viernes, 30 de mayo de 2014

CITA ILUSIONADA, EN UN ROMÁNTICO MOTEL DE LA SIERRA.


Héctor se sentía muy interesado y divertido con esa curiosa amistad que, a través de Internet, estaba manteniendo, desde hacía ya unas tres semanas. En general, solía recelar de estos contactos on-line que, en tantas ocasiones, finalizan en dolorosos fiascos. Pero los complicados avatares que había tenido que afrontar, durante los dos últimos años en su vida, le habían llevado a tener que superar determinados escrúpulos o maneras de pensar acerca de los riesgos que pueden conllevar estos vínculos amistosos.

Todo había comenzado en unos de esos portales o entradas que existen en la red para establecer contactos. Lo que en un principio era un simple ejercicio de divertimento, se fue convirtiendo, de manera natural y progresiva, en una interesante proximidad entre dos personas que necesitaban, básicamente, hablar y escuchar. Parecen dos verbos muy fáciles de aplicar en cualquier espacio o tiempo pero…. no, no es tan simple ese ejercicio de mantener una buena comunicación. Y, sobre todo, conseguir que ésta posea un básico nivel de credibilidad. Héctor y Mara fueron estableciendo parcelas de proximidad, a través de las palabras, durante esas horas que la noche permite, restándolas al tiempo para el descanso orgánico que, necesariamente, el cuerpo demanda. Pero, uno y otro, lo hacían con ilusión y constancia. Era como ir descubriendo y compartiendo dos mundos desconocidos, entre ambos, que compensaran o gratificaran la penosa soledad individual que habían de afrontar en las circunstancias de sus respectivas existencias.

Héctor ejerce como técnico informático en una agencia de publicidad que opera, fundamentalmente, en el marco territorial andaluz. Hace dos años que enviudó, a causa de un inesperado, y desgraciado, accidente en carretera, sufrido por la que era su compañera sentimental. Es padre de una cría de cuatro años que, desde ese brutal siniestro en sus vidas, es atendida fundamentalmente, con esmero y dedicación, por su única hermana, casada y madre también de un niño dos años mayor que la pequeña Estrella. En el marco de la intimidad, no es mucho lo que conoce de Mara. Al margen de comentarios sobre temas muy diversos, en lo personal sólo le ha confiado que es madre soltera de un niño que ha comenzado a cursar la Educación Secundaria. Han intercambiado una foto de sus respectivas personas y, a través de esa única imagen, ha calculado que su amiga internauta debe tener poco más de la treintena. Percibe que esta mujer es algo mayor que él, aunque ella ha sido cuidadosamente reservada en ampliar datos especialmente personales. Sólo que trabaja en unos grandes almacenes, ejerciendo como vendedora de ropa en la planta textil aunque, a veces, también lo hace en otros departamentos. 
  
Hoy, después de un recorrido puntualmente diario por el correo de cada noche (a veces, algunos más, aprovechando la posibilidad temporal del fin de semana) han decidido aprovechar ese puente laboral que articula este año el Día de Andalucía, para conocerse de una manera más directa. A este fin han acordado citarse en un punto, más o menos intermedio, entre las ciudades donde ambos residen. Ella viajará desde Sevilla, mientras que él lo hará desde Málaga. Héctor ha gestionado la reserva de un motel en una zona residencial de la serranía rondeña, cuyos atractivos a través de Internet han sido muy convincentes para pasar juntos ese par de días que faciliten el mejor conocimiento recíproco.

En este final del invierno, el tiempo meteorológico no ha sido cómplice generoso para lustrar los días de la cita. La temperatura se halla estancada en niveles bastante bajos, lo que provoca la percepción de un frío poco agradable. Además los chubascos, intermitentes en su desarrollo, humedecen un ambiente que se hace especialmente gélido cuando la tarde adormece. A pesar de esos escasos incentivos atmosféricos, en la mañana del viernes, Héctor ha emprendido el recorrido de esos kilómetros que le separan del punto de encuentro con su amiga internauta.  Piensa que, a pesar de la eficacia generada por la comunicación electrónica, el trato directo es el recurso más adecuado para ir conociendo, en lo posible, a una persona en la que ha centrado muchas expectativas. “Es toda una aventura por descubrir” se va repitiendo, mientras una música placentera le acompaña en la conducción. Hoy es día de fiesta, en la comunidad autónoma, por lo que el tráfico no está densificado a estas horas de la mañana. Una fina lluvia le acompaña en ese recorrido que su Toyota va “devorando” camino de la monumental y bella ciudad del Tajo. 
En un día tan desapacible pera el cuerpo, las instalaciones del motel están  poco ocupadas. En la oficina de recepción le informan que sólo hay tres casitas con visitantes. Se esperaba mucho más para este “puente” pero el tiempo no ha colaborado. Se le ha adjudicado aquella que ostenta el número 9, en el sector B, hecho que agradece pues tiene una excelente orientación a un valle todo teñido de verde por la vegetación exuberante que lo adorna. La húmeda neblina, que domina la atmósfera, impide gozar mejor de un paraje sin duda encantador para el disfrute de la naturaleza. Ordena rápidamente el contenido de su equipaje, disponiéndose a esperar le llegada de Mara. Todo ello le sume en un estado de grato nerviosismo.

La casita, construida básicamente en madera de roble, se articula en un acogedor salón presidido por una chimenea rellena de leños para la ignición. Hay un dormitorio espacioso, provisto de una calefacción eléctrica, y otro aposento de espacio más reducido con un par de camas en litera. La cocina está bien diseñada, aunque hay un servicio de restaurante en el núcleo de recepción. El cuarto de baño se halla provisto de todos los elementos necesarios y además hay un aseo, junto al pequeño hall de la entrada. Todo ello muy rural y con ese aire de albergue de montaña tan encantador o apetecible, para aquellos que huyen por unos días de tanto cemento y asfalto como predomina en lo urbano. Destacan los tonos color madera y en cuanto a la tapicería, dominan el rojo, el azul y el anaranjado.

Prácticamente son ya más de las dos en la tarde. Es la hora de echar algo de alimento al cuerpo. Héctor entiende que ha de esperar un poco más, pues Mara ha debido tener algún contratiempo en su desplazamiento a la cita. Ya, cerca de las tres, y ante la espera frustrada, decide pasarse por el restaurante, donde toma un guiso exquisito de lentejas, acompañado de una ensalada con un trocito de merluza a la plancha. Vuelve a su casita comprobando, una y otra vez, el reloj. Algo le ha debido ocurrir a esta mujer”. Pero no tiene su número telefónico. Desde un principio ella rehusó facilitarlo, con firmeza, sin darle más explicación. Sólo aceptó la comunicación mediante e-mail, decisión que él no quiso o evitó discutir.

Las horas en la tarde fueron pasando aburridamente, hasta la llegada de una noche extremadamente desangelada y con lluvia. Vio un poco de televisión y trabajó con su portátil. Aunque la señal del wifi era algo baja, soportando una lenta navegación, puso sendos e-mails a su amiga, preguntándole si había tenido alguna dificultad para el desplazamiento. Cerca de las nueve, se acercó bien abrigado hasta el restaurante donde cenó algo caliente, en un espacio bien acondicionado donde él era el único comensal. Con una taza de té, como único acompañante, estuvo sentado un buen rato junto a los leños ardientes del hogar que ofrecían un grato calor, olor y colorido a ese comedor tan vacío donde él meditaba una y otra vez. ¿Qué le habría podido pasar a su compañera de estancia? Las luces anaranjadas y somnolientas, que mostraban la ubicación del motel, con su ritmo intermitente y cansino, daban un aire triste y a la vez inquietante a este alejado paraje encastrado en la sierra. Muy aficionado al cine, no pudo por menos que recordar la trama argumental de la inolvidable Psicosis, ambientada en el inquietante Motel de Norman Bates. 

A la mañana siguiente, comprobó que seguían sin respuesta los correos enviados la noche anterior. Tras el desayuno, dedicó toda la mañana a trabajar algunos asunto pendientes, vinculados a su empresa. El tiempo seguía metido en agua y frío, por lo que no apetecía hacer el previsto senderismo por los vericuetos densificados de un arbolado, sin duda, precioso, pero recorridos con mejor temperatura. Antes del almuerzo, puso un nuevo correo a Mara, por si hubiera existido alguna dificultad para la recepción de los enviados la noche anterior. Viendo que la situación atmosférica no tenía visos de cambiar, tras descansar unos minutos después de comer, tomó la decisión de abonar su factura y de emprender el regreso a Málaga, antes de que la noche incomodara aún más la conducción, con el precario estado anímico que soportaba.

A eso de las 8 del sábado, Héctor llegó a su domicilio. Dejó su corto equipaje y se fue, rápidamente, a casa de su hermana Guada, a fin de estar un buen rato junto a su hija Estrella. Más tarde de las once, ya en su casa (relativamente cercana a la de su hermana) le seguía dando vueltas a este ilusionado y frustrado finde para la amistad. En días sucesivos envió no menos que unos cinco correos a Mara, sin obtener respuesta alguna. Se sentía intranquilo y a vez desanimado ante una situación difícil de comprender. Sobre todo le preocupaba que su amiga pudiera estar sufriendo algún problema de salud. Pero, aparte de la comunicación electrónica, vía e-mail, no hallaba otro recurso, debido a la recia voluntad que desde un principio estableció su amiga internauta.

Ya en la noche del miércoles, ideó una nueva vía para tratar de aclarar algo de ese silencio que le aturdía. Localizó un teléfono del portal de Internet para esos encuentros y, tras numerosos intentos, estableció comunicación con una persona que se identificó como miembro de la atención al cliente. Su nombre era Allan y se expresaba únicamente en inglés. Con mucha dificultad (el nivel de Héctor en este idioma no es muy bueno) pudo expresar su interés acerca de la persona con la que había contactado gracias a la página on-line de encuentros. Su interlocutor le solicitó unos datos y le comunicó que recibiría una explicación en castellano acerca de la consulta.

Exactamente 12 días después, Héctor recibió este texto. La transcripción que se ofrece de su contenido no es totalmente literal:

“Estimado Sr. Nos complace transmitirle esta comunicación acerca de la relación que ha mantenido con “Mara”. Debemos aclararle que este nombre realmente no corresponde a una persona física. Está programado por un sistema operativo que, en la actualidad se halla en proceso de estudio y desarrollo. Dentro del portal de Encuentros, se eligieron a diez participantes, mediante un riguroso sorteo, a fin de avanzar en esta innovadora y sofisticada experiencia. Para su total tranquilidad, le reiteramos que esta persona es una recreación de inteligencia artificial. Le rogamos disculpas por las molestias y preocupaciones que su vinculación a la misma le haya reportado. Le agradecemos profundamente la tipología de sus reacciones y seguimientos, datos que nos serán especialmente útiles, junto a los de otros participantes, a fin de seguir programando y mejorando esta vía de inteligencia y sentimiento artificial. Como compensación, le enviaremos a su domicilio un interesante archivo digital de programación para la salud. Atte. Allan”.

Héctor denunció ante la vía judicial todos estos hechos, pero el caso está estancado (no existe aún base legal suficiente). Permanece en aburrido letargo, desde hace meses, en la fase de diligencias previas.-


José L. Casado Toro (viernes, 30 mayo, 2014)
Profesor
jlcasadot@yahoo.es

jueves, 22 de mayo de 2014

EL VALOR EXPLICATIVO DE LAS PALABRAS FUGACES.



En no pocas ocasiones, su significado suele ser incluso más importante que el propio mensaje explícito. Me refiero a esas palabras que no se transmiten en el diálogo, esas ideas que no se expresan en el texto o esos sentimientos que no se exteriorizan en la relación pero…. que están ahí, con toda su patente potencialidad. Hablamos y hablamos, sin embargo no decimos todo lo que pensamos. ¿Por qué actuamos así? Esa actitud tal vez sea debida a un exceso de prudencia, a la falta de generosidad para con la verdad o a ese temor que nos invade, ante las consecuencias que pudiera tener la sinceridad en el contenido de nuestra comunicación. Naturalmente, ello lastra y perjudica la falta de credibilidad en aquel que nos atiende, la rutina vacía de tantas conversaciones que podamos establecer, e incluso el sopor o el aburrimiento que produce en los demás todo o una parte importante de lo que manifestamos. Y son muchas, verdaderamente importantes, esas palabras que aún estando…. no son manifestadas.
 
Gonzalo y Luisa, antiguos compañeros de facultad, hacía largo tiempo que no compartían un buen rato para la charla. En su etapa reglada para el estudio, muchos de sus amigos en el aula llegaron a considerar la previsible vinculación afectiva de ambos. Compartían las obligaciones académicas, los ratos de ocio y esa connivencia en el trato que justificaba, con lógica, aquella agradable suposición. Pero, tras la finalización de sus “carreras”, la vida de uno y otro caminó por senderos diferentes y aquella intensa proximidad se fue enfriando y, al paso de los meses y años, desapareciendo. Estos dos amigos formaron sus respectivas familias y llevaron a la práctica el ejercicio de su profesión jurídica, integrándose en equipos y especialidades diferentes de la actividad legal. Supieron mantener, eso sí, algunos contactos en fechas social y educadamente obligadas, tales como los eventos navideños, santorales en el calendario, junto a los gratos natalicios y otras circunstancias importantes en sus respectivas vidas. Sin embargo hoy, en el séptimo aniversario de aquel su último examen (de Procesal) que tuvieron que afrontar, especialmente duro y complicado para el expediente, decidieron tener el gesto simpático de quedar para comer juntos, a fin de pasar un buen rato recordando y añorando aquellas aventuras inolvidables de su juvenil etapa universitaria.

Eligieron un afamado restaurante, caracterizado por sus buenos menús y la calidad en el servicio, ubicado a pocos kilómetros de la ciudad camino de la Sierra. Allí, precisamente, fue donde toda la promoción hizo la cena de despedida, en una noche en que hubo abundante alegría, cálidos sentimientos y un repertorio de palabras, bailes y fotografías inolvidables para la memoria. Decidieron, de mutuo acuerdo, estar solos en esa afectiva reunión conmemorativa para el recuerdo. Los hijos de ambos quedaron al cuidado de sus cónyuges que se mostraron dispuestos a colaborar, a pesar de  la intensa agenda  profesional que se ven obligados a mantener. La tarde de aquel 7 de julio iba a ser sólo para ellos dos, liberados de obligaciones sociales y familiares. Ese era el plan. Comenzaron con saludos muy afectivos, frases cordiales, tras lo cual llegó un menú suculento, acompañado de unas copas bien generosas para sustentar el paladar y la necesaria emoción del reencuentro.

Entre plato y plato, los minutos fueron pasando con el recuerdo de mil u una anécdotas que despertaban las sonrisas, la curiosidad y la sagacidad en la elección de los temas para el comentario. Ya con los cafés encima de la mesa, se produjo un bajón anímico en la atmósfera relacional que les cobijaba. Las palabras, entonces, fueron espaciándose y comenzaron a surgir esos incómodos y largos silencios que los interlocutores no saben, o tal vez ni lo pretenden, superar. A la acústica de los sonidos siguió esa otra forma expresiva que interpreta el lenguaje, más que complicado, que sólo articula miradas y gestos. Luisa jugueteaba mecánicamente con su cucharilla, mientras Gonzalo inició un manoseo nervioso con ese bolígrafo sobre el que suele descargar la acumulada tensión nerviosa  cuando, traviesamente, le sobreviene.

“Luisa, la tarde no ha estado mal, por supuesto. Todo lo contrario. Ha sido un inteligente acierto volver a vernos y compartir esta grata comida. En medio de tantos y tantos recuerdos. Pero, a pesar de nuestra antigua e intensa amistad, a medida que pasan los minutos, nos ha ido llegando un vacío muy profundo, en el contenido de nuestra conversación. No sé si tu también percibes lo mismo. Pero yo creo, y te lo voy a decir con la franqueza necesaria, que tanto por mi parte, tal vez también por la tuya, no ha existido la sinceridad suficiente para expresar lo que sentimos y somos en estos momentos. Educadamente hemos estado para nota. Pero si profundizamos en nuestras expresiones, yo las he visto, en general, harto artificiosas y carentes de la fuerza con que la sinceridad lustra la intercomunicación. No sé si tu compartes esta apreciación”.

Esta larga y pausada parrafada de Gonzalo fue un punto de inflexión de lo que había sido, hasta ese momento un artificioso, pero agradable, reencuentro entre viejos amigos. La modulación del artificio comenzó a dejar paso a parámetros más cercanos a una intercomunicación más lustrada de sinceridad. Luisa supo estar a la altura de la situación y recogió el envite de su compañero con esa habilidad que aporta el camino hacia la madurez.

“Sí, tienes toda la razón, Gonzalo. Pero las cosas funcionan así. Hablamos y decimos pero….. qué importante es la parte porcentual de lo que callamos. Tal vez lo hacemos por las buenas normas de la costumbre o por esos hábitos que nos inducen, con acierto, respetar a los demás. Pero ello perjudica a la verdad de lo que pensamos y sentimos. Hay muchas cosas, desigualmente importantes, que silencio sobre tu persona. ¡Que duda cabe! Si quieres, te digo alguna a fin de iniciar un interesante juego en honor de la verdad. Por ejemplo, comienzo con una de las más fuertes, ahora que este café me ha dado fuerzas para la sinceridad. Nunca supe explicarme el porqué de tu indecisión para dar ese paso que yo tanto deseaba. Y bien que sufrí, a causa de tu silencio. Te sentía tan cerca, tan necesitado, tan afectivo, que numerosas veces esperé la llegada de ese momento que yo tanto esperaba. Claro, no estaba bien que fuera yo quien diese ese importante paso para compartir nuestras vidas. Pero no fuiste capaz de hacerlo. Y lo que nunca te he perdonado es que me pusieras tantas veces a tono para dejarme, con la frustración subsiguiente, en esa estación a la que nunca llegan los trenes. No sé lo que bulliría por tu cabeza. Pero seguro que tendrías tus razones. Me defraudaste, profundamente. Y mi respuesta fue insensatamente alocada. El desconcierto me hizo optar por una persona a la que, realmente, nunca he amado. A pesar de todas las apariencias, en contrario. Eras tú. Eras sólo tú mi razón. Pero…. tú no estabas”.

La expresión de su interlocutor se tonó, entonces, inusualmente serena y más relajada. Parece que era el envite que estaba esperando para recuperar, aunque fuese por sólo unos minutos, el valor siempre inapreciable de la sinceridad. Y este joven y agresivo jurista no supo desaprovecharlo. Tras tomar un sorbo de su bien aromática taza, se sintió animado para hablar, con el ropaje inmaculado de la verdad.

“Aprecio y respeto, en su valor, las palabras que acabas de decir. Posiblemente, mi comportamiento fue un tanto cobarde o excesivamente prudente. Tengo que reconocerlo y ahora te lo confieso. Aunque sentía, es evidente, mucha atracción hacia tu persona (no sólo en lo físico, por supuesto eres un dechado de valores) mis dudas procedían de ese miedo que te provoca sentirte o imaginarte, con base más o menos real, inferior a esa otra persona. Había momentos en que te veía tan dueña de todo, tan segura, tan “omnipotente”, tan poderosa y autosuficiente que temía ser un cero a la izquierda en la aventura de una vida compartida. Esa fue la realidad de mi silencio o indecisión. Estas cosas hay que hablarlas y compartirlas. Pero te las guardas, bullendo en tu cabeza, y condicionan gravemente las respuestas que adoptas. Lamento haberte hecho daño, pero te aseguro que mi situación, tal vez por la naturaleza de mi carácter, tampoco era nada grata. Me gustabas mucho, muchísimo, pero sentí miedo a esa perfección que yo percibía en tu persona, con más o menos fundamento. También he de confesarte mi situación actual, en lo afectivo. Aunque estable, es más rutinaria y banal que otra cosa. Claro que he pensado en ti, durante estos años. Lo que pudo ser y…….”

Entre ellos, por primera vez, las palabras no se habían fugado. Habían permanecido bien presentes, para la clarificación y la mutua credibilidad. Tras estas dos íntimas confidencias, no pudieron continuar la conversación. Estaban profundamente emocionados. Tras un beso, con los ojos muy brillantes, por la situación que habían vivido, cada uno tomo su vehículo camino de una “normalidad” admirablemente estable y sin embargo nubladamente aburrida.

Las hojas del calendario han ido pasando en el discurrir cotidiano. Dos años hace ya de aquella íntima comida en un restaurante de la sierra. Luisa y Gonzalo mantienen la estabilidad de sus respectivas y acomodadas parejas. Pero hay días que se hacen lúcidos en la majestad de la noche. Ellos dos saben aprovecharlos juntos para hacer realidad lo que siempre anidó en sus corazones. Un amor verdadero pero, como tantas veces, imposible para dos vidas insatisfechas. En esos escasos momentos para la alegría, las palabras no se tornan fugaces, sino bien presentes. Se apartan fugazmente de esa aplaudida estabilidad social y dan rienda suelta a la profunda verdad de sus sentimientos. En la gran lección que la vida ha sabido y querido concederles.

“Marian, soy Leo. Como ya te comenté hace unas semanas, este viernes de nuevo, Luisa va a tener su reunión mensual con las antiguas amigas de facultad. Le suelen llamar “Encuentros para la orgía”. Seguro que también Gonzalo te habrá comentado que, también este viernes, ha de mantener una importante y complicada reunión de bufete y que no volverá hasta el amanecer. Esta situación es la tercera vez que se va a producir­. Capté detalles, hice unas llamadas… En fin, que como tórtolos ambos intentan recuperar una relación que no supieron consolidar. ¿Te parece que tú y yo también aprovechemos la noche…..? Haríamos lo mismo que ellos, gozando de una experiencia nueva que, no me cabe duda, será apeteciblemente atractiva para ambos.”



José L. Casado Toro (viernes, 23 mayo, 2014)
Profesor

viernes, 16 de mayo de 2014

CARTAS Y DUDAS, PARA UNA EXPLICACIÓN EN JANA.


Las tardes y noches de invierno suelen tener una cierta crudeza en la temperatura también aquí, en las tierras de la alta Andalucía. El intenso frío desaconseja potenciar el paseo por las calles, gélidas y nubladas, no sólo por los grados que marca el termómetro sino también por esa ausencia de viandantes que animan la necesaria percepción sociológica de la convivencia. Por estas y otras razones, mis tardes suelen estar presididas por un comportamiento que, aunque rutinario, lo percibo como aceptable para el agrado. Tras cumplir con mi horario laboral, en la entidad bancaria donde trabajo, me apetece descansar un buen rato para reposar el almuerzo. A eso de las seis, o un  poco más, me llego un buen rato a la Cafetería Victoria, donde tomo algo para la merienda. Casi siempre elijo para sentarme la mesa que ocupa mi buen amigo Mauro, un veterano funcionario de correos ya jubilado, con el que intercambio las palabras, los recuerdos y el grato afecto de la amistad.

Este buen hombre es muy apreciado por todos sus convecinos. Ha pasado toda su vida laboral  trasladando cartas y otros envíos a mil y un hogares en esta tranquila localidad, que se ve sembrada de olivos, ese gran regalo de la naturaleza. Algo así como un gran mar u océano plateado en verde, repleto de riqueza y esperanza, que permite el sustento de muchas familias que aman la tierra y el fruto alimenticio que con admirable generosidad ella sabe concedernos. 

Estoy seguro de que Mauro conoce a casi todo el pueblo, en ese ir y traer comunicaciones escritas, de aquí para allá a lo largo de varias décadas. Dado lo prolongada de su vida laboral, se sabe de memoria centenares de datos, tanto personales como las direcciones de todo el callejero. Distintas generaciones de familias han podido recoger de sus manos esos envíos que contenían un arco iris de ilusiones, alegrías, tristezas, amores y proyectos… Buenas o regulares noticias que construyen en el día a día la vida de todos. Mi amigo ha trabajado en ese pequeño y gran mundo donde se entremezcla la función pública con la privacidad de lo íntimo; lo económico con lo lúdico; la fría información con el calor del afecto. Para mí, sus palabras son como esa gran fuente de donde mana la sabiduría que pacientemente ha ido construyendo a través de largas horas de reflexión y experiencia.

En una recia mesa escorada junto al gran ventanal que asoma a diversas colinas teñidas de verde naturaleza, descansan dos cafés. Uno, descafeinado (ese insomnio, con el que me siento hermanado) el otro, hermanado a la ineludible copita de aguardiente seco, sacra medicina (según Mauro) para los incómodos achaques que conllevan los años. Los leños ardientes de la gran chimenea atemperan el intenso frío exterior de un febrero que se ha presentado sin lluvia, pero con temperaturas por debajo de los 7 u ocho grados, durante la mayor parte del día. Parece que hoy mi veterano amigo se muestra muy locuaz y comunicativo. “¿Por qué no me cuentas otra buena historia, de esas que has vivido en este pueblo que te vio nacer y donde has trabajado años y años ….?  Y sin ponerte nunca de baja ¡Vaya buena salud la tuya!”.

“Te confiaré una historia que te puede asombrar. Me pareció en sumo interesante aquella experiencia que viví, hace ya unos años, ejerciendo mi oficio de cartero. No te voy a indicar nombres concretos, a fin de respetar a la persona protagonista que reside aquí en nuestra localidad. Esta mujer era hija única de un matrimonio de modestos labriego. El padre falleció siendo ella muy joven, por lo que tuvo que ponerse a trabajar en una cooperativa del aceite, a fin de ayudar con un sueldo las necesidades de casa. Pasaban los años y no tenía suerte a la hora de formalizar un buen noviazgo y poder disfrutar de la maternidad. Entiende que lo que te estoy narrando: corresponde a una etapa ya alejada en el tiempo. La mentalidad era bien diferente, de la que en este momento predomina en la mayoría de los jóvenes. Esta chica era llamada “la solitaria” (cosas de mote) pues también las chicas del pueblo le daban de lado. La verdad es que nunca supe el porqué o la causa de este desagradable rechazo.

Pero, en un momento concreto, comenzaron a llegar a la estafeta de correos cartas dirigidas a su persona que, lógicamente, yo trasladaba a su domicilio. Cada semana recibía, al menos, una misiva. A veces llegaban incluso dos. Yo me fijaba y observaba que venían sin remite personal explícito. Sólo una dirección postal, con sede en la capital de nuestra provincia. A medida que iba pasando el tiempo, en ese remite se fue añadiendo el nombre de Pablo, sin más apellidos que lo acompañara. Siguió llegando esa correspondencia a su puerta, cartas que ella recibía con manifiesta satisfacción.

La casualidad quiso que un lunes tuviera que desplazarme a la capital, a fin de resolver una consulta médica con el especialista. Aproveché el viaje para saludar a un sobrino que trabajaba en el Servicio Central de Correos de la provincia. Fui a visitarle y entrando en el patio central  me encuentro a mi joven amiga de las cartas, escribiendo en uno de los pupitres situados al efecto. Se mostró un tanto nerviosa al reconocerme, aunque pronto trató de reaccionar comentándome que  había ido a la ciudad a realizar algunos encargos que le había hecho su madre. Me extrañó que el sobre y el tipo de letra que utilizaba era muy similar al de los sobres que yo le llevaba a su domicilio.

No le di más importancia a este encuentro. Pasaron dos días, cuando una mañana observo en la oficina que hay una nueva misiva para la joven. Era evidente que el sobre con la carta que yo pude ver era el mismo que manejaba Jana en la estafeta central ¡Vaya, he pronunciado su nombre. Pero yo sé que eres discreto!

Al llevarle la carta, me quedé mirándola con respeto y ternura a los ojos (la conozco desde que era pequeña) y mi joven vecina se me echó a llorar. No era necesario que la chica me explicara lo que era evidente. Me comentó que ese rechazo social que soportaba desde hacía tiempo le había hecho tomar la decisión de escribirse a sí misma. Normalmente era en la mañana del lunes, cuando libraba en la cooperativa, el día en que se desplazaba a la ciudad para enviarse el correo. También aprovechaba ese viaje para comprar algunas cosas en los centros comerciales. Después gozaba con la ilusión de que yo fuera a su puerta, para entregarle el correo. Me confesó que se escribía párrafos muy lindos, imaginando que era alguien que la quería y deseaba.

Realmente fue un diálogo muy duro para ambos pero, es también verdad, con el enorme valor de la sinceridad. Le prometí que yo le escribiría al menos una carta al mes. Y que le contaría cosas de mi trabajo y de mi vida familiar. Eso sí, con suma delicadeza, le aconsejé la conveniencia de que recibiera algún tipo de ayuda psicológica. Incluso le gestioné una visita con un familiar lejano, que era psicólogo quien, recientemente, había había abierto una clínica en la ciudad. Había que ayudar a una mente desorientada, a consecuencia de una incalificable incomprensión y rechazo colectivo. Desde luego, el sufrimiento y el trauma psicológico que sufrió Jana tuvo que ser muy grave. Había que tenderle una mano, con la necesaria comprensión, afecto y los mejores consejos”.

El bueno de Mauro se toma unos minutos de respiro, apurando su muy cargado café. Pide una nueva copa de aguardiente, pues la historia que me estaba narrando le había hecho revivir momentos de honda tensión en su memoria. No le interrumpí, pues debía respetar su libertad de contarme solo aquello que él quisiera. Desde luego que yo no conocía a la persona de quien me hablaba. Después supo aclararme que hacía años que la joven había abandonado esta localidad, a fin de residir de forma permanente en la capital provincial. MI amigo recuperó fuerza y continuó con ese ritmo expositivo pausado, literario, expectante e imprevisible, que solía caracterizarle.

“La situación creo que mejoró para Jana. En esas semanas, incluso meses, la ayuda psicológica contribuyó a estabilizar y racionalizar su equilibrio mental. Las únicas cartas que recibía  eran ya las mías. Una, cada dos o tres semanas. Yo me limitaba a contarle chascarrillos, anécdotas, ocurrencias, de mi trabajo. Le recomendaba algún libro. Le contaba algunas cosillas de mi vida familiar. Y, por supuesto, le tendía la mano aconsejándole que buscara amistades. La soledad nunca le iba a hacer bien. Incluso hablé con algunos compañeros de la cooperativa (sin que ella lo supiese) a fin de que ayudasen a la chica de la forma que mejor pudieran. Eso sí, que lo hicieran con la mayor naturalidad y llaneza. Sin embargo, me respondían que el carácter de Jana era muy difícil. El desprecio sociológico ejercido sobre ella durante esos años inestables de la adolescencia y la primera juventud habían hecho mella en su apertura y sociabilidad. El auto blindaje que mantenía era férreo y complicado de romper.

Dejé de verla durante algún tiempo.  También mis cartas se fueron espaciando hasta que un día me la encontré en el autobús que nos llevaba a la capital. Estaba un poco intrigante. Cuando llegamos a la estación de autobuses, un chico joven la estaba esperando. Me lo presentó como Pablo. Cuando el conoció mi nombre, vi como su semblante se tornó en seriedad. Me despedí de ellos, con la mayor corrección. Cuando había avanzado unos pasos, alguien me tocó en el hombro. Me volví y era el joven Pablo. Con una actitud desagradablemente imperativa, me dijo que dejara en paz a Jana. Que me olvidara de ella, pues se habían casado hacía una semana, tras un año de noviazgo. No volvió al pueblo. Su casa aún permanece en venta.

No he vuelto a ver a esta mujer, ni ella ha tratado de ponerse en comunicación conmigo, Te preguntarás si este Pablo es el mismo que firmaba las cartas que Jana recibía. Yo pienso que sí, pero todo es muy extraño. Esa mente no debe estar muy bien. Las enfermedades anímicas deben ser muy duras de tratar.  Le pregunté por el caso a mi sobrino, quien sólo quiso aclararme que Jana sólo asistió a tres sesiones en su consulta. Y que no podía ampliarme esta corta información por motivos de ética profesional. La casita en la que ella vivía, sigue con el cartel de “Se Vende”. Ella no ha vuelto a aparecer por el pueblo. Esa es toda la historia que quería compartir contigo en esta tarde cercana ya a la Primavera. Veo que has estado pero que muy atento a mi narración”.

Creo que sería por el aguardiente. Lo cierto es que, dentro de la cafetería/mesón, se estaba bien calentito. Pero afuera el frío, con la llegada de la noche, aún tenía toda su potencial del crudo invierno. Cuando volvía a mi piso alquilado, pensaba en Jana. Creo que las más de las veces, nuestro peor enemigo se halla enrocado en la intimidad de nuestra mente. Pero es complicado y difícil reconducir la imaginación hacia la racionalidad, cuando ésta se halla bajo el descontrol de nuestras propias limitaciones. Seguro que Mauro tendrá mañana, otra buena historia que compartir. Pero ahora debo ser yo quien le cuente el porqué mi entidad bancaria me destinó a esta tranquila, pero un tanto apartada, localidad rural.-


José L. Casado Toro (viernes, 16 mayo, 2014)
Profesor