viernes, 23 de agosto de 2019

MEDIADORES.

Resulta cívica y humanamente elogioso intentar conciliar una postura de acuerdo o acercamiento entre dos partes enfrentadas, aunque no siempre se consiga ese plausible objetivo de la concordia, a pesar de todos nuestros desinteresados y generosos esfuerzos. Y es que además, en no escasas ocasiones, la parte mediadora suele salir “malparada”, puesta en tela de juicio y enemistada con los protagonistas enfadados (que suelen “mandar a paseo” a este “generoso” amigo común) mientras que por el contrario ellos vuelven a conciliarse tras superar su más o menos complicada ruptura. Consideramos insólita, absurda y hasta jocosa esta consecuencia, sin embargo sucede con cansina e injusta frecuencia en los comportamientos humanos.

El relato nos acerca a Gerardo Sencial Monasterio, quien había decidido dedicar esa tarde libre de primavera, que le correspondía en lo laboral, a fin de recorrer de forma placentera muchos de los rincones con encanto que siempre “aguardan” nuestra visita, y que permanecen afortunadamente “vivos” en el seno de la antigua o moderna ciudad. En los laboratorios clínicos donde trabajaba, había estado haciendo guardia todo el domingo anterior. Por esta razón podía disponer del miércoles y jueves tarde para dedicarlo a sus asuntos o intereses particulares. El estado meteorológico acompañaba sus intenciones, con una tarde de finales de Mayo templada y sin viento. Provisto de su bien usada y entrañable cámara fotográfica, se dirigió hacia la zona histórica en donde había vivido gran parte de su dulce infancia y adolescencia.

Fueron numerosas y testimoniales las tomas que iba realizando de esas nuevas edificaciones y lugares de encuentro y ocio que él recordaba muy cambiados, en su ubicación y estructura, a tenor del paso innegociable del tiempo. Especialmente quiso detenerse, una vez más para el sentimiento de su memoria, en aquella “destartalada” pero entrañable casa de vecinos, con su gran patio interior o corrala. En otra época allí los niños corrían y jugaban, mientras los mayores solazaban los minutos, hablando, merendando, criticando o bromeando con todos esos “chascarrillos” a los que siempre había que ponerle un punto de aplauso y risas, tuvieran más o menos gracia en su contenido y forma de exposición. No faltaban entre los miembros del castizo y viejo inmueble, todos muy heterogéneos, campechanos, humildes y ruidosos, en su fraternal comunidad, las discusiones, los gritos, los momentos divertidos y las ayudas generosas, de lo que no era en realidad sino una gran familia, repartidas entre unidades de pisos con puertas siempre abiertas para la sencilla y limpia amistad. En la actualidad ya no existía ese espacio como tal, pero él se veía allí jugando y corriendo con su patineta de ruedas con goma, material que facilitaba el desplazamiento y templaba la acústica sobre una cementera con losetas varias como pavimento, más que una solería uniforme y estable.

Como es frecuente que ocurra en los paseos, este aún joven técnico de laboratorio se encontró, en su deambular fotográfico, con uno de esos amigos que se conocen desde los tiempos adolescentes y con los que se intercalan etapas de una mayor o menor relación y proximidad. En este caso el amigo con el se cruzó era Valero Chinchilla, gratamente vinculado a su “quinta” cronológica. Aunque habían estudiado el bachillerato de ciencias juntos y “hermanados” en la amistad, sus destinos profesionales se fueron separando ya en los años de juventud. Su amigo siempre fue un fanático enamorado y asiduo de las salas oscuras, con las pantallas gigantescas iluminadas para la generación de mil y una historias. Esta afición al cine venía alimentada por la influencia de su tío Custodio, quien trabajaba como proyeccionista o maquinista de cabina, en un señorial y céntrico cine de la ciudad. Fueron abundantes los días en que su tío lo llevaba a la “mágica” cabina de las películas, para que aprendiera cómo funcionaban los dos gigantescos proyectores, con sus carbones voltaicos enfrentados para generar la luz necesaria y, por supuesto, los entresijos en la manipulación de los rollos del celuloide. Todo ello le permitía acumular en su caja de los “tesoros” centenares de fotogramas desechados o inservibles para su exhibición. Valero no se perdía película alguna proyectada en esa sala, incluso las de “mayores con reparos” y las calificadas como gravemente peligrosas, por la calificación eclesiástica. Pero Custodio disimulaba, pues siempre tuvo un espíritu algo ácrata que de alguna forma influyó en su sobrino.

La inquieta personalidad de Valero intimó con una jovial compañera de curso, en la secundaria del instituto, cuyo nombre era Dora aunque todos la conocían también por Clamia. Gerardo nunca supo con claridad el por qué de este cambio en la denominación de la bella y activa compañera, pero lo cierto es que al paso de los años, la pareja se unió en matrimonio civil y trajeron a la vida dos chavales que en la actualidad alcanzaban los 7 y 5 años de edad. Precisamente, estos amigos y antiguos “compas” de aula le pidieron que él “apadrinara” al más pequeño de sus hijos, encargo que él aceptó con agradecimiento y lógica responsabilidad. 

“La verdad es que no te he llamado, Gerardo, porque he estado muy agobiado con el trabajo en las salas (hemos tenido la Semana del Cine Europeo) y otros problemas, bastante complicados, que te puedo contar, siempre que tengas un ratillo para escucharme. Nos podemos sentar en una de las terrazas del puerto, que no nos queda lejos y así te pongo al día de mis desventuras. En realidad, debes creerme, en más de una ocasión he pensado en ti durante estas últimas semanas. Pero dudaba en meterte en este embolado que me tiene más liado que un trompo”.

Minutos después, los dos íntimos y viejos amigos estaban acomodados en la cafetería/bar El Galeón, en plena zona portuaria, con esa brisa de levante que confortaba las epidermis. Entre ellos descansaban sobre la mesa sendos cafés bien cargados, sin azúcar el de Valerio, pues el proyeccionista estaba en proceso reductor debido al sobrepeso ganado en días de bonanza y lujuria, según confesó a su intrigado interlocutor.

“Ya sabes que llevo en la sangre un espíritu muy liberal, en esta cosa de los sentimientos. Tal vez el tío Custodio, a quien le debo tantas enseñanzas, fue el que me dejó esas influencias ácratas o libertarias que tanto y bien le caracterizaban. La verdad es que me cuesta imaginarle todas esa horas diarias encerrado, en la cabina de proyección ¡Buen pájaro y buena persona que era! Total Gerardo, que yo, aunque aprecio y valoro mucho a Clamia, necesito tener mis desahogos, por esos mundos del amor. La verdad es que ella, la muy lista, siempre ha sabido disimular, pero… por razones que se me escapan ha llegado a un punto en que ha dicho basta o hasta aquí. Confieso que he tenido, incluso desde antes de pasar por el Registro Civil, mis "asuntillos amorosos", para darle alegría a esas necesidades de la naturaleza. Pero lo de ahora ha sido y es una experiencia más fuerte y trascendente.

Se trata de Lina (Paula de la Oliva) una estudiante en Artes Escénicas, a quien conocí en un festival del Cine francés que desarrollamos en la sala principal del complejo. Un encanto de cría algo más joven que yo (tú yo somos de la misma quinta, nacimos en el 83). Total, que le llevo 14 años, que no es nada. Este asunto de faldas se me ha ido de las manos. Con la prudencia necesaria, iniciamos una irresistible y embriagadora relación afectiva. Creían tener todos los movimientos bien controlados y contaba, ¡como no! con el disimulo usual de Clamia, Pero en esta ocasión la situación se ha desmadrado y mi cónyuge me ha puesto las maletas en la puerta. Incluso ha llegado a más, hablando de que va a contactar con una abogada, especializada en estos temas de familia. Como ves, es un problema de envergadura. Mi relación con Lina, como en otros casos anteriores, yo creo que iría perdiendo fuelle, aunque tengo que reconocer que con nadie antes me había dado con tanta fuerza. El caso es que estoy atrapado entre dos fuegos, valga bien esta palabra que uso. Por un lado la estabilidad familiar, con los niños. Por el otro, este amor “enloquecido” e irresistible, que me rejuvenece y transforma positivamente en otra persona, cuando estoy con esta joven “divina” y subyugante. Necesito a las dos, mi buen amigo.”

Gerardo escuchaba esta larga plática explicativa y justificante al tiempo con atención, comprensión pero también con un punto de indignación o enfado. Aunque apreciaba a su amigo de toda la vida y tenía claros vínculos de fidelidad con la amistad que le deparaba, en lo más hondo de su ser mantenía una acerba crítica a la forma de vida, muy ligera y desenfada en su opinión, de Valerio. En diversas ocasiones había considerado a su amigo como un ser irresponsable, amante solo de la buena vida. Y que en estos momentos se hallaba a punto de echar por la borda una valiosa estabilidad familiar, deslumbrado por nuevos cantos de sirena basado en caprichos, sueños y obsesiva sensualidad Fue un poco duro con Valero en su respuesta, afeándole su manifiesta irresponsabilidad. Aún así, le prometió que haría lo posible por ayudarle en el entuerto en que se había metido. Se comprometía a mantener alguna entrevista, a la mayor premura, con su también antigua amiga y compañera Clamia, para disuadirle que adoptara posicionamientos drásticos e irreparables, sobre todo pensando en dos críos pequeños, cuya infancia merecía una estabilidad y seguridad, a fin de no dañar de manera desgraciada sus caracteres en plena formación.  

Así que comenzó una complicado y agotador proceso de citas y diálogos con las dos partes que estaban radicalmente enfrentadas. Una y otra eran amigas y muy afectas, no en balde esa relación procedía de unas aulas juveniles, donde se cimentaron unos vínculos que hoy aparecían prácticamente rotos, en dos de sus eslabones. El propio Valero había tenido que pedir “hospitalidad” en casa de su madre, doña Alfonsa del Parral, mujer de ideología extremadamente conservadora y muy pegada a sotanas y liturgias. Precisamente su marido, hombre más liberal, hacía años que había puesto distancia con su ultramontana cónyuge, y gozaba de los placeres y los riegos de una vivencia en soledad. Sin papeles ni togas, uno y otro caminaban su propia ruta por la vida, sin mayores reproches o conflictos.

Las conversaciones con Clamia fueron en extremo difíciles, pues la madre de su ahijado le acusaba de estar de parte o en connivencia con el adúltero de “su marido”. Gerardo defendía ante ella la injusticia de esa dura percepción, pues él solo pretendía ayudar (trataba de explicárselo con los mejores argumentos) para la  recuperación del dialogo y la ruta de la concordia en una pareja que, de una u otra forma, se tiraba los “trastos a la cabeza”, en un clima de profunda intolerancia. 

Las horas que “echó” el analista clínico con cada uno de sus amigos fueron sumando muchos momentos contrastados de palabras, confidencias, promesas, lágrimas, sarcasmos, ánimos, desalientos, copas e infusiones, silencios y gritos, amenazas y sonrisas, acuerdos e intransigencias… de tal forma que los días iban pasando y Gerardo se fue replanteando el embrollo en el que se veía sumido por su amistosa y temeraria generosidad. En esas diatribas se encontraba cuando una mañana, manejando las probetas clínicas, tuvo una original ocurrencia, la cual se dispuso a llevar a la práctica, siempre y cuando fuese aceptada por Valero. Había pasado muchas difíciles horas con los cónyuges enfrentados. ¿Por qué no dedicar alguna tarde a conocer, de una forma más directa, a la tercera persona en discordia entre el mal avenido matrimonio. Dicho y hecho. Llamó a Chinchilla y le planteó la necesidad u originalidad de conocer de primera mano a Lina, esa Paula de la Oliva que estaba en el centro del frente bélico de una joven y frustrada pareja convivencial. Valero estivo plenamente de acuerdo con la inteligente idea que había tenido su amigo y le facilitó los datos adecuados para que pudieran verse a la mayor premura.

El encuentro tuvo lugar tres días más tardes, un sábado de “terral veraniego”, a las siete de la tarde. Curiosamente el punto de cita lo fijó Gerardo en la bien decorada, por su realista ambiente marinero, cafetería El Galeón. Tras las presentaciones, el “deslumbrado “ analista tomó rápidamente conciencia de los juveniles incentivos, físicos y anímicos, que habían motivado esa nueva y pasional aventura de su amigo del alma, con el subsiguiente embrollo familiar cada vez más enquistado por cierto. Después de una hora y media de amistosa y divertida charla, con esa mirada angelical de la joven que desarmaba cualquier argumento en contrario, uno y otro interlocutor acordaron volverse a ver con la mayor premura a fin de seguir analizando la conveniencia o no de que Lina y Valero continuasen su “exciting love road” (emocionante camino de amor) que con todos estos avatares iba también teniendo averías en el fuselaje sentimental, sensual y orgánico de la amorosa experiencia.

Como en tantas y tantas historias, la evolución de esta peculiar narrativa hay que conocerla y analizando pasado un tiempo razonable de los hechos más ilustrativos que conformaron la estructura de su trama argumental.

Gerardo, aunque ha mantenido algunos vínculos afectivos con su compañera de laboratorio, titulada y prestigiosa analista, Nora  Bersala Pla (cuarenta y un años, siete más que su compañero de trabajo) ha terminado por convencer a Lina de que sus caracteres son muy coincidentes y podrían explorar una experiencia en pareja, con inteligentes incentivos recíprocos. La unión en convivencia de los nuevos enamorados marcha viento en popa, con otra atractiva fase del amazing love road (increíble o emocionante camino del amor).

Por este desleal hecho, Valero, despechado y “traicionado” tiene y lleva a cabo el firme propósito de no dirigirle la palabra al que fue íntimo amigo y es también padrino de su hijo mayor. Ha reanudado la convivencia del Clamia quien en lo más íntimo de su corazón sigue guardando ese secreto que mantiene desde que tenía 17 años. Siempre se sintió atraída por Gerardo, pero este pasó de ella, ignorando sus requerimientos y habilidades pues, como un día le confesó a Valero, “esa compañera de los ojos achinados y curvas deliciosas no es mi tipo, tienes carta blanca para emprender la aventura. Clamia, a estas alturas de su vida no quiere, como su recuperado cónyuge, volver a verle atravesar el umbral de su puerta. En cuanto a Lina, tal vez sea interesante escuchar lo que comenta a una de sus mejores amigas: “Nosotros dos estamos experimentando, en estos lúdicos momentos, la fase álgida de lo sexual. Cuando el vigor y la emoción decaiga, pues … ya veremos ¿Habrá llegado para entonces el incentivo del verdadero amor? De verdad que no lo sé. Dejemos al tiempo correr. Ahora es tiempo para disfrutar de la vida y sus traviesas posibilidades”

Controvertidos mediadores, amigos íntimos de la escolaridad, atracciones sexuales por doquier, intentos por recuperar un tiempo que ya no volverá, responsabilidades y rutinas, egos priorizados en la vínculos afectivos, experiencias ilusionadas ante lo nuevo … la narración muestra a una peculiar y variopinta “tribu urbana” bastante habitual en una sociedad de controvertidos y confusos valores, aburridos horizontes en perspectiva, alocados y volubles sentimientos, junto a una ineducada formación para desarrollar una responsable e inteligente andadura convivencial.-  


MEDIADORES


José L. Casado Toro  (viernes, 23 AGOSTO 2019)
Antiguo profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

sábado, 17 de agosto de 2019

TIEMPO PARA EL LETARGO, EN LAS VIDAS DE TEO Y CLAUDIA.

Tanto en el ámbito científico, como en el terreno social más popular o cotidiano, es práctica común cuantificar todos los hechos y fenómenos, sean más o menos importantes o trascendentes en su íntima naturaleza. Precisamente es la ciencia estadística la que establecerá, a partir de esta cuantificación basada en los números, los grupos, las variables, las reglas y las conclusiones de todos esos datos que previamente se han ido recabando. Tanto nos situemos en el ámbito más científico o incluso en  el uso más popular o cotidiano, tenemos la percepción de que uno de los temas más recurrentes que se insertan en nuestras conversaciones (cuando no tenemos otros argumentos o cuestiones más atrayentes para el debate) es hablar sobre la situación del tiempo meteorológico. 

Efectivamente, esa magnitud climatológica es uno de los recursos que más utilizamos cuando no tenemos otra cosa mejor de la que hablar. Pero es que además ese concepto “tiempo, de una u otra manera, se hace casi siempre presente en nuestras vidas. Veamos algunos repetidos ejemplos.

Cuando compartimos el breve trayecto del ascensor, con un vecino del que no recordamos su nombre; cada vez que abrimos la pantalla del móvil; al ojear las páginas del periódico; cuando estamos de viaje y enviamos un whatsapp; al levantarnos de la cama por la mañana y miramos a través de los cristales de la ventana; al encontrarnos con un amigo o conocido por la calle; cuando vamos a emprender un desplazamiento vacacional o de negocios; antes de una excusión senderista a la naturaleza; cuando contactamos con un amigo o familiar que se halla en otra ciudad; etc y etc. En esas y otras muchas circunstancias, el estado de la atmósfera es la realidad más recurrida entre nuestros intereses inmediatos. ¿Lloverá o no habrá precipitaciones en las próximas horas? ¿El cielo está nublado o soleado? ¿Hace frío o la temperatura es elevada? ¿Percibimos la humedad o la sequedad ambiental? ¿Mejorará o empeorará el tiempo? ¿Qué color tiene hoy el cielo? ¿Llevo la ropa adecuada o pasaré frío? Sin duda, es verdaderamente absorbente este concepto climático en nuestras vidas. Por todo ello, tenemos que volver a preguntarnos si carecemos de un tema o una preocupación mejor, en el capítulo de nuestras diarias preocupaciones o intereses.

Este recurrente elemento atmosférico va a tener también un cierto protagonismo en la breve historia que a continuación se relata. Pasemos ya al contenido temático de la narración.

En nuestro pequeño círculo relacional, también a través de los medios de comunicación, tenemos conocimiento de la existencia de noviazgos muy breves entre las personas que los protagonizan, los cuales desembocan en enlaces que resultan “sorprendentes” (“nos presentaron en una fiesta y a los dos meses pasamos por el Registro Civil. Podemos afirmar que hemos nacido el uno para el otro). Sin embargo, otras etapas pre-matrimoniales se tornan desesperada y aburridamente largas. Por mil y una razones, parece que los enamorados nunca van a llegar al en principio lógico vínculo matrimonial. Incluso puede ocurrir que después de este largo e inacabable caminar hacia la boda, cada uno de los implicados acaba marchándose por su lado antes de celebrar la ceremonia nupcial. Veamos el caso de una pareja, ilustrativa de estos insólitos comportamientos.

Claudia Afradia trabaja como taquillera en el Teatro Municipal de la ciudad en que nació y reside, función que viene ejerciendo desde hace ya tres lustros. A sus 34 años de edad, valora con esmero ese trabajo que le permite disponer de un sueldo, no elevado pero consolidado, al final de cada mes. La experiencia le ha enseñado a gestionar con bastante diligencia todo lo relativo a la tramitación de las entradas, los cambios de última hora, los caprichos y peticiones curiosas que plantean los espectadores, tanto los clientes que se acercan físicamente a las taquillas, generalmente con las prisas y exigencias de última hora, como los cada vez más numerosos aficionados que realizan sus gestiones de manera on-line, proceso informático que ella ha de controlar a fin de evitar duplicaciones o errores en la venta de localidades. La gestión contable también conlleva un mucho de complejidad. En los días de festivales o de grandes representaciones escénicas el trabajo se agudiza, aunque con destreza, paciencia y buen sentido profesional trata de atender y resolver todas las dificultades y demandas que los clientes aficionados al arte de Talía o a los grandes espectáculos musicales no cesan de plantear.

Precisamente fue así como trabó amistad con uno de estos espectadores, llamado Teo Felgaria, que era un casi permanente o muy asiduo asistente a las numerosas obras teatrales que en el recinto público se representaban.  Se trataba de un joven de apariencia bastante amable y ocurrente, que aplicaba su innata simpatía cuando llegaba a la taquilla, a fin de conseguir un asiento de la gran sala que estuviera bien ubicado. Eso difícil objetivo sabía conseguirlo, incluso cuando su petición era “imposible” de atender, pues ya no quedaban localidades en el nivel de precio que él demandaba. Su insistencia y “especiales requiebros” a la divertida taquillera lograba, más pronto que tarde, el objetivo de una última localidad disponible “que había sido inesperadamente devuelta”. La encargada de vender las butacas siempre sacaba algún recurso de su “chistera” para conseguir satisfacer la petición del insistente y amable expectador. En ocasiones esas buenas gestiones o favores se veían compensadas cuando Claudia recibía algún obsequio que con elegancia le entregaba Teo, en forma de flores, bombones e incluso algún libro de poesia o literatura. De esa agradable forma se fue generando una divertida y saludable connivencia entre estas dos personas, vinculadas por la existencia de un teatro donde representaban obras escénicas y y otros espectáculos musicales. El arte de Talía había vinculado íntimamente a dos jóvenes personas, que necesitaban cultivar el don de la amistad.
  
En una de esas conversaciones en taquilla, cierto afortunado día Teo decidió a decirle a su interlocutora si podía invitarla en el fin de semana a tomar alguna merienda (conociendo que ese domingo próximo no había representación en la sala teatral). Claudia, que se esperaba algo así desde hacía tiempo, accedió al elegante gesto del insistente cliente “De acuerdo, este domingo nos vemos en las puertas del Teatro –no vivo lejos de él- y tomamos alguna cosa fresquita, que ya están llegando los calores del verano”. La satisfacción en el rostro del joven era más que palpable, cuando comprobó con indisimulable alegría cómo sus hábiles esfuerzos hacia la casi siempre sonriente taquillera comenzaban a dar sus apetecibles resultados.

Pero ¿quién era el tan convincente Teo? A este bien parecido joven nunca le llegaron a gustar (ni tenía especial capacidad) las horas dedicadas estudio, ni el esfuerzo exigible para los altos aprendizajes. Por influencia y persistencia familiar intentó cursar el bachillerato. Pero tras repetidos fracasos académicos, lo tuvo que dejar en un primer curso inacabado. Entonces su padre no lo pensó dos veces: quería evitar que su hijo siguiera perdiendo el tiempo el academias y “repeticiones fallidas”. Cuando el chico cumplió los dieciséis, lo “colocó” como aprendiz ayudante en el prestigioso ultramarinos de barrio, propiedad de Don Ceberio, excelente profesional que había heredado el colmado de su padre. La amistad con el buen comerciante procedía de que ambos habían sido compañeros en el Servicio Militar, periodo castrense que realizaron destinados a la comandancia militar de Melilla. En este consolidado negocio de ultramarinos,  Teo comenzó a trabajar como aprendiz, ayudando en casi todo lo que le ordenaban. Pero al poco tiempo don Ceberio, viendo el “don de gente” que tenía el dicharachero muchacho, lo puso en la atención del público, para vender detrás del mostrador.  En la actualidad Teo tiene treinta y siete años y lleva veinte desempeñando con habil maestría ese “despachar” sabrosos embutidos, productos lácteos, conservas de todo tipo, cereales, leguminosas, pastas y un largo etc, porque en el colmado “LA BUENA MESA” se vende todo lo más suculento para el buen yantar, no faltando los apetitosos dulces, tanto los envasados como aquéllos que se traen a diario, para el deleite de los golosos clientes. 

Aquella su primera cita en la Plaza del Teatro, entre dos personas en juventud que se atraían, se produjo hace aproximadamente unos ocho años. En esa calurosa semana de julio, él acababa de cumplir sus primeros 29 años de vida, mientras que ella se hallaba en la inmensa juventud de los 26.  Fue una preciosa tarde dominguera, en el recién iniciado estío veraniego. Para la alegría  de ambos jóvenes, todo pareció salir bien. Aquella fresquitas cervezas que degustaron, acompañadas de un par de raciones de pescaíto recién frito, en un romántico chiringuito playero, con suelo de arena y brisa de mar, sustentó un extenso y divertido diálogo en el que el dependiente llevó el protagonismo de la palabra, mientras que la taquillera, cada vez más ensimismada y complacida, aportaba sonrisas y anhelos, palabras agradables y esas mágicas miradas que observan el ayer y el deseado mañana, en el siempre vital proyecto de nuestras ilusiones liberadas.

Como era razonablemente previsible, a ese primer encuentro se sumaron otros muchos en el discurrir de los días y en los meses siguientes.  Es cierto que entre los dos nuevos amigos (y cada días más enamorados) se interponía la dificultad laboral de coordinar los horarios. El de Teo estaba normalizado con el de cualquier otro comercio. Acudía a la tienda a las nueve, para preparar algunos detalles que siempre quedaban pendientes del día anterior (la apertura al público era a partir de las 9:30). A las dos de la tarde cerraban para el almuerzo y el descanso, volviendo a abrir de nuevo a partir de las cinco. El fin de la jornada laboral quedaba establecido para las 20:30, aunque el diligente dependiente solía siempre quedarse algunos minutos más, a fin de poner un poco de orden en las mercancias de los estantes, en el largo mostrador y el resto de la alimenticia dependencia. A partir de ese momento podía encontrarse con Claudia, pero solo en el día que ella libraba del trabajo o no había representación en el recinto municipal.

Esos agradables, aunque no muy abundantes, momentos para estar juntos eran bien aprovechados por dos seres que habían decidido unir en un futuro su caminar por la vida. Además de los paseos, tanto por la ciudad como por la naturaleza suburbana, compartían comidas, visitas a monumentos, oportunidades para el baile, visionado de películas y espectáculos teatrales o musicales. Con habilidad y esfuerzo coordinaban sus vacaciones anuales, posibilitando algunos divertidos viajes que año tras año fueron realizando a tierras de Portugal, Italia, Grecia, Marruecos, además de ese París, siempre presto a complacer las agendas de aquellos que palpan el romanticismo atesorado entre sus calles y plazas, con sus inmortales monumentos para el recuerdo. Un tema recurrente en sus conversaciones y proyectos era el de concertar la adquisición de una vivienda, para cuando llegara el feliz momento de establecer el vínculo matrimonial. Esa fecha crucial en sus vidas era anhelada por Claudia con la lógica y “urgente” expectación, aunque en el caso de Teo la decisión, religiosa o “administrativa” no llevaba aneja las premisas de su aceleración o urgencia. De hecho, en más de una ocasión, razonaba a su compañera una argumentación que no parecía en principio ausente de lógica.

“No hay que obsesionarse con las prisas, mi querida Claudi. Nos vemos … cuando es posible. Sin embargo nos llamamos todos los días e intercambiamos mensajes de whatsapps en muchas de sus horas. Estamos juntando, poco a poco y con esfuerzo, un capital que nos permitará afrontar con sensatez la entrada hipotecaria de una vivienda. Sabes bien que los inmuebles están por las nubes, pues las casas o los pisos que a nosotros nos gustan se pone muy por encima de nuestras modestas posibilidades económicas: superan ya con mucho los 200.000 euros. Y ese dinero, con la realidad de nuestros sueldos exige tener un mucho de paciencia. Ni tú, ni yo, podemos esperar en demasía de la ayuda familiar, más bien “nada” pues somos muchos hermanos y nuestros padres no son precisamente unos ricos. Convéncete, estamos bien como “estamos”. Nos queremos, disfrutamos, viajamos, paseamos, tenemos nuestras intimidades… todo llegará. Las cosas que se hacen con prisas y de manera alocada, después no siempre salen tan bien como hemos diseñado en el lienzo inconcluso de nuestras ilusiones”.  

Y así fueron transcurriendo todos esos años que el tiempo impasible de la aritmética va trazando, sin los sones de la famfaria pero con la firmeza de los números, en los destinos inciertos de unas y otras personas. Hasta ocho anualidades en estas dos vidas, desde aquella su primera cita, con aroma de marisma playera,  en los muelles “adecentados” de la ciudad. En este otro domingo de julio, Claudia y Teo están sentados en una de esas acumuladas cafeterias que adornan el recinto portuario. Las manecillas de los relojes se van acercando a esa hora que establece frontera entre la despedida luminosa de la tarde, para la llegada de ese lívido oscurecer en las bambalinas celestiales que anuncian una noche más. El hombre hace como si repasara el periódico del día, con ese nerviosa acústica en el movimiento de las hojas, a modo de brisa contundente en la vegetación de un  denso arbolado.  La mujer observa, casi sin ese pestañeo ocular que vigoriza nuestra visión, el perfil ciudadano que se mira en las aguas serenas del mar. Silencio y más silencio, entre ambos. Fue Teo quien al fin rompió la rutina de una atmósfera sin palabras que “cruel o aburridamente” los separaba, con dos tazas vacias de infusión como mudas y cansadas espectadoras.

“Hace una buena tarde, en la que todavía no se hace presente esa pegajosa humedad que, a buen seguro, pronto llegará. Vendría bien que soplara algo más de brisa, pues con ese sol que ha calentado todo el día el suelo, el ambiente está muy calentón, posiblemente debido a la irradiación que se va escapando del cemento y que nos produce un térmico sopor que adormece”.

Muy “interesante, novedoso y motivador” tema, aportado por el novio. Su compañera de mesa también se decidió a “enriquecer” la prolongada languidez de la tarde.

“Sí, Teo. Verdaderamente estamos “adormecidos”… de aburrimientos y exasperantes rutinas. Desde que nos sentamos en esta cafetería, hace ya casi una hora, apenas hemos intercambiado palabra alguna. Y, una vez más, viene en nuestro auxilio el recurso “milagroso” del tiempo. Apasionante y providencial temática, para los que carecen de otros argumentos o idearios para el darle vida y vértigo al diálogo. ¿No te das cuenta? ¿No percibes como entre nosotros, desde hace ya demasiadas hojas del almanaque, el estado de la atmósfera es el ángel guardián que nos auxilia para disimular este insoportable e insufrible aburrimiento? La memoria no te ha ayudado pero, hoy es nuestro aniversario. Hace exactamente ocho años, de aquella otra tarde que hicimos nuestra primera cita, fuera de la taquilla, para tomar unas cervezas en un chiringuito que está a no muchos metros de aquí. Ocho años ya, Teo. Y aquí seguimos … juntando monedas para la entrada de una hipoteca, cuyo coste corre más que los latidos insulsos de nuestras vidas”.

Como hacen los lectores impetuosos, podemos pasar con avidez nerviosa esas páginas que nos ralentizan el desenlace de la historia inacabada. Y en ese final de la narración, que no es sino una parada circunstancial en una de las numerosas estaciones vitales por las que viajamos, vemos a Teo. El tendero está expendiendo un trozo de queso curado, mezcla de vaca, oveja y cabra, a una clienta que no detiene su parloteo con otra vecina que aguarda pacientemente su turno. No faltan muchos minutos para el cierre del colmado LA BUENA MESA. En ese momento entra por la puerta del establecimiento una mujer de dudosa belleza, pero bien trajeada y con aires fingidos de ruda elegancia, próxima a su medio siglo de vida. Esta señora lleva de la mano a un niño que aparenta tener no más de cinco o seis años. El crío sale corriendo en busca de su padre, el tendero de la bata beige, que tras entregar el trozo de queso manchego a la clienta, toma con teatral júbilo al niño entre sus brazos. La mamá tiene por nombre Carmela y es la hija única de don Ceberio, profesional que hace dos años ya se jubiló, dejando la responsabilidad y propiedad del negocio a su yerno Teo.

No muy lejos de esta tienda de ultramarinos, una siempre muy responsable taquillera llamada Claudia sigue gestionando la venta de localidades, en este momento para una gran musical que va a estar en cartelera durante las dos próximas semanas. West side story, es el titulo de la obra que va a representarse, en una gira que recorrerá las principales ciudades españolas. Claudia sigue resolviendo con eficacia, las monótonas peticiones de ubicación y de precio que plantean, con nerviosa impaciencia, los futuros espectadores del próximo y emblemático espectáculo musical. En ese otro lado de la ciudad, esta sencilla mujer de treinta y nueve años continúa esperando con irrenunciable ilusión, como también lo hacía Natalie Wood en la ficción cinematográfica de 1961, que el destino haga posible ese amor que todos necesitamos, a pesar de las dificultades y de los incómodos, aburridos y opacos letargos.-



TIEMPO PARA EL LETARGO, EN LAS VIDAS DE
TEO Y CLAUDIA


José L. Casado Toro  (viernes, 16 AGOSTO 2019)
Antiguo profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga


viernes, 9 de agosto de 2019

THE GOAL OF ILLUSION.

Es certero suponer que la mayoría de las personas mantenemos permanentemente, entre nuestros proyectos no realizados, un íntimo objetivo, una experiencia pendiente, una vivencia muy especial que, pese al paso de los años, nunca es desechada ni por supuesto borrada de la memoria. Probablemente el deseo de realizar o “cursar” esta “asignatura no superada” se agudiza al paso de los años, cuando la esperanza de vida va reduciendo sus parámetros y cada vez nos queda menos tiempo para emprender ese objetivo, más o menos caprichoso o argumentado, que pondría un rayo de alegría y satisfacción, por la meta al fin lograda en nuestras existencias terrenales.



Hay que matizar que esa ilusión insatisfecha, en singular o en plural, puede tener un carácter trascendente o por el contrario ser un simple capricho, perfectamente legítimo, que alguna vez pensamos puede llegar a ser realidad, aunque las más de las veces sólo alcanza su desarrollo en la escena ficticia de la imaginación o en la magia onírica de los sueños.  
El relato que sirve de base a estas premisas introductorias tiene como protagonista a Celia Mayo Espiral, quien a sus 27 años de edad trabaja en una empresa de mensajería y reparto de correo comercial. En la adolescencia realizó sus estudios de secundaria, sin obtener mayor relevancia en los niveles escolares alcanzados por lo que, tras probar suerte en distintos empleos, al fin ha encontrado cierta estabilidad temporal en esta dinámica función de reparto, actividad que le hace desplazarse de manera continua por toda la geografía urbana hacia los domicilios particulares y oficinas administrativas. Vive unida en pareja con Livio Santillana del Puerto, recepcionista de taller (aunque también realiza sus “pinitos” en el departamento de ventas) en una conocida marca de automóviles. La unión de sus respectivos sueldos (siempre que Celia no esté pasando etapas de temporalidad en el desempleo) les permite ir afrontando, con imaginativas estrecheces, la hipoteca de una vivienda de segunda mano, que compraron y rehabilitaron en el momento en que decidieron irse a vivir juntos, decisión que adoptaron con ilusión hace poco más de dos años.

Sin embargo, esta pareja “atípica” concertó de mutuo acuerdo un especial vínculo relacional: cada uno de ellos tendría sus privativas parcelas de libertad para relacionarse con unas u otras personas, sin obligarse a explicar al otro la naturaleza y demás detalles de estos peculiares vínculos. Este insólito pero inteligente acuerdo les facilita unas buenas relaciones y ese oxígeno que las jóvenes personas suelen echar en falta cuando extreman la unión con una determinada pareja.  En el caso de Livio, el infrecuente acuerdo hace posible que este apuesto recepcionista, que viste durante las horas de trabajo el “respetable” uniforme de la empresa y cumple estrictamente al minuto el protocolo de habilidades sociales para la atención clientelar, en función de su vitalista juventud también lo podamos ver durante algunas noches y en algunos fines de semana desarrollando unos comportamientos extremadamente bohemios de “noches locas”, transformado en su apariencia y respuestas con muy alegres y “contraculturales” actitudes, que contrastan curiosamente con la habitual vestimenta diurna, basada de unos rígidos  parámetros laborales normatizados y exigidos por su empresa.

Una mañana de junio, en esa hora intermedia en la que varios compañeros de la empresa de mensajería van a desayunar (según convenio del sector) previa a la segunda fase de reparto, el comentario del día estaba centrado (con la lógica estacional) en los proyectos a realizar durante las vacaciones que unos y otros irían tomando en función de sus legítimos derechos laborales.  “Celia ¿que plan tienes para este verano? ¿tenéis previsto viajar a alguna parte?

Quien hacía esta pregunta era una buena compañera de nuestra protagonista, llamada Isolda, hija de madre griega  y casada con un dicharachero ciudadano andaluz, el cual echó los tejos a la joven helénica mientras realizaban un pequeño crucero por el Mediterráneo.

“Pues la verdad que no sé qué decirte, Iso. Me gustaría coordinar mis dos semanas de descanso con las fechas en que las podrá tomar Livio, aunque el año pasado cada uno hizo las vacaciones por su cuenta, según tú ya conoces sobre nuestro trato relacional. El tema es que tenemos el peso de la hipoteca y no podemos permitirnos muchos gastos. Además he de confesarte que alguna vez desearía hacer algo diferente a lo que realizan en “manadas” millones de personas: viaje para aquí, viaje para allá. No están mal los proyectos viajeros, pero me gustaría experimentar algo diferente… algo que nunca hayas vivido y piensas que sería interesante disfrutarlo.”

Al instante recibió de su amiga Isolda alguna inconcreta información, conocida a través de las páginas de Internet, acerca de una empresa que preparaba unas vacaciones “a la medida” u otras experiencias atípicas, para aquellas personas que así lo solicitaran. Anotó en su agenda de notas el nombre de la página web, en donde podría ampliar esos someros datos que en principio “sonaban” muy bien para sus intereses de ocio.  Aquella misma noche, tras la cena ecológica (que realizó sola en casa, pues Livio estaba inmerso en alguna de sus “andanzas”) se sentó delante de la pantalla amiga, para abrir ventanas a la información sobre esa posibilidad vacacional que motivara sus expectativas para el inminente verano. Con cierta facilidad encontró dicha página, cuyo título era THE GOAL OF ILLUSION (algo así como La meta de la ilusión). Aunque dicha web estaba es inglés, ella “chapurreaba” algo del idioma británico por su trabajo de cartería y por haber estudiado ese idioma en sus cursos de primaria y secundaria.  Además esta empresa tenía un alias in Spanish, para ser usada por todos los hispanohablantes. Esa noche y en la siguiente aprovechó esos minutos que siempre dedicaba antes de irse a la cama, para documentarse bien acerca de las características y condiciones de ese sugerente servicio.

Esta internacional corporación lúdica estaba financiada por un veterano industrial canadiense, de origen húngaro, llamado Lazlo Hitchcock (curioso apellido, por sus raíces cinematográficas del más acrisolado suspense) que había acumulado un ingente capital financiero con negocios realizados en la frontera de la licitud (ventas en el mercado de armas, transacciones petrolíferas, comercio alternativo de fármacos…) Ya en su avanzada madurez, sin tener una línea de descendencia directa, “sobrándole” el dinero y un tanto aburrido por tanta opulencia, había organizado un curioso patronato benéfico, bajo su advocación, denominado con el mismo título que exhibía la página web que Celia consultaba. Entre sus objetivos básicos, esta “benefactora” corporación se mostraba dispuesta a prestar apoyo para los proyectos personales que los particulares le presentaran, financiándolos a fondo perdido hasta en un 80% de su costo. De igual manera, para ayudar a la consecución de todos esos objetivos fallidos que las personas mantienen en lo más  recóndito de sí, a pesar de la frustración que asumen por su difícil o casi imposible consecución.  En consecuencia Celia se repetía, leyendo toda esta información, una serie de palabras que resumía el sentido de esta organización y su benéfico fundador: “… un personaje que tiene mucho dinero y que se aburre por no saber qué hacer ya con él. Además debe tener problemas de conciencia, por la forma que ha podido utilizar para hacerse con tan grandioso capital dinerario”. 

A continuación, la propia web ofrecía una serie de ejemplos, a modo de sugerencias, sobre actividades financiadas por la organización a lo largo del año y medio en el que ya había desarrollado su benéfico e inteligente apoyo. De una u otra forma, todos esos proyectos poseían un “mágico” encanto. Veamos algunos.

Establecer un nuevo negocio, para jóvenes emprendedores, actividad que se caracterizara por su originalidad educativa para las nuevas generaciones; personas que durante un breve periodo de tiempo quisieran tener la experiencia de vivir otra actividad, con respecto a la que desde siempre hubiesen estado desarrollando profesionalmente; participar en una competición automovilista de alto nivel, conduciendo un vehículo de Fórmula 1; convivir durante cuarenta y ocho horas junto a un líder de la geopolítica mundial; ejercer durante una semana como locutor/presentador en una empresa importante, en el ámbito mediático de los grupos de comunicación; compartir las vivencias espirituales, de trabajo, estudio y oración, en un monasterio de clausura enclavado en plena naturaleza; montar una granja totalmente ecológica, dedicada a la producción láctea y sus derivados alimenticios; ejercer como misionero en una zona  socioeconómicamente deprimida, perteneciente al Tercer Mundo; conducir un taxi u otro vehículo de transporte. en cinco de las capitales más densificadas del mundo avanzado; vivir la experiencia de una semana residiendo en alguna localización del Polo Norte geográfico. Y así, un largo y apasionante listado de experiencias vitalistas.
De inmediato Celia se percató de tres condiciones básicas al respecto. Con relación a la primera, el solicitante debía remitir a la oficina filial en su país (si la hubiere) un proyecto justificado lo más detallado posible, con respecto a los objetivos que se pretendieran, añadiendo los datos personales certificados, así como una serie de material fotográfico de su realidad personal en la actualidad (imagen física, residencia, trabajo, familia, formación…) La segunda condición era que la persona solicitante adjuntaría (mediante transferencia bancaria) una cantidad establecida en 70 dólares, para la iniciación de expediente y para el estudio de la documentación aportada. El tercer requisito era la firma de un compromiso de que el solicitante afrontaría el 50 % de las cargas fiscales establecidas por la normativa administrativa del país donde se residiese.

Durante los siguientes días, Celia se dedicó a ir trazando un plan de participación en el proyecto, para el que dedicó muchas horas de sueño y descanso nocturno. Entendía, con esta actitud, que habría de aplicar el sacrificio necesario si quería conseguir vivir alguna de las experiencias, más o menos “imposibles” o realizables, que estaban aparcadas en el armario de su voluntad e imaginación. Cuando su pareja Livio se enteró de todo lo que estaba preparando su compañera, se limitó a comentar “Esta mujer no está muy bien de la cabeza. Menudo montaje estás organizando. De todas formas quiero que me reveles de una vez a qué aspiras, para esa ilusión “fallida” en tu existencia, a pesar de tener tan sólo 27 años de vida.”

Sabiendo la intensa afición que su compañera tenía por el mundo del cine desde que era una niña, no era especialmente difícil averiguar por dónde iría preferencia no realizada en las expectativas de tan imaginativa y valiente mujer. Efectivamente, Celia planteó de una forma directa y sin ambages que ella anhelaba participar, durante al menos una semana de sus vacaciones, en el proceso de rodaje de un film que dirigiera un director famoso, para lo cual indicó un listado de profesionales, que comenzaba con Woody Allen (Nueva York, Brooklyn, 1935) y terminaba con Clint Eastwood (San Francisco, 1930), curiosamente un octogenario y un casi nonagenario, figuras míticas de la historia del cine, aún con vida y ejerciendo magistralmente su “espectacular” oficio de interpretación y dirección.

Inusualmente el expediente remitido por la imaginativa mensajera alcanzó positivo y rápido   eco en las esferas selectivas de la benefactora corporación. Después de intercambiar diversas comunicaciones on-line, dada las características de la petición, se le ofertaba incorporarse durante un mes a un rodaje cinematográfico que comenzaría en septiembre y que tendría lugar en España, básicamente en Madrid y en varias poblaciones del entorno castellano de la capital del Estado. La dirección de la película, aún sin título definitivo, estaría a cargo de un joven y prometedor escritor, periodista, guionista, actor y director cinematográfico, llamado D. Trueba (Madrid, 1949). Durante ese mes de rodaje, Celia se incorporó al mismo, colaborando (tras el adecuado asesoramiento) en las diversas fases y funciones de todo el complejo proceso cinematográfico. Paralelamente, se había negociado con la dirección de la empresa de mensajería donde ella prestaba sus servicios, a fin de que se adecuara su mes vacacional para que concordara con el período de rodaje de la cinta. Por cierto, en el aspecto argumental la historia trataba de varias vivencias cruzadas, en la que tres jóvenes parejas se esforzaban en encauzar esas primeras crisis relacionales, dificultades que normalmente comienzan a generarse tras los primeros meses de convivencia y obligaciones matrimoniales. 
Las hojas del almanaque han ido renovándose, desde la fructífera e inolvidable experiencia vivida por Celia lejos de su ciudad. Una noche, su íntima amiga Isolda encontró, en el abigarrado pero a la vez controlado escritorio de su laptop, un largo e-mail cuyo remite y contenido le produjo una especial y gran alegría.

“Mi querida y buena amiga Isolda. Hace ya muchos meses que no mantenemos contacto, pero es que los acontecimientos han ido muy rápidos y apenas me han dejado tiempo para ese sosiego tan necesario a la hora de escribirte.

Recordarás que en septiembre del año pasado me desplacé a Madrid para aprovechar la invitación que se me hacía para participar en el rodaje de una película. En un principio yo era una simple espectadora que se limitaba a mirar todos esos entresijos (muchos más de los que yo imaginaba) que conlleva dirigir e interpretar una historia para la gran pantalla. Yo me limitaba a mirar, a observar todos esos detalles que tanto me apasionan dentro del mundo del cine. Pero, inesperadamente, un día se me acercó David, el director (una persona excepcional) y me comentó que se había enterado que yo trabajaba como mensajera y repartidora de correo comercial. Por ello quería hacerme unas pruebas, pues había un pequeño sketch en la historia en la que intervenía uno de estos mensajeros y además admitía que mi look y desparpajo era bastante agradable como para poder interpretarlo.

No me lo podía ni imaginar. Algo “milagroso”. Así de fácil comenzó mi participación directa, verdaderamente insospechada, en el mundo del cine. Una empresa de videos publicitarios, asociada a la productora, también contó conmigo para pequeños papeles en sus grabaciones. Por suerte para mi destino, todo se ha ido generando de tal manera y con tan inaudita rapidez que ahora estoy definitivamente ubicada en este Madrid del estrés y las ilusiones continuas, haciendo mil y una cosas, todas ellas relacionadas con el mundo del cine, la televisión y la publicidad. Por lo visto, en mis genes “dormitaba” esta factor interpretativo, que ahora me está dando que comer y produciéndome emociones y satisfacciones a fin de encontrar mi verdadera razón y recorrido en la vida.

He de confesarte que no todo ha sido un camino de rosas. Ni mucho menos. Ha habido momentos duros, en los que he tenido que dormir en el sofá de algún amigo o amiga, para evitar tener que hacerlo en las bancadas callejeras, muy ocupadas por los indigentes. Pero ahora (ha pasado ya casi un año) me voy defendiendo mejor, tengo algún ahorrillo y una nueva pareja para el afecto y los sentimientos diarios. Se llama Eneas y trabaja como actor y guionista en una compañía de teatro experimental, todo lo vanguardista y “provocador” que te puedas imaginar. Mi relación con Livio pasó ya a la historia. Sé que ahora se gana los cuartos conduciendo el "cochazo" (y otros servicios … para la necesidad de lo humano) perteneciente a una enjoyada y maquillada señora que le dobla la edad. Es de origen ruso y, por la información que me ha llegado, muy adinerada a consecuencia de oscuros negocios con fármacos, en el mercado negro internacional. De película ¿verdad?

Si vienes algún día por los “madriles” no dejes de avisarme. Pasaremos un estupendo rato juntas, recordando los viejos y buenos tiempos. Escríbeme cuando puedas y cuéntame acerca de cómo te va en la vida. Nunca olvidaré, para agradecértelo en el alma, que fuiste tú la persona que me habló por vez primera del Goal Illusion, experiencia “milagrosa” que ha transformado mi gris y rutinaria existencia. Cuídate mucho. No te olvides de mi, que yo siempre te llevo en un lugar privilegiado de la amistad. Sinceros besos. Celia.”


THE GOAL OF ILLUSION

José L. Casado Toro  (viernes, 09 AGOSTO 2019)
Antiguo profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga