viernes, 25 de abril de 2014

UNA ENTREVISTA LABORAL, PARA TIEMPOS EN CRISIS.


Mónica tiene veintiocho años. Gracias a la fortuna de una buena naturaleza, su apariencia física podría aparejarla a una de esas chicas que acaban de entrar en primero de facultad. A la fragilidad de su cuerpo, con una carencia extrema de gramos en el peso, suma una mirada dulce e infantil que facilita la relación social con el entorno social en el que transcurre su vida. Ciertamente predomina la timidez en su carácter pero, como contraste, este hecho favorece y potencia la transmisión de encanto y delicadeza.

Esta  joven universitaria hace ya un lustro en que terminó su grado de Filología hispánica en la UMA. Hasta el momento, ha carecido de suerte en lo laboral, pues las posibilidades docentes han quedado muy constreñidas a causa de esa oleada de recortes económicos en tiempos de crisis. Sustituyó a una amiga en la academia donde ésta imparte docencia, aunque sólo fue por un período de cuatro meses. También consiguió  dar unas clases particulares, a familias bien y, por supuesto, la preparación de oposiciones. Esas que llevan años sin convocarse. Su padre ha de asumir una economía ajustada pues trabaja a comisión, llevando unas representaciones en el sector alimenticio, que apenas pueden sostener las necesidades de una familia de cuatro miembros (su hermano, seis años menor y sin titulación académica, hace trabajos de camarero, muy esporádicos, en cafeterías y restaurantes).

Desde que finalizó su licenciatura, inundó de solicitudes y currículos un amplio listado de empresas y organismos, con sede en la ciudad donde nació. También, algunos situados fuera de la capital malagueña. No sólo pertenecientes al ámbito educativo, sino también a sectores que nada tienen que ver con su preparación universitaria. Pero la mayoría de esos ofrecimientos no tuvieron la respuesta afortunada para sus objetivos profesionales. Sin embargo, hace una semana, recibió una carta en la que se le indicaba que su solicitud y perfil había sido seleccionado, junto a otras opciones, a fin de elegir un puesto de trabajo para cuatro meses (prorrogables en función de una serie de variables). Se le convocaba para realizar una entrevista laboral, con el detalle del horario y lugar al efecto, previa a la decisión final que adoptaría el departamento de personal. El remite de la misiva correspondía a una empresa especializada en ofertas y demandas laborales. No se le concretaba el nombre del posible establecimiento, sólo que correspondía a un importante complejo comercial.

En este momento Mónica está sin pareja estable. La relación con su novio “de toda la vida” Valen, al que conoció en las aulas escolares de secundaria, hace ya año y medio que se fue al traste. Ella (que durante unas semanas mantuvo el doble engaño) se había encariñado con un vecino del barrio, de físico y locuacidad sumamente atrayente que, tras unos meses de fogosidad afectiva, buscó otros destinos para sus intereses y devaneos sentimentales. Ahora, a muy escasos días para la entrevista, está muy centrada en preparar ese diálogo que puede abrirle el camino para un puesto de trabajo, años y meses ansiado. Nunca ha realizado una experiencia de esta naturaleza. Sus amigos le han aconsejado algunas orientaciones en cuanto a la forma de vestir, a los temas que de forma usual aparecen en estos diálogos y la mejor manera de afrontarlos y, por supuesto, a los proyectos y objetivos que deben plantear los aspirantes al puesto laboral. Y, con la tensión propia del caso, llegó para ella ese martes en el que iba a “luchar” por ese trabajo diario que pudiera dar estabilidad económica y anímica a su vida.

Unos minutos antes de la hora de cita, fijada para las 16,30 de la tarde, entró en una desangelada y pobremente iluminada sala de espera (sólo había un pequeño ventanuco que daba a un patio interior) donde ya aguardaban otros dos aspirantes al puesto, un hombre metido en la treintena y una joven, con una edad similar a la de Mónica. Tras el saludo cortés, las tres personas comenzaron el inevitable proceso de análisis visual. Cruzaron sus miradas y cada uno de ellos hacía cábalas acerca de la competitividad que iba a encontrar entre sus compañeros de habitación.

Braulio es diplomado en Empresariales. Casado y con dos hijos pequeños, lleva en el paro desde hace tres años y medio, cuando la agencia de viajes donde trabajaba entró en un proceso de suspensión de pagos, con la quiebra contable subsiguiente. Hace ya tiempo que el subsidio de desempleo se le acabó, siendo su situación actual bastante angustiosa en el plano económico. A su mujer, cajera de unos grandes almacenes, le llaman de forma intermitente para su puesto laboral, siempre por días o incluso horas. Este pequeño oxígeno es compartido con alguna ayuda de su madre, una modesta pensionista, pero este apoyo es muy limitado. Ha intentado trabajar en “lo que sea” (incluso de “hombre anuncio”, en la costa) pero los resultados han sido muy escasos, tanto en retribución como en continuidad.

La otra chica se llama Ana. Dejó sus estudios en el bachillerato, uniéndose en pareja a un aventurero de dudosa existencia, lindando sus actividades siempre en el terreno de lo paralegal. Tras dos años de convivencia, aquél se cansó de su compañía, dejándola en el abandono con un niño pequeño que ahora alcanza los cuatro años de edad. Gracias a la  influencia materna, es bastante diestra en el arte de la peluquería, aunque por falta de medios nunca ha podido establecerse por su cuenta. Ha trabajado, también de forma intermitente, en algunos salones de estética para el cabello y la manicura. Pero ahora lleva muchos meses sin nada, viviendo en casa de sus padres, a los que ayuda en un modesto negocio de chucherías y refrescos, sito en una barriada próxima a la autovía de las Pedrizas.

Habían pasado ya unos diez minutos de la hora prevista, cuando entró Braulio al despacho ocupado por una especialista en psicología del trabajo. Casi media hora más tarde, este hombre abandonó la oficina. Aparentaba facialmente un sentimiento de satisfacción. Resultaba obvio que su intervención le había dejado esperanzado, en orden a la posibilidad de conseguir el preciado puesto laboral. A continuación fue Ana quien entró en ese habitáculo que, a través de la puerta, se percibía mejor iluminado que la sala de espera. No mucho más de quince minutos fue el tiempo en que esta chica estuvo entrevistándose con la especialista. Cuando salió de la habitación, se la veía visiblemente nerviosa y con el tono de tensión subido a la blancura de su rostro.

Mónica se repetía, entretanto, numerosos detalles y sugerencias que, de aquí y de allá, había ido recopilando para conseguir una buena presentación e intervención. Antes de salir de casa, tomó un relajante muscular, a fin de evitar esos errores que los nervios y la tensión provocan en momentos clave de nuestro comportamiento. Su vestimenta estaba a medio camino entre lo informal y el gusto por la elegancia. El calor de un junio pre-veraniego le aconsejó llevar un look deportivo para la ocasión. Se decía a sí misma que tendría que dejar los nervios en el bolsillo; que debía hablar despacio, haciendo bien las inflexiones; que era necesario mirar a los ojos del entrevistador, pero con una cierta delicadeza; que, ante cuestiones ideológicas, tendría que extremar la prudencia; que podrían preguntarle algo en inglés……

“Srta. Mabela, tenga la bondad de pasar” le dijo el administrativo. Nuestra protagonista cubría la agilidad de su cuerpo con una camisa blanca, de manga corta, más una rebeca celeste. Sus vaqueros, de marca, eran color azul oscuro. La misma tonalidad que sus sandalias de vestir. Aparte de un pequeño bolso, llevaba consigo un portafolios oscuro, a fin de anotar los datos que fuesen necesarios. Nada más atravesar el quicio de la puerta, y ver la imagen de la persona que permanecía sentada detrás de la mesa, las palpitaciones en el corazón de Mónica se dispararon sin control. Y no sólo fue ella quien sufrió el impacto. Esa misma tarde, la psicóloga encargada de llevar la entrevista analizó brevemente los nombres de las tres personas que habían sido seleccionadas por otro departamento. Reconoció de inmediato el nombre de quien había sido, durante un largo tiempo, la novia de su hermano, el cual había sufrido la postergación afectiva a causa de un capricho puntual de la persona en quien confiaba. Sara Fernández quiso en un primer momento renunciar a ser la entrevistadora para el puesto de trabajo. Pero un superior, en el gabinete al que pertenece, conociendo sus argumentos, al fin la convenció  que debía priorizar  su responsabilidad profesional por encima de otros hechos que pertenecían a la privacidad de su vida.

“Le ruego tome asiento, Srta. Mabela. Obviamente Vd. y yo nos conocemos. Pero en este momento debe quedar por delante la seriedad, la equidad y la responsabilidad profesional, superando otras consideraciones que pertenecen al marco de nuestras respectivas privacidades. Pero si lo considera más justo, no tengo el menor reparo en ceder este lugar a otro compañero, a fin de que sea éste quien emita el correspondiente informe. Por el contrario si entiende que debemos continuar pasaré a plantearle el cuestionario que tengo preparado al efecto. El mismo que ha sido atendido por  las dos personas que le han precedido en el lugar que ahora Vd. ocupa”.

Estas casualidades no son frecuentes pero alguna vez, y de forma generalmente inesperada, pueden tomar protagonismo en el discurrir cotidiano de nuestras biografías. Mónica respondió puntualmente a todo el cuestionario,  aunque estuvo durante esos veinte minutos sometida a un estado cercano al shock emocional. Supo sacer fuerzas de flaqueza para defender con dignidad sus argumentos y aportaciones frente a los interrogantes que le planteaba la persona diplomada en psicología.

“¿Desea añadir algo más, señorita?. Por lo que mi respecta hemos finalizado. Cuando lo desee puede abandonar este despacho. Que tenga una buena tarde”. Mónica solo respondió con el agradecimiento educado y el adiós. No hubo otro saludo entre ambas mujeres. Cuando salió del portal de la agencia, el reloj marcaba las 18,25 horas. El cielo se había nublado La típica borrasca de un junio agudizado en lo térmico dejó caer, de inmediato, un fino aguacero. No quiso ir directamente a casa. Prefería caminar y sentir el frescor de las gotas de agua, resbalando sobre la tensión anímica que mostraba su cuerpo.

Pasados cinco días, recibió una carta en el buzón de su domicilio. La agencia le comunicaba que para el puesto de controlador de existencias, en el hipermercado, había sido elegida otra persona. Que su expediente sería tenido en cuenta para futuras vacantes. Y que se le agradecía su generosa disposición. Otra carta, que se recibió en el domicilio de Braulio, llevó la alegría y la esperanza a una familia profundamente necesitada.-



Profesor
jlcasadot@yahoo.es


domingo, 20 de abril de 2014

IDA Y WANDA, EN EL NECESARIO CAMINO DE SU VERDAD.


INTRODUCCIÓN.
Hay películas que te facilitan el saludable e inteligente ejercicio de pensar. Sin embargo, en otros productos cinematográficos su director, y la industria que lo respalda, ya lo ha hecho por ti. En este último caso el espectador se ve empequeñecido y “obligado” a ver y asumir lo que otros han decidido por él. Su criticismo y análisis del discurso que se le ofrece se ve atenazado por un estado de pasivo letargo, en el que reirá o temblará, pero como un espejo sin azogue que no reflejará la verdadera realidad que tiene delante. De manera afortunada llegan, pacientemente a nuestras pantallas, algunos films que narran historias diferentes, utilizando para ello intérpretes y argumentos, atrezos y puestas en escena, que nos hacen reflexionar y comprender un tanto mejor el mundo que nos acoge y sustenta. Son películas de un cine alejado de la macro-industria de Hollywood o similar. Este cine, llámese independiente, alternativo, europeo o de otras geografías, nos hace recuperar, con la ilusión del “converso” o con el ímpetu del “partisano”, la fuerza estética, conceptual y anímica de unos personajes y unos hechos que saben y transmiten credibilidad y verdad. No, no es fácil ni frecuente que este tipo de cinematografía alcance un acomodado o adocenado posicionamiento en las grandes carteleras. Sin embargo, de tarde en tarde, nos llegan cintas y materiales que nos hacen recuperar nuestra identidad con ese gran arte de la vida, escenificada y proyectada en una pantalla de cine o en ese televisor que, tantas veces, aburre y amodorra.

DATOS BÁSICOS DE LA PELÍCULA “IDA”.
PAWEL PAWLIKOWSKI (Varsovia, 1957) rueda este su quinto largometraje en Polonia aunque, en la actualidad, se halla afincado residencialmente en Gran Bretaña. No es muy extenso el tiempo de narración, sólo 80 minutos, suficientes para contar un complicado drama desarrollado en la Polonia de 1960, bajo un régimen de socialización comunista dependiente del rígido control impuesto por la URSS. En esa casi hora y media de metraje son tratadas temáticas muy controvertidas que afectan a la religión católica, a la familia, a las consecuencias de la expansión nazi por la Europa del Este, al sentimiento de culpa y la búsqueda de la identidad personal, a la aventura de una road movie, tanto material como espiritual, a la responsabilidad individual y colectiva de unos hechos que tratan de silenciarse en la cobardía del olvido. Posiblemente, habrían sido necesarios más minutos a fin de explicar mejor la evolución psicológica de una de las dos principales protagonistas, Ida Lebenstein. Esta gran película ha sido premiada en los festivales de Toronto, Gijón, Londres y Varsovia, distinciones todas ellas recibidas en 2013 año de su realización. Rodada en una maravillosa fotografía en escala de grises, en una ratio desusada del 4/3 (una pantalla casi cuadrada) que nos hace añorar el cine de otras épocas para su mayor gloria estética. El guión ha sido escrito por el propio director, junto a su hermana Rebeca.

¿CUÁL ES, BÁSICAMENTE,  LA TRAMA ARGUMENTAL?
La hermana Anna (AGATA TRZEBUCHOWSKA) vive en un convento de monjas, desde que era muy pequeña. Ahora, en 1962, con dieciocho años de edad y antes de tomar sus votos, es enviada por la superiora de la comunidad a casa de su único familiar, Wanda Gruz (AGATA KULESZA (Szcrecin 1971) tía de la novicia y de la cual ésta no tenía noticia alguna hasta este momento. Debe conocer algo de la historia que articula su vida, antes de dar ese paso decisivo que supone dedicar el resto de su existencia al servicio absoluto de la fe en Cristo. Wanda le explica a su sobrina que su verdadero nombre es Ida Lebenstein. Y que es judía, al igual que sus padres que fallecieron durante la ocupación nazi del territorio polaco. Tía y sobrina emprenden una azaroso viaje en busca de datos que puedan aclarar mucho de la historia de ambas mujeres y, especialmente, el lugar donde los padres de Ida están enterrados. Acuden a su antigua casa, ahora ocupada por otra familia formada por Feliks Skiba (ADAM SZYSKOWSKI) junto a su mujer y un hijo pequeño. Este hombre asesinó a los padres de la novicia, en aquellos tiempos finales de la 2ª Guerra Mundial, por su aversión antisemita y para quedarse con esa vivienda en la que actualmente reside. Con  la promesa de Ida de que mantenga esa propiedad, accede a llevarlas al lugar donde están ocultos los cuerpos de aquel joven matrimonio y del propio hijo de Wanda, a fin de que las dos mujeres puedan recoger sus restos y enterrarlos convenientemente en el cementerio de esa pequeña localidad llamada Priska. Durante el viaje en búsqueda de la identidad de sus respectivos pasados, recogen a un joven músico saxofonista (DAVID OGRODNICK)  que tiene que actuar en esa ciudad. Ida mantiene una relación de experiencia sexual con el joven, aunque al final decide volver al convento para profesar los votos y entregarse a la vida contemplativa. Mientras, su tía Wanda, profundamente vacía en lo anímico y en lo social, pone fin a su vida en medio de la desesperanza más absoluta. El largo travelling final de la película es estética y conceptualmente estremecedor, por parte de una joven que quiere apartarse del mundo buscando en la fe el camino de su realización personal.

MUJERES EN LA ENCRUCIJADA.
Son dos personajes, vinculados familiarmente, que soportan, cada una a su manera, la angustia de la realidad que determina sus vidas. De igual forma, cada una de estas mujeres tratan de poner fin a ese vínculo vital, al que no le tienen apego ni credibilidad.

WANDA GRUZ. Ha vivido la angustia de la persecución, por ser judía, durante la ocupación nazi. Ocultó esa pertenencia sacrificando todo lo que un ser puede pagar, a fin de salvar su vida. Ve como el antisemitismo de sus propios conciudadanos acaba con lo más entrañable de su existencia, esa familia a la que pertenece. Para disimular aún más su raíces judías, se convierte en una funcionaria poderosa, implacable y sin piedad de la dictadura comunista en los años de posguerra. Le llamaban Wanda “la Roja”, por esas sentencias a muerte contra “los enemigos del pueblo” que decretaba sin misericordia, desde su puesto acomodado de jueza represora. Con el paso de los años cae de lleno en la dipsomanía o alcoholismo; en el amor libre; en la dependencia del tabaco; y en el vacío existencial más absoluto. Tras enterrar a sus deudos, comprende que su camino en la vida carece de sentido por lo que adopta la decisión de suicidarse arrojándose por una ventana, buscando la expiación de los errores que claman desde su conciencia.


IDA LEBENSTEIN, la bella novicia Anna, sobrina de la anterior, ha vivido la mayor parte de sus dieciocho años de existencia encerrada entre las paredes blindadas e impermeables al mundo de un convento de religiosas. Nada sabe de su pasado u origen. Quiere entregar su alma y cuerpo al servicio de la fe religiosa que le han inculcado, desde que fue llevada a esa comunidad a fin de salvarle la vida, por su ascendiente judío. Antes de profesar los votos, entra e investiga el mundo exterior existente a la mentalidad creyente de unas personas que se aíslan voluntariamente del mundo. La relación con el ateísmo profundo de su tía, la dura negociación con el asesino de sus padres, la experiencia carnal con el joven saxofonista, que le ofrece un proyecto de vida inmerso en la sencillez y la materialidad hace que, sintiendo un miedo superior, acelere su vuelta al convento, huyendo de un mundo exterior que ni comprende ni acepta. Será como otra muerte en vida, sólo endulzada por la fuerza de la creencia religiosa y ese fundamento misterioso en la fe del que tantos carecen.



EL ANTISEMITISMO INSTITUCIONAL Y POPULAR.
El director Pawlikowski denuncia en esta dura y, al tiempo, sensible historia, la actitud de sus compatriotas contra los judíos polacos, en tiempos de la segunda Guerra Mundial. Como en otros países, las semillas de la intolerancia, la falta de respeto a las creencias ajenas y la búsqueda del chivo expiatorio para las maldades humanas anidaban en esta sociedad, a mediados de la centuria anterior. Precisamente, en un pueblo donde la tradición práctica del catolicismo caracteriza a una colectividad que defiende ese argumento por encima de ideologías que rechazan la fuerza de la creencia sobre la materialidad. Ese odio, o también el temor interesado, en aquellos luctuosos años de la ocupación ejercida por el imperialismo nazi, es una mácula que tantos llevarán por generaciones, en clara contradicción con el cristianismo misericordioso del que se jactan y dicen practicar. Pero esa hipocresía, tanto en las conciencias como en la práctica doctrinaria, no es novedosa. Ni antes, ni ahora. Ni allá, ni acá. Eso sí que es un profundo problema para la credibilidad confesional.


Y TAMBIÉN….. PUDO SUCEDER ASÍ.
Es frecuente que el espectador (también el lector, por supuesto) se muestre reacio en aceptar la historia que le ofrece el director, el arquitecto, el escultor o el pintor (en sentido metafórico o real) que ha modelado la historia. En este posicionamiento crítico, travieso y valiente en lo imaginativo vemos que, tras el suicidio de Wanda, Ida afronta con otra perspectiva el sentido que desea dar a su existencia. Proyecto de vida que se halla en los primeros capítulos de su anónima biografía. Afronta esa disyuntiva de huir o vivir en la vida. De priorizar la luz de cada uno de los días, sobre esa gozosa creencia futura tras el tránsito cruel de la muerte. A un lado, la familia conventual. En el otro, esa otra comunidad más reducida y directa, de un vínculo matrimonial, con unos hijos que sustenten la convivencia familiar, en un contexto valiente de alegrías y nublados, de realidades y ensueños, de humedad y sequía. Han pasado los años. La antigua novicia es hoy madre de dos hijas adolescentes, Maquia y Razzia, que labran su porvenir formándose en un centro público de secundaria. Hace unos años que David quiso seguir la senda de otra compañera que le ofrecía su apetitosa novedad, material y psicológica, en ese camino sin destino o lugar para las creencias del más allá. Ida trabaja en una fábrica de componentes electrónicos, en largas jornadas compensadas con una básica retribución para la subsistencia. Algunos domingos, cuando la temperatura ausenta su gesto de hostilidad, pasea con sus hijas por los aledaños de un valle cercano. En esta naturaleza se encastra una gran masa pétrea conventual, presidido por una imagen del Sagrado Corazón, en el centro del gran patio frontal. En su interior, la comunidad religiosa pasa sus horas ocupadas en el rezo, el trabajo, la meditación y en el canto de sus creencias. Ida contempla esas dos vidas que marchan paralelas, con esos destinos inescrutables que otros, tal vez, escribirán.-
---------------------------------
Puede ser un excelente ejercicio, intelectual y estético, asistir a la proyección de esta película, reflexionando y gozando con los elementos formales y conceptuales que la historia nos ofrece y que plantean otra forma (sin duda acertada) de hacer buen cine.- 


José L. Casado Toro (viernes, 18 abril, 2014)
Profesor
jlcasadot@yahoo.es

viernes, 11 de abril de 2014

ESTRENANDO, EN UN DOMINGO DE RAMOS.


Aquél era un gran día festivo, marcado por la diferencia. En realidad son dos los domingos emblemáticos, Ramos y Resurrección, que encuadran una Semana litúrgica que ofrece luz propia a la Primavera. Pero mientras el último señalaba la inmediata vuelta a las obligaciones escolares, el de Ramos era el punto de partida a una semana vacacional que se esperaba con agrado, tras un largo trimestre invernal que marcaba el tercio central del aprendizaje en las aulas.

Desde horas tempranas de la mañana, y sin diferencia de edad, se cumplía con el rito católico de la bendición y procesión de las palmas. También los ramos de hojas de olivo simbolizaban esa semana especial,  que ponía fin a la Cuaresma, hasta llegar a la Pascua de la Fe católica. Las palmas amarillas y verdes, eran colocadas entre los barrotes de los balcones mientras, desde las primeras horas de la tarde, ya recorría nuestras calles la primera y anhelada  procesión, resaltada con una mayoritaria participación infantil. Era la Pollinica, en ese argot popular que traducía el paso o trono de Jesús entrando en Jerusalén, a lomos de una burra acompañado de sus apóstoles. Posteriormente, otras cofradías desfilaban por los itinerarios de pueblos y ciudades, paseando esa iconografía sacra en medio del fervor, la admiración, el respeto o/y la diversión de miles de personas, en las aceras, cruces y tribunas, tanto en el recorrido oficial como por otras arterias y barriadas de la planimetría urbana.

En ese primer domingo de la Semana de Pasión, con el que finaliza el período de la Cuaresma, existía la simpática tradición (aún hoy muchas personas lo llevan a efecto) de estrenar ropa de vestir o un calzado para el verano, hábito señalado de manera especial para los más jóvenes de la casa. Las distintas familias se esforzaban en mantener esa costumbre, reflejada en el atuendo que los niños y niñas lucían, tanto en la celebraciones de la misa de palmas, como por la tarde, en su principal procesión. Todo ello bajo la templanza térmica de un sol de justicia, que favorecía la presencia de miles de familias protegidas por la generosa bondad de la meteorología.
   
Años sesenta, de la anterior centuria. José Ángel (conocido como “el Tato”, entre la chiquillería del barrio) vive con su abuela Engracia, Esta buena mujer, enviudada hace unos años y curtida en los mil y un avatares de toda existencia, regenta la portería de un gran bloque de vecinos de treinta y seis viviendas, pudiendo utilizar, para ella y su nieto, una habitación con cocina y cuarto de aseo, en la terraza que cubre el edificio, espacio también dedicado a tendedero por algunos miembros de la comunidad. La mayoría de estas familias tienen su vivienda en régimen de alquiler, pagando una renta mensual al propietario con un coste relativamente bajo.

Ana, la madre de este niño que acaba de cumplir los diez años, lo dejó al cuidado de su abuela cuando apenas llevaba dos en la vida. La chica, una inestable y joven madre soltera, se encariñó con un feriante de fácil palabra y apuesta figura, yéndose con él como compañera de aventura, por todos esos pueblos y ferias de la geografía peninsular. Muy espaciadamente envía cartas a su madre, preguntando cómo sigue su hijo. Conociendo los valores de esta mujer, sabe que está bien cuidado y con una existencia más equilibrada que la que ella difícilmente podría ofrecerle.

El niño es muy inquieto, habiendo sacado el temperamento nervioso de su alocada mamá. Pero su abuela se ocupa de que vaya todos los días al colegio y sabe corregir sus travesuras, tratando de evitar que siga el camino erróneo que su hija ha emprendido en esa década complicada de la post-adolescencia. Sus medios económicos son muy limitados pues su difunto Rafael, autónomo de la venta ambulante, no tuvo la previsión de cotizar para el futuro, y a ella sólo le ha quedado una modestísima pensión asistencial. Sin embargo, tanto a ella como a su nieto, no les falta cada día un plato caliente en la mesa y una ropa aseada, aunque humilde, con la que vestir. Deja que, un rato en la tarde, el Tato juegue en la calle con los otros niños y niñas de la barriada. Pero, siempre que haya hecho los deberes que el maestro le ha puesto en la escuela pública a la que asiste. Para ella, la radio es su principal distracción, cuando abandona el cuarto de la portería, a eso de las ocho, una vez que ha bajado las bolsas de basura que los vecinos le han dejado en las puertas de sus pisos. Tras preparar la cena y el lavado de los platos, suele descansar con un ratito de croché escuchando algún programa distraído, como novelas o concursos,  en Radio Nacional o la cadena SER.

Cuando el Tato juega en el patio del Colegio y también en la plaza por la tarde con los amigos, algunos de éstos comentan acerca de lo que sus padres les van a comprar para estreno en la procesión  del Domingo de Ramos. Generalmente algún pantalón o camisa, aunque también alguna zapatilla deportiva o sandalias para el próximo verano. Este tema de conversación despertaba, en chicos de familias modestas, una cierta competitividad, recelo o enfados, por parte de aquéllos que presumían no iban a ser beneficiados  para recibir y lucir esa prenda simbólica, en el inicio de la Semana Santa. El chico también se veía afectado por estas diferencias que sus amigos mostraban. Veía que su abuela no podía acceder a lo que él le pidiera, pues en su casa apenas había para una alimentación básica. Su tata o abuela le decía que había que aprovechar la ropa disponible, aquella estaba de buen uso todavía. Pero el mimetismo y la arrogancia infantil de algunos amigos calentaba la cabeza de este niño que sólo tenía diez años y el cariño y la dedicación de su abuela. El chico apenas se acordaba de su madre. En cuanto a su padre, no llegó a conocerlo. Si no hubiera sido por esta buena mujer, su orfandad hubiera sido de lo más absoluta.

Pudo más la tentación y esas comparaciones en lo humano que nos desequilibran. Especialmente en personas muy jóvenes y carentes aún de la suficiente madurez formativa. Aquella infausta tarde del miércoles, El Tato no fue a jugar con sus amigos. Se llegó a un gran almacén de ropa y material deportivo, sito en la avenida principal de la ciudad y estuvo mirando, una y otra vez, el material expuesto para la venta. Especialmente se detuvo en la sección de zapatería deportiva. Quedó prendado en unas zapatillas de marca, con el elevado valor de veinticinco pesetas. Eran de piel y goma, predominando el color blanco con unas rallas diagonales azules y rojas. Entre las cajas del expositor vio rápidamente el número que él solía calzar: el 37. Aprovechando que había muchos clientes en esa sección del comercio, tomó la caja y se fue al probador. Allí se puso las deportivas, dejando en el interior de la caja sus viejos zapatos gorila, ya muy desgastados por el uso. 

Alegre e inconsciente se dirigió a la puerta de salida, pensando que cuatro días más tarde iba a poder lucir también algo de estreno, en un momento tan importante como era esa procesión de los niños. Un policía de seguridad le retuvo en la misma puerta, ante la ingenua sorpresa del chico. Le condujo a un apartado interior donde estaban aguardando dos personas, un hombre de mediana edad y una mujer joven, ambos con el semblante muy serio. El proceso es fácil de suponer. Tras recabar los datos de su familia, los dos encargados del negocio acudieron al domicilio del Tato ya que en su casa no había teléfono. Tras informar a Engracia de lo sucedido, las tres personas se desplazaron con urgencia a los almacenes. Allí le explicaron a esta señora que tenían que llamar a la policía, para que un juez de menores se hiciera cargo del caso.  

Engracia rogó repetidas veces, entre lágrimas, que ella afrontaría el coste de lo robado y que el chico recibiría el correspondiente castigo. Y que incluso pagaría el precio de las zapatillas, aunque éstas se quedasen en la tienda. Ver a su nieto ante  un juez de menores era una situación terrible que, en modo alguno, quería experimentar. En un momento concreto, se incorporó al grupo de seguridad un hombre, de unos treinta y pocos años, que pidió información exacta acerca de lo que estaba ocurriendo. Parece ser que era hijo de alguno de los dueños del establecimiento. Preguntó al Tato los motivos exactos por los que había querido hurtar esas zapatillas. Tras ojear los documentos que manejaba seguridad (datos correspondientes al chico y a su abuela) se quedó muy pensativo, cambiándosele el color de su rostro. Pidió a los policías hablar con ellos a solas, saliendo las tres personas de esa pequeña habitación.

Al cabo de unos diez minutos, el oficial encargado de seguridad  comunicó a la abuela del Tato que ambos podían marcharse. Que el establecimiento no iba a presentar denuncia alguna a la policía, con respecto a lo que había sucedido. Y animaba a Engracia a educar y controlar mejor  el comportamiento de su nieto.

¿Qué había podido suceder, para este cambio tan profundo en la actitud  de los servicios de seguridad?

Tres días más tarde, en la víspera del Domingo de Ramos, un mensajero del establecimiento de material deportivo se presentó en el domicilio de Engracia. Ella aún permanecía en la portería, pues aún tenía que llevar las bolsas de basura al contenedor de la calle. El empleado de la tienda le entregó una bolsa en cuyo interior iban las zapatillas de deporte y una nota personal.

“Estimada Sra. Entiendo y valoro el esfuerzo que realiza por educar a su nieto, ante la ausencia de unos padres que tendrían que llevar a cabo esa importante responsabilidad. Sra, cuando conocí los datos y alguna circunstancia de su persona y la de su nieto, me vino a la mente una historia ya lejana en la que estuvo implicado mi hermano mayor, José Ángel. Me he documentado y creo no tener dudas acerca de la vinculación de ese niño, con este familiar del que le hablo. Sí, son casualidades de la vida pero…. a veces ocurren. Le ruego acepte estas deportivas, para que su nieto pueda estrenarlas mañana y sin tener que desviarse de una buena conducta. Cada mes VD. recibirá una pequeña cantidad como ayuda, ya que conozco perfectamente las carencias económicas que ha de afrontar en el día a día. No me cabe la menor duda que está Vd. esforzándose por hacer lo mejor en orden a la formación de su nieto. Seguiremos en contacto y le agradeceré me comente acerca de la evolución que José Ángel desarrolla en su vida. Atte. Vidal Páez”.


Tambores y cera, túnicas y estandartes, saetas y flores, piropos y promesas, chucherías y rezos, capirotes y fiestas, lujo y cornetas, fervor y negocio, gula y jolgorio, sentimiento y milicia, fanatismo e inteligencia, ocio y cultura, arte y liturgia, espectáculo y creencia, fe y falacia, ostentación y pobreza.
El Cautivo y la Sangre. El Rocío y la Esperanza.-



José L. Casado Toro (viernes, 11 abril, 2014)
Profesor
jlcasadot@yahoo.es

viernes, 4 de abril de 2014

LUCES Y SOMBRAS, EN EL SENO DE LA SOCIEDAD OPULENTA.


En esta traviesa atmósfera que nos envuelve, a veces crispada hasta la tensión, en otras ocasiones sosegada con su placidez, existen imágenes que motivan y ponen a funcionar la potencia de nuestra imaginación. En esa proximidad contrastada de la distancia, nos encontramos con anónimos personajes, caracterizados por un atuendo y comportamiento especial, que obviamente tienen en su privacidad biográfica, una historia con páginas imprevisibles, tal vez insólitas y de contenidos siempre atrayentes para su conocimiento. Nos vamos cruzando plástica y reflexivamente con ellos, dibujando el quehacer laboral o lúdico de cada jornada. Así que, día tras día, se nos va haciendo familiar su presencia, aunque desconozcamos datos concretos de la personalidad real que tras su imagen, en general silenciosa, ocultan.

Podemos encontrarlos bajo el dintel de una puerta eclesiástica, en aquella confluencia semafórica en la que se detienen los vehículos unos preciados segundos, en la cercanía del súper o del complejo comercial o en ese jardín que acoge sin requisitos previos a todos los que se guarnecen de su barata hospitalidad. Suelen representar edades avanzadas, aunque esta suposición se vea acrecentada por una descuidada apariencia, tanto en el esmero del aseo como en la naturaleza de la ropa con la que cubren sus cuerpos. Sus siluetas parecen cansadas y vapuleadas por la continuidad de largos calendarios, protagonizados en la modestia aparente de sus respectivas trayectorias. Algunos ejercen y practican explícitamente la mendicidad, con las distintas modalidades aplicadas para el ansiado sustento. Sea indicando un hueco donde aparcar al automovilista nervioso, sea pidiéndote alguna ayuda con ese platillo que frente a ellos descansa en el suelo, sea ofreciéndote unos clínex para la urgencia. O, simplemente, reposando en aquella esquina, a la espera de esa hora temprana y gratuita en la que se reparte el bocadillo, con el zumo o yogurt, tras esperar el turno correspondiente en una alargada cola de personas, donde se encadenan carencias, frustraciones y necesidades básicas para lo vital.

Cierto día me sentí animado a desvelar alguno de esos interrogantes que navegan de forma incontrolada en los surcos productivos de nuestra suposición. La escenografía del personaje se me había hecho entrañablemente familiar. Desde por la mañana, hasta el final de la tarde, lo veía ocupando el mismo espacio ajardinado, en el que gozaba de ese sol generoso que gratifica la frialdad y soledad de los cuerpos. Solía estar casi siempre sentado en una sillita de ruedas, pero en ocasiones abandonaba ese pequeño aposento, caminando muy despacio aunque con autonomía. Permanentemente le acompañaba y ayudaba una chica joven, de indudable fisonomía africana por el color de su piel, que se ocupaba en vigilar a tres grandes perros que dormitaban, bien atados, en su proximidad. La cercanía de unas maletas, que siempre llevaban junto a la sillita de invalidez, me hacía pensar que ese era el único y modesto patrimonio de esta pareja que bien podría representar a….  ¿un padre y  una hija?

Este hombre, cuya edad rondaría las siete décadas de vida, pasaba las horas como dormitando con la mirada centrada en el suelo. A veces encendía un cigarrillo y, en alguna otra ocasión, le veía escribir líneas y frases en una manoseada libreta que extraía de una cartera colgada en el lateral de su silla. Sólo intercambiaba algunos minutos de conversación, además de con la joven, con un espontáneo “gorrilla” que controlaba los escasos huecos libres de una larga calle densificada en el aparcamiento. Me preguntaba dónde descansarían por las noches, dónde harían su limpieza corporal (aparentemente, mostraban un cuerpo básicamente aseado) y, también, donde tomarían ese alimento necesario para sustentar ambas naturalezas. Y estas dudas provenían de haberles visto, en horas nocturnas, ocupando los soportales de un edificio dedicado a oficinas, junto a otros indigentes sin techo.

Como líneas atrás comentaba, me animé a desvelar algunas de estas incógnitas que bullían por los surcos de la curiosidad. A este fin, traté de intercambiar un tiempo precioso de conversación, con esa persona a la que veía, día tras día, cuando pasaba por la zona camino del centro urbano. De manera afortunada, encontré receptividad en este hombre, agradable y sereno, iniciando ambos un denso diálogo que, con franqueza, creo que agradeció.

Mark, como le gusta que le llamen, nació en Alemania. Hijo único de una familia acomodada, aunque venida a menos por dificultades empresariales, estudió literatura en la Universidad de Munich. Aunque ejerció la docencia durante unos años en ciudades próximas a la capital del Estado federal de Baviera, en el sur alemán, el amor a una española le hizo trasladarse a nuestro país, cuando en poco superaba la treintena de años (el año pasado cumplió ya las siete décadas en su vida). Dominó rápidamente la comprensión y expresión lingüística castellana, integrándose perfectamente en la forma de vida hispana, aun manteniendo sus raíces germánicas tanto en su carácter como en la organización de sus días. Su capacidad bilingüe le abrió el espacio de algunos interesantes ámbitos laborales, especialmente en el ámbito editorial. No tuvo hijos en su matrimonio (tema sobre que prefiere no incidir). Resume esta parte afectiva de su existencia comentando que la fuerza del cariño entre ambos fue desapareciendo, con responsabilidades e infidelidades recíprocas.

Sin duda, lo más grave llegó cuando invirtió prácticamente todo su patrimonio en un proyecto editorial y cinematográfico. Amistades que parecían sensatas y responsables descubrieron, con el paso de los meses, lo desafortunado de su actuación derrumbándose, cual castillo de naipes, unos fundamentos financieros de los que él era su principal protagonista. Resumiendo con dos palabras  la crítica situación en la que se vio inmerso, Mark quedó “atrapado” en la soledad y en la pobreza. Abandonó los cantos de sirena que modulaban por la capital madrileña, trasladándose al sur en la búsqueda de la subsistencia y un mejor clima para los problemas articulares de su deteriorado organismo. 

Tal vez, el ego que caracteriza su temperamento le impidió volver a sus raíces de origen, donde podría haber empezado de nuevo, aunque ya con muchos años acumulados en su calendario. En Málaga, hizo algunos pequeños trabajos en academias de idiomas que apenas le permitían subsistir con la mayor modestia. Pero los finales de mes eran imposibles para afrontar la ineludible atención de los gastos básicos de alquiler, energía y, por supuesto, alimentación. Fue hace unos diez años cuando abandonó su último puesto laboral, como guarda nocturno en una obra que se construía en la Axarquía.

En esa caída libre para el fracaso, hubo un día en que la luz quiso sonreír lo nublado de su existencia. En la vida de este hombre aparece la figura, también desvalida, de Maysa, una chica de color angoleña cuya llegada a la estación de Autobuses malacitana tuvo los hitos propios de un relato cinematográfico. Sola y con un desconocimiento profundo de esta ciudad, esta joven  encontró en Mark a ese amigo que también sabe ejercer como padre. Este veterano aventurero quiso proteger su inocencia, por lo que se esforzó en enseñarle la lengua española (hablada hoy por ella con gran fluidez) uniéndola a su indigente esquema de vida. En la actualidad, forman parte de esa legión urbana de los “sin techo”. Unos carritos de la compra, unas maletas y tres perros. Todo ello, un muy escaso bagaje para definir el concepto patrimonial de la pobreza. Por las noches descansan arropados en una raídas mantas sobre el suelo cubierto del soportal, mientras que durante el día queman las horas gratificados  por la tibieza del sol en estas latitudes del sur. El aseo básico suelen hacerlo en los servicios públicos de las empresas de transporte que nuclean por la zona y en la tolerancia de un amigo que tiene alquilada una habitación, con uso colectivo de cocina y baño.

Mark ocupa la longitud de los describiendo en lan una raidas madas, asa de comidas econñ Escaso bagaje para descansar por las noches arropados en una raidas maías sentado sobre su carrito con ruedas, escribiendo en su libreta reflexiones y comentarios varios para la memoria. La joven Maysa le acompaña y cuida, hallando en la imaginación y bondad de este hombre una afectiva paternidad que ella nunca conoció en su patria de origen. La chica a veces obtiene algunas monedas como aparcacoches. Y todas las tardes acude al comedor social de Santo Domingo, donde suele conseguir ese par de bocadillos y algo de postre, que atiende y distrae el hambre tanto en ella como en su amigo y protector Mark.

Este es uno de los numerosos ejemplos de indigencia que asolan y contrastan en las urbes teatralizadas para el desarrollo. En este caso, un diplomado universitario, con una vida azarosa que le ha llevado desde los claustros académicos al letargo de una vida abandonada, en la pobreza más absoluta. Me comenta Mark que la compañía de Maysa le aporta fuerzas y sentido para abrir los ojos cada mañana. El cielo es su techo y el suelo ajardinado, junto al de la galería administrativa, su residencia. Y en aquella fuente para el riego, hay agua para la sed y el refresco. Lo más duro son las noches teñidas de humedad y frio. Cuando ve pasar las bolsas repletas del voraz consumismo, sonríe y entorna sus ojos. Él también lo hace, a su manera. Tiene todo el sol necesario, que da tibieza a un cuerpo ajado en la decrepitud. Una fuente cercana y la amistad de una joven sin raíces, que le acompaña en su soledad. Confía en que, cuando él ya no esté, esta mujer encuentre un lugar más acomodado en esta sociedad de contrastes y realidades para lo absurdo.-



José L. Casado Toro (viernes, 4 abril, 2014)
Profesor
jlcasadot@yahoo.es