jueves, 30 de septiembre de 2010

En la vida de Carol.

EN LA VIDA DE CAROL.

Parece que observo las imágenes, latentes para su proximidad, en el ayer de mi recuerdo. En realidad hace ya un cierto tiempo en que viví esta solidaria acción tutorial. No era nueva, por supuesto. Repetida, una y más veces, para ayudar a comprender respuestas, actitudes y rendimientos académicos. En este caso ¡podría citar tantos ejemplos….! se trataba de una joven alumna, a la que vamos a llamar Carol. ¿Así se llamaba? Seguro que era otro su nombre. O tal vez, sí. Morena de rostro, de ágil complexión delgada, ojos con iris color castaño, en proceso de ortodoncia bucal y con un llamativo aditamento en la oreja izquierda que pronto amplió su escenografía al labio inferior de un rostro angular y atractivo. Utilizaba faldas, más que vaqueros, lo cual era una novedad en la globalidad de sus compañeras. Prevalecía en su ropero los tonos oscuros y fríos. Calzaba zapatillas de baloncesto, variadas en el color pero siempre de marca, manoletinas negras en determinadas ocasiones y sandalias a partir de la Primavera. Algo seria de carácter, pero agradable y correcta de trato con su Profe tutor. Siempre me llamaba por mi nombre, con afecto de especial naturalidad. No era especialmente popular entre sus compañeros, pero tampoco tenía problemas con nadie, al menos en apariencia. Era la primera vez que compartíamos curso, creo que a nivel de tercero de la ESO. Con un precario rendimiento escolar, en la mayoría de las materias, lo que iba a dificultarle, de manera evidente, la promoción de curso, en esa anhelada evaluación final que anticipa la llegada del verano.

En un momento determinado del Curso, las justificaciones de inasistencia a clase comenzaron a ser preocupantemente frecuentes y rutinarias en la explicación de su contenido. Finalizaban, en su brevísimo texto, con esa frase que se me hacía repetitiva y poco clarificadora en su argumentación. “….por encontrarse mal”. Siempre firmaba su madre, con una gran letra mayúscula encerrada con un garabato sinuoso y protector de la consonante. Al ser tan notable este absentismo escolar, un día me decidí a preguntarle qué le ocurría para este peculiar proceder en sus obligaciones escolares. Una serie de comentarios evasivos e inconcretos aclararon bien poco mis interrogantes y propuestas. Tal es así que al fin de semana, por la tarde (su madre trabajaba fuera del hogar) marqué el número del domicilio y, al no obtener respuesta, el del móvil de la responsable familiar. Estos datos los tenía recogidos en la ficha de clase. En este caso tuve mejor suerte. Aparentemente esta señora no se extrañó de mi interés en localizarla. Me dio a entender, con un nervioso compromiso, que se pasaría por el Instituto el lunes siguiente. Aprovecharíamos una hora, después del recreo, en la que aparecía un hueco disponible dentro de mi horario.

¿Cómo está, Sra? Es un placer poder saludarla. Entenderá que, como Profesor-tutor de su hija, estoy preocupado por las repetidas ausencias de clase. Debo añadir que, al margen de este absentismo escolar, hay reacciones y actitudes en Carol que denotan algunos problemas de tipo personal. Es mis horas de clase, hecho que también he contrastado con algunos compañeros docentes, se la ve como ausente, ensimismada, siendo difícil observar en sus gestos esa expresión de alegría o ilusión que, por su edad, sería más que espontánea y natural. Apenas toma apuntes durante las explicaciones. En las pruebas y ejercicios sus niveles en respuesta son sumamente débiles. Su dedicación a las obligaciones de estudio es, obviamente, muy limitada. Y cuando he provocado un diálogo individual, durante los minutos de recreo, sólo he obtenido el blindaje evidente de la desconfianza y la cerrazón. La intercomunicación es complicada pues uno de los polos carece de voluntad para sustentarla. Sinceramente sospecho que su hija está atravesando una etapa de profunda dificultad e inestabilidad en su vida. Por este motivo he provocado nuestro encuentro de hoy, respuesta y actitud que, por su parte, agradezco y valoro de una manera puntual. Debemos hablar. Es necesario dialogar. Podremos coordinar nuestro esfuerzo para ayudar a una persona que necesita, de manera evidente, comprensión y ayuda.

Tenía ante mí a una mamá bastante joven. Probablemente en el ecuador de la treintena. Años muy bien llevados, en lo físico. Carol es hija única. Malena (otro nombre, tampoco real) trabaja de administrativa en un organismo dependiente de la Junta de Andalucía. En su expresión suele utilizar frases cortas, bajando la intensidad de su voz al final de las mismas. Tiene una cierta dificultad para mantener la fijeza en su mirada, denotando una evidente timidez ante personas que apenas conoce. Su sonrisa es claramente forzada, aunque mantiene un correcto nivel de cordialidad. Camisa blanca, con una rebeca beige. Vaqueros muy ceñidos, calzando náuticos de color azul oscuro. Utiliza lentes de contacto, hecho que observo en el brillo de sus ojos. Controla su nerviosismo, jugueteando entre sus manos con una funda de gafas y también con un móvil de esa telefonía de la insignia anaranjada. Tras escucharme, en esa incómoda y reducida sala de visitas, comienza a expresarse cada vez con mayor fluidez, manifestando su punto de vista acerca de la situación que nos vincula. Una hija, una alumna, de quince años (repitió curso en primero) que sufre una situación problemática en su privacidad.

El suyo fue un matrimonio de urgencia, tras quedarse embarazada de Carol, siendo ambos muy jóvenes para este paso importante a dar por dos personas que, realmente, poco se conocían. Condicionamientos familiares forzaron el enlace. Ya de marido y mujer, su relación fue más o menos llevadera pero los intermitentes problemas laborales de él (trabajador de hostelería) no facilitaron la estabilidad afectiva del vínculo. La presencia de su niña hacía sobrellevar, para ambos, una atmósfera en la que pronto desapareció el diálogo y la confianza. Y, lo que era dolorosamente previsible, la pasión y la necesidad del amor. Momentos esperanzadores en esa unión (esporádicos) alternaban con disputas y enfrentamientos en los que, además de la artillería de los vocablos, hubo alguna que otra balística física, tanto con ella como para con su hija. La situación acabó bruscamente por romperse cuando, hace apenas unos meses, su marido hizo explícita la infidelidad que estaba manteniendo desde hacía algo de más tiempo. Probablemente no había sido la primera, hecho que ella siempre había sospechado a través de esos detalles que nos sugieren la existencia de algo que se percibe, aunque no se concrete en su materialidad. Aguantó y aguantó, con paciencia y dolor, apoyándose en la mirada transparente y necesitada de su querida niña. Ahora ya viven las dos solas, pero más serenas y tranquilas, en casa. A Carol le ha afectado esta ruptura, tanto en su equilibrio psicológico como en sus obligaciones de estudio. Especialmente, tras conocer que la persona que convive conyugalmente con su padre es, para sorpresa de madre e hija, otro hombre.

Con una sonrisa, y modulando el ritmo y la intensidad de las palabras, agradecí a esta frágil mujer su franqueza y la confianza de la que me hacía partícipe. De inmediato me interrogó acerca de cómo mejor ayudar a mejorar la situación académica de su hija. En mi respuesta le comenté que necesitábamos actuar con una doble estrategia. No sólo en el espacio escolar, sino también en el propio hogar que, ahora, ellas dos conformaban. Sobre todo, debería priorizar el esfuerzo por ganarse, en esta difícil cronología de la adolescencia, la confianza de Carol. Sin agobiarla, pero sí con una entrega generosa y continua de afecto, cariño y comprensión. También, y con la más discreta habilidad, ejerciendo esa autoridad educativa que, subliminal y efectivamente, una jovencita quinceañera reclama para su vida. Pero, sobre todo, generando diálogo y diálogo. con el ejemplo diario, sencillo y grande a la vez, de la responsabilidad. Todos tenemos nuestras obligaciones e incentivos compensatorios. Podemos dar mucha seguridad y afecto pero reclamar, al tiempo, las respuestas necesarias de la corresponsabilidad. Y relativizar los problemas. Lo importante es hallar soluciones eficaces e imaginativas. Hay que afrontar los retos de las dificultades, con la fuerza y voluntad de la ilusión por mejorar. Y tratar con Carol el tema de la bisexualidad de su ex marido con una racional naturalidad. Son actitudes humanas que la tolerancia nos debe permitir aceptar. El dolor y rechazo de su hija algún día se tornará en una responsable postura de respeto hacia la privacidad individual de su progenitor.

Quedamos en vernos, o en utilizar la vía telefónica, cuando la situación así lo aconsejase. Le prometí que, a no tardar (lo hice en cuarenta y ocho horas), hablaría con Carol para ofrecerle la oportunidad de mi ayuda en ese salto cualitativo tan necesario que ahora debería emprender. Sobre todo, le explicaría que muy cerca de su vida, inmerso en ese microcosmos del aula, hay problemas aún más graves y complicados que el suyo. Alrededor de nuestras vidas hay amaneceres, luces y estrellas. Tras el oleaje del egoísmo y la incomprensión, llega esa calma azulada y salina de un mar templado que sirve de espejo ilusionado a un cielo que nos transmite confianza y seguridad. También viajarán…. los sonidos y tonalidades de un amor adolescente que, en su oportuno momento, podrá fructificar.

Así, así es la profesionalidad del tutor. Necesitas de un completo y contrastado conocimiento de la situación sobre la que has de intervenir. Al tiempo, ofreces tu plena disponibilidad para las personas que están implicadas en los hechos. Todo ello, conlleva la utilización de una heterogénea mezcla de tiempo, esfuerzo, paciencia, prudencia y, a la vez, una cierta decisión en la valentía para actuar, superando determinantes perjudiciales en el deseado objetivo que nos hemos propuesto. Hablé con Carol una mañana en la que los azahares primaverales ayudaron, gratificando con la pureza de su olor ese cielo azul celeste que sabe cubrir de imaginación el quehacer de los días y los sentimientos. Le expliqué, con la mayor naturalidad alguna de las respuestas con que los humanos dibujamos nuestra trayectoria en el caminar contrastado por la vida. Ahora era la suya propia quien debía tener prioridad en la planificación de su comportamiento. Tienes que formarte. Tienes que vivir. Tienes que comprender. Aunque difícil, es bueno aceptar. Y tienes que ser generosa, incluso con el incomprensible abandono de tu padre, pues así….. te sentirás mejor. Tus amigos, tus compañeros, los Profesores, deseamos no sólo ayudarte. Queremos que nos veas como parte sustancial de tu pequeño y entrañable mundo. Esa madre que te vio nacer a la luz y a la vida, en el momento más feliz de la suya, y ese padre para quien siempre serás su mejor patrimonio, necesitan verte sonreír, luchar, crecer y mejorar. Sólo así habrá tenido algún sentido la dulce oportunidad, para ellos, de su presencia y quehacer existencial.-


José L. Casado Toro (viernes 1 Octubre 2010)
Profesor.

jueves, 23 de septiembre de 2010

Dafne. Una infancia sin madre



ERES MI PAPA,
PERO TAMBIÉN QUIERO QUE SEAS MAMÁ.


Un domingo cualquiera, en ese mes tan agradable y sosegado para la vida como es septiembre. Y además situado entre dos estaciones de la meteorología, con mezcla de luces y atardeceres, recuerdos y realidades, percibiendo la acústica urbana y el silencio de la naturaleza. Organizas la tarde y, ante diversos incentivos para el recreo, decides que la mejor opción es visitar una sala de cine a fin de sobrevolar por la magia de los ensueños. Convivimos con la rutina de lo inevitable. Aparece una cierta desesperanza ante lo clónico y repetitivo de la cartelera. Sin embargo, reparas en una foto. Un título enigmático. Y el interés de que es cine español te motiva, con un drama de la proximidad más inmediata. Consideras acertada la decisión de reservar más de noventa minutos, de una tarde entre azul y anaranjada, para convivir en la imaginación y empatía de la gran pantalla. He de manifestar que me ayudan, en la elección, determinadas fotos publicitarias (una pequeña niña, preciosa en sus rasgos, con rostro angelical) sobre un título que ofrece una breve pista acerca de lo que íbamos a presenciar. La tercera película, de este director y actor madrileño Juan Antonio “Achero” Mañas Amyach (1966), tras El Bola y Noviembre, con una dedicación importante al mundo de la creatividad en la imagen. TODO LO QUE TU QUIERAS (2010), es el título de esta cinta proyectada en Málaga (Yelmo Vialia y Mare Nostrum) bajo el sistema tradicional de “celuloide”.

Y siempre llegamos al mismo punto de discusión. ¿Qué nivel de contenido es el aconsejable para revelar cuando se realiza una crítica cinematográfica? Unas personas prefieren que se cuente lo menos posible del argumento, a fin de ir descubriéndolo poco a poco durante la proyección. Otros preferimos un conocimiento bastante detallado de la trama escenificada. Sin que se nos cuente el final de la película, nos gusta acudir a la sala de los ensueños reales con amplia documentación al respecto. Entre la misma, la mayor cantidad de detalles y elementos de la comedia o el drama. En esta tesitura, me decido por ofrecer una posición intermedia con lo que atiendo a unas y otras legítimas opciones.


ALGO SOBRE LA TRAMA ARGUMENTAL.

Leo y Alicia forman una joven familia junto a su linda hijita Dafne. Él es un activo y brillante profesional de la abogacía, superando en poco la treintena de edad. Alicia, su mujer, se ocupa (además de trabajar fuera de casa) de atender y cuidar a Dafne, una niña muy imaginativa que alcanza los cuatro años de vida. Una tarde, mientras su hija juega en un parque infantil, un cruel ataque de epilepsia pone fin a su vida, ante la mirada desconcertada y llorosa de Dafne. Leo, con entereza, trata de sobrellevar la terrible desgracia, atendiendo las necesidades del bufete de abogados donde ejerce y sin descuidar las necesidades de una niña que se resiste a aceptar la pérdida de su mami querida. Aparece la figura de una antigua aventura amorosa, Marta, que le ofrece su ayuda, humana, maternal y sexual, que Leo no sabe o no quiere aprovechar. Paralelamente está Alex, un veterano actor transformista homosexual, amigo de Marta, al que Leo atiende en un asunto judicial. El rechazo que siente ante la imagen algo deprimente de Alex se va a ir modificando cuando Dafne le exige que haga de mamá. No sólo en sus funciones básicas de afecto, sino cambiando su atuendo en un profundo transformismo que le va a afectar en su imagen social y profesional. Alex le ayuda en esta “aculturación y modificación, tanto física como psicológica. Ya no es sólo en casa, sino que pasea por la ciudad con su hija, vestido y ataviado con la ropa que solía utilizar su mujer. Lo hace por el amor y el cariño hacia una niña que ve en estos cambios a una madre que permanece en su papá. Tras un ataque nocturno de jóvenes homófobos, que le dejan malherido, los padres de su difunta mujer (de gran solvencia económica e ideología muy conservadora) le arrebatan a Dafne a la que ingresan en un centro escolar de religiosas. Leo luchará por recuperar a su hija al margen de cualquier condicionamiento moral y social.



LA INTERPRETACION DE ACTORES.

Bajo mi punto de vista, hay dos actores que se llevan el mayor protagonismo interpretativo durante esos 101 m de metraje. En primer lugar la pequeña LUCÍA FERNÁNDEZ (Dafne) que, con sus cuatro años de edad, nos regala una actuación plena de excepcional naturalidad. Sin tener la tentación de mirar ni una sola vez al objetivo de la cámara, nos emociona con su dolor y rebeldía ante la dura realidad de tener que vivir y desarrollarse sin el cariño de su ausente mamá. Logra convencer a su padre para que éste asuma el rol de madre, no sólo en los cuidados normales de una niña de esta edad, sino también en lo físico (peinado, pintura en los ojos y labios, sin descuidar el cambio en la vestimenta, usando la ropa y los zapatos de su difunta mujer Alicia). Sabe que quien así se transforma es su padre, pero ella necesita y exige “ver y sentir” a su madre. Es admirable que, con tan pocos años, nos ofrezca un recital tan completo en las vivencias de una niña a la que un cruel destino le ha privado de aquello que más quiere y sustenta su aún corta existencia. Analícese la escena en la que se enfrenta ante el cuerpo sin vida de su madre, que yace en un banco del parque. Verdaderamente impresionante por la convicción de realismo que transmite esta jovencísima artista.

El otro gran personaje, por la fiel interpretación que protagoniza, es JOSÉ LUIS GÓMEZ, veterano actor y director teatral que, en el papel de Alex, ofrece otro recital de lo que es sufrir la dureza y respuesta social sobre la homosexualidad y el transformismo. Se siente despreciado por Leo. Pero, cuando éste acude con humildad a disculparse por haberle llamado maricón de m…. en público y le suplica que le enseñe a transformarse para atender la necesidad visual y psicológica de Dafne, accede a echarle una mano. Comprende y admira lo que es capaz de hacer un padre para aliviar el drama de una niña que ha de asumir la crueldad que el destino regala a los humanos. La mirada y el rictus facial de Gómez, en todas las escenas en que interviene, es la de un maestro en la interpretación y en la dirección de aquellos que crean historias y vidas en el escenario de la imaginación. Lucía y José Luis “bordan” sus papeles con pinceladas continuas de sencillez y credibilidad.

No se puede discutir el inmenso esfuerzo que realiza (permanece muchos minutos en escena) y la dificultad que conlleva el personaje. Ha de luchar contra su propio conservadurismo ético y moral por el amor de una hija. Pero JUAN DIEGO BOTTO (Leo), a medida que avanza el desarrollo de la historia, no hace creíble el personaje que interpreta. No nos convence de que aquello que implica su personaje (un padre que se ve superado en sus principios éticos y morales por la necesidad de su hijita) sea verdad. Lo vemos artificial y sin creerse, él mismo, que su papel tiene una base de realismo, natural y convincente. No consigue que la fe del espectador se haga explícita para la necesaria empatía con el personaje. Resumiría su actuación atreviéndome a manifestar que Botto nunca llegó a convencerse qué había verdad en el rol de un hombre que ha perdido cruelmente a su mujer y lucha con abnegación por no perder también el amor de su hijita. Igual otros espectadores lo ven de otra forma. Ni en el momento cuando llora en brazos de su padre, ni al dialogar con Dafne en distintas escenas, logra comunicar o transmitir una atmósfera fiel de credibilidad.

El resto de los actores tienen una participación notablemente menor. NAJWA NIMRI (Marta) colabora en algunas escenas en las que ofrece una imagen de persona buena y generosa, a pesar de una cierta fama de ligereza de comportamiento que se le da en la trama. Actuación correcta, sin mayores alardes. Al igual que ANA RISUEÑO (Alicia), que se la ve como una madre entregada hacia su hija Dafne en los escasos minutos que permanece en pantalla. Sigue presente en toda la película a través del esfuerzo al que se ve obligado Leo para sustituir su imagen y significación ante la tozudez infantil de su hijita. En cuanto a PEDRO ALONSO (Pedro), el socio de Leo en el bufete de abogados, cumple perfectamente en ese papel de amigo treintañero que navega en el mundo empresarial con la ambición de progreso. Siempre muestra una gran comprensión y amistad ante el padre de Dafne.


LA COMPLEJIDAD DE UNA HISTORIA.

El tema argumental que se plantea en esta película encierra la heterogeneidad solidaria de la responsabilidad paternal, la dureza de la orfandad maternal, la entrega personal y abnegada a una hija, el transformismo como necesidad, la ética ante el comportamiento social y la comprensión y aceptación del entorno hacia aquellos que sienten y viven la homosexualidad. ¿Hasta qué punto de respuesta se puede decir sí o acceder a la petición de una hija de cuatro años que sufre la tragedia de perder a su madre? Sobre todo cuando esa niña exige a su padre que haga de mamá, no sólo en la intimidad del hogar sino en el comportamiento social de la calle, transformándose físicamente ante las miradas recelosas de los amigos y conocidos de Leo. El brutal ataque que sufre éste a manos de unos muchachos intolerantes y de mentalidad ultraconservadora nos muestra a esos otros jóvenes que sienten asco y rechazo, utilizando la irracionalidad de la violencia ante lo que ven diferente. Una cosa puede ser el juego puntual en la casa, con la generosidad que exige una niña que se rebela a no ver a su mamá y otra el mantener en el quehacer social esas pautas de interpretación transformista que escandalizan la normalidad artificial de muchas personas. La historia resulta poco creíble, pues la actuación de Botto y el propio argumento en sí no favorece la aceptación de la trama.

Nos encontramos ante una película, un tanto oculta en la cartelera semanal, que ofrece numerosas posibilidades para su tratamiento analítico en una sesión de cine fórum. Le habla a no pocos padres que aceptan todo lo aceptable en las exigencias planteadas por sus hijos. Los límites que ha de tener la generosidad y concesión en las responsabilidades paternales. No siempre se puede decir sí a todo. Ya en alguna otra ocasión hemos aludido, desde estas mismas páginas al riesgo, potencial y real, del “chantaje de la sonrisa” en el que los mayores se ven prisioneros por debilidad, comodidad, desequilibrio y egoísmo, ante las miradas y exigencias de unos niños o adolescentes que han de ir modelando sus valores y respuestas en el proceso formativo que desarrollan. ¿Nos debemos pintar los labios, poner una peluca, vestirnos como mujer, para que una niña, en pleno infortunio vital, tome sus alimentos o haga sus deberes escolares? Y no sólo en la privacidad del hogar, sino también en los parques, jardines, cumpleaños o en el propio centro colegial donde estudia y se forma. Drama humano que exigiría un tratamiento psicológico e incluso psiquiátrico. La propia sociedad tiene unos parámetros legales que no entiende de bondades, renuncias y sacrificios con el argumento del amor a una hija absorbente y caprichosa ante la desgracia. Esas luces parpadeantes, rojas y azules, que iluminan las oscuridades de un día lluvioso, en un desangelado motel de carretera, nos aclaran la respuesta protectora e interventora que el colectivo social impone a sus integrantes.

Pasaban algunos minutos de las diez en la noche. Los escaparates de las franquicias y comercios afines iban enmudeciendo en luz y sonido, mientras las puertas y cierres iban despidiéndonos hasta el alba del próximo día. Por esas galerías, ya semivacías del antes bullicioso centro comercial, iba meditando sobre esas escuelas de padres tan necesitadas y ausentes de nuestros colegios e institutos. ¡Cuántos contenidos superfluos dominan el planning de las horas, cuántas actividades necesarias enriquecerían una formación que no sólo debe hablar a niños y jóvenes, sino también a sus padres y madres!


José L. Casado Toro (viernes 24 septiembre 2010)
Profesor

domingo, 19 de septiembre de 2010

ENTRE TRASTEROS IMPOSIBLES Y EL CONSUMISMO COMO LATRÍA

ENTRE TRASTEROS IMPOSIBLES
Y EL CONSUMISMO COMO LATRÍA




A poco que realicemos un pequeño ejercicio de memoria, todos recordamos aquellas antiguas viviendas que nos acompañaban en los dulces y lejanos años de nuestra infancia. Estaban muy regularmente acondicionadas en sus prestaciones pero, eso sí, construidas con más de un dormitorio y con habitaciones normalmente espaciosas. No todos podían disfrutar, sociológicamente, de las mismas casas. Había muchas que estaban presididas en su arquitectura por la más profunda humildad. Otras, por el contrario, disponían de más de una planta, con numerosas habitaciones para una prole que solía ser, genéticamente, amplia y variada. Tendremos los hijos que “Dios quiera” era una temeraria expresión puesta en boca de muchos matrimonios, dóciles y sumisos ante la realidad. En no pocas de estas viviendas, pertenecientes a familias acomodadas, solíamos encontrar la presencia de una buhardilla, o un sótano (más allá de la planta baja) en donde guardar los enseres que no eran de utilización cotidiana y que, afectiva o utilitariamente, se deseaba conservar. Hoy día, con esa valoración tan substancial del cm3 en espacio disponible, las casas suelen ser espacialmente pequeñas, tanto en habitaciones como en superficies útiles para la habitabilidad. Algunas disponen de un reducido “trastero” o hueco que, muy pronto, queda invadido por mil y un objetos que dificultan, e impiden, en más de los casos, poder avanzar unos centímetros desde la puerta que nuclea la entrada. Más adelante, volveremos a comentar las características de estos densificados, en su contenido, mágicos guardadores de cosas.

Desde hace ya mucho tiempo nuestra sociedad se halla condicionada por el hábito y el culto profano al consumo. En sí misma, esta tendencia no es negativa. Todo lo contrario. Dado el poder adquisitivo de cada cual, sostiene el mecanismo de la producción, permitiendo el funcionamiento empresarial y, lo que es de suma importancia, la oferta laboral subsiguiente. Compramos muchos artículos. En las hojas del calendario ordinario y, de manera especial, en las vacaciones y época de saldos o rebajas. Pero si realizáramos un análisis objetivo del sentido de muchas de esas adquisiciones, caeríamos en la cuenta de la manifiesta falta de necesidad de los mismas para el discurrir sosegado de nuestros días. Bien es verdad que existe una compensación, entre lo lúdico y lo psicológico, para incrementar el número de faldas, pantalones, zapatos y otros aditamentos hogareños. Por no hablar de esos objetos electrónicos que, a veces, ni nos atrevemos a desenvolver del paquete o blister correspondiente o, una vez utilizados, nunca encontramos razón o motivo para hacer uso repetido de los mismos. Total, que van ocupando esas estanterías, armarios o cajones que claman agobiados el ¡por favor, ya no me cabe más! “Esperen, con paciencia y resignación, al próximo bus para el acomodo”.

¡Cuántos objetos, de la más variada tipología, conservamos en ese espacio cada vez más reducido que sustenta nuestros hogares. El padre y la madre. Pero también los hijos (grandes compradores), todos vamos acumulando cosas y trastos inútiles, o de necesidad subsidiaria, provocando esa escena patética, ridícula y repleta de humor, en la que no se puede avanzar a través del armario o altillo pues permanece, muy a nuestro pesar, la “ley física de la impenetrabilidad de la materia”. El lugar que ocupa un cuerpo no puede ser habitado por otro, salvo habilidades, misterios o soluciones, ya esotéricas, ya taumatúrgicas, para profesos en la creencia. Esto voy a guardarlo “por si algún día puede ser útil”. El problema es que ese día se retrasa, en lo indefinido, o se resiste tozudamente en llegar a la estación de destino para nuestra necesidad. Cuando necesitamos una pieza concreta, tenemos que desplazarnos a la tornillería de turno o a la tienda de electricidad del vecino en la esquina, y comprarla sin más. O no sabemos dónde hemos guardado aquel enchufe, hoy necesario, o ese transistor que “a veces fallaba” pero que hoy lo adquirimos con mejor sonido, precio y prestaciones, con el valor añadido del funcionamiento digital.

¿Hablamos de los armarios y altillos para la ropa? Una simple pregunta. Ese jersey que no te gusta, por su color o conformación, y que durante dos inviernos seguidos siempre has buscado justificación para no ponértelo y sustituirlo por otro, más apetecible para tu gusto ¿por qué lo mantenemos guardado en la cajonera o percha del armario? Ese zapato que te hace daño, por muy “martinelli” que ostente en su suela, ¿qué sentido tiene conservarlo una y otra temporada si sabes positivamente que no vas a tener voluntad para hacer sufrir a los pies que te permiten caminar. Y así, una larga lista de cosas que hacen agobiantes, por la falta de espacio, nuestros hogares y pertenencias. Y llegan las rebajas de temporada. Si tienes un poco de paciencia, a comienzos de agosto accederás a unas segundas o terceras rebajas en los complejos y centros comerciales. Lo que valía, en etiqueta, veinte o treinta euros ahora acumula nuevos precios superpuestos de quince, nueve, seis o tres euros. Progresión decreciente para la tentación. Te están ofertando vaqueros de marca a tres euros. La explicación a este enfriamiento en los precios obedece a que las grandes áreas comerciales necesitan ese espacio para colocar los productos del otoño/invierno en la nueva temporada de ventas. Sus almacenes estarán, supongo, más que repletos para guardar, todo un año, esos bañadores o sandalias que competirían en los expositores con las nuevas mercancías de moda anual. ¿Qué sentido tiene guardar ropa, más que usada, cuando la tienes nueva por unos precios verdaderamente atractivos? He constatado rebajas de hasta el 80 % en productos etiquetados con marcas de prestigio o garantía empresarial.

Volvamos por unos minutos a ese pequeño habitáculo denominado trastero. Se trata de una pequeña habitación, normalmente ubicado en la parte baja del edificio, en el que cada vecino (o algunos privilegiados) puede guardar, bajo llave, aquello que no le sirve de momento y se resiste a regalar o tirar al contenedor. Desde aquel viejo ordenador, hasta las bicicletas y cajas de libros de nuestra última titulación. Juguetes para el sentimiento del tiempo que no volverá y ropa de buen uso pero que no se volverá ya a utilizar. Y aquella entrañable lámpara que colgaba del techo en el comedor y que por su estilo “señorial” nos resistimos a eliminar. Hasta muy rodados zapatos y dos cajas de herramientas “por si algún día se han de necesitar”. Cierto día vi, de soslayo, a un inmaculado inodoro que, por llevar la insignia nobiliaria de “Roca” sus propietarios guardaban celosamente, tras jubilarlo en su acogedora y más que necesaria función, con el cariño de algo propio que formaba parte ineludible del patrimonio familiar. Un vecino, haciendo alarde de sinceridad y camaradería, me confesaba, con cierto aire de impotencia, lo siguiente: “te confieso que no tengo ya la menor idea de lo que tengo guardado en el fondo del trastero. El problema es que, tras abrir la puerta, veo que no puedo avanzar más de unas diez centímetros hacia el interior. Si aparto uno de los cacharros, temo, con fundamento, que se pueda venir todo abajo pillándome a mí de por medio. Mejor volver a cerrar la puerta. Pocos alfileres más caben en ese cuadrado para el abandono”.

Las viviendas no pueden convertirse en mini museos para el recuerdo. No existe hoy en ellas espacio suficiente para albergar objetos, de la más diversa tipología, que probablemente vamos a utilizar bien poco en los meses y años venideros. Esos materiales están ocupando un lugar que impedirá la adquisición de otros elementos que tendrían difícil o imposible su llegada, pues no habría posibilidad de encontrarles una desahogada ubicación. Personalmente, he sentido una sensación de agobio cuando he visitado algunas viviendas donde quedan muy escasos centímetros libres, tanto en la pared como en la solería. Apenas hay lugar para moverse con una mínima comodidad o para relajar la visión en los paramentos, mobiliario y atmósfera espacial. Existen salas de espera de facultativos en medicina que te regalan decenas de títulos enmarcados, algunos de una importancia o significación más que relativa. El barroquismo de ostentación decorativa resulta incómodo para la visión. A veces extiendes tu mirada, desde la calle o una ventana de tu domicilio, y observas cómo en muchas terrazas descansan las cosas más insospechadas y variadas. No me refiero a las bicicletas familiares, tampoco a la bombona de butano que se tiene de repuesto, sino a esos armarios de cocina en cuyo interior desconocemos los objetos que se han guardado o voluminosos arcones que hacen imposible el desplazamiento por esos balcones que solemos denominar, con amplia generosidad, terrazas a la calle.

Al llegar a un momento de cambio profundo en mi vida laboral, me he puesto a repasar libros, apuntes, fichas y carpetas. He llegado a asombrarme de la cantidad de cosas que he ido acumulando durante tantos años de ejercicio en la profesión. En su momento tuvieron el uso necesario para el trabajo de cada uno de los días. Hoy he tenido que efectuar una profunda limpieza, realizando numerosos viajes al contenedor azul de la celulosa y los papeles. En muchas de esas carpetas y archivadores había, qué duda cabe, muchos sentimientos y vivencias compartidas atesoradas al paso de los años. He tenido que decirles un adiós agradecido. Necesitaba espacio para ubicar otros materiales más recientes, vinculados al mundo de la fotografía, la informática o el mismo bricolaje. Y nuevos libros, que continúan llegando, para su paciente e ilustrativa lectura que oferta el placer de las horas imaginadas del calendario. En toda esta tarea de “limpieza” (debí haberla emprendido hace muchos calendarios) he querido salvar las fichas de esos más de cuatro mil alumnos que me han enseñado y ayudado a ejercer el trabajo de profesor, de maestro, de docente. El noble y difícil oficio de la educación en valores, en estos tiempos de incentivos para la superficialidad. Sus fotografías y datos aportados en distintos tamaños de fichas merecían su permanencia afectiva. Pero, desde luego, otros muchos materiales debí enviarlos al torno liberador del reciclaje hace ya mucho tiempo. Resulta placentero y relajante observar hoy que aún queda algo de espacio útil en esa balda u oquedad que ha estado prisionera y ocupada por numerosos objetos, inservibles ya, que impedían la llegada y ubicación de otros utensilios diferentes, modernos y de necesidad más oportuna.

Retomando el principio de este relato, y buscando un sentido educativo para nuestros alumnos, puede ser más que interesante dedicar una o más horas de acción tutorial a tratar colectivamente la temática del consumo y la acumulación de objetos en casa. Seguro que muchos de nuestros jóvenes interlocutores afirmarán con su limpia sonrisa la realidad acumulativa que perciben y soportan en sus domicilios. Enseñémosles el equilibrio de saber consumir, conservar y reciclar. Es un camino de sabiduría interesante, práctico e inteligente. Así debe ser la escuela para la vida.-


José L. Casado Toro (viernes 17 septiembre 2010)
Profesor

viernes, 10 de septiembre de 2010

Primer día de clase.

INQUIETA Y ATRACTIVA ILUSIÓN GENERADA
DURANTE ESE PRIMER DIA DE CLASE.





Sí, este texto va expresamente dirigido a ti. Llevas, en este dulce quehacer de la docencia, muchos años ya. O, tal vez, hace poco tiempo que te concedieron esa primera oportunidad para focalizar numerosas y juveniles miradas en el espacio, rutinario e imaginativo a la vez, de un aula de clase. En uno u otro caso, restan ya muy escasos días para se produzca ese primer contacto con aquéllos que van a conformar tu grupo de responsabilidad tutorial. Muy probablemente, hoy viernes 10, aún no conozcas las siglas concretas de ese colectivo. Tampoco a sus integrantes. Pero no dudes que ellos, con sus bromas, recelos y curiosidad para la transparencia, te están esperando. Mejor debería expresarlo con otro término, más adecuado para la ocasión. Necesitan de ti. Tu saber, tu habilidad, tu madurez, tu simpatía, tu valiosa capacidad, son valores que, para ellos, serán elementos fundamentales para implementar y mimetizar, a la vez, una evolución equilibrada y sugerente en su complicado proceso formativo. Aunque en su educación influya cada día más la dinámica de la cultura no reglada, subyacente, mediática y sociológica, tu labor va a suponer el mejor pilar que articule la estructura de una enseñanza que comienza a poco de nacer y que va a permanecer, generando avances y simas de letargo, durante largo espacio en el tiempo. Durante toda la vida.

Es muy posible que el mismo miércoles quince sea el día en que tengas conocimiento de sus nombres y de algún dato más, todavía limitado, que caracterice al colectivo de tu quehacer administrativo. De tu poderosa influencia en lo humano. En ese listado que se facilitará, muy escueto en el contenido de su información, habrá algunos nombres que ya conozcas. La mayoría se te presentarán con el atalaje del anonimato, lo cual puede ser un buen inicio para evitar predisposiciones que condicionen un punto de partida que debe ser igual en justicia para todos. Los antecedentes, buenos o regulares, y la valoración documental de su expediente, ya te irá llegando en el día a día de un trabajo que va a durar tres de las cuatro estaciones del año. Otoño, invierno y primavera. Pronto accederás a comentarios diversos de otros compañeros que conocen muy bien a no pocos de los que van a ser tus nuevos alumnos. Y ahí va a comenzar una carrera contra el reloj, por tu parte, a fin de que en muy pocos días el conocimiento que necesitas recopilar acerca de aquéllos que tanto reclaman de ti sea lo más completo o básico posible. El éxito de tu labor tutorial puede estar cimentada en el esfuerzo, habilidad, energía, cariño e imaginación que imprimas en esas dos o tres primeras semanas de clase.

SALÓN DE ACTOS DE TU INSTITUTO. O de cualquier otro colegio de la ciudad, provincia o Comunidad. Todos, aparentemente alegres aunque con un trasfondo de preocupación henchida de realismo. Aún permanece el calor veraniego. La mayoría, lucen atuendos veraniegos en ropa y calzado y ostentan un intenso bronceado producto de muchas horas de visita a las playas. En medio de un murmullo de intensos decibelios, el dire, bien peinado, cuidada camisa beige y mocasines elegantes, trata de hacerse oír. La acústica de esa antigua nave sacral es muy deficiente para aquellos que pretender escuchar las palabras rituales de todo un Presidente de la Comunidad Escolar. Le acompaña la Sra. Jefa de Estudios que dosifica normas y reitera advertencias básicas. Ejerce, está en su papel controlador de la disciplina. Pocos son los que intentan atender a sus observaciones. Y ya comienza el baile de nombres y apellidos, para los distintos grupos y cursos. ¡Qué bien, he tocado contigo! ¡Oh, estamos en distintos grupos! ¿Qué te parece este tutor? Ya te contaré algo de esta profe que nos ha tocado…. ¿Quedamos esta tarde? Algún tutor ha subido al estrado, en otro tiempo mesa de altar religioso. Una forma cualquiera de desamortización a fin de reubicar el culto en las iglesias. Otros esperan, pacientemente, junto a la puerta de salida. Los veintitantos (rozando la cifra de la treintena) jóvenes para el mañana acompañan a quien va a ser su tutora. Cruzan entre ellos miradas sonrientes, analíticas, traviesamente cómplices de conocer algunos datos de éste o aquél Profesor.

Ya en la entrada a la que va a ser el AULA COMUNAL, vas a ir pronunciado de nuevo esos apellidos y nombres que se te harán profundamente familiares al paso de los meses. Llevarás a cabo una primera colocación de efectivos por riguroso orden alfabético. Comentarás, para el sosiego, que se podrá rotar de fila o nivel, cada una o dos semanas, a fin de que todos tengan la oportunidad de tener distintos ángulos de visión, para el encerado y hacia cada Profe del equipo educativo. Recitarás, y pondrás en la pizarra, el horario de ese grupo, con las materias y Profesores respectivos. Podrías grabar los comentarios, silencios y muestras de alegría exultantes, emanadas del nombramiento de ese u otro profesional. Y una que otra mirada, en la que se van estudiando tus movimientos, expresiones y, por supuesto, la forma como vas vestido de pies a cabeza. Algunos de esos compañeros, a los que identificas con un área o materia, merecen los aplausos del respetable colectivo, dibujo inevitable de imagen, confianza y alegría manifiesta por el futuro vínculo docente. En algún otro caso, la decepción mímica o acústica de un preocupante recelo. Ese ¡ohhh! afortunadamente no es escuchado por el protagonista de la decepción. ¿Has llevado tiza al aula? ¿Has anotado bien las ausencias? ¿Has sugerido una primeras normas para la mejor atmósfera grupal. Me ha parecido necesario presentarme. Junto a mi nombre, escrito en esa tierra verdosa del encerado con trazos de blancura comunicativa, he creído también conveniente facilitar a estos jóvenes, de responsabilidad vinculada, los datos de mi dirección electrónica. Las vuestras, me las vais a escribir (aquellos que así lo deseen) en la ficha correspondiente que os entregaré el segundo día efectivo de clase. Y llega un momento especial. Más importante de lo que a primera vista pueda parecer. ¿A quién señalo como primer DELEGADO O REPRESENTANTE DE GRUPO provisional?

Reconozco que siempre he gozado de una gran suerte con la opción elegida. Al no conocer a la mayoría de mis nuevos alumnos, pregunto si alguno quiere encargarse provisionalmente de colaborar como delegado de grupo. Por un cierto pudor, en algunos, y por un manifiesto desinterés, en la mayoría, nadie levanta su mano ofreciéndose para tal dedicación solidaria. No saben que desde que los fui acomodando en sus mesas respectivas estuve seleccionando algunos alumnos como posibles candidatos a ejercer ese cargo. Por simple intuición, me acerco a una de las mesas ocupada por una jovencita que baja los ojos cuando me sitúo frente a ella. ¿Quieres ayudarme, durante unas semanas, como delegada provisional? Se me queda mirando y con un cierto nerviosismo me dice “bueno, si Vd quiere”. Le pregunto su nombre y de vuelta a la mesa del Profesor presento en voz alta a la compañera delegada, agradeciéndole cariñosamente su colaboración. Aclaro, puntualmente, que ella tiene mi confianza y que me representará responsablemente cuando yo no esté presente en el aula. Antes de que finalice esa primera hora de clase, cruzaré con ella diversos comentarios animosos tratando de aportarle confianza y proximidad. He de manifestar que a lo largo de toda mi trayectoria profesional, me han ayudado delegados de grupo que atesoraban una gran calidad humana. En general, correspondieron, con largueza, a la confianza y apoyo que siempre encontraron en mí. Cuando, a las pocas semanas, dedicamos una hora de tutoría colectiva a la elección democrática del equipo de clase, en un porcentaje muy elevado, sus propio compañeros han revalidado la gestión de este compañero o compañera que, de forma espontánea e intuitiva, he señalado el primer día de clase para la función representativa de todo el colectivo grupal. Un delegado de clase no es aquel compañero que se encarga de traer todas las mañanas la tiza y el parte de asistencia, asumiendo la apertura del aula correspondiente. Es una persona que debe ofrecer muestra continua de responsabilidad ante sus compañeros de aula, tratando de recoger la opinión de los mismos ante cuestiones que les competen. Defenderá los intereses grupales, dialogando con los distintos Profesores y el propio tutor. Debe ser un excelente cauce de comunicación entre aquéllos de enseñamos y aquéllos más jóvenes que aprenden y cultivan contenidos y valores en el discurrir de los días.

En esa primera jornada de clase tratarás de dosificar, y no aturdir, con normas, reglamentos y prohibiciones. Habrá una mejor forma de hacerlo. Siempre de manera paulatina y aprovechando oportunidades que la coyuntura generosamente se presta a facilitar. Un “bombardeo” del “no se puede….” en ese día en que mayoritariamente comenzamos a conocernos no es una decisión inteligente. Si “vacíanos” el tarro de las penalizaciones y prohibiciones ¿qué recurso nos va a quedar para los siguientes nueve meses largos de convivencia? Yo me limitaría a dos comentarios que pueden llegar fácilmente a esos casi treinta escolares es un día, previsiblemente, de intenso calor. “Mirad, si algo se rompe en el aula, o fuera de ella, de manera intencionada o no casual, habrá que responder económicamente de su coste. Entendedlo. El autor o autores tendrán que afrontar de su bolsillo el precio de la reparación. Serán vuestros padres quiénes lo hagan y esta obligación poco les va a gustar”. Este comentario se realiza con serenidad y sin perder una comprensiva sonrisa. Otra “sugerencia” educativa. “Quiero también deciros que uno de los valores más importantes en esta vida es el respeto hacia los demás. Me refiero a los compañeros que comparten tantas horas de unión con vosotros a lo largo del Curso. Y, muy importante, a los Profesores. Ellos son quienes, en definitiva, os van a calificar y puntuar en las distintas evaluaciones. Si atacáis y mancháis el respeto que merecen, por su edad y profesión que desempeñan, no vais a poder esperar de ellos ese afecto que sin duda todos necesitáis” En ese momento, me vuelvo lenta pero diligentemente hacia la pizarra y, escenificando una acción importante, escribo una frase con letras mayúsculas: RESPETANDO A LOS DEMÁS ME ESTOY RESPETANDO A MI MISMO. Me vuelvo hacia ellos y, sin añadir palabra alguna, comienzo otra vez a sonreír. Rentabiliza el valor de la sonrisa. Si te brota o fluye del alma…. será más verdadera.

“Bueno, pues que tengáis un buen día. Os dejo en la pizarra mi correo electrónico. Suelo responder con rapidez a todos los que recibo. Si tenéis algún problema o necesidad, tecleáis en el ordenador. Todos los días consulto el correo. Mañana os pediré el vuestro para aquellos que me lo quieran facilitar. “Carmen, si ocurre algún problema en el resto de las horas, me podrás localizar fácilmente en el Instituto. Hoy miércoles tengo horario hasta las 13,45. Le pides, por favor, a tu Profesora que, como delegada, necesitas contactar conmigo”. “Yo, hoy, ya me he traído libretas y bolígrafos en mi cartera. Confío que alguno, que ya me he dado cuenta, mañana haga lo mismo”. “¿Me dejáis que os tome una FOTO GRUPAL? Yo también voy a salir en ella. Pediremos a alguien que nos la haga”.

¿Profe, vamos a hacer alguna excursión? Bueno, no podía faltar esta lúdica y necesaria pregunta. Con respuesta adobada de una ilusionada seguridad en el compromiso a cumplir ¡Seguro! De aquí a Junio haremos más de una visita. Si por mi fuera…. todas las semanas. ¡Es broma!

De vuelta a casa, irás reflexionando acerca de la responsabilidad que asumes para los próximos nueve o diez meses de tu vida con ese colectivo que, poco a poco, se te irá haciendo más que familiar. Tanto para tu persona como para los veinticinco o treinta jóvenes que, en una de las etapas más gozosa y difícil de su existencia, te van a reconocer, aceptar y valorar como su tutor. Para ellos vas a ser su otro padre o madre. Su Profe especial. Su consejero. Su amigo. Si consigues su confianza y su afecto, habrá tenido sentido esa vocación docente y educadora que, en un día lejano de otoño, decidiste fuera la insignia de tu carácter. De tu profesionalidad. ¡Suerte. TUTOR o TUTORA!



José L. Casado Toro (Viernes 10, septiembre 2010)
Profesor

jueves, 2 de septiembre de 2010

SEPTIEMBRE

SEPTIEMBRE.
ANTE EL INICIO DE UNA NUEVA TEMPORADA EN LO VITAL.





La llegada de todos los septiembres en nuestras vidas, con ese color violeta que se tiñe de un aire romántico renovador, siempre nos suele producir la tensión de lo imprevisto. Pasamos de un verano, que se resiste a emprender su cíclico viaje anual, a un otoño de luminosidad limitada, gotas de lluvia y rocío en los semblantes y hojas adormecidas que pueblan aceras, plazas y jardines, en la orfandad de juegos, voces y sonrisas. Por nuestra entrañable Málaga, esta estación que inaugura el reencuentro social, se hace esperar con su llegada térmica tardía. Aún en noviembre, los alegres atuendos veraniegos desafían el minutero meteorológico. Pero en todo lugar, aquí y allá, el noveno mes de la anualidad suele provocar un especial sentimiento de cambio. Ante un nuevo reto. Ante una nueva etapa. Ante una preciada oportunidad. En lo vital, en lo académico, en esa anhelada ilusión que genera silencios y esperanzas para otra experiencia en el recuerdo. Esta nueva serie de artículos debe estar presidida por esta percepción que nos aproxima hacia un cambio, siempre esperado en lo positivo, que va a gratificar otros doce meses de recorrido en lo espiritual y en lo material. Por identificación primaria, en el referente a lo humano. Una excelente compañera de Instituto, con frecuencia, me ha comentado su agrado por este trimestre de paisajes románticos, en la lluvia y en la nostalgia. Personalmente, prefiero el otro equinoccio. Aquél que, con la Primavera, se viste de luz, aromas y flores de intensidad multicolor, para adornar la naturaleza y los espíritus de semblantes y senderos necesitados.

Y este verano, como otros en el ayer y en el mañana, ha sido térmicamente intenso, en lo monótono y, lúdicamente, reparador por lo gratificante de todas las experiencias vividas. Un curso académico que finaliza con ese, ya asumido, “más de lo mismo” y con unas fuerzas que alcanzan el más bajo nivel en la escala de lo somático. El Profesor trata de desconectar en ese julio en el que, todavía, la Administración permite el inicio vacacional. Tras la avalancha de documentación rellenada, en cumplimiento de la norma, cerramos nuestra taquilla profesional aventurándonos en otras posibilidades y vivencias. Complementarias, diferentes, compensadoras. Libros pendientes de su pausada lectura. Viajes más o menos programados en unos meses no especialmente gratos, por la masificación social que conllevan. Alguna reparación en casa. Un despertador que se torna más respetuoso en su obligación acústica temporal. Ese deporte que se retoma con necesidad y sabor, sea en la playa, el senderismo, la bicicleta o en el juego grupal. El abandono del rígido “uniforme” diario por las bermudas y las sandalias liberadoras. Y el cine, en abundancia. Peregrinajes a chiringuitos en la playa o en la calle “de los restaurantes”. Probablemente los verás muy cerquita del paseo marítimo de todas las ciudades que se despiertan mirando al mar y se acuestan bajo el guiño enamorado de las estrellas. Por cierto, hay un cine (el Babel), algo escondido en una calle de Valencia, cerca del cauce remodelado del Turia, donde en sus cinco salas sólo proyectan películas en versión original subtituladas. Algo así como el Albéniz, pero “en lo total” de sus cinco pantallas, no muy grandes pero en sumo acogedoras. Y ¡cómo no! el AVE con su espléndido y más que bien pagado servicio. Un verdadero acierto empresarial. Nos impactan en su trasiego los aeropuertos, con su vorágine de maletas, horarios, prisas y embarques. No me olvido de esas carreteras en caravanas, a horas punta, que asemejan procesiones integristas hacia los santuarios olímpicos del absurdo. Contacto directo con la familia, a tiempo completo, circunstancia que puede favorecer la eclosión de realidades ocultas o pospuestas tras el estrés laboral de los días. Algunas estadísticas hablan de los numerosos matrimonios con grietas difíciles de restañar a partir de la vuelta de vacaciones. Es el verano. Calor, terral o esos aguaceros convectivos que provocan gruesas tormentas e inundaciones más que repetidas en su daño por las pantallas del telediario, ya digital. Y los alumnos…… con sus “pendientes”. Hablemos ahora de ellos.

Durante el curso, han gozado de numerosas oportunidades, y alguna más, a fin de superar esos contenidos mínimos que avalan el aprobado, al menos, en las distintas materias y áreas curriculares. Pero si después de esas opciones, generosamente repartidas durante los nueve meses de escolaridad, quedan algunos suspensos, tienen aún la posibilidad de los exámenes que se les ofertan a inicios de septiembre. La experiencia me confirma que resultan más que inútiles esos ejercicios. Si en la dinámica del trabajo diario no se aprovecha la inercia y el mimetismo colectivo ¿qué se puede esperar de un verano en el que durante dos meses han proliferado incentivos placenteros para la apetencia natural del cuerpo y el espíritu? Elevadas temperaturas. La playa o la piscina. Las tardes y mañanas de paseos con los amigos, familiares o compañeros. Esos trece o dieciséis años que reclaman y priorizan lo lúdico frente a la obligación rutinaria de lo responsable. Y para más, el manifiesto abandono de autoridad que emana de unos tutores familiares para los que resulta más cómodo mirar hacia otro lado, pues siempre es más grato el sutil y egoísta “chantaje de la sonrisa”. En definitiva, que corregir esos exámenes en la prueba extraordinaria septembrina es puntualmente desolador. Ocurre lo mismo que cuando hacemos esas cíclicas “repescas” (en el lenguaje y argot juvenil) y al final tenemos que reconocer que la calificación inicial siempre es más elevada, en contenido y calidad, que aquella que se alcanza en esos ejercicios secundarios de recuperación. Hablo en general, por supuesto. Siempre hay casos que posibilitan el aprovechamiento de esa otra posibilidad para obtener el aprobado que todos anhelamos. Pero los resultados de ese mes equinoccial son más que precarios y desalentadores. Si alguno manifiesta que sirven para bien poco…. no se equivoca. Lo afirmo con el aval que legitima la experiencia.

Y llega septiembre, en lo escolar. También, en la vuelta al trabajo que preside lo laboral. Cada profesión, cada persona, asume este retorno a la rutina de la “normalidad” con unos planteamientos y circunstancias concretas y específicas. Pero en todos anida esa ilusión, más o menos confesada o compartida, de que todo o aquéllo puede cambiar, por supuesto hacia algo mejor. Sospechamos o creamos ficticiamente en nuestra imaginación que la realidad cotidiana va a ser, en algo o en mucho, diferente. Desde mi profesión de docente, siempre albergaba por estas fechas esa mezcla de inquietud, ilusión, deseo o necesidad acerca de un nuevo curso. Alumnos diferentes o ya conocidos ampliamente en su trayectoria académica. Esa materia que me tocará explicar, una vez más, o por vez primera, lo que motivará o exigirá una especial dedicación a fin de preparar nuevos materiales, apuntes, estrategias, cuestionarios de trabajo, etc. La llegada de nuevos compañeros de trabajo, que dibujarán otras pinceladas a ese conjunto de Profesores que se enriquecerá con su vitalismo o renovada experiencia, según los casos. Ese primer Claustro, en los que se habla de horarios, novedades, y repetidas vueltas de tuerca a las obligaciones tutoriales, con esas caras novedosas de personas a las que ves por primera vez en tu vida. Te los van presentado y a los pocos minutos ya no recuerdas su especialidad, nombre o centro de procedencia. Más pronto que tarde, la subida al Departamento para articular un laberinto ajedrezado de la elección de materias por los compañeros que conforman aquél. Negociación, discusiones, cesiones o fortalezas consolidadas. Algún que otro enfado o decepción… pero ya cerca de las catorce treinta parece que se ha cuadrado el jeroglífico de las trece, dieciséis o dieciocho horas efectivas de clase. Más las guardias, reuniones, claustros y evaluaciones, tutorías, jefaturas. Y los tiempos dedicados al “Séneca” un nuevo “dios” para el sosiego purificador de la “nomenklatura” Al final habrá que declarar esas treinta horas, o treinta y cinco que se firman en los horarios individuales. ¡Este año tampoco podré dar la …….!

¿Dónde habéis estado? ¡Que buen moreno traes! “ No me digas que habéis estado allí, qué valor” Mira, te voy a presentar a …. Seguro que este año convocan oposiciones. Ya he visto que me has enviado muchos correos pero es que he desconectado de Internet durante el verano. ¿Te has enterado que ……? Oye os sobra algún Santillana o Anaya en el departamento. Es para un sobrino que….. Bueno ya nos veremos. Sí, ayer estuve otra vez en mi nuevo Centro. Ya nos llamaremos por teléfono o nos enviaremos algún e- mail. Te diré como me van las cosas. Te voy voy a decir algo que me he enterado. A mí ya sólo me queda éste y el que viene. En mi Departamento nos faltan dos plazas a cubrir. Pues en el mío nos sobre una. Dicen que este año van a controlar las “horas basura” ¿Se sabe algo de la “preju”? Tengo que limpiar la taquilla. ¿Hay algún “puente” ahora en octubre?. Y así, muchas frases cordiales, agradables y afectivas ante un nuevo periplo laboral que habrá de durar hasta la llegada del estío veraniego, allá en los días finales de junio.

En otras profesiones ocurre también algo similar a lo hasta aquí ya expuesto. Es el aterrizaje en la pista del realismo cotidiano que ese mes vacacional ha logrado disimular o modificar en la reiteración cotidiana. Y es verdad que, junto a esos uniformes escolares, camisas blancas, jerseys azules o grises y faldas plisadas y pantalones formales dominando en este último color, observamos esas columnas de los Anaya, Vicens Vives, Santillana o SM que esperan pacientes la llegada de esos jóvenes propietarios para su lectura y estudio. Ahora con la entrega gratuita de los textos escolares en los Centros, esas columnas ya no son lo que eran. Predomina, por el contrario el material multicolor de rotuladores, diccionarios, carpetas, agendas, mochilas y calculadoras, donde anotar y escribir para el recuerdo de la obligación. Desde mediados de agosto, los centros comerciales han rebajado drásticamente bañadores y zapatería para el calor pues necesitan ese espacio para ubicar los baberos y uniformes establecidos en el aprendizaje reglado. Menos mal que el aire acondicionado de los Carrefour o Eroski de turno compensa el sofoco que te produce ver los abrigos y anoraks organizados en los expositores para el frío o la lluvia de los meses venideros.

También en los puestos callejeros de venta de prensa y libros comienza una cierta universidad o aprendizaje popular. Hace años se nos inundaba de ofertas en fascículos sobre los temas más diversos en el interés comercial. Posteriormente había que llevarlos a encuadernar. Hoy se publicita una variada gama de productos, desde muñecas, maquetas y estudios ilustrados sobre la Segunda Guerra Mundial. No faltan tampoco el aprendizaje y perfeccionamiento de los idiomas, mayoritariamente el inglés. Lamentablemente, muchos de estos títulos son comprados para descansar, tras la buena voluntad inicial, en el estante ya repleto de ese mueble que totaliza un generoso panel del salón en nuestro hogar. Pero son de agradecer esas ofertas que nos recuerdan, a los que ya tenemos más edad, aquellos años de la vuelta al cole para avanzar en un escalón más de nuestra formación.

Ocurre, más o menos, como a comienzos de enero. Nuevos y admirables propósitos para abandonar el tabaco, realizar un poco de deporte, avanzar en ese idioma extranjero que cada día resulta más útil para casi todas las profesiones, seguir una alimentación más racional y equilibrada y entrar de alguna forma por la vía del cambio que siempre resulta necesaria y renovadora. Realmente septiembre es un mes esperanzador para reiniciar y hacer casi de todo, con la mejor de nuestras voluntades y deseos. Percibimos como la normalidad vuelve a la vida ciudadana, tras un agosto en que todo parece detenerse en el letargo, el calor, las fiestas y el ansia por viajar de aquí para allá en la búsqueda ansiada de lo diferente. Es un nuevo mes, óptimo para conocer otros lugares. Sólo para aquéllos que pueden disponer de su tiempo y de su desahogada capacidad adquisitiva. También para llevar a la práctica efectiva esos nobles deseos que, sin duda, habrán de mejorar la rutina de nuestros días. Hay que saber aprovechar esta otra oportunidad que nos regala el calendario. Y ser constante en el cumplimiento de aquello que hemos previsto en el cambio de nuestra vida. El docente, el técnico, el comercial, el albañil…… todos, en esa poliédrica figura de la sectorización económica, debemos retomar con energía y voluntad las raíces profesionales de nuestra existencia y hacer las mañanas y los atardeceres algo diferentes, pero más enriquecedores.

Hay algunos, muchos más cada día, que tendremos que reprogramar el itinerario del segundero. Personalmente, puedo felizmente equivocarme y, tras la luz que hace florecer el alba de la mañana, tomo la bolsa de los apuntes y las fichas. En la conducción hacia el entrañable IES. Ntra. Sra. de la Victoria, pienso y diseño cómo hacer una explicación diferente para despertar no sólo el sueño sino el interés de jóvenes adolescentes que están en la mejor edad para sustentar su aprendizaje. En muchos años así lo he hecho. ¿Por qué no ahora?

Ya en otra oportunidad hablaremos de los primeros días de clase. Recuerdo aquella simpática película de Robert Mulligan, 1961, protagonizada por Rock Hudson y Gina Lollobrigida. Cuando llegue septiembre. Con su pegadiza y alegre canción, era una cara amable para ese mes que se nos ofrece sugerente y renovador.-


Jose L. Casado Toro (viernes 3 septiembre 2010)
Profesor