viernes, 29 de enero de 2016

EL MES DE LA SUERTE, EN UNOS GRANDES ALMACENES.

En el creativo mundo de la publicidad vemos, día tras día, que todo vale o casi todo. Expertas empresas, relacionadas con el marketing comercial, ponen su saber y experiencia a disposición de importantes o más modestos empresarios, a fin de que sus negocios mantengan cualificados beneficios en un sector, como el mercantil, donde la competitividad cada vez resulta más agresiva y absorbente. La imaginación de los técnicos publicitarios consigue, en numerosas y asombrosas ocasiones, hacer remontar los beneficios a esas empresas que sufren el letargo y el camino imposible de la disminución en sus ventas.

Las grandes campañas publicitarias suelen ser, en general, laboriosas y obviamente costosas. Sin embargo, hay políticas de imagen, iluminación, sonido u otros incentivos económicos que, sin ser excesivamente gravosos para los empresarios, consiguen unos resultados sorprendentes y muy suculentos para la contabilidad mensual de los establecimientos en donde son aplicadas.

El diseño publicitario puesto en marcha por un importante centro comercial, con un hábil despliegue en los medios informativos, pretendía revitalizar las ventas en uno de esos meses de languidez en la decisión de los clientes. Fue elegido el mes de febrero, tras la vorágine consumista navideña y ese primer impacto de las rebajas de invierno, durante el primer mes del nuevo año. Ya en marzo, la llegada térmica y psicológica de la Primavera suele despertar el interés popular por renovar vestuarios y otros artículos, más o menos necesarios. Por ello esta campaña, generada desde un prestigioso despacho de publicidad, estuvo focalizada para ese segundo mes del año. El objetivo básico era, además de incrementar las ventas en un mes depresivo para el consumo, analizar la respuesta popular ante el curioso incentivo que se ofrecía.

La oferta consistía en que cada día de ese mes, entre lunes y jueves, el cliente afortunado recibiría un apetecible premio a su paso por caja. Un programa informático decidiría, de manera aleatoria, el momento exacto y la caja correspondiente en donde el comprador tendría derecho a elegir un artículo de cualquier sección en esos grandes almacenes. La persona afortunada dispondría de una hora de margen a fin de concretar cuál era el artículo elegido, para llevárselo posteriormente como regalo a casa. Podría optar a cualquier artículo, expuesto en los departamentos integrantes de ese macro centro comercial. Eso sí, el objeto o regalo elegido no podría superar el coste de 600 €. En el supuesto de que el afortunado cliente optase por un regalo de mayor cuantía, la diferencia de precio habría de abonarla desde su propio bolsillo.

El departamento económico del grupo empresarial evaluó el coste de la inversión publicitaria entre 10.000 y 11.000 €, contando con que en los 17 días hábiles en el mes, los afortunados eligiesen regalos valorados en esos 600 € de premio. Lógicamente, la agencia encargada del diseño y difusión publicitaria pasó la minuta correspondiente por sus servicios. El fin último de esta campaña era atraer una masa importante de clientes, a las distintas secciones de este amplio complejo comercial. De manera especial, en esos primeros días de la semana, en las que las ventas decaían de manera notable. Probablemente, muchos de los premiados no llegarían a ese coste máximo fijado en el premio e incluso muchos otros superarían esa cifra, con cargo a su tarjeta de crédito. Había que vender y vender mucho más, en ese mes de transición hacía la siempre esperanzada primavera. 

Prensa, radio e incluso la televisión (la campaña tuvo también desarrollo en otras sedes provinciales de la geografía peninsular) dinamizaron el proyecto, en las semanas previas al mismo. La publicidad aérea, por toda la planimetría urbana, estimuló la difusión del proyecto.  Y ya, desde el 1ª de febrero, el juego aleatorio de un elaborado programa informático fue decidiendo, día tras día, la caja y la hora exacta para señalar al afortunado comprador. El “boca a boca”, especialmente por parte de los premiados, animó también a que muchos clientes se animasen a probar suerte, cambiando incluso el lugar habitual donde compraban los alimentos, ropas y otros objetos necesarios para el consumo familiar.

Los medios de comunicación quisieron conocer, en las primeras semanas de marzo, los resultados de esta novedosa experiencia de promoción mercantil. Para ello se pusieron en contacto con el jefe de relaciones externas en la empresa, Trino Armesto, 43 años, con un doctorado en Ciencias Económicas y varios masters realizados, tanto en universidades europeas como en los Estados Unidos. Veamos algunas de sus respuestas, entresacadas de sus afirmaciones ante la radio, prensa y televisión local.

“Por favor ¿podría hacernos una valoración global de este proyecto comercial que su grupo ha estado desarrollando durante el pasado mes?

Entendemos que todo el proceso ha sido muy positivo. Y no porque deseemos “vender” esta apreciación, cara al exterior, sino porque los datos contables avalan plenamente esta consideración que le manifiesto. En términos globales las ventas, no sólo en esos diecisiete días, sino en todo el mes, se han incrementado casi un 20 % (exactamente, un 19,87 %) con respecto a las mismas fechas del año anterior.  El grupo empresarial, dado el efecto dinamizador de esos resultados, tiene en estudio repetir esta lúdica experiencia en otra oportunidad, dentro de este mismo año”.

¿Cuál ha sido el nivel medio del premio, referido al precio de los productos elegidos por los afortunados clientes?

Si hablamos en términos globales, el gasto medio aritmético por persona ha sido 427,3 €. Ha habido siete clientes que han superado la cifra tope de los 600 € establecida para cada premio. Y, de manera curiosa, también debo indicarle que seis clientes han elegido regalos que no superaban los 300 euros.
Debo suponer, Sr. Armesto, que las anécdotas en esta experiencia  han debido ser numerosas. ¿Cuáles serían, en su opinión, las más significativas?

Efectivamente, hemos tenido muy “sabrosas” anécdotas. No es ningún secreto indicarle que un porcentaje mayoritario de los regalos elegidos han correspondido a las secciones de electrónica, concretamente a la informática, en primer lugar. En este terreno, los objetos más demandados han sido el ordenador personal y las tabletas electrónicas, específicamente los iPads. A continuación, tenemos los electrodomésticos, línea blanca y televisión.

En lo humano, quiero destacar la opción de un hombre que tras conocer la suerte que le había correspondido, nos pidió tiempo para su reflexión personal. Recorrió varias secciones, consumiendo muchos minutos durante sus dudas. Faltaban sólo quince minutos para que se cumpliese ese tiempo que tenía a su disposición, a fin de hacer explícita su petición. En ese preciso momento, nos rogó que le acompañáramos, a la sección de juguetes, ubicado en la quinta planta de nuestro centro comercial. Una vez allí y ante la sorpresa de todos los presentes, nos manifiesta lo siguiente: “Quiero el mejor tren eléctrico de juguete, que Vds. me puedan proporcionar”.

Consultamos el catálogo de existencias, en la base de datos y, en ese momento, sólo disponíamos de un producto de esa naturaleza en otra de nuestras sedes. Concretamente, quedaban dos unidades de ese artículo en Madrid. Pero la petición se había efectuado a tiempo y, en cuarenta y ocho horas, este químico jubilado, de origen leonés pero naturalizado malagueño, tuvo en su domicilio un maravilloso conjunto de trenes, vías, estaciones, equipo dotado incluso con una recreación espacial de colinas, senderos, puentes y poblaciones, todo ello manejado desde un control central. Una verdadera joya de arte. En realidad, es un producto fabricado en el Reino Unido.

Este Sr. que en la actualidad reside en Málaga, viviendo en el domicilio familiar de una hija, nos manifestó la causa de su sorprendente decisión. Tuvo una infancia extremadamente humilde y, año tras año, siempre anheló que, en la mañana de Reyes, apareciera en su casa un tren eléctrico, como el que había visto en los escaparates de una clásica tienda de juguetes, allá en su región castellana natal. A nadie se le oculta que, durante su vida profesional, ha podido adquirir este lustroso juguete. Pero nunca se animó a dar ese paso, tal vez porque se sentía ya un tanto mayor para esta clase de juegos. Puede imaginarse el placer de D. Isidoro, haciendo en su madurez explícito aquel ferviente deseo de la infancia, pudiendo compartir el juego con sus nietas. Al igual que otros niños desean en sus sueños llegar a ser deportistas, cantantes, bomberos o conductores de fórmula 1, este buen hombre, desde sus años infantiles, tenía ilusión por ser jefe de estación de trenes. Cosas de la vida.  Por cierto, en este caso, el precio del regalo superó en algo los 400 euros.”



Actualmente, la competitividad comercial es extremadamente aguerrida. Junto a la dinámica mercantil de las grandes y tradicionales corporaciones, especialmente en el sector alimentario, han ido proliferando las cadenas de supermercados de barrio que, como mallas entrelazadas por las comunidades provinciales y locales, abastecen y disputan esa lucha diaria por hacerse con la mayor fidelización clientelar. Los grandes núcleos de distribución han de enfrentarse, a pesar de su poderío financiero, no sólo con las numerosas cadenas de los súper de barrio, sino también con las absurdas e injustas normas gubernamentales, con respecto a los horarios y días de apertura en el año. Estas normativas favorecen claramente al pequeño comercio que pueden abrir sus establecimientos los trescientos sesenta y cinco días anuales y, por supuesto, las veinticuatro horas que conforman el día. Pero, por razones obvias, estos establecimientos, con menos de trescientos metros cuadrados de superficie no suelen hacerlo. Y vemos al consumidor sufriendo la carencia de esa libertad comercial que sí tiene el comercio minifundista pero que, sin embargo, no la utiliza.

Ciertamente hay una excepción en esta diatriba. La cada vez más intensa presencia de los comercios regentados por personas de origen asiático, popularmente denominados “los chinos”. Hay algunos comercios, en nuestra proximidad vivencial, que son abiertos prácticamente todos los días del año y no sólo durante las horas soleadas del día, sino también incluso en el horario nocturno. Ellos no realizan rebajas encubiertas. Tampoco días sin IVA o meses con el premio del día. El “dumping” que llevan a efecto es su casi permanente presencia para la atención del público comprador. Y ahí siguen, de manera casi permanente, dispuestos para atender la demanda clientelar.

Pero los gobernantes y sindicatos siguen, tozudamente, sin querer ver esta patente realidad. Y las cifras del paro obrero siguen en este país sin bajar de los cuatro millones de personas.

¿Y qué habría que decir acerca de los desérticos y fantasmales barrios de calles vacías, en muchas ciudades y localidades que se autoproclaman turísticas, durante la mayoría de los domingos y días de festividad? 

José L. Casado Toro (viernes, 29 Enero 2016)
Antiguo profesor I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

viernes, 22 de enero de 2016

ESTRATEGIAS PSICOLÓGICAS, PARA UNA HABITACIÓN CON DERECHO A COCINA.

Una señora viuda, de muy ilustre apellido pero con muy limitados ingresos económicos en la postrera fase de su existencia, viene alquilando cuatro habitaciones en el piso de su propiedad a otras tantas personas, bien seleccionadas previamente por su especial condición y carácter. Efectivamente, Aurea Delcampo pertenece a una prestigiosa genealogía familiar que, en las últimas generaciones de sus miembros, ha sufrido la dura prueba de la decadencia y la austeridad monetaria. Su difunto marido, un viejo aristócrata intensamente aficionado al juego y a la embriaguez de la copa, abandonó este mundo dejando en herencia, a su relegada esposa, muchas deudas y sólo un bien material: ese amplio piso en el que residía, ubicado en el acomodado barrio madrileño de Salamanca. No tuvieron hijos en su matrimonio.

La vivienda en cuestión se halla ubicada en un gran bloque de pisos de construcción señorial pero, en la actualidad, con apariencia vetusta y necesitado de un buen “lavado de cara”.  Está habitado, de forma mayoritaria, por personas de edad avanzada que adoran mantener la acústica de sus nobles apellidos pero que, algunos de los días en el mes, apenas tienen liquidez para atender los gastos básicos y la más que ineludible alimentación. Unas y otras familias, por causas diversas, sufren ahora la estrechez material y, lo que más les afecta, el olvido o falta de relevancia social. Sin embargo una de sus propietarias, Aurea, desde hace casi un año supo enfrentarse, con plausible valentía y decisión, a ese estado carencial que soportaba, negociando con una empresa especializada el alquiler de algunas  habitaciones que ella no necesita. Por esta razón ha podido sobrevivir con dignidad, en estos últimos tiempos de dificultades materiales y afectivas.

Uno de los cuatro  inquilinos que, en la actualidad comparten su vivienda, se llama Irineo Peñalba. Es persona bien avanzada en la cincuentena de su calendario vital, de carácter agradable y culto, con una sólida formación universitaria y que, según informó a doña Aurea, trabaja como apoderado de una entidad bancaria, cuya sede está ubicada en pleno centro antiguo de la capital madrileña. Hace un mes ya que negoció, con la propietaria, el alquiler de una habitación con derecho a servicios comunes, como el baño y la cocina, prestación esta última de la que no suele hacer uso pues, usualmente, realiza sus desayunos, almuerzos y cenas en una cafetería restaurante, cercana a su domicilio. Inquilinos y propietaria suelen coincidir en las horas de la sobremesa, compartiendo la conversación y algún rato de distracción ante alguna película o programa emitido por la televisión.

Aurea se esfuerza en establecer familiaridad y comunicación con las personas que habitan en su casa, aunque comprende que estos inquilinos necesiten mantener la intimidad de sus vidas. Sin embargo, con el paso del tiempo, la convivencia diaria va facilitando que esa privacidad se vaya paulatinamente abriendo, a fin de compartir entre todos esos datos, anécdotas y experiencias que acercan al mutuo conocimiento. 

Irineo desarrolla, aparentemente, una agenda diaria bastante regular. Se levanta muy temprano y tras el aseo correspondiente suele dedicar unos minutos a repasar la información periodística, en la pantalla de su portátil. Ya arreglado y con su ajada cartera de piel marrón oscuro en la mano, baja a desayunar a esa cafetería situada a escasos metros del domicilio. Toma el metro, cuya bocana tiene en la acerca de enfrente y entra en la sede bancaria con una puntualidad que, según él, todos conocen y valoran. A eso de las tres y cuarto, realiza el almuerzo en la cafetería de siempre, dedicando el resto de la tarde a diversas actividades. Suele dedicar este tiempo vespertino entreteniéndose con el ordenador, acudiendo al cine o al gimnasio. También, los lunes y jueves, suele reunirse para merendar y conversar con algunos amigos que atesora desde sus años de juventud.  Tras la cena, le gusta irse a la cama no muy tarde, ya que ha de madrugar, aunque siempre trata de mantener un ratito de convivencia en el salón estar, junto a la propietaria y alguno de los inquilinos residentes en la vivienda.

Aurea carecía de motivo o queja con respecto a este educado inquilino, cuyo comportamiento era en todo momento “la mar” de correcto. Sin embargo mostraba su extrañeza acerca de un hábito que Irineo llevaba a cabo durante los fines de semana. Efectivamente, en la mañana del sábado este buen hombre salía temprano de la casa, no volviendo a ella hasta la tarde/noche del domingo. Y así una semana tras otra. Se preguntaba dónde pasaría esas noches del sábado, pues no lo escuchaba entrar en el piso ni tampoco deshacía la cama que ella misma cada mañana le dejaba bien ordenada. Cuando volvía el domingo, traía en su mano el mismo voluminoso trolley  con el que partía en la mañana del día anterior. Tal vez realizaría algún viaje para el fin de semana, se respondía mentalmente la curiosa señora.   

Una noche, en la que sólo ellos dos se encontraban sentados en torno a la mesa camilla, frente al monitor de televisión, fue aprovechada por Aurea para hacer explícita su curiosidad y necesidad de comunicación con Irineo. Aplicando habilidad y delicadeza en su exposición, acabó preguntando a su interlocutor acerca de las causas que le habían motivado para residir en una habitación de alquiler, no sin antes ofrecerle una taza de café. Tras agradecer esa aromática infusión, que su interlocutora le había traído con gentileza desde la cocina, Irineo se sintió motivado en desvelar y compartir con la dueña de la casa acerca de los motivos por los que había elegido residir en la misma.

“No te preocupes, en modo alguno considero improcedente o molesta tu pregunta. Ante todo, Aurea, aprecio la ubicación, orden y tranquilidad que se respira en tu domicilio. Pero, obviamente, hay otras razones que me han impulsado a desarrollar esta experiencia, muy novedosa y difícil a estas alturas de mi existencia. He de aclararte que estoy casado. Mi matrimonio dura ya tres décadas. Por razones de la genética, nosotros tampoco pudimos tener descendencia en esta unión matrimonial. Al paso de los años, la relación entre mi mujer y yo se ha ido progresivamente deteriorando. Lo que antes eran pequeños roces o discusiones, en los últimos tiempos se convirtieron en agrias relaciones, problemas a los que uno y otro no hemos sabido aportar diálogo, comprensión y tolerancia. De manera especial estas tensiones entre ambos se agudizaban en los períodos vacacionales, en los cuales yo pasaba más tiempo en casa (he de aclararte que mi mujer nunca ha desarrollado la titulación en puericultura, que obtuvo en su juventud). Durante esos días o semanas de mayor relación personal, los choques expresivos y afectivos entre ella y yo se potenciaban hasta la preocupación.

Uno y otro, en determinados momentos, barajamos la posibilidad de una ruptura civilizada, ya que la situación relacional no mejoraba, sino todo lo contrario. Pero ambos considerábamos que llegar a esa ruptura jurídica era una patente muestra de nuestro fracaso. Teníamos que tratar de mantener, al menos, la amistad y el respeto mutuo. Por esa razón, decidimos acudir a un especialista en conflictos familiares, a fin de que una persona experta nos aconsejara el mejor camino a seguir para evitar una crisis de imprevisibles resultados. Un amigo común nos sugirió la visita a un gabinete para los problemas entre parejas, que estuvo trabajando con nosotros durante varias sesiones.

El psicólogo, junto al equipo que con él colabora, analizaron nuestro caso y nos aconsejaron darle una nueva oportunidad a esa inestable relación, aplicando una valiente estrategia. Consistía ésta en llevar a cabo una separación física de carácter temporal, pero con un matiz novedoso. Conviviríamos sólo durante un día a la semana. El resto del tiempo, cada uno de nosotros tendría su propia autonomía personal. El problema de nuestra incompatibilidad relacional estaba en esa continua unión que manteníamos, desde hacía ya casi tres décadas. Necesitábamos un poco de cambio y libertad personal a fin de oxigenar y recrear una relación que hacía crisis, por motivos más que nimios. El problema, insisto, radicaba en la continua permanencia relacional entre las dos mismas personas. Por eso fui yo quien decidió abandonar el hogar familiar, de lunes a sábado, siendo éste el único día en el volvemos a reencontrarnos. Ese único día, que acordamos fuese el sábado de cada semana, yo vuelvo a mi hogar de toda la vida y puedo asegurarte que esas horas de convivencia están resultando muy positivas. Ciertamente ambos ponemos lo mejor de nuestra parte para que esas veinticuatro horas sean enriquecedoras y bien llevadas entre nosotros.

El problema básico es que estábamos cansados de una convivencia continua que había ido desvitalizándose por una unión que se hacía insoportable para los dos. Así llevamos un mes ya. No sabemos si en nosotros surgirá la necesidad de ampliar, de manera paulatina, ese único día relacional que estamos manteniendo durante el fin de semana. Tenemos esperanza de que esa posibilidad mejore nuestra vida en común”.

Aurea quedó maravillada acerca de la convincente explicación que había recibido. Y, al tiempo, asombrada al conocer los remedios psicológicos y relacionales que hoy se aplican a los matrimonios cuyas relaciones no son buenas. En su mejor época todo lo más que podía hacer era aguantar y aguantar, a un marido manirroto y “pegado” a la barra del bar. Ese había sido su triste caso.

El inquilino preferido de la casa aún permaneció un mes más residiendo en el piso de esta señora. Ya en la Primavera, Irineo le comentó una tarde que él y su mujer, dadas las buenas perspectivas, habían decido reiniciar su vida en común, pues ambos se necesitaban cada día más y se hallaban ilusionados de que su unión, tras esta etapa de separación, pudiese retomar el mejor camino para el cariño y la tolerancia recíproca.

El día de la despedida, Aurea no pudo ocultar unas lágrimas ante la marcha de esta buena persona con la que había entablado amistad y afecto, muy por encima de los intereses puramente económicos que habían posibilitado ese conocimiento. Irineo le prometió que, más adelante, él junto a Elena, su mujer, tendrían el gusto de visitarla y pasarían juntos una buena tarde de conversación y merienda.

Transcurrieron las semanas. Cierta mañana, Aurea se encontraba en la sala de ordenadores de una biblioteca pública, ubicada en los bajos de un edificio a dos manzanas de distancia. Se había apuntado a un interesante cursillo de iniciación informática para personas mayores, organizado por la Junta Municipal. Era una materia pendiente en la vida, para ella que nunca había puesto un dedo en el teclado de algún ordenador.

Tras dos semanas de cursillo, su destreza informática había avanzado bastante bien. Y esa mañana jugaba con el ratón y la pantalla, entrando ya en diversas páginas de la Web. En una de esas páginas, leyó una entrada o título que decía: Comienzan unas Jornadas en la Facultad de Psicología, acerca de las estrategias innovadoras para superar los enfrentamientos relacionales en los matrimonios. Ese tema le recordó su experiencia con el apreciado Irineo. Observó la imagen que completaba la información on-line y quedó estupefacta ante la sorpresa que le produjo la fotografía que acompañaba al texto. En ella se veía al director de esas Jornadas para la investigación. Reconoció, sin ningún género de dudas, a la persona que allí aparecía. ¡Era Irineo! Debajo de la foto se explicaba que el Catedrático de Psicología Familiar y Relacional de la Facultad, el Profesor Dr. D. Irineo Peñalba, estaba realizando la presentación de las aludidas sesiones académicas.-


José L. Casado Toro (viernes, 22 Enero 2016)
Antiguo profesor I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

jueves, 14 de enero de 2016

JUEGO INCONDICIONAL DE FIDELIDADES, EN EL PODEROSO MUNDO DE LA COMUNICACIÓN.

Apenas sin reparar en el tiempo, estuve toda la tarde sentado ante el teclado del ordenador, pues me hallaba trabajando en esa nueva historia que iba a sustentar mi segunda novela. Al ser ésta una obra de encargo, tras el apetecible resultado de haber alcanzado la categoría de finalista, en los premios anuales de una gran editorial, tenía que dedicar muchas de las horas del día para construir un relato de calidad, que confirmara las expectativas y confianza depositadas en mi persona por este importante grupo empresarial.

Efectivamente, había transcurrido ya casi un año desde aquel celebrado evento y, para mi sorpresa, a las pocas semanas ese grupo editor me ofreció la posibilidad de establecer un vínculo contractual, estableciéndose un plazo de año y medio para entregarles mi nuevo trabajo. Desde ese anhelado instante, en el que las dos partes firmamos las hojas llenas de clausulas, había consumido ya unos tres meses de intensa dedicación a la elaboración de un texto que se iba haciendo cada día más complejo e interesante, a partir de la acumulación de numerosas páginas, párrafos y letras.

Escribía fundamentalmente por las tardes, ya que dedicaba las dos primeras horas de la mañana a dirigir unos talleres de construcción literaria para universitarios, como profesor asociado en la Facultad de Ciencias de la Comunicación. La compensación económica recibida por esta actividad docente no era muy elevada, aunque personalmente me sentía muy gratificado en trabajar con un personal joven y receptivo, que mostraba un gran espíritu para avanzar por  esa senda, apasionante pero difícil, de la destreza en el sugestivo arte de escribir.

Completaba esta intensa dedicación profesional colaborando con una columna, entre lunes y viernes, en un afamado periódico local. Ese artículo diario (cuya extensión tenía establecido un tope máximo de cuatrocientas palabras) era de temática libre, aunque básicamente solía estar centrado en cuestiones que afectaban a la vida malagueña, tanto en el ámbito socio-político, como a cualquier de otros aspectos protagonizados por la ciudadanía local. También, en ocasiones, superaba el perímetro provincial en mis temáticas, cuando me refería a determinados acontecimientos de la política nacional y los de la propia Comunidad Autónoma. Cada uno de esos textos solía escribirlos por la noche, antes de ir a la cama. Previamente repasaba los hechos más importantes del día, tras un buen rato de lectura de la prensa electrónica. Les hacía una breve corrección a la vuelta de la Universidad y, a eso de la media mañana, los enviaba a la redacción del periódico por correo electrónico, no más tarde de las dos de la tarde.

Esta tarea de colaboración periodística me resultaba muy estimulante, pues me permitía comunicar con los lectores sobre asuntos muy diversos, desde un plano a veces un tanto crítico, pero siempre buscando la explicación racional de los hechos. No oculto que el contenido de esa columna generaba molestias, e incluso profundos e indisimulados enfados, en muchos de los personajes locales a quienes tenía que hacer referencia, en función de las diversas temáticas analizadas en los artículos. Dicho de otro modo, el espectro ideológico conservador aplaudía, cuando los dardos de la crítica eran dirigidos hacia situaciones protagonizadas por la izquierda sociológica. Y esos aplausos se tornaban en lamentos y pataletas, cuando precisamente eran ellos el centro crítico de mis valoraciones y posicionamientos ideológicos. En general, percibía que las personas vinculadas a una mentalidad  liberal de izquierda encajaban mejor los planteamientos críticos que aquellos sectores de la sociedad “militantes” de la derecha liberal. Los sectores radicalizados, en uno y otro sector, mostraban el fanatismo propio de su mal saber encajar las discrepancias por parte de aquéllos que no comulgaban con sus acciones y forma de ver la realidad.

La tarde de un lunes “lleno de invierno” (nublado y con frío), mientras tecleaba en el ordenador un complicado capítulo de mi novela, recibí en el móvil una llamada cuyo número reconocí de inmediato. Procedía del diario donde publicaba los artículos. De inmediato pensé que tal vez habría habido algún problema informático con el envío que había realizado poco antes de comer. Quien estaba al otro lado de la línea era la secretaria del director del periódico. Vicky me citaba para la mañana del martes, pues su jefe quería hablar conmigo de manera directa. Me sugería o preguntaba a qué hora me vendría mejor la cita, entre las once y la una. Un tanto extrañado ante la urgencia de la entrevista, pues salvo algunos encuentros casuales en acontecimientos de la vida social, sólo había conversado con Cándido en su despacho una vez (cuando hacía dos años él sustituyó al antiguo director del diario) concreté a su secretaria que, al finalizar la clase en la Universidad, me trasladaría a la sede empresarial alrededor de las 12 de la mañana. 

Continué con mi trabajo ante el ordenador, pero difícilmente podía evitar el preguntarme acerca de lo que me querría transmitir el director, con esa urgencia o premura en el tiempo. No me pareció elegante que eludiera ponerse al teléfono, para indicarme que necesitaba hablar conmigo, aunque comprendía que tal vez estaría inmerso en otras ocupaciones. Mi relación con este nuevo director había sido siempre correcta, pero algo fría. Valoraba, eso sí,  que nunca había recibido observación crítica por su parte, en relación con el contenido de mis colaboraciones periodísticas. Siempre había respetado, escrito tras escrito, mi libertad expresiva, sin modificar (como era lógico) los textos que cada día enviaba a los redactores. Obviamente a veces había algunos lapsus o errores con acentos, comas o palabras, pero el texto como tal se respetaba en todos sus párrafos. Yo sabía que algunas personas habían movido los hilos, en más de una ocasión, cuando el acento de mis críticas había sido especialmente punzante. Sin embargo nunca recibí recriminación alguna, por parte de este joven director, a pesar de que previsiblemente a su teléfono llegarían determinadas llamadas de personajes un tanto molestos e irritados por las críticas de que eran objeto en mis escritos.

Decidí, al fin, no darle más importancia a la llamada telefónica desde el periódico y estuve avanzando en mi trabajo literario hasta poco antes de la cena. Tras la misma, volví al ordenador para componer el nuevo artículo que enviaría a la redacción a lo largo de la mañana siguiente.

Faltaban escasos minutos para las 11:30 del martes, cuando llegué a la sede del periódico. Unos escolares de secundaria esperaban en la puerta, ya que iban a realizar una visita guiada por las instalaciones del diario. Se les veía ilusionados ante la actividad que iban a protagonizar. Conocer la organización de un medio de prensa, recorrer la redacción, los talleres y poder efectuar todas aquellas preguntas sobre la historia, la estructura empresarial, las anécdotas y todo el proceso que se sigue en la elaboración diaria de una medio de comunicación escrita, ofrece numerosos y gratos incentivos para una muchachada ilusionada que, al fin, ha podido salir hoy del aula para mejorar su aprendizaje. Había pocos trabajadores en el medio, a esas horas del mediodía, por lo que directamente me dirigí al despacho de Cándido, el director.

Me recibió de manera cordial aunque, desde el primer momento, percibí en su rostro una cierta mezcla de incomodidad y nerviosismo ante la reunión que íbamos a mantener. Tenía sobre su mesa, toda cubierta de carpetas y papeles, una taza de café. Era el cuarto que se tomaba, ya a esas horas de la mañana, según comentó. Me preguntó si mandaba traerme alguna infusión u otro tipo de bebida, ofrecimiento que agradecí pero que decliné con una educada sonrisa. Observaba que le costaba un cierto trabajo arrancar en sus palabras, por lo que, sin más demora, le pregunté por el objeto de esta urgente entrevista o conversación. 

“Te aseguro que no me siento cómodo con la situación que he de plantearte. No me parecía elegante hacerlo vía telefónica, por lo que te he rogado te desplazaras hasta aquí, a fin de que pudiéramos hablar de forma directa y mirándonos a los ojos.

Tu colaboración con este medio informativo suma ya muchos años, con una dedicación, sin lugar a dudas, muy valiosa y esforzada. Desde que me hice cargo de la dirección del periódico, hace ya dos años, conocí que había miembros en el consejo de redacción que, por nuestra vinculación con un importante grupo editorial de carácter conservador, no estaban especialmente contentos con algunos de los contenidos y expresiones que normalmente utilizas en tus artículos. Pero, además, ha habido importantes personalidades de la vida local que se han sentido especialmente molestos, incluso insultados, con el trato y expresiones con que los definías en esos escritos. Te puedo asegurar que, en estos dos años, he tenido que “parar” no pocos intentos de plantear demandas, e incluso presiones al periódico, a causa de esos párrafos o “libertades expresivas” que utilizas en los textos y que, por supuesto yo siempre he respetado, como habrás podido comprobar en el día a día. Nunca  he quitado o modificado línea alguna en tus escritos.

Pero, el pasado viernes, se me convocó urgentemente en Madrid a fin de mantener una entrevista con el director general del grupo empresarial que nos sustenta. El motivo de esa inesperada reunión estuvo centrado en una especie de ultimátum o disyuntiva. O te hacía cambiar radicalmente ese estilo que tanto te caracteriza o tenía que poner fin a tu relación profesional con este periódico. Y todo eso, sabiendo que nos traes a diario miles de lectores. Posiblemente has debido “tocar” alguna pieza, en tus recientes escritos, de esas que llamamos intocables. Alguna línea roja has debido saltarte….. y, en ese punto, mi labor de “paraguas” o protección ya no es eficaz. Entiéndelo, manda el grupo y yo me debo totalmente a esa fidelidad empresarial y profesional”.

Tras esta larga y contundente exposición, mantuve el silencio durante unos segundos que, posiblemente también a él, resultaron eternos. Al fin me decidí en la respuesta, que se acomodó a esas previsiones que todos solemos hacer ante hechos que nos pueden afectar.

“No te voy a ocultar, Cándido, mi decepción ante esta situación que yo, de alguna forma, ya sospechaba. Todos debemos conocer las características del “corral” (disculpa la palabra) donde nos encontramos en cada momento. Y sé que tu periódico está, desde hace ya algún tiempo, vinculado a un grupo socioeconómico e ideológico eminentemente conservador. Mis análisis y críticas, a hechos  relacionados con las personas e intereses de este espectro social, tienen que escocer y molestar ¡Qué dudad cabe! No se me oculta tampoco que, entre tus propios compañeros de redacción, tampoco soy muy apreciado, tal vez por motivos de competencia ante las entradas o visitas que reciben mis artículos, en la edición on-line, con respecto a las que ellos consiguen, en ese share de aceptación popular. Ciertamente, mi licenciatura es en Filosofía y Letras pero, desde hace años, doy clase en la Facultad de Ciencias de la Comunicación. Y, por supuesto, mi calificación profesional y vocacional es la de escritor.

Y, en todo este contexto, también yo me debo a unas fidelidades irrenunciables. ¿Cuáles son? Mi formación, mi conciencia crítica, mi deber ante los lectores. Yo no te voy a discutir, porque no me corresponde hacerlo, la línea editorial que, también desde hace tiempo, está llevando el diario. Si esa línea, cada vez más sometida a la ideología conservadora, os da buenos dividendos, pues perfecto. Pero yo, por lo que te decía antes, también me siento cada vez más alejado de ese camino que considero erróneo y “añejo”, para las necesidades de una sociedad moderna, ágil, plural y laica, que debe mirar hacia el futuro liberado de tantas ataduras con un pasado que ya es Historia. La fidelidad a mi conciencia está por encima de esa línea editorial a la que estáis sometiendo o configurando el diario. Nuestros caminos obviamente divergen, Sr. director”.

“Entonces no me dejas otra alternativa. Este viernes firmarás tu última columna en la que, si lo consideras oportuno, podrás despedirte de tus lectores. Confío que lo hagas con “elegancia”. Y sí, tienes razón. Tu “share” de audiencia y seguimiento, está por encima de muchas de las firmas de este periódico. Esa realidad te debe compensar y satisfacer. Pero los intereses y presiones, ahí afuera, son muy fuertes. Sobra decirte que agradecemos tus vínculos con este órgano de comunicación e información, durante tantos años. Esa fidelidad también ha sido admirable. Confiemos que el futuro nos sea bueno, a unos y a otros”.

Tras el saludo correspondiente, mezclado de tensión y formalidad, abandoné cabizbajo el despacho de Cándido recorriendo, de manera pausada, las salas de redacción y los talleres camino de la calle. Al enviar los artículos vía “on-line” hacía muchos meses que no visitaba la sede del periódico. Percibí en ella una estructura y decoración profundamente cambiada. Ya cerca de la puerta, volví a cruzarme con ese grupo de escolares que observaban y comentaban, con su sana y vital acústica, plena de espontaneidad, la compleja “maquinaria” que hay que poner en funcionamiento para que, cada día, nos lleguen las noticias, las informaciones, los comentarios y esas imágenes que educan, ilustran y asombran. Reconozco que me embargaba un sentimiento de decepción, tras el resultado de la entrevista. Tenía que abandonar este fraternal “hogar comunicativo” que me había albergado durante años tan significados en mi vida. Pero, por encima de los intereses sociomediáticos, estaban mis clases y, por supuesto, la sugestiva creatividad de la composición literaria.-


José L. Casado Toro (viernes, 15 Enero 2016)
Antiguo profesor I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga