viernes, 24 de noviembre de 2023

GRATOS ENCUENTROS EN EL AMANECER.

No siempre se valora en su justa medida el importante y positivo valor de la vecindad. La proximidad física y afectiva de esas personas que comparten nuestra vivencia es un recurso imprescindible para nuestro equilibrio emocional. No sólo por el calor humano que podemos encontrar en esas personas durante la acción cotidiana, sino sobre todo por la ayuda que también podemos prestarles en esos momentos carenciales de cualquier signo, que a todos nos llegan casi sin avisar. Ese amplio colectivo de familias que conforman la barriada supone un microcosmos relacional que, de alguna forma, ayuda a paliar, aplicando equilibrio y generosidad, esa ingrata realidad humana como es la soledad, referente innegociable de los seres humanos que no favorece, en absoluto, la alegría existencial. En este fraternal contexto se inserta nuestro relato de esta semana.

Desde hace unos meses, NATALIA Coral, una joven viuda de 31 años, es la encargada de sacar, en su primer paseo diario, a la mascota Lili, una perrita que le regalaron hace tres años cuando apenas tenía unos días de vida. Este recorrido por las calles del barrio al amanecer, hasta llegar a la zona arenosa de la playa, lo realiza muy de mañana, pues pronto ha de volver a casa para preparar a su hija LUCIA, seis años, el desayuno y acompañarla al Colegio público MALAKA, en donde la pequeña estudia el primer curso de la Enseñanza Primaria.

La vida de estas dos mujeres se vio trastornada, cruelmente, con esos acontecimientos para los que no se encuentras respuestas racionales. Tato (RENATO), su difunto marido trabajaba como repartidor de mensajería urgente. Tuvo un infortunado y drático accidente con la moto que conducía, en un cruce no bien señalizado, a consecuencia del cual dejó viuda y huérfana a las dos personas con las que formaba una modesta pero bien unida familia. Su hijita alcanzaba entonces los tres años de vida. Lucía almuerza en el colegio, cuyo horario diario finaliza a las 17 horas, recogiéndola a la salida del centro escolar su abuelo CARMELO o su abuela MARIANA para acompañarla a su domicilio. Esa ayuda familiar tiene una lógica explicación.

Natalia ha conseguido un “vital” puesto de trabajo, en la misma empresa en donde trabajaba su difunto esposo. Está al frente de uno de los dos teléfonos que atienden las llamadas, para la recogida, consulta y entrega de los diferentes productos de envío. Su horario laboral transcurre desde las 13 hasta las 19 horas, entre lunes y viernes. Ese puesto de trabajo le resulta imprescindible para el mantenimiento de su “corta” familia. Fue una muy humana deferencia de la empresa CARAVAN, en donde prestaba servicio Renato, antes de su fallecimiento.

El recorrido que realiza cada día al amanecer, por el laberinto o puzzle urbano de las casas y calles del barrio, con el simpático “pretexto” de la perrita, le ayuda a tonificar el ánimo, después del durísimo golpe que sufrió al perder al que era su compañero de vida. Y en ese largo paseo siempre encuentra el imprescindible valor de la socialización, intercambiando con los convecinos de la proximidad la necesaria fuerza anímica para justificar los pasos, las miradas y las palabras.

Aunque el almanaque marca ya la estación meteorológica primaveral, con esa atmósfera más templada y lustrada con el dulce aroma de los azahares, sublime regalo de los arboles cítricos, el frescor mañanero le aconseja todavía ponerse algo de abrigo a fin de no castigar su garganta por las molestas faringitis a la que es muy receptiva. Durante esas primeras horas de la mañana, como dice el popular dicho de que “las calles parecen no estar aún puestas” se encuentra con un barrio algo vacío (para lo que es inhabitual en la mayoría de las horas diurnas) de viandantes, aunque esta zona de Málaga (la carretera de Cádiz o avenida de Velázquez) comienza a “despertarse” con esos peatones que van sustentando la vida relacional. Son esos trabajadores que han de desplazarse a su puesto laboral, cuyo horario comienza bien temprano, cuando la mayoría de los convecinos aún duermen. Cruza con algunos de ellos los “buenos días” y algún “chascarrillo”. A muchos de esos viandantes ya los conoce, por ser tradicionales residentes en la zona.

Unos de los habituales operarios con los que Natalia se cruza es IVAN, un joven estudiante universitario de telecomunicaciones que, al quedar su novia Martina embarazada, tuvo que buscar de inmediato un trabajo, escogiendo el primero que se le presentó. Fue contratado en el departamento municipal de la concejalía de Parques y Jardines. Ejerce como jardinero en el Parque del Lago, perteneciente al distrito de Huelin, realizando labores de limpieza, tanto en el suelo como vaciando las papeleras, eliminación de “malas hierbas” y por supuesto ese regadío tan necesario para la vida vegetal. Iván es un joven de proverbial simpatía y muy comunicativo. Residente en el barrio, Natalia suele preguntarle, con un interés de buena vecindad, cómo se encuentra su bebé recién nacido, que él y su pareja están criando con la mayor ilusión.

Más adelante pasa por la panadería de un lógico nombre: LA TAHONA, cuyo propietario ARMANDO (que reside en el primer piso del inmueble) ya tiene encendidas las luces del establecimiento, cuyas puertas están abiertas desde las 7:30 del día. Este “campechano” panadero ha pasado toda la noche trabajando, con su compañero Fermín, amasando la harina de los distintos tipos de panes (blanco, integral, con muesli, cateto, con fruta, con centeno, etc). A esa hora de la apertura, ya tiene las primeras hornadas cocidas, prestas para la venta. Esta premura para la oferta de estos suculentos productos obedece también a la preparación de los sabrosos bocadillos y que son comprados para el desayuno del día por muchos obreros que marchan a su trabajo y que valoran su razonable precio y buena calidad de su sabroso contenido. Mas tarde llegan los clientes “escolares”, a los que sus madres les compran el bocadillo para el recreo de la media mañana en el colegio. Natalia también será una de sus primeras clientas, pues se lleva para su casa la barra de Viena y los piquitos, cuando vuelve de su primer paseo matinal con la pequeña mascota. También con Armando echará un ratito, intercambiando esas palabras que tan bien sientan para iniciar el día. Sobre las nueve, este servicial panadero contará con la ayuda de Ademi, una joven dependienta, que ya se encargará, con gran diligencia, de controlar tras el mostrador las peticiones de la numerosa y habitual clientela. Es el momento en que Fermín y Armando comienzan a elaborar esos pasteles y tortas de “algarrobo” que tienen tan fácil salida por su sabor y gran calidad en sus ingredientes.

Cuando vuelve de la zona playera, paralela al parque Huelin, sigue abierta o “disponible a través de la ventana de seguridad la “botica” o farmacia de Don ELISEO, que precisamente esta noche le ha correspondido permanecer de guardia. Este veterano farmacéutico es persona entrañable y cariñosa (aunque también, a veces, un poco “cascarrabias). Tiene habilitada, en una habitación trasera, dos pequeñas camas, con sus colchones, sabanas y colchas correspondientes, para que tanto él, como el mancebo Daniel puedan descansar “a trozos”, en función de la llegada intermitente de clientes, que llaman a través de un timbre con iluminación, para adquirir esos fármacos urgentes necesarios para la enfermedad. Como don Eliseo está ya algo mayor, normalmente es Daniel quien está al tanto de las llamadas a través de la ventanilla de seguridad, sunque cuando mira hacia atrás ya está la oronda figura del farmacéutico presto a colaborar en el trabajo. Durante el día, dada la gran demanda de clientes, viene una manceba, llamada Irina, una joven madre soltera, que realizó un grado profesional de auxiliar de farmacia y que deja a su pequeña hija en la guardería, mientras ella atiende al trabajo.

Natalia se sorprende al ver a don Eliseo en la puerta, a esa hora matinal y tras una noche “en vela”. “Sí hija, es que el insomnio, desde que se me fue Marieva, no me deja dormir. La echo mucho de menos, pero Dios así lo ha decidido. No puedo, por mis achaques, tomar somníferos fuertes, ya que me está contraindicados. Me ayuda mucho un pequeño transistor que me traigo para distraerme y ayudo a Daniel que es un trabajador muy servicial. Y ti ¿cómo te va? Eres persona fuerte y seguro que con el tiempo sobrellevarás mejor esos recuerdos que nunca se olvidan. A pesar de lo que te digan los médicos, te pasas por aquí y me lo cuentas, que yo sabré darte la medicina idónea. Son muchos años de experiencia los que tengo a mis espaldas. Sobra decirte lo mucho que yo apreciaba al bueno de Tato”.

Habitualmente, la mamá de Lucia se encuentra a MARIO, un repartidos de mercancías para muchas tiendas, el cual está preparando su furgoneta para trasladarse a Mercamálaga o la Pescadería, para comenzar a realizar los portes y encargos de los distintos establecimientos. Tato y Mario eran muy amigos pues ambos, de la misma edad, se habían conocido en la escuela. Ya en su adolescencia, los dos compañeros estuvieron “compitiendo” por ese “amor joven” hacia Natalia con gran fulgor. La elección de la joven por uno de ellos dejó al otro compañero un tanto afectado. Pero son realidades juveniles que se viven con “deportividad. En realidad, Mario nunca la ha olvidado y aunque en la actualidad forma familia con Nerea, sigue “amando” a esa joven que él no pudo “conseguir”.  En alguna ocasión Tato le había comentado a su mujer acerca de la amargura que tenía que soportar su amigo con la compañera que “le había tocado en suerte”. Recordaba las palabras de su marido sobre ese amigo desafortunado “Es que son dos caracteres muy diferentes. El pobre no es feliz, pero “aguanta” con responsabilidad, pues no quiere que su hijo Santi pase por el trance de ser hijo de padres separados”. En esta ocasión, tras saludar a Natalia le comentó que durante la mañana le iba a traer un poco de pescado fresco y algo de fruta. “Ya sabes, cuando hago los portes, los comerciantes me dejan coger un poco de la mercancía, pues le cobro poco por el servicio”.  Natalia siempre ha considerado a Mario como una persona muy cercana y sabe que, en caso de dificultad, acudiría a él para solicitarle ayuda. Ambos amigos echan un ratito de conversación, con el calor afectivo que proporcionan las palabras y las miradas.

Tras dar una breve vuelta por el Parque del lago “Huelin” y ya de vuelta para su hogar, también suele encontrarse con la maestra ANGELINES. Es una joven de 29 años, que tiene a su cargo la clase y tutoría de 1º A, en el centro escolar LITORAL, precisamente el grupo al que asiste la pequeña Lucía. Se da el caso de que esta profesional de la enseñanza, que está casada con otro docente, profesor de secundaria, perdió recientemente a la hija que esperaba, después de siete meses de embarazo, por complicaciones orgánicas. Ya reincorporada a sus tareas escolares, tras una intensa fase depresiva, hizo gran amistad con Natalia y de manera especial con su hija Lucia, a la que trata con el cariño de una madre y con la que trata de superar su frustración por no haber podido todavía alcanzar la maternidad. Todo ello con el agravante de que los médicos no le aseguran un futuro y positivo embarazo, por malformaciones congénitas. Por todo ello Natalia entiende, con generosidad, el amor y la alegría que la docente siente por Lucia, con las “ocurrencias” y salidas expresivas de la pequeña. También esta mañana Natalia le desea a la maestra y amiga que tenga un buen día, agradeciéndole el esfuerzo que realiza por educar a los hijos de tan numerosas familias. En su caminar observa como hoy, un operario municipal, está baldeando las aceras con una manguera a presión. En este, como en otros barrios, el incivismo de algunos perjudica a los muchos que desean una ciudad limpia. 

Ya en casa, Natalia prepara con dedicación de madre a su hija Lucia para llevarla al colegio. No se le olvida darle el bocadillo de pan blandito de Viena, con mortadela boloñesa, que tanto le gusta a la pequeña, para que se lo tome en el recreo.  El almuerzo en el centro público comienzan a servirlo alrededor de las 14 horas. Como a las 17:30, hora en que finalizan las clases, ella está trabajando, atendiendo las llamadas telefónicas en la empresa Caravan, son los abuelos quienes recogen a Lucía y así disfrutan también de un buen rato con su nieta.

De esta forma transcurre la vida diaria en esta sencilla mujer, a la que el destino ha sometido a una dura prueba. Pero con la fuerza de su relativa juventud, gozando del fundamento vital de una preciosa y dinámica hija y el incondicional cariño de unos padres siempre prestos a la ayuda, sabe ganar ese impulso responsable para seguir luchando, cuidando con especial cuidado de que su hijita no se sienta dañada por la ausencia de ese padre que perdió, cuando apenas alcanzaba los tres años.

El entorno social en el que se desenvuelve esta corta familia es un populoso barrio de personas humildes, modestas, trabajadoras, solidarias y generalmente afectivas. En esta densa vecindad, Natalia y los demás residentes encuentran muchas de las respuestas e incentivos para ir resolviendo sus dudas, los comprensibles desánimos y las naturales carencias. Y siempre, esas pequeñas y grandes ilusiones que nos ayudan a mirar el horizonte con la mejor confianza y decisión. La dureza del destino, con esa dura prueba de perder a un padre y esposo, se va paulatinamente compensando con ese “calor y amor social” que encuentra en muchos de los vecinos y profesionales con los que se relaciona en el quehacer de cada jornada. Esta buena mujer entiende, con una plausible sensatez, que ha de rehacer su existencia, en los meses y los días. La vida genera suertes y desgracias, como esas rachas de viento que acaricia un paisaje que sustenta y gratifica la presencia de las personas que acuden a visitarlo, sin establecer diferencias o distinciones. Los proyectos de vida de cualquier vecino del barrio, como es el caso de Natalia, se van desarrollando en un sencillo ambiente en donde nunca faltan valiosos y ejemplares elementos solidarios. Mañana puede ser igual que ayer, pero tal vez se generen esas diferencias o novedades que ayuden a germinar esa ilusión inalienable que siempre justifica y alimenta nuestro recorrido existencial.

Cuando el buen amigo Mario, excelente persona, le trae a casa una bolsa con fruta y algo de pescado, ella con simpático agradecimiento le prepara una infusión de té frio, añadiéndole una bolsita de Roibós, pues el día se ha metido en calor. Intercambian esas palabras amigas y algunos chascarrillos y anécdotas que el repartidor ha vivido durante la mañana. Este joven trabajador aún no cree llegado el momento de decirle que Lucía y Santi se llevarían muy bien como “hermanos”. Sabe perfectamente que su coexistencia con Nerea no tiene futuro y que su vida y la de Natalia están llamadas a emparejarse. El tiempo y la buena voluntad hará justicia a dos amores que se necesitan. –

 

 

GRATOS ENCUENTROS

EN EL AMANECER

 

 

 

 

 

José L. Casado Toro

Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

Viernes 24 NOVIEMBRE 2023

                                                                                Dirección electrónica: jlcasadot@yahoo.es           

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jueves, 16 de noviembre de 2023

CUENTOS PARA ANTES DE DORMIR.

La mayoría de las personas, al margen de su titulación o desarrollo personal, poseen determinadas habilidades o capacidades para ser “creativos” en actividades bien diversas. Muchas de estas destrezas las han ido aprendiendo de sus mayores, en el régimen familiar, aunque también es cierto que muchas otras proceden de los misterios de su estructura genética. El porqué de esa admirable capacidad para la composición musical, para la expresión pictórica o para el manejo de los mecanismos electrónicos, resulta también en ocasiones difícil de comprender, cuando en sus familias no ha habido ejemplos o influencias para el desarrollo o mimetismo que germinen esos positivos valores. Es estos casos se trata de personas “providencialmente” dotadas para desarrollar diferentes creatividades, sin que ellas mismas puedan fijar unos claros referentes para esa “genética” y gozosa habilidad. En este contexto insertamos nuestra historia de esta semana.

IRANIO Puntilla Tierrallana, natural de la localidad malagueña de Casabermeja, era hijo único de unos modestos vecinos del pueblo, Heliodoro y Gonzala, artesanos de los dulces (estaban especializados en la elaboración familiar de unas suculentas tortas de aceite, que semanalmente llevaban a la tradicional confitería del pueblo, La Dulzura, para su venta) aunque también se ayudaban con el trabajo que el cabeza de familia realizaba como peón agrícola contratado cuando había trabajo. Este joven, cuando cumplió la veintena, reflexionó con sensatez que por su formación (estudios primarios, sin llegar a completar el bachillerato) y el lugar donde residía, las principales salidas laborales eran la de continuar la labor que sus padres realizaban con los dulces caseros o ponerse a trabajar en la dureza de la tierra. Otra actividad que los jóvenes de la localidad ponían en práctica era la albañilería, tarea que no le agradaba por su débil contextura física. Así que una noche, al finalizar la cena, les dijo con juvenil  firmeza a sus “desconsolados padres” que había decidido emigrar a la capital, en busca de un mejor porvenir para sus deseos.

Se fue informando acerca de una pensión barata donde podría residir (la ayuda de don Andrés, el cura párroco del pueblo, fue importante por su recomendación) fijando el día de la partida para un lunes de septiembre, año 1970, con la ilusión de abrirse un porvenir entre los incentivos que siempre suele ofrecer la economía de una gran ciudad. En la fría mañana para su partida, antes de subirse al autobús de la empresa Casado que lo iba a trasladar a Málaga, abrazó a sus padres, quiénes con las lágrimas en sus ojos no cesaban de darla lo mejores y repetitivos consejos. En un determinado momento don Heliodoro entregó a su hijo un sobre que contenía 1500 pesetas. “Esto es lo poco que te puedo dar, mi querido hijo. Son unos sufridos ahorros que he podido ir reuniendo, ganados con el esfuerzo y el sacrificio de muchas horas de trabajo. Este dinero te será útil para esas primeras semanas de aventura en la capital. Si tus proyectos no se cumplen, no dudes que aquí tienes a tus padres, con el cariño que te profesan y una casa donde nada te va a faltar”. El vetusto autobús de línea partió a las nueve de la mañana, para realizar un trayecto de poco más de veinte kilómetros, hasta la parada final situada en la zona de Hoyo Espartero, muy cercana al Mercado municipal de Atarazanas. Mientras viajaba, sentado al lado de un poco comunicativo seminarista, Iranio repasaba en una pequeña libreta varias direcciones de personas amigas que podrían ayudarle, datos que le había facilitado el cura don Andrés.

Al llegar a su destino, sobre las 9:45 de la mañana, preguntó a una pareja de guardias de la Policía Armada por dónde podría llegar más fácilmente a la PENSIÓN OLIMPIA, quienes le indicaron que la tenía muy cerca, a no demasiados metros de donde se encontraban. Concretamente ese barato alojamiento estaba ubicado en una esquina de la calle Camas, zona muy conocida por sus vínculos con la prostitución. Cuando localizó este establecimiento, situado en una primera planta de un “gastado” y poco limpio en su apariencia edificio sin ascensor, saludó a su propietaria, doña Fuensanta, una repintada señora, según ella antigua intérprete de “variedades” que estaba recorriendo su cincuentena. Le ofreció poder alquilarle un cuarto compartido, con derecho a usar el cuarto de aseo con una ducha, por 450 pesetas mensuales. Si pagaba 250 pesetas más, podía darle el almuerzo y la cena del día (generalmente un plato de potaje por la mañana y unos huevos o pescado frito con ensalada o patatas fritas por la noche. Agua y postre, con una fruta de temporada o flan). La electricidad no se la iba a cobrar (solo había en la habitación una lámpara en el techo con dos bombillas de 15 watios que ofrecían por la tarde/noche una luz “mortecina” y entristecida) siempre y cuando el recibo del contador no tuviera saltos muy importantes en cuanto al gasto. (en realidad, la bien dispuesta casera tenía conectada su casa a una “trampa” eléctrica, que de vez en cuando activaba, de manera que los gastos eléctricos eran mínimos).  

Quiso la suerte que su compañero de cuarto fuera D. Séptimo de la Aldaba, un hombre mayor, soltero y sufriente por no poder “salir del armario”, que trabajaba como oficial escribiente en el Registro Civil de la Audiencia Provincial (entonces ubicada en el edificio de Muelle de Heredia). Un verdadero bonachón y paternal compañero, que acogió con cariño al joven de 22 años, natural de Casabermeja. Aquella tarde /noche la pasaron hablando, de manera especial Iranio, quien se mostró expresivo y amistoso con el buen compañero que le había correspondido, a quien veía como a un padre para su edad. Cuando le explicó los motivos de su venida a la capital, Séptimo no dudó un instante en tratar de ayudarle.

“Me dices que se te dan muy bien las letras y los números, y que disfrutas con la lectura y la escritura. En mi negociado faltan auxiliares porque tenemos mucho trabajo, ya que estamos en una época de muchos nacimientos. Mañana te presentas en el Registro, me buscas y vamos a hablar con don Servando, persona muy recta y autoritaria (fue antiguo miembro del ejército. Le concedieron medalla de guerra. Es mutilado en batalla, por lo que sufre una cojera de por vida, que el antiguo soldado trata con dificultad de disimular, por eso siempre lleva un recio bastón). Te aseguro que es persona de buen corazón. Me debe algunos favores, por lo que es fácil que te puede colocar como auxiliar eventual. Pero lo importante es meter “la pezuña”, porque una vez dentro ya puedes hacer carrera. Yo seré tu maestro tutor, para enseñarte en cuanto a tus obligaciones en el Registro. Aprenderás lo básico que nunca debes olvidar de hacer. Cuando hables con don Servando te aconsejo repitas esas palabras que a estas personas gustan mucho, como “servidor”, “siempre a sus órdenes”, “lo que Vd. mande, don Servando”. Y si puedes ponerte en posición de firme cuando te hable, ya te lo has ganado. Como anécdota te diré que nuestro jefe tiene tres hijos: uno es jesuita, otro fraile dominico y la tercera profesa como monja de la Presentación. Es familia harto religiosa y practicante”.

“Muchas gracias don Séptimo, por tratarme como a un hijo. Ahora me acuerdo de una bella persona, una gran maestra, doña Petra, quien supo encauzarme muy bien por el terreno de las letras. Me enseñó a leer y a escribir. Y supo motivarme para que escribiera todo aquello que sintiera y necesitara comunicar. Tengo muchos cuentos escritos. Ya le daré alguno para que me dé su opinión. Mañana no faltaré en el Registro. Iré con la ilusión de que, gracias a sus buenas amistades, puedan abrirme un hueco para empezar a ganarme la vida”.

Como doña Fuensanta le aseguraba el almuerzo y la cena, para desayunar Iranio se compró, en un colmado próximo, una botella de leche, que mezclaba con Nescafé. El desayuno lo acompañaba con alguna de las tortas BERMEJAS, que su madre le había metido en la maleta, Aquellas suculentas tortas que el joven había visto elaborar desde su infancia.

Fue admitido, gracias a las buenas artes de Séptimo, como auxiliar eventual, en periodo de prueba. Desde ese primer día de trabajo demostró muy buena disposición para todo lo que le ordenaban. El compañero de cuarto y Registro estaba siempre atento para aconsejar y orientar a su “ahijado” profesional todo aquello que estuviera entre las obligaciones del ilusionado Iranio, que en modo alguno pasaba por su cabeza que pudiera encontrar colocación al día siguiente de llegar a la capital. Con su buen hacer, a los dos meses de trabajo, lo ascendieron a auxiliar de plantilla, con un sueldo fijo de 1.100 pts. al mes. Iranio no dudó ni un instante en mantenerse en la Pensión Olimpia, por lo céntrica que se encontraba y lo barata que le resultaba con el sueldo que percibía para poder pagarla. Ciertamente eran muchas las noches en que lo despertaban las voces, risas, gritos y enfados de los “disfrutones de la noche” llenos de alcohol en el cuerpo, y sus negociaciones con las “señoras de compañía”, que vendían sus favores sexuales por unos pocos billetes. El fulgor ambiental de calle Camas se multiplicaba en esas horas del cielo pintado de estrellas.

Cuando Iranio volvía del trabajo, tras el almuerzo echaba un buen rato de descanso y algunas tardes paseaba por la ciudad, recorriendo sus rincones más pintorescos y populares. Tenía un pequeño transistor que lo encendía por las noches, después de cenar, pero siempre a un volumen bastante bajo de sonido, a fin de no molestar a su compañero de habitación, quien tenía un sueño un tanto difícil e inestable, debido posiblemente a su avanzada edad (estaba a punto de cumplir los sesenta) a lo que se unía sus frustraciones y ansiedades sexuales, en aquellos años del tardofranquismo, en el que había que aparentar lo que no se sentía. En ese pequeño transistor National le gustaba escuchar las noticias del día y los relatos radiados que algunas emisoras emitían.

Pero fundamentalmente Iranio dedicaba su tiempo libre a escribir. Esa práctica era la distracción que más le agradaba. De niño, como en Casabermeja sólo ponían cine algunos fines de semana, se distraía dibujando historietas y algunos cuentos que doña Petra, su apreciada maestra sabía estimular, ayudándole y corrigiéndole.  También, solía acudir a la biblioteca pública, parta buscar en las estanterías libros de cuentos e historias, con las que distraía y enriquecía la imaginación. Ahora en estos inicios de los 70, su horario de trabajo (de ocho de la mañana a las tres de la tarde) le permitía desarrollar esta creativa afición dedicando horas de las tardes. El joven Iranio era un tanto tímido con las chicas y todavía no había podido hacer muchos amigos, salvo ese gran “padre” que tanto lo cuidaba y lo apreciaba.

Su tarea creativa la realizaba a mano, rellenando gruesas libretas con muchas hojas. Pero con los ahorros que iba acumulando, a lo largo de los meses, pudo al fin comprarse una máquina de escribir. La máquina era de “segunda mano”, pero estaba a un buen uso para poder teclear (con los dos dedos) muchas páginas “rellenas” de cuentos. Esa providencial máquina era de la prestigiosa marca Olivetti, una léttera 36. De esta forma, iba pasando a los folios algunos de los mejores cuentos (en su opinión) que escribía o “componía”. Muchas de esas historias eran básicamente infantiles, pero las mezclaba con narraciones de la vida real, contenidos que elaboraba en su mente “soñadora” a partir de la observación e imaginación del entorno en el que estaba viviendo. Era frecuente que se inspirase, para la construcción de las historias o cuentos en algunas de las personas que acudían al Registro Civil, a fin de hacer las gestiones propias de ese importante lugar de la Administración que existe en todas las ciudades: anotar los nacimientos, los enlaces matrimoniales y, por supuesto, las defunciones. Siempre que podía, solía echar un ratito, con algunas de las personas que acudían a hacer las gestiones propias del centro administrativo. Estos diálogos le daban pie para conocer problemas, circunstancias, anécdotas, objetivo y proyectos, avatares en suma de personas vinculadas a toda la estructura social de la ciudad, algunas acomodadas y muchas pobres y en sumo necesitadas.  

Don Séptimo, su afable y servicial compañero, cuando se levantaba por las tardes después de echar una corta siesta, era frecuente que saliera a la calle, a partir de las 17 h. Nunca decía a dónde iba. Iranio pensaba que tal vez tendría algún “plan”, algún amigo con el que compartir los ratos que regalaba la tarde. Cuando el bonachón de don Séptimo volvía por la noche, su rostro mostraba alegría o tristeza, según le hubieran ido sus andanzas por los arrabales oscuros y ocultos de la ciudad.

Este buen compañero, que era como un padre para Iranio, en absoluto se molestaba con el repetitivo acústico tecleo de la Olivetti, cuando el joven escritor iba pasando algunos de sus cuentos a esos folios que iba guardando con especial esmero, en una gran carpeta de cartón, color marrón. En diversas ocasiones, Iranio daba a leer a su compañero de cuarto algunas de esas bien pensadas y elaboradas historias, a fin de conocer su opinión acerca de sus pequeñas creaciones literarias.

“Creo, amigo, que son en general, interesantes. Muy humanas y bien escritas. Tienes madera y condiciones para poder llegar a ser un buen escritor. Pienso que deberías seleccionar algunas de estas historias, que casi siempre tienen un positivo o buen final, para tratar de que fueran publicadas por algún editor local o alguna asociación amante y practicante de las letras”.

Pero Iranio era una persona bastante modesta. Respondía a los buenos deseos de Séptimo que él las escribía, fundamentalmente para entretenerse. No ocultaba, sin embargo, que le agradaría que fueran conocidas por otras muchas personas.

“El escritor, en realidad, amigo Séptimo, no compone narrativas sólo para él, sino para comunicar y compartir la creatividad de su imaginación con otras personas. Esa es la verdad. Cualquiera que diga lo contrario, no expresa lo que siente. En mi caso es como si fuera al cine y no me gustara la película que nos estuvieran proyectando. Entonces trato de construir historias que sean más agradables. Ya te he contado que cuando era pequeño y no tenía dinero para ir al cine, tenía que inventarme “mis propias películas”. Volviendo a lo anterior, la función de escritor carece de sentido, si no tiene la suerte de tener lectores que lean sus historias y escritos”.

Así transcurría la vida de estos dos inquilinos de la Pensión Olimpia, a quienes el destino había unido en aquella España del tardo franquismo, a mediados de los 70.

Una “aburrida” tarde, don Séptimo, que cada noche después de cenar pedía a su compañero Iranio algunos de sus cuentos para mejor conciliar el sueño, viendo que su compañero de cuarto había salido con la intención de ir a comprar alguna ropa para mandar a sus padres (pensaba regalarles algún abrigo o gabán) que eran personas modestas en su necesidad, tuvo la oportunidad de rebuscar en la gran carpeta marrón de las creatividades literarias, algunos cuentos que en su opinión estaban mejor escritos y eran más interesantes. Seleccionó tres de ellos, que sumaban unas 7 cuartillas por ambas caras. Se dirigió a la calle con ese material y las fotocopió en una copistería de la calle Especerías. Ya en casa, devolvió los originales a la carpeta de los cuentos e introdujo las fotocopias en un gran sobre beige, que había franqueado para enviarlo al diario SUR: Añadió una nota explicativa, con los datos de Iranio, planteando si ese material tenía la calidad necesaria para ser utilizado en el suplemento dominical del periódico, o en las páginas de los pasatiempos. Echó de inmediato el gran sobre, con su contenido narrativo, en un buzón que había a final de la popular y comercial calle San Juan.

No dijo nada a Iranio acerca de lo que había hecho.  Todo consistía en esperar la respuesta del representante del diario malagueño. Pasaban los días y la respuesta no llegaba. Séptimo pensaba que la tardanza en responder pudiera ser debida a la falta de interés del periódico, en su departamento de redacción, con respecto a los materiales facilitados para su consulta. Sin embargo, una tarde después del almuerzo, doña Fuensanta vino con un sobre timbrado en la mano, cuyo destinatario era Iranio Puntilla Tierrallana, comensal que aún estaba tomando la manzana que se le había puesto de postre. Don Séptimo ya se había marchado del comedor, a echar unos minutos de siesta. Como el joven estaba algo resfriado, en ese noviembre lluvioso que humedecía toda la ciudad, la dueña de la pensión traía junto al sobre una taza de café con leche para su inquilino. El corazón de Fuensanta era generoso, con las buenas personas que tenía realquiladas.

El gran sobre, con el logotipo de DIARIO SUR, venía dirigido a D. Iranio Puntiella Tierrallana. Un tanto extrañado por este correo, el sorprendido joven abrió el sobre y comenzó a leer su contenido:

 

“Sr. D. Iranio Puntilla, hemos analizado la calidad literaria y argumental de los tres materiales, cuentos o narraciones, que a tenido a bien enviarnos. Tras su lectura, hemos apreciado una valiosa narrativa, sustentada en unos argumentos muy próximos a nuestro entorno existencial. En base a todo ello, tenemos el placer de comunicarle nuestro interés para publicar estas historias. Le citamos en la sede de nuestro diario, en Alameda de Colón, el miércoles próximo, para mantener una entrevista personal y sentar las bases de contenidos, periodicidad y compensación económicas de su futura colaboración.  

Salúdole Dimas Gallego Revillán. Redactor jefe, y encargado del suplemento dominical PERSONAS.

 

Iranio fue a su habitación “más contento que unas pascuas”. Sonriente y mirándolo a los ojos, entrego la misiva del diario SUR a don Séptimo, quien al leerla “estalló de sincera alegría. Ambos compañeros de cuarto se fundieron en un afectuoso abrazo.

“Muchas gracias, don Séptimo. Para mí es Vd. como un padre. Me ha ayudado a hacer lo que yo dudaba si sería conveniente o no y si podría tener alguna esperanza de que en el periódico acogieran mis materiales para su posible publicación. Pues esta gratísima noticia hay que celebrarla. Esta noche nos vamos a ir a cenar e invitaremos a doña Fuensanta, que bien sabe cuidarnos. Elegiremos un lugar agradable, a ser posible cerca del mar, en donde podamos tomar unas buenas tapas y una gran paella, Nos haremos una foto para el recuerdo”

Dado que la noche se había presentado bien húmeda y hacía algo de frío, decidieron acudir a un restaurante gallego: el Mesón Candamil, que en aquellos momentos estaba ubicado en calle Vendeja, precisamente muy cerca de la rotativa del diario que pretendía contratar a Iranio Puntilla. En aquel buen ambiente, los tres comensales (Doña Fuensanta estaba encantadísima) tomaron una taza de exquisito caldo gallego; compartieron una tabla de pulpo muy bien aliñado y como tenían buen apetito pidieron también para compartir un gran plato de lacón con grelos. De postre degustaron sendas manzanas al horno, con esa barrita de canela y miel tan peculiar de los mejores restaurantes. Aunque Iranio pidió la cuenta, una vez más don Séptimo se mostró generoso y se hizo cargo del coste de la cena, explicando con mucha simpatía que había sido él quien había enviado la carta con los tres cuentos de prueba, revelación de la qye era consciente el joven escritor.    

Pasaron dos semanas y el domingo siguiente apareció el primer cuento breve firmado por Iranio, en las páginas de PERSONAS, el suplemento dominical del diario malacitano. La sección la titularon CUENTOS PARA ANTES DE DORMIR. Durante las siguientes semanas, la aceptación popular para estas sencillas y distraídas historias, cuya autoría correspondía a un desconocido escritor novel, fue bien positiva. El auxiliar del Registro se siente en la actualidad muy contento de poder comunicar con los lectores, a través de esa lettera 36 que ya nunca ha dejado de acompañarle en su trabajo. Cada lunes envía por correo un ejemplar de la Revista Personas, al domicilio de sus padres, que se sienten legítimamente orgullosos de ver estampado el nombre de su querido hijo al final de cada cuento o relato. Además de esas pesetas que le vienen muy bien para los gastos, se siente feliz porque está realizando aquello que verdaderamente le gusta y vitaliza. –

 

CUENTOS

PARA ANTES DE DORMIR

 

 

 

 

 

José L. Casado Toro

Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

Viernes 17 NOVIEMBRE 2023

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viernes, 10 de noviembre de 2023

DOS AMIGOS

En nuestro discurrir existencial suelen darse situaciones de difícil comprensión, derivadas de la peculiar naturaleza que afecta a los seres humanos. La vinculación entre dos amigos puede llegar a ser tan fraternalmente intensa, que su relación se asemeja a la que mantienen dos hermanos de sangre e incluso la supera en determinados casos y momentos. Con ese amigo íntimo se comparten todas las complicidades, se le pide cualquier tipo de consejo, antes de hacerlo incluso con los progenitores o familiares de diferente nivel o proximidad. Sin embargo, también suele ocurrir que esa profunda amistad “de toda la vida” se resquebraje, se rompa por causas muy diversas o incluso difíciles de entender. En este caso resulta extremadamente difícil arreglar o reparar esa muy dolorosa fractura, entre dos seres que hasta ese momento era como “uña y carne”. En este contexto se inserta el argumento de nuestra historia semanal.

La entrañable amistad entre SERGIO Celaya y MARCO Román se generó en los años de estudios universitarios. Generacionalmente ambos jóvenes eran coetáneos. Habían nacido en el año 1980, por lo que iniciaron el primer curso del grado de derecho en 1998, centenario de importantes hechos históricos y literarios para la nación española. En los primeros días de las clases, se sentaron juntos en las aulas que les correspondían, intercambiaron diversos comentarios propios de jóvenes que llegan a la universidad y fueron cimentando y sellando una hermosa amistad que los dos estudiantes pronto iban a considerar “indestructible”.

Sergio era hijo de un honrado dependiente de panadería y confitería, que con admirable esfuerzo (y la ayuda de una beca de la administración educativa) había logrado dar “buenos estudios” a sus dos hijos (varón y hembra). Don Simón, el panadero, se sentía el hombre más orgulloso del mundo al ver a su primogénito matriculado en la facultad de derecho, en el campus de Teatinos malacitano. Por su parte Marco era hijo del cuerpo de la Guardia Civil. Su padre estaba destinado a los servicios de vigilancia del puerto de Málaga. Este joven siempre había sentido “atracción” o vocación por el mundo jurídico, tal vez influido por su abuelo materno, que había llegado a ser notario en la importante localidad malagueña de Antequera. No tenía hermanos en su unidad familiar. En resumen, uno y otro amigo pertenecían, sociológicamente a dos familias de clase media, que residían en barrios señeros de la capital malagueña: Sergio vivía en la barriada de Ciudad Jardín, en la salida norte de la ciudad, mientras que Marco lo hacía en una barriada muy próxima a la de su amigo, el también popular barrio de Martiricos, los dos muy cerca del cauce del Guadalmedina, el “rio de la ciudad”.   

Los dos íntimos compañeros de clase estudiaban y preparaban sus ejercicios en los domicilios de uno u otro. Intercambiaban cordialmente los apuntes y era frecuente que merendasen y cenasen en el domicilio del respectivo amigo. También compartían el tiempo de ocio, realizando atractivos recorridos senderistas y asistiendo a sesiones de cine o a conciertos de música clásica, a la que ambos eran aficionados. Precisamente el destino quiso que se vincularan a dos jóvenes universitarias: MAYA, estudiaba magisterio, en la rama de educación especial, mientras que EUSEBIA, cursaba el grado de turismo. Ambos noviazgos se iniciaron durante la celebración de una fiesta de fin de curso, en junio del 2000 a la que asistieron los cuatro jóvenes. A partir de estas dos vinculaciones afectivas, las dos parejas compartían igualmente tanto el estudio como las actividades de ocio para la distracción. Salían al campo con cierta frecuencia durante los fines de semana. En la época del buen tiempo también disfrutaban desplazándose a las playas malacitana, Su gran afición a la gran pantalla les hacía pasar gozosas tardes de merienda y cine, mientras sus respectivas familias veían con natural comprensión la buena relación que unía a las dos parejas. 

Algunos compañeros de clase, con ganas de guasa y el propio “cachondeo” de los cuerpos juveniles, les habían adjudicado el “mote cariñoso” del “cuarteto de la música feliz”. A pesar de todo ello, las dos parejas trataban de evitar la separación con los demás compañeros de sus clase o vecindad, pues consideraban negativo encerrarse entre ellos cuatro, lo que perjudicaría la imprescindible y saludable socialización.

Sergio y Marco finalizaron sus estudios de grado en el año 2002. Uno y otro tenían un “estupendo” expediente académico, con calificaciones brillantes, para satisfacción de ellos mismos y sus respectivas familias. Podían presentar un buen “currículo” escolar a cualquier empresa que necesitaran licenciados o graduados en derecho. Ambos necesitaban y apetecían ponerse a trabajar lo antes posible.  Hicieron varios intentos para este fin, siempre de manera “mancomunada” y los dos amigos fueron pronto captados por una importante empresa de seguros multirriesgo, que detectaron con buen ojo esa fuerza y entusiasmo de una joven generación que podía ser muy útil a la entidad, SEGUROS UNIVERSAL, que operaba no sólo en Andalucía sino en las provincias más importantes del territorio español. La sede central se encontraba en la capital de Cataluña.  Sergio y Marco fueron destinados a la nueva filial inaugurada en Estepona, localidad de la costa occidental provincial, que en aquel momento permitía controlar toda la “milla de oro”, trabajando con gran entusiasmo y colaboración, obteniendo muy buenos resultados de importante clientela.

Con una diferencia de medio año, los dos amigos se unieron matrimonialmente con sus novias de “siempre”, Maya y Eusebia. Tomaron residencia, en régimen de alquiler, en dos urbanizaciones cercanas de la localidad esteponera. En realidad, las dos parejas semejaban como ser familiares. Cada sábado noche, preparaban una bien organizada cena, alternando en los domicilios respectivos. Tras los suculentos platos preparados, disfrutaban de alguna película bien seleccionada descargada de las plataformas cinematográficas a las que se habían asociado. También se entretenían practicando tradicionales juegos de mesa (parchís, la Oca, monopoly etc.). Cuando llegaban las vacaciones de Navidad, Semana Santa o veraniegas, los proyectos de viajes eran “negociados” de manera hermanada, para compartir las experiencias, ya fuese en espacio nevados, o emblemáticos por su belleza, como Galicia, San Sebastián o Cantabria, aunque también elegían ciudades tan significadas por su romanticismo, riqueza monumental e historia, como París, Roma, Atenas o Estambul. 

En el aspecto laboral, tanto Sergio como Marco eran diestros y aguerridos profesionales, para la captación de “carteras” suculentas que beneficiaban lógicamente a la entidad aseguradora. Cuando firmaban contratos muy “sustanciosos, eran compensados con interesantes incentivos, comisiones que iban sustentando esos ahorros que les permitían disfrutar gozosamente de la vida. Al ser matrimonios jóvenes, tanto Maya como Eusebia consideraron oportuno, acordando con sus respectivos maridos, postergar la llegada de los embarazos. Entendían que no era perentoria la maternidad en esa época tan sugerente y vitalista para el disfrute de sus prometedoras existencias.

La competitividad de los dos íntimos amigos era manifiesta y saludable, aunque ambos consideraban prioritario que la empresa estuviese satisfecha de los resultados al final de cada mensualidad. Precisamente la entidad estaba a punto de abrir una nueva sede en el corazón de la “milla aúrea”, la bella ciudad marbellí. Tanto Marco como Sergio percibían que, entre otros candidatos, los dos estaban en la lista de “propuestos” para optar al apetitoso y reconocido puesto de director de la oficina central de Marbella.

Sus caracteres personales no eran idénticos. Quizá por eso la complementación entre ambos había acrisolado tan intensa amistad. Sergio era de temperamento más sosegado y sereno para las respuestas en el día a día, mientras que Marco, por el contrario, era más nervioso e incluso “impetuoso”. En ocasiones tenía que dejarse aconsejar y “frenar” ante las convicciones y racionamientos de ese “hermano” amigo que el destino le había deparado. Por primera vez, en su admirable vinculación, el asunto de la dirección en Marbella puso a prueba su extraordinaria “complicidad”. Los superiores decidieron, tras analizarlo muy detenidamente, que Marco fuera el elegido para dirigir la nueva y muy importante sede marbellí.

Tras el lógico “impacto inicial, Sergio supo reaccionar con admirable entereza. Aceptó sin problema y grandeza personal la decisión de los jefes, que habían decidido en favor de su amigo. Incluso se prestó, a nivel laboral, a organizar la cena homenaje para su siempre amigo “del alma”, a la que asistieron prácticamente el resto de los compañeros de la zona. La grata velada tuvo lugar en una “elitista” y afamada sala de fiestas” en el entorno de Puerto Banús. Sin embargo, también tenía momentos reflexivos y de auto análisis, para ver en que había “fallado” para no ganar el codiciado puesto. Tenía la percepción de que su “gran hermano” se había sabido mover mejor entre las bambalinas del tejido empresarial. Por primera vez, sospechaba que la coordinación que ambos siempre habían mantenido no había funcionado en este episodio de competitividad laboral. Sospechaba, en las brumas de su intimidad, que tal vez no conocía bastante bien a esa persona tan vinculada a su vida.

Estas dudas y lógicas tribulaciones se incrementaron cuando una tarde fue a tomar el café de la merienda con un veterano compañero, Salomón, persona íntegra, valorada y apreciada por todos los trabajadores de la empresa. Entre sorbo y sorbo, este apacible compañero, curtido en mil y una batallas y ya cercano a su muy merecida jubilación, se le quedó mirando a sus ojos y le confió de forma escénicamente plena de sinceridad, algo sorprendente que en modo alguno podía imaginar:

“Compañero Sergio, siempre he admirado tu juventud y tu buen hacer. No he olvidado, nunca lo haré, tu generoso y admirable comportamiento en el duro mes, cuando operaron a mi mujer. Te prestaste a hacer horas extraordinarias, para compensar mis ausencias del trabajo ya que tenía que estar en el hospital. Y nunca me pediste nada cambio por esa generosa ayuda. En realidad, fuiste el único que sin pedírtelo me echaste esa mano que lo recordaré mientras viva. Te debo decir algo que sólo por mi veteranía (ya voy por los 63) y por el trato subsiguiente con toda clase de personas, puedo trasmitirte. Y no creo que me esté equivocando. Ten cuidado, mucho cuidado, con tu amigo íntimo Marco. Quizá tenga méritos suficientes para ese puesto de director en Marbella. Pero, con toda honradez, afirmo que no te supera en currículum y capacidad. Sólo pretendo que este consejo te sea útil y que no te hagan sufrir la “ruindades de la vida”. No lo mereces. Seguro que estarás pensando en qué datos me baso. En los datos de una larga vida de luchas, zancadillas y malas artes por esos egos que nos degradan y envilecen”.

Las serenas palabras del compañero Salomón, una buena persona, en todos los órdenes, lastimosamente “baqueteado” por la enfermedad de su mujer, le dejaron muy pensativo. Sólo acertó a responder con una cariñosa frase: “Gracias amigo. Sé que me aprecias”.

Con el nuevo y espectacular puesto de Marco, los dos amigos/hermanos, como ellos proclamaban, se esforzaron en que no perjudicara su tradicional relación, con 15 años ya de ejemplar “antigüedad” Pero su relación se fue “enfriando” y su comunicación fue entrando en fase de declive. Desde luego que las cenas de fines de semana continuaron, aunque bastante más espaciadas. Por primera vez, las vacaciones no fueron ya planificadas entre los cuatro, aduciendo uno y otro amigo nimias justificaciones. Desde luego que, de cara a la galería, aclaraban acerca de ese supuesto distanciamiento: “es todo consecuencia de la tensión del trabajo”.

Y así fueron pasando los meses y los días.

Una tarde otoñal, Sergio llamó a su mujer Maya, para comentarle que esa noche llegaría tarde a casa. “No me esperes para la cena”. Se le habían presentado unos clientes suecos que deseaban asegurar unas propiedades en el litoral de Manilva, zona de Las Gaviotas. También deseaban consejo acerca de unas inversiones a realizar en los Altos de Cabo Pino/Elviria. Por lo tanto, se vería obligado ir a cenar con esos acaudalados inversores.  La noche prometía ser “larga”. Pero sobre las 20 h, los suecos se excusaron, por imprevistos que afectaban a los dos más importantes capitalistas. Aplazaron, de común acuerdo, cuatro días la reunión/cena que deseaban mantener. Era un frio viernes, en noviembre. Tras una semana muy ajetreada, Sergio se sintió feliz de poder cenar tranquilamente con su mujer, como gustaba hacer cada noche. Pero no le comunicó el cambio de planes. Prefería darle una simpática sorpresa. Cuando dejó las oficinas, pasó por la Confitería/panadería La Canasta, comprando unos hojaldres rellenos de cabello de ángel, pasteles que gustaban mucho a Maya.

Al llegar a su urbanización, aparcó el coche. Le extrañó un tanto ver el vehículo de Marco, también aparcado en las inmediaciones. Subió a casa y al entrar encontró a su mujer y a su amigo que ya estaban cenando. La súbita presencia de Sergio provocó en los dos comensales una situación harto nerviosa, por lo inesperado de la “aparición”. Maya trató de controlar la incómoda situación indicando que Eusebia había ido a visitar a su madre, que residía en Fuengirola, por lo que había decidido invitar al “amigo” Marco a cenar, para que no estuviera solo en casa, al igual que ella por el asunto de los suecos. Sergio los miraba, un tanto aturdido y presa de un patente desconcierto, aunque trataba de no “perder” los papeles. En su aturdimiento, apenas escuchaba las palabras de Marco que no cesaba de repetir “Amigo Sergio, no es lo que puedes estar pensando. No ha pasado nada. Únete a nosotros y compartamos la cena con fraternal hermandad”.

Viendo como la tensión ambiental se incrementaba, el director de la sucursal marbellí decidió abandonar la vivienda. “Es lo mejor. Mañana estarás más tranquilo y podremos hablar como siempre lo hemos hecho”. Aquella noche, serían las doce, más o menos, Sergio, inusualmente presa de los nervios, marcó el número de su amigo y compañero: “Desde hoy no quiero saber nada de ti. Nuestra relación se limitará a campos estrictamente profesionales”. La respuesta de Marco tampoco arregló en mucho la patente ruptura entre ambos. “Me estás ofendiendo y equivocando gravemente. Pero acepto tu drástica decisión. Consideraba que eras mucho más reflexivo que yo. Pensaba que nos conocíamos mejor”.

Desde aquel infausto día de noviembre, la ruptura entre los dos inseparables amigos, desde hacía casi dos décadas, fue definitiva. Y las hojas del almanaque fueron avanzando, a ritmo matemático. Marco pidió destino en Madrid, tras su separación con Eusebia. Sergio y Maya supieron, con inteligencia y buena voluntad, reconducir su relación, tratando de olvidar aquel “confuso” episodio. Desde luego la preciosa historia, de los dos amigos unidos en la intimidad, había finalizado de una forma brusca, absurda y con falta absoluta de intercambio de razones y palabras.

CASI TRES AÑOS DESPUÉS, también en esos meses violáceos del otoño estacional, Sergio recibió un mensaje, precisamente de la persona que menos esperaba. El remitente era Marco.

“Buenas noches, Sergio. Entiendo que este correo pueda provocar tu extrañeza e incluso tu incomodidad. Han transcurrido muchos meses, desde que nuestra vital amistad quedó rota, situación que al menos yo no he superado. Quiero, necesito, hablar contigo. Debo explicarte, aportante datos que no conoces y que te harían cambiar con respecto a la intransigencia que sigues manteniendo. Estaré en Málaga este viernes próximo. Te estaré esperando, en el hall del hotel Málaga Palacio, sobre las 21 h. Si decides asistir serás participe de una información que quizá te haga replantear nuestra desafortunada relación actual. No faltes”.

Sergio no pudo apenas conciliar el sueño aquella noche de lunes. Pensaba que Marco había desaparecido de su vida y ahora de nuevo aparecía. Precisamente en un grato momento en que su relación con Maya iba “viento en popa”, sobre todo después que ella le confirmara de que estaba embarazada. Sin embargo y tras mucho pensarlo, decidió acudir a esa extraña propuesta de cita que Marco le había hecho. Sin embargo, para su sorpresa, su antiguo amigo no apareció. Tampoco dio señales durante el fin de semana.

El lunes, cuando acudió a su oficina, se encontró con un cierto “alboroto”. Los compañeros hablaban entre sí, con un patente estado de excitación. “¿Qué ocurre, Salomón?”. Entonces el veterano    compañero le puso la mano sobre el hombro, manteniendo un gesto muy serio. “Un terrible accidente de coche. Marco conducía desde Madrid y a la altura de Puertollano un tráiler perdió los frenos, invadió la calzada contraria y se llevó por delante el coche y la vida del compañero”.  

Sergio Celaya ya no podría conocer aquello tan importante que su antiguo amigo quería transmitirle. Cuando le dio la triste noticia a su mujer, Maya bajó la mirada diciendo “lo mejor, cariño, es olvidar ese tiempo pasado. Vivamos felices a la espera de esa hija que viene a nuestras vidas”.

En la privacidad de su pensamiento, Maya era consciente de su principal y desleal protagonismo, en la “infiel” relación que había mantenido, durante unos meses, con Marco. Todo había ocurrido en una mala época, de inseguridad en sus propias necesitades. Fue su propio ego y descontrol sexual quien la condujo a esas acciones que acabaron rompiendo con brusquedad una amistad entre dos amigos, vinculación acrisolada en años. Pero ese su secreto lo iba a mantener en lo más privado de su conciencia. Sergio nunca llegaría a conocer el verdadero iceberg de aquella desagradable noche, en la que los suecos cambiaron la fecha de la reunión que con él pensaban mantener. –

 

 

DOS AMIGOS

 

 

 

 

 

José L. Casado Toro

Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

Viernes 10 NOVIEMBRE 2023

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viernes, 3 de noviembre de 2023

UNA ATRACTIVA MECEDORA EN EL DESVÁN.


En los momentos más duros y complicados, que afectan a las vidas de las personas, siempre hay “luces”, más o menos insospechadas, que iluminan ese camino que el destino y nuestra voluntad nos hace recorrer, añadiendo datos y semblanzas a los datos de nuestra memoria. En ocasiones, lo más insignificante puede resultar decisivo, mientras que los lustrosos “oropeles” pueden derrumbarse ante los fundamentos inestables de la realidad. Acerquémonos con interés a la historia de una persona humilde, en el contexto de una modesta y honrada familia.

ROSENDO Baltanás Galicia había trabajado durante una parte importante de su vida, como un responsable dependiente en la consolidada tienda ULTRAMARINOS ARÁEZ, comercio de productos alimenticios, ubicada en pleno centro de la capital malagueña, en el entorno urbano de la Plaza de Félix Sáenz y el Mercado Central de Atarazanas. Nacido en 1955, entró en el popular establecimiento como aprendiz, cuando estaba a punto de cumplir los dieciséis años. Con la fuerza de su juventud, se hizo pronto con el oficio, de manera que echó “raíces” en el negocio, durante la friolera de treinta y cuatro años. En 1977 contrajo matrimonio con CASILDA Revuelta Martos, esa novia, tres años menor, a la que en mucho apreciaba y a la que había conocido en un “guateque” de juventud dominguera. La chica trabajaba como camarera de mesa en un restaurante de comidas caseras y modestas, precisamente en el entorno del principal mercado municipal de la ciudad. Tres años después del enlace matrimonial, tuvieron una niña a la que pusieron el nombre de BENIGNA en la pila bautismal. Siempre han vivido alquilados en un piso antiguo, de no abundantes comodidades, en la zona de la Plaza de Montaño, con esa ventaja visual que supone contemplar desde su balcón familiar la torre de la Iglesia de san Felipe Neri, todo ello muy cerca del tradicional Instituto femenino Vicente Espinel. Básicamente, una sencilla y ejemplar familia, sustentada en el trabajo responsable y continuo de ambos progenitores y el cariño sincero desarrollado entre susd tres miembros integrantes.

Como tantas veces ocurre, en las grandes y pequeñas empresas, la crisis económica siempre está “a la vuelta de la esquina”. En este caso concreto, la evolución de las prácticas comerciales se “comen” a las antiguas o tradicionales tiendas de propietarios individuales, que no saben o pueden evolucionar. Las grandes cadenas comerciales, multinacionales o de ámbito estatal, gozan de un gran poder financiero y aplican una densa red de logística, contra la que es muy complicado competir, como no sea desarrollando una muy cualificada especialización. Y precisamente la tienda en la que durante más de tres décadas había trabajado Rosendo intentó centrar su fuerza mercantil en la calidad de los productos que ofertaba a su clientela. Pero siempre con esa diversificación, que mejor dominaban las grandes cadenas mercantiles de la alimentación. Y el publico comprador, acaba desplazándose al centro comercial para realizar sus grandes compras, con ese régimen de autoservicio que tanto agrada al comprador y viene tan bien al propietario del Hipermercado a fin de disminuir costes laborales. Y esta pequeña tienda vio como de manera paulatina iba perdiendo clientela. Y detrás del mostrador estaban hasta tres mancebos o dependientes e incluso alguno de los dos hermanos propietarios, Serafín y Abelardo. Rentabilizar cinco sueldos mensuales se hacía cada vez más inviable. La contabilidad no llegaba para afrontar los gastos de salarios, impuestos, electricidad, agua, seguros etc. Los números “rojos” se iban haciendo cada vez más pesados, para la viabilidad empresarial. Y comenzaron los desagradables e inevitables despidos. En pocos meses ya solo quedaba Rosendo, que también veía peligrar su puesto de trabajo.

A todo ello se unían los “cantos de sirena” de poderosas instituciones bancarias o cadenas de comida rápida, que centraron sus ojos en la buena o “inmejorable” ubicación que tenía esta “tienda antigua” de ultramarinos, local propiedad de la familia Aráez, que sumaba 205 metros cuadrados de superficie útil, con el cómodo espacio para la atención al público y un amplio almacén en la trastienda en donde guardar las mercancías. Las tentadoras ofertas para el traspaso, venta o alquiler no les cesaban de llegar a estos dos hermanos, actuales propietarios, herederos del fundador del negocio don Marcelo Aráez.

Ya en la Navidad del 2005, Rosendo tuvo que afrontar la muy amarga experiencia del despido, que con paciencia e intranquilidad veía venir, pues la empresa en la que había trabajado durante 34 años “echaba el cierre” definitivo. Ultramarinos Aráez ya no abrió para el Año Nuevo. En la actualidad es un Burger de “fast food”: comida rápida, para una clientela juvenil aficionada a este peculiar tipo de alimentación. Pero lo más grave es que la sencilla y humilde familia Baltanás Revuelta se encontraba en paro laboral. El marido, con 50 años y su mujer, con 46, tenían que organizar de nuevo su existencia. Casilda, además de atender a las tareas del hogar, ayudaba en lo que podía, aunque ya por su edad sólo era llamada en momentos muy puntuales para hacer sustituciones en la cocina del restaurante de comidas baratas en donde siempre había colaborado con su esfuerzo. Pera el servicio de mesa, los propietarios preferían a personas más jóvenes (a los que se les pagaba un menor sueldo y ampliaban las horas de trabajo no retribuidas).

Rosendo pensaba que, durante el año del seguro de desempleo que le correspondía por su antigüedad en la cotización, podría encontrar fácilmente otro puesto de dependiente o similar, dada su amplia experiencia en el comercio de alimentación que acumulaba. Pero, aunque lo intentó con la mayor constancia, desde el primer el momento en que “se encontró en la calle”, la edad, ese medio siglo de vida, era un pesado o duro condicionante, absurdo, por supuesto, para muchos empresarios que siempre deseaban u optaban por personas mucho más jóvenes, para entregarles esa anhelada plaza laboral que demandaban. Pagaban menos salario y disponían de personas con más fuerza para ser “explotadas” en sus obligaciones a cumplir.

En realidad, Rosendo y Casilda no tenían excesivos gastos para sus modestas necesidades. Su única hija, Benigna, ya se había independizado, pues había matrimoniado con un panadero que trabaja en una tahona de Casabermeja, de donde era natural. Pero los ahorros se iban reduciendo. Y los “noes” que recibía en las visitas a las tiendas y almacenes, era la tónica habitual de un competitivo mercado, siempre “más abierto” para las personas con menos edad. Los meses del desempleo iban corriendo, como las hojas del almanaque. Cada vez tenían que “apretarse más el cinturón”. Pero, aparte la liquidez económica, para Rosendo era incluso más lesivo ese “inmenso” tiempo libre, que le resultaba tantas veces difícil de llenar. El aburrimiento y la desilusión por la situación novedosa en que se encontraba minaba bastante el ánimo de este infeliz ciudadano, inmerso en los aciagos momentos de las “vacas flacas”. Y así iban pasando los meses y los días, que se tornaban repetitivos y rutinarios. Cada una de las fechas del almanaque se parecía a la de “ayer” y preveía que iba a ser igual que la de “mañana”. Era desalentador recibir tantos “nones”, con palabras más o menos agradables o ásperas, en los centros de trabajo a los acudía.

Y entonces, en un afortunado día, ocurrió ese milagro que sólo los dioses pueden promover, para la providencia de unos creyentes a los que cada día les costaba más caminar por la dura senda existencial. El tendero Rosendo Baltanás, desde su ya lejana juventud, había tenido notable afición y admirable destreza para reparar objetos “estropeados” o aquellos otros que necesitaban embellecer su exterior y contenido. En definitiva, aquellos utensilios o piezas de uso y decoración que, con el tiempo, habían perdido el lustre de la belleza. La principal consecuencia de esta afición por “meterle mano” a las cosas estropeadas derivaba en ser ese “manitas” tan necesario para arreglar los enchufes, para reparar los electrodomésticos con pequeñas averías, arreglar esa persiana que no baja o sube correctamente o para poner en servicio esa puerta o cerradura que no cumple eficazmente con su misión.  Estas habilidades las había siempre considerado como una muy útil afición y entretenimiento, que solo podía llevar a cabo durante los fines de semana, porque durante el resto de los días llegaba a casa muy cansado de su trabajo detrás del mostrador atendiendo a los clientes, algunos bien “quisquillosos”. ¡Quién le iba a decir que esa habilidad para el pequeño bricolaje le iba a resultar trascendental en esta etapa de nublados amargos, tras su doloroso despido en su tienda de toda la vida!

Como cada mañana tenía por costumbre, se “echó” a la calle, para ver cómo podía ir llenando el día de distracciones. Aburrido de tantos “nones”, ya casi ni intentaba preguntar en los comercios al uso si tenían algún hueco como dependiente.  Sólo entraba a preguntar cuando veía algún anuncio u oferta del SE NECESITA en el escaparate.

Caminaba desde su domicilio en Plaza de Montaño hacia la plaza de la Merced, cuando al pasar por calle Dos Aceras observó, junto a los contenedores de residuos, algunos objetos allí dejados en el suelo, elementos que no se podían introducir, debido a su gran volumen, por la reducida oquedad de los contenedores. Entre los diversos objetos, allí abandonados (parecía que habían vaciado algún piso, para reformar, alquilar o vender) fijó su visión en un artístico mueble que le traía muy buenos y entrañables recuerdos. Se trataba de una vieja y deteriorada MECEDORA, mueble que era utilizado de manera preferente para el balanceo de personas mayores, como los abuelos o incluso los bisabuelos, en las familias que gozasen con su cariñosa existencia.

El tradicional y deteriorado mueble era de madera barnizada beige, aunque por su estado actual daba “verdadera pena”, pues estaba rayado en muchas de sus partes. Tenía uno de sus posas brazos partido y astillado, el color casi perdido por la suciedad y el abandono. El asiento había sido de anea entrelazada, aunque en la actualidad solo mantenía unas tiras desordenadas. El atento paseante se quedó unos minutos observando la mecedora y tras pensarlo adoptó una valiente decisión: la tomó en sus brazos y con el mayor esfuerzo se encaminó con ella de vuelta a su domicilio del que no lo separaba gran distancia, apenas unos 200 m. Ya en su casa, se dispuso a limpiarla del polvo y del barro que tenía pegado. Y así cada día, con su caja de herramientas y un bote de barniz beige que había comprado en una tienda de pinturas comenzó a repararla, lijándola y dejándola prácticamente como nueva. Lo más laborioso fue arreglar el brazo roto y astillado. Con laboriosidad lo fue encastrando, pegando con cola de carpintero y las astillas perdidas las fue disimulando con una buena pasta de madera. En cuanto al asiento, compró un fardo de anea y con gran habilidad fue tejiendo y entrelazando las diferentes tiras, tal como veía laborar a los silleros en las aceras y puertas de las casas, en su lejana infancia. Desde luego, nadie podría negar que la mecedora había quedado hecha una preciosidad. El artesano y minucioso trabajo le había ocupado al diestro tendero casi un par de semanas.

Su piso era pequeño para conservarla. Entonces se le ocurrió una inteligente idea. En sus paseos urbanos matinales y vespertinos había visto algunas tiendas de antigüedades, especialmente una en calle Andrés Pérez, que comunicaba la Plaza de los Mártires con calle Carretería. La tienda ofertada desde su escaparate una serie de elegantes y vistosos objetos artísticos, con un diseño en la mayoría de los mismos que hablaban de otras épocas pretéritas. La “señorial” tienda de antigüedades tenía por nombre EL DESVÁN. Se desplazó hacia ese comercio y habló con su propietario, don LADISLAO ALARA persona de gran porte y cuidadosos modales expresivos. Le explicó que tenía una mecedora antigua en casa, prácticamente como nueva ¡Le puede interesar? La respuesta del comerciante fue inmediata. “Deme su dirección que esta misma tarde paso por su domicilio para verla. Precisamente he tenido clientes que me han preguntado por esas cómodas y antiguas mecedoras que en los tiempos actuales es infrecuente encontrarlas en las tiendas de muebles. ¿Le parece bien a las cuatro y media? ya sabe que mi comercio lo abro a las 17 horas”.

Cuando esa misma tarde don Ladislao vio la mecedora, sus ojos se tornaron con un especial brillo, dado el interés que mostraba por el bien restaurado mueble. La veía tan clásica, tan nueva, tan grata para el cierpo, que de inmediato pronunció esa deseada frase de “me la quedo. ¿Cuánto pide por ella? Ya apenas se fabrican, por lo que va a tener una fácil salida, con una estupenda venta en su precio. Por cierto, ¿me puede resumir la historia de este muy útil mueble? ¿Perteneció a algún familiar?

Entonces Rosendo se prestó a narrarle a don Ladislao la historia de su inesperado encuentro con la mecedora, abandonada en un montón de residuos. El anticuario quedó manifiestamente asombrado y maravillado de la voluntad y capacidad artesanal de su interlocutor.

“Le propongo lo siguiente, amigo Rosendo. La sitúo en un lugar preferente de la tienda, por lo que me la va a dejar en depósito. En cuanto haya alguna persona interesada, voy a intentar sacarle un estupendo precio, del que yo sólo me quedaré con el 25v%. El resto de la cantidad que pague el cliente será para su propietario, Vd. don Rosendo”.

No habían pasado 72 horas, cuando la bella mecedora fue comprada por unos “muy acomodados” jubilados ingleses, naturales de Birmingham, que eran propietarios de un lujoso chalet en la Urbanización Floridamar, situada a un par de km de Puerto Banús, en Marbella. La experiencia comercial del anticuario Alara dio sus frutos: los británicos pagaron por la bien restaurada mecedora 1200 euros, de los que 9oo fueron a parar al bolsillo del ex tendero Rosendo.  En realidad, Ladislao aumentó la cantidad inicial acordada en 100 euros más, tras sentar un acuerdo laboral con Rosendo.

“No vamos a firmar contrato alguno, pero Vd. Rosendo va a colaborar con mi negocio, desde la semana próxima. Se va a encargar de reparar y restaurar una serie de objetos artísticos, de cierto valor, que tengo almacenados en un gran trastero de mi propiedad, ubicado en el Polígono de Guadalhorce. Son materiales de notable importancia y que pueden tener una fácil e interesante salida al mercado, de manera especial para compradores con un elevado poder adquisitivo, siempre que sus hábiles y pacientes manos sepan limpiarlos, repararlos y completar algunos elementos que lamentablemente se han perdido, por lo que ahora no pueden sacarse al mercado para su venta. La gran mayoría son objetos y “muebles de época”: sillas y mesas de diferentes estilos y países; esculturas de madera tallada y policromada, laicas y religiosas; relojes antiguos de diferentes formatos y mecanismo; preciosas lámparas de cristalería fina, con fallos en los engarces de muchas de sus piezas; butacas, paragüeros, puertas nobles, joyeros antiguos, verdaderas piezas suntuarias, escritorios, juegos de té, marcos espléndidos para realzar las pinturas que se les aplicasen…

Para esta labor le facilito una habitación taller que tengo en la trastienda de este gran local, además de un amplio instrumental de herramientas, que podemos ir aumentando cuando lo estime necesario.

En cuanto al sueldo mensual, le puedo pagar 800 euros mensuales, por un trabajo de cinco horas diarias, de nueve a las catorce horas, entre lunes y viernes. Creo que es Vd una persona honrada y muy cualificada para esta función que le ruego asuma. Con respecto a las piezas que restaure y yo pueda negociarlas en el mercado, recibirá el 25 % del precio en el que sean vendidas. Estará de acuerdo conmigo en que la oferta que le hago es difícil de rechazar”.

De esta forma, tan curiosa e inesperada, Rosendo ya tiene un empleo, verdaderamente creativo y con los incentivos materiales y anímicos de trabajar en lo que le gusta. El dinero era necesario para afrontar el necesario sustento, pero lo importante era el volver a sentirse útil, cumpliendo diariamente un horario para reconstruir y reparar esas piezas antiguas que son muy valoradas por las personas de alto poder adquisitivo. También gozaba con la inteligente forma de ser del propietario del establecimiento, pues don Ladislao le dejaba el necesario “oxígeno” a fin de que no se sintiera continuamente condicionado u observado. Rosendo el “restaurador”, persona autodidacta, tenía que hacer su labor con el necesario sosiego. ¿Quién le iba a decir a este tradicional tendero de ultramarinos que, por los avatares caprichosos de la vida, iba a reencontrar la senda laboral por el camino de la restauración artística?

La gran y hermosa enseñanza de esta historia es que en la vida hay que saber aprovechar, también, esas habilidades ocultas que, de una u otra forma, todos atesoramos. En el momento más insospechado, pueden ser extremadamente eficaces para encender las luces brillantes y alegres de la esperanza.  -

 

 

UNA ATRACTIVA MECEDORA

EN EL DESVÁN

 

 

 

 

 

José L. Casado Toro

Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

Viernes 03 NOVIEMBRE 2023

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