viernes, 30 de junio de 2017

SEIS DÍAS DE ESTANCIA TESTIMONIAL, BAJO EL PUENTE URBANO PARA LAS CONCIENCIAS.

Entre los numerosos elementos que conforman las edificaciones arquitectónicas, en el paisaje urbano y rural, hay uno que para muchos ofrece especial significación, tanto por su manifiesta utilidad como por la imagen romántica que su realidad representa. La construcción de un puente se justifica, de manera básica, para permitir la comunicación entre las dos orillas que delimitan una, más o menos importante, masa hídrica. Pero también, ríos, lagos, estrechos, rías, bahías, valles y carreteras, ven facilitado el paso peatonal, automovilístico o incluso ferroviario de los trenes y viajeros, gracias a estas estructuras de piedra, hierro y cemento, enriquecidas constructivamente por el voluntarismo, la necesidad y la imaginación de todos aquéllos que han contribuido a su positiva y gozosa realidad. Como en tantos otros aspectos de nuestra existencia, es necesario equilibrar en la edificación de estas atrevidas estructuras el contenido y la forma, la belleza y la utilidad. Por supuesto, resulta obvio manifestarlo, también su imprescindible seguridad.

La geografía monumental de los puentes es muy amplia tanto en el tiempo, como en su muy rica y bella diversidad espacial. Si a continuación citamos algunos incuestionables modelos de estas estructuras de la geografía universal, no se quiere con ello desmerecer o eclipsar aquellas otras que, en justicia, podrían ocupar un admirado puesto en tan constructiva galería. The Tower Bridge (el puente de la Torre) sobre el rde algunas plazas les y galerias s metros suburbanosmos observar, junto a los cajeros de muchas entodades ío Támesis en Londres; el Golden Gate, en San Francisco, California; el Ponte Vecchio, en Florencia, sobre el Arno; el Puente Romano de Mérida, sobre el río Guadiana en Badajoz; el de Alcántara, sobre el Tajo, en Cáceres; el de Zubizuri, en Bilbao; el puente romano de Córdoba, sobre el Guadalquivir; el puente de Triana o Isabel II, en Sevilla o el Nuevo Puente de Ronda, sobre el Guadalevín, son algunos estupendos ejemplos de la imaginación, diseño y eficacia constructiva de sus arquitectos, para el buen uso de la ciudadanía en su tránsito diario. En muchos de ellos vemos aparecer hoy la romántica costumbre, puesta en uso por los turistas o los naturales del lugar, de colocar esos románticos candados decorados con mensajes de amor y fidelidad “imperecederos”.
Pero hay otra imagen que también podría estar aparejada en la memoria a estas estructuras facilitadoras del tráfico viajero. Desde la infancia siempre me impresionó observar esa penosa imagen social de algunas personas cobijándose o incluso viviendo debajo de un puente, por razones de extrema necesidad, que aparecían en las páginas de los tebeos, la prensa y, obviamente, en la propia realidad ciudadana. Al igual que hoy podemos observar, junto a los cajeros de muchas entidades bancarias, en los andenes de los metros suburbanos o bajo los soportales y galerías de algunas plazas porticadas, vemos a personas indigentes que se resguardan del frío de la noche, de los intensos aguaceros o de la templanza tórrida del sol, apenas con algunos cartones, mantas o mochilas, en sus improvisadas y muy peculiares “viviendas”.

Efectivamente, una muy extrema situación carencial, dominada por la pobreza, mueve a muchas familias o personas solitarias a buscar acomodo temporal en esos inadecuados lugares para su protección física o descanso puntual. Cierto es que algunos de estos personajes, sumidos en la marginación de sus vidas, rechazan la oferta de puntos de acogida institucional ofrecidos por miembros de la seguridad ciudadana. Pero el simple hecho de que por sus desafortunadas biografías tengan que llegar a tan extrema y dramática situación debe mover a la solidaridad de las conciencias, gubernativas, asistenciales, públicas y privadas, sociales e individuales, a fin de reflexionar y poner remedio a tan lacerante injusticia social. Aún hoy, cuando transitamos por los aledaños de un puente, la memoria social nos hace mirar esos vanos que las arcadas van dejando bajo la pasarela transitable. ¿Podemos encontrar allí a personas resguardándose? Vayamos, pues, a una de estas historias, enmarcadas en tan inadecuado y lamentable contexto para el sonrojo.

Santos y Claudia forman un matrimonio joven de origen ecuatoriano, que lleva residiendo en España desde hace nueve años. Tienen dos hijos, Beli y Lito, de cinco y dos años de edad respectivamente. Tras el desempeño de diversos trabajos (construcción, reponedor, limpiador de cristales, reparto de publicidad) todos ellos en régimen de temporalidad y subcontratas, Santos Calzada se inscribió en un curso de dos meses, promovido por el INEM, para optar a una titulación de auxiliar como vigilante de seguridad. Logró superarlo, no sin un gran esfuerzo, pues a este hombre nunca se le dio bien el mundo de las letras y los libros. Sin embargo, su capacidad y preparación física le facilitó el poder superar los niveles exigidos, compensando sus limitaciones en el temario y ejercicios teóricos. Para su suerte, pronto logró entrar en una prestigiosa compañía de seguridad privada, donde ha estado trabajando durante los últimos cinco años. Esta estabilidad laboral le animó a firmar una hipoteca bancaria, a fin de acceder a la propiedad de una vivienda de segunda mano, situada en una barriada obrera de la zona noroccidental de la ciudad.

Un infortunado e inesperado hecho ha venido a enturbiar esta esperanzadora situación, para una familia humilde y voluntariosa. En la noche de un sábado de enero. Santos fue encomendado para vigilar las instalaciones de un almacén de productos informáticos y material electrónico, ubicado en uno de los polígonos industriales de la capital. En esta oportunidad, su horario de trabajo era desde las 10 de la noche hasta las ocho de la mañana, ya del domingo. Este función habría de desempeñarla tres veces durante la semana, en los meses siguientes. Pero la esquiva suerte quiso que, en la madrugada de un viernes, el pequeño Lito sufriese un fuerte proceso febril de garganta, que obligó a sus padres a estar muchas horas en los servicios de pediatría del materno. Al día siguiente, Santos inició su trabajo a la hora fijada, aunque llevaba sin dormir, por estas circunstancias familiares, casi veinticuatro horas. Ello provocó que, a pesar de llevar consigo un buen termo de café, le venciera el cansancio quedándose dormido a las pocas horas de iniciar su turno de vigilancia. Y esa irresponsabilidad coincidió con un acto delictivo, perpetrado por una banda profesional, que desvalijó la bien provista nave, que el vigilante guardaba,  en apenas una hora de “trabajo”.

Cuando Santos se despertó, a eso de las seis y treinta, vio con desconsuelo como las dependencia del almacén habían sido “limpiamente aseadas” de valiosos productos electrónicos. La alarma de seguridad había sido también convenientemente desactivada y varias cerraduras quedaron forzadas por manos expertas para la delincuencia. La actitud de estos rateros estaba bien planificada, pues el sueño del vigilante fue intensificado por un gas limitador de la voluntad, que producía un intensísimo adormecimiento. En su caseta de vigilancia tenía a mano un botón de alarma, conectado con las fuerzas de seguridad, que nada más pulsarlo habría dinamizado la movilidad de la policía. Pero la evidencia era que se había quedado dormido, mucho antes que ese gas limitador intensificara los efectos del cansancio en su cuerpo.

La investigación subsiguiente comprobó todos estos hechos y tras un juicio de faltas, este infortunado trabajador fue despedido por irresponsabilidad laboral, con una mínima indemnización por los cinco años de trabajo en la empresa. Si ya este hecho era de suma gravedad, para el futuro profesional lo era aún más esa mancha en su hoja de servicios, a fin de poder optar a un nuevo puesto en otras de las empresas del ramo. Lo intentó de una y otra forma, pero en todas ellas recibía el no como respuesta. Su hoja de servicios difícilmente podría avalarle a fin de poder conseguir otro puesto de trabajo en el mismo sector de seguridad. El valor de lo robado había superado los dos millones de euros.

Pronto comenzaron a llegar los agobios y dificultades económicas a esta familia. Las estrecheces en la alimentación y en la compra de vestuario eran manifiestas. Sin embargo lo que más preocupaba a Santos y a Claudia era esa “letra” o factura hipotecaria que cada primero de mes iba llegando, “comiéndose” de manera voraz los escasos ahorros de que disponían. Y a la acumulación de las obligaciones impagadas se unió como respuesta los requerimientos de la entidad bancaria con la que se había firmado la deuda. A los seis meses de retraso, las autoridades del banco pusieron en manos del juzgado la persistente situación de morosidad que afectaba a su cliente. En ese medio año de paro laboral, Santos sólo había conseguido trabajar algunos días sueltos como peón de albañil en trabajos de “chapuzas” domiciliarias, todo ello a cambio de una pobre compensación monetaria en dinero “negro”. Y esas muy escasas entradas de capital en la casa apenas servían para responder a las necesidades alimenticias más urgentes. La situación se tornó insostenible, pues a la morosidad hipotecaria se unió la gravedad del corte de suministro eléctrico por impago del mismo.

Algunos vecinos querían ayudarles, pero se trataba de un barrio obrero con una alta tasa de paro y con brotes continuos de violencia y actividades delictivas. Algo de comer conseguían en la casa parroquial. También acudieron a entidades sociales de ayuda a familias y personas marginadas. Pero, en un contexto de profunda crisis económica, estas organizaciones se veían desbordadas ante todas las peticiones que les llegaban, en el día a día, por las necesidades para poder subsistir.

Fue extremadamente duro el contenido de aquella carta judicial, certificada y con acuse de recibo, que Claudia abrió en una desgraciada mañana. En ella se daba conocimiento a sus destinatarios de la orden ejecutiva judicial para el desahucio del piso hipotecado, que tendría lugar dos semanas más tarde. A pesar del apoyo de alguna organización de ayuda al emigrante y de las idas y venidas a la concejalía del barrio, para el departamento de servicios sociales, la fecha para el abandono del pisito que les albergaba se iba acercando, para angustia y desesperación de una muy modesta familia cuya suerte se les había vuelto totalmente de cara.

La mañana del lunes, en que dos miembros de la policía local, un representante del juzgado y varios operarios contratados por la entidad bancaria se personaron en el domicilio, representó un trago muy amargo para esta muy humilde familia. Los críos aún estaban en sus últimos días del curso escolar y guardería municipal, respectivamente. Gracias a la bondad de un chatarrero vecino, pudieron llevar sus muebles a una nave, no muy lejana, en la cual se les permitió un pequeño espacio para que dejaran sus enseres. La situación era insostenible, pues no tenían a dónde ir ni tampoco dónde cobijarse. Hubo algunas protestas vecinales, pero pronto llegó un par de vehículos de la policía, temiendo un previsible altercado. Otra vecina amiga se ofreció a que comieran y cenaran en su casa durante ese muy amargo día. Sin embargo Santos había hablado con Claudia, en los días previos, acerca de una idea que tenía en mente, a fin de denunciar socialmente tan lacerante situación por la que estaban pasando.

Aquella misma tarde, Santos pidió ayuda a Tomás, vecino del tercero B, el cual se ganaba la vida haciendo pequeños transportes en un viejo y recompuesto motocarro, que siempre se caracterizó por prestar muy buenos servicios. Los dos amigos se desplazaron a la nave de Eusebio, el chatarrero, pudiendo recoger allí alguno de los básicos enseres almacenados: el colchón, tres sillas y una pequeña mesa playera. En una de las maletas, guardó alguna ropa y zapatos. El tiempo meteorológico acompañaba, pues había comenzado el verano, haciendo por consiguiente innecesario llevar demasiada ropa de abrigo. A todo ello unió una modesta nevera de playa, donde guardó platos, cucharas, tenedores, cuchillos y cuatro vasos. Con este básico mobiliario, le indicó a Tomás cuál iba a ser su destino: se dirigirían hacia el río que cruza la ciudad. En el mismo había elegido uno de sus puentes, bajo el cual pensaba instalar su pequeña vivienda de emergencia. Estaban en la estación estival, por lo que no habría riesgo de grandes lluvias. Su amigo le aconsejó que pensara dos veces lo que iba a hacer,  pues consideraba todo aquello como un gesto de desesperada locura.

A pesar de sus consejos, Santos insistió en su decisión. Llegaron al punto convenido y allí descargaron estos enseres, volviendo Tomás para recoger a Claudia y los niños, a los que llevó al improvisado “hogar” situado en una pequeña plataforma que sustentaba uno de los grandes pilares del puente. La familia Calzada pasó allí la noche. Afortunadamente, la temperatura era bastante templada.

En la mañana siguiente, muchas personas que pasaban se detenían desde las dos orillas del río, con el cauce prácticamente seco, observando y comentando tan peculiar y conmovida escena para las conciencias. Pronto llegaron profesionales de la prensa, pertenecientes a distintos medios de la información escrita y hablada, así como diversas televisiones que consideraban un filón informativo  enorme, para la venta de sus reportajes, la historia de una humilde familia desahuciada de su vivienda, que había tenido que buscar acomodo bajo la protección de uno de los puentes que articulan la ciudad. Se realizaron numerosas entrevistas, con fotos y editoriales,  junto a grabaciones con testimonios de los dirigentes de la entidad bancaria que se había quedado con la vivienda, de la concejala de asuntos sociales del Ayuntamiento y de muchas agrupaciones políticas, sindicatos, organizaciones diversas de naturaleza laica y eclesiásticas, etc. Unos y otros querían aportar sus puntos de vista, ante la situación extrema que soportaba una joven familia viviendo bajo un puente. Curiosa o prudentemente, la policía solo intervino para conocer y analizar la situación de los niños pequeños que, esa misma tarde, fueron recogidos, atendidos y tutelados por orden judicial, en un centro de acogida dependiente de la Junta Regional Administrativa.

Pasaron tres días y sus noches, con esa estancia denuncia bajo un puente por parte de esta familia sin hogar, todo ello sometido a un eco mediático que, al avance de las horas, se iba tornando más crítico, en sus editoriales, reportajes y fotos para el testimonio. Lo más significativo es que nadie, institucionalmente hablando, hacía “algo” ante esta patética situación, salvo la atención prestada a Beli y a Lito, los dos hijos del matrimonio. Y ya en el viernes, al mediodía, tuvo lugar una significativa y tensa reunión entre el Ilmo. Sr. Alcalde de la ciudad y la Concejala responsable de Acción Social. Conozcamos lo esencial de la conversación que mantuvieron los dos políticos.

“Lantrada, voy a serte muy explícito hablando con puntual claridad: a esta situación hay que ponerle fin. Y de manera urgente, fulminante. Dentro de dos semanas comienza la campaña para las municipales. Y esto puede ser un golpe muy duro para nuestras expectativas de voto, con el mayor gozo de la oposición, que anda frotándose las manos con el espectáculo que estamos dando en la prensa y ante la propia ciudadanía. Unas y otras instituciones se “lavan” las manos ante este escabroso asunto y todos acaban señalándome. Soy el Alcalde de la ciudad y me tengo que comer el marrón, con más o menos justicia o responsabilidad. Así que vamos a tomar una decisión que saque a esta pareja del escenario bajo el puente. Aunque nos cueste “los cuartos”. Para eso también está … el dinero del contribuyente”.

La maquinaria de la eficacia se puso en marcha. Desde la Concejalía de limpieza, Parques y Jardines se concedió a Santos, con carácter urgente ese mismo viernes por la tarde, un puesto laboral eventual en el equipo de  trabajadores de la limpieza y recogida de residuos urbanos, con la misión de ir sustituyendo las bajas puntuales que se fueran produciendo entre los miembros de la plantilla. Por su parte la Concejalía de acción Social contrató una habitación, con derecho a baño y cocina, para que fuera usada por esta familia, durante los seis meses siguientes. Santos sólo pagaría un 20 % del coste mensual (225 euros) por esa habitación. Tras todos estos movimientos, el domingo al medio día, esta familia abandonó la plataforma que ocupaba junto al cauce seco del río, trasladando sus enseres, con la ayuda del motocarro de Tomás, a su nuevo cobijo temporal. Previamente acudieron al centro asistencial infantil para recoger, con inmensa alegría, a Beli y a Lito. La misma tarde del domingo, los servicios operativos municipales “vallaron” convenientemente ese espacio testimonial que una familia ecuatoriana había ocupado durante las seis últimas noches.  

Art. 47 de la Constitución española 1978:
Todos los españoles tienen derecho a disfrutar de una vivienda digna y adecuada. Los poderes públicos promoverán las condiciones necesarias y establecerán las normas pertinentes para hacer efectivo este derecho, regulando la utilización del suelo de acuerdo con el interés general para impedir las especulaciones. La comunidad participará en las plusvalías que genere la acción urbanística de los entes públicos.

José L. Casado Toro (viernes, 30 de Junio 2017)
Antiguo profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga


viernes, 23 de junio de 2017

EL "MILAGRO" DE LAS SEGUNDAS OPORTUNIDADES EN LA VIDA, A TRAVÉS DEL CINE.

El sentido del título que preside este artículo hace referencia a esa persistente aspiración que la Humanidad tiene como imposible, como no sea admitiendo la reencarnación en nuestros vidas, hecho tan difícil de creer y aplicar. De manera coloquial, durante las conversaciones cotidianas, solemos pronunciar ese banal e inaccesible comentario acerca de “si volviera a nacer otra vez, haría o cambiaría ésto o aquéllo”, con ese trasfondo o anhelo ilusionado de así poder evitar muchos de los numerosos y humanos errores en nuestro proyecto de vida. Es obvio que estas rectificaciones sólo serían posibles siempre que el destino nos deparara una segunda oportunidad para la existencia. Ciertamente esta posibilidad de una segunda vez para el protagonismo de nuestras acciones, por efecto de la suerte, el azar o derivado del esfuerzo que hayamos aplicado a determinados hechos, puede puntualmente llegar a presentarse. Pero, las más de las veces, los errores en que persistimos, las decisiones inadecuadas y las frustraciones subsiguientes van quedando ahí bien grabados, en las páginas de nuestras conciencia, sin posibilidad alguna de poder dotar a las mismas esas terapéuticas “amnistías” que las hagan desaparecer, sustituyéndolas por otras soluciones y respuestas más acertadas o eficaces.

Sin embargo ese “milagro” de revivir una nueva oportunidad, cuya consecución consideramos tan difícil o incluso imposible que nos llegue a afectar, puede hacerse presente a través de la pantalla cinematográfica. Ello sucede de manera especial para todos esos buenos aficionado al cine que saben y aplican el sentido de la empatía con respecto al argumento que protagonizan los actores en la escena. Se puede ver la película una y otra vez, sentirnos inmersos de nuevo en la magia narrativa de esa experiencia, entender mejor su trama argumental e incluso imaginar para su contenido otros desarrollos y desenlaces, tanto en el guión, en la dirección y en el ejercicio interpretativo de la puesta en escena. E incluso resulta también factible la posibilidad de repetir el rodaje de la misma historia, con esos cambios y modificaciones que alivien los infortunados errores cometidos, opción repetitiva que la vida real no nos permite.

Hoy nos “movemos” demasiado deprisa, con una absurda e ilógica aceleración, sin dejarnos apenas tiempo para poder consumir todas esas ofertas y reclamos culturales que recibimos a través de los numerosos y diversificados canales mediáticos, puestos a nuestro alcance por la sociedad de la comunicación. Por este motivo es poco frecuente que decidamos, en el terreno fílmico, visionar por segunda o tercera vez una misma película, a no ser que ésta posea determinados y excepcionales valores argumentales que nos inciten a repetir tan agradable experiencia. A pesar de este condicionante temporal en  nuestros hábitos, volver a ver una película ofrece una serie de ventajas que resultan escasamente inteligentes desaprovechar. ¿Cuáles serían estos beneficios para los afortunados “cinéfilos”? Citemos algunas de estas positivas consecuencias:

Poder entender mejor la trama argumental, analizar técnicamente todos esos detalles y elementos que con frecuencia pasan inadvertidos en un primer visionado: la riqueza y adecuación del vestuario, la perfección en los decorados, el lenguaje de gestos y mímicas faciales, el contenido de los diálogos y argumentación dialéctica, el más o menos sugerente fondo musical y, sobre todo, un elemento que resulta fundamental en la actuación de los actores: la “credibilidad” que nos aportan esos mismos personajes. En este sentido, es conveniente fijarse no sólo en las “estrellas” del reparto, sino también en todos los actores secundarios que complementan y permiten una lectura más adecuada y explicativa de la estructura fílmica.

Estos atractivos beneficios pueden alcanzarse con la emisión repetitiva que la televisión tantas veces hace posible o cuando la filmoteca (donde exista) coloca a nuestro alcance una segunda o tercera oportunidad para deleitarnos y comprender más adecuadamente los valores y mensajes transmitidos por el director, por los actores y, también por supuesto, por el guionista argumental de la trama.

Recordemos como antiguamente existían unas salas dedicadas preferentemente al estreno público de las películas. De forma paralela existían otras salas de exhibición donde, pasados unos meses, volvía a pasarse la misma cinta. Eran aquellos míticos cines de barrio que hacían posible repetir o recuperar una determinada película para nuestro deseo pagando un precio en taquilla sensiblemente inferior al de las salas de estreno. Ello nos permitía pronunciar, tanto a la salida de estos reestrenos, o tras un nuevo pase de la cinta por televisión, esa confortable frase de “cada vez me gusta más este film, porque lo he entendido y comprendido mejor”. Y es que el espectador goza así de una nueva oportunidad a fin de “reconstruir” el argumento, sin descartar ese atrevido e imaginativo  juego de buscar finales alternativos a la historia, con respecto al que su director ha elegido como más adecuado para llevar a su término la trama narrativa proyectada en pantalla.

Hace unos días emitieron por televisión una película que, hace ya más de un año, había tenido la oportunidad de visionar en un complejo cinematográfico. En aquella ocasión fue proyectada en versión original subtitulada, mientras que este pase televisivo lo ha sido en castellano, afortunadamente sin cortes publicitarios. Me interesó, de manera especial, volver a revivir una historia que básicamente recordaba por dos justificados motivos: en primer lugar, había determinados aspectos del argumento e interpretaciones de los actores que consideraba interesante volver a experimentar. Pero también, sobre todo, porque el núcleo focal del mensaje, planteado por la historia exhibida, era ese deseo ferviente o incluso “visceral” de volver a “revivir o repetir” un tiempo ya superado en dos vidas ya muy maduras en su recorrido vital.

A MODO DE UNA PEQUEÑA FICHA TÉCNICA.

El título de la cinta es LE WEEK-END, 2013, Reino Unido, 89 minutos, dirigida por ROGER MITCHEL (Pretoria, Sudáfrica, 1956) y protagonizada en sus principales papeles por JIM BROADBENT (R. Unido 1949), LINDSAY DUNCAN (Edimburgo, 1950) y JEFF GOLDBLUM (Pensilvania EE.UU, 1952). En el género cinematográfico de su metraje percibimos un fondo dramático indudable, aliviado por algunos retazos que mueven a  las sonrisas. Son apenas tres días de un fin de semana, sobre el que sobrevuela un anhelo desesperado de recuperación romántica en la pareja protagonista, condicionado por la severa realidad innegociable que impone la llegada a esas dos vidas de la 3ª edad, un eufemismo ciertamente amable para denominar el cruel tiempo la vejez. 

¿NOS APETECE CONOCER ASPECTOS INTERESANTES DE LA TRAMA ARGUMENTAL?

Nick y Meg Burrows forman un veterano matrimonio, residentes en Birminghan, que deciden viajar a París a fin de pasar unos días de vacaciones en esta atractiva, por su romanticismo, mítica ciudad. El motivo fundamental que les anima a realizar este lúdico desplazamiento es celebrar el 30 aniversario de su matrimonio, visitando los lugares en donde, muy enamorados, pasaron su ya lejano –“honeymoon” o luna de miel. En realidad su vínculo matrimonial hace bastante tiempo que soporta el distanciamiento aburrido de la rutina y la fuga afectiva de una juventud que para ambos se encuentra irremediablemente perdida. Nick es profesor de filosofía en la Universidad, mientras que Meg también trabaja enseñando biología a jóvenes adolescentes en un centro de Secundaria.

Ambos profesores pretenden con este viaje poder recuperar aquellos sentimientos y vínculos sensuales que los unió en su juventud. Por este motivo eligen hospedarse y visitar los mismos lugares donde latió intensamente su amor, en un tiempo lejano de tres décadas en la distancia. Una vez llegados a la capital de Francia, comprueban que ese mismo pequeño hotel, su ferviente nido de amor que les albergó durante unos días en su juventud, se halla hoy profundamente transformado. Ese afectivo habitáculo que recordaban en su memoria ya no es hoy el que era o en todo caso buscan inútilmente en ese espacio una llama romántica que se ha mutado para sus sentimientos en incomodidades y falta absoluta de alicientes para su temporal residencia. Optan entonces por la comodidad y glamour de un gran hotal, sin reparar en que los costos que la suite que ocupan (fue ocupada por el Presidente Obama) superan los cálculos económicos que habían realizado, agudizados por la situación de sus dos hijos, recién casados, que necesitan con urgencia el apoyo material y constante de sus padres.
Van recorriendo emblemáticos puntos monumentales de la maravillosa ciudad gala, pero esos mismos lugares en donde “ayer” sustentaron la emoción del amor, “hoy” no les ofrecen esa motivación necesaria que les ayude a paliar su drástica pérdida de proximidad afectiva. A pesar de todo ello, impulsados por el espíritu animoso de Meg, llevan a cabo una serie de travesuras y divertidas peripecias impropias de dos seres ya anclados en el camino sin retorno de la avanzada madurez cronológica. En distintos momentos y oportunidades, intercambian reproches y aceradas críticas e incluso insultos al contrario, poniendo de manifiesto el profundo deterioro relacional al que han llegado tras años de vacía y estéril convivencia.

Esa primera noche, mientras deambulan por las calles parisinas, tras haberse escapado sin pagar del lujoso restaurante donde han cenado, se encuentran con Morgan, un antiguo alumno de Nick, que se dedica profesionalmente al noble oficio de escribir. El cálido aprecio del discípulo hacia su antiguo maestro es manifiesto, por lo que después de intercambiar saludos y recuerdos, les invita a la presentación de su último libro, que tendrá lugar en la tarde del dia siguiente. Allí conocerán a Eve, la nueva compañera de Morgan y a Michael, el hijo que tuvo con su primera mujer, un joven introvertido que mantiene difíciles relaciones con su padre, mientras que por el contrario trata de buscar el diálogo y la amistad con Nick, en el que admira su veteranía y experiencia en la vida.

La escena más crispada, en la relación que mantiene la pareja de profesores, tiene lugar precisamente en ese acto sociocultural al que han sido invitados, en el que Morgan presenta el libro recién publicado acompañado por su nueva y bellísima compañera. Después de la ceremonia los dos matrimonios, junto a varios amigos, cenan en un restaurante cercano. La intervención de Nick resulta sorprendente y desalentadora, pues informa a sus asombrados interlocutores sobre la difícil situacion profesional por la que atraviesa. El rector de la Universidad donde imparte sus clases le ha “sugerido” la jubilación o la renuncia al puesto docente, debido a la firme denuncia interpuesta por una de sus alumnas, que se ha sentido agraviada ante los comentarios despectivos e insultantes realizados por él. Añade, elevando el tono depresivo de sus palabras, que esa misma tarde su mujer le ha comunicacdo su intención de mantener alguna relación amorosa con un cliente del hotel donde ambos se hospedan. Termina su desconcertante intervención haciendo alusión hacia los problemas anímicos (también económicos) que ha de afrontar en esta fase avanzada de su vida. La sorpresa del resto de comensales aún se hace mayor cuando escuchan los comentarios acusatorios que realiza Meg como respuesta,  denunciando la persistente infidelidad que mantiene su esposo, allá en Inglaterra. La atmósfera se torna crítica y ambos coónyuges deciden abandonar la reunión. El rostro “descompuesto” del escritor Morgan, oscila entre el respeto y afecto debido a su maestro y la vergüenza por esa patética escena en la presentación literaria de su nueva publicación.

Ya en el hotel, Nick y Meg encuentran al personal del mismo desalojando, por mandato de la dirección, la habitación que ambos comparten. El motivo de esta drástica decisión obedece a la carencia de fondos en la cuenta económica que sostiene la tarjeta bancaria de Nick. La factura del hotel alcanza ya un elevado montante pues en una de sus discusiones, “enriquecidas” por la ingesta de alcohol, la veterana pareja ha provocado importantes daños materiales en los enseres y mobiliarios de la suite. Tras conocer la insolvente situación económica que les afecta, la veterana pareja de profesores sale “huyendo” del hotel, perseguidos por miembros de la seguridad, que mantienen a buen recaudo la tarjeta de crédito y los pasaportes de ambos e irresponsables clientes. Apenas les queda unas monedas para tomar una infusión en la primera cafetería que encuentran, a donde con prontitud acude el bondadoso y paciente Morgan (al que Nick ha recurrido) que promete ayudarles, en estos momentos críticos por el que ambos atraviesan. Los tres amigos terminan bailando unas piezas musicales que suenan desde una vieja gramola de bar. THE END. 

UN FINAL ALTERNATIVO,  AL QUE NOS OFRECE EL DIRECTOR DE LA HISTORIA.

Recientemente jubilado, Nick mantiene una vida bastante apacible en Birmingham. Sus largos años dedicados a la función docente le permiten disfrutar de una pensión, modesta para sus ambiciones pero suficiente para subsistir holgadamente en una pequeña residencia ubicada en la campiña rural, a unos treinta y cinco kms. de la capital. Allí pasa su tiempo dedicado a la lectura y a esos largos paseos senderistas por los verdes parajes en la naturaleza de los Midlands. De mutuo acuerdo, él y Meg han puesto fin “administrativamente” a su vinculo matrimonial (ya estaba profundamente disuelto “por agotamiento” en el aspecto sentimental).

Pasados los meses, un día Nick recibe la visita de Norman. Comparten una comida y a los postres su antiguo alumno le plantea una confidencia, insólitamente inesperada para su conocimiento. El hoy afamado escritor mantiene una relación afectiva con su ex, Meg (unos años mayor que él). “En ella encuentro estabilidad, madurez, inspiración, equilibrio y unas ganas intensas de aprovechar cada minuto de nuestra relativamente breve existencia”. Por su parte Nick, tras escuchar en silencio esta información, le transmite a su amigo Morgan otra confidencia que provoca en éste sorpresa, sonrisas e incredulidad.

“Cuando rompiste con Eve, ella se esforzó en localizarme, pues necesitaba reencontrar su equilibrio emocional y sentimental. Le había impresionado mi planteamiento sobre la vida, aquella escénica noche en que presentabas tu última novela. Quería aliviarse con una persona que le aportara el sosiego de la experiencia. A pesar de los veinticinco años que nos separan, nos vemos cada semana y complementamos  nuestras respectivas necesidades. Ha encontrado un trabajo (gracias a su titulación de traductora e intérprete social) en una empresa de intercambios turísticos/culturales, entre Europa y Asia) con sede en Londres. Allí quiere que yo me traslade”. La sorpresa de ambos es manifiesta, debido al intercambio personal que han realizado sobre la actualidad de sus vidas.

Finaliza ahora el relato f buscanontinuan buscancotravieso destino.sus vidas.cambio gos rata de buscar el disu primera mujer, ílmico con un último plano escénico en el que los espectadores contemplan el cálido abrazo que realizan dos personas, generacionalmente separadas, pero vinculados por un travieso y divertido destino. Ambos continuan buscando difíciles respuestas para sus patentes frustraciones vitales, en el atardecer esperanzado de una pequeña y modesta estación ferroviaria rural.
  
REFLEXIONES FINALES ACERCA DE LE WEEK-END.

Hay un elemento o aspecto que nuclea todo el metraje de este revelador relato cinematográfico, al que no debemos perder de vista en nuestra consideración analítica: es aquél que representa ese condicionante temporal u horario vital, para poder subirnos a los trenes imprevistos de nuestra oportunidad. Recuperar vivencias de hace tres o más décadas supone un voluntarismo, plausible y abnegado, pero que camina certeramente hacia la frustración. Básicamente, porque ahora el tiempo ya no es el que era y nuestros cuerpos están sufridamente soportando ese trillado cruel del deterioro material. Y al igual que nuestros cuerpos y las circunstancias ambientales, hay que sumar ese ánimo que también, de alguna forma, palidece y envejece.
Una segunda oportunidad ya no era posible para Nick y Meg pues ambos, a su manera, habían dejado estéril la tierra desvitalizada de su vínculo. Por supuesto. París. Este singular espacio, con su magia y misterio de extraordinario romaticismo estético, seguía siendo el “milagro” pero faltaba una juventud y unos valores que un par de veteranos profesores, a estas alturas de sus vidas y en un esforzado fin de semana no podían, no sabían, no imaginaban crear y representar.

En este final alternativo que sugerimos para la la historia, ambos protagonistas parecen hallar y labrar nuevos caminos, a modo de una lucha desesperada por enfrentarse a la realidad de sus vidas y a ese calendario que avanza insolidario ante la ansiedad de los que ya perdieron su tren. Este milagro de las postreras oportunidades sólo aparece realmente en la magia del cine. El buen aficionado al denominado “séptimo arte” puede integrar psicológicamente, a modo de imaginativa empatía, esa dulce y generosa experiencia.-

José L. Casado Toro (viernes, 23 de Junio 2017)
Antiguo profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

viernes, 16 de junio de 2017

EL FELIZ Y NONAGÉSIMO ANIVERSARIO DE LA BISABUELA GRACIA.

Aunque la esperanza de vida resulta en estos tiempos felizmente prolongada para determinadas personas, no es frecuente que una persona pueda celebrar su nonagésimo aniversario con una calidad de vida razonablemente aceptable. En otras décadas y centurias, ya muy distanciadas en el calendario, poder alcanzar los cuarenta o cincuenta años en la biografía personal era una grata y comentada experiencia digna de la más gozosa felicitación. Sin embargo los adelantos científicos alcanzados hoy en el campo de la medicina, junto a la preocupación que tenemos hacía el estado de nuestra salud (entre otras causas) nos permite comprobar como determinados seres humanos superan, en mejor o más limitado estado físico y anímico, incluso la centuria en su edad. En este contexto temático, la familia Torregrosa Campanario lleva semanas preparando, con el más afectivo y cariñoso de los secretos, una gran fiesta a la que están invitados un importante número de parientes directos y lejanos, junto a otros amigos, vinculados a una muy afortunada y longeva homenajeada.

Efectivamente, Gracia alcanza en este fin de semana su nonagésimo aniversario. Lo hace ostentando un estado de salud bastante bueno para esa alargada edad, aunque ha de “negociar” algunos flecos en la pérdida de audición (que ella tozudamente se esfuerza en disimular) además de esos molestos problemas en la articulación de sus rodillas (incrementados por el sobrepeso de su cuerpo) que los facultativos se esfuerzan en aliviar, antes de acudir a la más drástica intervención quirúrgica a la que ella es profundamente adversa. Por lo demás, no hay excesivos deterioros en un organismo que mantiene un estado mental razonablemente activo, tanto en su memoria como en la concentración intelectual, lo que provoca admiración y aprecio en todos aquéllos con quienes mantiene relación.

Hace ya 27 años que esta longeva señora enviudó de Exequiel, su difunto marido, un esforzado trabajador de la mecánica que prestó muy buenos servicios en un taller de reparación de vehículos, vinculado a una afamada concesionaria en el mercado del automóvil. En el aspecto laboral ella ha sido propietaria de un comercio de mercería, sito en el densificado barrio donde aún mantiene el domicilio familiar. Esta conocida tienda de quincallería cerró sus puertas, por jubilación de dueña, al cumplir Gracia los 75 años en su edad. Desde entonces el local ha sido utilizado para muy diversificadas actividades. En la actualidad se ha convertido en un bar de copas y alterne, denominado El Lucero, abierto a la atención del público desde las seis de la tarde hasta altas horas de la madrugada. Nuestra longeva protagonista conoce bastante bien este “etílico” lugar y no sólo por los botones, hilos, agujas o madejas que en su día albergó, sino por otras razones que más adelante tendremos la divertida oportunidad de poder desvelar.

La descendencia directa del matrimonio, como arbóreo cuadro genealógico, se sintetiza en cuatro hijos, dos hombres y dos mujeres que, en la actualidad se ha diversificado en 10 nietos y cinco biznietos (además de cuñados, tíos, sobrinos y otros parentescos). De una u otra forma, todos ellos tienen preparados distintas palabras, regalos y afectos, para poner una nota de sonrisa y amor en la persona de la que todos proceden y de quien han recibido esos ejemplos de fortaleza y humanidad, henchido de valores, gestos y enseñanzas para la evolución de sus vidas y circunstancias. Gracia, tras su viudez, rechazó de plano abandonar la privacidad de su hogar, a pesar de que sus hijos le sugirieron y pidieron que pasara largas temporadas de convivencia en sus respectivos  domicilios. Por el contrario, en su mente mantuvo la ilusión de compartir el hogar con una antigua amiga de colegio, también viuda de un militar del ejército de tierra, llamada Alda (Romualda, por “indelicadeza” de sus padres ante el Registro Civil). Esta señora continúa siendo una eficaz compañera, cuyo principio básico para el buen llevar es ayudar mucho y preguntar poco, siempre con ese humor que genera sonrisas para alimentar el alma en un mundo cada vez más desquiciado y absurdo.

Y al fin llegó el sábado anhelado de celebración, aunque en verdad el aniversario o “cumple” de Gracia fue realmente el día anterior, un caluroso viernes de Junio, ése que marca el ecuador cronológico en cada anualidad. Así que la fiesta se pospuso 24 horas, por razones comprensibles de logística laboral o académica, en unos y otros miembros de la familia. Atendiendo a los condicionantes de espacio, la efemérides fue contratada con una reconocido cortijo restaurante, El Requiebro, ubicado en la zona norte de la ciudad, encastrado allá en las estribaciones del murallón penibético. Se preparó un delicioso y suculento menú, pero de complicada digestión, para una noche “endulzada” por la templanza de esos primeros terrales veraniegos que vienen con las pilas bien cargadas de grados termométricos. La gran tarta, adornada con 9 velitas (cálculo decimal, of course) tenía como principal motivo una habilidosa labor de repostería, que representaba el cuerpo y la cara de Gracia, con esos quince años que nunca se olvidan. Una vieja y entrañable foto de familia sirvió de guía y modelo al maestro confitero, para labrar el dulce con un perfecto parecido a la de aquella foto sepia del verano del 42 (por cierto, título de una inolvidable película para espíritus que vibran el sentimiento romántico).

Fue contratado un profesional grupo de música a fin de animar la velada, en la que se mezclaron numerosas y alegres canciones para la sonrisas, con aquellos otros pasodobles entrañables que motivaban para el baile y el latido emocional (el Beso, Guapa, Suspiros de España…). Ya en los postres, llegó el momento de la entrega de los regalos: joyas, flores, cartas y lindos dibujos de los pequeños, junto a uno muy especial para el deseo de la protagonista en aquella emocional noche que ninguno de los asistentes borraría de su memoria: un sugestivo crucero para dos personas por el Mediterráneo, que iría recalando en emblemáticas ciudades italianas, griegas y turcas. Serían dos semanas de intenso placer para disfrutar el turismo, como premio y agradecimiento a toda una vida de la “patriarca” familiar. Su hija mayor, Gael, recientemente divorciada, sería la afortunada acompañante, aunque en la mente de Gracia estaba la idea de convencer a su fiel amiga de siempre, Alda, para que también se uniera al lúdico y espectacular periplo marinero. 

El dinámico grupo musical pudo tomarse un breve descanso en su actuación, aprovechando que eran muchos los que tenían ilusión por coger el micrófono a fin de pronunciar esas frases amables, llenas de cariño y reconocimiento, un tanto regadas por el alcohol y la ingesta, hacia la cada vez más emocionada singular protagonista del homenaje. Aunque a Gracia  le daba un poco de pudor hablar a través de los altavoces, comprendió que todos también querían escuchar sus palabras, sin duda llenas de sabiduría y experiencia por toda la historia que su longeva vida atesoraba.

“Me siento inmensamente feliz de estar aquí esta noche, rodeada del cariño de tantos familiares y amigos, cuya presencia me llena de alegría y satisfacción, sobre todo por la sorpresa inesperada de esta maravillosa fiesta. Pensaba que algo estabais tramando, pero no podía  imaginar la magnitud de una reunión que rebosa tanto cariño hacia mi persona como la de esta mágica noche que nunca olvidaré. Bueno, y ya más en broma, os diré que me han resultado cortos esos noventa años que, según la aritmética del tiempo, parece que acabo de cumplir.

Muchos me habéis preguntado en estos días por mi secreto para mantenerme tan bien y poder estar aquí esta sublime noche de aniversario. Los misterios de la naturaleza, a pesar de todos los sabios, no son fáciles de descifrar. Yo, medio en broma y medio en serio, os digo que tengo una explicación para sobrellevar tantos años de vida. El trabajo, el intentar ser positiva y alegre en todos los avatares del día a día, manteniendo constantes ilusiones y, por supuesto, cuidando el andamiaje del cuerpo, con las “fontanerías” propias del caso. Alguno ya conocéis mi mejor medicina: una copita de ginebra, tomada de vez en cuando, es muy buena para la salud”.

Todos reían ante estas simpáticas ocurrencias de la bisabuela Gracia. Pero probablemente nadie conocía con detalle acerca de sus andanzas y visitas, casi a diario, al bar de copas y alterne, El Lucero. Esa más de media “horita” de placer, que se regalaba cada una de las tardes sentada en una de sus mesas, no tenía por objeto recordar, con entrañable afecto, el local de su antigua mercería donde ella había estado atendiendo al público durante tanto tiempo. El motivo básico de estas visitas era saborear no una copita, sino un buen vaso de ginebra, de económica “garrafa”, tonificante y estimulante bebida a la que se sentía enganchada con divertida tenacidad y dependencia. Aunque a veces la ginebra era cambiada por un buen whisky, la “media pinta” de alcohol suponía un eficaz reconstituyente para mantenerse en pie con ese lustroso ánimo que tanto la vitalizaba. En estas “peregrinaciones” vespertinas, solía ir acompañada por Alda, que se limitaba a pedir un café bien cargado con unas gotitas de coñac o ron.

Mientras los más jóvenes bailaban, bebían y disfrutaban del evento, los más veteranos en la fiesta salieron a los jardines del cortijo/restaurante, formando varios corrillos, con sus copas de licor en la mano, el abanico compulsivo ante el viento de terral que entraba en la ciudad y esa grata somnolencia bajo el manto estrellado de una noche con mucho sabor a verano. Gracia iba de grupo en grupo compartiendo esas frases amables y simpáticas, junto a las ocurrentes bromas para las sonrisas,  con el objetivo básico todos se sintieran  bien. Al final recaló en el grupo más íntimo de su familia. En un momento concreto fue Mario, el segundo de sus hijos, quien dirigiéndose a su madre tuvo una simpática ocurrencia:

“Mamá, todos pensamos que en tu larga vida habrá páginas y experiencias que tu has sabido mantener sólo para tu privacidad. ¿Te atreves, en una noche tan especial como ésta, a contarnos alguno de esos secretos o vivencias que tus más allegados nunca hemos podido llegar a conocer? Estoy bien seguro que nos puedes llegar a asombrar…

Fue desde luego la primera vez, durante toda la noche, en que sus más allegados percibieron por el rostro de la “bisabuela” un rictus de intensa melancolía, con una mirada que, a buen seguro, se encontraba bien lejos de allí. Tras unos segundos dubitativos, que a ese pequeño e íntimo grupo se le hicieron nerviosamente alargados, las palabras de Gracia motivaron el más puntual de los silencios entre todos sus interesados interlocutores:

“Pienso que la mayoría de las personas, estoy completamente segura de ello, mantenemos alguna página en nuestras vidas que, con celo y prudencia, muy pocos conocen. A veces, sólo nosotros mismos. Y ahora que no están los niños presentes, os voy a confiar algo cuyo contenido nunca pensaba compartir. El gran secreto de mi vida. Yo he tenido un gran amor, al margen de vuestro padre. Para que me entendáis… fuera del matrimonio. Durante doce años. Hasta que él viajó a ese otro mundo que dicen está allá en los cielos. Seguro que la divinidad comprenderá nuestro comportamiento. Nunca dimos motivo de escándalo público. Supimos llevarlo muy bien. En absoluto secreto.

Comenzó siendo un amor espiritual, un término muy apropiado para la aclaración que ahora después os haré. Pero esa nuestra idealización personal pronto se transformó en una irrefrenable atracción física, que ni él ni yo pudimos ni quisimos evitar. Por favor, evitad escandalizaros con lo que vais a escuchar. Lo hice con mi director espiritual. El Padre Malaquías, sacerdote carmelita, una fornida y maravillosa persona, modélico en sus obligaciones de apostolado, clérigo y hombre, con todo lo que esta segunda palabra significa. La romántica historia comenzó a través de la devota y espiritual rejilla o celosía del confesionario. Pero fue avanzando hacia ese amor incontenible que caracteriza al signo de nuestra materialidad. Nunca quise abandonar a vuestro padre, que en santa gloria esté, debéis entendedlo. También él supo tener la grandeza de saber compartirme. Antes de fallecer me lo confesó, agradeciéndome que no lo abandonara. Dicen que no es posible tener dos amores. Yo supe y quise hacerlo. Puedo dar fe de ello. Y no me avergüenzo. Todo lo contrario, , porque a ambas personas supe darles mi amor y mi entrega”.

La fiesta de aniversario finalizó muy cerca de las dos y media de la madrugada. Continuaba la templanza nocturna, con ese viento de terral que negociaba a ratos con el levante marinero. Las estrellas brillaban, junto a ese manto inmaculado de luna llena que ayudaba a imaginar lo imposible. Las dos veteranas mujeres volvían a casa.

“Alda conduce más despacio, que vamos bien cargadas con todo lo que nos hemos tomado. Sí, no me mires así … tú bien sabes que no he contado toda la verdad. Pero habría sido muy duro y cruel para ella, conocer todo mi secreto, precisamente allí en la fiesta delante de sus hermanos. Es mejor que nunca llegue a saberlo. En una ocasión Ezequiel me lo preguntó de una manera directa. Mi silencio, como respuesta, fue bastante explícito. Pero tuvo la grandeza de nunca establecer diferencias de trato entre ella y sus hermanos”.


José L. Casado Toro (viernes, 9 de Junio 2017)
Antiguo profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga