viernes, 25 de diciembre de 2015

UN FIN DE AÑO DIFERENTE, PARA REENCONTRAR LA ILUSIÓN.

La escena, repetidamente cíclica por estas fechas próximas a la Navidad, transcurre en un restaurante ubicado en las inmediaciones de la zona portuaria. Nueve compañeros, que comparten trabajo en una clínica odontológica, celebran el tradicional almuerzo de amistad en diciembre, grata y divertida reunión que tanto reconforta.  Además de disfrutar y paladear los suculentos platos y la buena bebida que enriquece la mesa, el encuentro está presidido por ese ambiente alegre, ocurrente, lúdico y fotográfico que unos y otros recogen en sus cámaras y móviles.

Ya en los postres, alguien pregunta acerca de los proyectos que se tienen en mente para esas minivacaciones, que todos disfrutarán a partir del día 24. En ese momento aparecen, en la voz de los comensales, una serie de destinos y previsiones de la más variada naturaleza. Canarias, Rio, París, Viena, New York, Berlín, Bratislava, Madrid, Salzburgo, Moscú, Berna, Sidney…… y también la añorada visita tranquila a esa casita del pueblo que algunos poseen. Lógicamente, la mención de tantas opciones interesantes obedece al hecho de que, todavía algunos, no han contratado en firme el lugar exacto donde pasarán la entrada de una nueva anualidad, en el calendario lúdico de sus vidas. 

“Después de todos estos maravillosos planes y proyectos que habéis comentado, os va a extrañar el destino que tengo previsto para la transición al nuevo año. Bueno ….. no es ningún secreto deciros que llevo algún tiempo soportando diversos problemas. Necesito recuperar lo que algunos llaman señas de identidad. Básicamente, reencontrarme con lo mejor de mí. Y para eso he contratado, a través de una agencia especializada, una semana de estancia en un monasterio franciscano, situado en la provincia de Burgos. Es cierto, hay algunos monasterios que ofertan un servicio de hospedería, a fin de equilibrar sus necesidades y mantenimiento económico mientras, al tiempo, abren las puertas a todos aquellos que buscan la paz, la meditación y el disfrute de unos días en el seno de la más vitalizadora   naturaleza.  Va a ser para mí un tiempo de tranquilidad y paz, que me van a venir muy bien a fin de recuperar sensaciones y valores que se han ido perdiendo en ese camino tan caprichoso que la vida nos hace recorrer”.

Efectivamente, algunos comensales sabían que su compañero Lucas atravesaba una época complicada en su vida. En el ecuador de la treintena, había sufrido varios varapalos tanto el terreno afectivo, como en el familiar e incluso económico. En ocasiones, los días de nublado se agolpan en nuestra suerte, lo que hace preguntarnos acerca del porqué todo se nos tuerce, a pesar de nuestra voluntad. Pero el azar también interviene y no siempre con fortuna. Por todo ello, se mostraron comprensivos e interesados en esta curiosa experiencia, sobre la que el compañero y amigo les dio unos trazos informativos muy sugerentes.

En una fría mañana del 25 de diciembre, Lucas Avilés partía muy temprano en su vehículo desde Málaga, camino de ese destino monacal en un perdido valle en la zona sur de la provincia castellana de Burgos. Habría de estar al volante no menos de seis horas, tiempo más que suficiente para repasar mentalmente los últimos avatares de su vida, que no estaban siendo afortunados. Hacía tres meses que su unión de pareja con Sonia había finalizado, tras ocho años de convivencia. Fue ella la que puso rumbo a otra experiencia afectiva, con el simple pero contundente argumento de que el amor había desaparecido entre ellos. Tampoco, en lo económico, le había acompañado la suerte en los últimos tiempos. El señuelo de una jugosa inversión en un taller de prótesis dentales, le hizo arriesgar unos ahorros que, por una deficiente gestión en el futuro negocio, se perdieron en la nada. Pero sobre todo, lo que más le preocupaba era sentirse desvitalizado en su ánimo, él que siempre se había caracterizado por ser persona valiente, imaginativa y luchadora. Dándole vueltas a todos estos pensamientos que “bailaban” por su cabeza, decidió poner un  DVD grabado con esa música romántica que tanto le agradaba, mientras su vehículo “devoraba” kilómetros y kilómetros camino de ese apacible destino, en donde iba a pasar la transición vacacional entre las dos anualidades.

Repuso fuerzas, almorzando en un “ventorrillo” a la salida de Madrid y a eso ya de las 18 horas, tras circular durante más de una hora por carreteras comarcales y locales, por donde “no pasaba un alma” avistó, allá abajo en el valle, las piedras históricas de una construcción del románico tardío, que daba cobijo a la comunidad franciscana. La ayuda del GPS fue fundamental, para no perderse por los vericuetos naturales de un paisaje que mezclaba el verde oscuro del arbolado con la blanca pureza de la nieve, lo que daba al conjunto una plástica navideña, intensamente fría pero espléndida por su motivación anímica.

Le recibió el hermano Pedro, que le condujo al ala oeste del monasterio, donde los monjes habían habilitado unas celdas, que servían de acomodo a los viajeros que deseaban utilizar (previo contrato) los servicios de hospedaje. Ante su vista tenía una habitación sumamente austera, en su decoración y mobiliario. Un tosco camastro, con un par de mantas, mesa y silla, ambas de recia madera, un pequeño hueco que tapaba una cortina, que servía como armario y unas baldas ancladas en la pared para depositar enseres, libros u otras pertenecías de los viajeros. Sólo en la parte aneja a la cama, había una alfombra que cubría un trozo del suelo rojizo de ladrillos con barro cocido. Encima del cabecero, presidía la habitación un crucifijo y una lámina enmarcada con la imagen de San Francisco de Asís.

Para asearse, tenía que salir al pasillo u hacer uso de unos lavabos colectivos, en este caso, con una separación dedicada para las señoras. En ambas zonas había un par de duchas, de las que sólo manaba agua prácticamente a la temperatura ambiente. Realmente fría. El hermano Pedro le indicó el horario del desayuno (comenzaba a las siete de la mañana), el almuerzo (a las trece horas) y la cena (a las 18,30 horas, después del rezo de Vísperas). Le rogaba fuese puntual en la llegada al refectorio, pues los visitantes compartían la toma de alimentos con los doce hermanos que, en ese momento, estaban vinculados al monasterio. Al faltar muy pocos minutos para el horario de cena, apenas pudo lavarse las manos antes de dirigirse al refectorio donde ya estaban sentados los once frailes y un matrimonio mayor, que también iba a pasar estos días viviendo el ambiente de la vida claustral.

La cena de ese día de Navidad consistió en una sopa caliente, para tomar de primero. A continuación un plato con patatas cocida y aliñadas con un poco de manteca, que acompañaban a un trocito de carne guisada. De postre, una manzana. En el gran tablero o mesa, que todos compartían, había unas canastillas con rebanadas de pan integral y unas pequeñas jarritas con vino tinto. La sopa y los platos de patatas era servida por el hermano Isaías, que se ocupaba en las tareas de cocina. A pesar de que ardían en la chimenea unos grandes leños, para templar la baja temperatura del lugar, en las celdas había que dormir bien abrigado, pues el frío era intensísimo. Los copos de nieve siguieron blanqueando el amplísimo el valle durante la gélida noche.

En la mañana siguiente, tras el desayuno, uno de los hermanos franciscanos mostró a Lucas la organización de la bien nutrida biblioteca comunitaria, de la que podía hacer uso. De igual forma, le invitó a compartir con los frailes las horas de rezo y canto que estimase necesarias. Tenía diversas oportunidades donde elegir, en función de las horas del día en que estos rezos se llevaban a efecto (Maitines, Laudes, Prima, Tercia, Sexta, Nona, Vísperas y Completas). Admiraba esos cantos gregorianos y rezos que sosegaban su espíritu y le ayudaban a reflexionar acerca del significado de muchas objetivos y circunstancias que, hasta el momento, habían dibujado sus treinta y cinco años de existencia.

Algunas días, en las que el tiempo era más benévolo, las ocupaba en recorrer los bellos espacios naturales que rodeaban este aislado monasterio. Esas imágenes de un tibio sol, cuyos rayos reflejaban sobre la masa fría, blanca y pura de la nieve acumulada, los campos teñidos como de un manto de armiño blanco sobre el que contrastaban los mástiles arbóreos con esa “cabellera” verde oscura en sus copas, todo ello sembrado de una acústica plana, donde los únicos sonidos procedían del viento gélido y saludable que soplaba desde ángulos muy diversos. Todo ello permitía que los afortunados para su disfrute gozaran de esa paz, sosiego y alegría que tanto echamos en falta por los entornos estresantes de la densidad urbana.

Lucas pronto hizo amistad con el hermano Isaías, al que visitaba y ayudaba en las tareas de cocina (a las que siempre fue aficionado). Este fraile, de gruesa humanidad en su figura, era una persona muy agradable y abierta para el trato. En general, el resto de los hermanos eran algo más reservados en la relación con los visitantes. Poco a poco, pudo ir conociendo la franqueza del bondadoso fraile, que le explicó algo del proceso de su conversión, hecho que ocurrió en su veintena avanzada, después de una juventud azarosa incluso teñida con los nubarrones de la delincuencia. Entre conversación y conversación, colaboraba en la preparación de la comida, especialmente por las tardes, pelando patatas o incluso fregando platos y cubiertos, ante la complacencia y risas de este hermano, generosamente cordial y comunicativo.

“Muchas veces, me he preguntado Isaías, cómo vosotros podéis sentiros tan felices, pasando en este aislamiento los meses, los años, la vida. Entiendo que esa falta de calor familiar lo encontráis en la ayuda fraterna que aporta la vida comunitaria. La fe, el trabajo, la oración, son elementos que sustentan esa paz que transmitís a todo aquel que se acerca a vuestra intimidad y puede conocer la sencillez de vuestra vida. Pero, en verdad… ¿no echáis en falta esos otros incentivos con los que el mundo se dota en la época actual?”

Isaías, que en ese instante limpiaba dos grandes peroles que iban a ser utilizados para amasar la harina con  la que prepararía el pan que en los próximos días a todos alimentaria, esbozó una profunda sonrisa, mirando con respeto y comprensión al joven Lucas.

“Mi buen hermano Lucas. Por encima de creencias, liturgias y religiones, te voy a explicar ese misterio que mueve tu interés e inquieta tu curiosidad. Efectivamente no hemos nacido aquí, en el cenáculo o en la sala capitular de este venerable monumento. Muchos incluso hemos recorrido y participado en los supuestos beneficios e incentivos del mundo material. Y, mientras más teníamos, mientras más objetos y riquezas conseguíamos…. más infelices quedaba nuestro corazón, nuestro espíritu y, por supuesto nuestra alma. Aquí, todo lo poco que poseemos, no es nuestro. Es de todos. Y no me refiero a los que profesamos y vestimos el hábito de la orden. Ese “todos” se refiere a la Humanidad. Esa falta de ambición por lo material, nos hace sentirnos felices, en la entrega, día tras día, a los demás. Esos hermanos en Cristo que, por su voluntad, han decidido un caminar diferente por esta corta vida. Los que aquí nos encontramos, hemos elegido la absoluta renuncia a las apetencias del mundo material. Con humildad y sencillez, no echamos en falta lo que otros tanto apetecen. Y que al no conseguirlo, se sienten insatisfechos. Siempre querrán más de lo que ya poseen. ¿Hay algo más valioso que una flor? ¿Hay algo más bello que ver amanecer o atardecer en la naturaleza? ¿Existe algo más sublime que el poder “hablar” con Dios, a través de la oración y el trabajo?”

La cena de fin de Año resultó prácticamente igual que las demás. Sencilla, frugal y, por supuesto, emocionalmente fraterna. Un joven matrimonio se había incorporado a las tres personas que habían sido admitidos estas Navidades como huéspedes en la vida monacal. La única diferencia fue que tras la cena, la comunidad celebró una misa para pedir por todos los que en el mundo sufrían. Por la enfermedad, por las guerras, por el egoísmo y por el desamor. Cuando finalizó la celebración eucarística, los cinco huéspedes se reunieron en torno al fuego del hogar y, a las doce en punto de la medianoche, tomaron, entre sonrisas, las doce uvas que el hermano cocinero les había preparado al efecto en sendos cartuchos individuales. Los miembros de la comunidad religiosa descansaban ya en sus austeras celdas. Antes del amanecer, realizarían los primeros rezos para la entrada del nuevo día.
En la mañana del día dos de Enero, después de tomar el desayuno, Lucas se disponía a iniciar su viaje de vuelta. Le esperaban esos muchos caminos (muchos de ellos estarían cubiertos por la nieve) que le llevarían en dirección al sur peninsular. Ya con el coche preparado para la marcha, acudió a la cocina para despedirse, de manera expresa y afectiva, del buen amigo Isaías.

“Gracias, hermano, por todo lo que me has enseñando en estos días de paz y sosiego. Sé que me vas a tener en tus oraciones. Yo también, a mi manera, rezaré a la divinidad por haberme permitido conoceros y compartir vuestro admirable y ejemplar estilo de vida. Te escribiré. Te aseguro que me gustará volver a este lugar, para reencontrar esa sencilla y profunda alegría que en tantas ocasiones he echado en falta. Pero, sobre todo, voy a luchar por intentar darle un sentido más inteligente y espiritual a todos esos días que nos son regalados, desde el misterio de la naturaleza y la divinidad, cuando despierta esperanzada la luz del amanecer.-

José L. Casado Toro (viernes, 25 Diciembre 2015)
Antiguo profesor I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

jueves, 17 de diciembre de 2015

UN INESPERADO 24 DE DICIEMBRE, EN LA GRATITUD DE MI MEMORIA.

El destino, en el ámbito de lo azaroso y lo casual, tiene siempre reservadas mágicas e imprevistas páginas para nuestro caminar en la vida. La naturaleza de estas experiencias es traviesamente contrastada ya que, en las mismas, se mezclan situaciones gratas para el goce con aquellas otras que pueden enturbiar o desequilibrar nuestro mejor equilibrio anímico.

Una tarde en Diciembre, Máximo Lara, agente comercial de una importante empresa de componentes electrónicos para el automóvil, circulaba por las carreteras extremeñas soportando una intensa tromba de agua con fuerte aparato eléctrico. Tras haber realizado unas gestiones representativas en Salamanca y en la propia capital cacereña, se dirigía camino de su lugar de residencia, sita en la castellana y artística ciudad de Toledo. Era su intención llegar a tiempo a su domicilio, a fin de pasar en familia, con su mujer Flora y su hija Alba, la siempre entrañable cena de Nochebuena.

Había partido de Cáceres, a eso de las cinco y media de la tarde, con el tiempo metido en una desagradable tormenta, situación meteorológica que se fue agravando a medida que su Peugeot iba “devorando” kilómetros y rutas. El limpiaparabrisas apenas daba abasto para mantener un mínimo nivel de visibilidad en la conducción. Tampoco el GPS se mostraba eficaz en la ayuda, pues la tormenta eléctrica dificultaba la conexión con el satélite. Pronto se hizo de noche y el temor a errar en el camino se acrecentó con esa persistente lluvia que prácticamente impedía ver con nitidez a unos escasos metros de distancia. En un momento concreto, cuando el reloj digital de su automóvil marcaba alrededor de las siete y pico, Máximo  tomó conciencia  de que se encontraba penosamente perdido, por esas carreteras secundarias en las que no había vehículos circulando o esas referencias útiles para la orientación y ayuda, como son las viviendas o estaciones de servicio. Sólo abundaba una inmensa naturaleza y muchísima agua. Se sentía un tanto preocupado, incluso asustando, ante el cariz que iban tomando los acontecimientos. Así recordaba, años después, aquella dura experiencia, en una Navidad que le hizo madurar en lo positivo como persona.

“Seguí haciendo kilómetros, buscando a alguien a quien preguntar o alguna vivienda o establecimiento de restauración donde poder protegerme. Esas carreteras secundarias por las que circulaba, estrechas y tortuosas, estaban materialmente cubiertas por no pocos centímetros de agua. Temía, no sin fundamento, que en cualquier momento mi vehículo se quedase parado, con lo que la situación se haría insostenible.  Al menos, la música que llevaba en los CDs  aliviaba la tensión propia de la inundación y la práctica oscuridad en la que me veía envuelto. Quiso la suerte que, en las brumas grisáceas y plúmbeas de la lejanía, creí ver una pequeña luz a través del diluvio que caía de las nubes. Hacia allá dirigí mi vehículo, metiéndolo por zonas peligrosamente enfangadas. Cuando estaba ya muy cerca de lo que parecía una pequeña vivienda, en medio de un claro entre la arboleda, las ruedas delanteras del coche quedaron hundidas en una zona inundada por el agua, el cañizal y el barro. Hasta esa modesta casa, en la que brillaba una luz por una de sus ventanas, sólo había unos doscientos metros. Salí del vehículo, llevando consigo mi cartera de documentos bajo la gabardina y con un paraguas, que apenas cubría el agua racheada por el viento, intenté caminar hacia ese punto de luz hundiéndome, una y otra vez, hasta los tobillos en ese lodazal en que se había convertido toda la zona.

Parecía una casita de autoconstrucción, levantada con materiales de la zona. Piedra, mortero y abundante madera, un tanto envejecida por el paso tiempo. Carecía de elevación y las escasas habitaciones formaban una única planta sobre el suelo. Después conocí que la había construido el padre del actual propietario, su hijo Simón. Éste, hombre metido en la cuarentena, fue quien me abrió la puerta. En un principio se mostró un tanto desconfiado pero, al ver la penosa situación en que me encontraba, intensamente mojado y rebosando barro por todas las piernas, me indicó con un pequeño gesto que pasara al interior. Magda, su mujer, aparentando mucha más edad que la que realmente tenía, trajo un poco de ropa seca que me quedaba algo pequeña aunque acogedora. Agradecí su gesto y, especialmente, poderme sentar junto al hogar, cuyos leños encendidos tonificaron, generosamente, mi cuerpo aún bastante  húmedo. Este matrimonio tenía una hija, Estrella, de unos doce años de edad, que me miraba con semblante divertido. Mobiliario y enseres mostraban, de manera inequívoca, que pertenecían a una familia muy humilde. Carecían de televisión o teléfono. Sólo vi un anticuado aparato de radio, que distraería esos ratos perdidos antes de ir a la cama.

Les expliqué detalladamente la situación en que me encontraba. Perdido, en medio de la naturaleza, y soportando unas condiciones meteorológicas desaconsejables para conducir por las carreteras. Afortunadamente, antes de salir de Cáceres, había contactado con Flora, mi mujer, comentándole que estaba lloviendo “a cántaros”. Mi previsión, en circunstancias normales, era poder llegar a Toledo a eso de las nueve de la noche. Ella imaginaría, cuando pasaran las horas y no llegase a casa, que las condiciones del tiempo me lo habrían impedido. Pero estaría, lógicamente muy preocupada. El problema es que a la casa de Simón no llegaba señal de telefonía, por lo que no podía efectuar nuevas llamadas. Así que hice acopio de paciencia y me dispuse a esperar. Nuestra cena de Nochebuena iba a ser muy diferente de cómo la habíamos proyectado

“En estas condiciones del tiempo, no puede continuar con su viaje. Sería muy peligroso. Mañana, cuando claree, intentaremos sacar su coche del barro. Confiemos que no le haya entrado agua al motor. Tendrá que pasar aquí la noche. Como verá, somos una familia muy modesta, sobreviviendo con lo que podemos sacar de la tierra. En la cuadra tengo algunos animales, que nos dan leche, carne y trabajo para los cultivos. Nuestra casita está un poco aislada. El pueblo más cercano se encuentra a unos veintitantos kms. así que nos tenemos que mantener con lo poco que tenemos. La cena de esta noche la va a pasar con nosotros. Seguro que en su casa tendría una mejor mesa pero …. bueno, algo sabremos echar al cuerpo”.

Efectivamente, nunca había podido imaginar una Nochebuena en aquellas circunstancias en que la suerte y azar me había colocado. Pero, gracias a la estupenda generosidad de esta humilde familia, tenía cobijo para descansar y algún alimento que me haría recuperar el sosiego anímico y corporal. Estrella ayudaba a su madre a poner la mesa. De vez en cuando me miraba de soslayo y sonreía. Seguro que ellos tampoco habrían podido imaginarse compartir la cena del 24 de diciembre con una desconocido, que había llegado a su puerta todo mojado y perdido entre la oscuridad de la naturaleza. Ese vaso lleno de vino tinto, que puso Simón en mis manos, me supo a gloria. Dada la hora, junto a los avatares de la tarde, tenía necesidad de tomar algo. Me sentía hambriento. ¿Qué tendría preparado para cenar aquella buena familia que se había prestado a acogerme, en circunstancias tan complicadas para mi persona?

Me fijé que sólo había tres sillas, dentro del pequeño salón. Pronto Estrella apareció con un taburete de madera cuyo asiento estaba trenzado de anea, que la niña utilizó para sentarse en la mesa. Me cedió, con esa sencillez y buenas formas que su educación mostraba, la silla que habitualmente ocupaba. Estábamos acomodados cerca del hogar, donde ardían un par de gruesos troncos, que difundían un  agradable calor y olor característico a la habitación. El menú de Nochebuena, que Magda había preparado, me pareció exquisito a pesar de su sencillez. Un tazón de caldo con trocitos de pan frito. Con parte de la carne de esa gallina, utilizada para el caldo de Nochebuena, había elaborado una gran empanada en cuyo relleno había varias verduras. Una jarra de tinto, para los mayores y limonada casera para la niña. De postre, un trozo de bizcocho, también casero. Puso, también en la mesa, un frutero con varias piezas de manzana. No hubo turrones ni otros dulces navideños, pero sí unos sanos manjares que supieron calmar mi necesidad y la del resto de la pequeña familia. Le agradecí sus buenas manos de cocinera y le aseguré que mi mujer, Flora, se mostraría orgullosa y también muy agradecida al conocer lo bien que estaba siendo tratado.

Simón y yo nos sentamos junto al fuego, mientras las dos mujeres ordenaban la mesa y los enseres de la cocina. Me ofreció tabaco, aunque decliné con educación su gesto, indicándole que hacía ya un año en que corté radicalmente con la peligrosa costumbre de fumar, hábito que me había llegado a producir unos severos problemas respiratorios. Había llegado a consumir el humo de dos cajetillas diarias. Era hombre parco en palabras, y se entretenía observando, con fijeza en su mirada, el color rojo y anaranjado de la combustión de una madera ardiente bajo una chimenea ennegrecida por el hollín. Estrella se sentó cerca de mi. entonces quise mostrarle mi simpatía, por lo diligente y trabajadora que parecía.

“Estrella, ¿conoces la letra de algún villancico? Esta noche y mañana son días muy apropiados para entonar la letra de esas canciones navideñas. A mi no se me da muy bien eso de cantar pero, si tu me ayudas, podemos intentarlo. Estoy seguro que a tu papá y mamá les agradará escuchas alguna estrofa que hable de la Navidad. ¿Te animas?”

La primera estrofa que vino a mi mente fue la de Campana sobre campana, y sobre campana una, asómate a la ventana, verás el Niño en la cuna. Belén, campanas de Belén, que los ángeles tocan qué nueva me traéis? Recogido tu rebaño a dónde vas pastorcillo? Voy a llevar al portal 
requesón, manteca y vino………..

Estrella hacía como si me acompañase en el canto, ante la mirada atenta y respetuosa de sus padres que no movieron la boca. En ese preciso momento, un sonora cadena de truenos y aparato eléctrico nos puso el alma en un vilo, sobre todo porque la lluvia arreciaba, golpeando sobre las ventanas y los techos enmaderados de la vivienda. Pensaba en mi mujer y mi hija. ¡Cuanto hubiera dado por tener unos minutos de comunicación con mis dos seres queridos!

Me habilitaron un modesto aposento, con unas mantas y almohadas sobre un desvencijado sofá. Simón salió de la casa, dirigiéndose al cobertizo. Su impermeable chorreaba agua, cuando volvió a los pocos minutos. En sus manos traía unas pieles, con las que pensaba me sentiría más confortable durante el descanso en el improvisado camastro. Magda trajo dos vasos de leche caliente, uno para su hija y el otro para mí. Aunque no me apetecía, lo tomé agradeciéndole vivamente su acción. Dormí, profundamente, toda la noche.

Ya al amanecer, comprobé que mi ropa se había secado gracias al calor de la chimenea. Tras el desayuno (café con leche y un panecillo caliente, untado con manteca de cerdo) Simón y yo pasamos un buen rato para sacar mi coche de un fangal, donde había quedado encajado la tarde/noche anterior. La ayuda en fuerza, de una vaca junto a una yegua, fue fundamental para mi objetivo de intentar reanudar la marcha. Había descampado, tras una lluvia continua durante toda la madrugada. Comprobé, de manera afortunada que el encendido del motor respondió a la primera, gracias al circuito electrónico que lo hizo posible. Me despedí cariñosamente de esta generosa y buena familia, prometiéndoles que volveríamos a vernos. Mi agradecimiento era infinito hacia ellos. Supieron ofrecerme esa hospitalidad que tanto necesitaba, en unas circunstancias tan difíciles como la que me vi envuelto durante la tarde noche anterior.

Una semana más tarde, pensando en la fiesta de Reyes, preparé un paquete con regalos para estas nobles personas que vivían en aquél viejo caserón de Valdelacasa del Tajo. De manera especial, para Estrella. Flora había comprado una serie de buenas  prendas de vestir para esa chica adolescente, que se había esforzado en acompañar mi villancico, en una Nochebuena pasada lejos de la familia. En realidad tuve el calor y la hospitalidad de otra cálida y fraternal familia, con la que compartí la entrañable noche del 24 de diciembre. Tengo el firme propósito de invitarles a pasar unos días en casa, durante la Navidad del año que viene”.-

José L. Casado Toro (viernes, 18 Diciembre 2015)
Antiguo profesor I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

jueves, 10 de diciembre de 2015

PASEANDO POR ENTRE LOS ALEGRES MERCADILLOS DE NAVIDAD


En la redacción de uno de los principales diarios locales se respira esa atmósfera de laboriosidad, presidida por una tensión controlada. Los distintos trabajadores en plantilla están preparando la edición dominical, previa a los días emblemáticos de Nochebuena y Navidad. Los jefes de sección y el resto de periodistas mantienen reuniones continuas, en una intercomunicación de ideas y proyectos, a fin de ofrecer lo mejor y más atractivo, en sus respectivas áreas informativas, tanto a los fieles lectores como a  todos aquellos que, de manera menos espontánea, abran las páginas impresas para la difusión informativa de esos tan señalados días durante el calendario anual. En la sección de Málaga (o local), dirigida por un prestigioso profesional, veterano en mil lides informativas, como es Adrián Cantos, se encuentra Gonzalo Silvena, un joven universitario que, en fecha reciente, ha completado su ilusionado grado de periodismo. En unión de otros cuatro compañeros, con excelentes expedientes académicos, realiza sus prácticas remuneradas como becario durante seis meses, a fin de conseguir esa óptima destreza profesional que difícilmente puede alcanzarse sólo en el ámbito de las aulas académicas. 

Esa mañana del lunes, Adrilos tres miembros na del viernes. iversos proyectos que deben estar finalizados no m intercomunicacián ha reunido a los tres miembros que conforman su equipo de trabajo, a fin de intercambiar y comentar ideas, que permitan planificar y realizar esos proyectos que deben estar finalizados en su realización, a no más tardar, en la mañana del viernes. Hora y cuarto de comentarios, aportaciones, discusiones, estrategias, repaso por Internet y lectura sobre reportajes en la competencia, todo ello mezclado con tazas de café (han instalado una máquina expendedora automática, en la entrada de la redacción) y ya, al caer las once, de un día soleado, cada uno de los tres profesionales tiene el trabajo encomendado. Adrián les ha encarecido que tengan un punto de originalidad, ternura (por las fechas navideñas) y un pico de atracción, que motive a los lectores. Si se les presenta alguna foto complicada, se pondrán en contacto con Carlos, uno de los más hábiles creadores de esas imágenes que potencian el valor de los textos encuadrados en las cinco columnas de la página. Pero, en circunstancias normales, cada uno de ellos llevará su cámara, a fin de hacer las tomas que estimen necesarias. En el jueves tarde, tendrán una nueva reunión de trabajo, que será decisoria. Todos ellos conocen los gestos, expresiones y porrazos en la mesa de un lobo del periodismo, como es Adrián, en realidad una gran persona que posee un corazón incluso más grande que el de una catedral en bondad.  

La temática del reportaje asignado a Gonzalo son los alegres puestecillos de regalos, artesanías, objetos navideños (zambombas, panderetas, figuritas para los belenes) y artículos de bromas, que cada año se instalan en ese lateral del parque malagueño, que goza de una inmejorable orientación hacia las serenas aguas del puerto mediterráneo. En este lúdico contexto del comercio estacional, el novel periodista va a dialogar con los vendedores de esas pequeñas tiendecitas, a fin de conocer las mejores historias o anécdotas que estos románticos vendedores han ido acumulando en su anual experiencia laboral. De manera especial, cuando ofertan sus mercancías durante estas entrañables fechas en las que un año finaliza, dando paso a otro que llega cargado, todo él, de nuevas esperanzas.

Allá se fue con su mochila de piel, en la que llevaba una pequeña grabadora digital y una buena cámara compacta. Con ella llegó a tomar unas noventa fotos, durante las dos horas y pico en las que estuvo recopilando la información precisa para elaborar, durante el día siguiente, el atractivo reportaje. Aunque realizó la visita en horas de mañana (algunos puestos no suelen abrir hasta el horario de tarde) tuvo tiempo y oportunidad de pararse en casi todos, intercambiando preguntas y respuestas, más o menos extensas, con los respectivos vendedores. Y, de entre todas las anécdotas y curiosidades, centró su amplio reportaje en el relato de aquéllas dos historias que le parecieron más significativas.  La primera de las mismas le fue narrada en un puesto precioso lleno de lindas muñecas de trapo, cuyos atuendos lucían vistosos colores.

“Le comento, joven periodista, que ahora mismo recuerdo una experiencia que me resultó especialmente cariñosa y sentimental, por todo lo que pude conocer con respecto a la misma. La viví durante la Navidad del año pasado, aquí en esta maravillosa y luminosa ciudad (yo soy natural de Jaén). EEportunidad de pararse en casi tciudad (yo soy de janas de jugueta que sto una poersona iempo y oportunidad de pararse en casi tl caso es que, a los pocos días de abrir mi tiendecita en diciembre, cada mañana se acercaba al mostrador del puesto una persona, bastante mayor, que se quedaba como unos cinco minutos observando las pequeñas muñecas de juguete, todas ellas de trapo, que expongo en las paredes y el mostrador de atención al público. Este hombre iba vestido con un atuendo modesto y soportaba muchos años a sus espaldas. Pues, miraba y miraba, con exagerada atención, estas artesanales muñecas que tiene ante su vista. Mi mujer y yo las preparamos, durante los meses en que hay menos venta, a fin de poderlas llevar por los distintos mercadillos, donde nos cobran una cifra afortunadamente muy reducida, por parte del departamento de recaudación municipal. 

Este posible cliente, nunca decía nada. Estaba un ratito y se marchaba. Pero al tercer día de hacer la misma aparición, me animé a preguntarle si le gustaba la mercancía y si tenía alguna nieta a quien poder hacerle ese bonito regalo. Su coste, en realidad, no es muy elevado. Las más pequeñas valen diez euros y estas otras, de mayor tamaño, se venden por catorce. Tras escucharme, continuó con su silencio aunque, a los pocos segundos, me narró una conmovedora historia, que le resumo. Hacía como unos siete años, el matrimonio de su única hija tuvo un desgraciado accidente de tráfico, precisamente durante las vacaciones navideñas. En dicho accidente, también perdió la vida su nieta, que entonces tenía cinco añitos de edad. Me confesaba que fue un golpe muy duro del que no ha podido recuperarse. Cuando un día pasó ante este puesto de juguetes, una de las muñecas de trapo le recordó vivamente a su nietecilla. En ese momento, extrajo de su cartera una foto, muy manoseada, por haberla tenido en sus manos en numerosas ocasiones, mostrándome a los tres miembros de su familia. Efectivamente el parecido de su nieta, con aquella muñeca, era asombroso. Por ese motivo, en sus paseos matinales, agradeciendo la toma de los rayos del sol, le gustaba pararse un ratito ante el expositor de las muñecas, para recordar a su nietecilla con la que tanto jugaba y disfrutaba.

Le devolví su foto y tuve un gesto de esos que te salen de corazón. Tomé la muñeca y se la puse en sus manos. Le comenté que si le hacía bien recordar a su nieta a través de esa muñeca, yo tenía el gusto de regalársela. El anciano, visiblemente emocionado, buscaba en su monedero algunas monedas para compensar su coste. No le acepté dinero alguno. Era suficiente la sencillez y humanidad de esa entrañable historia. Se marchó muy agradecido, con su muñeca y no volvió  a aparecer en todo el resto de las festividades, de Navidad y Reyes. Pero lo más curioso del caso es que, este año, he vuelto a saber de su persona. Una tarde, veo acercarse a una señora, también mayor, que me pregunta si la puedo atender. Se identifica como la mujer del señor a quien regalé aquella muñeca el año pasado. Dámaso, ese es su nombre, ha trabajado de carpintero durante toda su vida laboral. Ahora se ve muy impedido por problemas articulares. Me enviaba a través de su esposa, una pequeña y linda muñeca de madera, articulada, como gesto de agradecimiento por mi atención y regalo, en la temporada de las Navidades pasadas. Él la había construido, pacientemente. Es aquella que ve en lo alto de la estantería. Por supuesto esa muñeca, la única construida en madera en mi puesto, no está en venta, aunque más de una persona me ha preguntado por su precio”.

Esta ejemplar historia, titulada “Dos muñecas, para el recuerdo” fue una de las que salieron publicadas en la inmediata edición dominical del periódico, con todos los plácemes de Adrián, el exigente y cualificado jefe de sección.

Debido a la extensión del relato, ilustrada con un abundante soporte fotográfico, el jefe de sección aconsejó a Gonzalo que dejara para el domingo siguiente otra de las curiosas historias que había seleccionado, entre todas las que le narraron los expresivos comerciantes.

En este otro caso, quien hablaba era un vendedor de nombre Aurelio, quien se encontraba al frente de un puesto de artículos de bromas y pirotecnia.

“Precisamente lo que voy a contarle ocurrió el domingo pasado, a eso de las doce y media de la mañana. Hacía un día espléndido para Diciembre, radiante de sol y con mucha gente por el parque, que caminaba plácidamente de un lugar para otro. Sin embargo esta tiendecita, con artículos para bromas (como habrá comprobado, hay algunas más donde se venden estas simpáticas mercancía) tenía como un día nublado en las ventas.

Y es que cuando más se vende es en los días previos a los Santos Inocentes, el 28 de este mes, y también cuando se acercan las fiestas de fin de Año. Pues bien, a esa hora que le indico, cuatro respetables señoras, bien trajeadas de domingo, con una ostentosa bisutería, imitando banalmente esas joyas imposibles, bolsos que parecían de marca y presentando exquisitos modales, se acercan bien dispuestas a mi tenderete de venta. Alguna de estas señoras llevaban incluso guantes de piel en sus manos. Trataban de disimular, tanto con un habilidoso cuidado de peluquería, como lustrando sus agrietados cutis con algunas capas de crema, el paso inexorable de sus acumuladas primaveras. Hablaban y hablaban, como cotorras enjauladas, delante de este mostrador, repleto de objetos y productos elaborados para fiestas y bromas. Entre comentarios y discusiones de las señoras, pude conocer el nombre de las cuatro clientas que no cumplirían ya los sesenta: Sabina, Cloti, Filo y Asum.

Para mi sorpresa, este conjunto de respetables veteranas eligen  (en algún caso, más de una unidad) un conjunto de productos, tal vez impropios para unas señoras de su aparente alcurnia pero que, sin embargo, me hicieron feliz por la opípara venta que pude realizar. Compraron bombitas y sprays fétidos, excrementos y cacas de mentira, mocos fingidos, cojines tira-pedos, dedos sangrientos, jabones que manchan, arañas saltarinas, ratas pegajosas, tinta mágica, gusanos para la bebida, caramelos amargos, polvos pica-pica, placas simulando cristales rotos, unos curiosos levanta platos, dedos con clavos incrustados e incluso unos exagerados  consoladores extensibles…

Tras realizar esa espléndida venta, me atreví a preguntarles si llevaban todo ese material para sus nietecillos o sobrinos, a lo que una de ellas me respondió, algo sorprendida por el interrogante, que pensaban hacer una súper fiesta, para ellas y sus amigas, después de la Misa “del gallo”, noche que duraría lo que el cuerpo aguantara. Y que ya habían pasado por una licorería… Desde luego, estas honorables señoras eran realmente bastante cachondas, en lo más íntimo de su ser. En modo alguno ofrecían ese perfil respetable, comprando estos lúdicos y chocantes  productos de broma con los que yo me gano la vida”.

Tras escuchar la simpática anécdota, Gonzalo pensó la oportunidad que habría tenido, para sustentar el reportaje, si hubiese estado presente en esa interesante y peculiar escena. Habría entrevistado a las señoras e incluso les habría pedido permiso para tomar algunas instantáneas fotográficas que habrían quedado la mar de bien.

Hubo otras muchas anécdotas y pequeñas historias que Gonzalo también recopiló, cuyos apuntes y fotos  dejó archivados en una carpeta a fin de utilizarlos en el momento oportuno. El cascarrabias de Adrián estaba contento con el trabajo de este joven becario quien, además de saber llegar a interesantes informaciones, mostraba una especial capacidad plástica y visual para hacer excelentes tomas fotográficas que sustentaban y cualificaban los textos que previamente redactaba.

Las fiestas de Navidad apenas han iniciado su desbordante recorrido. El tiempo bondadoso, térmicamente primaveral en el diciembre malacitano, especialmente durante las horas centrales del día, acompaña y estimula la alegría de vivir, compartir y consumir. Allá suenan unos villancicos, acá nos acompaña un grupo pastoral, mientras una cromática iluminación, durante las horas en que la noche se hace presente, provoca que, en casi todos los rincones encontremos ese deseo ilusionado, como de vuelta a la infancia, ante la llegada de un nuevo calendario. Son fechas abiertas a la inocente y añorada fe de la infancia que sustenta, en casi todos nosotros, la búsqueda ansiosa de la esperanza.-

José L. Casado Toro (viernes, 11 Diciembre 2015)
Antiguo profesor I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

viernes, 4 de diciembre de 2015

EL MISTERIO DE UNA BOLSA OLVIDADA, CON PRENDAS DIVERSAS DE MUJER.

La opción se presentaba especialmente interesante, en estos tiempos de dificultad para lo laboral. Exigía, eso sí, abandonar las raíces familiares, allá en la Andalucía interior, cambiando la residencia a otra ciudad que gozaba del atractivo indudable de encontrarse acariciada por las templadas aguas del mar. Paula, diplomada en Empresariales, tuvo conocimiento, a través de una página laboral en Internet, sobre un puesto administrativo en una empresa de multiservicios. Había sido seleccionada para el mismo, una vez superada con éxito la  densa entrevista a que fue sometida, sustentada en un excelente currículum académico. También logró encontrar, navegando en las páginas de la red, un apartamento de alquiler, a buen precio, situado a no mucha lejanía de su nuevo lugar de trabajo. En principio el contrato laboral era por seis meses prorrogables, siempre y cuando mostrase solvencia en la gestión contable y en la atención al público, objetivos básicos de su trabajo.

El pequeño pero sin embargo acogedor apartamento, en el que iba a residir, se hallaba situado en un viejo bloque de viviendas, recientemente remodelado. Pertenecía a los herederos de una señora que lo había habitado durante la última fase de su longeva existencia. En sus cuarenta y cinco metros cuadrados de espacio, se habían realizado unas reformas de mejora, tanto en la pequeña cocina como en el cuarto de baño, cuando sus propietarios decidieron dedicarlo, con un mobiliario básico, al alquiler. Gozaba de una excelente ubicación con respecto al centro de la ciudad, permitiendo excelentes vistas a esa recoleta bahía malacitana, a los pies de la colina siempre sugerente y romántica de Gibralfaro.

Una vez instalada en su nueva residencia, Paula encontró, en el altillo del armario encastrado del dormitorio, una bolsa que parecía llena de objetos, por el volumen exterior que ofrecía. La chica pensó que, posiblemente, esa especie de mochila deportiva habría sido olvidada por el anterior inquilino del apartamento. Ya por la tarde, tras volver de su primer día de trabajo y  prepararse un poco de cena, decidió revisar el contenido de esa bolsa que había dejado sobre una silla del dormitorio. Movida por la curiosidad fue comprobando que, en su interior, mayoritariamente contenía ropa de mujer. Pensó que, con el ajetreo del traslado, su propietaria se olvidó de recogerla al abandonar su estancia en el apartamento. La iba a llevar junto a la puerta de entrada, a fin de consultar en la mañana del día siguiente con el portero del bloque, cuando reparó que en el fondo lateral derecho había una bolsa de plástico. Ese sobre contenía algo que no parecía ropa. Contó, exactamente, hasta nueve cartas, dirigidas a una persona llamada Lamia, cuartillas dobladas que permanecían sin los sobres en los que habrían debido ser enviadas. 

Dudó un instante pero, al fin, se decidió a leer la primera de esas cartas, fechada hacía poco más de  año. El contenido de esa misiva hizo que Paula dedicase todo el resto de la tarde y parte de la noche a la lectura del resto de esas cartas que hablaban de un intenso amor por parte de la persona que las había escrito. Sin duda, la receptora de los envíos había conservado esos textos escritos, cuyo autor le mostraba la sensual atracción e intenso cariño que sentía hacia ella. Era evidente que ambos habían construido un amor secreto pues, por algunas frases y datos, él parecía estar casado y con hijos. Probablemente este apartamento habría sido el nido clandestino de encuentro para el amor, que dos personas cultivaban en la intimidad afectiva de sus vidas. Era ya más de la una de la madrugada cuando, sintiéndose muy cansada dados los ajetreos del día, se dispuso ir a la cama. Se preparó un vaso de leche caliente y, a los pocos minutos, dormía profundamente en su acogedor aposento, al que llegaba el fragor de las olas que rompían sobre la orilla de la playa cercana. Antes de cerrar los ojos, había pronunciado varías veces el nombre del esposo infiel, que sólo aparecía en una de las cartas: Marcel.

“Sí, Srta. Paula. Ese apartamento ha sido alquilado en numerosas ocasiones. Llevo aquí más de siete años, trabajando de conserje, y he visto pasar por él a muchas personas. Especialmente estudiantes de la Universidad (esos que ya son mayores de edad y están haciendo una carrera). También han estado gente del comercio y algún que otro separado. Pero en general, salvo los estudiantes que suelen quedarse cursos, o partes del curso, completos, he conocido inquilinos que lo han alquilado por un mes o dos. Me cuenta que se han dejado una bolsa deportiva con ropa de mujer, pero lo que me extraña es que la última persona que ha vivido en él antes de Vd ….. ¡no era precisamente una mujer, sino un hombre! Se llamaba D. Carlos y era de mediana edad. Yo creo que era un hombre de estudios y muy serio de carácter. Pasaba largas horas encerrado en el apartamento, yo creo de escribiendo o leyendo, porque siempre venía con libros y carpetas bajo el brazo. Lo mejor sería que consultase Vd en la agencia inmobiliaria, donde ha hecho el contrato de alquiler. Quizá allí  le querían dar el teléfono de esta inquilino, para que se ponga en contacto con él y le devuelva esa ropa…… de mujer ¡Qué cosas tiene uno que escuchar!

Las palabras de Damián, un antiguo agente de seguros, que ahora controlaba la portería del edificio desde las nueve de la mañana hasta las ocho de la tarde (con unas horas intermedias para la alimentación y el descanso) dejaron a Paula sumida en la intriga. Decidió que esa mañana, aprovechando algún minuto “vacío” en el trabajo,  se pondría en contacto telefónico con la inmobiliaria y consultaría los datos telefónicos de este misterioso y antiguo inquilino del apartamento que ahora ella ocupaba. Así lo hizo, exponiendo sus razones al administrativo que la atendió al otro lado de la línea. Sin embargo este trabajador le explicó que ellos no estaban autorizados a revelar los datos personales de sus clientes. En todo caso, se ofrecía a ponerse en comunicación con el mismo, a fin de explicarle el asunto de esa bolsa deportiva que posiblemente habría dejado olvidada en uno de los altillos del dormitorio.

Y así pasaron varios días, sin que Paula tuviese información alguna con respecto a este sea su nombre sacirio.unto de de esa bolsa deportiva que posiblemente habcaso, se ofrecñor del que sólo conocía su nombre de pila bautismal: Carlos. Una noche, tentada por la curiosidad, repasó de nuevo el curioso contenido de la bolsa.

Se fijó, de manera especial, en las prendas de vestir que aquélla contenía. Había un par de sujetadores, con intensos colores para la motivación física; diversas bragas con labrados encajes; tres pares de medias finas sin usar; una rebeca blanca con botoncitos dorados;  cinco camisetas de manga corta, casi todas ellas con textos en inglés que aludían a reivindicaciones sociales; un par de sandalias de fiesta, de color negro charol, con altos y finos tacones; no faltaba  tampoco una amplia colección de tarritos de esmalte de uñas, en los que predominaban los colores rojos, violetas y una mezcla curiosa, tipo purpurina, que provocaba ciertos efectos de atrayentes reflejos, una vez extendida sobre los dedos de las manos o pies…….. y otros complementos de adorno, en los que destacaba diversos cinturones finos de piel. Y, por supuesto, el bloque de las nueve cartas de amor, manuscritas  y sin sobres, recogidas en una cintilla de goma.

También releyó algunas de esas misivas, que había recibido la supuesta Naira, enviadas por el tal Marcel, en las que se mostraba el ferviente sentimiento amoroso de este hombre hacia su amada, junto al dolor que le producía la distancia física y social que los separaba. Era una especie de divertimento, a modo de telenovela, que algunas de las noches distraía y complacía su traviesa imaginación.

El director comercial de la empresa, conociendo la capacidad contable de Paula, pidió a ésta el favor de que se desplazara a las oficinas el sábado por la mañana, a fin de que le ayudara a cuadrar unos balances. A cambio, podría disponer de una mañana en la próxima semana para el descanso. Estaban enfrascados en documentos y facturas cuando a eso de las 11 sonó el móvil de la empleada. Al otro lado de la línea una voz masculina se identificó como Carlos. Efectivamente, la agencia inmobiliaria se había puesto en contacto con él, a fin de poner en su conocimiento el olvido de esos materiales en el piso que había tenido alquilado durante los dos meses de su estancia en Málaga. Le habían facilitado el número de la nueva inquilina, para que hiciera las gestiones oportunas con respecto a esa bolsa de su propiedad. Decía que había bajado de nuevo a Málaga, desde Madrid y le rogaba si podían encontrarse este fin de semana. Deseaba recuperar esas pertenencias  pero, sobre todo, explicarle la naturaleza de las mismas. Como parecía una persona amable, culta en el lenguaje y cordial en el trato, Paula aceptó la petición, quedando para verse en una céntrica cafetería situada en el entorno del Teatro romano y Alcazaba de la capital.

Y a eso de las siete, al fin pudo conocer al misterioso Carlos. Se trataba de una persona que se hallaba alrededor en su medio siglo de vida. Bien parecido y demostrando, en todo momento, unos exquisitos modales para la relación personal y una manera de expresarse que avalaba, sin ningún género de duda, su espléndido nivel cultural. Tras ordenar un par de copas de vino, con unas tapas de acompañamiento, el propietario de esos peculiares enseres mostró su abierta disposición a explicar a su expectante interlocutora algunas de los lógicos interrogantes que ésta mantendría en su mente.

“Pienso que has debido comprobar, con extrañeza, el interior de esa bolsa/mochila que, efectivamente, es de mi propiedad. Para entender su contenido, te aclaro cuál es mi profesión. Me dedico, desde hace ya muchos años, al oficio de la creatividad literaria. Publico artículos en la prensa diaria y en las revistas semanales, aunque básicamente lo que más me agrada es escribir esos relatos largos, esa narrativa compleja, divertida o interesante que conforman las novelas. En la actualidad estoy terminando la que, posiblemente, sea la novela más difícil y extensa de todas las que he publicado. Utilizo unas técnicas de ambientación, documentación y recursos, que me facilitan la inmersión total en la trama argumental que estoy elaborando. Ello me permite potenciar la empatía y la atmósfera sociológica que envuelve a los personajes que protagonizan el relato.

Por todo esto que te estoy contando, estuve viviendo un par de meses en esta agradable ciudad, mezclándome con sus gentes, sus calles y su alegría para la vida. Deseaba sustentar y ambientar, con verosimilitud, una parte importante de la trama argumental de mi novela. Esas cartas sin sobre, que habrás leído, tienen una parte muy importante en los hechos narrados, y por eso las escribí para vincularme totalmente con su significado, material y psicológico. En cuanto a la ropa… son prendas que pertenecen a dos de los personajes que intervienen en el relato. Esos objetos de vestir tienen, por supuesto su propia historia, pero teniéndolos cerca me encuentro más motivado para sustentar, con palabras, la trama que, con tenacidad y creatividad, construyo. Te parecerá todo esto muy raro, pero es que cada escritor utiliza unos recursos y estilos que le ayudan a penetrar mejor en el contexto narrativo”.

Paula escuchaba todas estas argumentaciones, con un asombro in crescendo. Suponía que la manera de actuar de los escritores podría ser muy diversa, pero llegar a estos niveles de comportamiento le resultaba novedosamente insólito. De todas formas, la actitud didáctica de Carlos parecía razonablemente convincente, por lo que atendió con atención y respeto a una persona cuyo formas eran exquisitamente educadas, explicativas y agradables. Tras llegarse al piso para recoger las pertenencias, Carlos se ofreció a invitarla a cenar, como muestra de agradecimiento por todas las molestias que habría podido depararle.

Tras una suculenta y distraída velada, se despidieron afectuosamente, sugiriéndole Carlos que pasara algunos días por Madrid. Que él tendría mucho gusto en atenderla y mostrarle algunos lugares con encanto, por la trama urbana de la capital madrileña. Aquella noche en Málaga era muy agradable en el tiempo y especialmente lúdica en la vibración popular callejera. Había una percepción primaveral sábado noche.

Cuando en la tarde del domingo Carlos volaba hacia la terminal T4 de Madrid-Barajas, iba realizando en su asiento, clase VIP, unas anotaciones en uno de los archivos de su portátil. En diversos momentos, paraba de pulsar su teclado y pensaba, una y otra vez, en su nueva amiga de Málaga.

“Igual algún día Paula lee esta nueva novela. La sorpresa que va a llevarse supongo va a ser intensa y divertidamente inesperada. Cuando se vea reflejada como uno de los personajes, en la trama narrativa de mi próximo libro, incluso con su propio nombre, se sentirá tal vez traicionada. Pero así tenemos que actuar los escritores, llenando y alimentando de realidad la ficción original de nuestros argumentos. Ella va a ser una involuntaria participante en el contexto de esta interesante historia. Parece ser una chica inteligente y con una muy buena preparación. A buen seguro que, con el paso del tiempo, sabrá entender el porqué de mi peculiar forma de proceder”. -


José L. Casado Toro (viernes, 4 Diciembre 2015)
Antiguo profesor I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga