quemar objetos diversos. La patética imagen que ofrecía el siempre bien cuidado jardín era verdaderamente desoladora. Incluso ese limonero, que alegraba con su benévola sombra un banco cercano, había sido tronchado con esa fuerza mal empleada para objetivos absurdos y dañinos. El impacto emocional, que provocaba la muy dura plástica destructiva, afectó a todos los que por allí pasaban y descansaban pero, de manera especial, a la ejemplar autora de tanto esfuerzo, tenacidad y buen hacer para el goce solidario. Fue un fin de semana muy “nublado”, en el ánimo de esta buena mujer. Hubo lugar para esos suspiros de protesta que brotan para mostrar la íntima disconformidad.

Ya en el lunes, Gema, tras el desayuno, tomó su carrito para desplazarse al no lejano súper de la avenida. Tenía que comprar unos bocaditos en salsa, además de esas bolsitas de infusiones relajantes, que tanto gustaban a su zalamero gato Sócrates. Tuvo la tentación de no pasar por la plazuela, haciendo un giro de varias calles, para acceder al comienzo de esa avenida. Sin embargo decidió al fin realizar el trayecto más corto, atravesando la placita donde se hallaba el derruido jardín. El panorama que éste ofrecía, ese primer día de la semana, resultaba alegre e inexplicable. El destrozo aparecía básicamente reparado. ¿Cómo era posible que en tan escasas horas, todo ese espacio hubiera sido limpiado, replantado, regado y abonado….? Además, un nuevo limonero, en fase de crecimiento, lucía esplendoroso en el mismo lugar donde había estado aquel otro destruido por la incuria ineducada de algunos adolescentes. A Gema, emocionalmente sorprendida, se le saltaron las lágrimas de alegría. No daba crédito a lo que, de forma esperanzada, sus ojos gozosamente contemplaban.

Toda la tarde/noche del domingo, hasta horas muy avanzada de la madrugada, la espontaneidad vecinal quiso solidarizarse con Gema y reparar en lo posible lo que otros, desafortunadamente, habían destruido. El buen ejemplo, que ella siempre se había esforzado en ofrecer, tuvo eco en las conciencias de muchas personas que supieron detener el ego de su tiempo a fin de dar oportunidad al gesto de la inteligencia, el esfuerzo y la bondad.

Ciertamente esta hermosa historia, protagonizada por Gema, contrasta con otras actitudes desafortunadas que soportamos a diario, producto de la desidia, la escasa educación y esa falta de civismo que perjudica a sectores de la colectividad. Muchos piensan o señalan a los centros escolares. Otros, por el contrario, destacan la responsabilidad que tienen las familias en estos degradados e infortunados hábitos. Resulta obvio que los padres son los primeros que han de ejercer esa necesaria e insoslayable acción formativa sobre sus hijos. Pero, a poco que profundicemos en esta casuística, también los tutores familiares deberían cuidar y modificar esos ejemplos inadecuados que ofrecen a los más jóvenes de la casa. “Escuela” para los hijos, por supuesto. Pero habría que añadir también conciencia, responsabilidad y “escuela” para muchos padres.-

José L. Casado Toro (viernes, 25de Noviembre 2016)
Antiguo profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

jueves, 17 de noviembre de 2016

PREGUNTAS Y RESPUESTAS, EN LA JOVEN DESORIENTADA DEL TROLLEY AZUL.

Me encontraba caminando por una muy densificada zona urbana para el tráfico peatonal y de vehículos, vinculada al gran núcleo intercambiador para la movilidad en la estación ferroviaria de Málaga. En este populoso espacio, no lejos de las templadas aguas mediterráneas que se acomodan en la bahía, coordinan sus prestaciones distintas modalidades para el transporte de viajeros: trenes, autobuses, metro, taxis e incluso el servicio gratuito municipal de bicicletas. Las distintas estaciones y paradas, de estos versátiles medios para la movilidad del la ciudadanía, conforman un perímetro geométrico, cuyos vértices están separados unos de otros por una reducida distancia en metros.

Cuando atravesaba la Estación de Autobuses, camino de la zona comercial inserta en la Estación de ferrocarriles Málaga María Zambrano, escuché por los altavoces cómo anunciaban la llegada de diversos autocares, procedentes desde distintos orígenes de nuestra geografía peninsular.  Me quedé unos minutos observando como sus conductores realizaban hábiles maniobras, estacionando sus voluminosos vehículos en las numeradas isletas señaladas al efecto. El trasiego de pasajeros, unos saludando a los familiares que les esperaban, otros recogiendo sus respectivos equipajes, mientras que algunos buscaban el autobús en el que habrían de partir, dibujaba todo ello un cosmopolita y ruidoso panorama que vitalizaba y, al tiempo, distraía.

En un momento concreto, fijé la vista en una joven que hacía rodar con su mano diestra un trolley de color azul marino. La chica, que vestía una trenka de color beige, vaqueros muy ceñidos y unas converse bastante “trabajadas”, se movía de un lugar para otro mostrando en su rostro una expresión de nerviosa desorientación. Su frágil figura me hacía suponer que apenas superaría  los veinte años de edad. Al cruzarse nuestras miradas, se dirigió con rapidez hacia mí, previsiblemente con el ánimo de hacerme alguna pregunta.

“Discúlpeme, por si le molesto, pero … si me pudiera ayudar… Me encuentro profundamente abrumada y confundida y no encuentro a quien acudir. Sé que hay muchos pedigüeños por todas partes, pero es que lo único que me quedaba lo he gastado en este billete de bus. Y en el monedero sólo tengo unas pocas monedas. He estado viajando toda la noche y sólo he tomado medio bocadillo que me dio una señora, compañera de asiento. Le aseguro que mis problemas son mucho más complicados todavía.”

Las palabras que escuchaba, pronunciadas con un tono de origen norteño, tal vez próximas a tierras gallegas, provocaron mi curiosidad  y ese sentido solidario que , de manera afortunada, aún nos esforzamos en mantener. La compra, en el Mercadona de la estación, podría esperar. En realidad no me hacía falta nada urgente en la despensa, por lo que entendí interesante atender la situación de aquella nerviosa interlocutora, de cabello castaño y ojos celestes aunque un tanto enrojecidos por el cansancio lógico que acumulaba, derivado de un probable largo viaje. Eran las 10 y 15 horas en una mañana bastante fría por la humedad del otoño, aunque con el cielo limpio de nubes. Me ofrecí a invitarla a ese desayuno que sin duda necesitaba. Pensé que, tras reparar fuerzas con el alimento, estaría mucho más serena y podría explicarme algo de todos esos problemas que tanto parecían atribularle. Bien es verdad que también algo me decía en el subconsciente, sobre si no me estaría metiendo en algún lío de consecuencias ingratas.

Pudo más en mí la generosidad sobre la prudencia o la prevención hacia una persona que en nada conocía, por lo que en pocos minutos ambos estábamos sentados en una cafetería cercana. Tania (ese era su nombre) sólo pidió un mixto de jamón y queso, junto a un café con leche. Aunque yo había desayunado antes de salir de casa, pedí al camarero una infusión de manzanilla con anís.

A poco de sentirse más repuesta, mientras desayunaba, comenzó a narrarme, con la mayor espontaneidad y fluidez expresiva, una complicada historia en la que ella era la principal protagonista. El contenido de la misma, así como algunos detalles específicos, provocaron mi asombro, el cual iba en aumento a medida que me aclaraba datos acerca de su presencia en nuestra ciudad.

“Si, efectivamente no se equivoca. Soy natural de Orense. Cuando estaba terminando el bachillerato en el instituto, me fui de casa. Quise unirme en pareja con una persona bastante mayor que también abandonó a la que era su mujer. Ambos estábamos muy enamorados. Esta drástica decisión la tomamos a partir de cuando yo había alcanzado la mayoría de edad (he cumplido, recientemente, veintidós). En realidad, a mi madre tampoco le importó en demasía esta aventura pues, desde que había enviudado, su comportamiento con respecto a su corta familia (yo soy hija única) había dejado bastante que desear. 

Mi pareja, un profesional de la banca, fue trasladado por su entidad a la provincia de Ávila. Allí le acompañé y hemos estado conviviendo casi tres años. Esa buena relación inicial se fue deteriorando, con el paso del tiempo. Especialmente, porque Mario cometió un grave error en su gestión financiera, que estuvo a punto de llevarle ante la justicia. Eso afectó en mucho a su carácter, perjudicando la buena armonía que ambos manteníamos. Su refugio en el alcohol empeoró aún más las discusiones y tensiones de cada día entre nosotros. No le niego que me sentí maltratada, con actitudes violentas, tanto de palabra como de acción física, especialmente cuando bebía. La situación se hizo insostenible. Pasé incluso miedo real, en determinados momentos. Hace unos días tomé la inevitable decisión de abandonarle, aunque su carácter, cada vez más violento y posesivo, me ha obligado a realizar una especie de huida, camino de Valencia, Allí reside mi mejor amiga, compañera de estudios durante muchos años. Conoce perfectamente mi situación y me ha ofrecido su generosa hospitalidad.

Por extraño e insólito que parezca lo que le voy a contar a continuación, debe creerme. Sé que es difícil hacerlo, por supuesto. Viajando en el bus hacia Madrid, me encontraba agotada y estresada, producto de las tensiones sufridas en los últimas semanas. Esta línea de transporte, hace una breve parada en la estación de la capital. Allí tenía que haberme bajado, para tomar otra línea con dirección a Valencia. Me quedé dormida y nadie me avisó que habíamos llegado a Madrid. Cuando me desperté, el autobús había seguido su camino y estábamos por Jaén, camino de Málaga. Imagine mi situación. He llegado a Málaga, cuando debía de haberlo hecho en Valencia. Mi estado de confusión es enorme y, además, lo que tengo en el monedero seguro que no me llega para sacar un nuevo billete . Además he de avisar a Iryna, mi amiga, para que no se inquiete cuando vaya a esperarme y no me encuentre. Todo esto parece una historia de película, pero aquí estoy. Muy cansada, confundida y con mi trolley azul, como única pertenencia. La papeleta … es de aúpa. Por cierto, gracias por el desayuno y por aceptar escucharme. Ha sido una suerte haberme dirigido a una persona con la generosidad y el gran corazón que Vd. posee.”

Confieso que yo también me sentía un tanto abrumado. No sabía si me encontraba caminando sobre la verdad o “embarcado” en una complicada historia de impredecibles ramificaciones. Miraba los claros ojos de Tania y la orfandad que parecía transmitir su figura, modestamente cobijada en una también muy usada trenka  de color beige. “¿Y por qué no has acudido a una asociación que pueda ayudarte o incluso a la policía?”. Mi joven interlocutora agachó su mirada y permaneció en silencio. Así permanecimos, ella y yo, durante unos largos minutos, tiempo que no sabría cuantificar. Al fin llamé al camarero, para pagar nuestra consumición. Previamente había adoptado una difícil decisión. Fuera real o no, la información que la chica me había facilitado (había elementos en la misma que no resultaban fáciles de creer) mi conciencia no me permitía dejar a aquella “chiquilla” en la estacada. Algo había que hacer. Aun a riesgo de equivocarme, me dispuse a seguir en el “juego narrativo” que ella me había confiado.

Le dije a Tania que me acompañara a la taquilla de información, a fin de conocer el horario y líneas de buses con dirección a la capital levantina. Allí nos indicaron la línea que tenía su salida más inmediata. Eran las 11:25 de la mañana y el Alsa correspondiente no partiría hasta las dos de la tarde. Pedí al operario de taquilla un billete, Málaga-Valencia, pagando a continuación los 59 € correspondientes a su coste. Se lo entregué a la joven, añadiéndole unas palabras que la hicieron sonreír. Era la primera vez que lo hacía. “Y ahora, no te vayas a volver a equivocar. Cuidado con el sueño, que puedes acabar en un sitio imprevisible”. Me devolvió una mirada en la que mezclaba claramente su agradecimiento y, al tiempo, una cierta extrañeza por mi comprensivo proceder.

Como aún faltaban un par de horas, para que ella tomase la línea de bus, le sugerí que me acompañara al hipermercado cercano, donde tenía que comprar un par de cosas que necesitaba. Así lo hicimos, sentándonos después en unos jardines cercanos, a fin de esperar la hora de partida. Afortunadamente la temperatura del día acompañaba y el cielo seguía limpio de nubes.

Estuvimos hablando un largo rato, mezclando cuestiones intrascendentes con otras confidencias acerca de sus proyectos en la ciudad del Turia. Iryna, su buena amiga, le había hablado de una señora mayor, cuyos hijos querían ponerle una persona de compañía que viviera junto a ella en su domicilio. También me confesó que la relación entre ella y su madre era prácticamente inexistente, desde que ella tomó la opción de acompañar a Mario hasta su destino laboral abulense. Ya, cuando faltaban escasos minutos para la una de la tarde, me pareció humanamente razonable ofrecerle si le apetecía tomar algo, antes de ese largo viaje por carretera que, una hora más tarde, tendría que emprender.

Elegimos una cafetería bastante próxima a la Estación de Autobuses, donde ofertaban menús con comida casera. Yo me limité a tomar una cerveza, mientras que ella disfrutó, sin disimulo, con un plato de cocido andaluz, un poco de ensalada y un flan de vainilla, también de elaboración casera. Nadie podría dudar de que esta chica llevaba sin comer un buen plato de comida desde hacía días. Su apetito era manifiesto.

“Bueno, me tengo que subir ya al bus. Es la hora para la partida. Nunca me han sentado bien las despedidas. Te podría decir (le había pedido que me tuteara) muchas palabras con las que mostrar, una vez más, lo profundamente agradecida que te estoy. Pero, lo más importante de todo es asegurarte que nunca podré olvidar este día. Contar con tu comprensión, confianza y generosidad es algo que difícilmente podemos encontrar en estos tiempos donde prevalece, por todos los lados, el egoísmo y la desconfianza más descarnada. Me gustaría volver a saber de ti, aunque tal vez sea mejor no prometer nada. Creo haberte escuchado decir, a lo largo de este intensa mañana, algo así como que el tiempo tiene sus leyes. Dejemos que el destino nos revele si esas “misteriosas” leyes hacen que nos encontremos una vez más. Para mí sería una profunda alegría. Recuperar esa hospitalidad, amistad y extrema bondad que he recibido por tu parte”.
 
Nos deseamos suerte. Ninguno quisimos hablar de correos electrónicos, números de teléfono o whatsapps. Uno y otro decidimos que era mejor así. Una vez que vi partir el autobús, donde Tania viajaba en el asiento número cinco, pensé en ese nuevo e incierto destino que le aguardaba, más allá del tiempo y la distancia. Deseé que fuera todo lo bueno posible para una joven desorientada, a quien la vida le había hecho crecer a un ritmo excesivamente rápido. Pensé en mi proceder. Estaba convencido de que había actuado correctamente, con una persona que necesitaba ayuda en un crítico momento de su existencia.

Cuando llegué a casa, dejé la cazadora vaquera encima del sofá. Para mi sorpresa, observé que de uno de sus bolsillos cayó al suelo una foto, cuya única imagen rápidamente supe reconocer. Correspondía a Tania y tenía un formato de carnet o pasaporte. Nerviosamente intrigado, comprobé el reverso de la misma. No había escrita palabra alguna en ese pequeño trozo de cartulina. Sólo estaba impresa una imagen de huérfana mirada con la que, probablemente, había querido dejarme su modesta gratitud para ese tiempo siempre incierto y fugaz de la memoria. -  

   
José L. Casado Toro (viernes, 18 de Noviembre 2016)
Antiguo profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

jueves, 10 de noviembre de 2016

EL PRECIADO VALOR DE LAS PALABRAS, PARA LOS YERMOS ESTADOS DE AUSENCIA.

El escueto anuncio, publicado en los principales medios de comunicación local e incluso regional, resultaba atrayente aunque algo inconcreto. Motivaba, de manera especial, a todos aquellos que puntualmente carecían de ese trabajo tan necesario para el sustento y la realización personal.

“Se necesitan personas de entre 25 y 50 años (incluyéndose ambas edades) y que posean una buena capacidad para la comunicación y el diálogo. Enviar foto reciente y un detallado currículo, académico y laboral, a la siguiente dirección electrónica (…). Aquellos hombres y mujeres que sean inicialmente citados, habrán de presentarse el lunes 31 de Octubre, en la dirección inserta al final de este anuncio, a fin de mantener una entrevista con el equipo encargado de la selección final. El tratamiento de todos los datos, aportados por los solicitantes, será considerado con la necesaria y responsable privacidad”.

La difusa pero interesante oferta de trabajo fue respondida por Germán, al igual que hicieron otros centenares de personas que buscaban sustituir o cambiar la penosa situación de paro laboral en sus vidas. Este malagueño, con 28 años de edad y graduado en Filología hispánica, había finalizado sus estudios universitarios hacía ya casi un lustro. En este largo período de tiempo, coincidente con los años más duros para la contracción económica mundial, no había podido ejercer su gran ilusión profesional: estar al frente de esos grupos de alumnos que acceden a las aulas escolares, a fin de explicarles los conocimientos y experiencias que había ido cimentando durante su etapa de estudio. Desde pequeño siempre había destacado en él su intensa afición y pasión por las letras, dedicando muchas de las horas del día a la práctica de la lectura, tarea que también había sabido completar con una fluida capacidad literaria para expresión escrita.

Tras enviar su completo currículo, personal y formativo, esperó con impaciencia alguna respuesta positiva al efecto. Y ésta, de manera afortunada, se produjo una semana y media después. Como indicaba el suelto publicitario, se le citaba para que acudiera, tres días más tarde, a una empresa privada especializada en gestionar ofertas y demandas de trabajo. Allí habría de realizar la correspondiente entrevista, reunión que comenzaría a partir de las 9 en punto de la mañana.  

Quiso ser educadamente puntual a la cita, por lo que unos treinta minutos antes de la hora fijada ya estaba sentado en un gran salón a donde iban llegando hombres y mujeres de edades diversas. Una joven secretaría iba informando a todos los concurrentes que serían paulatinamente llamados a fin de efectuar el correspondiente diálogo, el cual sería realizado en dos despachos ubicados al final de un estrecho pasillo poblado con numerosas oficinas.

Los aspirantes a los puestos de trabajo se miraban de soslayo, un tanto nerviosos y tensos, sin apenas intercambiar palabra alguna. Los había quienes repasaban y escribían algunas notas, apoyándose en las carpetas que llevaban consigo. Otros aspirantes ojeaban la prensa del día o centraban sus miradas en puntos diversos del bien decorado espacio, con macetones de plantas y cuadros que enmarcaban grandes fotografías que mostraban zonas monumentales de la ciudad. No pocos de los presentes solicitaban permiso para ir a los lavabos, preguntado a la Srta. por su ubicación dentro de la nave de oficinas. Germán, llegó a contar hasta 49 compañeros, en las sesenta sillas habilitadas para la espera. La densa atmósfera anímica que allí prevalecía trataba de ser relajada con los sonidos de una melodiosa música ambiental, modulada a muy bajo volumen. El atuendo o vestimenta de unos y otros era, lógicamente, muy contrastado. Dada la fecha y la cálida temperatura de que aún gozaba la ciudad, algunos vestían prácticamente de verano, mientras que otros llevaban puestos trajes de abrigo, extremando la elegancia. Buscaban, sin duda, el mejor efecto de su presencia ante el profesional que en pocos minutos les iba a atender.

“Tome asiento, por favor. Tengo ante mi su expediente, con todos los datos que Vd. nos ha facilitado, incluyendo la documentación acreditativa al efecto, Sr. Doria. Le propongo el siguiente ejercicio: en no más de tres minutos, debe improvisar una breve historia, acerca de uno de los tres temas que le voy a ofrecer. Obviamente, el contenido de la narración puede ser de ficción o estar basado en alguna experiencia personal. Una vez que haya organizado mentalmente el contenido de lo que me va a narrar, comenzará a exponerlo, durante un tiempo no superior a los cinco minutos. Podrá consultar el esquema o las notas que haya escrito sobre la misma, en este folio que le facilito.

Los temas propuestos son los siguientes: a) una incómoda situación que haya vivido en unos grandes almacenes; b) la experiencia de un viaje en crucero, durante el último verano; c) el tema que Vd. elija libremente. Le aclaro que puedo hacerle alguna pregunta o comentario, durante el tiempo de su exposición.  Concéntrese y espero su narración”.

El estado de sorpresa se incrementaba en el tenso ánimo de Germán. Mientras que esperaba una cascada de preguntas o concreciones sobre los datos que había enviado en el currículo, se encontraba ante un interlocutor, de mediana edad, con un cierto acento en el habla que manifestaba su evidente origen extranjero (posiblemente, su profesión sería la de psicólogo) que sólo le requería para que contara alguna historia sobre alguno de los temas ofertados, durante un brevísimo espacio de tiempo. Dada su notable cultura y capacidad expresiva, el aspirante pudo argumentar una pequeña y convincente historia personal, vivida en la ya lejana infancia de los ocho años, cuando sus padres le compraron su primera bicicleta, en un comercio de barrio dedicado a material deportivo.

Parece ser que su exposición agradó muy positivamente al entrevistador, por lo que éste le dio a entender que podría ser una de las cinco personas seleccionadas para el puesto, amén de otras cinco que quedarían en situación de suplencia. En ese esperanzador momento, le explicó básicamente la naturaleza del trabajo que habría de ser desempeñado por todos los candidatos seleccionados para el anhelado puesto laboral.

“Nos han encomendado elegir a cinco personas idóneas para trabajar, por horas, en un importante restaurante de la capital. La función que han de desempeñar consiste en acompañar, durante su almuerzo o cena, a determinados comensales que, por diversas circunstancias, no les apetece estar solos en torno a la mesa.

Estos clientes, con cierto poder adquisitivo, pagan un sobrecoste en la factura de su comida, por esa compañía y conversación que se les facilita, desde la dirección de la entidad restauradora. Su misión, al igual que la de sus compañeros, consistiría en estar esperando al cliente que se le designe, presentarse amablemente ante el mismo y sentarse con él en su mesa. En este supuesto, acompañaría la comida de su interlocutor, ofreciéndole una fluida conversación y alguna historia interesante que le pudiera distraer y satisfacer. Vd. como acompañante no pediría nada al camarero. La entidad restauradora le facilitaría, de motu propio, hasta un par de cervezas o copas de vino, además de un platillo con frutos secos como tapa.

Por cada sesión de trabajo, que duraría aproximadamente hasta una hora, recibirá una compensación de 12 euros. El cliente abonaría por este servicio 20 euros, sumándola al coste de su consumición. No le oculto que, por la categoría del restaurante, se trata de clientes con un estatus socioeconómico elevado los cuales sufren, en sus vidas, el cruel trauma de la soledad”.

Para gozo del solicitante, Germán fue uno de los cinco primeros seleccionados para ese curioso y eventual puesto laboral. En realidad suponía una atractiva forma para ganarse unos euros, simplemente por hacer compañía en la mesa a una persona necesitada del calor afectivo que posibilita la palabra. Eso sí, habría de extremar la delicadeza del trato, ser ameno y cordial, en función de las características especificas del comensal, elementos que tendría que descubrir o adivinar en muy pocos minutos. En función de la tipología humana que tuviese junto a sí, habría que adaptar los temas de conversación y, por supuesto, elegir bien el contenido de esas historias o anécdotas que tenía encomendadas compartir.

Pronto recibió comunicación con los datos de un primer servicio que habría de desarrollar. Procedía de un elegante restaurante, sito en el remozado y concurrido puerto de nuestra ciudad. Antes de entrar en las dependencias del mismo, repasó en el atril expuesto en la calle el coste y contenido del menú correspondiente al día. El precio ascendía a 35 euros más IVA, eso sí, con una bebida incluida. Fue recibido por el gerente del establecimiento, el cual le dio unas indicaciones precisas acerca de cómo habría de actuar con el cliente al que acompañaría en la mesa. Unos diez minutos más tarde, llegó esta persona, a quien saludó con una sonrisa plena de afecto.

Se trataba de Regina, una elegante señora que disimulaba bastante bien su naturaleza, física y mental,  de octogenaria. En el transcurso de la fluida conversación Germán pudo conocer que su interlocutora había enviudado hacía unos pocos años y, aún teniendo una persona que atendía las labores de su casa, acudía tres veces en semana a este restaurante, situado a no excesiva distancia del anticuado, pero señorial, palacete donde residía. La señora se había desplazado en taxi, hasta la puerta del establecimiento, medio de transporte que, tras el almuerzo, también utilizó para volver a su “palacio”. Sin duda, estaba en posesión de una importante liquidez económica, pues en el contexto de la conversación aludió a la serie de pisos que tenía alquilados y por los que percibía una “suculenta” renta.

A este su primer servicio siguieron otras personas de muy diversa naturaleza, con dos características que a todos ellos vinculaba: su desahogada disponibilidad económica y, de manera especial, el trauma anímico de la soledad. Por término medio, eran tres los clientes a los que acompañaba en la mesa cada semana. Esos pocos euros que iba recibiendo no resolvían su situación laboral, por supuesto, pero al menos le permitían tener un muy modesto ingreso, conocer el drama anímico de estas personas, con ausencia de calor humano y, finalmente, seguir preparando esas oposiciones que algún día tendrían que ser convocadas por la Administración regional.

Se había generado otra forma de dar clase o impartir docencia, en la vocación profesional de Germán: en vez de los pupitres escolares, habría de utilizar la mesa bien servida de un caro restaurante; en vez de los treinta y cinco alumnos por aula, tendría ante sí la presencia de un solo comensal, necesitado de la palabra amistosa; en vez del temario programado en el diseño curricular del centro, habría de echar mano de ficticias o reales historias o comentarios sobre lo cotidiano, que servían para enriquecer el conocimiento y, sobre todo, para distraer esas horas vacías que tantas personas sufren en la “oscuridad” de su realidad vital.

Son tiempos confusos y carenciales, en los que cada cual negocia la privacidad de sus ausencias. Ayer, ahora y siempre, se sigue buscando esa comunicación anímica de la palabra, que facilita el cálido valor de la amistad. Más o menos, interpretada o ficticia. Más o menos, verdadera o real.-

   
José L. Casado Toro (viernes, 11 de Noviembre 2016)
Antiguo profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga