viernes, 30 de octubre de 2015

PEQUEÑOS COMERCIOS, SUMIDOS EN LA ORFANDAD DE CLIENTES.

Sin que sepamos exactamente el por qué, solemos mantener un itinerario mecánicamente repetitivo en los desplazamientos diarios que realizamos a lo largo y ancho de la ciudad. Esa nuestra ciudad, definida como el amplio o modesto núcleo sociológico en el que el destino, u otras circunstancias intencionales o azarosas de la vida, nos ha ubicado para residir y convivir.

Repetimos esos breves o largos itinerarios, probablemente, porque nos agrada la comodidad de lo conocido, el ahorro en las distancias, o las costumbres, familiarmente autómatas, de nuestras acciones. Lo cierto es que, bajo un planteamiento estadístico, recorremos, en el día a día de nuestras biografías, las mismas aceras, esas entrañables plazas y bulevares que nos identifican y, entre varias posibilidades, atravesamos las grandes o pequeñas vías utilizando idénticos semáforos. Sí, es cierto también que, en otras ocasiones, decidimos rebelarnos contra esa rutina mecanicista y cambiamos de calle, de paso de cebra o modificamos el ahorro lógico de la distancia, eligiendo otros comportamientos alternativos que reafirman nuestra voluntad y libertad para construir nuevas decisiones o experiencias. Pero, en general, el hábito de la costumbre lo tenemos bien arraigado en nuestra  movilidad por lo urbano.

Nos acompañan en esos desplazamientos cotidianos, con el relevante poder de lo histórico, múltiples bloques de viviendas y comercios que conforman la planimetría de cada ciudad. Son espacios familiares para la vida, con sus barrios, avenidas, puentes, parques y zonas verdes, además de todos esos puntos o áreas neurálgicas que representan la cultura, el deporte, la administración, la sanidad o el latido mercantil que sustenta la necesidad material de los intercambios. En este último elemento del urbanismo vamos a detenernos, a fin de centrar la explicación temática del relato.

Existen, en la identidad de los barrios, comercios de la más heterogénea naturaleza, dependiendo de la mercancía básica en la que se han especializado para vender a la clientela diaria. Y hay tiendas que, en función de las modas, la temporada estacional o las necesidades de cada día, suelen verse más o menos visitadas o repletas de público. La clientela inunda intensamente sus espacios, adquiriendo esos productos que los identifican para atender las necesidades que los compradores demandan. Por el contrario hay algunos otros comercios en que la densidad del público asistente es notablemente menor e, incluso, parece como casi nadie atravesara el umbral de sus puertas. Casi siempre están, o parecen estar, vacíos y desangelados en la orfandad de una clientela que debería justificar la lógica de su permanencia como negocios. Y, sin embargo, sus dueños o propietarios, frente a la lógica de otros compañeros de actividad, que ponen fin con el cierre de esos establecimientos inactivos, permanecen, día tras día, abriendo sus persianas, puertas y escaparates, confiando en la llegada de ese comprador, cliente o curioso, con respecto a las mercancías ofertadas en sus estantes o expositores. 

En mis paseos por las calles de la zona urbana donde resido, me iba fijando en algunas de esas tiendas que casi siempre las percibía o veía como vacías de público para la compra. A veces incluso me detenía frente a sus escaparates observando, tras las mercancías que ofertaban, a ese dependiente o propietario que, solitario hasta el aburrimiento, permanecía sentado tras el mostrador o se entretenía gestionando algo relativo a su actividad, frente a la pantalla del ordenador. En otras ocasiones, esa misma persona distraía su tiempo permaneciendo en la entrada de su negocio, observando el trasiego de la calle o caminando lentamente unos pocos metros ante la puerta de su establecimiento carente de clientela.

Suelo ir con frecuencia a un hipermercado próximo. En ese itinerario, cómodamente elegido, llamaba especialmente mi atención una tienda de regalos, montada desde hacía años en los bajos de un bloque de viviendas. Fuese a la hora en que pasase por delante de la misma, nunca veía a cliente alguno que permaneciese en su interior, salvo una misma persona que, sin duda, debía ser el propietario o dependiente del negocio.

Las mercancías que el empresario ofertaba, en el único escaparate del establecimiento, eran enseres apropiados para decorar el interior de una vivienda, específicamente artículos de regalos. Podían verse, tras la luna de cristal y en el interior de una espaciosa sala, muy heterogéneos y atractivos objetos: portafotos para el recuerdo, diversos tipos de jarrones, elegante cristalería fina, maceteros, espejos con marcos suntuarios, figuras de cerámica y cristal para ubicar en las estanterías y mesitas de salón, lámparas de colgar, también de sobremesa o de pie, algunos pequeños muebles de madera labrada y lacada, como artísticas mesitas, cajoneras y vitrinas. Destacaban, así mismo, unas recias banquetas con asientos de cuerdas trenzadas de esparto. Lógicamente debería de haber otros muchos artículos en el interior de este anticuado establecimiento (por su decoración general) mercancías mayoritariamente apropiadas para regalar en eventos puntuales como bodas, natalicios, cumpleaños y onomásticas u otros eventos conmemorativos. Tampoco faltaban algunos juguetes, especialmente muñecas Pero, lo que más despertaba mi extrañeza es que nunca logré ver a otra persona en el interior del establecimiento, diferente a la que supuestamente debía atender a los posibles clientes.

El poder de la imaginación suele desatarse en estos casos, generando interpretaciones diversas más o menos curiosas o sorprendentes. ¿Cómo puede un negocio permanecer abierto, si no cumple (en apariencia) su principal función como es la de generar ingresos netos, procedentes del legítimo ejercicio comercial entre la propiedad y los diversos clientes?¿Podría este tienda de regalos encubrir alguna otra estructura ilegal de carácter mafioso? ¿Habría venta de mercancías, en esos otros momentos del día en que la imagen del comercio no estuviese ante mis vista? En esas elucubraciones me encontraba, cuando una tarde, camino una vez más de ese hipermercado cercano, observé que el dependiente o propietario de la tienda se encontraba apoyado en el quicio de la puerta que daba entrada al negocio. Y con esos impulsos que nos caracterizan, cuando actuamos sin la suficiente reflexión previa antes de hacer alguna cosa, me acerqué a esta persona con el ánimo de intercambiar palabras.

“Le ruego sepa disculpar mi atrevimiento. Soy vecino de la zona y habitualmente paso delante de su tienda, en ocasiones hasta varias veces al día. Los productos que ofrece para la venta son realmente bonitos, aunque observo que no hay una aparente renovación de los mismos, al paso de las semanas y los meses.  Pero lo que verdaderamente me llama la atención es que, en las veces que paso ante su establecimiento, nunca logro ver a nadie, salvo a Vd mismo, en el interior del negocio. Y me llevo fijando en ello desde hace bastante tiempo. Puede sonar a una impertinencia mis dudas pero, con el debido respeto, me gustaría preguntarle si un negocio puede mantenerse en esta situación de inactividad? Como espectador, igual estoy equivocado o ……..”

Oscar, persona de físico obeso, con abundantes entradas en el pelo fugaz de su cabeza, grandes ojos tras unas gafas de diseño deportivo y vistiendo una chaqueta sin corbata, a la que sumaba unos vaqueros azules de marca, parecía una persona cordial para el diálogo. Resultaba evidente el agrado que le producía el intercambio de palabras, a fin de combatir el no menos patente estado de aburrimiento que soportaba. De inmediato me invitó a pasar al interior de la tienda, con ánimo de responder al curioso interrogante que le había planteado.

“Vecino, en modo alguno me molesta su observación. Yo también le conozco de verle pasar y de quedarse unos minutos mirando los objetos expuestos en el escaparate. Efectivamente, la venta está muy mal. Es mucha y fuerte la competencia que el centro comercial nos hace a los pequeños comerciantes. Hay muchas tiendas y poco dinero para gastarlo en productos de regalo. Entre la comida y los espectáculos, queda poca liquidez para comprar objetos decorativos. La competencia de los negocios regentados por los chinos……Esta tienda la heredé de mi padre, cuando hace ya nueve años en que él se jubiló. Había trabajado, gran parte de su vida, en un prestigioso comercio del centro y la ilusión de su vida era poseer un negocio propio. Ahorros, sacrificios y la suerte de un buen pellizco en una lotería navideña, hizo posible la compra de este local, con una amplia trastienda para el almacenaje. Incluso tenemos un buen aparcamiento, en el garaje del sótano. Todo esto ocurrió alrededor de hace veinti…… veinticuatro años.

Como en todos los negocios, ha habido etapas buenas, para la venta, y otras desgraciadamente muy deprimidas. La crisis económica actual tampoco ayuda, sino todo lo contrario. Efectivamente hay semanas en que no ha llegado a entrar nadie en  la tienda, salvo el cartero o alguien preguntando por una dirección para su necesidad. Y se preguntará ¿por qué no echo la persiana y el cierre, en estas circunstancias? Verá amigo, hay razones de diverso peso. El más importante: ese sentimiento y respeto al sacrificio ilusionado de mi padre. La empresa de componentes ópticos, donde yo trabajaba, quebró hace ya unos años y la oportuna indemnización que me correspondió  pude invertirla muy bien en la compra de diversos aparcamientos, auténticas gangas en su momento, que ahora mantengo alquilados y me proporcionan una interesante renta que me ayuda a vivir. Aunque muy poco, algo se vende y el hecho de venir cada día a la tienda me permite estar ocupado y no quedarme en casa viendo la televisión. Sé que el día menos pensado me llegará una buena oferta para alquilar el local o incluso venderlo. De hecho ya me han llegado algunas propuestas, pero la tradición familiar pesa bastante y él, mi padre, sufriría mucho viendo desaparecer el negocio de su vida, por el que tanto luchó.”

Fue una amable, extensa y convincente exposición la que mi vecino de barrio, Óscar, tuvo a bien proporcionarme. Es bastante probable que otros negocios, en similares situaciones de estancamiento, adopten diferentes soluciones y salidas para la estabilidad o cierre de sus empresas. Los préstamos bancarios, cada vez más difíciles de conseguir y aún más gravosos para devolver, no son caminos adecuados de los que se deba o pueda abusar. Tampoco representan la panacea milagrosa para salvar unos negocios de pequeño comercio que deben tener su sentido y lugar, pero con una amplia reestructuración organizativa, en centros comerciales abiertos o incluso integrándolos en grandes áreas de distribución e intercambio. La asociación entre ellos es más que necesaria, si quieren abaratar costes (en el suministros y otros servicios) a fin de poder efectuar ofertas atractivas en los precios. Pero la razón básica de su presencia urbana será siempre la especialización y el afectivo contacto, directo y familiar, con la clientela. El trato, cálidamente humanizado, entre cliente y vendedor es un valor que lamentablemente hoy no abunda o existe en los macrocentros comerciales.

Volví a casa, con una atrevida e indefinible (por el simbolismo metafórico de su composición) pieza de cristal, piedra y metacrilato, que el bueno de Oscar se  prestó a ofertarme a un precio razonable. Era uno de tantos objetos de ornato que, además de ocupar un preferente lugar en la estantería de los libros y los retratos enmarcados, exige el frecuente ejercicio para su limpieza. Todo ello a causa de ese polvo microscópico que se cuela por las rendijas de nuestros habitáculos y que va recubriendo tanto trasto inútil con capas nebulosas para el desdoro. Efectivamente, había comprado uno de tantos ornatos superfluos que densifican y agobian la nitidez de nuestras habitaciones. Pero al menos aquella tarde, que ya recordaría como la de los interrogantes y respuestas, el comercio del buen Oscar había tenido su único cliente en el día.

Ya en la noche, durante esas pequeñas reflexiones que algunos practican sobre las almohadas, dos personas pensaban acerca de la peculiar escena vespertina que ambos habían protagonizado. Una de ellas sabía, a ciencia cierta, que no había dicho toda la verdad. La incredulidad anidaba en la otra persona, que seguía elucubrando acerca del por qué y el cómo de la situación.-

José L. Casado Toro (viernes, 30 Octubre 2015)
Antiguo profesor I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga


























jueves, 22 de octubre de 2015

LA SALUDABLE VIRTUD DE LA DIFERENCIA.


Lo había estado meditando durante largo tiempo. Siempre le había dado un tanto de resquemor el significado o apreciación social de la palabra psiquiatra. Sin embargo, tras los escasos resultados obtenidos, una vez aplicadas esas otras recetas caseras que, generalmente, suelen ir bien a los demás, decidió solicitar cita a un especialista de la mente.

La situación resumida es que esta chica se siente atrapada en un ciclo aleatorio de depresiones anímicas, con desigual intensidad para su organismo que, en general, la hacen sentirse francamente mal. Eso sí, durante el horario que ha de cumplir en el centro comercial donde trabaja, siempre prevalece su esfuerzo por disimular los momentos difíciles por los que atraviesa, ofreciendo una imagen lo más normalizada que puede. Disimula, tanto ante la clientela que a su departamento acude para las compras, como al resto de los compañeros que allí también prestan, día tras día, sus servicios.

Aunque de manera ocasional visita a sus padres, Marian hace años que quiso buscar la independencia en su vida, residiendo en un apartamento alquilado en pleno centro de la Málaga más antigua, muy cerca del afamado centro de Secundaria donde realizó los estudios durante su adolescencia: el Instituto Vicente Espinel. Es una esas numerosas personas que, sin causa aparente, no ha encontrado la pareja adecuada con la que establecer la estabilidad familiar. Se esfuerza en compartir algunas salidas los fines de semana, e incluso ha realizado algún viaje con compañeros y amigas del trabajo, pero la mayoría de éstos ya tienen sus obligaciones propias para la relación. Y es que la edad media, de unos y otros se halla en esa treintena avanzada, que dibuja familias formadas donde bullen los críos, con las obligaciones propias de esa situación. Por otra parte, está su hermana Julia, casada y con una hija pequeña, pero ambas mujeres no se llevan especialmente bien, pues poseen un carácter muy contrastado y prefieren mantener una distancia meramente educada.

Insatisfacción, rutina, sentimientos de infelicidad, tendencia hacia la soledad, culpabilizar a los demás, aburrimiento, desinterés, introversión, lágrimas sin sentido o causa suficiente, estallidos temperamentales, falta de autoestima …… eran palabras escritas por un prestigioso profesional médico, en su cuaderno de notas, mientras seguía, con atención y respeto, las respuestas entrecortadas que su paciente iba encadenando, ante las preguntas que él se veía obligado a plantearle. Su objetivo era ir construyendo un esquema básico de la situación psico-física de Marian, como paso previo a un primer diagnóstico.

“Si crees que te ayudaría a vencer el comprensible recelo de esta entrevista inicial, puedes tutearme, como en realidad yo también lo estoy haciendo contigo. Tampoco hay tantos años de diferencia entre nosotros, apenas doce, sobre esos treinta y siete que marca la fecha de tu nacimiento. Llevamos hablando casi una hora y la primera impresión que voy  obteniendo es la de hallarme ante una persona, en la flor de la vida, pero que se siente atrapada en esa profunda niebla o bruma de la desorientación. Pienso que van a ser necesarias más sesiones, para continuar un diálogo que halle el mejor camino en un proceso que presumo lento pero, sin embargo, fructífero. Porque la esperanza y las soluciones están muy cerca de nosotros. Probablemente se hallan en nuestra mente, en nuestra imaginación, en nuestra íntima voluntad. Pero las hemos envuelto en un blindado ropaje, que no nos atrevemos o somos incapaces de eliminar”.

“Te voy a ser muy sincero. En circunstancias como ésta, saldrías de la consulta con un amplio listado de recetas, para adquirir fármacos antidepresivos de diferente carácter, que “nos harían” reaccionar de forma inmediata. Pero me resisto, permíteme que use esta palabra, a “empastillar” a una joven persona que se halla en pleno auge existencial, sin usar o buscar en cambio otros caminos o soluciones más naturales, menos farmacológicas, eso sí, con la colaboración indispensable de la fuerza que aportes a tu voluntad. Para que me entiendas, vas con una, más o menos grave, lesión muscular al traumatólogo. En cuatro o cinco días, la ingesta de píldoras harían el milagro de la aparente recuperación. Sin embargo ese especialista, te prescribe una lenta, segura y eficaz reacción física, a través del ejercicio rehabilitador del musculo o articulación dañada. Creo que me entiendes: llegaríamos al mismo lugar, tal vez con más tardanza, pero su organismo agradecería esa tarea rehabilitadora que sabe prestar con acierto un buen fisioterapeuta. Ahora, traslada esta metáfora a tu situación”.

Marian permanecía absolutamente absorta, ante las palabras amigas y novedosas que estaba recibiendo por parte de un buen especialista médico, recomendado por el jefe de la sección de complementos (calzado) en su empresa, donde trabajaba, de manera ejemplar, desde hacía ya casi cuatro años. Pero ¿cuál sería el novedoso camino que el psiquiatra le iba a proponer a fin de iniciar esa rehabilitación anímica, que tanto le estaba aturdiendo y condicionando?

“Te comentaba que vamos a posponer, por ahora, un tratamiento farmacológico. Vamos a ir haciendo, de manera paulatina, una ruptura, programada y controlada, con lo que es tu actual forma de vida. En algunos casos, se van a tratar de pequeños o curiosos cambios. Pero, también, tenemos que abordar transformaciones de naturaleza más radicalizadas o profundas. Vayamos, pues, a plantear diversas estrategias. Sé que algunas de ellas te van a llamar la atención. Pero no hagamos un mundo de tu extrañeza ante las mismas. Vamos a iniciar un proceso de búsqueda de lo diferente.

Pienso que debes cambiar tu look personal. No te enfades con lo que te voy a decir. Podrías modificar tu peinado (corte, forma y color). En mi opinión, el actual no te favorece. Igual ocurre con tu forma de vestir. Ahora mismo estoy observando a una bella joven cuya ropa la hace parecer mucho mayor de lo que realmente es. Incluso esos zapatos (en tu empresa llevas años, según me cuentas, en la sección de zapatería) corresponden a una persona que rondaría los cincuenta. Y ahora viene una modificación en lo laboral, ciertamente importante. Solicita en tu centro comercial (puedes ayudarte con un informe que yo elaboraría), ser destinada, en la medida de lo posible, a otra sección. Cuatro años trabajando en la misma planta o departamento, sin duda cansan, aburren y desmotivan.

Te vas a desplazar al trabajo por un itinerario, y medio de transporte, diferente al que usualmente utilizas. Verás como ese cambio también ayuda. Dedicas muchas horas, excesivas, al mundo de la televisión. Este medio de difusión va a funcionar ahora menos en tu domicilio, en favor del ordenador  y la navegación por Internet. Y algunas de las noches, después de la cena, prestarás a la música (de todos los géneros, especialmente la de naturaleza filarmónica) esos minutos previos al descanso. Y durante este mes que tenemos por delante, hasta que nos veamos por segunda vez, te vas a comprometer a buscar la integración en algún grupo social, que sea de tu agrado. Comprendo que puede resultarte difícil hacerlo, pero puedes probar y llamar en diferentes opciones. Por ejemplo, actividad senderista, literaria, ecologista, política, teatral, musical (por cierto ¿conoces las espléndidas posibilidades que desarrolla la Sala Chelamar, también  denominada Artesanos de la Escena….?) Tienes un mes, para probar y decidir. No olvides, tampoco, esos centros deportivos, donde puedes mejorar tu cuerpo y el estrés acumulado, practicado la natación u otros ejercicios vinculados al gimnasio.

Y en la cuestión alimenticia, pueden ser interesantes algunas modificaciones. Tanto en el lugar donde habitualmente realizas las compras, como en el tipo de ingesta que realizas durante el almuerzo y la cena. Verduras y frutas han de tener absoluta prioridad. Y la operación anti tabaco, no puede esperar, aunque sólo sean cuatro o cinco  los que quemas cada día, tan cerca de tu boca y pulmones.
Te enviaré a casa, a tu dirección electrónica, un listado más explícito de todo esto que ahora te estoy mencionando a modo de resumen”.

Eran sobre las 8.40, en una agradable tarde-noche de Junio, cuando Marian caminaba a través de la malla urbana, plena de edificios, calles, plazas, luces y sombras, hacia un domicilio cuyo “decorado” también se le había sugerido entrara en un proceso de cambio. Mezclándose entre los numerosos viandantes, que ponían alegre color al ambiente, llamó su atención una persona que estaba sentada sobre una pequeña silla de pescador, en una las esquinas de Alcazabilla, próxima a la recia gradería histórica del Teatro Romano. Se trataba de un hombre mayor, modestamente vestido, el cual enlazaba melodías para el sentimiento, utilizando para ello una destartalada trompeta, con la que construía ritmos y notas para la emoción y el recuerdo. Se quedó unos minutos escuchando y apreciando el esfuerzo de este anónimo juglar subsistiendo en la bohemia callejera. Dejó caer unas monedas en un pequeño cestillo de esparto que yacía a los pies del trompetista. Éste, supo regalarle una mirada de afecto, emanada de unos ojos agrietados por las vivencias de su privacidad.

Continuó marcando lentamente sus pasos, sintiéndose ilusionada y preocupada, al tiempo, acerca de esos necesarios cambios para la diferencia, que habría de imprimir a la inmediatez de su vida. Horas y días, silencios y palabras, gestos y novedades que podrían teñir de esperanza una existencia presidida por el letargo de esa monotonía que iguala, con el riesgo del sopor, el ayer, el hoy y, previsiblemente, también el mañana.

Magnífico este doctor Cebrián, al que percibía ya más como un padre y amigo, que como ese docto galeno enfrascado en la elaboración de fórmulas magistrales para la milagrería terapéutica. Un cualificado profesional que había sabido prescribirle una sana e inteligente medicina cuya disponibilidad no se hallaba en los escaparates farmacéuticos, sino en esa fuerza imaginativa que atesora nuestra voluntad. El camino para su recuperación debería proceder desde esa virtud para la diferencia, que conlleva el cambio profundo en la rutina de vida.-

José L. Casado Toro (viernes, 23 Octubre 2015)
Antiguo profesor I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

viernes, 16 de octubre de 2015

AQUELLAS OTRAS HISTORIAS, EN EL IMPERECEDERO MUNDO DEL CINE.


A lo largo de sus muy fructíferos 120 años de vida, el cine ha sido admirablemente generoso con los aficionados a esta manifestación artística imperecedera. Cientos y miles de relatos escenificados inundan, en el día a día, las pantallas de las salas cinematográficas, los monitores de televisión, las pantallas de los ordenadores, las tabletas electrónicas e incluso los muy versátiles, en prestaciones para los usuarios, smartphones o teléfonos inteligentes. El espectador encuentra en esas sugerentes historias, narradas con la magia del color, el sonido y los efectos espaciales, el placer de la distracción, la cultura del conocimiento, el enriquecimiento anímico con la comedia y el drama (junto a otros atractivos géneros cinematográficos) y las vivencias empáticas con las vidas de los personajes interpretadas por los actores. 

Sin embargo, junto a las tramas argumentales proyectadas en pantalla, existen otras curiosas e interesantes historias que tienen como fundamento indirecto el espectáculo cinematográfico. Esas anécdotas o escenificaciones surgen paralelamente como elementos complementarios a las películas que divierten, ilustran, asustan o emocionan al espectador. Aquellos que hemos sido, desde los años ya lejanos de nuestra infancia, amantes y fieles asistentes a los cines, podemos encontrar en nuestra memoria otras muchos relatos paralelos para recordar, comentar y compartir, siempre con el comentario apropiado que ilustre su exposición. Veamos algunas de esas otras historias, vinculadas a nuestras vivencias con las carteleras del cine.

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¨ Ocurrió en las muy lejanas brumas del tiempo. Pienso que en la actualidad este hecho que tuve la oportunidad de compartir, muy difícilmente tendría hoy lugar, dada las características de la sociedades intensamente tecnificadas que nos han correspondido protagonizar. La escena tuvo lugar en una localidad turística de la costa malagueña, durante la etapa de desarrollismo económico de los años sesenta, en la anterior centuria.

Era un cálido agosto vacacional, con las calles del pueblo densamente pobladas de ese turismo nacional que aportaba animación e incentivos monetarios a una modesta economía que necesitaba intensamente del visitante. Había que complementar esas otras modestas actividades, como la pesca y la agricultura, que sostenían básicamente la economía del lugar. Tras un día de baños y sol en la playa, la gente disfrutaba del paseo por el centro del pueblo, con algunas calesitas que hacían las delicias para niños y mayores. Los bares, chiringuitos y restaurantes funcionaban a tope, sirviendo esas suculentas comidas, entre las que destacaba el buen pescaíto frito, generado por la generosidad del mar Mediterráneo y recogido con el esfuerzo de los pescadores a bordo de sus traíñas, laborando desde la noche con las redes de arrastre.

Muy próximo a la Iglesia del pueblo, en un gran solar en otros tiempos dedicado a la agricultura, se había instalado un cine de verano, utilizándose sillas de recia madera ubicadas sobre el suelo de tierra humedecida, a fin de aliviar el calor de la insolación diurna. Aquel día proyectaban una película de aventuras “Las nieves del Kilimanjaro”, con Gregory Peck, Ava Gardner y Susan Hayward, como protagonistas principales. En los muros interiores del solar, unas rosaledas, damas de noche y jazmines, aromatizaban gratamente a los espectadores que presenciaran el film, durante las dos sesiones de proyección. Faltaban algunos minutos para que dieran las nueve y muchas familias, parejas y personas individuales formaban cola ante la taquilla, para comprar sus localidades, entradas cuyo precio individual estaba establecido en 5 pesetas.

En un preciso momento observé, cerca de la taquilla del cine, a una niña que lloraba amargamente junto a sus padres, los cuales trataban de consolarla ante su patente disgusto. La chica tendría entre seis y ocho añitos de edad. Era de cabello rubio, organizado en dos largas trencitas, con lazos blancos atados al final de las mismas y unos ojos claros, de tono azulado, en ese instante inundado por las lágrimas. Su padre, un fortachón hombre de apariencia campesina, decidió comprarle una bolsita de pipas de girasol, tratando de calmarla. Pero la niña seguía con sus lágrimas anta la taquillera que también trataba de consolarla tras la ventanilla.

Al fin fue su madre, quien aclaró la pena que embargaba a la pequeña. “Es que está asustada. Nunca ha estado en el cine y tiene miedo de lo que le puede pasar”. Esa explicación me dejó asombrado. ¿Cómo era posible que esa niña nunca hubiera entrado en una sala cinematográfica? Pero así son las cosas. Seguro que hoy esa escena difícilmente ocurriría. Pero el temor a lo desconocido provocaba esa insólita e inesperada reacción, en una niña de apenas seis años, ante la magia creativa del cine. Puedo dar fe de ello, pues me encontraba en la proximidad de las personas que aguardaban para sacar su ticket en taquilla.

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¨¨ Una segunda secuencia histórica, relacionada también con el entorno cinematográfico, tuvo lugar unos años más tarde, también ambientada en una sala de verano. Durante esas décadas del siglo pasado proliferaban estos gratos espacios para acabar bien el día, presenciado atractivos programas dobles con películas de reestreno, a unos precios verdaderamente atractivos para las economías más modestas. La familia se llevaba allí los bocadillos y las cervezas desde sus casas, dada la hora tardía de la proyección, o bien se compraban algo para cenar en los muy bien organizados chiringuitos o bares, próximos a una incómoda sillería situada frente a la gran pantalla. El consumo de pipas de girasol, cacahuetes y otras chucherías, era un rito muy apreciado durante las calurosas noches de verano, bajo un manto azul oscuro donde reposaban las estrellas. Pues bien, cierto día, ya en la entradilla de septiembre, tuvo lugar un curioso hecho que hoy, en la distancia del tiempo nos hace sonreír, especialmente a todos aquellos que logramos conocer las interioridades del mismo.

Una de las películas del programa doble, estaba protagonizada por Rock Hudson y Doris Day. Se trataba de la típica comedia dramática americana, que mezclaba las sonrisas con las inevitables lágrimas, durante el desarrollo de la trama. Cuando se produjo el primer cambio de rollo, los más avispados en el seguimiento argumental percibieron un salto o una discordancia temática en la narración. No había correlación lógica entre la acción que se había previamente desarrollado con la actuación que realizaban los actores a partir de ese momento. La mayoría del público seguía con sus altramuces, cervezas y bocadillos de aromático chorizo. Pero aquellos más cinéfilos comenzaron a protestar, con silbidos y algunas palabras mayores. Muchos de los que apenas se habían dado cuenta del salto argumental, siguieron con el choteo, pues la noche se prestaba a organizar bien la movida, dado el calor que se había levantado por eses viento de terral tardío que anunciaba las previsibles lluvias de septiembre.

El escándalo fue aumentado de tono, y el maquinista de la cabina de proyección tuvo que parar la cámara, encendiendo las luces de la sala, entre los comentarios jocosos de la concurrencia. Precisamente la película se había detenido cuando un familiar de Doris Day sufre un fatal accidente que acaba con su vida. Tras apagarse de nuevo las luces, tras unos 10 minutos de interrupción, la película continua dando otro salto temático, pero ahora el personaje del accidente aparece en la playa, disfrutando de la compañía de una bella señorita, cuya identidad no había sido explicada hasta el momento en la ajetreada proyección. Para entender bien el trasfondo de lo que estaba ocurriendo, se había proyectado el rollo número uno, tras el que apareció el celuloide del cuatro (y último). En este momento corría el metraje del rollo número tres.

El público ya no permitió continuar con toda esta tomadura de pelo. Puesto en pie, silbaba, gritaba y exigía que le fuese devuelto el precio de las localidades (la entrada a la sala costaba seis pesetas por persona). Finalmente las luces se tuvieron que encender, pero ya de una forma definitiva. El dueño del cine, Jonás, un hombre obeso, calvo y con bigote, que cubría sus ojos con unas gafas fumé, dándole aspecto de un contrabandista de baja estofa. se vio  obligado a devolver el precio de las entradas, a todos aquellos que le rodeaban y gritaban enfadados. Tanto él como el maquinista Sebas llegaron a las manos, teniendo que llamar Sole, la taquillera, a la policía, dado el cariz que iban tomando los acontecimientos.

La raíz de todo este episodio estaba basado en un habitual asunto de faldas. Sole, pareja de Jonás, engañaba a éste con el maquinista, persona mucho más joven y apuesto que su obesa pareja, del que sólo lucía su dinero. La noche anterior al conflicto, el propietario del cine los había pillado haciéndose carantoñas en un cuartucho trastero, donde eran guardados los sacos con los rollos de películas. Tras darle un buen sopapo a Sebas, le indicó que a partir del lunes (era sábado, por lo que tenía que buscar, de prisa y corriendo, a otro maquinista) estaba despedido. La reacción del proyeccionista fue la que todos nos imaginamos. Cambió deliberadamente el orden de los rollos, en su última noche de trabajo en el cine, para perjudicar económicamente al empresario y rival afectivo.

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¨¨¨ Y, para finalizar este cinematográfico artículo, una breve y emocionante historia, que tuvo lugar a finales de los años noventa, cuando realizaba una visita de estudio con mis alumnos de bachillerato en el aeropuerto de Málaga. Era una mañana muy luminosa de febrero y todos nos sentíamos muy interesados por las explicaciones que nos iba ofreciendo la persona encargada de atender a los grupos escolares. Previamente nos habían entregado unos folleto informativo y habíamos presenciado la proyección de un video sobre el origen y desarrollo de este importante complejo espacial para la movilidad aérea.

Íbamos recorriendo las distintas dependencias cuando, de una manera inesperada, observamos que un hombre caminaba hacia donde nos encontrábamos con una gran agilidad en su desplazamiento. La forma de andar era como dando grandes zancadas, con un ritmo pendular muy característico, dada su elevada estatura. De inmediato lo reconocí. Y no sólo yo, sino también algunos de mis alumnos, por haber disfrutado con sus interpretaciones en pantalla. Pronto el murmullo de admiración fue generalizado. Se trataba del famoso actor Sean Connery (Edimburgo, Escocia, 1930), protagonista de muy importantes películas aunque, de manera especial, por ser el primer intérprete del agente secreto 007 de la Corona Británica, James Bond. En esta serie temática, Connery hizo siete films. Posteriormente otros actores han seguido interpretando al muy atractivo y valiente personaje.

En aquél momento, Connery estaría muy cerca de los setenta años en su vida, aunque su agilidad en la forma de andar, a modo de pantera cautelosa en busca de su presa, era admirable. Pensaba que era más bajo de estatura, sin embargo sus 1.89 m de altura y bien mantenida delgadez prestaban una imagen mucho más juvenil a su persona. Se dirigía a la sala VIP desde donde aguardaría la salida de su vuelo.

Quiso la suerte que la Srta. de Relaciones Públicas nos ofreciera la posibilidad de visitar esa Sala VIP, donde tendríamos que guardar un extremado silencio y no detenernos en nuestro desplazamiento, a fin de evitar molestar a las personas que allí se encontraban. Nos llamó la atención los suculentos dulces y bandejas de fiambres que tenían a su disposición las personas que habían pagado este servicio. Una de mis alumnas ¿tal vez Lorena? con esa admirable valentía de los 16 años, decidió saltarse el “protocolo” normativo y cuando quisimos darnos cuenta se había plantado delante de Mr. Bond, sorry! Mr. Connery, que se encontraba en la sala, sentado en una cómoda butaca, mientras leía el tradicional periódico británico The Times. Con una angelical sonrisa le abrió su libro de Historia, para que le firmara un autógrafo en la contraportada. Connery se quitó sus gafas, miró a la chica, primero con seriedad aunque, de inmediato, también sonrió. Tomó una pluma del bolsillo de su trenca beige y, volviéndose a colocar sus gafas, escribió un par de líneas, estampando a continuación su firma. Los nervios de la Srta. de Relaciones Públicas parecían a punto de estallar, pero Mr Connery, levantándose de su asiento, entregó el libro a Lorena, estrechándole su mano con un sonoro bye!.

La lejanía del tiempo no ha borrado el emocionante y simpático encuentro con Mr. Bond. ¿Qué texto escribió Mr. Connery en la contraportada del libro de la editorial Santillana? No serían exactamente estas palabras, aunque sí otras muy parecidas. “If you want to become a great actress, you have to study a lot every day” Sean Connery. (Si quieres convertirte en una gran actriz, tienes que estudiar mucho cada día).-

Son tres curiosas historias, relacionadas con el mundo de la gran pantalla. Hoy, con la mirada puesta al tiempo, nos hacen sonreír y disfrutar, recordando la grata compañía que el cine siempre ha supuesto en nuestras vidas.-

José L. Casado Toro (viernes, 16 Octubre 2015)
Antiguo profesor I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga