viernes, 31 de diciembre de 2010

CAMPANADAS DE FIESTA, PARA LA REFLEXIÓN EN LA ACCIÓN.




De aquí a muy pocas horas, van a sonar esas doce campanadas que abren la noche a la ilusión de un nuevo día. Y es que hoy, también mañana, son números en el calendario que se adornan con un especial significado, entre todos aquellos que conforman la anualidad. Miramos, reflexivamente, hacia atrás. Necesitamos, de igual forma, observar el horizonte que sobreviene, en ese incierto itinerario o ruta para la vida. Entre el jolgorio dibujado de confetis, canciones y bailes al viento, las copas de cava o sidra adornadas con uvas simbólicas para el deseo, el tráfico intenso de mensajes electrónicos y llamadas para el recuerdo, las bocinas, artificios, corbatas y tacones que acompañan a trajes relucientes para deslumbrar nuestro ego, sé que tu y yo, aquel y el otro, inevitablemente encontraremos un hueco para el pensamiento y observaremos, en silencio, ese atrás que precede a ese adelante en nuestra individualidad compartida. En lo familiar, vecinal, laboral o social.

Un nuevo año ha pasado por nuestra modesta y gran biografía. Y a poco que hagamos un recorrido por los avatares que se han vinculado a nuestras vidas, hallaremos muchas páginas para rellenar con el denso atalaje que encierra el baúl de la memoria. Lo primero que percibimos y sentimos es el agradecimiento por ese trocito de vida que se nos ha permitido disfrutar. Pues otros, cercanos en conocimiento y afecto, ya no están. También otros, muy alejados en nuestros vínculos, famosos por su imagen pública en lo social, iniciaron también ese viaje inescrutable para la eternidad. Muchos llegaron en el natalicio, la fama o en amistad. Pero en principio nos acordamos de esos rostros y expresiones apenas conservadas en fotos, imágenes o en el recuerdo de la intimidad. Es bonito repetir aquello que lo más importante es aquello que hemos sabido darles….. en vida. Tras su viaje indefinido, todas las manifestaciones y escenificaciones miran más a nosotros mismos. Es más importante la amistad, una sonrisa y el cariño en el ayer, que las flores, lamentos y rezos en el mañana.

Junto a las personas, los hechos. Unos que nos afectaron de una forma directa. Otros, más alejados en el perímetro de nuestra influencia e interés. Y tenemos en las alforjas muchos elementos para el haber y el debe. Sencillamente, hay muchas cosas que nos han salido bien y nos permite estar razonablemente satisfechos. Otras, por el contrario, han ensombrecido y nublado la faz de nuestro optimismo. Es lógico. No todo puede salir bien. Sería absurdo considerar que todo nos ha salido mal. Ya en otro artículo supimos dialogar sobre esa ley, o norma no escrita, de las compensaciones en todo periplo o conjunto existencial. Cada uno con sus expectativas y exigencias consigo mismo. También con los demás. Hablamos de las respuestas del entorno. Pero, y nosotros ¿que tipo o naturaleza de generosidad hemos sabido aplicar hacia los demás? Para unos, el vaso estará aún medio vacío. Sin embargo, en otros, ese mismo recipiente será considerado… a rebosar. Todo deriva de las exigencias, ambiciones o puntos para la partida que hayamos estimado para la andadura anual. Mirar hacia atrás es necesario. Para conocer mejor la nueva ruta que debemos o podríamos adoptar. Todos hemos sufrido alguna que otra, y dolorosa, gran decepción. Todos hemos gozado alguna que otra gran alegría. Aprendamos, con serenidad, de aquélla. Administremos, con inteligencia, los réditos de esta otra.

Y mañana, 1 de enero. En un nuevo año que termina en impar. Todos, absolutamente todos, no me cabe la menor duda, esbozamos algunos proyectos o deseos para el cambio. Buscando las mejorías o la modificación necesaria que nos agradaría aplicar. La intención es buena, sin duda. El problema es ser constantes o valientes para emprenderla y persistir en su desarrollo, buscando y hallando razones para “hacer” y no para “abandonar”. Ejemplos hay muchos, citaremos algunos que difícilmente se pueden obviar.

Uno de los primeras propuestas para el cambio es mejorar el tono general de nuestro organismo. Esos gramos, que nuestra cintura o piernas acumulan por la práctica letal de lo sedentario, habría que intentar reducirlos. Con más deporte o el simple hábito de andar para el disfrutar. Y, de manera correlativa, equilibrando mejor nuestra ingesta, donde está el origen de la más escandalosa y patente obesidad o sobrepeso. Y pasamos revista al alcohol, a los dulces, al tabaco y a las grasas que escaso bien nos proporcionan, especialmente cuando abusamos y no “quemamos” los desequilibrios. Y esa bicicleta que dormita en nuestro trastero habría que comenzar a despertarla pues mucho bien nos va a deparar su práctica y uso. Al menos una vez, en lo semanal. Y también un día para el nado, cuya práctica es beneficio y salud para mejorar el tono mental y físico.

Para otros serán los idiomas, objetivo mil veces proyectado y otras tantas relajado, pues la constancia debe ser ley motivadora en el cambio. Eso de comunicar in English se ha puesto tan de moda que, para muchas personas adultas, es una asignatura pendiente que algún día habría que aprobar. En realidad ya es importante entender rótulos y textos, más o menos complejos, en el idioma británico. Entenderlo al escuchar y hablarlo, ya es más complicado. Pero por algo habrá que empezar. Aunque muchos consideremos que es una lengua de “bárbaros” (…desde un punto de vista gramatical….) sería una barbaridad mayor la intolerancia hacia su uso y “disfrute”. Debo aclarar, para los que en este punto esbozan una peculiar sonrisa, que el concepto histórico de “bárbaros” era el de aquellos pueblos que vivían fuera del “limes” o frontera del Imperio Romano. Aunque no pocas de sus costumbres eran, en sumo, rudas o “bárbaras”, no lo eran menos algunos de los hábitos empleados por los dirigentes del Imperio Latino.

Uno de los proyectos o cambios más interesantes y sugerentes es cuando pensamos y asumimos que no vivimos solos. Que hay otros muchos seres que necesitan, en la medida de nuestras posibilidades, atención y solidaridad. Por supuesto que no es fácil llevarlo a cabo, dada la época de individualismo egoísta que nos aturde y domina, pero por intentarlo no ha de quedar. Siendo humildes en el proyecto y sencillos en la acción para no hacer imposible o inviable la realidad. Y, en este mismo contexto, probablemente todos tenemos rupturas y desencuentros en la memoria y en el corazón. Algunas manifiestamente irrecuperables. Pero puede haber otras, con un atisbo para la esperanza, que posibilite la floración en esa relación perdida. Ahora mismo estoy recordando, cuando comentaba con mis alumnos en tutoría, al llegar las semanas previas a las vacaciones de Navidad, en qué actividades podrían aplicar su amplio tiempo disponible. Una de las posibilidades, entre más de treinta objetivos realizables, era tratar de recuperar esa amistad perdida que muchos podemos tener en nuestra alma y conciencia. Con voluntad y generosidad.

Es evidente que a cada uno de nosotros le afectan unas circunstancias específicas que condicionan, como no podía ser de otra manera, su predisposición hacia ese cambio que se hace aconsejable en esta transición de anualidad. Por eso no resulta fácil seguir concretizando acerca de algunos objetivos que te pones como reto, en estas fechas tan especiales por las leyes de la cronología (podría añadirse, de igual forma, la señal meteorológica, elemento que ayuda a esta clasificación anual). Sí querría referirme a una razonable e inteligente consideración para el cambio. Concretamente, la hipervaloración que hacemos sobre unos problemas que no resultan tan importantes en la realidad objetiva. Parece que es de común acuerdo la trascendencia que concedemos a dificultades o inconveniencias que resultan más que usuales en la vida y que solemos exagerarlas y potenciarlas hasta no poder evitar que nos afecten, de manera desmesurada, hasta llegar incluso a estados que lindan con lo patológico. En lo anímico y, a veces, para nuestra estructura somática. Dicho de otra forma, aunque creo expresarlo con gran nitidez, le damos demasiada importancia a lo que solo son pequeños reveses, desencuentros o frustraciones, perfectamente asumibles en el discurrir de los días. En vez de hallar soluciones a fin de paliar, superar o modificar esas situaciones que percibimos y sufrimos como adversas, hacemos un mundo de las mismas y dejamos que nos afecten e inmovilicen en lo que debía ser una reacción de recursos para la superación de las mismas. Tras analizar, con la mejor frialdad y equilibrio, el origen y desarrollo de esos problemas, habría que echar mano de buena voluntad en la búsqueda de soluciones que resuelvan o nos permita paliar esas adversidades que nos afectan. Ante la dificultad, el reto de la superación. Y la primera medida al respecto no puede ser otra que tratar de relativizar la significación de un problema que está pidiendo, a voces, valentía para afrontarlo y superarlo. Desde luego hay cuestiones que no resulta fácil su tratamiento y solución. Pero, incluso en el campo de la medicina, siempre hay caminos para tratar de no inmovilizarnos o deprimirnos ante la adversidad. No hagamos un problema más grande de lo que realmente es. No olvidemos que hay adversidades más lacerantes ante la magnitud real de aquello que puntualmente nos afecta. No es que preconice el pasotismo. Sí que busquemos, racionalmente, la dimensión exacta de la adversidad y luchemos por superarla. Así nos sentiremos mucho, mucho mejor.

Y en esta fecha en que la noche y el día se hermanan al alba del amanecer, nunca mejor que ese paseo por la naturaleza del mar en la montaña y el cariño en el corazón. Compartir un trocito de lectura con nuestra conciencia sosegada y, tal vez, esa llamada, correo o comunicación que despertará la sonrisa sobre la flaqueza en lo humano. Un nuevo año comienza, y atrás ya quedan alegrías, ilusiones y decepciones. Consideremos el blanco, el verde y el azul. Porque….. siempre nos quedará el oleaje y aroma del mar, la pureza natural de la bondad, junto a la fuerza incontenible y dinamizadora de la esperanza.-


José L. Casado Toro (viernes 31 diciembre 2010)

Profesor.



viernes, 24 de diciembre de 2010

FIESTAS Y HORAS DE OCIO. EL AUTOCONTROL NECESARIO PARA NUESTRA ALIMENTACIÓN.

Es una obviedad manifiesta la necesidad de tomar alimentos. Nuestro organismo necesita el aporte nutriente, al igual que los motores exigen ese combustible que les permite continuar funcionando. El problema aparece cuando sobrepasas la línea media conveniente y avanzas por esa otra dimensión que preside el riesgo de la sobrealimentación. Desde luego, en las sociedades occidentales, y de forma mayoritaria, ese peligro se halla explícito en los hábitos de nuestro comportamiento para con el organismo. El sobrepeso, la obesidad, el no sentirse bien, la derivación a variadas y complejas enfermedades, la degradación o postergación de otros muchos y atrayentes valores, etc son las duras consecuencias de ese hábito en el comer sin el necesario autocontrol. Pasemos a considerar algunas de las imágenes que protagonizamos de manera cotidiana, a fin de avalar este planteamiento que preconiza un mejor uso en los hábitos alimenticios.

Una tarde noche, en ese fin de semana que se nos va haciendo presente ya en el día jueves, alcanzando su clímax sociológico durante el viernes y sábado. Recorremos las viejas calles del centro urbano (en proceso de pétreo remozamiento y peatonalización) acompañados de la presencia anónima de numerosísimas personas. Unos vienen y otros marchan a destinos privativos, entre luces y sombras, voces y silencios, risas y gestos austeros. Coloquialmente manifestamos esa frase de “las calles están llenas de gente”. Y observamos una realidad que no soporta la menor controversia. ¿Qué hace la mayoría de las personas que nos acompañan en ese poblamiento “intramuros” a las horas en que cae la tarde y comienza el reinado de la noche? ¿Qué hacemos, durante las 21 y 23, e incluso antes o después de esas horas? Comer, comer y comer. Podríamos utilizar el vocablo “cenar” para ser más exactos. Cuando pasamos por delante de las terrazas improvisadas en la vía pública, en bares y restaurantes, de pié junto al mostrador, en altísimos en incómodos taburetes, alrededor de mesas improvisadas con toneles o botas vacías, apoyados en los escalones de algunas puertas….. cualquier sitio y modalidad es asumida. Cuando recorremos y protagonizamos esas realidades, la mayoría de las personas están comiendo y bebiendo. ¡Cuántas veces decimos esa frase de “cómo engulle la gente”. Vamos a salir, Iremos a tomar o “picar” algo. Seguimos y practicamos, con la mayor devoción, ese rito culinario de llenar y llenar el estómago, para la inquietud de nuestras cinturas y el peligro cierto en el descontrol orgánico. Beber y comer. No quiero exagerar mi percepción, pues los cines tienen su público. Al igual que los conciertos y las representaciones teatrales, entre otros espectáculos. Pero, primaria y mayoritariamente, la imagen que llevamos en nuestra retina, y también en el estómago, es la de gente comiendo y bebiendo. Y no me olvido de ese sector “enganchado” que nos envenena a todos con el humo insolidario y contaminante, procedente del tabaco. Jóvenes y mayores. Niños y ancianos. Creyentes y escépticos. Guapos y reales. Coléricos y sosegados. Austeros y dadivosos. Soberbios y sencillos. Egoístas y solidarios. Comienzas en el bar. Sigues en el restaurante. Y finalizas en la cafetería o tetería de rigor. Y en la disco, otra copa. Y si la noche se hace eterna bajo el manto oscurecido de estrellas y luceros, puedes finalizar la velada con ese chocolate, churros o bollería cuando el minutero canta los maitines al alba regada por el dulce rocío.

Vayamos a un segundo ejemplo, concordante con estas fechas cercanas al solsticio invernal. Se ha convertido ya en práctica generalizada el hábito de celebrar comidas de hermandad, entre los compañeros trabajadores de una determinada empresa. Especialmente almuerzos más que cenas, debido a las temperaturas de estas fechas que hacen un tanto más ingrato salir por la noche. La idea es, en sí misma, muy plausible, pues facilita la unión y los vínculos de amistad entre los compañeros, fuera del taller, fábrica u oficina, etc, donde se desarrollan cada día las diferentes profesiones laborales. Dado los precios que los hoteles y restaurantes establecen el menú (hoy día, alrededor de los cuarenta euros por cabeza) no cabe duda de que vas a ser partícipe de un verdadero banquete. De hecho lees el contenido del menú y tienes que plantear un ejercicio imaginativo al observas que la redacción que se hace sobre los diferentes platos es digna de un hábil profesional de la literatura. Ya en otra ocasión hemos aludido a ese barroquismo expresivo para referirse a los entremeses y ensaladas o, incluso, el postre. A veces te imaginas que vas a asistir más a una película que a un almuerzo con suculentos manjares. En estas celebraciones es importante elegir bien la ubicación en la/las mesa/s, si quieres tener una comida sosegada y confortable. Recuerdo alguna experiencia en la que me ví sentado en una generosa (lo digo por su diámetro) mesa de tabla redonda en la que mantener una mínima conversación con el comensal de enfrente era tarea más que imposible. El ruido ambiental y la distancia entre ambos provocaba que, al no entender lo que me decía, asintiera con la cabeza, sonrisas incluidas. Probablemente algunas de mis afirmaciones mímicas tuvieron que ser contraproducentes o erróneas dada algunas expresiones faciales de mi interlocutor. En estos menús dirigidos a la más sensual glotonería, la partida de entremeses es abundante y suculenta. De tal nivel que, al llegar el segundo plato (a veces es el tercero) dedicado al pescado o la carne, no queda ya capacidad en tu estómago para utilizar el cuchillo y tenedor. Menos mal que con los sorbetes (en este caso la nomenclatura no es especialmente afortunada) puedes ir digiriendo la copiosa ingestión de hidratos, azúcares, proteínas, lácteos, grasas, fibras y vitaminas. Suculentos aperitivos en grasa que ponen a prueba tu resistencia al colesterol que atesoran en su apetitoso sabor. La ingestión de alcohol es también importante, entre los blancos, tintos, rosados y el aúreo color achampanado en el climax final de la celebración. Un día es un día, para una gozosa jornada que ofrecería resultados inquietantes, tras el análisis dietético correspondiente de sus participantes. Siempre aparece, ya en los postres, esa voz que aporta sensatez y cordura con la conocida e insoslayable frase de “yo, esta noche, sólo una manzana o una pequeña ensalada”. Menos mal que, en el farmacéutico asistencial de la alacena o mueble de cocina, todas las familias poseen el tarro de sales de fruta, el comprimido o sobre de efervescente que trata de paliar el profundo desorden estomacal que ha sobrevenido con la tan insensata aventura “restauradora” en la que han participado. Desde luego, hay comidas de Navidad, o de otra celebración, en la que todos llevan algún manjar, de forma espontánea u organizada, comprado en el súper o elaborado en casa, que también resultan plenamente entrañables, agradables y suculentas. Obviamente, son más racionales. Tanto por el precio, como por el contenido de la oferta alimentaria a degustar. Otra posibilidad que también suele ofrecer un buen resultado es recoger una determinada cantidad entre los que se anotan al litado de participantes y, con lo recaudado, comprar lo más interesante en el Mercadona cercano, optimizando los fondos y los contenidos a degustar. Hacerlo en el mismo lugar donde se trabaja cada día no es un inconveniente, pues el condicionante escénico puede paliarse con una buena decoración y el acompañamiento de esos villancicos que los más preclaros en la voz suelen y se atreven a entonar.

También el 24 y el 31. Esos dos emblemáticos días del mes último en el año están presididos por sendas celebraciones, cuya fiesta queda concentrada en torno a una mesa. La primera fecha, es puntualmente familiar. También la segunda, aunque ésta se abre y amplía hacia el entorno de los amigos y conocidos. Hablaba de una mesa bien repleta, con todo tipo de alimentos suculentos. Entiendo que no pocas familias tendrán que reducir la cantidad y calidad de esas cenas por sus limitaciones económicas, coyunturales o de naturaleza estructural. Pero, en general, son dos noches en las que se abusa, exageradamente, en el consumo de alimentos sólidos y bebidas. Precisamente a unas horas del día en que la naturaleza corporal aconseja reducir la ingesta alimenticia. Al cuerpo no le viene bien comer tanto a horas tan avanzadas o tardías, y la propia ciencia médica corrobora con firmeza esta apreciación que cada uno de nosotros siente en su organismo cuando comete esos excesos nutritivos. Una vez más, comer y comer, beber y beber. La moderación desaparece en nuestros hábitos usuales y se escatiman esfuerzos de diferente naturaleza para que la mesa quede bien presentada, en su densidad y diversidad. Y en el 25 de diciembre, también en el 1 de enero, con el cuerpo ya bien vapuleado por los excesos de las noches previas, se aprovechan los restos ingentes de alimentos que, preparados con esmero, no fueron consumidos en la Nochebuena y en la Nochevieja. Bien trajeados para las dos fiestas, y ante un mantel que soporta mayor o menor esplendor en su oferta a los presentes, muchos de los celebrantes, en lo más profundo de su intimidad y necesidad, añoran una simple sopa caliente, una ensalada y una fruta. Pero hay que seguir el rito tradicional de agobiar nuestros estómagos, costumbre que tal vez derivaría de las carencias más que permanentes, en otras épocas pretéritas, durante el resto del año. En esas dos fechas tan significativas de la cultura cristiana había que llevar a cabo un comportamiento alimenticio muy diferente a lo que era usual para el resto de los días. Hoy día no existen razones objetivas para no consumir en cualquier fecha lo que se oferta para esas dos noches mágicas en el año. Y que no se nos diga que incrementamos nuestro nivel de felicidad engullendo y bebiendo hasta el exceso. No existe razón objetiva para mantener ese aserto, como no sea para temperamentos y caracteres de valores y objetivos más que degradados.

¿Podríamos seguir en la búsqueda de ejemplos? Por supuesto. pero la extensión de este artículo no lo aconsejaría. Simplemente recordemos otras celebraciones o eventos que potencian ese comer y ese beber. El santoral al que se vinculan los diferentes miembros que componen la familia, la fecha de los cumpleaños, los bautizos, las primeras comuniones, las bodas, separaciones y divorcios, la obtención de buenas calificaciones o la superación de las oposiciones, la obtención de premios en los sorteos, la vuelta de un viaje, la visita de un familiar, el día de la madre, el día del padre, algunas conmemoraciones sociopolíticas…. etc. Incluso, en algunas culturas, tras el fallecimiento de alguien entrañable. La tentación de un plato bien repleto, y de una copa generosamente llena, siempre la encontramos tras esas celebraciones que se han enumerado.

Es fácil disfrutar el goce de la compañía y diálogo de familiares, amigos y conocidos sin perjudicar el equilibrio racional de nuestro apetito. Potenciar el valor, sabor y disfrute de las ensaladas, las frutas, la carne y el pescado a la plancha, los yogures, las harinas integrales, la versatilidad del arroz, las confortables legumbres y la cerveza 00, entre un largo etc, para elegir. Pero sobre todo, en esta Nochebuena, al igual que en esa otra Noche de transición a un Nuevo Año, debemos ser “buenos” con nuestro cuerpo. Sin duda, él nos lo va a agradecer. La alegría del calendario no ha de estar reñida con la prudencia equilibrada en el comer, beber, sentir y actuar.

Brindo contigo (me vas a permitir que utilice una copita de sidra asturiana) en esta distancia que se hace inmediata por la magia y afecto de la amistad.

José L. Casado Toro (viernes 24 diciembre 2010)

Profesor



viernes, 17 de diciembre de 2010

BANCOS Y CAJAS DE AHORROS. UN OPÍPARO NEGOCIO PARA LA AUTOSEGURIDAD




Una mañana de tibio sol y profunda humedad, en un día cualquiera de tiempos difíciles para la economía. Había recibido la llamada telefónica de una empleada que trabaja como interventora en una conocida entidad financiera. Concretamente, la Caja de Ahorros a la que he estado vinculado desde que comencé el ejercicio de mi profesión, hace ya más de tres décadas y media. Conozco desde hace muchos años a esta agradable trabajadora, que ejerce su actividad en una de las mesas abiertas para la atención al cliente. El paso de los años ha generado una relación muy cordial entre ambos, lo que ha facilitado que, al aparecer en el mercado algún productos financiero de especial interés, suela llamarme para informarme detalladamente acerca del mismo, con el amable ofrecimiento subsiguiente. La verdad es que no había mucho público durante esa hora tempranera en la sede, donde tengo domiciliados los ingresos y pagos más importantes. Antes de que pudiera ser atendido, Cristi (vamos a utilizar este bonito nombre) dialogaba con otro cliente que me antecedía en la gestión. No es sucursal bancaria de grandes espacios por lo que (aún estando separado unos metros de la mesa ante la que ambos se acomodaban) no pude evitar oír y observar la temática básica de su conversación, contenido que despertó de manera palmaria la atención de mi interés.

El cliente al que me refiero era un hombre que se acercaba, si no los superaba ya, las seis decenas en su calendario. Cabello abundante y entrecano, rostro curtido por una vida de trabajo a la intemperie, peso que superaba la media de obesidad y vistiendo con la digna sencillez de una ropa numerosísimas veces pasada por la lavadora hogareña. En momento alguno dejó descansar su algo encorvada espalda en el respaldo del sillón, demasiado bajo para la altura de la mesa. Aún a riesgo de exagerar la descripción, la focalización visual de interventora y cliente era una línea adyacente de picado y contrapicado, en el argot fotográfico, a pesar de ocupar ambos un misma plano focal en el espacio. Este Sr. insistía, una y otra vez, ante la rigidez impasible de su interlocutora, que movía pendularmente su cabeza, con peinado en melena bien cuidado de peluquería semanal. Parece ser que era ya la tercera vez que venía a preguntar por el préstamo que había solicitado semanas atrás. Imperturbable, y añadiría con una actitud de impasible rigidez, era la imagen de la empleada a la que sólo llegué a entenderle la frase de “no puede ser”. Aunque carezco dc certeza acerca de la cantidad que este ciudadano había solicitado, a tenor de alguna cifra que se mencionó en el silencio de la oficina prácticamente vacía, el préstamo no llegaba a los dos mil euros. Cuando me correspondió mi turno de atención, tras la marcha del frustrado y desilusionado solicitante, cambió completamente la cara y la actitud por parte de la interventora. Ahora en Cristi todo eran sonrisas, amabilidad, detallismo en la información, algún que otro comentario simpático y la sugerencia de que “el préstamo” se lo hiciera yo a ellos, con un depósito que no superaba el 2,25 de interés anual. Si hubiera sido un capital proveniente de otra entidad bancaria, podría llegar al 3,5 o al 4%. Suscribiendo planes de pensiones u otras domiciliaciones ¡Muy generoso!

Pero lo que me interesa contrastar es la diferencia de trato que recibimos los dos clientes en un corto espacio de tiempo. Y no estoy manifestando una crítica por la falta de respeto a mi antecesor en la “ventanilla” bancaria. La atención fue correcta a su persona. Pero la rigidez, el no imperturbable e inmisericorde por parte de la misma persona que me deparaba tal cúmulo de afabilidad, incluso en momentos algo exagerada, sobreactuada y de difícil credibilidad, confirmó lo que desde siempre ha sido más que evidente. La avidez patológica de las entidades financieras por captar desde un céntimo de euro para adelante. Su ambición por ganar millones y millones de euros, un año tras otro, en época de bonaza y en tiempos nublados para la crisis del mercado, carece de límites. No importa que haya nublado en el cielo o sequía en la tierra. Ellos siempre ganan, para el autismo egoísta de sus carteras.

Sí, es cierto que esta historia posee de algún que otro trasfondo. Carece de toda novedad, pero he de narrarla a fin de completar la estructura del artículo. Resulta que hace pocos días recibo de esa misma entidad financiera una oferta de préstamo con interés preferente. Ellos la titulan “Crédito Confianza” concesión muy fraterna y ventajosa, por tener mi nómina allí domiciliada. No espere al año que viene para realizarlos (ha de entenderse, “sus deseos”). El crédito preconcedido no es de 2000 €, como demandaba aquel modesto y buen trabajador. Sino de 18.000 €, que para eso estamos en tiempos de vacas flacas. ¿El interés preferente? El 8,58 % TAE y hasta 7 años para su devolución. 280,55 € sería la, preferencial y módica, cuota mensual de amortización. Me dan de plazo, para contratar tan suculenta oferta, que no he solicitado, hasta poco antes de que suenen las gozosas campanadas para la salida y entrada de una nueva anualidad. La comunicación, en soporte papel, venía encabezada, sobre mis datos personales, con el agresivo y motivador texto de Si sus proyectos le están esperando….. (de ahí lo de “no espere al año que viene….”) Todo ello para la antología del marketing más clarificador. Sigo acordándome de aquella persona que “suplicaba” poder afrontar su proyecto vital o empresarial con una cantidad más reducida. Exactamente, el 11,11 % de lo que ahora me ofrecían con tan “preclara generosidad”.

El gran negocio de este mercado para los capitales. Por tu cartilla de los ahorros (a la vista) ya no te compensan con interés alguno. Por el contrario, sí te detraen una cuota trimestral o anual por los “sacrificados” gastos de mantenimiento que han de disponer. Los ahorros a plazo fijo, difícilmente superan el 2 o 2,5 %. Si ese dinero procede de otra entidad financiera, ese interés puede llegar al 4 %, siendo más frecuente el 3 o 3,5 %. Si te facilitan una transferencia bancaria a otra cuenta, te suelen cobrar el 1 o el 2% de la cantidad enviada, y siempre con una cuota fija, al margen del efectivo transferido. Para el tema de préstamos, ya hemos hablado. Si se te concede, su interés no baja del 8 y pico por ciento. Debo añadir el papeleo de nóminas y avalistas que has de presentar al efecto. Y el suculento plato de las hipotecas para que, al margen oscilante del Ivex tienen siempre asegurado la garantía de tu propia vivienda. Sus sabrosas inversiones en bolsa o en sectores diversos de la producción y los negocios (con ese tu dinero por el que no recibes interés o un porcentaje mísero) les reportan opíparos beneficios, por los que pueden “sacar pecho” al final de cada temporalidad, ostentando con altanería, incluso en época de crisis económica (fase B del egoísta sistema capitalista) la obtención de beneficios de 30.000, 40.000 o más millones. Ellos nunca, nunca pierden. Están lo suficientemente blindados para asegurarse el maná ajeno de tantos millones de capital. Y si hay bancos que han realizado mal los ejercicios, ahí está la solidaridad interbancaria o el propio gobierno postrado ante sus pies. ¿Cómo pueden soportar sus elásticos estómagos la ingesta neta de tantos millones de capital en ganancia? ¿Cómo pueden soportar esa indigestión material, conviviendo con tantas necesidades en su entorno, más o menos próximo o alejado?

Mal que nos desagrade, puede entenderse en la maquinaria empresarial bancaria. Sociedades anónimas, con sus miles de accionistas que persiguen un único objetivo: ganar, ganar, ganar, todo lo más que se pueda. Pero resulta más que discutible en las Cajas de Ahorros. Son entidades que tienen un importante control público y su gran objetivo no es enriquecer las cuentas de los accionistas. En teoría, no han de tenerlos. Por el contrario, deben esforzarse en dedicar sus muy amplios beneficios para obras sociales de toda índole o naturaleza. Culturales, sanitarias, educativas, tercera edad, investigación, etc. No hay que dudar que así lo hagan. Para eso está el control de sus juntas de gobierno. Sin embargo resulta poco edificante que muchas de estas Cajas mantengan inversiones de centenares de millones para sostener equipos profesionales deportivos, con el gran objetivo de realzar sus propias siglas para la publicidad nacional o internacional. Y lo hacen con el dinero de esos modestos impositores que a lo mejor, y no siempre, pueden conseguir un simple calendario o almanaque de pared, como gran dádiva en el mes de villancicos y turrones. ¿Recuerdan aquella noticia que se conoció, publicada en la prensa local, acerca de los regalos que una conocida Caja de Ahorros entregaba, precisamente por Navidad, a personalidades varias de la sociedad malagueña? El contenido de esas “cestas” provocaba tan pudor ajeno que algún dirigente político se apresuró a manifestar que había devuelto el regalo o lo había entregado a una asociación benéfica. Y para que no quepa duda al respecto, el autor de estas líneas envió una dura carta sobre el tema a “su Caja de Ahorros” que, por supuesto y era de prever, no recibió respuesta, probablemente porque el sonrojo subsiguiente les había dejado sin argumentos.

Entidades financieras. Ese opíparo negocio para su autoseguridad, con un emblemático e insolidario objetivo. Ganar, ganar y ganar más, para la ambición material de sus bolsillos. Y es tal su desaforada voracidad que periódicamente generan y posibilitan crisis como las que en estos momentos aún padecemos. Dicen los entendidos en economía que el origen de este bloqueo mundial de la producción, el consumo y el empleo, se halla en un descontrol crediticio, made in USA, en la época del ladrillo milagrero, que se extendió con ondas de realismo por toda la geografía mundial. Tal vez, la empleada de mi entidad financiera aplicaba esa dura medicina de la seguridad crediticia, al sufrido solicitante de esos dos mil euros, siguiendo órdenes estrictas de la superioridad. Pero a mi no me cabe la menor duda que este modesto ciudadano habría presentado garantías razonables para devolver, con intereses superiores al 8%, su puntual y no exagerada petición.

En el momento de finalizar estas líneas para la reflexión, me viene al alma la necesidad de un poco de aire fresco y limpio. Ante una atmósfera viciada por la enfermedad del materialismo, existe otro paisaje con olor a naturaleza y valores transparentes de solidaridad.-

José L. Casado Toro (viernes 17 diciembre 2010)

Profesor



domingo, 12 de diciembre de 2010

CONFLICTOS Y SOLUCIONES EN EL AULA.


A media mañana de un día que recuerdo en la distancia. Me correspondía, en esa quinta hora del horario lectivo, trabajar con un grupo numeroso de alumnos del C.O.U. Este Curso de Orientación Universitaria correspondía al último nivel de la Secundaria, hoy denominado 2º de Bachillerato. Hago esta aclaración para facilitar la comprensión de aquellos que se hallen alejados del mundo docente y de la estructura educativa. Apenas había dejado mi maletín encima de la mesa, observo en la primera fila a un alumno algo nervioso de carácter, pero sin la mayor complicación para el trato de aula. Había cambiado su ubicación habitual en la ordenación de la clase, ocupando en ese día la posición de centro delantero, en el argot deportivo del balón. Obviamente pretendía que yo me fijara en él. Hacía manifiesta ostentación en su brazo derecho de una amplia cinta con la cruz gamada del nazismo alemán. Creo hacer memoria en el sentido que también en su cabeza había algún aditamento hitleriano. Miraba, con una sonrisa retadora, a su Profesor de Historia del Mundo Contemporáneo, preparado para responder con alguna ocurrencia el comentario o reacción disciplinaria que a buen seguro esperaba de mí. Me di cuenta que el resto de sus compañeros me estaban centrado en la retina de sus ojos, con la expectación propia de conocer acciones y reacciones que presumían interesantes y, por supuesto, divertidas. Estamos hablando de un colectivo con una edad media entre los 17-18 años. Podía haber adoptado diversas respuestas ante ese hecho claramente provocador. Miré fijamente al adolescente, sonreí, con una teatralidad sosegada, abrí mi carpeta con el guión y los apuntes correspondientes al día, y comencé la explicación sin hacer la menor alusión al determinante simbólico que se me estaba ofreciendo. Si creí oportuno manifestar la siguiente frase: “pronto nos tocará estudiar el tema de los fascismos, en la Europa de entreguerras. En ese contexto, profundizaremos en la barbarie nazi, precursora de la 2ª Guerra Mundial. He dicho 2ª Guerra Mundial: 50 millones de muertos”. El jovencito no abrió la boca en toda la exposición (sobre la Revolución soviética) y sus compañeros tomaron los apuntes que estimaron de interés. Durante los meses que restaron hasta la finalización del Curso, no apareció más un símbolo de esta naturaleza en el vestuario de mis alumnos. El alumno en cuestión se abstuvo de traer al aula más cruces gamadas nazis. Viendo el escaso éxito deparado en su momento, las dejaría en el estante o cajonera de su dormitorio. El enfrentamiento “espectacular” que todos esperaban, lo desarbolé ignorando, en la medida de lo posible, el anzuelo que me había preparado un mal pescador.

Desde afuera se me puede argumentar que he traído a colación un episodio disciplinario con alumnos adolescentes o mayores. Pero en los Cursos de la E.S.O también he vivido situaciones difíciles. Creo que ahora son llamados alumnos disruptos, aquellos que un servidor denominaba opositores activos y rebeldes profundos al aprendizaje. Mi “bautizo” en la Secundaria Obligatoria LOGSE fue con tres grupos de tercero. Trece-quince años. En estos colectivos me encontraba con un numeroso colectivo de escolares que se negaban, de manera sistemática y visceral a realizar colaboración alguna en el aprendizaje ofertado. Tuve la suerte de no ser el foco central de sus frustraciones vivenciales. Tenían que permanecer, durante seis horas diarias, en una microsociedad escolar que detestaban y rechazaban con el mayor y manifiesto desprecio. Pero a mi me preocupaba la búsqueda de espacios a fin de salvar el interés de otro grupo que respondía con la normalidad de la edad y los valores exigibles. ¿Qué hacer, en consecuencia? Conociendo la escasa virtualidad de los partes disciplinarios y el enfrentamiento directo, busqué otras alternativas. Pueden ser tachadas de heterodoxas, atípicas o fuera del espíritu reglamentario. Me daba igual. Yo las tildaba de arbitristas, posibilistas e imaginativas, a fin de salvar los legítimos intereses de esos otros alumnos para la normalidad. Localizaba, de inmediato, a los líderes de la guerrilla opositora. Se dan pronto a conocer. Utilizando la serenidad de la sonrisa, y sobreactuando más con la mirada que con la acústica de las cuerdas vocales, les daba a entender que establecía un acuerdo tácito de no agresión. Ellos me permitían dar mi clase a sus compañeros responsables y yo les permitía ubicarse en zonas estratégicas donde molestasen lo menos posible. Cuando, en momentos concretos, rompían el acuerdo, nada de partes disciplinarios. He puesto poquísimos, durante mi vida académica. Incluso nunca llegué a tener claro lo del color verde o rosa , cromatismos para la gravedad de la falta. Unas palabras que a veces contenían una cierta dureza, templada de inmediato con una sonrisa de templanza. Procuraba dedicarles, también, unos minutos en los tiempos intermedios o de recreo a fin de avanzar en una cierta familiaridad con los temas que más les interesaban: deportes o el banal protagonismo de sus personas. Algunos incluso hicieron pinitos por integrase en la “normalidad”. Eran conscientes de que su Profesor mantenía las puertas abiertas a su incorporación al estudio, y nunca protestaron de la calificación negativa que tenía que ubicar en sus expedientes. Más de uno me preguntaba esa frase de ¿yo podría aprobar esta asignatura todavía? Por supuesto. ¿Y qué tendría que hacer? Comenzar por aprobar el próximo examen que haremos sobre la materia explicada. Repito que tuve suerte, más que abundante de no recibir ataques verbales (como “vete a la….) o de violencia física (lanzamiento de “proyectiles” u otros objetos hacia mi corporeidad). En su carácter, especialmente primario, trataban que nunca se sintieran agredidos o desprestigiados ante su público. Que los seguía en estado catártico. Pero el riesgo estaba ahí. Subyacía en la atmósfera familiar, social y administrativa, que los sustentaba. Familias rotas, donde la autoridad y valores permanecían ausentes. Sociedad que prima lo fácil, lo superfluo y el mito aparencial. Y una Administración que genera leyes absurdas y que pierde lastimosamente el tiempo con la obsesión de los “papeles” y el soslayo de los contenidos. Y unas directivas con la misión imposible de satisfacer, a la vez, a los del despacho normativo y a los del tajo fraternal.

Sí, ya sé que muchos predican la pócima de la unión cooperativa ante el desastre. De natura es obvia la estrategia solidaria. ¡Quién la ha de negar! Pero tampoco se olvide que cuando te hayas sólo ante el riesgo de un aula repleta, donde puede escaparse una violencia, psíquica o física, contra tu persona, donde quieres enseñar, motivar, ilusionar, pero no te dejan, donde sabes que esa solidaridad de clase es una dulce teoría para la irrealidad, allí precisamente es donde en la soledad de tus valores, preparación constancia y habilidad, habrás de posibilitar estrategias y habilidades sociales para la supervivencia profesional. Tendrás tú “solito” que resolver el problema. Sobre todo porque conoces que el siguiente nivel, en la jerarquía disciplinaria, está más que desbordado y superado por la acumulación de conflictos.

Son éstos tiempos para la dificultad, no sólo en lo escolar Pero, precisamente en estas diatribas sin solución, has de generar imaginativamente tu propia salida al conflicto. Y aunque se repita la tozudez del fracaso, irás encontrado con esfuerzo, equilibrio y voluntad, esas pequeñas cotas de éxito que se irán haciendo grandes con la experiencia y práctica del sacrificio diario. No hay que engañarse. Es la compleja profesión que hemos elegido. Es la bella y trascendente profesión a la que te has entregado.-

José L. Casado Toro. (Lunes 6 diciembre 2010)

Profesor.

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viernes, 10 de diciembre de 2010

Ante la ya próxima Navidad, con la 1ª Evaluación Escolar.



Son numerosas las calles que, de manera especial aquellas que urbanizan el organismo central de la ciudad, se ven ya sobreiluminadas a partir de la caída de la tarde. Luces que se afanan por transmitir alegría, unión familiar y esas conmemoraciones de fundamento religioso que acompañan al cambio de anualidad. Este año, la iluminación navideña potencia la utilización de los puntos led (light emitting diode, diodos emisores de luz) que facilita el ahorro energético e incrementa la seguridad y duración de las “lámparas”. Personalmente, percibo los variados cromatismos de este sistema como algo más frío sobre las bombillas tradicionales, aunque técnicamente los lúmenes no sean muy diferentes en su intensidad. Es lo mismo que sientes cuando en pantalla se proyecta una película en soporte digital. Se verá igual o mejor, según criterios, pero todavía no alcanza, según mi percepción, el sabor del viejo celuloide, con sus 35 mms por fotograma de cinta.

La llegada del sonido de la lluvia, y el descenso del mercurio en los termómetros, facilita algo de credibilidad para este otoño que, a poco, aún vestía con ropajes de primavera cuando ya está en puertas de entregar el testigo meteorológico a la estación invernal. Esos puestos callejeros, con humareda teñida de blanco y con el aroma inconfundible de castañas asadas, perdían el atrezo de la ubicación cronológica, visitados por el apetito gozoso de personas en mangas de camisa y zapatillas de verano. Ahora ya existe una mayor sincronía con la temporalidad dictada por el almanaque. Los puestos del Parque malacitano, guarnecidos por esa legión de palmeras, ofertan sus productos, destacando las figuritas del Nacimiento, los artículos para bromas variadas, los adornos para el árbol de los regalos, las bolsas con los confetis de cotillón y artesanías varias, para gusto y disfrute de la práctica lúdica del comprar y el regalar. Los macrocentros comerciales pueblan sus estanterías y expositores con suculenta mercancía alimenticia, peligrosa para el mantenimiento de los centímetros de cintura elegidos por cada cual, y con áreas dedicadas a las “ciudad de los juguetes” para sonrisas ilusionadas de mayores que son niños y de críos que se asombran ante el ingenio mágico de las cajas que los atesoran. Es una atmósfera bien conseguida que hermana a los alfajores y turrones con la última novedad en juegos, por supuesto de electrónica informatizada, y un sin fin de peluches y muñecas que “hablan, ríen, lloran, se alimentan y orinan” como pequeñas figuras robotizadas que degradan y empobrecen la creatividad imaginativa de la mente infantil. Tiempo habrá de comentar, en un futuro artículo, acerca del mundo de los juguetes que, por su importancia, deberá tener el privilegio de la individualidad analítica. Y el sentimiento acústico de la música, que ennoblece con alegría el espíritu de tantas voluntades.

Pero, ya en estas primeras semanas de diciembre, un cíclico fenómeno, que inquieta y atrae, ilusiona y atemoriza, aturde y estimula, recorre colegios, institutos, escuelas y hogares familiares. La primera evaluación, de las tres que suelen estructurar el curso académico, se acerca de forma inevitable para el esfuerzo y reflexión de sus dos más avalados protagonistas. Alumnos y Profesores.

Desde que a comienzos de septiembre los distintos departamentos didácticos fueron preparando la programación de todo un curso académico, se inició un largo proceso de enseñanza y aprendizaje que tendrá su culminación ya en las primeras semanas de la estación veraniega. Nos hallamos, durante estos días, culminando la primera fase de ese trabajo compartido en las aulas, con el complemento necesario de las horas de estudio vinculadas al ámbito familiar. Los Profesores, enseñando, educando y motivando, con dedicación, preparación, competencia y autoridad. Los alumnos, aprendiendo, ejercitando, sugiriendo, con esfuerzo, disciplina, y organización. Ambos agentes, con ilusión, entrega y responsabilidad. Y las familias. Colaborando en esa formación de los más jóvenes, con su comprensión, estabilidad, exigencia y ayuda global. Tampoco nos podemos olvidar de un cuarto e importante agente en todo este contexto. La normativa de organización educativa, establecida por la Consejería de Educación. Principalmente con un espíritu y realidad legislativa que potencie el esfuerzo y facilite los medios más idóneos y versátiles que permitan el mayor éxito en el servicio educativo a la colectividad. Y tras estos cuatro agentes de implicación directa en el taller educativo nacional, la propia sociedad en su conjunto, con su sistema jerárquico de positivos valores que sustentan el estilo y las formas de tantas decisiones y actitudes que repercuten en lo más íntimo de las diferentes comunidades formativas, ya sean colegios, institutos, universidades u otros centros de preparación profesional.

Sí, desde luego es un planteamiento un tanto idílico ¿verdad? Pero es que estamos en la plataforma ideal de la teoría. A nadie se le oculta la puntual realidad de esa práctica diaria, en la que el “debe ser” se aleja, en diferentes grados y de forma lamentable, de lo que ciertamente “es”.

Cuando se habla de evaluación, se analizan primordialmente los resultados obtenidos por los alumnos en sus boletines de calificación escolar. Porcentajes, datos sectoriales, avances, retrocesos, conocimientos, actitudes y competencias. En las tres fases temporales de la Navidad, Semana Santa y solsticio veraniego. Y creo que, haciéndolo así, deriva en un planteamiento limitativo, parcial y descompensado, en esa estructura interdependiente de factores, hechos y consecuencias para el servicio y nivel educativo de un país. En estos gélidos y fraternales días, se procede a desarrollar la evaluación de los alumnos. Pero ¿Y los Profesores? ¿Y las familias? ¿Y la Administración educativa? ¿Y la Sociedad, en su conjunto? Parece coherente en justicia equitativa que esos otros cuatro agentes deberían atender a la responsabilidad que les compete en la concreción, exitosa o negativa, de los dígitos en los boletines correspondientes de “notas”. Probablemente, algunos o muchos de estos agentes, así lo hagan. Allá cada uno con su conciencia. Pero el problema real es que no todos lo lleven a la práctica. Cuando, ese jueves 23 de diciembre, niños y jóvenes entreguen a sus padres y tutores familiares los boletines de calificación de la 1ª evaluación, debería haber otras hojas adjuntas en las que el resto de agentes educativos también recibieran esos dígitos aprobatorios o deficitarios de la gestión realizada en el ámbito de su competencia, individual o colectiva.

El que estas líneas suscribe, ha asistido y protagonizado muchas sesiones de evaluación. De forma especial, en el ejercicio de mi cargo de Profesor tutor en un grupo de alumnos. En esas tres décadas y media de ejercicio docente, he vivido estas juntas de evaluación con el interés propio de esa oportunidad inestimable de analizar tantos y tantos factores que intervenían en la formación de los afectos alumnos que me correspondían. Como tutor me gustaba, y entendía imprescindible, preparar de la mejor forma estas sesiones en las que me reunía con los compañeros del equipo educativo o docente. Solía entregar un dossier de trabajo, en el que básicamente aparecían los siguientes apartados vinculados al grupo que tutorizaba.

1. Curso y Grupo. Número y fecha de evaluación.

2. Listado de Profesores y Materias correspondientes al grupo tutorial.

3. Equipo delegado de Grupo.

4. Datos previos para la caracterización académica grupal (materias pendientes de cursos anteriores, repeticiones de curso, para cada uno de los alumnos. Datos porcentuales.

5. Resumen estadístico de la proyección profesional para la que optan los alumnos en el futuro.

6. Resumen estadístico de las principales dificultades que encuentran para rendir en el estudio.

7. Resumen acerca de lo que más les agrada de su Instituto.

8. Resumen de lo que consideran necesario cambiar en su IES.

9. Listado de alumnos con las materias insuficientes a recuperar por cada uno de los mismos.

10. Estadística de resultados globales (0 INS; 1 INS; 2 INS; 3 INS; 4 y más INS.

11. Resumen estadístico, número y porcentaje, de insuficientes por materias.

12. Alumnos con el mayor número de días injustificados de asistencia escolar.

13. Alumnos con partes de incidencia disciplinaria, con las fechas y los Profesores que firmaron los correspondientes partes.

14. Alumnos sancionados con la expulsión temporal. Se anotan las fechas de los períodos o días de expulsión-

15. Entrevistas individuales con los alumnos y la fecha de su realización.

16. Principales aspectos tratados en dichas entrevistas personales.

17. Resumen/informe de la Reunión Colectiva con los padres de alumnos.

18. Entrevistas individuales realizadas con los tutores familiares, detallando alumno y fecha.

19. Descripción y fecha de las actividades realizadas en la hora de tutoria colectiva.

20. Actividades extraescolares en las que el Grupo ha participado.

21. Consideraciones del Profesor tutor, previas al desarrollo de la Junta evaluadora. Análisis, sugerencias, alumnos con un nivel curricular más deficitario con respecto a la media grupal.

22. Espacio dedicado al resumen de los acuerdos adoptados por la Junta evaluadora.

23. ………………………………………………………………………………..........................................................

Era bastante útil comenzar a trabajar con el contenido que facilitaba esta aportación documental. Bien es verdad que no pocos de estos supuestos podían quedar modificados, y ampliados, durante el desarrollo de esos treinta-sesenta minutos en que duraba la sesión. Para los informes de la 2ª y 3ª (final) evaluación, se ampliaban algunos de estos apartados, buscando especialmente el contrate porcentual de resultados, tanto en su avance como en el retroceso de los mismos. Anotar y llevar a la práctica las conclusiones y sugerencias de los compañeros intervinientes era una acción obvia por parte del responsable coordinador del grupo escolar. Algo que siempre he defendido es que los boletines de calificaciones lleven un apartado expreso donde los tutores familiares puedan escribir sus comentarios, aportaciones y peticiones, contenido de especial importancia para el trabajo de todos los Profesores y, especialmente, para quien ejerce la tutoria.

He buscado siempre crear una atmósfera de intensidad afectiva para ese momento especial de la entrega de notas. Habría que hacerlo en el aula de clase, ya que no me parece adecuado cumplir ese hermoso y afectivo trámite en medio de un gélido pasillo. Les explicaba, de forma breve, lo que significaba ese documento impreso con los resultados de cada uno de los alumnos y, por supuesto, lo introducía en un sobre bien rotulado al efecto. En ocasiones asistían algunos padres que compartían con sus hijos tan emblemático momento. Unas palabras de buenos deseos y consejos para las breves vacaciones que llegaban, saludos para sus padres y a ellos un estrechón de manos o el beso fraternal correspondiente. Solía ser un encuentro muy entrañable y, ahora en Navidad, con el aula de clase decorada en sencillez y alegría con el esfuerzo de todos sus moradores.

Podríamos seguir hablando del significado de una evaluación. Pero, ya para terminar este artículo, quiero hacer referencia a esa muchas personas que no se sienten muy a gusto con las fiestas de Navidad. Suelen explicar su reducido afecto a estas fechas con argumento muy diferentes y, por supuesto, de la máxima respetabilidad. Recuerdos de familiares ausentes; el consumismo material exagerado que provocan; el artificio expresivo que conllevan, dado el dramatismo vivencial de una parte sustancial de la Humanidad; etc. De todas formas, van a ser unos días en las que nos acordaremos de muchas seres que han intervenido, y participan, en la conformación de nuestra personalidad. Nos intercambiaremos palabras amables y cariñosas. Destacaremos el valor de una sonrisa y el sentido de una mirada que se torna infantil para todos. Se avanzará en la senda de lo fraternal y la palabra amistad dejará de ser un vocablo. Florecerá, de cada una de sus letras, un ramillete de ilusiones, esperanza y generosidad.-

José L. Casado Toro (viernes 10 diciembre 2010)

Profesor

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viernes, 3 de diciembre de 2010

LA DECISIÓN DE CUATRO MUJERES, PARA UN MAÑANA QUE NECESITAN CAMBIAR


Inés, Antonia, Marian y Mónica. Me gustaría dialogar con vosotras. ¿Me lo permitís? Sí, ya sé que puede ser un tanto inoportuno o improcedente, pues nuestro conocimiento ha sido breve. Fugaz, dirían otros, para la inmensidad del impasible minutero. Pero, ya que el azar ha hecho posible nuestro encuentro, intentaré describir cómo os percibo desde esta burbuja anónima que nos permite protagonizar los vaivenes de la existencia. Antes de nada, tengo que agradeceros vuestra verdad. En esta tarde de otoño me habéis mostrado ese algo íntimo, psicológico, que atañe a la privacidad. Y os tengo que compensar, de alguna forma, con mi percepción. Sé que la estáis esperando. Pues, tranquilas. No ha de tardar. Con respeto y algo de afecto, muy cerca ya, la podéis encontrar. Ahora mismo llueve tras los cristales. Siento la intimidad de una tarde en otoño; una atmósfera que debilita su luz; hace algo de frío y aquí os entrego, con el atrezo de las palabras, un breve diálogo para la reflexión.

Primero, fuiste tú Inés quien se cruzó en la retina de mi atención. Eres una apuesta mujer independiente, que apenas inicias la madurez de los cuarenta. Vives sola, pero compartes con tu pareja los momentos de sosiego para el goce de la sensualidad. En tu empresa eres necesitada y valorada. Te lo has sabido ganar con dedicación y entrega. Tienes una madre que sufre la soledad compartida, de esa postrer etapa, en una cómoda, pero fría, residencia para su avanzada edad. Debes ser su única hija, en la que centra sus reproches para la ansiedad de un mañana que nublará de oscuro su caminar. Y hoy has conocido ese embarazo imprevisto. Puede ser una de tus últimas oportunidades para conseguir esa maternidad que se va escapando en tu vida, por esos avatares que nadie sabría explicar. Tienes miedo y atracción a esa maravillosa experiencia que se complica por el rechazo de Julio, ante la previsible alteración de su comodidad egoísta. Para colmo, tu madre te regala esas crueles e injustas palabras de que “ya no tienes edad para gestar un hijo”. ¿Qué hacer? ¿Qué decisión tomarás? La verdad es que eres muy agraciada, tanto en lo social como en el físico. Morena, alta, de ojos castaños y un ágil cuerpo para goce de lo natural. Y esas frías palabras en tu jefe, de “no me hagas esto, Inés”, suenan desalentadoras. Es que este compañero sólo atiende a su interés empresarial. Ya en el taxi, un vehículo se salta el stop y te han de trasladar con urgencia al hospital. Menos mal que una doctora te muestra en pantalla la ecografía de una pequeñísima vida que aún late para tu felicidad. Estás ya de cuatro semanas. Puede que no haya otra posibilidad en tu vida. Habrás de tomar una importante decisión, en la orfandad incomprendida de esas personas que te vinculan. Tu pareja, tu madre, ese jefe. Pero es tu valentía la fuerza que has de sustentar. Te duele y molesta la inmovilidad del cuello. Ahora te observo serena, pensativa, postrada con ese collarín teñido de blanco en una desangelada cama de hospital. Reitero que ha sido un placer conocerte. Es admirable tu sosiego y afectividad, en esas palabras que te he visto cruzar con la joven Mónica pero eso, más tarde, lo habré de aclarar.

¡Hola, Antonia! Atraviesas esa fase de tu viaje cronológico en el que tu único hijo ya remonta el vuelo de su estimulante juventud. Y caes en la cuenta de que hay más infelicidad que potencia ilusionada en tu vida. Esa mirada dulce, pero dibujada de tristeza, que me regalas en tu semblante, necesita hablar, gritar si cabe, aunque los motivos no serían asumidos por el entorno social. Tu vida es muy estable, para los demás, y sin embargo vacía del afecto verdadero que dé sentido profundo a tu sensibilidad. Cuando dejas a tu marido en la sorpresa, con su indignación virulenta en lo verbal, te acercas a él, le acaricias la cara y le dices, con palabras silenciosas, algo así como “no tengo motivos que reprocharte”. Ese amor de juventud que has reencontrado, ahora que te acercas a la segunda madurez de los sesenta, te pide recorrer juntos el trozo de vida que en aquella situación de vuestra juventud no pudo hacerse realidad. No tienes profundos motivos para abandonar el hogar familiar, donde dos hombres quedan solos ante la cruel incredulidad. Pero necesitas incentivar tu existencia con ese idealizado amor que en este día otoñal has vuelto a revivir. Tus ojos entristecidos por la rutina de la estabilidad me hablan y demandan algo de comprensión ante una decisión que no es fácil, te lo aseguro, aceptar. He de confesarte que esa carrera ante la huida de tu hijo Raúl, cuando le confiesas la decisión que has adoptado, la percibí algo ridícula. Ya lo sé… resulta algo cruel comparar el físico de la normalidad (obeso, calvo, ojos asaltonados, timbre plano en su voz) con la imagen perfilada de la renovación (apuesto en su agilidad, encanecido pero de abundante cabello, modales exquisitos, romanticismo, sexo, París, ilusión…. novedad). Ese par de maletas viajeras, que me has dejado ver en la puerta de casa, te acompañarán para una decisión en la que el egoísmo ha podido vencer, una vez más, a la responsabilidad de apellidos monótonos. Será Raúl quien, a la postre, mejor lo sobrelleva. La juventud de su naturaleza la ha de vivir en plenitud, tal vez con Mónica. Pero eso, más tarde, también lo habré de aclarar.

Marian. Confieso que me gusta mucho tu nombre. Eres frágil de cuerpo, ternura en la mirada y posees un rostro angelical que me hace viajar a la pureza mitológica del clasicismo. En este día de nuestro encuentro, te me has ofrecido con el pánico del temor y las dudas inestables de la ansiedad. El tuyo tuvo que ser un matrimonio forzado por la ilusión de la etapa universitaria, entre compañeros inmaduros carentes del equilibrio necesario para la cauta sensatez. ¿Fue la inoportunidad del embarazo o ese deseo o convicción de que él sí podría cambiar? No pocas veces lo ha prometido para, una y otra vez, volverte, volverse a defraudar. Infidelidad, malos tratos, violencias de todos los matices. Después, perdón. Y, otra vez a empezar. Compulsivo, inseguro, débil y frustrado, con una violencia subliminal, muestra de su incapacidad. Tu hija Mónica ya no puede aguantar más. Te pide, te suplica, que no le vuelvas a entregar de nuevo la llave de otra oportunidad para la nada. Aquella escena que te hizo en el banco donde trabajas, muestra el patetismo de su inestabilidad profunda. Pero sé que tienes miedo a ese vacío e incógnita de verte sola en la selva urbana de la vida, cuado anochece en la ciudad. Una vez más volviste a ceder y juntos en ese coche gritaste ¡basta ya! ¡no te quiero! ¡veta ya! Durísimo el accidente. Sin desearlo, dejaste a Mónica en la más cruel orfandad. Podías haber reparado mejor en ese compañero de trabajo que, atento y cariñoso, te ofrecía amistad y apoyo en la inseguridad. Pero claro, tu me dices que desde ahí delante todo se ve mucho más fácil y objetivo. Hay que vivir la historia desde dentro, para así conocer y navegar entre las dudas de una relación que, desde hacía tiempo, no hacía otra cosa que naufragar. Lo que son las cosas, ese mismo accidente que te arrebata la vida, no lo hace en Inés y en su hijo. Se recuperan en el mismo hospital donde tu marido aún vive. Mientras, viajas con un destino que desconozco y del que nadie sabe decir más. Es terrible el desconsuelo de esa hija que necesita el amor y compañía de una madre. Te aseguro que yo también me emocioné ante sus lágrimas. Es muy duro estar junto a lo que más quieres, en un cuerpo ya sin alma. La esperanza para Mónica será Raúl, pero eso, ya pronto, lo podré aclarar.

Y todo ello ocurre en un mismo y decisivo día para vosotras. Pero quedaba por hablar de Mónica, una joven adolescente inmersa en esos muchos matrimonios que naufragan en la vulgaridad. Te observo plena de fuerza y vitalismo en esa preciada juventud de los diecinueve. Ojos transparentes en la inocencia idealista, has sufrido los maltratos a tu madre provocados por un padre limitado e incapaz de ofrecerte seguridad. Y me has permitido que vea la terrible opción que has de adoptar ante su cuerpo cableado, porque en él centras y culpas toda la infelicidad. Tu mano temblorosa tenía entre los dedos esa tecla que en tu rencor pensabas desconectar. Pero eres noble y buena, como tu madre ha modelado con esfuerzo y sacrificio. Por eso adoptas una decisión inteligente. Tu conciencia te pide estar por encima de la ocre mezquindad que genera venganza. Vulgaridad y pobreza, sin más. Contemplo en confianza ese viaje que emprendes junto a Raúl, el hijo de Antonia, al que solo conocías por el chateo del hotmail.com. Cada uno de vosotros, huérfanos a su manera, compartís soledades e incomprensiones deparadas por la vida absurda de los mayores. Pero vais a disponer de todo el tiempo que el destino os quiera regalar. Para conoceros, apoyaros y compensar todo ese sufrimiento que en un mismo día ha confluido en esa entrañable ciudad extremeña. Os cruzáis en el andén con gente sencilla y humana en sus anhelos y latidos, tras el amanecer de una nueva esperanza que acaba de llegar.

Cuatro mujeres. Cuatro preciadas vidas, enlazadas por ese azar que nadie explica porque…. es muy difícil explicar. Yo he sido espectador de sus ilusiones, anhelos y desventuras. Historias sencillas, humanas, de aquí mismo. Te hacen pensar, vivir y comprender mejor a todos aquellos que dicen poblar la humanidad. De alguna forma todos hacemos PLANES PARA MAÑANA. La madrileña Juana Macías (1971) ha vinculado cuatro historias, con la grandeza de la sencillez y la fuerza de la credibilidad. 90 minutos de metraje. Tres biznagas de plata (mejor dirección, guión novel y actriz secundaria) en el XIII Festival de Cine Español, 2010, celebrado en Málaga. Fijaros en el movimiento de cámara y en esa canción cuya música nos acompaña en distintas fases de la proyección.

Goya Toledo (Arrecife de Lanzarote, 1969); Carmen Elías (Barcelona, 1951); Ana Labordeta (Teruel, 1965) y Aura Garrido (1989) dan vida a cuatro vidas que unen sus circunstancias en un mismo día. Una eficaz oportunidad para distraer el letargo y enriquecer nuestra sensibilidad.-

José L. Casado Toro (3 diciembre 2010)

Profesor.

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viernes, 26 de noviembre de 2010

COMPENSACIONES Y VIVENCIAS, TRAS UN PAUSADO O ÁGIL CAMINAR.


En ese navegar de los sentimientos alternantes, que preside nuestras respuestas a los ciclos del tiempo, aparecen días teñidos por un intenso nublado. No meteorológico, precisamente, sino anímico, existencial. ¿Es que se ha vuelto todo en nuestra contra, pensamos? Desde el incómodo madrugón mañanero, hasta algunos desagradables avatares laborales. Sumemos a ello las actitudes hostiles del entorno, con esas personas que, en su variopinta actividad, intercambian la gratitud de la amabilidad por la incomodidad de la brusquedad. Esa gestión que no se resuelve; aquel arreglo que no se ejecuta; tus o sus palabras desafortunadas y aquellas miradas incoloras, decepcionantes, para tu persona. Te ves ante el plato de alimento, con el mismo sabor de ayer o de pasado mañana que poco, o nada, te dice; una tarde interminable donde reina la nobleza del aburrimiento y una llegada de la noche que, para colmo, no se dibuja del intenso anaranjado fuego sino por una densa neblina grisácea que difumina la creencia para la visión ilusionada. En pleno reino de las estrellas, el cielo se torna egoísta y no comparte sus luces plateadas con los que, desde aquí abajo, suspiran con sueños transparente, imposibles o reales. Debo matizar que, en no pocas ocasiones, solía comentarles a esos alumnos, con los que yo también aprendía en las aulas, algo así como “cuando llegue la noche, repasad las ilusiones, logros y aventuras que os ha deparado la jornada. Errores y aciertos. Luces y sombras. Sobre todo que, en ese día que fenece hayan nacido realidades por las que merezca el esforzado valor del caminar. Que no haya sido un día perdido, sino ganado, para vuestra persona. ¿Fue bueno el día de ayer? ¿Tuvo algún sentido para grabar en la memoria?” Como respuesta, esos ojos y gestos expresivos tras los que lees la rutina opaca que recuerda un ayer carente de profundidad y, tal vez, otro muy parecido de lo que van a protagonizar para mañana. Todo esto lo resumo en una frase más que significativa: lo mejor de este día es que haya pasado ya, presto para el olvido. Algo bueno debía de tener, entre esa selva de monótona somnolencia.

Por el contrario, hay otras fechas del calendario que merecen quedar grabadas con letras azules y verdes en el revelador diario de nuestros recuerdos. Las cosas parecen salir, de manera encadenada, con el precinto alegre de lo positivo. Hay más sonrisas, fluye el optimismo, observamos con el mejor semblante la suerte de las gratas oportunidades y somos generosos en compartir nuestro gozo con aquellos que pueblan el perímetro inmediato de nuestras vivencias. La atmósfera se torna luminosa en su transparencia, mientras los colores fuerzan la intensidad de un espectro esperanzador. Necesitamos creer, tener fe, en la bondad que nos rodea y el optimismo toma carta de naturaleza en el devenir del minutero que nos estimula. En la parcela laboral, la normalidad es un valor con el visado de la serenidad. Reparamos en gestos y detalles que nos hacen creer y agradecer la nobleza afectiva de los demás. Incluso nuestros alumnos, para los que trabajamos en el taller de la enseñanza, tienen ese día un comportamiento receptivo y colaborador. El intercambio que con ellos negociamos se vuelve enriquecedor para los objetivos que ellos y nosotros, sus profes, pretendemos. En casa, la amistad para la convivencia se reviste del afecto y la confianza imprescindible. No necesitamos elevar nuestra voz, pues los bajos decibelios contienen de sobra el ímpetu de lo verdaderamente solidario. Percibimos que el yo es insuficiente y egoísta. Es más agradable sentir, apreciar y considerar la presencia del tú y los demás. Nos preocupa, con un temor edulcorado, que ese día ponga punto final a su transcurso, pues esa cita en el almanaque, con tantos incentivos acumulados, nunca la podemos y debemos olvidar. Es el patrimonio inconcreto de la suerte. La bondad de haber sabido convivir, sentir el aroma de la naturaleza y el bullir estructurado y dinámico de la gran ciudad.

Sin embargo, hemos de reconocer que estas dos imágenes, opuestas en el día a día, no suelen aparecernos como compartimentos estancos y separados. Todo lo contrario. Lo más frecuente es que se nos den heterogéneamente mezcladas, pues así están escritas las páginas de la vida. Desde que nos levantamos, tras el descanso nocturno para la reestructuración fisiológica y anímica de nuestro cuerpo y espíritu, hemos de aceptar los cromatismos fríos y ocres que comparten su quehacer con otros que resultan cálidos y dinamizadores. En nuestro diario caminar, hay resultados para el bien y “cosas” que se han estropeado en su malestar. Es una contabilidad agridulce y variada porque así es la naturaleza de una existencia en el espacio contrastado de la humanidad. Por eso quería pensar y comunicar hoy esa fórmula en la que en no pocas veces nos apoyamos con necesitada humildad. Una equilibrada ley de las compensaciones, para hacer más digerible y confiado nuestra percepción de la realidad. Tal vez esta ley no aparezca en los archivos de la jurisprudencia. No la encontraremos en los manuales de física que reposan en los paneles de nuestras estanterías. Esa ley justiciera permanece, vibrante e insoslayable, en los huecos insondables de la conciencia. Comentemos, con la mayor simpleza, la fuerza incuestionable de su grandiosa realidad.

De forma inesperada, recibes hoy un correo que, en su breve contenido, se adorna de palabras y sentimientos amables. Para ti, ese agradable gesto supone un refuerzo terapéutico en ese ánimo, algo o mucho, degradado por la tosquedad del entorno. Sabes valorarlo en su importancia y logra arrancarte una dulce alegría. ¡Menos mal! Gracias, por tu llegada. Otro ejemplo, de los cientos a miles que se pueden aportar. Acudes un uno de los comercios que pueblan la populosa barriada de la urbana densidad. Eres atendido por una persona agradable que se esfuerza porque te encuentres bien en su trato más que familiar. Cuando te despides, con tu mercancía en mano que acabas de comprar, le miras a los ojos y con una sonrisa de agradecimiento le compensas con esas palabras de tonalidad suave que saben comunicar “es Vd muy amable. Me ha atendido muy bien” Y recuerdas a ese otro dependiente nervioso cuyo incómodo trato te esfuerzas en olvidar. Has sufrido la decepción de una amistad fallida, para la que tanta ilusión habías dedicado con tu mejor voluntad. En medio de un profundo dolor que afecta a tu privacidad, tienes la oportunidad de dar un largo paseo por ese camino que se hermana junto al mar. Te acompaña un rítmico oleaje, de olas blanquecinas y acústica embravecida que saben acariciarte los pies al caminar. La tarde se va haciendo noche, y el cielo eternidad, dibujando un espectro cromático de belleza no fácil de concretar. Y piensas, y meditas, ¡cómo compensa el alimento de esa naturaleza, ante la ingratitud de esa persona a quien entregaste confianza, afecto, lealtad y necesidad! No has tenido suerte en el examen. Unas preguntas rebuscadas que era impropio suponer que se iban a plantear. Temes que los resultados de tu escrito, por más folios rellenados, no convenza a quien tiene la potestad y responsabilidad de calificar. Efectivamente, fluyen los resultados que resultan aciagos para tus expectativas de aprobar para avanzar. Vuelves a casa desilusionada, caminando por el adoquinado de esas calles adustas, privadas de asfaltar. Y en un modesto escaparate reparas en un libro que te reclama para comunicar. Habla de una historia de relaciones, en las que el amor, esa necesariamente, no ha de faltar. Un autor consagrado y un título que apetece para combatir la ocre soledad. En realidad, está escrito a modo de memorias de una vida en la que el cine y el escenario han llenado la vida de un personaje conocido y envidiado en otros momentos, para el arte y la felicidad. Aceleras el paso por esas aceras pobladas y solitarias de siluetas y rostros que se cruzan al pasar. Comienzas a descubrir su contenido en la comodidad de tu cuarto y la noche se hace mágica olvidando ese mal resultado en la calificación que has de aceptar.

Y así otras muchas experiencias que contrastan luz y oscuridad, ilusión y desaliento, fuerza y debilidad. Hay personas, reconozco, que no asumen el valor de estos vaivenes que la vida te va deparando, de la forma más natural y lógica posible. Pero al menos te queda la convicción de que esos momentos desafortunados van a tener su compensación con otras experiencias más agradables que sustentarán esa esperanza tan necesaria en que situaciones y respuestas mejoren para tu suerte, esperanza y serenidad. En todo caso, esos cambios a lo positivo deben estar también determinados por nuestra propia acción personal. Si nos sentimos solos, en el ámbito de lo material o espiritual, no debemos cruzarnos de brazos y esperar que un maná salvador descienda del más arriba hacia el suelo físico que pisamos. Habrá que poner de nuestra parte esa cuota necesaria de interacción que favorezca o posibilite esa modificación en el aislamiento que degrada el ánimo y potencia la pasividad. Me acuerdo, en este momento, en esa frase impresa en la tradición popular que, con sabiduría, manifiesta el “no hay mal que cien años dure”. Salvando las distancias en el dicho tradicional (evidente, en su contenido, hay una plataforma de pura lógica) lo adecuo al sentido que este artículo trata de plantear. Por una elemental ley estadística, el ser humano, en las sociedades avanzadas, no se halla permanentemente vinculado a un azar en el que reine permanente el mal de la desgracia. Esos vaivenes y alternancias en los eventos nos permiten vivir y avanzar con la ilusión de mejorar en nuestro viaje, misterioso en su destino, de lo existencial.

Un paseo entre jardines; ese sensual atardecer junto a la marisma de la playa; descubrir y compartir la vida encerrada en unas páginas luminosas y mágicas; un regalo inesperado, que te hace feliz por su significación afectiva; aquella llamada oportuna, para el recordar; una agradable conversación con una merienda por disfrutar; la película que te reclama, para imaginar y soñar; la ansiada amistad que has recuperado, cuando nadie (ni tu mismo) lo hacía presagiar; ese arreglo hogareño que hacía tiempo necesitaba su realidad; una oración con tu conciencia, para vincularte con una anhelada paz; tener fe en las personas, para creer un poco más en tu propia realidad; disfrutar y valorar los minutos y segundos, ahora que se te ofrecen dadivosos para su mejor utilidad. Y…. unas niñas que juegan sin descanso, junto a unos mayores que saben disfrutar el sosiego, cruzando sus miradas, compartiendo el cariño que atesoran en su recuerdo y en la placidez de una trayectoria admirable para ejemplo de todos los demás. Una flor, una sonrisa, una mirada y unas palabras en voz baja. Ahí puedes hallar el grato valor de la amistad.-

José L. Casado Toro (viernes 26 noviembre 2010)

Profesor

miércoles, 24 de noviembre de 2010

VIOLENCIA CONTRA LA RACIONALIDAD.



El pasado viernes 19 de noviembre, un trabajador, que presta sus servicios en un Instituto de Málaga, recibió una dolorosa agresión física y psicológica en su persona. Otro trabajador, Secretario de este Centro educativo, también fue amenazado por la madre de un alumno que había sido sancionado con cuatro semanas de expulsión, tras haber incurrido en faltas disciplinarias graves, incursas en el Reglamento de Organización y Funcionamiento que rige esta Comunidad Educativa.

No conozco más detalles sobre este lamentable suceso que aquellos publicados hoy miércoles, en el Diario La Opinión de Málaga. Como ciudadano y como antiguo trabajador del IES. Ntra. Sra. de la Victoria, durante treinta y un cursos académicos de manera ininterrumpida, debo manifestar mi solidaridad a todos los compañeros que ahora ejercen en mi querido Instituto, porque asumo su indignación y desaliento en estos duros momentos.

Por supuesto, lo inmediato es presentar, ante la Comisaría Central de Policía, sendas denuncias a fin de que, en su momento, deseemos que sea lo antes posible, la autoridad judicial entienda y dictamine acerca de los presuntos delitos en que se halle incursa la persona agresora, según el Código Penal vigente. A tenor de la noticia publicada en prensa, ya se ha realizado la denuncia correspondiente.

Desde hace ya muchos años, en las memorias que elaboraba como Profesor tutor y como encargado de la Jefatura de mi Departamento, manifestaba, de forma explícita e inequívoca, la conveniencia de que este Instituto contara con un miembro contratado a una empresa de seguridad privada. Fundamentaba mi petición, o sugerencia, en las características específicas de la zona urbana, vinculada al área administrativa de este Centro educativo. La sociología de la zona hacía, y hace, presagiar que sucesos de esta naturaleza son dolorosamente más que previsibles. Y habría que actuar en consecuencia, con inteligencia y anticipación. Es evidente que las partidas económicas de que dispone la Consejería de Educación no podrían soportar la contratación de un agente de vigilancia para todos y cada uno de los Colegios e Institutos de la Comunidad andaluza. Pero no es menos cierto que hay centros específicos que por sus características de ubicación exigen, con razonable prioridad, realizar este esfuerzo económico, a cargo de los impuestos que todos los ciudadanos afrontamos con civismo y responsabilidad. Ni los conserjes, ni otros trabajadores de la administración y servicios, ni los propios profesores, están cualificados para ejercer las funciones de vigilancia y protección que corresponden a los agentes de seguridad, pública o privada.

Este Instituto, acoge a unos quinientos alumnos vinculados a otras tantas familias del entorno. Y entre ellas hay no pocas situaciones de ruptura, profundas dificultades económicas, carencia de valores básicos y una degradada sociología ambiental que mimetizan niños y adolescentes en su comportamiento cotidiano. He hablado con muchos de estos alumnos en el aula de convivencia y también he recibido puntual información por la naturaleza del cargo que básicamente he ejercido, el de Profesor-tutor. Con espontánea franqueza me confesaban muchos detalles acerca del ambiente, familiar y social, en el que vivían al abandonar las horas de formación reglada en el Instituto. Al conocer algo o mucho de ese trasfondo, puedo manifestar que he tenido bastante suerte en no vivir situaciones críticas derivadas de ese contexto sociológico. Por eso ahora me apena profundamente leer esos titulares en la comunicación mediática.

El Sr. Delegado de la Consejería de Educación conoce, de primera mano, lo que supone para un trabajador recibir estas violencias derivadas de la irracionalidad. Recuerde su propia biografía profesional. Debe actuar con energía y eficacia. Durante las siete horas de escolaridad, entre lunes y viernes, debe arbitrar los medios para que este Instituto tenga un vigilante de seguridad. El Sr. Inspector del Centro debe también priorizar su atención acerca de las necesidades de este Instituto. Entre sus funciones debe estar la de conocer y paliar las carencias que el Centro que tiene adjudicado padece. Y esto lo escribo porque el año pasado, su primer curso de inspección, yo todavía era profesor del IES. Ntra. Sra. de la Victoria.

Un Instituto es una comunidad de esfuerzos a fin de sembrar y potenciar los valores en la persona. Personas muy jóvenes, adolescentes. Educar, enseñar, formar. Noble, hermosa y difícil tarea vocacional a las que tantas personas se entregan, nos hemos entregado, con ilusión y la mejor voluntad. Los trabajadores de un Instituto no tienen por qué ejercer funciones que corresponden a las fuerzas de seguridad. Quieren cumplir, de la forma más honesta, con ese imprescindible servicio educativo, que la sociedad demanda y nos encarga. Pero quieren hacerlo sin sufrir la violencia física, verbal o psicológica, perpetrada por personas que padecen de valores muy degradados o inexistentes.

De nuevo mi solidaridad, afecto y comprensión hacia este compañero agredido. He gozado de su amistad durante muchos años de profesión. Le animo a que recupere su ánimo para que siga ejerciendo su buen hacer para el bien de tantos y tantos alumnos y el de todos sus compañeros.-

José L. Casado Toro (miércoles 24 noviembre 2010)

Antiguo trabajador del IES. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga