viernes, 29 de mayo de 2015

REALIDADES SOCIOLÓGICAS, DE UNA FAMILIA BIEN.


El día había amanecido intensamente húmedo, aunque el sol finalmente impuso su brillo con esa su templada fuerza primaveral que tanto nos vitaliza. La pareja había quedado citada a eso de las doce. Y no para tomar el grato aperitivo que tan bien sustenta la jornada, sino para acudir al juzgado de familia y poner un poco de orden, realidad y verdad en dos almas cansadas de compartir y soportar la convivencia. Ambos pertenecían a ese grupo social que se suele denominar “gente bien” aunque, en la profunda realidad, vivían teatralizando su más que precaria economía. Eso sí, la ostentación de un apellido de raíces extranjeras, pero que sonaba a importante, facilitaba el mantenimiento del lustre honorifico de una de tantas familias venidas a menos, generación tras generación.

Las raíces del acústico y noble apellido procedían de un pariente lejano que había alcanzado el éxito emprendedor, en la primera mitad del siglo pasado. Este hábil preboste había manejado, con suma habilidad, un negocio de vinos, actividad que le reportó excelentes réditos económicos y sociales. Con ellos, y al calor de importantes contactos, pudo conseguir un título condal que hoy soporta un profundo sabor añejo, nadando en el océano de la aburrida decadencia. Entre sus herederos y parientes se encuentran estos dos personajes, quienes supieron unir también sus apellidos hace ya más de dos décadas. La pareja ha ido sobreviviendo monetariamente gracias a una modesta renta inmobiliaria que les llega por el alquiler de un local a un comerciarte de nacionalidad oriental. También poseen alguna inversión en la bolsa de valores, pero lo hacen en una época de oscura contracción para este tipo de actividad.

Desde que contrajeron matrimonio, Facundo y Fátima vivieron en un antiguo caserón con jardín, ubicado en una zona acomodadamente elitista de la ciudad. Con el paso del tiempo, ese espacio urbano fue transformándose en su arquitectura con la llegada de nuevas familias, pertenecientes a la clase media trabajadora, que habitaron los bloques de viviendas levantadas en los terrenos que antes ocupaban no pocas casas señoriales del XIX. Su matrimonio sólo generó la venida al mundo de lo que hoy es una bella joven, Bárbara, alejada de títulos, prebendas, nomenclaturas y otras zarandajas de las que siempre quiso “pasar”. Su madre llegó a tener un servicio doméstico integrado por dos mujeres que se encargaban de la cocina, limpieza y cuidado de la ropa. Incluso el amplio jardín (hoy perceptiblemente abandonado) contó con la dedicación de un esforzado y dócil campesino de Cómpeta, que vino a la costa bajo el eco atrayente de la eclosión turística. Hace años que todo este servicio fue despedido, ante la falta de medios económicos con que retribuir el trabajo que realizaban en la casa. Al igual que Fátima, la actividad de su marido era bastante liviana. Controlaba la marcha de esas inversiones en bolsa, a lo que añadía el paseo y el aperitivo con unos amigos de la infancia. Ese era el “ notable esfuerzo” de cada día, no por el trabajo físico  que suponía sino por articular o encontrar algo que lo alejara del bostezo o el aburrimiento que generaba el hábito de su patente desocupación.

Una alocada noche Facundo conoció, en una fiesta benéfica para mascotas abandonadas, a una elegante señora, Florencia, que le superaba en diez años la edad. Esta mujer gozaba de una evidente liquidez económica. Divorciada y enviudada recientemente, puso sus ojos en este hombre ya maduro, pero apuesto y bien conservado,  con ilustre apellido y mejores modales, el cual se sintió halagado y gratificado por las perspectivas económicas que veía en esa postrera atracción, a las puertas ya de la tercera edad. Durante algún tiempo, él y su legítima cónyuge disimularon el adulterio, pero llegaron a un punto en que consideraron, con frialdad y entereza, debían dar ese paso judicial necesario, a fin de avalar la ruptura de una unión que penosamente había dejado de existir. Por supuesto, evitando todo tipo de escándalos e incómodos modales, impropio para una familia acomodada en el lustre decadente de una aristocracia sustentada sólo en las letras históricas de un rancio segundo apellido.

A eso de las doce menos cuarto, en una fría antesala del despacho judicial, Facundo y Fátima, acompañados de sus respectivos abogados, esperaban turno a fin de ser atendidos por el Sr magistrado. También se hallaba presente uno de sus primos, Ramón, que había querido estar con ellos en este incómodo trance en el que se veían implicados. Había otras dos parejas por delante de ellos, por lo que tuvieron que aguardar el tiempo necesario (unos quince minutos por vista o sesión, en función  del papeleo y las firmas subsiguientes) a fin de resolver su situación familiar. La tensión subyacente en la pareja que iba a deshacer el vínculo conyugal, tras veinticuatro años de matrimonio, era importante. Sin embargo ambos se esforzaban por mantener el autocontrol necesario, como corresponde a dos personas “militantes” en el grupo de la clase elitista por la acústica de un apellido.

Previamente a esta escena, había tenido lugar diversas negociaciones realizadas entre ambas partes, representadas por sus respectivos abogados, relativas al valor de la casa que ambos compartían, así como por la ineludible pensión económica que Facundo habría de pasar a su mujer tras la ruptura judicial de su matrimonio. El caso de Bárbara, la hija del matrimonio era también importante pues, aunque la joven era ya mayor de edad, mantenía la convivencia en la vivienda familiar y carecía, por el momento, de actividad laboral propia. Cursaba sus estudios del grado de derecho, en la UMA. En este momento se encontraba repitiendo, por tercera vez ya, el segundo curso de leyes. Obviamente, no daba el perfil de una alumna brillante. La responsabilidad económica de Facundo para con su hija era también un asunto que debía ser resuelto con arreglo a la ley.

Una vez que los interesados se hallaban ante el magistrado juez, éste comenzó una relación de preguntas, planteadas a los respectivos cónyuges, a fin de sustentar el mejor conocimiento de los datos y los hechos para el solicitado pronunciamiento judicial. Algunas de las preguntas realizadas a Facundo, estuvieron a punto provocar una situación hilarante en el contexto de la ingrata escena que el todavía matrimonio se hallaba representando.
   
“Y Vd. Sr de la Merced ¿cuál es su profesión? Facundo, un tanto nervioso y trabándosele la lengua, acertó a responder “Señoría, soy rentista” El magistrado, un tanto cazurro, miró de arriba abajo al cónyuge interpelante, comentando: “así que su profesión es la de recibir una renta, con la que mantener a su familia ¿no? …….  “En efecto, Señoría, tengo unos valores bancarios por lo que percibimos un aporte mensual que nos permite atender a nuestra manutención. También un pequeño local alquilado…..” “Pero ¿Vd. no ha desempeñado oficio profesional alguno en su vida? (los colores faciales de unos y otros iban alcanzando un elevado cromatismo). En ese preciso instante, el primo Ramón, siempre presto ante la dificultad, trató de echar una ayuda al atribulado familiar interviniendo con permiso del Sr. Juez. “Señoría, el Sr. de la Merced es agricultor”. El rostro de Facundo cambió de color, mientras que su exmujer no pudo reprimir un sofocón de risa, rápidamente controlado. “Verá Señoría, desde joven he practicado la esfuerzo de plantar algunas hortalizas, en uno de los parterres del jardín que tenemos junto a nuestra casa”. “Pero ¿a que tipo de cultivos se está Vd. refiriendo? (mientras el grueso bigote del Sr. Magistrado vibraba cargado de tensa carga eléctrica). “Sí Señoría, he llegado a plantar algunas zanahorias, nabos y cebollinos…..”.

Desde esta jocosa y al tiempo patética escena, han pasado los años por la vida de todos estos personajes. La situación económica de Facundo ha caminado de mal en peor. Las acciones en bolsa se convirtieron en papel descapitalizado, la propiedad del local pasó a otras manos (ante un préstamo bancario mal planteado) viéndose sumido, de la noche a la mañana, en la ruina económica. En la actualidad vive en el apartamento que posee su compañera sentimental, Florencia, sito en Torrox costa. Esta propiedad es una parte de la herencia que recibió la señora de su segundo marido. Su pareja afectiva ejerce de mayordomo, hombre de compañía y amante, con ese amor locamente trasnochado que hizo quebrar su estabilidad familiar. Hace la compra diaria, mantiene limpia y ordenada la casa y atiende también a la cocina, mientras que  Flora (como él la llama) pasa el tiempo entre la playa, sus amigas y los rezos vespertinos en la parroquia.

Villa Carmela, ese vetusto caserón del barrio señorial malacitano, sólo conserva su nombre en el muro que rodea un bloque de pisos construidos a final de los noventa. Una cantidad económica, junto a uno de los pisos, fue la compensación que recibieron Facundo y Fátima por venderlo a un grupo inmobiliario. En ese pequeño piso vive modestamente esta mujer, que completa el escaso interés procedente de un depósito bancario llevando la representación de una conocida marca de productos cosméticos. Por otra parte, su hija Bárbara pudo al fin completa la licenciatura en derecho. Nunca dio el perfil de buena estudiante, pero la necesidad la hizo esforzarse hasta sacar una plaza de funcionaria de correos, trabajo que le permite mantener su independencia económica. Vive en pareja, en la zona de Teatinos cercana al campus universitario, con un músico rockero del que se halla profundamente enamorada. En los fines de semana, especialmente en la época estival, ayuda al grupo musical que tiene su compañero en la organización de fiestas y eventos, tales como bodas, bautizos, cumpleaños y algunas actuaciones en los hoteles de la costa.  De vez en cuando visita a su madre, llevándole algunos regalos, pues es consciente de las carencias afectivas y materiales que ésta soporta. A su padre lo ve mucho menos, pues nunca aceptó el papel servil de su progenitor ante una acartonada dama a la que no soporta. 

Y para completar el historial familiar, falta por conocer qué fue del primo Ramón, el heredero legítimo del título condal. Amante de la soltería, y de libar de flor en flor, dedica su amplio tiempo libre a presidir una asociación de animales abandonados, especialmente perros y gatos callejeros. Se va manteniendo con unos modestos ingresos que recibe procedentes de unas viñas en Alcázar de San Juan, Ciudad Real, que su padre le dejó en herencia. Ya sólo establece relación epistolar, con su primo Facundo, en los eventos de Navidad.

Este sucinto retrato familiar es un significativo ejemplo, escogido al azar, en el inmenso y contrastado mar de la sociología urbana. Refleja los trazos decadentes de un ilustre apellido o blasón, durante la transición histórica del siglo XX al XXI.-


José L. Casado Toro (viernes, 29 mayo, 2015)
Profesor

viernes, 22 de mayo de 2015

CONSTRUYENDO UNA HERMOSA TARDE DE PRIMAVERA.


El reloj marcaba las cinco y media, en una tarde aún por hacer. En ese preciso momento, tuve la afortunada decisión de consultar, una vez más en el día, las últimas entradas de mi correo electrónico. Uno de estos mensajes anunciaba la infeliz noticia de la suspensión del concierto que, tres horas más tarde, tenía previsto protagonizar la Orquesta Filarmónica de Málaga, en el magno “coliseo” artístico del Teatro Cervantes. La indisposición que había sufrido el maestro Sergio Alapont, encargado de dirigir la orquesta en ese fin de semana, había motivado la anulación de este atrayente espectáculo, para los amantes de la música clásica. Por este infortunado motivo, decidí reinventar la programación de una tarde admirablemente templada en lo primaveral. Así pues, me dispuse a gozar de la interesante experiencia de “sumergirme” sociológicamente en un largo y denso paseo por las calles del centro urbano malacitano. Deseaba observar, compartir y analizar, los numerosos retazos escénicos que, en medio del poliedro urbano, se ofrecerían, de forma generosa, a la vista y anhelo de todos los viandantes.

La tensión relacional sociológica era plásticamente atrayentegica﷽﷽﷽﷽﷽﷽al sociola en ese fin de semana, con numerosísima gente que se había “echado” a la calle, dada la muy agradable temperatura ambiente. Este panorama era perceptible desde la Alameda Principal hacia Larios, Nueva, Especerías, Granada, Calderería. Plaza de la Merced, Alcazabilla….. o, también, en ese dinámico  centro comercial que la geografía traza entre la Avda de Andalucía y la Estación Málaga Mª Zambrano. Percibía, por aquí y más allá, un ambiente alegre, bulliciosamente cosmopolita, protagonizado por personas de todas las edades, condición y mentalidad. El abundante turismo extranjero, junto a los visitantes de otras provincias, se mezclaba con el protagonismo anónimo de todos esos malagueños que saben vivir, hasta horas avanzadas de la medianoche, el popular ambiente para el disfrute. Y me dispuse a ir anotando imágenes significativas, vivencias curiosas y reflexiones para la memoria.

Entre los personajes que daban especial colorido a esas arterias, que unen el puzle de edificaciones y plazas, destacaban, entre otros, los tañedores de música callejera, utilizando sus viejos pero entrañables acordeones; los artistas que dibujaban rostros, caricaturas y otras plásticas “hornadas” bajos sus diestros pinceles; el malabarista de los juegos habilidosos que reunía y hacía aplaudir a la numerosa chiquillería y a la que ya no lo es pero así se siente; admirables esos vendedores de almendras tostadas, dispuestas en pequeños mostradores al aire que soportan una muy escasa sustentación (con todo el trasiego incesante de gente, resulta milagroso que su mercancía permanezca en pie, sin caerse, esperando para su consumo); cantaores que trataban, con mgargantas, que aciertonsumorovinciass edades de semanaás voluntad que acierto, modular sus agrietadas gargantas, acompañándose de unas desvencijadas y desafinadas guitarras, confiando en manos dadivosas que atendieran ese platillo viajero que hace posible comer en la noche; espectaculares y asombrosas, esas figuras inmóviles y complicadas para el equilibrio de los más variados personajes, del cine, la naturaleza o la Ciencia. A veces, aparentando monstruos sin cabeza o ejerciendo  equilibrios inverosímiles. Y, entre esos personajes que mueven a la reflexión, una persona mayor en edad, que sin molestar a los que paseaban, se hallaba sentado en una esquina de Calle Granada. Lo hacía tras un pequeño cartel en el que básicamente explicaba que él era un hombre pobre. Algunos de los que paseaban, se le acercaban e intercambiaban palabras con él. En las terrazas de las cafeterías, en decenas de locales habilitados para el consumo, en los miles de mesas callejeras, se practicaba el placer del comer y el beber por tantos prosélitos y seguidores del culto a lo somático, especialmente en la muy venerable cofradía de las cinturas bien dotadas y engrasadas.

Casi sin darme apenas cuenta, me vi rodeado por dos señoras, muy bien arregladas en el ornato de su cabello, pinturas, cremas, perfumes y vestimentas. Portando sendos dossieres bajo el brazo, me preguntan, de una manera incisiva, si quiero contribuir monetariamente para una organización titulada “Helping lost feelings”, algo así como “ayudando a los sentimientos perdidos…” Sé que mi capacidad para la sorpresa es muy amplia, pero cada día el asombro sabe superar al propio asombro.  Casi sin tiempo para el raciocinio, me vi con un boletín en la mano, en el que lo más importante era el puntual y resaltado recuadro donde anotar un número de cuenta bancaria. Preferentemente, Visa o Master Card, con una escala de cuotas de quince euros mensuales en adelante. El inesperado abordaje tenía como marco lateral ese gran portalón de los Helados Mira, en pleno ecuador longitudinal de la deslumbrante y bulliciosa calle Larios, donde las gentes adquirían los sabrosos cucuruchos, sin tener apenas sitio alguno donde sentarse para su consumo. Francamente no sé como pude librarme de la persuasiva y dudosa pareja, que vigilaba los flancos laterales por donde emprender la inevitable huida. Sí creo que acerté a decirles “Señoras, los distintos gobiernos y grupos financieros ¿no dedican fondos sociales para ayudar a estos importantes menesteres? Porque son exageradamente gravosos los impuestos y tributos que las administraciones nos cobran, sin el más mínimo recato, en el día a día”. Al fin, practicando un diestro movimiento de piernas, puse tierra de por medio con respecto a estas dos señoras que, con sonrisas teatralizadas y acartonadas, no hicieron especial esfuerzo en concretarme cuáles eran esos sentimientos que se habían perdido y dónde.

Continué mi divertido caminar por calle Granada y ya, en las estribaciones de la Plaza del Carbón, tres chicas desorientadas, con evidente fisonomía oriental, sólo acertaron a preguntarme con una palabra, más que emblemática: ¿Picasso? Mezclando el castellano, algunas palabras de inglés y ese gran lenguaje para la ayuda que es la mímica, les orienté hacia la zona del Museo. Traté de explicarles﷽straciones ipal,plicarles que yo me dirigía a la Plaza de la Merced “where Picasso was born….. donde Picasso nació….). En pocos minutos, estábamos ante la misma puerta de la casa natal del afamado artista. Todo ello en medio de las risas continuas de las tres jóvenes y vitales estudiantes chinas que practicaban el saludable ejercicio de hacer turismo, por todos esos espacios que sustentan nuestra geografía. Por cierto, la romántica e histórica imagen de esta plaza es una de las más importantes y bellas que hoy pasee la capital malagueña. Lástima de esa zona o lateral este, degradado visualmente por la desidia de tantos responsables municipales. Me refiero a la zona de los antiguos cines Victoria, Astoria y Andalucía. Y es curioso. Me encontraba a dos pasos del Teatro Cervantes donde, precisamente a esa hora tendría que haber estado sonando los sublimes compases de  Beethoven o Berlioz.

En otro espacio de esta plaza, muy próxima ya a calle Álamos, vi a un grupo de personas que miraban hacia el suelo. Me acerqué hacia ellos y observé un extenso y largo pliego de papel, color blanco, extendido encima de las losetas de piedra beige que conforman el suelo del recinto cuadrangular. Sobre él, las personas se agachaban para escribir algo. Uno de los estudiantes del grado de psicología, que habían organizado la experiencia, me ofreció un rotulador azul, a fin de que respondiese a tres preguntas: ¿Qué es para ti el amor? ¿Donde se encuentra el amor? ¿Cuál es el mayor peligro que acecha al amor? Eran buenos e inteligentes interrogantes que me dispuse resolver con mi opinión, sobre ese gran lienzo de papel que tendría unos 15 metros de longitud. A los que participábamos, se nos pedía que fuésemos lo más escuetos posible en las palabras escritas. Cada persona podía centrar su opción en el amor físico o en el amor espiritual. Creo que puse, más o menos, lo siguiente: 1. Disfrutar con la felicidad ajena. 2. En el esfuerzo por ayudar a los demás. 3. En las actitudes egocéntricas o ególatras. Ver a una señora con traje de salir y tacones, rodilla “en tierra”, dibujando su caligrafía, fue una bella imagen digna de ser grabada. La gente que por allí pasaba, finalmente terminaba animándose y escribía sus escuetas reflexiones que, posteriormente, esos universitarios agruparían y estudiarían para sus trabajos.

Ya de vuelta para casa, entré en esa librería que tanto bien le ha hecho a una calle Nueva poblada de tantas franquicias. En esta tradicional calle, eminentemente abierta al comercio, siempre existió una librería que viene a nuestra memoria: era la denominada Librería Ibérica, local ahora ocupado por una zapatería. Un poco más arriba, la famosa Casa del Libro madrileña instaló una excelente estructura arquitectónica en dos plantas de no muchos metros cuadrados más el bajo. ¿Se han fijado en la magia embriagadora que genera el olor a los libros nuevos? Tienen un buen sistema informático para localizarte cualquier petición bibliográfica en el más corto tiempo posible. Compré dos interesantes obritas, en el marco de los idiomas, que me hacían ilusión para su audaz aprendizaje. Es bueno salir a la calle y pensar que además de la cerveza, las tapas y la ropa, existen otras posibilidades para un buen consumo. No era el día del libro, pero siempre puede haber un buen libro para enriquecer cada día. Ésta y otras calles seguían pobladas de numerosas personas con ganas de pasear, hablar y compartir esa grata atmósfera de que sabe dotarse esta ciudad abierta al embrujo apacible del mar.

Ya con el sol alejándose tras su misterio, pensé sería una buena decisión completar este largo paseo con una visita a el espacio portuario. Ver la transición, entre una tarde que adormece y una noche azulada que llega, es un espectáculo anímico de alto calibre. Sentimiento que arraiga, de manera especial, en los espíritus románticos. Los incentivos de un puerto, felizmente reconvertido para la ciudad, son numerosos y variados, por sus ofertas visuales, lúdicas y gastronómicas.

Aquella tarde, en los inicios del “mes de las flores”, no fue dedicada a “viajar” por la grata acústica de los maestros clásicos de siempre. Tampoco a compartir esas historias en pantalla, que engrandecen y amplían nuestra breve existencia individual. Fue una hermosa tarde de Primavera en que el azar permitió vivir y experimentar, solidariamente, muchas oportunidades para sonreír, imaginar y soñar.-


José L. Casado Toro (viernes, 22 mayo, 2015)
Profesor

jueves, 14 de mayo de 2015

AFORTUNADA BÚSQUEDA DE LA IDENTIDAD PERDIDA.

En aquel pueblecito, que se hallaba recostado en la sierra, casi nada especial ocurría. Todo era, más o menos, como ayer. Probablemente, al igual de lo que sucedería también mañana. Vida tranquila y rutinaria. Apenas doscientos setenta habitantes censados, en un municipio donde las mayores novedades eran los cambios meteorológicos en el tiempo y los comentarios aburridos de temas banales cuando la tarde ya languidece. La mayoría de las personas que habitaban este sosegado espacio superaban la edad hábil para la jubilación. Una relativa proximidad del mar hacía que los jóvenes, siempre escasos pero inquietos, buscasen acomodo en otro tipo de vida, más lúdico, interesante y cosmopolita pero, sobre todo, abierto a la modernidad. La emigración hacia los municipios turísticos de la costa era una costumbre ya tradicional, en este reducido colectivo  humano que anclaba sus serenas vivencias en la abrupta montaña. Un poco de complicada agricultura (por la dificultad orográficalaastante﷽ consuelo repetitivo dcaida clatura para el ejercicio de su profesia abrila vieja iglesia, servl consuelo repetitivo d) ese par de tiendas, en donde se podía encontrar mercancías de lo más insospechado para la utilidad, la misa de los domingos a las doce y las largas horas de los hombres en el bar de la plaza. Para las mujeres quedaba el consuelo repetitivo de la televisión, cuya débil señal (por la orografía) degradaba bastante la imagen aunque, en los últimos años, había mejorado bastante con el avance de la TDT. Al menos en verano, ese paseo por la plaza, junto a la vieja iglesia, servía de consuelo imaginativo, entre ancianos que dormitaban sentados en los bancos de piedra, además de esos patriarcas familiares que sorbían su café o aguardiente en la mesas del tío Narciso, propietario de la única cafetería/bar.

Una mañana llegó a la tosca mesa de Cipro, el alcalde, una inesperada carta. El bueno de Cipriano la abrió con parsimonia y quedó pasmado al conocer su contenido. Venía firmada por un nombre que nada le decía pero que, tras su lectura, dedujo que pertenecería a alguien importante que no utilizaba esa nomenclatura personal para el ejercicio de su profesión. Decía así la misiva:

“Respetado Sr. Alcalde. Mi nombre y apellidos nada le dirán. Durante muchos años he utilizado otro, por el que se me conoce en el ejercicio de la que ha sido mi profesión. Me han dado muy buenas referencias de la tranquilidad y belleza natural de que goza su pueblo. Por lo que he decidido retirarme a vivir en esa localidad. Por este motivo le ruego la ayuda que me pueda prestar. ¿Conoce alguna casita cuya propiedad yo pueda comprar? Me agradaría que estuviese en un lugar tranquilo y con vistas a la sierra. Si hubiese que hacerle unos arreglos, lógicamente correrían a mi cargo. Si tiene la amabilidad de ponerme en contacto con la persona adecuada, establecería comunicación telefónica y de llegar a un acuerdo me desplazaría al lugar, para firmar y pagar el traspaso de la propiedad. Para que tenga una orientación con respecto a mis pretensiones, ansío encontrar tranquilidad y sosiego, valores que me son tan necesarios. En lo económico, no va a haber problema alguno con respecto el coste de la casa. Puedo asegurarlo. Quedo a la espera de sus noticias. Le adjunto el número de mi móvil y la dirección postal que también aparece en el remite de esta carta. Suyo afectísimo. Claudio Román de la Cosla” (añadía algunos detalles preferentes, para esa posible vivienda).

Para la tranquilidad habitual de la localidad, esta misiva fue el origen de un atractivo y revulsivo motivo para el comentario, la suposición y los chascarrillos propios de gente con mucho tiempo en el día,  sin saber qué hacer o en qué ocuparlo. Cipro respondió rápidamente a esa curiosa petición, con tres sugerencias de casitas que se pudieran acomodar, de una forma u otra, a las necesidades del misterioso Claudio. ¿Quién podría estar interesado en venirse a vivir a este pueblo, medio aletargado o abandonado en tierras del sur?

Las negociaciones con los respectivos propietarios fueron rápidas y abiertas para el acuerdo. Lo que era evidente es que había un buen capital disponible por parte del comprador, quien buscaba una vivienda que estuviera cerca, pero no dentro del pueblo. La elegida, finalmente, fue una que se hallaba situada a medio camino hacia una de las colinas, casa que había pertenecido al ingeniero que en los años setenta estuvo dirigiendo las obras de un embalse cercano. Cuando éste falleció, su familia se trasladó a su Bilbao natal, quedando la vivienda cerrada y languidecida para el deterioro, durante largos años. Su renovación (casi nueva construcción, en algunas de sus partes) llevó casi medio año. Una cuadrilla de veteranos lugareños, que habían trabajado en la construcción, se encargó de realizar un buen y primoroso trabajo de albañilería. De esta manera, cuatro familias del lugar tuvieron ingresos asegurados durante esa fase de la reconstrucción. Y no sólo estas personas, sino que también fueron contratadas otras dos familias, que se ocuparían de atender la cocina, limpieza y lavado de ropa, desde el momento en que llegara el nuevo propietario, persona con dinero. Una inyección económica muy saludable para la precaria economía del lugar.

Al fin, cuando el tórrido calor del estío se fue retirando, ante la llegada del otoño, llegó el nuevo convecino, largamente esperado ante el interés general. Venía sólo, aunque con una gran impedimenta de maletas, paquetes e incluso algún mobiliario. Una empresa de mudanzas hizo todo el trasiego y ubicación de los enseres. Pero ¿cómo era la persona recién llegada a esta pequeña comunidad vecinal?  Cuerpo atlético, alto y delgado, que ya superaba claramente el medio siglo de vida. Cabello encanecido y avanzando hacia la alopecia. Unas gafas oscuras, usadas casi de forma permanente, ocultaban unos bellos ojos gris azulados que traslucían un evidente cansancio, más en lo anímico que en lo corporal. Salía poco de casa, aunque cada mañana, cuando apenas llegaban los primeros rayos del sol, se le veía caminar a paso ligero por los senderos abiertos a los amantes de la naturaleza. Alguna tarde, pero de manera muy espaciada, bajaba al pueblo para tomar un café negro sin azúcar, en el bar del tío Narciso. Tras saludar con una sonrisa a los presentes, apenas comunicaba con nadie, pero siempre indicaba al dueño del negocio que le cobrara los cafés o meriendas de aquellos que ocupaban en ese momento las restantes mesas del local. También era muy generoso y amable, con las dos señoras que atendían los quehaceres diarios de su casa. Éstas veían como el propietario a quienes servían, pasaba muchas horas encerrado en una gran habitación, a modo de sótano, donde había diferentes aparatos electrónico de música. Allí trabajaba parece ser que componiendo música, a juzgar por los curiosos sonidos que llegaban hasta las habitaciones superiores.

El día 30 de octubre, festividad de San Claudio, Cipro tuvo la feliz idea de enviarle una caja de naranjas, procedentes de un terrenillo de su propiedad. Acompañaba al regalo, una felicitación por el santo de este convecino que había ayudado, y seguía colaborando, con la economía del pueblo. Como respuesta de agradecimiento, Claudio invitó a comer en casa al alcalde, el cual no dudó en aceptar. Era sábado y convenientemente vestido (él que era muy descuidado con su indumentaria) acudió a Villa Mañana, que era el nombre elegido para nombrar a la restaurada vivienda.  Unos vinos y unos pinchos. Después pasaron al salón, donde Marta y Eufemia habían preparado un suculento menú. Hablaron casi de todo, entre bocado y bocado, todo ello bien regado por un vino generoso que facilitaba la comunicación y la sinceridad. Ya en la sobremesa, con dos cafés bien cargados (uno de ellos sin leche ni azúcar) en medio de una densa nube por esos cigarros puros, que ninguno de los dos contertulios abandonaban, Cipriano se decidió, al fin, a platear una pregunta que, desde el momento en que recibió aquella primera carta,  bullía por su cabeza.

“Por qué elegiste este pueblo tan aburrido, tú que sin duda has llevado un tipo de vida muy diferente a la nuestra? Has debido de tener algún importante motivo para venirte a vivir entre nosotros…..”
Tras una nueva calada del puro y un buen sorbo del anís seco que llenaba su copa, el anfitrión de la comida se sinceró ampliamente con su invitado. 

“Cipriano, mi vida ha sido muy desordenada hasta el momento en que llegué a vuestro pueblo. No conocí a mis padres y tras cuidarme unos familiares, acabé en un centro de acogida. De allí pasé a vivir con una familia de músicos que no podían tener hijos. Ellos me enseñaron lo que sé de la técnica instrumental. Quisieron que estudiara en un conservatorio pero mi rebelde carácter, en esos años de la adolescencia, impidió que yo caminara por un sendero normalizado para la convivencia. Desde muy joven, entré a formar parte de varios grupos de rock que me hicieron progresar en este terreno profesional, con el que he llegado a ganar y gastar grandes cantidades de dinero. Viajando de acá para allá, sin una familia, sin unas raíces, y rodeado de personajes de muy dudoso carácter y consideración. Me he metido en el cuerpo todo la porquería que te puedes imaginar, pues cuando estás en el escenario has de sentirte  muy revolucionado, en sintonía con el ambiente y el montaje donde vas a actuar. Después te habitúas a esa  basura y es muy difícil huir del cenagal en el que has caído sin encontrar una cuerda salvadora. Ese dinero que te llega con alegría te hace apetecer más y más, lo que te hace entrar en el mundo de la delincuencia y la mafia. Para ellos, tu vida sólo vale lo que puedes comprar con un fajo de billetes. Las luces, los aplausos, los gritos enfervorizados te alejan de una realidad que para ti ya carece de significado. Es horrible ese mundo desordenado y convulso en el que te ves envuelto como una simple piececita pero que nada vale, pues tú no eres realmente nada en ese terrible contexto. Un día, con la lucidez que a veces aparece, decidí huir de todo eso. Y encontré este remanso de vida y de paz que hoy por hoy no cambiaría por nada en el mundo”.

¿Entonces no tienes familia?

“Mi familia sois vosotros. Mis vecinos. Esta bella naturaleza donde el amanecer abre las puertas de la esperanza para un nuevo día. Cipro, mi tendencia sexual es muy complicada. Por eso preferí no amargar a nadie la vida, sino aceptar mi soledad y mi realidad. La verdad es que añoro a unos hijos que yo no puedo llegar a tener en lo genético. Fíjate donde alcanza la fama y donde se halla realmente la realidad del famoso. Salvo estudiosos de la música, hoy nadie sabe quien soy. Pero ahora me siento feliz. Ahora soy persona”.

Y pasaron los meses, entre lluvias, terrales, brisas y atardeceres que preparan el alba de un nuevo día. Tres ayuntamientos de la serranía, relativamente próximos, han organizado un centro de estudios y dinamización, para recuperar la agricultura de la zona. Trigo, maíz, ciruelos, chícharos, cacahuetes, tomates, pimientos, en una línea de agricultura ecológica, son los productos tradicionales cuyo cultivo hoy se trata de renovar y potenciar, en zonas tradicionalmente aptas para su siembra pero abandonadas por otros señuelos vinculados por el turismo costero. La iniciativa de ese centro de estudios y cooperativismo ha sido financiado por este veterano y famoso rockero que, al fin, ha encontrado paz y sosiego para con su vida, en busca de una identidad perdida o que tal vez nunca existió.-  


José L. Casado Toro (viernes, 15 mayo, 2015)
Profesor

viernes, 8 de mayo de 2015

CONVERSACIONES DE CINE, EN UNA SOLEADA TARDE DE ABRIL.


Resulta sugestivo conocer que una persona, con la que te has relacionado en otra fase de tu vida, alcanza un reconocimiento social en el desempeño de la tarea que, por diversos avatares, profesionalmente decidió elegir. Cuando tienes la oportunidad de acercarte a él, dudas acerca de cómo recibiría tu llamada, correo o tu espontánea presencia física, ante su importante realidad. Pero, al fin, decides aproximarte a la vorágine en la que se halla inmerso, con el saludable ánimo de saludarle  y poder intercambiar imágenes para el recuerdo.

Mi antiguo compañero de aula se dedica al cine desde hace años. Empezó en este cualificado arte desde unas plataformas muy humildes, esforzándose por participar y aprender al tiempo en lo que más daba sentido a su vida. Y es que su trayectoria ha sido muy constante y sacrificada, habiendo cultivado distintas facetas en lo que denominamos, con afectivo acierto, la grandeza del séptimo arte. Cierto día, tras la finalización de una película, observaba en pantalla los títulos de crédito. Reconocí, en el recuerdo, su nombre. Allí aparecía desempeñando una faceta técnica de rodaje. De esto hace ya años, pero desde ese día traté de seguir su trayectoria a través de revistas especializadas en cinematografía, agradándome comprobar su continua evolución a otros campos y actividades del cine, hasta alcanzar la realización de cortos. Hoy presentaba, en este importante festival, su primera película como director. Lo hacía en la sección de jóvenes promesas, aunque su edad se encontraba ya en la cuarta década del calendario. Con habilidad y suerte, conseguí estar presente en la rueda de prensa que dio tras la proyección de este su primer film. Quería aprovechar la oportunidad de poder acercarme a él, para darle un cordial saludo.

Me preguntaba si se acordaría de su antiguo profesor, en esa etapa de la adolescencia tan sugestiva y complicada para casi todos. Afortunadamente no había mucho personal en la rueda de preguntas y respuestas, por parte de los interesados participantes. Así que pude ubicarme en una butaca discretamente situada, aunque el protagonista de esa tarde podía fácilmente visualizar mi presencia. Habían transcurrido unos diez minutos, desde el inicio de ese intercambio de palabras, cuando observé que fijaba su mirada en mi persona. Lo hacía de una forma repetida. Ese gesto me alegró y también despertó esa inquietud acerca de cómo piensas van a recibirte. Tras unos cuarenta minutos de diálogo distendido, vi que me hacía una señal a lo lejos, indicándome que no me fuera de la sala.

Los dos sonreímos, tras abrazarnos. Más de dos décadas hacía desde que compartimos aquella última clase de bachillerato, en la antesala de la Selectividad. Mostraba la alegría propia de una persona que es sincera con su interlocutor y que, tras intercambiar las palabras propias del reencuentro, me comentó que el resto de ese miércoles lo tenía totalmente comprometido. Aunque volvía el viernes para Madrid, me pidió si en la tarde del jueves podríamos compartir una merienda y hablar un rato acerca de cómo nos iban las cosas. Tras un nuevo abrazo, quedamos en vernos en una cafetería de la sin par Plaza de la Merced, a eso de las cinco y media del día siguiente. Cuando bajaba por Alcazabilla hacia el Parque, me sentía feliz del paso dado. Es gratificante comprobar cómo permaneces en el recuerdo de una persona con la que has trabajado en los años escolares. Ahora es él quien nos enseña el arte de modelar y contar historias, para multiplicar la vida.

Ambos fuimos puntuales, en un día de primavera que se resistía a atardecer, con un cielo todo celeste y un sol que vitalizaba el gesto noble de las sonrisas. Nos sentamos en una de las escasas mesas que quedaban libres, en ese ambiente cosmopolita y bohemio que los festivales traen consigo allá por donde caminan. Dos tés con aroma a tierras exóticas y abrimos paso a esa cuota siempre necesaria de los recuerdos en las aulas escolares. Aunque nuestra memoria era bastante dinámica para traer al presente esas anécdotas y vivencias que protagonizan los profesores con sus alumnos, pronto mi agradable interlocutor se dio cuenta del interés que yo mostraba por todo lo relacionado a su profesión. Me interesaba conocer esas miles de experiencias que mi interlocutor había vivido hasta llegar al clímax de rodar un primer largo. Primera película, con todo el contexto de su casting, argumento, escenas, recursos y dificultades técnicas, en un trasfondo siempre admirado y deseado por los buenos aficionados a soñar y a “participar” en cada una de las historias que se suceden en pantalla.

El suyo había sido un camino muy duro, como el de tantos otros que aspiran a la realización tras la cámara. Me habló de todas esas sensaciones, dificultades y alegrías, suscitadas por trabajar en aquello en lo que crees y amas. Sus noches en donde no tienes apenas donde cenar y dormir. Y tantos días con el estómago pidiendo en vano ese alimento que las circunstancias se mostraban resistentes a complacer. Con ese respeto que siempre tenemos a quienes han sido nuestros profesores, me pidió permiso para sosegar su tensión. Reconoció que era un empedernido fumador. Entendió, en mi sonrisa, que aceptaba su necesidad pero que, desde el plano de esa generación que yo le llevaba, había un desacuerdo con que contaminara sus pulmones y organismo con tan inadecuadas sustancias nocivas. Y, claro, me habló de su obra. Su colaboración con el guión, las dificultades casi imposibles para la producción (al final pudo convencer a un cubano exiliado, metido en negocios de aquí y allá, en una lúdica noche de juerga, alcohol y otras cosas, para que expusiera algo de su abundante pasta, a fin de sustentar el proyecto). Disfrutaba narrándome sus sabrosas aventuras a fin de conseguir un viejo caserón señorial, no lejos del Palacio Real, donde estaba nucleado el foco principal de una historia de decadencia, equívocos, oportunidades y añoranzas.

Los minutos iban pasando y ambos disfrutábamos comentando acerca de la magia del cine. Mi amigo tuvo que sobrevivir en los momentos de mayores carencias, prestándose a hacer casi de todo en este contexto de “las sábanas blancas”. Electricista, camarero, persona de compañía, chófer, figurante anónimo, para esas densificadas escenas repletas de personajes, ayudante del ayudante del subjefe de la segunda unidad de rodaje ….. y un largo etc. hasta ir aprendiendo y avanzando en ese curso escalonado que te puede permitir algún día modelar tu propia obra, con la arcilla vital que la naturaleza quiere concedernos para nuestra imaginación e ilusiones.

En un momento concreto, tras tomar un sorbo de té y pedir al camarero una copa de whisky, ofrecimiento que, en mi caso decliné, observé que consultaba su reloj y, mirándome con seriedad, me hizo la siguiente confidencia:

“Profe, dentro de cuatro minutos va a sonar mi iPhone. Me vas a ver escenificar una discusión con alguien que está planteándome problemas al otro lado de la línea. En realidad es un amigo que trata de echarme un cable. Escucharás que tengo compromisos pendientes y que han surgido dificultades en el tema de la distribución. Y que me tengo que desplazar, a la mayor urgencia para hablar con un productor que ha llegado al Málaga Palacio y que está interesado en un  viejo proyecto  para hacer un remake de Calle Mayor, pero en moderno. Todo lo que escuchas no es real. Es para “dar de comer” a las apariencias. Para darte un poco de importancia . Así funciona esto. También se aprovecha por si la persona con la que hablo es un tostón y me lo quiero quitar de en medio. No te preocupes, que le aclaro, rápidamente, que no es necesario el montaje de la escenita”.

Nos estábamos riendo de este burdo montaje cuando, a los pocos segundos, nos avisó el sonido de su móvil. “No es necesario, Roque, pero gracias por llamar”. Cruzamos nuestras miradas y moví la cabeza. “Madre mía, ¡cómo funcionáis!” palabras mezcladas con las risas de mi ilusionado amigo y director cinematográfico, que acababa de pedir una segunda copa. El aguerrido té,  denominado “aventura en el desierto”  sin duda le había provocado sed. El oasis mágico de su copa pareció sosegar en unos grados su nerviosa locuacidad. 

Llevábamos casi una hora juntos, entonces comprendí que era el momento de ir finalizando esta grata y divertida reunión, con una persona plena de fuerza y entusiasmo dinámico  ante su profesión. Le rogué, antes de terminar nuestro encuentro, me narrase la última anécdota que él considerase oportuna, de entre las muchas que habría protagonizado dentro y fuera de la pantalla. Quedó un par de minutos en silencio, como buscando algo interesante en los anaqueles de su memoria, cuando su faz se transformó con un rictus de seriedad.

“Profe, ocurrió el pasado noviembre, en una noche en la que no pasábamos de los cero grados allá en Madrid. Estábamos en postproducción de mi película, poniéndole sonido a unas determinadas escenas. Habíamos estado trabajando toda la tarde en unos estudios de Pozuelo y nos sentíamos profundamente agotados. A eso de las 11, tomé el coche y me vine para Madrid. Me acompañaba la actriz protagonista, una chica de mucha valía. Y además, guapa. Tras dejar el vehículo en el garaje (vivo cerca de la Gran Vía) nos fuimos bien abrigados a Fuencarral, que a esas horas aún tienen restaurantes abiertos. Entramos en uno donde, tras escoger la mesa, pedimos un plato caliente y algo de carne a la plancha. A media comida, percibo que alguien se va acercando a nuestra mesa. Caminaba despacio y me pareció por su aspecto una persona pobremente vestida y descuidada en su aseo. Su falta de buen abrigo trataba de compensarlo con una larga bufanda, que le rodeaba su cuello. Se detuvo a medio metro de la mesa y no pronunció palabra alguna. Entendí que iba a pedirnos alguna limosna. O tal vez, algo de comida. Permanecía callado. Dudé en darle un trozo de la pizza que Montse (el verdadero nombre de la actriz) había decidido de segundo o echarme la mano al monedero. Cuando estaba abriéndolo para coger algunas monedas, el mendigo al fin habló. “¿No me reconoces?” Me quedo entonces mirándole fijamente y, a pesar de su barba de varios días, junto a su falta de aseo, mi cerebro reacciona, reconociendo a la persona. “Simplemente, he venido a darte un abrazo”. Era un famoso actor de los años sesenta y setenta, ahora muy mayor y completamente olvidado del público. Como otros muchos actores, este persona, ya octogenaria, se encontraba viviendo en la mayor pobreza. En los años noventa aún le daban papeles de figurante en algunas películas. De él recibí muy buenos consejos, en mis inicios profesionales dentro del mundo de la farándula. Guardé las monedas. Me encontraba avergonzado. Le di un abrazo y le dije que se quedase con nosotros a comer. Me respondió que se dirigía a un centro de acogida, donde solía pasar la frialdad de las noches. Y que no tenía apetito. Le pedí perdón y le rogué que fuera a verme a los estudios. Cuando nos iba a dar la espalda, me acerqué para abrazarle en la despedida. Aproveché entonces para meterle, en el bolsillo de la raída chamarra que llevaba, un par de billetes de 50, que saqué rápidamente de mi billetera. Así es como viven muchos grandes actores, tras su humilde jubilación de la pantalla”.

Ambos nos quedamos unos minutos como reflexionando en silencio. Después, volvió a su copa y nos intercambiamos los correos electrónicos y las tarjetas. Tras un cálido abrazo, nos despedimos hasta una nueva ocasión. “Cuídate, profe. Te haré llegar por mensajería mi película, antes de que otros muchos se la descarguen de Internet”. Lo vi entonces alejarse, con ese caminar nervioso que ya le caracterizaba en sus años de adolescencia.  Verdaderamente, aquella grata vivencia fue una sugestiva tarde de cine, aliada con el embrujo, mágico y vital, de la Primavera.-


José L. Casado Toro (viernes, 8 mayo, 2015)
Profesor