viernes, 28 de octubre de 2011

DIÁLOGO CON LA SOLEDAD.

Abandonaba el complejo deportivo, en el que había estado practicando el ejercicio de la natación, durante aquella soleada mañana del martes. Una o dos veces a la semana, resulta aconsejable dedicar un rato de nuestro tiempo para jugar con esas aguas, tibias y salinas, que ofrece el servicio de una cuidada piscina climatizada. La cadencia disciplinaria es fundamental, siempre que nos esforcemos en mantener un tono saludable para nuestro organismo. Tras haberlo llevado a cabo, sentimos el cuerpo con esa ambivalencia de cansado, en lo físico, pero reconfortado, en lo anímico. Lo cual, en no pocas ocasiones, resulta aún mucho más importante. Ya en la puerta de las instalaciones deportivas, percibí la figura de un hombre algo mayor que recorría, dibujando unos zig-zágs en el tosco, pero funcionalmente elegante, suelo exterior del recinto. No le di más importancia al hecho. Pensé que sería una persona que estaba esperando la salida de algún amigo o familiar. Ciertamente, no llevaba en su indumentaria ropa deportiva alguna, salvo una gorrilla beige que le suavizaba el ímpetu solar, a esas horas en las que éste alcanza su mayor fortaleza térmica en la perpendicularidad de los rayos. Cuando me encontraba paralelamente a su altura, observo que se me acerca y, con voz un tanto entrecortada, me comenta si me puede hacer una pregunta. “Por supuesto, lo que Vd. necesite” le respondí.

Ante mí, un hombre que, en apariencia, supera las siete décadas en su calendario para la vida. Sin acumulación de sobrepeso, un cuerpo delgado cercano a los 170 cms de estatura. Su bigote y cuero cabelludo plenos de canosidad. Ojos cansados y regados de una inconfundible tristeza. La piel de su rostro se ve surcada por numerosas hendiduras e itinerarios para la memoria. Mantiene una media sonrisa, forzada, ante las continuas y ansiadas preguntas que se propone plantearme. Apenas me mira de una forma directa, pero trata de ser agradable durante el peculiar diálogo que mantenemos. Básicamente, me inquiere datos acerca del funcionamiento de las instalaciones deportivas de la Universidad. Pronto la conversación deriva hacia las características del Aula de Mayores en la institución universitaria. Le aconsejo su participación en ambas prestaciones, tanto para el ámbito deportivo como en la oferta cultural, respectivamente pues, casi desde el primer momento, detecto que se trata de una persona muy desorientada en su soledad. La conversación se va dilatando en el tiempo, por lo que le comento mi intención de dirigirme hacia el centro de la ciudad y que si lo estima necesario le puedo llevar en el coche. No es una respuesta usual en mi proceder, ante un desconocido, pero hay algo que me avala en su imagen a fin de concederle atención y confianza. Me confiesa que vive en el área del Campus de Teatinos, agradeciéndome que le deje cercano a su domicilio, a unos dos kms del lugar en el que hemos hablado por primera vez en nuestras vidas.

Continúa la conversación, a bordo del vehículo. Se sincera en unos datos un tanto inconexos que avalan el esquema que, desde los primeros minutos de nuestro encuentro, he notado en su austera y depresiva figura. Cada día toma medicinas, a fin de combatir el mal momento que está atravesando. Le comento lo inadecuado de confiar sólo en los fármacos, para afrontar problemas que deben encontrar soluciones por otras vías no farmacológicas. No llega a concretármelo, pero adivino que se trata de una persona que sufre la viudez. Sus tres hijos no le tienen abandonado, me lo recalca, pero él comprende que tienen sus vidas, sus obligaciones laborales, las necesidades propias de sus respectivas familias.. No quiere ser una carga en las molestias que sus problemas puedan depararles. Al circular por la zona donde tiene su propia casa, me ruega si tengo inconveniente en que me acompañe hasta llegar al centro de Málaga. Valora mi comprensión, los consejos y sugerencias que le facilito. La atención que estoy prestando a su evidente ansiedad. Incluso llega a confiarme el bien que, con nuestro ratito para la conversación, ha encontrado en ese cruce amistoso de las palabras. Comprende que debe reaccionar en ese desaliento que, a todas luces, pregona la tristeza de su cansado rostro. Antes de que se baje del coche, ya cerca de mi domicilio, le resumo a modo de esquema algunas vías que pueden ayudarle. Practicar el deporte, disfrutar con la lectura, el cine, el estudio…. pero, sobre todo, no encerrarse en la soledad de su domicilio, con esas angustias y lágrimas (él me las confirma) que nada resuelven y tanto degradan. Me repite palabras de agradecimiento por mi atención y la confianza que le he prestado. La parada de una línea próxima del transporte municipal le va a llevar de vuelta hacia el complejo universitario de Teatinos. Estrechamos las manos, con la confianza de nuestros nombres. “Seguro que nos volveremos a encontrar en el Aula de Mayores de la UMA” son mis últimas palabras que, con una sonrisa, llegan a sus oídos. Por el espejo retrovisor le veo alejarse, con su caminar pausado sin urgencias para el tiempo.

Así fue como ocurrió. El azar quiso que dos personas, anónimas en el conocimiento, entablaran, durante unos treinta minutos, aquella sencilla y agradable conversación en la necesidad. Realmente, desde los primeros minutos, adiviné la situación de mi interlocutor. Era bastante fácil comprender lo que José me estaba pidiendo. Aparte de alguna información puntual, sobre las actividades del complejo deportivo, me decía, me transmitía, con sus gestos nerviosos, con su mirada perdida, con su triste semblante, que se encontraba muy solo. Que necesitaba dialogar con alguien que le prestara el respeto de la atención. Que le facilitara alguna luz, en su ánimo nublado para la claridad. Tuve la confianza y el valor de atender a un perfecto desconocido, que me acompañó en ese tiempo de conducción. ¿Por qué actué así? NI yo mismo lo sé. Tuve la suerte de percibir una necesidad y gocé la oportunidad de no equivocarme en mostrarle mi confianza. ¿Le resultó rentable el proceso de mi ayuda? En dos ocasiones manifestó que le había sido muy útil el ratito de nuestra conversación. “Es que Vd. está diciendo cosas que realmente me ocurren…” En realidad, no era nada difícil hacerlo. Que se encontraba atado o vinculado a la toma de medicinas antidepresivas. Que muchas veces su desahogo se materializaba en lágrimas ante el desconsuelo. Que el apoyo, o colaboración de sus hijos, era cada vez más limitado. Que había que salir de casa, cuyo ambiente para el encerramiento termina siendo pernicioso y letal. Que hay soluciones, más naturales, fuera de las químicas farmacéuticas y de las consultas médicas, remedos de confesionarios. José asentía, cuando yo dosificaba estas consideraciones, atendiendo a semáforos, cruces y cedas el paso. Ahora, cuando escribo estos recuerdos, muy inmediatos en la memoria, pienso que debimos intercambiar los números de nuestros teléfonos. A ninguno de los dos se nos ocurrió. Realmente la hora no era la más apropiada (cerca de las tres de la tarde) para haber continuado el diálogo. Pero ahora, aun queriéndolo, no podría marcar unos dígitos en el móvil, a fin de preguntarle cómo le va. Si piensa poner en práctica alguna de mis sugerencias. Si podríamos tomar juntos un café, en esas tardes en que la noche avanza con presteza ante la realidad otoñal. Pero, lamentablemente, no sé la forma de volver a comunicar con esta persona.

Deseo, en lo humano, que José alcance ese sosiego de alma, cuya ausencia tanto le perjudica. No, no será fácil conseguirlo. Pero al menos, hoy, he visto, en su valiente actitud, una predisposición hacia el cambio en las tinieblas que aturden la tarde. Y, también, la crudeza nocturna. Igual ha tomado la certera decisión de matricularse en alguno de los cursos para mayores. En la Universidad o en otras instituciones que buscan el mejor servicio a la sociedad. Que ese temor que me confiaba, en incomodar la privacidad de sus hijos, se torne en una colaboración anhelada, ante las necesidades familiares de éstos. Que supere el ocre temor a la soledad por un darse a los otros, solidaridad que revertirá con grandeza para sentirse útil y generoso, en el clarear de cada una de las mañanas. Y que cuando se vea rodeado de silencios y nublados, sea él quien ejerza la inteligencia de la palabra, hablándole al mar, dialogando con la naturaleza, observando a los demás. Sonriendo, con aceptación, a la realidad de la vida.

¡Hombre, José! ¿No te acuerdas de mi? Sí, soy yo, el de la puerta de salida en la piscina. Sí, claro, ahora no llevo el ropaje de bañista. Pero tú tampoco te has puesto esa gorrilla beige que alegra y realza, sin duda, la figura. Me alegro mucho, de verdad, que estés por aquí. Fíjate, en apenas unos escasos minutos, noto en ti muchos cambios. Podemos quedar para después de las siete y media, hora en la que termino mis clases. ¿Y qué es esa cosa tan importante que me has de contar? ¡Déjame, déjame adivinarlo!

José L. Casado Toro (viernes 21 octubre 2011)
Profesor
http://www.jlcasadot.blogspot.com/

viernes, 21 de octubre de 2011

BAJO EL ÁUREO PODER DE LAS FINANZAS.

No hace muchos días, tuve oportunidad de dialogar durante unos minutos con dos profesionales del sector bancario. Ante mí, tras sus respectivas mesas de trabajo, la interventora de una importante Caja de Ahorros y la subdirectora de un banco, entidad que, al igual que la primera, se halla en un dulce momento para su expansión y estabilidad. La posición de ambas empresas se ve consolidada por recientes, y exitosos, procesos de fusiones en el críptico mundo de las finanzas. Escuchaba con atención a mis dos jóvenes interlocutoras y, en un momento de ese breve diálogo, en el que ambas aludían a los momentos difíciles por los que atraviesa éste y otros muchos países, no pude por menos que decirles esa frase que viaja por la senda de nuestro raciocinio ¿Qué culpa tenemos los ciudadanos de todas las sociedades que se ven amenazadas por la quiebra o el bloqueo económico? La persona corriente trabaja, siempre que puede. Paga normalmente sus impuestos, cada día más gravosos para sus bolsillos. Y a cambio sólo recibe preocupantes noticias y decisiones imperativas de las autoridades que rigen sus países. En ocasiones, esas “malas” noticias van revestidas de nuevas amenazas, materializadas en nuevas carencias que repercuten, de manera inevitable, en las prestaciones del “Estado del bienestar”. Recortes por aquí y por allá, que van llegando, y perjudicando con su pérdida, a todas las plataformas sociales. Pero, muy especialmente, a los grupos más desfavorecidos y deprimidos en la escala social. Restricción profunda en las inversiones, congelación o disminución en los sueldos, supresión en las pagas extraordinarias, retroceso en la prestación de los servicios públicos…. y así un largo etc escasamente alentador para el ánimo del contribuyente.

Algo que es evidente. El ciudadano de “a pie” no tiene por qué ser un experto en economía. La persona corriente no tiene por qué adoptar decisiones políticas. Todo lo más, emite su voto en las urnas, cuando se lo solicitan. Son otros, los políticos y los técnicos económicos los que tienen que buscar y dar soluciones a esta situación de letargo y bloqueo a que se ven sometidas la mayor parte de las regiones que pueblan nuestro Planeta. Cuando estas trabajadoras en el ámbito financiero me hablaban del Ibex, de la “prima de riesgo”, del pasivo y del activo, del Euribor, del crédito y del descubierto, del TAE y del nominal, del déficit del PIB, de las calificaciones del mercado financiero internacional, de los índices y sub índices ……. paralelamente pensaba yo en algo muy simple: la entidades bancarias te pueden ofrecer hasta un 3% por tus ahorros a un año de préstamo y siempre que sean capitales de procedencia externa. Si quieres, y consigues, que te concedan un préstamo, te van a exigir, como mínimo, más de un 10% de interés anual. Y han sido los grandes corporaciones y consorcios financieros mundiales, con la pasividad o connivencia implícita de los gobiernos (de todos los colores políticos) los que han generado esta nueva y gravísima fase de recesión, de bloqueo en la articulación de la riqueza mundial. Crisis profunda, como no se había conocido desde aquel “Jueves Negro” del 24 octubre 1929, cuando se hunde la Bolsa de Nueva York, arrastrando en su declive a la mayor parte de la economía mundial. De alguna forma, aquel “crack” posibilitó la subida al poder del nazismo en Alemania, con la derivación conocida del holocausto mundial de cincuenta millones de muertos tras seis años en guerra, a partir de septiembre de 1939.

Hoy, esos mismos consorcios financieros, aquellos que te cobran por todo, incluso por dejarles tus ahorros en sus cajas fuertes, son los que han generado esta letal debilidad en la articulación de la riqueza que provoca inacción, desinversión y falta de actividad. La consecuencia más dramática es la endemia social del paro laboral, para muchas personas y las familias que de ellos dependen. Y esos grupos económicos se sienten impunes al daño terrible que han producido. Incluso los gobiernos, acomodaticios y serviles, no dudan en arbitrar fórmulas para “sanear” y ayudar a esas corporaciones autoras, directa o de manera colateral, del cataclismo económico a que se ve sumido hoy el mundo. Son intocables en su poderío e influencia. A todos los sectores sociales se le reclaman y demandan sacrificios para reflotar un buque sin norte, a la deriva. ¿Qué sacrificio hace o se le ha reclamado a esa banca culpable y autora de un desaguisado global de tal magnitud? Ninguno. Siguen conservando sus ingresos. Incluso los aumentan, con sus poderosas fórmulas de gestión. Coloquialmente hablando: ningún gobierno se atreve a “meterles mano”. A exigirles responsabilidades por su insolidaria y abusiva actitud ante la sociedad de la que se sirven. Día tras día. Hora tras hora. ¿Nacionalización, parcial o total, del sector financiero? Ni se inmutan. Se sienten y son intocables. Sagrados y endiosados, en su voracidad. Los gobiernos son para ellos apéndices autómatas y serviles de sus egoístas intereses.

Resulta lacerante, indignante y profundamente injusto, que los grandes popes en la dirección política mundial, hablen y decidan acerca de la conveniencia de “rescatar” a la banca. En otras palabras, insuflarles, darles, regalarles, de los impuestos que pagan los ciudadanos, millones y millones de dólares, o euros, para que saneen, aún más, sus egoístas y mal llevadas cuentas. Con todo lo que han organizado, para lágrimas y angustias en millones de personas, ahora también hay que ayudarles a que recompongan el “michelín” de su glotonería insaciable e insolidaria. Ya repugna lo injusto en la sola intencionalidad de esta medida.

En realidad, la “soberanía real” gubernamental es cada día más limitada. Las decisiones autónomas que se atreven a adoptar son aquellas calificadas de políticas “menores”, en el género del “andar por casa”. Las grandes e importantes respuestas en lo económico, en lo militar e, incluso, en la aculturación ideológica, vienen dictadas desde una geografía foránea: los macrogrupos financieros, los organismos supranacionales, esos gestores de la política mundial que, en la sombra, tras las bambalinas escénicas, adoptan y ejecutan sus mandatos, formalmente llevados a la práctica por los gobiernos “explícitos” después del paso por las urnas de la ciudadanía. Son esas sombras decisorias, las que marcan los tiempos para espectáculos como el de Irak, Libia, o tantos otros, en el historial mediático del cada día.

Lo que sí resulta penosamente lamentable es la utilización interesada e innoble de la recesión económica, por parte de aquellos grupos que se afanan por conquistar ese poder político explícito. Del “implícito” ya hemos hablado. Atacando, insolidaria y cruelmente, al gobernante de turno, exigiéndole medidas que muy probablemente ellos mismo no se atreverían a adoptar. Sin reparar en la demagogia o en la manipulación más obscena. Por utilizar su protagonismo interesado, no reparan en medios. Incluso sus ineludibles responsabilidades estadistas, ante la amenaza del terrorismo, han quedado en entredicho. Todo lo que dé votos es rentabilizado en su degradante innobleza. Y si enfrente tienen un gobierno débil en su apoyos, arrogante en sus gestos, desorientado en sus objetivos y profundamente degradado en su identidad, mejor que mejor. Cuando las urnas les concedan la gestión del mando político, reclamarán solidaridades, acuerdos de Estado, consensos, negociación y diálogo. Precisamente todo aquello que ellos no han ofrecido, en sus años de oposición, por sus egoístas e inconfesables intereses de partido.

Claro, que el ciudadano está dolorosamente harto. De unos y de otros. Pero, de manera muy especial por parte de aquellos que han provocado, con su desmedida ambición, la crisis que hoy padecemos y continúan inmunes ante la irresponsabilidad perpetrada. Siguen incrementando sus capitales, continúan engordando sus intereses, ante la mirada desalentada del entorno social. Ese ciudadano que ve recortados sus logros laborales, que pierde su trabajo, que se ve empobrecido por la exigencia tributarias e impositivas y que sin ser culpable de nada ha de responder con sacrificios, renuncias y dramas personales y familiares. ¿Qué responsabilidad tiene él en la irresponsabilidad, avaricia, descontrol e impudicia de esos trust financieros, que sólo piensan en ellos aprovechándose del sacrificio en los demás?

Y así vamos. Las prestaciones sanitarias y educativas, la creación de infraestructuras para la movilidad y el desarrollo, la propia cultura, como formativa e irrenunciable utilidad pública, etc, son servicios que van reduciendo su prestación y desarrollo a causa de la escasez dineraria que sufren las arcas del Estado, las Comunidades Autónomas, los Ayuntamientos y las Diputaciones. Mientras, los resultados de las entidades financieras siguen su cómodo y placentero caminar en ese erial social del que, precisamente, ellos se nutren para sus jugosas cuentas. Y en caso de agobios coyunturales, ahí está el “papá Estado” que gubernamentalmente les ayuda o reflota. Ese ciudadano anónimo continúa su ansiado deambular ante el marasmo de noticias y normativas que tanto le perjudican. Se pregunta, una vez más, por qué tiene él que sufrir esas duras consecuencias, por unos hechos en los que no ha intervenido. En absoluto él es culpable de toda esta indignidad que profundamente le afecta y desalienta.-

José L. Casado Toro (viernes 21 octubre 2011)

Profesor

http://www.jlcasadot.blogspot.com/


viernes, 14 de octubre de 2011

PREGUNTAS AL CIELO. THE TREE OF THE LIVE.

Es aconsejable repetir el visionado de las grandes películas. EL ÁRBOL DE LA VIDA es uno de esos materiales fílmicos que hay que volverlos a disfrutar, a fin de avanzar en su mejor comprensión. Este gran trabajo, que hoy disfrutamos en nuestra cartelera, se halla ya inscrito, con legítimo derecho, entre las páginas selectas del Gran Cine. Sin embargo, su contenido argumental, junto a su estructura formal, no resultan fáciles de asimilar para aquel espectador que, normalmente, acude a una sala de proyección con el único afán de distraer su mente, durante un rato en la tarde. Estamos ante una cinta muy complicada, ya que toda ella es un sugerente ensayo abierto de filosofía. Pero ¿por qué el amante del buen cine debe ver, más de una vez, este primoroso ejercicio de dirección? La respuesta es bien fácil: para gozar de su estética y mensajes, implícitos o manifiestos. También, para intentar descubrirla y entenderla mejor.

Llega a nuestras pantallas con excelentes referencias. Le han concedido, un premio de gran prestigio: la Palma de Oro, en el último Festival de Cannes. Su director, el tejano Terrence MALIK (1943) en casi cuarenta años sólo ha elaborado cinco películas. Y en éste, su último film, ha volcado y demostrado la maestría inequívoca que atesora para el arte. Para modelar ese arte que luce a través de la gran pantalla. Cierto es, también, que hemos leído críticas revestidas de una notable dureza. Comentarios que nos hacen dudar a la hora de pasar por taquilla, pues nos avisan y aconsejan evitar la tentación de sentarnos en una butaca a contemplarla y a “sufrirla”. Desde aquéllos que te dicen “no he entendido nada” “menudo tostón o tomadura de pelo” “es indigerible” hasta esas informaciones que nos comentan el gesto de algunas salas para colocar un cartel, junto a la taquilla, explicando que no es una película usual para los hábitos de los espectadores. Incluso algunos cines han permitido que aquéllos, tras un rato en la sala, puedan cambiarse a otra (más llevadera para sus gustos) si no resisten el metraje conceptual y visual expuesto por Malik. Hasta ahí se ha llegado, a fin de disuadirnos o prepararnos en dar ese paso voluntario para su visionado. Pero es que hay que estar predispuesto, muy motivado e interesado, para asistir a un espectáculo como el que posibilita este gran trabajo de autor. En definitiva, que te guste mucho el cine. Que seas un cinéfilo de carácter, como afición prioritaria.

¿Cómo podemos sintetizar los 141 minutos de este drama (entrenado en USA hace ahora unos cuatro meses)? Se trata de la continua reflexión íntima, plástica y conceptual, que hace el director sobre el origen del mundo, sobre el sentido de la existencia terrenal, los por qués acerca del dolor y la muerte, el preciado valor de la familia, el apoyo vivencial y esperanzado que encontramos en la naturaleza y, por supuesto, en lo trascendental, el sentido de lo divino. La influencia de Dios en nuestras vidas. Esas preguntas al cielo, esas dudas tan difíciles de resolver que, ante las desgracias cotidianas, van a quedar sin respuesta y que cimbrean, sin misericordia, los sólidos fundamentos de nuestra fe.

Veamos. Malik centra estas inquietudes y realidades, en el seno de una familia de tipo medio, católica practicante, residente en el centro oeste americano. Los miembros que integran la misma viven en un pueblecito de Texas. El padre, Sr. O´Brien (Brad Pitt) concibe la educación y el trabajo con los instrumentos y criterios de la severidad y la rigidez. Asume el papel del “dios” justiciero. La madre, Sra. O´Brien, de carácter cariñoso y afectivo, sirve de contrapunto temperamental a su esposo, en la educación aplicada para sus tres hijos varones. Éstos encuentran en ella comprensión, cariño, flexibilidad, paciencia y alegría, para sus jóvenes corazones. Representaría, en el hogar familiar, la imagen del “dios” amor. En un día aciago, todos ellos sufren el desesperante amargor de la tragedia, al perder para la vida a uno de los hermanos.

Gran parte de la narración (hay casi una permanente voz en off del hijo mayor, Jack) se ve influenciada por el prisma subjetivo de la cada vez más acerada mirada que este niño realiza. Necesita, pero odia a su vez, a un padre que no admite que sus hijos le llamen papá. Les exige la expresión de “padre” o “Sr”. Un progenitor que concibe la dureza y la severidad como los instrumentos adecuados para que sus hijos puedan enfrentarse, con alguna posibilidad de éxito, a un mundo cruelmente competitivo, en el que la bondad y el carácter atemperado supone una muestra, errónea e ineficaz, de debilidad.

Aparecen en la trama preguntas, decisivas preguntas, que el ser humano se hace, en la orfandad de los días, mirando al dios de los cielos. ¿Cómo es posible que cumpliendo rectamente sus preceptos y obligaciones, la divinidad no nos proteja del mal y el dolor? ¿Cómo permite esa terrible desesperación en unos padres que pierden a su hijo, de tan sólo diecinueve años? ¿Por qué el sufrimiento? ¿Por qué el dolor? ¿Por qué la muerte? Ya es significativo que la película comience con un versículo del Libro de Job: Dios manda moscas a heridas que debería curar. Jack ve a su padre como ese dios injusto, al que le gustaría y necesitaria ver morir (analicen una silenciosa, pero ilustrativa, escena que resalta la actitud y fría mirada del crío, cuando su padre está tendido en el suelo bajo su automóvil, al que repara. Si ese gato elevador fallara, el peso del vehículo aplastaría, de una vez, al motivo de su desazón) ¿Por qué hemos de ser buenos, si él no lo es con nosotros? Preguntas que se quedan en el aire de la conciencia, sin respuesta, ante una bella naturaleza que ejerce de referente y fundamento nivelador a la inseguridad de lo humano.

De forma intermitente, se nos aparece la figura de Jack ya en edad adulta (Sean Penn), siempre perdido y desorientado en medio de un caos o “mar” urbano, donde no se ha dejado entrar a la naturaleza. Esos brillantes rascacielos, llenos de metal y cristal, son la pobre respuesta humana que ha perdido el auxilio próximo que la podría salvar en su desconsuelo: el sustento acogedor de lo natural. La naturaleza, como ente liberador y purificador para la Humanidad.

Las interpretaciones de Brad Pitt y Jessica Chastain, prototipos de la firme disciplina y la dulzura en el amor, respectivamente, son muy convincentes. A pesar de que Pitt no tiene un rostro que muestre el estereotipo de dureza y rigidez que desea asumir ante sus hijos. Ante su propia esposa. Y ante sí mismo. El papel de Penn está desvitalizado por su escasa presencia en escena. ¿A cuántos minutos habría llegado el tiempo narrativo, si se le hubiera dado más participación en el montaje de la obra? El propio Sean ha confesado en alguna entrevista que aún no tiene realmente claro su papel en la película. Ni el propio director llegó a aclarárselo. Personalmente me impresiona, por encima de todos los intérpretes, el Jack niño. Su comportamiento escénico, la mímica subliminal con que nos habla, esa mirada triste en unos ojos temerosos y rencorosos, ante un padre del que necesita amor y sólo encuentra en él disciplina y autoridad….. Sin embargo, este padre entiende y asume el amor a sus hijos con esa peculiar y fría dureza de carácter.

La fotografía, acompañada de unas sensibles, y a la vez crudas, partituras musicales (Alexandre Desplat. París, 1961) que cautivan y motivan nuestra atención, es ciertamente espectacular. La visión cósmica de la creación del mundo y la generación de la vida te dejan boquiabierto. Por su belleza, por su colorido y por la tensión y vibración que transmiten. Los mágicos parajes naturales, sobre los que sobrevolamos, nos permiten apreciar esa solución, terapéutica y milagrosa, que posee el ser humano para sus carencias e incertidumbres. En la naturaleza pueden encontrarse fundamentos reales para la felicidad. Y ese amor, que subyace y hallamos en la pureza de lo natural, nos puede mostrar el camino para comprender los designios de un dios, sustentado en el mudo racionalismo de la fe. Dios, padre y justiciero a la vez. En la escena final, la naturaleza vuelve a protagonizar el tránsito hacia el cielo. En este caso, se trata de una playa de amplia plataforma continental, por donde deambulan cientos de personas anónimas, a modo de preámbulo para la búsqueda ansiada del sosiego divino, en el entorno próximo de lo humano.

Es una película bella y difícil. Dura y sensible. Triste y alegre, al tiempo. Proyectada en un formato digital sin un solo fallo, este ensayo sobre lo humano y lo divino, sobre el dolor y la felicidad, sobre la familia y la naturaleza…. es una cuidada lección de filosofía que se presta a múltiples interpretaciones subjetivas. Cada espectador va a encontrar en ella elementos y matices contrastados, para su lectura visual y conceptual. Toda ella se presta, con generosidad, a un enriquecedor ejercicio reflexivo sobre la vida, la muerte, el dolor y el amor. Y allá, en el universo cósmico, el significado individual y colectivo de la divinidad. Es una película para trabajarla intelectiva, sensorial y sentimentalmente. Un canto a la realidad, pleno de lirismo, en la búsqueda ansiada de los porqués que nublan y enturbian nuestra existencia. Sólo el amor, sólo la naturaleza, puede dar sentido, auxilio y esperanza, a tanta sinrazón.-

José L. Casado Toro (viernes 14 octubre 2011)

Profesor

http://www.jlcasadot.blogspot.com/

viernes, 7 de octubre de 2011

QUINCE DE SEPTIEMBRE, PARA LA NORMALIDAD.

Nos habían citado, para la mañana del quince, divididos en cuatro tandas horarias, según los cursos en el que estábamos matriculados. Aquí, en el sur, el calor es aún intenso. Con esta temperatura, nadie podría asegurar que, a muy escasos horas, comenzaremos esa cuarta estación meteorológica: el otoño, a fin de completar un año repleto de múltiples imágenes y sentimientos que ilustran nuestras vivencias. Entre ese calor, y los nervios de la víspera, descansé menos horas de las habituales. Me sentía con los ojos cerrados, pero con la imaginación cabalgando por caminos de luces y naturalezas. Dediqué unos minutos, de mi vigilia en la cama, a rebuscar en el armario de la memoria el traje y zapatos con el que iría a este mi cuarto curso de la ESO. Para el primer día de clase, he elegido esa blusa blanca con botones anacarados, que hace un estupendo juego con los vaqueros cortos que tanto me agradan. Todavía no soportaría los tenis Converse, fieles compañeros de tantas andanzas para la aventura en los días. Dudo entre las sandalias blancas o las azules, que tengo preparadas aquí cerca, junto a la puerta de mi pequeño mundo para la intimidad del hogar. ¿Quién nos “tocará” de tutor? ¿Habrá muchos profes nuevos? Como siempre ….. veremos alguna obra nueva en el edificio. ¡Mira que si hubieran construido una piscina, cubierta y climatizada, para ser utilizada en los meses de invierno! Esto de soñar … queda bien. ¡Me gusta! O tal vez encuentre un verdadero salón de actos, para hacer teatro, proyectar cine y poder asistir a buenas representaciones y actividades, por las tardes y en los fines de semana. ¿Le habrán dado ya solución al problema de la suciedad en los servicios? ¿Y el tema de los recreos, con esos bocadillos que cada año tienen menos contenido y más precio?

En todo el verano apenas me he encontrado con los compas del curso. Cada uno, con sus cosas y la familia. Menos mal que el Messenger ha funcionado bien, para esas noches de calor y lunas sonrientes que no permiten dormir. No he leído nada de lo que me mandaron en el impreso de junio. Es la verdad. Con mis amigas del bloque, siempre de aquí para allá, no me apetecía viajar por las páginas de lo recomendado. Ahora me acuerdo de los conciertos y las barbacoas en la playa. ¡Guay! Me he puesto muy tostadita. Eso me chifla. Ahora, con el “encierro” en el Instituto, se te pone la piel blanquecina y toca lucir bien, pues hay dos compas, Rafa y Ángel que me gustan. Tengo que decidirme por uno de los dos. Están bastante bien y hay varias niñas que están flipando porque se fijen en ellas. ¡Madre mía, la competencia que tenemos hoy día!. Entro “limpia” en cuarto. Al final pasé bien las materias de tercero, aunque la verdad es que no me esfuerzo mucho. Me gusta más la diversión y el jolgorio. Pero como cada día exigen menos, la cosa se pone bastante fácil para los que estudiamos un poquito cada día, aunque sea el mínimo y para cumplir. Bueno, me voy a dormir que mañana mi madre me va a despertar temprano. Amenaza con tírame de las sábanas, si me hago la remolona abrazada a la almohada. Y es que a mi, esto del madrugar, lo llevo ramatadamente mal …….

Así sueña y vive Carmen la víspera nocturna de su reincorporación a las clases. En un curso especial, para ella y sus compañeros de grupo. Ese 4º, con el que finaliza la ESO, supone un importante escalón en su reglaje o carrera administrativa. Nueve meses, para ese junio de las decisiones. Bachillerato o un ciclo formativo, en la bifurcación formativa oteando el mañana. Y todo lo expuesto, bulle en su joven cabecita, repleta de proyectos, dudas y recuerdos para un verano que se resiste en regalarnos su adiós anual. Estamos en el sur, donde el Mediterráneo se viste con ropajes áureos, prestados por el dios solar, a fin de asombrarnos con su dulce oleaje, pausado y lírico, de ensueño y letargo.

Tras los saludos, abrazos y besos, de aquéllos con los que ha compartido tres cursos de Secundaria, Carmen observa y es observada por algunas de las nuevas caras. Son alumnos novicios en el instituto. También hay otros que tienen que repetir cuarto, a los que apenas conoce o ha tratado en el curso anterior. Primero, llega la ceremonia del Salón de Actos, donde el Director les ofrece unas “mecánicas” palabras de bienvenida, siendo ésta la cuarta vez en que pronuncia el mismo, rutinario y somnoliento, mensaje “institucional” hoy jueves. A continuación, el Jefe de Estudios comienza su “litúrgica” letanía de normas y prohibiciones que, para la mayoría de los jóvenes asistentes, sobrevuelan un tanto aburridas o desapercibidas, pues suenan a una rancia repetición de “noes” más que de “síes”. Se enumeran, por un obsoleto altavoz de sonidos entrecortados, los nombres que van a ser adscritos a los tres grupos de ese nivel, que pondrá fin a la secundaria obligatoria. Carmen comenta, en voz baja con su amiga Nuria, acerca del tutor que les ha tocado en suerte. “Yo no le conozco. Es nuevo en el Centro. Parece muy serio, debe andar por los treinta y tantos”. Pronto, camino de aula, ellas dos, y una gran mayoría de los veinticinco compañeros, van escudriñando al Profe que les acompaña. Color de los ojos, estatura, complexión, forma de andar, vestuario, tono de voz….. Les ha tocado una clase o aula de las arregladas durante el verano. Juan, profesor de informática, comienza a ejercer su rol de tutor ante el colectivo, del que recibe no pocas miradas en la desconfianza. Sobre todo, cuando extrae de su carpeta un par de folios, que le ayudan a desgranar otro volumen de normas y prohibiciones. “Mil” veces escuchadas y, otras tantas, desatendidas. ¡Todo tan igual….!

La verdad es que resulta más interesante observar los trajes de fulanita, las risas de unos y las miradas profundas en los otros. Casi nadie se ha traído bolígrafo y libreta, por lo que el horario que se dibuja en el encerado lo copian muy pocos de los adolescentes. Carmen articula palabras para su interior. “¡Que poco original! Si tuviera valor le preguntaría qué es lo que se puede hacer. Porque parece un disco rayado, con esos “no se puede” o “está prohibido que…” Y siempre las amenazas del ROF y los partes. Menudo aburrimiento. Y tenemos que quedarnos aquí, hasta las tres menos cuarto, con el calor que hace. “¡Cómo añoro la playa, el biquini y los ligues! Esto parece un horno carcelario, donde no hay panes, pero sí alumnos.” Así transcurría la mañana, bien adobada de una metodología para el letargo y la desmotivación, cuando de pronto se escuchan unos ruidos. El estrépito procede del patio. Un coro de miradas se asoman a las rejas de sus ventanas, contemplando la “cinematográfica” escena que se desarrolla en ese espacio utilizado como zona deportiva.

El escándalo era mayúsculo. Gritos, voces, carreras, sonidos de sirenas, con un grupo indeterminado de jóvenes corriendo, saltando y escondiéndose por todos los recovecos de galerías, escaleras y espacios comunes, dentro del recinto educativo. ¿Qué estaba pasando? ¿Qué hechos habían alterado, de manera tan notoria, la tranquilidad somnolienta de esta comunidad educativa? Dos bandas callejeras de jóvenes marginales, vinculados a una barriada conflictiva, en el norte de la ciudad, se habían enfrentado a las puertas del Instituto. Una alumna de dieciséis años, matriculada en uno de los grupos de cuarto de la ESO, tras haber sido pareja de un joven chulo y violento, líder de una de las bandas, apodado “el Coleta”, cambió de la noche a la mañana su relación afectiva por el jefe de un grupo rival, conocido como “el Viudo”. Ambos aguerridos personajes habían jurado ajustarse las cuentas, no sólo por los amores en juego, sino también por viejas disputas de intereses en el tráfico del menudeo. Poco después de las 13,30 h, acompañados por sus violentas y fieles legiones, se enfrentaron a golpes y mamporros allá en las puertas del Centro. Ante el cariz que tomaban los acontecimientos, dos “desbordados” conserjes llamaron a la policía, local y nacional que, a los pocos minutos, llegaron con sus sirenas y luces de emergencia o riesgo. Los enfrentados niñatos “combatientes” fuerzan la verja de entrada, derribando al suelo a los dos conserjes que vigilaban la entrada. Tratan de huir de la policía, escondiéndose por las dependencias de un edificio educativo “tomado” por los delincuentes y por las fuerzas del seguridad. Algunos de estos jóvenes fanatizados saltan por las murallas traseras, buscando la huida por las calles paralelas de la zona. Hay cristales rotos, espacios ajardinados masacrado por los enfrentamientos, alguna navaja perdida, restos de sangre en el suelo y paredes, mientras nuevos efectivos policiales entran en el Instituto, a fin de reducir y controlar a los violentos. En dos furgones se llevan detenidos a catorce de estos pandilleros, estando entre los mismos los dos jefes que lideran y adoctrinan las bandas: Rafa, el Viudo y Nono, el Coleta. Ambos personajes se juramentan para encontrarse en otro momento, con amenazas recíprocas de “rajarse” a muerte. La batalla campal ha dejado una pobre, irracional y degradada escenografía de violencia, dolor, odio y marginalidad, ante la mirada, atónita pero divertida, de no escasos alumnos que han visionado la realidad de una delincuencia (con el trasfondo del sexo y las drogas) que subyace y permanece cercana a sus vidas. Brotan algunas lágrimas y temblores. Pero son más las risas y la mímica de la valentía.

En las páginas de la prensa local, los “apagafuegos” profesionales de la Administración educativa, encorbatados y muy en su papel, manifestarán al día siguiente que se trata de un “hecho puntual” que en modo alguno refleja la paz “idealizada” que se vive, mayoritariamente, en el seno de las aulas escolares. Elogios al oficio y la eficacia policial, junto al valor ejemplar que demostraron los dos conserjes del Centro, ante la avalancha incontenible de los violentos. Recalcarán, con arrogante firmeza, que la seguridad en los recintos escolares se halla plenamente “garantizada”.

Nuestra Carmen conoce bien a la jovencita disputada por ambos líderes del bandidaje. Loli, la “maciza” es compañera de grupo. Morena, ojos de color esmeralda y un atractivo cuerpo, pleno de sensualidad en la belleza. Su cobriza y esbelta figura, exalta pasiones, dentro y fuera del aula. Es inteligente para lo banal, aunque nunca ha ocultado su profesa afiliación para el fracaso escolar. Este curso ha promocionado a cuarto de la ESO, por imperativo legal, ya que ha repetido tercero. Tras enterarse del enfrentamiento y alteración que ha vivido el Instituto, centrado por su persona, esboza una sonrisa, picarona y presumida, sintiéndose halagada por todo este montaje que sus “novios”, el Coleta y el Viudo, le han regalado para su ego. Este primer día de clase finaliza con los, jugosamente divertidos, comentarios y chascarrillos de no pocos alumnos, en ese cuello de botella en que se convierte, cada uno de los días, una puerta adjetivada como “de seguridad”. Después de la turbia crispación, la tarde presenta un celeste sosiego en el ciclo diario diario que nos aguarda.-

José L. Casado Toro (viernes 7 octubre 2011)

Profesor

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