viernes, 30 de diciembre de 2016

REINICIANDO LA AVENTURA DEL CALENDARIO, EN EL PRIMER DIA DE UN NUEVO AÑO.

A pesar de que, en esa escenificada noche de fiesta, el descanso le había llegado a horas muy avanzadas de la madrugada, la resaca acumulada le hizo despertarse bien temprano, cuando aún lenta y tímidamente amanecía. Quiso permanecer unos generosos minutos entre las sábanas, pensando en cómo podría hacer diferente ese primero de enero que ya marcaba el reinicio en las páginas del nuevo calendario. 

Robert (su madre fue una fiel apasionada del séptimo arte. Siempre profesó gran admiración por el actor R. Redford) trabaja en una muy conocida entidad bancaria, mayoritaria en la Comunidad andaluza. Vive solo, desde hace unos ocho meses, en un coqueto apartamento ubicado en un antiguo edificio rehabilitado del centro malacitano. Caty, su ex compañera matrimonial, buscó acomodo afectivo con un jefe de negociado en la Administración de Justicia, donde también trabaja como administrativa. La última noche del año la ha celebrado con unos amigos de su oficina financiera, en una ruidosa fiesta multitudinaria, en la que han permanecido hasta las tres y pico de la madrugada.  En la mañana siguiente, antes de levantarse de la cama para hacer un buen desayuno, ya tenía en mente algunas actividades, a fin de lograr que este primero de enero tuviese algo de novedad y estímulo en su más que rutinaria agenda.  

Tras tomar un poco de fruta, yogurt y cereales, se puso el chándal deportivo, dispuesto a recorrer unos buenos y saludables kilómetros, para el equilibrio del cuerpo y la serenidad en su mente. Se encontró con unas calles algo vacías y descuidadas en su limpieza, en esas primeras horas de la mañana. Aparte de los escasos vehículos que ya circulaban, se iba cruzando con algunas personas que, como él, necesitaban recibir la caricia de la grata brisa matinal. Ese aire fresco y limpio que vitaliza el ánimo y la epidermis facial. En ese ágil caminar, se fue “topando” con no escasas mascotas que,  para atender sus necesidades orgánicas, habían animado a sus dueños a dar juntos ese su primer paseo en el día.

A buen seguro que unos y otros viandantes estarían pensando en todos esos cambios que, con la mejor voluntad se suelen programar para los primeros meses del año. Es la misma voluntad que, posteriormente, suele tornase perezosa, dejando aparcados proyectos idiomáticos, alimenticios, deportivos o de otra índole para el cambio personal. En el diseño de todos esos cambios, hay una realidad que admirablemente permanece inmutable, sin importarle la cronología del día o algún que otro condicionante personal ¿Cuál es? Frente a una actividad comercial, en su mayoría aletargada por el sueño dominguero, los pequeños comercios regentados por familias de origen oriental permanecían abiertos, con su versátiles y heterogéneas mercancías ofertadas a los mejores precios. Entre sonrisas, Robert se preguntaba ¿cuándo estas personas chinas dedicarán un trocito de su tiempo, a fin de practicar el ocio u otras necesidades del ego?

Tras una larga caminata, llegó a la zona playera presidida por la esbelta “torre” o gran chimenea, popularmente denominada “Mónica”, resto de la Málaga industrial de otros tiempos. Allí pudo disfrutar de una curiosa y abierta escenografía, protagonizada por dos personas, hombre y mujer que, descalzos y con un alegre atuendo o disfraz de “payasos del circo” realizaban ejercicios mímicos y expresivos, sobre la fresca arena costera. Los escasos viandantes apenas prestaban atención a sus ágiles, elegantes y rítmicos movimientos, pero él se acercó a la pareja, observando la fuerza comunicativa en sus miradas y gestos. Aprovechando el breve descanso, que ambos realizaron, se animó a preguntarles el por qué de sus ejercicios, en ese lugar y a esa hora tan temprana. Se trataba de dos jóvenes actores, vinculados afectivamente, que preparaban una difícil representación teatral y les hacía ilusión comenzar el año de aquella forma tan peculiar y expresiva, en su plástica interpretativa. 

Después del saludable ejercicio “senderista” y la curiosa vivencia con la pareja de la playa, volvió a casa, gozando con una reconfortante ducha caliente. A eso del medio día decidió llevar a cabo una innovadora experiencia, que tenía en mente  desde hacía tiempo. Ya vestido, siempre con ropaje deportivo (la temperatura del día resultaba sumamente agradable) se dirigió a una de las paradas del transporte municipal. Eligió aquélla que nuclea o aglutina a numerosas líneas del tránsito urbano, ubicada en una gran arteria viaria condicionada por las obras de la infraestructura del metro. Una vez allí, evitó comprobar el cartel digital que indicaba los números y los tiempos de frecuencias de las numerosas líneas que iban atendiendo la amplia movilidad ciudadana. Se dijo a sí mismo “subiré en el próximo bus que llegue a esta parada y permaneceré en su interior hasta el final de su trayectoria”. Sin querer conocer el número del vehículo, tomó asiento esperando a ver cuál era su destino. Curiosamente ese bus le trasladó a una lejana barriada de la periferia, en la que no había estado durante los últimos años. Una vez allí, recorrió sus calles, plazas y rincones ciudadanos, dedicando el tiempo suficiente para descubrir espacios y lugares totalmente innovadores en su experiencia.

Allí, en lo que parecía una zona industrial, localizó un modesto restaurante que anunciaba comidas caseras, por un precio sumamente atractivo anotado en la pizarra callejera del menú. Al entrar en este familiar establecimiento, se encontró ante un gran salón con chimenea de leños encendidos y con un personal de servicio muy agradable en la atención a los numerosos comensales que ocupaban las mesas del local. Estaba mayoritariamente integrado por familias que habían decido realizar el almuerzo fuera de casa, en ese ste ﷽﷽﷽﷽﷽﷽ fuera ero su primer día del nuevo año.

Mientras esperaba que le sirvieran el cocido tipo andaluz en su mesa, llamó a la casa de Caty, para preguntar por sus dos hijos. Se puso al teléfono el Jefe del negociado, Raimundo, quien amablemente le deseó un buen año, pasándole de inmediato con los niños. Les indicó que los recogería el próximo viernes, después de comer, pues pasarían juntos el fin de semana. Su ex creyó oportuno evitar ponerse al aparato, gesto muy propio de su carácter, actitud que, sin embargo, él agradeció profundamente.

Tras disfrutar de un saludable y exquisito, por su elaboración y contenido “ágape”, fue de nuevo a la cabecera de esa línea de autobuses municipales. Necesitaba volver a casa y recuperar el sueño perdido para el descanso. La festiva madrugada anterior le había supuesto dormir apenas unas tres horas. En el viaje de vuelta fue repasando mentalmente algunos rincones y espacios interesantes que había descubierto, en su visita (sorpresiva y no programada) a esta populosa barriada de las “afueras” de la ciudad. El azar le había llevado hasta allí, permitiéndole conocer nuevas zonas transformadas por la expansión urbanística y que, por nuestros cansinos hábitos rutinarios, suelen permanecen alejadas, año tras año, de nuestra visión y experiencia relacional.

Ya en casa, 3:45 de la tarde, se echó un rato en el sofá de su saloncito. Antes había puesto un poco de música instrumental, a muy bajo volumen, práctica que le ayudaba a entrar en ese descanso tan necesario para el cuerpo. A los pocos minutos, estaba completamente dormido. Sólo veinte minutos más tarde, el ding/dong del timbre del apartamento le hizo despertarse un tanto sobresaltado. Se dirigió hacia la puerta y observó por la mirilla a la persona que había llamado, interrumpiendo su necesario descanso. Vio en el descansillo a un hombre, de una edad similar a la suya (43) llevando una cartera oscura en su mano derecha. Dudó unos segundos, pero al fin abrió la puerta.

“Disculpe que le haya molestado. Israel Saldaña, para servirle. Represento a una marca internacional japonesa que trabaja el pequeño electrodoméstico, la cual se está introduciendo en Europa con una política de precios y altas calidades, verdaderamente sin competencia posible. Cada x tiempo nos centramos en promocionar y difundir un determinado producto. En estas Navidades y Año Nuevo, ese producto estrella son los microondas.  Si me concede unos breves minutos, le explicaría sintéticamente las muy cualificadas prestaciones de este versátil aparato (tiene radio incorporada e incluso puerto USB), con la increíble oferta de su precio y una muy completa tarjeta en su reconocida garantía internacional”.

Roberto no daba crédito a lo que veía y escuchaba. En un día primero de enero, domingo, poco menos de las 4:30 de la tarde, un insólito vendedor de traje y corbata llamaba a su puerta, para ofrecerle un “maravilloso” microondas… japonés. Se preguntaba, con asombro e incredulidad “¿pero que está pasando en este siglo, al que llaman XXI? Por cierto, había algo en la cara de su interlocutor que hacía fluir recuerdos a su memoria, pero de una manera difusa e inconcreta. Los rostros de ambos personajes contrastaban entre la evidente tensión controlada del vendedor y el asombro, educadamente indignado del posible cliente que le había franqueado la puerta. En todo caso, tuvo un momento de cierta debilidad ante la humilde actitud del hombre de la cartera, cuya mirada le estaba suplicando unos minutos de atención.

“Ande, pase Vd. y explíqueme en no más de siete minutos todas esas maravillas que dice representar. La verdad es que tengo el microondas roto desde la semana pasada, cuando estuvieron aquí mis hijos …”

“Sí, comprendo que tal vez no sea la fecha más apropiada para presentarle una oferta comercial. Pero nuestros estudios de mercado nos indican que, en estas fiestas de Navidad, uno de los pequeños electrodomésticos que más suelen estropearse, por el uso continuo a que se les somete, es el que precisamente vengo a ofrecerle. Además, en este emblemático día, un número muy importante de familias están en casa, descansado de jornadas ajetreadas de fiestas y celebraciones, especialmente la gran Noche de Fin de Año”. Con cinco minutos tengo suficiente, para tratar de convencerle de una decisión de la que, puedo dar fe, no se arrepentirá. Por cierto, yo creo conocerle….”

Roberto pensó que no era una opción desacertada escuchar a una persona que trataba de ganarse la vida vendiendo productos a domicilio. Precisamente, no le resultaba atractivo salir otra vez a la calle, en donde había comenzado a caer una lluvia cada vez intensa. Mostrándose generoso, preguntó al vendedor si le apetecía tomar una taza de café. Tras una respuesta agradecida de Israel, ambos interlocutores tomaron asiento. Lo que en principio iban a ser unos minutos de cortesía, se convirtió en una larga charla mantenida por dos personas necesitadas. Estuvieron hablando hasta cerca de las siete de la tarde. Tras los cristales, continuaba cayendo la lluvia.

Ambos interlocutores habían sido compañeros de clase en el instituto, hacía ya más de veintitantos años. Mientras Roberto, tras terminar un módulo de contabilidad, tuvo la suerte de encontrar acomodo en la entidad bancaria, donde en la actualidad sigue prestando sus servicios,  la evolución laboral de Israel había sido variopinta e inestable.

“Te asombraría conocer algunas de las actividades que he tenido que desempeñar para sobrevivir: desde portero de discoteca, hasta una increíble experiencia de palmero, en un grupo de cante flamenco. También estuve, durante un par de temporadas, como figurante escénico en una compañía de teatro. Siempre me gustó actuar ante un patio de butacas lleno de espectadores. Pero parece ser que no tenía buenas condiciones para triunfar en este campo de la cultura. En los momentos más duros, por la necesidad, ejercí de cartelista, poniendo y quitando publicidad en los paneles viarios de nuestra ciudad. Y esto de la venta a domicilio, me llegó hace unos cuatro años, cuando un buen amigo me introdujo en una empresa comercial que buscaba ampliar su radio de acción mercantil, difundiendo de manera directa sus productos”.

Cuando al fin se despidieron, después de tan insólita velada en la tarde, Roberto había aceptado comprar uno de los microondas de Saldaña quien, agradecido por el buen trato que había recibido de su recuperado amigo, le pidió aceptase una invitación para comer en su casa, en donde podría conocer a su compañera e hija adolescente. 

Había comenzado un nuevo año y, en la mañana del siguiente día, este trabajador de la banca volvería a estar detrás de su ventanilla de siempre, atendiendo las demandas y gestiones planteadas por los clientes que se desplazaran a su entidad financiera. A esas avanzadas horas de la noche, el largo calendario anual estaba terminando de cubrir el primero de sus días. Mientras, en la vida de Roberto, también en el recorrido vital de millones de personas, todo comenzaba a ser casi igual a lo de ayer, a pesar de tantos proyectos oníricos para el cambio, en ese sosegado quehacer diario para la normalidad.- 


José L. Casado Toro (viernes, 30 de Diciembre 2016)
Antiguo profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

jueves, 22 de diciembre de 2016

UNA SINGULAR Y SOLIDARIA FIESTA DE NOCHEBUENA, PARA AQUÉLLOS QUE MÁS LA NECESITAN.

El alcalde de un municipio de la alta Andalucía había concertado una urgente reunión, a celebrar en la mañana del 28 de Noviembre, con dos concejales de su equipo de gobierno. A las 9.30, hora fijada para el encuentro, ya se encontraban reunidos en el despacho de la máxima autoridad local los tres políticos: el responsable de  Acción Social, junto al de Cultura y Fiestas, además de Feliciano, el propio Alcalde Presidente de la Corporación Municipal.

“Os he convocado, con bastante antelación a la fecha, a fin de comentaros una idea que tengo en proyecto con vistas a la próxima Navidad. Lógicamente, me gustaría conocer vuestra primera impresión o criterio acerca de la misma. Se trata, básicamente que, desde el Ayuntamiento se organice una gran Cena de Nochebuena, a la que serían invitadas un conjunto de personas que, por razones de muy diversa naturaleza, podrían o van a estar solas en una noche tan especial. Bueno, quiero decir, sin la proximidad de familiares, más o menos directos, con los que compartir la mesa y el afecto, en ese muy especial 24 de diciembre, víspera del Día de Navidad.

No me estoy refiriendo a contratar con un restaurante, por razones de espacio y también del coste que todo ello supondría. Podríamos habilitar y adecuar decorativamente el polideportivo cubierto municipal. En cuanto a la cena en sí, sería preparada por el equipo que lleva los cursos de la Escuela de Cocina. Sería interesante contactar con la Coral municipal o algún grupo solidario, para que pusiesen esas gratas notas musicales que alegrara la sobremesa… en fin, es cuestión de ir estudiando todas estas primeras ideas, a fin de darles forma y, por supuesto, enriquecerlas”.  

Los dos compañeros de corporación acogieron de manera muy positiva el proyecto del Alcalde. Se comprometieron a tener elaborado un desarrollo más concretizado del organigrama, en un plazo máximo de setenta y dos horas. En realidad tenían por delante un margen temporal de hasta más de tres semanas, ante de que tuviera lugar esa benefactora celebración. Ciertamente, el Ayuntamiento siempre había organizado eventos específicos para esos días tan entrañables y festivos de la Navidad y el Año Nuevo, pero la decisión de realizar esta gran cena, de la que se beneficiaria un importante número de personas, necesitadas de compañía en la gran Noche, suponía una gran novedad. El propio alcalde garantizaba su presencia, asegurando que compartiría mesa y mantel con este amplio grupo de ciudadanos, previsiblemente integrado en su mayoría por personas mayores, que gozarían del muy plausible calor afectivo que el municipio deseaba brindarles.


Para entender algo mejor el origen de esta acertada y solidaria idea, hay que retrotraerse a unos días antes de esa reunión, en un escenario que no era otro que el del propio domicilio particular del Sr. Alcalde. Aquella noche, tras la cena, el matrimonio integrado por Feliciano y Marcela se sentaron ante la pantalla del televisor como, de manera usual, solían hacer cuando podían compartir la mesa, dadas las obligaciones representativas del Alcalde. Eduar y Paula, sus dos hijos adolescentes, ya se habían retirado a sus dormitorios, pues ambos tenían que preparar algunos exámenes para el primer trimestre del curso. Esa era la excusa “oficial” aunque la real estaba en sus deseos de conectarse a Internet, a fin de “navegar un poquito” antes de irse a la cama.

“Marcela, tengo que hablarte de un tema que me viene dando vueltas por la cabeza desde hace unos cuantos días. Estamos ya a casi un mes de las fiestas de Navidad. Como siempre hacemos, para la Nochebuena y el Fin de Año, nos reunimos familiarmente, rotando cada año en las casas de nuestros hermanos. Por supuesto de que, en esa rotación, también entra nuestro domicilio, como nos correspondió hace dos Navidades. Y así llevamos haciéndolo desde hace mucho tiempo.

Pero hoy lo que me preocupa, no es sólo esa repetitiva rutina. Sabes que, en más de una ocasión, hemos acabado casi en el enfado, por esas discusiones que, a lo largo de las veladas, se van originando y que resultan un tanto desagradables. Los chicos pronto “toman la calle”, a continuar la fiesta con sus amigos y pandillas, mientras que los mayores le “damos” a la botella. Ms de lo que debemossco, nos enfrascamos en discusiones banales, que se van "gos y pandillas, mientras los mayores le "amo un tanás de lo que debemos. Entre el alcohol y los posicionamientos políticos bastante “sectarios”, de unos y otros, nos enfrascamos en discusiones banales, que se van “calentando” poco a poco y que acaban siendo verdaderamente incómodas. Y no es sólo por el tema político. Recuerda como en la Nochebuena pasada, con el asunto de la herencia, casi llegamos a las manos. El ejemplo que dimos unos y otros resultó verdaderamente infantil, impropio e, incluso desagradable.  Así que este año me he propuesto modificar esa cansina y poco edificante dinámica. Además, este cambio tiene otro gran e importante motivo. Estoy pensando en un fin solidario, con todos aquellos que más sufren la soledad en sus vidas y circunstancias.

Aquí en el pueblo, como en todas partes, hay muchas de estas personas que necesitan nuestra ayuda. Tengo la obligación, como alcalde, pero también como ciudadano preocupado con aquéllos que más  sufren la soledad en estos días tan sentimentales, de hacer algo bueno y especial  por ellos. De esta forma, las fiestas del mes que viene, Nochebuena y las uvas del 31, las debo y quiero pasarlas con ellos. Voy a proponer que, desde las concejalías correspondientes, en realidad desde toda la Corporación Municipal, se organicen dos macrofiestas, dirigidas de forma específica a todos aquéllos que más necesitan  de nuestra compañía y “hermanamiento”. 

Sinceramente pienso que, tú y los chicos, debéis acompañarme es estas dos importantes fiestas. Yo lo tengo muy claro, pero tú decides lo que veas mejor. No creo que la familia deba molestarse. En esos dos días, voy a tener que pensar en muchas más familias. Y toda la ayuda que unos y otros aportemos, vendrá como el “agua de mayo” para un fin que pondrá sonrisas y unas horas de alegría en aquéllos que más sienten su orfandad”.

La mujer del edil escuchaba “boquiabierta” la larga perorata que le había “regalado” su esposo. De la forma y manera más inesperada. Marcela, no sabía cómo reaccionar. Sólo se atrevió a responder con un “déjame pensarlo”. La firme convicción de su marido y el hábil momento elegido para transmitírselo, le había impedido prepararse mentalmente para argumentar una respuesta convincente, en uno u otro sentido. Aunque ella no ejercía la política, entendía que Feliciano  tenía una obligación superior con esa ciudadanía que le había elegido para el alto puesto que ocupaba. Y en el otro lado de su conciencia estaba la dependencia familiar ¡En menuda diatriba la había colocado aquél que era su pareja, desde hacía ya más de diecinueve primaveras! 

La máquina organizativa municipal se puso en marcha, “engrasando” bien todos sus flecos y resortes. Para ese día 24 de diciembre, el polideportivo fue remodelado, habilitándose hasta 150 mesas, para acoger a unos 600 comensales (la misma tarde del evento tuvieron que sumarse otras cuarenta más). Las personas propuestas, para tan generoso hermanamiento, atendían a un perfil social variado: ciudadanos que vivían en soledad, aquéllos que carecían de familias que les atendiesen, emigrantes de otras nacionalidades, aquéllos otros que sufrían la falta absoluta de recursos, muchos viudos y viudas, residentes en los centros de acogida y en las agrupaciones de la tercera edad, además de algunas personas que por la naturaleza de sus dolencias podrían ser desplazadas desde el hospital de la localidad. En un municipio, con 22.300 habitantes censados, era lógico encontrar tal variedad de aspirantes a participar en una gran cena y espectáculo, todo ello a coste del presupuesto gubernamental.

Un animoso equipo, integrado por veinticinco voluntarios, se encargó de ir comprando la mercancía necesaria para elaborar esos casi 800 menús. Hablaron con los responsables de algunas cadenas de supermercados y centros comerciales, donde encontraron la comprensión generosa para facilitarles a buen precio, incluso donarles, alimentos y utensilios con los que sustentar el populoso ágape. La coral municipal se prestó a participar, una vez acabada la cena, a fin ofrecer a todos los comensales una selección de los mejores villancicos navideños. Ese voluntarioso equipo, con la plástica entrañable de la vestimenta y gorro de Papá Noel, se dispuso preparar la cena, en una gran cocina de campaña facilitada por el ejército, así como de servir, posteriormente, los diferentes platos elaborados para tan afectivos y heterogéneos asistentes.

¿Y cuál era el suculento menú que iba a disfrutarse, en esa tan emblemática y colectiva Noche? Se comenzaría con unos entrantes a compartir: platos de quesos y embutidos, tapitas de pescado frito y patatas finas. No faltaría una tacita de caldo caliente, muy adecuada para la hora y el frío de Diciembre. Como plato central,  podría elegirse entre un gran jurel asado o chuletas de cerdo, también asadas, ambas opciones con la guarnición idónea. Como postres, tarta de chocolate (donada por la principal cadena de confiterías en la provincia) o manzanas, dulces navideños, café u otras infusiones. Agua, cerveza y vino tinto, fueron las bebidas elegidas para acompañar a tan completo ágape. Obviamente también se dispuso, para los niños y personas que así lo demandasen, bebidas carbónicas, como naranjadas y colas. Los pequeño también tendrían a su disposición un plato de pasta con tomate, hamburguesa y verduritas asadas.

Unos minutos más tarde de las nueve, comenzó la anhelada y concurrida cena de Nochebuena (cerca de 800 comensales) servida por un dinámico grupo de voluntarios, ataviados con alegre ropa navideña. Música ambiental de villancicos, tanto hispanos como extranjeros, y una mesa presidencial integrada por el Sr. Alcalde y los concejales que, en su mayoría, decidieron asistir, acompañados por sus parejas de hecho o derecho, todo ello en un muy grato ambiente de camaradería, alegría y buen humor. Marcela se fue, con sus dos hijos, a casa de su cuñado Tobías, en cuyo domicilio se celebraba este año la efemérides navideña. Cuando Paula y Eduard marcharon (a eso de la 22.30) a continuar la fiesta con sus respectivos grupos de amigos, su madre tomó el coche y condujo hasta el polideportivo, uniéndose a Feliciano. En aquel momento se estaba ya en la fase de los postres, habiendo iniciado su preciosa y entrañable actuación la muy bien preparada coral municipal

La sorpresa de la Noche la tenía reservada Fernando Loth, concejal responsable de Cultura y fiestas. Una vez que la coral hubo interpretado sus 7 piezas de villancicos, el joven político tomó el micrófono para anunciar a la concurrencia que un importante profesional de la música había querido sumarse a la fraternal celebración. Se trataba de un afamado cantante británico, que poseía una residencia para sus vacaciones ubicada en un paraje espectacular del término municipal. La finca estaba encastrada en la cadena montañosa que guarnecía el norte municipal, con vistas al inmenso y fértil valle meridional. La breve actuación que tenía previsto desarrollar el aclamado artista de la canción, acompañado sólo con su guitarra, tuvo que ampliarla, dado el entusiasmo mostrado por la amplia concurrencia que le aclamaba entre aplausos y vítores.

Cerca ya de la una, en la madrugada, Feliciano y Marcela volvieron a su domicilio. Al llegar vieron que los críos aún no habían vuelto. Sin duda, estaban disfrutando y prolongando la “magia de la Navidad” entre amigos, los bailes y esas traviesas copas que viajan en los secretos de una Noche diferente para la ilusión.

“Me comentas que en la familia no ha sentado nada bien mi ausencia. Confío que cuando pase el ánimo estresado de estos festivos días, todos ellos analicen con más sensatez y generosidad la naturaleza de mi gesto. Pienso en esos ancianos necesitados de la atención, en los que se encuentran lejos de su país, en esas familias que carecen de los más elementales recursos, en tantas personas que soportan, día tras día, la ingrata soledad en sus vidas … Al menos hoy han tenido, durante esta Noche de diciembre, un buen motivo para sonreír, disfrutar y apreciar el calor humano de la solidaridad.

Algo parecido vamos a repetir en la despedida del Año, con las doce campanadas y las uvas de la esperanza. Nuestra familia debe entender que ahora soy regidor de otra gran familia, precisamente la más necesitada de ese imprescindible afecto que todo ser humano debe gozar, de manera especial, en tiempos nublados y huérfanos de proximidad. Y son muchas las personas y compañeros que también han sabido sacrificar sus dependencias, por un fin más elevado e importante, sobre nuestros “pobres” egos e intereses. Esta Noche me he sentido más feliz, inmerso en la grandeza y limitación de lo humano. Mañana, cuando amanezca, dibujaremos un nuevo día, con esa magia y el atractivo misterio de la verdadera  Navidad.-

José L. Casado Toro (viernes, 23 de Diciembre 2016)
Antiguo profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

jueves, 15 de diciembre de 2016

UNOS MINUTOS ANTES DE LAS CINCO, EN UNA TEMPLADA TARDE DE OTOÑO

Ambos habíamos llegado a nuestras respectivas paradas, enfrentadas y separadas por la limitada amplitud de la calzada, con un generoso tiempo de espera para la llegada de los respectivos buses. Por muy breves segundos, perdimos la posibilidad de subir a los anteriores vehículos de esta línea de viajeros, que se suelen cruzar precisamente en esta zona de la carretera desde sus respectivos orígenes. El destino inmediato de una joven mujer era bajar en dirección al mar, en el sur. El mío, subir hacia el norte, allá en la montaña.

Entonces comenzamos a practicar ese rítmico ritual de dar cortos paseos, por el vacío y desangelado espacio habilitado en nuestras respectivos puntos de espera. Al menos yo, podía entretener el paso de los minutos comprobando la estructura horaria de esta línea de transporte, a través de diversas pegatinas informativas pegadas en una cristalera lateral. En su caso hacer lo mismo no le era posible, pues la estructura de su parada estaba completamente derribada por la acción destructiva de un gran volumen de tierra y grandes cascotes de piedra. El efecto de las fuertes lluvias, caídas en los días precedentes, había provocado el derrumbamiento de un flanco o muro de ladera montañosa, con el dañino efecto sobre la mampara, las placas verticales y los asientos de esa construcción habilitada para la espera de los pasajeros, en esta muy utilizada línea de transporte interurbana.

Como en aquel momento éramos los únicos usuarios, en las dos paradas de viajeros, de una manera más o menos furtiva nos íbamos observando aunque, con formas educadas, tratábamos de mantener la discreción en nuestras respectivas miradas.

Tenía allá, ante mí, a una joven de mediana estatura, que rondaría la treintena en su edad. Morena de cabello, cubría sus ojos con una gafas claras de montura plateada. Vestía un suéter de rayas moradas y blancas, pantalón azul oscuro ceñido, probablemente de lycra, cubriendo la delgadez de su anatomía con una “colegial” y ya muy ajada trenka, del mismo color negro como también lo eran sus zapatos de bajo tacón. Miraba, una y otra vez, a la carretera que ascendía hacia el pueblo blanco, encastrado en la zona media alta de la sierra norte. Pero su bus, respetando las frecuencias horarias marcadas en la pegatina de información, aún tardaría unos minutos en aparecer, a fin de recoger a esa única viajera que aguardaba con muestras inequívocas de juvenil impaciencia.

En un inesperado momento, la chica rompió el hielo del silencio recíproco, desde el otro lado de la carretera. “Por favor ¿no tendría ya que pasar el bus? Aunque vas en dirección opuesta ¿llevas mucho tiempo también esperando? Lo digo porque cuando llegué a mi parada, ya te encontrabas ahí”.
Su voz tenía un cierto acento sudamericano. Mostraba ser una persona agradable, con la saludable necesidad de comunicar. Probablemente no conocía bien la dinámica de frecuencias, en los buses que por allí circulaban, tratando de compensar su evidente impaciencia con esas palabras que casi siempre ayudan a sosegar los traviesos nervios del momento. Su espontaneidad expresiva, desde el otro flanco de la carretera, resultaba atrevidamente simpática y estimulante.

De una manera didáctica y “a plena voz” le tuve que explicar, a mi receptiva interlocutora, que los dos autobuses que, más o menos previsiblemente, se iban a cruzar en este punto del trayecto, habían partido desde sus respetivos orígenes a las 17.05 minutos, según indicaba la información de la empresa de transporte. Solían tardar entre 10 y 12 minutos desde sus estaciones de origen, por lo que estarían ya a punto de aparecer ante nuestra vista pues, según había comprobado en el móvil, eran las cinco y cuarto de la tarde. Añadí un breve comentario jocoso, acerca del estado ruinoso de su punto de espera, indicándole que tuviera especial cuidado con ese lateral del monte que, con tan intensa lluvia caída durante los últimos días, había perdido su compacidad y firmeza.

Cuando parecía estarse iniciando una curiosa e inesperada conversación, entre dos personas que muy probablemente nunca antes habían coincidido, vi llegar desde lejos a mi bus, que ascendía esforzadamente por este tramo de la carretera, estructuralmente dotado con un gran angular. Me despedí de la chica, deseándola pasara una buena tarde. Ella lo agradeció con breves palabras y una sonrisa. A poco de iniciar mi corto viaje hacia el pueblo de la montaña, me crucé con el otro vehículo que bajaba, camino de ese punto de confluencia, donde esperaría impaciente la chica “sin nombre”.

Esta simple y simpática anécdota no alcanzaría mayor importancia y pasaría rápidamente al estante de los olvidos, en nuestra bien recargada memoria. Así fue como sucedió en los próximos días. Pero el azar, que tiñe de diversos colores nuestro diario caminar, quiso que, de manera sorprendente y casual, aquella historia del fugaz encuentro entre dos personas continuase. El reencuentro acaeció el sábado siguiente.

Había una vez más bajado hacia el pueblo del mar, en donde tenía que realizar unas pequeñas compras de material para unos arreglos de bricolaje. En pleno centro de la villa costera, me detuve en unos jardines a fin de responder a un whatsapp que acababa de llegarme. Unos pequeños jugaban, mientras padres y madres descansaban y controlaban los movimientos de sus hijos. Y la casualidad, difícil de explicar, generó un nuevo encuentro con la joven “anónima”. Ambos nos reconocimos, en una escenografía  que tenía no pocos elementos cinematográficos.

Tras un cordial saludo, quisimos desvelar nuestros nombres. Pamela, que estaba ojeando uno de esos diarios gratuitos que se reparten a diario, inequívocamente quería o necesitaba prolongar aquel inicio de la conversación, que ambos habíamos iniciado en los bordes opuesto de la carretera. Siempre expresiva y amable, comenzó a desgranar, de manera espontánea, el breve currículo que le significaba. Me dispuse a escucharla, con la atención y el interés propio de la, nuevamente acaecida, peculiar situación.

“A pesar de mi juventud (aún no he cumplido la treintena) he tenido una vida bastante agitada. Tuvimos que venirnos acá, desde mi país, Argentina, mi mayma y yo, hace ya casi cinco meses. Aunque no tengo muchos estudios, pude encontrar, al finalizar la secundaria, un puesto de administrativa en una gran empresa que fabrica accesorios para los carros, como llamamos a los coches allá. Tuve la debilidad de encariñarme con uno de los jefes, llamado Sandro Labarca … no olvidaré su nombre. Cuando me sentí utilizada, hasta la degradación, quise poner tierra de por medio. Pero este hombre mayor, muy posesivo y a ratos violento, comenzó a hacerme la vida imposible. El maltrato que sufría era insoportable y, día tras día, el miedo se me subía por las venas.
Mayma, la abuela que me crió, quiso liberarme de la persecución a que me sometía este mal hombre, poderoso socialmente y enloquecido con sus innobles deseos. Teníamos miedo. Había que huir ¡Vaya palabra! ¿verdad? Ambas decidimos venirnos a este país hermano, prácticamente con lo puesto y algunos ahorrillos. Elegimos esta bella ciudad costera, por su buen clima y la alegría comunicativa de que hacen gala sus gentes, según me hablaron unos compatriotas.

Estamos compartiendo una pequeña habitación de alquiler, en donde se nos ha habilitado una litera para el descanso, pues no caben allí dos camas. Tenemos derecho al baño y cocina, Además podemos ver la tele, que la señora Engracia tiene instalada en el salón comedor. Mi mayma es muy habilidosa con esto de las labores. Fabrica unas muñecas de trapo, muy lindas, que las vendemos en el mercadillo semanal y también en algunas plazas y calles, aunque la policía a veces nos deja hacerlo y otras nos manda retirar la mercancía. Ahora te las enseño”.

Me asombraba la exagerada locuacidad y la amplia confianza que la joven Pamela depositaba en mi persona, narrando con tantos detalles una situación que era en sumo complicada. Sin embargo ella lo afrontaba con una gran entereza y admirable normalidad.

“Y qué estaba haciendo yo, la otra tarde, cuando nos conocimos en aquella parada de la carretera? Busco trabajo, cada uno de los días, pero lo poco que me sale y me ofrecen tipejos tan “boludos” con los que tengo que tratar es como para no contar. Esa tarde, subí para tener una entrevista con un empresario de muchos locales de alterne, que tiene repartidos por varias regiones españolas. Se alojaba en el hotel, situado cerca de la parada del bus. Ya puedes imaginarte lo que me ofreció. Trabajo de casi doce horas diarias, atender a los clientes, tanto en la barra como en los reservados y, además, entregarle una importante comisión mensual de lo poco que se me iba a pagar por mi labor. Él se encargaría de gestionar y controlar todo mi trabajo. Por supuesto, tendría que desplazarme, sin rechistar, a la provincia o localidad donde se me ordenara. Le respondí que me olvidara y punto. Por eso tenía tanta interés en alejarme de tan asqueroso “tipejo”.

Y así son las “estupendas labores” que te llegan, en estos tiempos difíciles. Hubo un grupo formado por gente extraña, que buscaba modelos para fotos eróticas. Otro me propuso hacer seguros a comisión, a través de Internet, teniendo yo que pagar un porcentaje de los gastos de teléfono. En la restauración, ya sabes: meterte en la cocina, fregando platos y cubiertos, teniendo que cubrir horarios que después no te retribuyen y “sin protestar”. A la menor reclamación te enseñan la puerta de la calle y sin indemnización. Tienen colas de personas para esos puesto donde se te explota de la forma más mísera e ilegal.

Total, que seguimos con nuestras muñecas de trapo que, como ves, son preciosas y van teniendo una buena aceptación. Aquí llevo unas cuantas para ofrecer a un comerciante de artículos y juguetes para niños. Rotamos por algunos mercadillos semanales y, cuando podemos, montamos el tenderete en las plazas y calles por donde circule más la gente. ¡Que le vamos a hacer! Tenemos que comer cada día”.

Lógicamente, tenía que ser generoso con toda esa amplísima confianza y detallismo comunicativo que estaba recibiendo de mi interlocutora y ocasional amiga. Tenía en mi proximidad a una chica joven, maltratada por el destino, que había tenido que abandonar su país y buscar refugio en España. Con la ayuda de su abuela, se ganaba esos euros necesarios para el sustento básico de cada día. En una época difícil para el trabajo y dada la escasa cualificación por sus estudios, practicaba la venta ambulante, mientras buscaba esa complicada estabilidad laboral que no llegaba o el trabajo que se le ofrecía en condiciones verdaderamente penosas.

Decidí comprarle una de sus pequeñas muñecas. Buscaría a quien regalarla o, tal vez, la conservaría como recuerdo de esta peculiar y muy curiosa amistad. La elaboración de este lindo juguete era bastante simple, pero no estaba exento de un cierto encanto. De manera especial, por la sonrisa que mostraba en el dibujo de su rostro y por el intenso colorido que adornaba el trajecito con el que se vestía. El precio por unidad era de 12 euros. Le di un billete de 50, indicándole que no me diese la vuelta. Al despedirnos le deseé mucha suerte, aconsejándole que actuara con sensatez y prudencia en la vida.

El azar caprichoso, que interviene en la privacidad de nuestras agendas, hizo que ella y yo no volviésemos a coincidir durante los próximos meses. Bien es verdad que, siempre que pasaba por aquel jardín o cuando esperaba la llegada del bus, en la parada ya restaurada, recordaba la historia de Pamela, con sus desventuras y proyectos. No quise deshacerme de la muñeca de trapo que sigue adornando, con esa tierna imagen infantil, una de las preferidas estanterías donde reposan mis libros.

Una tarde de playa, en pleno tórrido agosto, me acerqué a uno de los alegres puestos de helados, que se instalan cerca de la arena. Azotaba bastante el viento de terral y el calor resultaba insoportable. Había mucha chiquillería y personas adultas, aguardando su turno para comprar esos refrescantes polos y helados, junto a otras suculentas “chucherías”. Mientras observaba el listado de productos disponibles, escuché una voz que me resultó “familiar” en el recuerdo. Decía, algo así como “Sandro, no me seas tan boludo, que me haces daño…” Levanté mis ojos del cartelón de los helados y vi que allí, más adelante en la cola, estaba Pamela, la chica de las muñecas, acompañada por un señor mucho más mayor que ella. Ambos jugueteaban entre risas, intercambiando desenfadadas y zalameras carantoñas.-

José L. Casado Toro (viernes, 16 de Diciembre 2016)
Antiguo profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga