viernes, 28 de septiembre de 2012

ARCHIVOS INESPERADOS QUE RECLAMAN NUESTRA REFLEXIÓN.


El buen aficionado al cine disfruta visionando, siempre que encuentra una buena oportunidad, películas pertenecientes al denominado género clásico. Se trata de aquellos films que hoy acumulan muchas, muchas décadas en su cronología, desde aquella fecha lejana en que fueron primorosamente rodados. Hay ciudades que tienen la suerte de poseer una filmoteca, a fin de que los amantes del “7º Arte” pueda acceder a determinados títulos, hoy difíciles de encontrar en los muy  escasos videoclubs que aún permanecen abiertos. Estos centros culturales para el fomento y estudio del cine organizan, de manera periódica, ciclos específicos, tanto temáticos como de actores, con aquellos films más emblemáticos y representativos, películas que son proyectadas por un módico precio para el espectador. Poseen bibliotecas especializadas para el estudio y la investigación, salones para conferencias y debates,  organizan exposiciones, y tienen a disposición de los interesados archivos de cintas en celuloide y en soporte digitalizado, etc. Aquí, en Málaga, no existe, lo que es de lamentar, una filmoteca como tal. Sin embargo podemos acceder a ciclos de un cine clásico, cualitativamente muy interesante, mediante algunas películas de éste género que oferta el Cine Albéniz, con una proyección a la semana y a precio reducido. También el Ámbito Cultural del Corte Inglés organiza ciclos dedicados a determinadas estrellas del séptimo arte, con un coste totalmente gratuito para el espectador. El Centro del Arte Contemporáneo oferta, de manera periódica, ciclos de cinematografías extranjeras, todas ellas en versión original subtitulada y, también, de forma gratuita. El Ateneo de Málaga tiene una sección de cine fórum que lleva a cabo en determinados momentos, proyectándose films seleccionados por su calidad plástica y conceptual, en la valoración crítica de los expertos. El Centro Cultural Provincial de calle Ollerías ha organizado, igualmente, ciclos de cine, en una pequeña sala acondicionada al efecto. También el departamento de cultura de Cajamar está apostando por el cine. Pero, a pesar de estas oportunidades para ver, estudiar y gozar determinadas obras fílmicas, en Málaga no existe una filmoteca al uso, a pesar de haber sido anunciada en diversas oportunidades desde los órganos culturales de la Administración andaluza. 

Por todo ello, dada la carencia de videoclubs comerciales y el coste que supone acceder a la compra de algunas películas antiguas (en situación disponible de catalogación) no pocos aficionados a este género cinematográfico han de acudir al maná solidario de las descargas de Internet. Este procedimiento, cada vez más restrictivo en la red, permite traer a tu ordenador, sin ánimo de lucro mercantil, películas que, de otra forma, sería prácticamente imposible acceder a su visionado. Estas downloads (descargas, en inglés) suelen tener algunos condicionantes para un visionado técnicamente cualitativo. Especialmente su sonido, que suele venir como “enlatado” o con unos ecos que dificultan su escucha. También, la imagen. No sólo cuando se trata de películas grabadas directamente desde la pantalla donde son proyectadas, sino también cuando la densidad de píxels en estos archivos digitales no es lo suficientemente amplia como para posibilitar su necesaria riqueza cromática, junto a la claridad o nitidez  visual de la imagen.

Aunque, hoy día, el uso de la video-proyección permite disfrutar de amplias pantallas en los domicilios o salones preparados al efecto (existen ya en el mercado televisores, con 80 pulgadas de dimensión en sus pantallas LCD –una pulgada equivale a 2,54 centímetros, por lo que serán monitores con 203,2 cms, poco más de dos metros en su diagonal-) nunca llegarán a igualar las superficies donde se proyecta en los cines comerciales, con dimensiones que pueden alcanzar los 22 metros de largo o los 260 metros cuadrados. A pesar de este condicionante, el acceso a determinadas películas induce a los buenos aficionados a “navegar” por la red, a fin de encontrar ese determinado titulo que nos interesa visionar y disfrutar. Siempre, por supuesto, que esté disponible en ese mercado gratuito del intercambio solidario, a pesar de las prohibiciones administrativas al efecto.

En no pocas ocasiones, muchos de los se han “bajado” o “descargado” una película, comprueban que el título que preside la misma no tiene relación alguna con el contenido del archivo que aparece en el monitor de su ordenador.  Así que no es difícil que, cuando te dispones a gozar de las cualidades interpretativas de John Wayne o Grace Kelly, compruebas con asombro que el material que tienes realmente a tu disposición está vinculado a la erótica más profunda e impactante. Imágenes que pueden ser muy incitantes y atrayentes, según las circunstancias personales del receptor, pero que no es la interesante película clásica que tú ansiabas contemplar y disfrutar. Y, así, otros muchos materiales que, con distintas motivaciones, van sobrevolando en la red, aprovechan el marketing apetecible de títulos emblemáticos para la historia del cine.  Pero….. ¿pero qué fue lo que pudo suceder en aquella ocasión? Narrativa, ficción o espejo de la realidad……

Hablo de aquel amigo que quiso bajar un films mítico para la historia del cine. Citizen Kane (Ciudadano Kane), 1941. Dirigida por Orson Welles (Wisconsin 1915-Los Ángeles 1985) e interpretada magistralmente por él mismo, junto a Joseph Cotten, Aland Ladd y otros buenos actores. La había visionado hacía ya años en televisión pero, en esta ocasión, deseaba analizar detenidamente los comportamientos y reacciones de los dos principales personajes, en función de un estudio que estaba realizando, dada su profesión de psicólogo. Este drama, vinculado al mundo de la prensa y las finanzas, tuvo, en el año de su producción, nueve nominaciones a los premios Óscar, siéndole concedido el correspondiente al mejor guión original. Este amigo utilizó, para la download, uno de los servidores más afamados que posibilita Internet.

Una vez efectuada la descarga, hecho que realizó en unos cuarenta minutos, procedió a comprobar su contenido. Abrió el archivo y a los pocos segundos fue consciente de que no estaba ante esa mítica película para la gloria del “séptimo arte”. Por el contrario observa que las primeras escenas, en lo que parece ser un documental “casero” grabado con una cámara de aficionado al vídeo, le ofrecen imágenes de una localidad rural, sin duda situada en algún estado de la Unión norteamericana. Pronto la cámara, sin estabilizador óptico o en unas manos algo temblorosas, se centra en un hombre, que vive su cincuentena cronológica. Debe tener un importante cargo en la política de esa ciudad USA. Hay unas primeras escenas en las que se le ve haciendo vida familiar, con su esposa y sus tres hijos, dos jóvenes varones y una niña preciosa, en la edad de los estudios de secundaria. También, aparece este importante personaje en su oficina local,  despachando con el que debe ser su secretario y dando un discurso, rodeado de banderas estadounidenses y entre los vítores del público que asiste al evento. El sonido de este archivo dejaba algo que desear. Sonaba algo enlatado, pero la imagen era lo suficientemente nítida, aunque con algunos vibraciones por ser una grabación no profesional. El lenguaje utilizado es inequívocamente inglés americano.

La parte más turbia de esta grabación, que dura en total unos doce minutos, venía a continuación de lo ya visionado. Tras aparecer de nuevo con la que debía ser su esposa  y sus tres hijos, se ve al prestigioso y vitoreado político local aparcando delante de una casa unifamiliar y penetrando en la misma. De inmediato, sale de esta vivienda, junto a una linda joven, a la que besa y abraza, antes de que ambos entren en su coche. La chica lleva de la mano una niña de pocos años de edad. Aquí se acaba esta grabación, cuyo contenido se repite hasta en seis ocasiones, dentro del archivo objeto de descarga.

Probablemente,  una esposa engañada grabó (o encargó a otra persona) esta última parte de la cinta. O, en las luchas políticas internas, alguien utilizó estas imágenes para desvelar y contrastar la benefactora y honesta imagen pública del político, con aspectos oscuros de su vida privada que desautorizaban socialmente su imagen. Se montaron esas escenas que después fueron colgadas en la red, bajo la carátula de una prestigiosa película en la historia del cine. Ciudadano Kane. Para muchos, una de los diez mejores films de todos los tiempos. Obviamente, el contenido de este archivo estuvo a disposición de todo el que quisiera “bajarlo” a su ordenador, no sólo en esa localidad norteamericana, sino perfectamente  abierto a la difusión mundial.

Historias como la que acaba de resumirse deben ser más que frecuentes en una sociedad mundial caracterizada, tecnológica y mediáticamente, por los efectos de la globalización. No sabemos cómo acabó este episodio que contrasta la imagen hipócrita del político público y el ciudadano privado. Pero desde luego nos hace reflexionar acerca de los riesgos y peligros que tiene esa maravillosa y versátil telaraña infinita de las interconexiones mediáticas. Especialmente, cuando acceden a esas autopistas o carreteras vecinales personas que, por su edad, formación o carácter, pueden hacer un uso inadecuado de los contenidos que por ellas circulan. De ahí la responsabilidad que contrae la autoridad familiar para los más jóvenes y, por supuesto, la eficacia de la Administración educativa sobre estos seres, en las edades básicas de su formación.

Pero, por encima de padres y educadores, está la propia sociedad, que cada vez más potencia la importancia banal de la materialidad sobre los valores, éticos y morales, del espíritu y la conciencia.-

José L. Casado Toro (viernes 28 septiembre, 2012)
Profesor
jlcasadot@yahoo.es


viernes, 21 de septiembre de 2012

EL PRECIADO VALOR DEL OPTIMISMO.


Como casi todos los lunes del año, las salas de espera, en las distintas consultas del ambulatorio, se encontraban repletas de personas que aguardaban, con más o menos paciencia, la necesidad de su turno. Los fines de semana poseen ese mágico don en el que las dolencias se suelen mostrar menos imperativas. Pero, cuando la gravedad se presenta, hay que echar mano del ineludible control de los nervios en las concurridas esperas de urgencias de los hospitales, clínicas y ambulatorios. 

La salud es extrañamente caprichosa. No se acomoda a los momentos, ni es delicada o cortés con la oportunidad. Exige su absorbente atención cuando el organizado mecanismo corporal comienza a fallar, desestabilizando la salud de cada paciente. Pues bien, todas esas personas, que aguardan la atención del facultativo de bata blanca, necesitan que se les explique la naturaleza de su problema y, sobre todo, los medios más eficaces para mejorar, “reparar” y superar ese desarreglo o reajuste que nuestra maquinaria, somática y psíquica, plantea. Exigencia ineludible, a fin de recuperar una normalidad en la que permanentemente centramos todos nuestros anhelos.

El enfermo necesita, ansía encontrar en su médico, como primera terapia para su dolencia, ese fármaco, invisible pero vitalista, denominado optimismo. No en balde, los mayores condicionantes que tenemos, en el proceso de cualquier enfermedad, son los desánimos y los estados depresivos que tanto o más daño provocan como la propia enfermedad. Esas palabras de estímulo y confianza son imprescindibles, con los porcentajes variables que genera la realidad y la ficción, a fin de afrontar de la mejor forma nuestra colaboración para recuperar el todo, o la parte, de esa normalidad perdida. Y, como en todas las profesiones, hay especialistas que saben generar en ti ese fármaco del ánimo, con manifiesta habilidad y pericia, frente a otros menos cualificados para transformar la pesadumbre en una sonrisa esperanzada y valiente.

Partiendo de esa premisa básica, siempre concedida a nuestra salud, en la jerarquía de las necesidades personales, llegamos a otro nivel en esas categorías donde también debe reinar (al menos, en la teoría del deseo) el valor del optimismo. Me estoy refiriendo, en concreto, a las complejas relaciones existentes entre los gobernantes y la ciudadanía, frente a ese incierto futuro que hoy a todos nos afecta. Actitudes y situaciones, como las que actualmente se están padeciendo en numerosos Estados de la geopolítica mundial, no favorece ese buen clima  sociológico para que el gobernado confíe y apoye a los equipos políticos que ejercen y aplican la tarea de gobierno. Desde luego, cada país soporta una historia y cada nación es específica, en sus variantes y circunstancia, a pesar de la globalización, las interinfluencias, junto a los mimetismos, que hoy presiden la política y la economía mundial. Aceptando los diferentes particularismos, existe, lo que es de lamentar, un generalizado descrédito hacia la clase política, hacia esas personas que ejercen la actividad política, desconfianza que no entiende de regionalismos, nacionalismos o banderas. Veamos algún ejemplo que puede ser aplicado, aquí, o más allá, desde nuestra observación y reflexión inmediata.

Los partidos políticos hoy adolecen, en general, de un carencial sentido de Estado. Piensan más en sus propios intereses, que en el bien que afecta a todo el país. Tanto cuando están en la oposición, como cuando alcanzan el poder, se muestran incapaces de aplicar la grandeza de la concordia, la negociación, el pacto o el consenso, que favorece o posibilita el bien general. Por el contrario, el egoísmo sectario prevalece en sus decisiones, acciones e intereses. Durante los procesos electores prometen y prometen, reclamando y captando el voto ciudadano. Pero, cuando alcanzan el poder, no tienen la menor impudicia en incumplir, cambiar o transformar sus falsos o irreales programas electorales, sin que les tiemble el más pequeño músculo de su rostro. Son maquinarias endogámicas y egolátricas, en la actualidad profundamente desacreditadas.

¿Qué podemos decir sobre ello los ciudadanos españoles, en las circunstancias que estamos compartiendo? La realidad es más que evidente, a poco que abramos los ojos y abandonemos los fanatismos por la racionalidad. Sufrimos drásticos recortes sociales en sanidad y en la educación, pilares angulares de todo Estado del bienestar. El retroceso en los derechos laborales, con un despido prácticamente libre; la durísima subida en los impuestos indirectos (IVA) y el IRPF; la rebaja de los sueldos, la pérdida de pagas extraordinarias, el aumento imperativo de las horas de trabajo; los apoyos serviles al omnipotente sector bancario, pilar angular de la crisis; la escalada descontrolada de los precios; el incremento desalentador del paro laboral; el peregrinaje mariano al Olimpo de los santuarios germánicos; la siempre amenaza pendular sobre la seguridad social y las pensiones; la supresión de oposiciones para una juventud sin trabajo; una actividad económica bajo mínimos, una ideologización concordante con la derecha sociológica más conservadora, etc ……. Esta es la percepción que permanece ante nuestra retina y conciencia. Y siempre con la innoble letanía de culpar a los de antes, como justificación de todas las falacias de lo que decían que iban, o no pensaban, hacer. En vez de sembrar el optimismo, hasta el momento, sólo han sabido difundir la pesadumbre de más y más sacrificios sin otro horizonte, a corto plazo, que pueda generar la esperanza de un amanecer mejor para todos.

Sin embargo, a pesar de todas estas tropelías para el engaño, el ciudadano honesto continúa en la búsqueda ilusionada por encontrar unas siglas políticas honestas, donde prevalezca el sentido de Estado para resolver, con el acuerdo y el diálogo, esta dramática crisis económica que padecemos, de la que el ciudadano es totalmente inocente y en absoluto culpable. Ese optimismo, en la creencia de que algún día los gobernantes se esforzarán en ser verdaderos estadistas, nada ni nadie nos lo va a arrebatar. La fe, en ese ideal, debe estar por encima de tanta bajeza y sopor. 

Y ya, finalmente, optimismo, en y para lo humano. Es más que necesario. Vital, para seguir adelante. Lo percibimos como un inestimable y apreciado valor en los demás. También, en nosotros mismos. En nuestros círculos relacionales, hay muchas y variadas personas. Familiares, compañeros de trabajo o estudio, vecinos, amigos, profesionales anónimos o con datos identificativos, etc. En conjunto, formamos parte de esa colectividad social que sustenta vitalmente a nuestros pueblos y ciudades.  Entre esas personas, hay quiénes tratan de ver e interpretar la existencia de una manera positiva, junto a otros para los que el negativismo es una endemia claramente disuasoria. En este sentido, es de admirar la fuerza luminosa que irradian aquellos seres que soportando dramas y penalidades, en lo más íntimo de sus privacidades, poseen la fuerza espiritual y testimonial para priorizar lo positivo y postergar las realidades negativas, que la vida aleatoriamente nos impone. Y no todo es religión, creencia, fe o misterio que, sin duda, puede ayudar en esta admirable actitud. Subyace también, en esta deseable postura ante la dificultad o el drama, una inteligente respuesta para asimilar y priorizar la luz sobre las sombras, el alba sobre la noche, la sonrisa sobre la tristeza, la blancura sobre el ocre grisáceo, el ritmo tonal sobre el vacío acústico, la actividad sobre la pereza, la generosidad sobre el egoísmo, la amistad sobre la insolidaridad, el amor frente a la maldad.

Es una gran suerte convivir, aprender, mimetizar y gozar, este hermoso valor del optimismo que sabe reinar en la bondad, íntima y social, de estas personas. Si atendemos a nuestro alrededor, hallaremos a estos compañeros en las vivencias que, teniendo muchos motivos para el lamento, se esfuerzan, por el contrario, en encontrar agua en ese vacío hídrico de la soledad y el dolor. Ese sentido positivo ante la vida no es que resulte fácil, por supuesto. Pero su aplicación gradual a este o aquel problema, de los muchos que nos surgen en el día a día, puede ayudarnos a integrar actitudes que nos hagan más llevaderos los sinsabores existenciales. Nunca hay que olvidar que, junto a esas evidentes dificultades, hay también infinitos elementos para sonreír y disfrutar. Esos compañeros del “vaso medio lleno” nos están facilitando un estupendo ejemplo de cómo mejor acomodar o focalizar la visual caprichosa del entorno. Nos están enseñando, en suma, a sufrir menos y a disfrutar más. Todos aceptamos las lágrimas. Son ineludibles realidades humanas. Pero si sabemos también hallar e integrar el optimismo de la sonrisa, nos sentiremos, sencilla e inteligentemente, bastante mejor.-

José L. Casado Toro (viernes 21 septiembre, 2012)
Profesor
jlcasadot@yahoo.es


viernes, 14 de septiembre de 2012

TURBULENCIAS, EÓLICAS Y HUMANAS.


Mi compañera de asiento era una nerviosa señora, de mediana edad, que ocupaba el puesto central en la fila derecha del avión. En el momento de recoger las tarjetas de embarque solicité pasillo, pues esta ubicación me facilita algún grado mayor de movilidad durante el viaje, sin tener que molestar a los demás pasajeros. El aprovechamiento de espacio en los aviones resulta, cada vez más, verdaderamente exagerado por su extremada ridiculez. La distancia útil, entre las filas de seis viajeros, es tan limitada que te sientes, física y psicológicamente, enlatado o encajonado, especialmente cuando el vuelo soporta una importante duración en su trayecto. Nuestro viaje, gran parte del mismo a desarrollar sobre las aguas inmensas y azuladas del océano Atlántico, tenía previsto un tiempo de casi tres horas, a fin de comunicar el origen en Madrid con un apetecible destino vacacional. Sin embargo esta previsión se iba a ver parcialmente desbordada, por los avatares climatológicos y por alguna otra circunstancia de la que no fue muy explícito el comandante o piloto en los comentarios que efectuó, mayoritariamente en portugués e inglés, por los altavoces desde la cabina.

Tras rectificar esta mujer su primera ubicación, motivada por una confusión en la lectura del billete, se me quedó mirando, con un discutible (por su volumen) equipaje de mano, solicitándome ayuda, petición que de inmediato le presté. No quedó muy convencida cuando le expliqué mis razones para no cambiarle mi asiento junto al pasillo. Si a ella le gustaba esta situación, dentro del aparato, podía haberlo pedido en el momento de facturar sus maletas. Venía, sudorosa y jadeante, con unas cuantas revistas del “corazón” bajo el brazo y una amplia bolsa, de imitación piel, que colocó bajo el asiento delantero correspondiente. Mientras que las azafatas y el sobrecargo explicaban las normas básicas para la seguridad en vuelo, Berta, nombre que recordaré con firmeza en los lugares incómodos de la memoria, comenzó a desgranar sus largos monólogos, no sólo conmigo sino también con un señor muy serio, taciturno y con gafas de montura cromada, que tenía apariencia de clérigo o sacerdote secularizado. Confiaba que algunas de aquellas revistas (divisé muy bien, entre las mismas, Lecturas y el Hola) fueran de una vez abiertas, para conseguir evitar los negros presagios de una vecindad que se me aventuraba harto complicada.

Ya en el aire, tras un despegue retrasado en pista por la confluencia de otros muchos vuelos, al fin esta señora abrió las páginas de uno de sus semanarios, atiborrado desde la portada con noticias “muy importantes” acerca de separaciones, enfermedades, vacaciones idílicas y algún que otro noviazgo, todo ello sustentado en nombres de personajes y rostros que me eran básicamente desconocidos. Y ahí comenzó su primera “letanía” para el protagonismo comunicativo. Noticia o titular que leía, la comentaba con voz suficientemente elevada para reclamar la atención de sus compañeros de fila. Mientras, yo me esforzaba en continuar la lectura del libro que sostenía entre mis manos. El otro señor, que no pronunciaba palabra alguna, sólo movía, lenta y horizontalmente el cuello, como gesto cortés a las peroratas y comentarios con que nos “obsequiaba” nuestra vecina común. Pronto cerró esta primera revista y cambió la temática de su exposición. Ahora tocaba hablarnos sobre su vida, con detalles y contenidos desde su más tierna infancia, obviamente muy alejada en el tiempo por la traición testimonial de su epidermis. Resultó que era de la castellana provincia de Ávila, donde residía desde siempre. Desde muy joven estuvo al frente de una mercería y tienda de regalos (había sido propiedad de su padre) ahora cerrada por las vacaciones de agosto. A pesar del aire acondicionado que soplaba con fuerza desde los proyectores superiores, comenzó a obsequiarnos con una demostración de abanico, manejado con una más que evidente energía compulsiva.

Entre los cuarenta y cuarenta y cinco minutos desde el inicio del vuelo, nuestro aparato entró en una incómoda zona de turbulencias. Al principio, las vibraciones y movimientos del fuselaje fueron pequeñas y aceptables. Pero, de inmediato, las brusquedades y la desestabilización que nos provocaba las ráfagas y remolinos del aire se hicieron inquietantemente incómodas. En términos aeronáuticos, estos movimientos que desestabilizan el discurrir de los vuelos, se califican o computan en seis grados (de menor a mayor gravedad). Los pilotos tienen establecido “soportar” hasta el nivel de grado 2. Si este nivel se supera, suelen buscar posiciones de vuelo a mayor o menor altura (entre los nueve y once kilómetros, en que habitualmente lo hacen). Algunos vasos a medio consumir, de cafés y refrescos servidos como obsequio, terminaron por volcarse. Los baches que iba acometiendo el aparato, por las diferencias y alteraciones meteorológicas, provocaron un indisimulado ambiente de pánico, reflejado por un silencio de temor, casi total, en los viajeros. Sobre todo porque las turbulencias continuaban bamboleando, una y otra vez,  el avión. Los cinturones de seguridad fueron de nuevo ajustados en los cuerpos, por mandato del piloto o comandante de vuelo, que balbuceaba palabras técnicas, escasamente tranquilizadoras. El nivel de intensidad luminosa, en la zona de los viajeros, bajó de potencia y, en un par de ocasiones, bombillas y focos se apagaron totalmente, dejando un ambiente crispado y sombrío entre movimientos laterales y caídas bruscas en los números marcados por el altímetro. Supongo que las pulsaciones de todos los pasajeros se aceleraron. Posiblemente también, los pensamientos individuales se descontrolaron, pues nuestro vehículo aéreo cada vez temblaba y se agitaba más.

Berta era una de las escasas viajeras que continuaba con sus comentarios y frases, centrados ahora monográficamente en su persona. Como percibió que, desde hacía bastante rato, ninguno de sus compañeros de asiento le hacíamos el menor caso, comenzó a rebuscar dentro de su bolso algo que no le fue fácil encontrar. Al fin, de un pequeño bolsillo, sacó un rosario de cuentas en color rosa y azulado. Ahora tocaban los rezos de su devoción mariana, pronunciado a viva voz, para que todos los de su entorno apreciáramos la firme convicción de su fe. Entre los nervios desatados por la intensa y desbocada ración de turbulencias y la cadena mística de jaculatorias, intercaladas con los “madrecitas….” “virgencitas…..” llegaron las letanías y misterios de toda naturaleza, recitados ahora ya no solo por ella. Un eficaz colaborador, de voz grave y entonación monacal le acompañaba. ¿Quién podía ser? Pues…. nuestro común compañero de fila en ventanilla, que vio un terreno propicio para hacer explícitas sus convicciones y creencias para esos tiempos o momentos aciagos en la dificultad. Una voz desde el fondo del avión (que continuaba con sus vibraciones rítmicas) bramó con potencia para encontrar destino en los oídos de la mujer orante: “Te quieres callar ya, beata histérica. Me estás poniendo de los nervios. Los rezos en la iglesia”. Mi devota compañera, sintiéndose ofendida, intentó levantarse y volverse para responder. Pero como su muy generosa masa corporal estaba parcialmente atada al asiento, por el sufrido cinturón de seguridad, al tratar de incorporarse perdió el equilibrio y estabilidad, yendo a caer con su cuerpo doblado sobre el señor de su derecha que ahora utilizaba el latín para sus rezos y advocaciones devotas. El susto que se llevó, al verse con el orondo medio cuerpo de Berta encima fue de campeonato. Las risas del respetable templaron en algo los nervios tensionados por el duro vaivén meteorológico.

Al fin el piloto, con manifiesta destreza, modificó los planos en altura del avión, consiguiendo mejorar, de manera notable, el susto que todos llevábamos en el cuerpo y en las conciencias. Es probable que pasáramos del nivel dos, en esa escala indicadora para las turbulencias eólicas. Un sosiego, igualmente nervioso, inundó nuestra amplia cabina (cerca de doscientos viajeros). Comentarios entrecortados, perentorios viajes al servicio, suspiros aliviados y un ir de acá para allá de las azafatas, con sus uniformes azules y blancos, regalando sonrisas y atenciones por doquier, nos permitió ir recuperando unas constantes estimables de normalidad.  Personalmente, siempre tuve, para esos veintitantos minutos de desasosiego, la imagen placentera de un recorrido en tren, ahora con un AVE cómodo, seguro, puntual y con una rapidez en el desplazamiento cercano a los 300 kms/h, velocidad que hace competir sus servicios con el avión, para distancias ajenas a la servidumbre oceánica. La estabilidad de los servicios ferroviarios sobre las vías es más que elogiable.

El aterrizaje en el aeropuerto de destino sólo se vio condicionado por un intenso dolor y presión en los oídos, hecho que suele producirse cuando el avión vuela a una altura más baja, a fin de irse aproximando a la pista que le debe recibir en tierra. Un tanto más comedida mi vecina abulense, tras su continuo “espectáculo” en esas casi tres horas de viaje, se dirigió una vez más hacia mí, comentándome, a modo de despedida, alguna confidencia que me permitió entender algo mejor su abrumado y molesto comportamiento. Básicamente me dijo que llevaba dos años separada del que había sido su marido durante treinta y un años. Que ese “fulanón” (sic) la había estado engañando con una vecina de barrio durante largo tiempo, hasta que una carta anónima le puso sobre aviso de la situación. Que, desde ese “terrible” episodio, se sentía totalmente desequilibrada y con tratamiento médico psiquiátrico. Al no tener hijos, su soledad era aún más pronunciada. Le habían recomendado hacer este viaje para las vacaciones en agosto…… “En fin Sra. Lamento todo lo que le ocurre, pero entienda que hemos de dirigirnos, con prontitud, a la cinta donde nos van a devolver nuestros equipajes. Confío que pase unos felices días de vacaciones”. Afortunadamente, pude comprobar que no formaba parte de nuestro grupo, cuando el autocar nos trasladaba al hotel de la isla.

El problema iba a ser para el viaje de vuelta. Como medida precautoria, me propuse estar en la primera línea de fila, ante el mostrador de facturación de las maletas. Ese día, una vez efectuado el  check-in y mientras me dirigía al preceptivo control policial, divisé a Berta que llegaba a lo lejos, discutiendo con una persona que portaba su carrito portaequipajes camino de la ventanilla de facturación. Llevaba un atuendo colorista y veraniego, mientras su tez se mostraba intensamente bronceada. No había perdido gramos, entre playas y excursiones, sino todo lo contrario. La cola de personas en espera era, afortunadamente,  aún bastante larga. Aceleré mi paso, perdiéndome entre otros viajeros y los sonidos de los mensajes que difundían los altavoces del aeropuerto. Difícilmente íbamos a coincidir como compañeros de asiento, en nuestro retorno a Madrid. Me sentí entonces muy aliviado.- 



José L. Casado Toro (viernes 14 septiembre, 2012)
Profesor
http://www.jlcasadot.blogspot.com/
jlcasadot@yahoo.es

sábado, 8 de septiembre de 2012

EL USO DE LA PALABRA, COMO VITAL RECURSO EDUCATIVO.


Siguiendo el tradicional calendario escolar, el contenido del primer articulo, en este nuevo ciclo (ya será el quinto, consecutivo) iniciado en la primera semana de Septiembre, resulta habitual que esté dedicado a temas relacionados con el trascendente ámbito de la educación. El motivo de este proceder resulta perfectamente comprensible, dada la profesión que gozosamente he ejercido durante el periplo completo de mi vida laboral. El significado de este noveno mes, en la anualidad, siempre estará identificado con ese sabor a renovación, a cambio, a esperanza, a pesar de las muy duras y desesperanzadas expectativas que la Administración gubernamental nos anuncia e impone, para este último trimestre del año. Sin embargo, la vida en los colegios, institutos y universidades, comienza a bullir, con latidos para la cultura, los valores, el estudio, la formación, el aprendizaje y, por supuesto, la amistad. Baberos y uniformes, lápices y gomas, libros y calculadoras, mochilas y archivadores, tizas y ordenadores, atlas y diccionarios, normativas y horarios, conceptos y experiencias, clases y recreos, letras y números, palabras  y, naturalmente, ilusiones.

Sí, todo ello, que tan bien nos seduce, habla de que ha llegado este romántico mes, Septiembre, a caballo entre un verano que languidece y un otoño que nos acoge con una nueva indumentaria, sugiriendo cambios importantes en el estado del tiempo para el frescor y el vital maná de la pluviometría. Y como ayer, hoy y, siempre también, mañana, la dulce, alegre y apasionada socialización de unas aulas repletas de alumnos, organizadas con la generosidad profesional, técnica y vocacional de todos aquellos que sienten la necesidad solidaria de enseñar y aprender, al tiempo, durante esos días que conforman la estructura, temporal y conceptual, de cada semana.

Son numerosos, en cantidad y variedad, los recursos educativos de que disponen  Maestros y Profesores, para esa admirable y trascendente dedicación de enseñar, de aprender, de motivar. Todos, todos esos recursos, son importantes, útiles y necesarios. Ninguno ha de sobrar. Pero habrá que elegir bien su momento y su dinamizadora oportunidad. Recordemos algunos, de los más conocidos, para la mejor eficiencia didáctica. El uso de la pizarra, o encerado, con el novedoso libro electrónico. Los tradicionales apuntes y la practicidad de las experiencias y destrezas. La exposición “magistral” con el complementario aprendizaje autónomo. La versatilidad de la prensa y el cine. Los “tesoros” descubiertos en los archivos y las bibliotecas. Los intuitivos y mediáticos power-points y la mágica tecnología de los cañones de vídeo.  El rentable análisis del entorno y la solidaridad imprescindible del trabajo en equipo. Las lúdicas visitas educativas y de estudio y la iniciación investigadora en los laboratorios. Los eficaces talleres instrumentales y la enriquecedora simulación empática. La lectura y la práctica teatral y los juegos espectaculares para el descubrimiento. Y un largo etc, sólo determinado por los límites aplicados en la imaginación, la ilusión y la responsabilidad profesional, a pesar de los frecuentes desaciertos normativos por parte de la Administración y sus gestores.
   
Y entre todos estos recursos, que el Profesor aplica en su trabajo, sigue brillando con luz propia la fuerza intemporal de la palabra. A través de la misma, nos comunicamos con nuestros alumnos, durante esas fases explicativas tan necesarias e imprescindibles para ese proceso de enseñanza y aprendizaje, dentro y fuera del aula.  Obviamente, el docente ha de cuidar sus órganos fónicos. Ante un mal uso de los mismos, su deterioro se va a ir acrecentando con el paso de los años. Las visitas a los especialistas en otorrinolanringología son más que probables entre las personas que se dedican a la enseñanza. Las recomendaciones de estos doctores en medicina, básicamente, suelen ser las siguientes:

a) Hidratar bien las cuerdas vocales. Llevar y utilizar el contenido de una pequeña botella de agua a clase puede ser muy conveniente.

b) Evitar, en lo posible, los gritos y el alza en la voz. Aparte del daño que pueden producir en nuestra garganta, nos desestabiliza y, también, desestabilizamos en lo psicológico. Existen otros medios para controlar mejor situaciones de desatención o desorden más que elevando el tono de la voz. De igual forma, los alumnos se habituarán a esa acústica elevada y rechazarán o desatenderán cualquier otra modalidad que no posea esos niveles de sobreesfuerzo. El docente tendrás que elevar, cada vez más, más la voz para hacerse atender por parte de sus interlocutores. Esos gritos traicionan la credibilidad que los demás prestan a tu capacidad y nivel de autoridad.

c) Los centros educativos deben estar dotados de un sistema adecuado de megafonía en las aulas, que será utilizada en aquellas oportunidades que así lo aconsejen. Especialmente, en estos tiempos en que se trata de incrementar el número de alumnos que integran cada uno de los grupos en las clases. Para los centros de titularidad pública, la Administración facilita altavoces individuales a los Profesores que así lo necesiten, previa prescripción facultativa. Pero en tiempos de ahorro, es más que probable que aquéllos tengan que adquirir el preciado instrumental con sus propios fondos económicos. Parece injusto pero, lamentablemente, esto es lo que, la mayoría de las veces, sucede.

Tanto en el uso de la botella de agua, como el ayudarme del altavoz en las explicaciones, fueron hábitos que tuve que adoptar en una fase importante de mi trabajo educativo. Los propios alumnos también mimetizaron el hábito de tener su propia botella de agua en la mesa, con la autorización previa que recibieron de sus Profesores. En cuanto al uso del altavoz, recuerdo algunas bromas en los primeros días de su aplicación pero, con el  paso del tiempo, los propios escolares valoraban en positivo la eficacia de esta simple, pero tan eficaz, tecnología.

d) Una importante cuestión, cuando estamos explicando alguna temática, es el ritmo que debemos imprimir a nuestras palabras. Parece lógico que  el alumno se debe enterar de lo que estamos diciendo. Y determinadas “velocidades” no facilitan este objetivo. Podemos llevar prisa por acabar un determinado capítulo o temática. Pero el hablar rápido puede conllevar que tengamos que volver al principio, pues habrá un porcentaje de oyentes que no nos sigan por esa aceleración que hemos aplicado. No es que tratemos de “dormir” al auditorio, pero el hablar despacio, modulando las sílabas y el final de las palabras, facilita la comprensión del mensaje. Sugerencia, es evidente, para todas las disciplinas y áreas temáticas. Pero, de manera especial, en los Profesores de idiomas. Éstos deben comprender que las velocidades expresivas son desaconsejables, especialmente en los primeros meses, si pretenden que sus alumnos, todos, se enteren y les sigan.

e) Nadie discute que la rica y versátil lengua castellana es pronunciada de forma diferente, según el ámbito espacial desde donde se aplique. La pronunciación se va a ver “lastrada o potenciada” por el uso realizado de esta lengua en las diferentes Comunidades Autónomas. Y dentro de esos espacios regionales, también habrá diferencias en la peculiar forma de hablar. Es decir, entre Castilla y León y Andalucía notaremos importantes diferencias, que serán igualmente matizadas por el habla usual de un sevillano, un granadino o un malagueño. Pretender que una persona que siempre ha vivido en Málaga aplique la pronunciación de un vallisoletano es un planteamiento absurdo y sin sentido. Sobre todo cuando desde Córdoba o Jaén se intenta, ridículamente,  imitar la forma de hablar de un ciudadano de Castilla-la Mancha. En todo caso, desde Andalucía tendremos que hacer un sobreesfuerzo a fin de terminar bien las sílabas que componen la estructura de las palabras. De igual modo, habremos de cuidar el uso de frecuentes modismos en la exposición de nuestras ideas que no favorecen la comprensión básica del mensaje que tratamos de transmitir.

Es muy probable que, en más de una ocasión, hayamos escuchado y pronunciado frases como las que, a continuación, se transcriben.

Me sentí cautivado …….. por la belleza que reflejaban sus ojos ….. por la bondad de su carácter…… por su respetuoso saber escuchar ……. por la alegría que sabía transmitir ….. por la suavidad y tonalidad de su piel …… por esa inocencia que traslucía en sus gestos y respuestas …… por esa sonrisa que florecía permanentemente en su rostro ….. por su admirable capacidad para generar serenidad ….. por la delgadez y fragilidad de su cuerpo ….. por la forma sugerente de vestir y calzar ….. por la capacidad espontánea e imaginativa  de sus proyectos ....... por la mágica atracción que poseía en sus manos (o en otro órgano corporal) ….. por la firmeza y virilidad de su carácter….. por su inteligente y permanente simplificación de los problemas …. por el manantial incalculable de su cultura…..  desde que conocí cuál era su nombre…... y un largo y fructífero etc. Pero también, y éste es el caso, por la tonalidad y dulzura de sus palabras.

La voz de una persona puede provocar, por sí sola, atracción o rechazo. Esa tonalidad, esa dicción, puede transmitir veracidad o falsedad, intuición o confusión, ilusión o pereza. Por ello es tan importante cuidar, modular y dulcificar/vigorizar nuestra voz. Para un actor, para un locutor, para un narrador, esa capacidad fónica será un instrumental de valor incalculable para el ejercicio de su actividad. Y, nadie debe dudarlo, también para el Profesor, el Maestro, el docente y el educador.

Entre todo el conjunto de recursos didácticos, que el profesional de la educación tiene a su disposición, el uso de la palabra debe ser ese medio insustituible que ayude o provoque la motivación y el interés, facilitando, la atención y el dinamismo discente en el proceso dual de la enseñanza y el aprendizaje. Junto a la imaginación y la responsabilidad autoformativa, poseemos el gran valor, la fuerza dinamizadora, verdaderamente incuestionable, de la palabra. El buen Profesor tiene conciencia de ello. Sus alumnos….. también. Sepamos, técnica, instrumental y psicológicamente, aprovecharla.-


José L. Casado Toro (viernes 7 septiembre, 2012)
Profesor
http://www.jlcasadot.blogspot.com/