viernes, 29 de junio de 2012

SONIDOS PARA RECORDAR, SENTIR Y GOZAR.

Todos, absolutamente todos los sentidos resultan necesarios, fundamentales y enriquecedores, para considerarnos vinculados, como protagonistas activos, a la vida. La naturaleza ha querido regalarnos estas capacidades, orgánicas y psicológicas, a fin de comunicar con ese entorno que nos justifica y sustenta. Hoy, desde estas páginas que cada semana también comunican, deseo comentar algunas sensaciones, muchas percepciones, que me hacen soñar, gozar y reflexionar, a través de los sonidos. Son como latidos de vida que nuestro oído, nuestra preciada capacidad auditiva, integra y hermana a esas otras habilidades que el resto de los sentidos saben proporcionarnos. Sí, ya sé que en la vorágine actual de las prisas, con el aturdimiento impasible del minutero, existen otras realidades más inmediatas y prioritarias para tu necesidad. Lo entiendo, por supuesto pero, hoy, voy a referirme, a la fortaleza conceptual y sentimental de los sonidos. En concreto, a determinados sonidos que nos hablan, desde afuera, para el interior de nuestra convulsa o relajada existencia.


¿Y como elegir, entre tantos y tan variados acordes, procedentes del pentagrama acústico que, vivencialmente, nos rodea? No, no resulta fácil priorizar unos sobre otros. Pero vamos a entregarnos, lúdica y creativamente, a bucear en el océano de los recuerdos, algunos de aquéllos que sean más activos o significativos para componer nuestro comentario. Precisamente, ayer tarde estuve en el puerto marítimo, junto a esas aguas azules, verdes e infinitas, que acarician nuestra ciudad. Quise alejarme de la densificación comercial y encontré el acomodo oportuno junto al morro de levante, no lejos de esa Farola en blanco que nos sabe orientar en la confusión de la noche. Y allí, bajo la suavidad reconfortante del sol y el frescor de la marisma, ese sonido repetitivo, rítmicamente acompasado, emitido desde los motores de los grandes buques, cruceros o mercantes, anclados en el regazo de nuestra bahía. Son navíos que acaban de llegar o se muestran prestos para la partida. Pero, en todos ellos, se hace real el latido de su presencia, llegando dulcemente a nuestra escucha, su voz, su convivencia, evitando brusquedades o desafortunadas impertinencias. Comparten, solidariamente, su maquinaria cardíaca con la hospitalidad de nuestra percepción. Eran poco más de las cinco, en una tarde de junio. Aguas mansas, en el letargo, que brillaban tras los rayos dorados de un sol generoso. Olor a brea, a sal y el vértigo de la aventura. Con la atención del silencio, escucha cómo también los barcos pueden….. y saben hablar.

Ya no son como antes. Ahora, en los tiempos sin tiempo, corren más y suenan menos. Los hemos visto funcionando con el corazón que sabía impulsar el carbón mineral. Después, fueron los motores diésel. En la actualidad, la electricidad permite alcanzar velocidades que arañan los trecientos kilómetros a la hora. Es el reto de la distancia, junto al del tiempo. Sonidos viajeros de unas ruedas que se deslizan por las vías, acordes repetitivos que caminan presurosos hacia cualquier destino, hacia ese u otro lugar, para tu necesidad. Cierra lentamente los ojos, en el interior mágico de un vetusto vagón de ferrocarril. O sentado en ese banco adormilado de una olvidada estación que, siempre, siempre sabe esperar. Escucha el ritmo agradable de unos vagones que transportan, con presteza, vidas ansiosas para conocer, disfrutar y cambiar. “Buenas tardes. Perdone ¿qué número de asiento es el suyo?  Claro, su número corresponde al vagón siguiente. No se preocupe, a mi también me suele ocurrir. Permítame que le ayude a bajar su trolley y la mochila del estante superior”. El tren inicia su marcha y ya, bien acomodados, prestamos oído al parpadeo acústico de una maquinaria que nos anuncia un destino. Meta o fin que se abre hospitalaria, para una nueva oportunidad. Raíles hermanos que dibujan un camino sembrado de acordes, en nuestro goce y necesidad.

Muchas tardes, tú y yo, aquél otro y todos los demás, hemos caminado, descalzos y en silencio, junto a las olas del mar. Agua plateada de sal y ternura, de frescor alegre y marinero, que nos sabe, en la alegría, acariciar. Pero lo más importante, ahora, es el ritmo acústico de esas olas, que van y vienen incansables, componiendo estrofas y canciones que siembran en la trasparencia nuestro deleite. Para ayudarnos a un mejor vivir, sentir y reflexionar. Y allí, una joven que parece que… ¡está llorando! ¿Serán lágrimas en la desventura o el goce de aquello que no se puede ocultar? Permanece de pié, observando el horizonte en celeste cielo, y sin atreverse a caminar. Hubiera sido bueno preguntarle, pero cuidé la impertinencia por esos moldes absurdos que desvitalizan el comunicar. “Perdona ¿qué te ocurre? Te veo sufrir en el llanto ¿En algo puedo ayudar?” Pero ambos nos separamos. Ella, en su destino, mientras yo, avanzaba hacia poniente, pues la tarde invitaba a pasear. Las olas seguían haciendo explícitas sus canciones, para oídos sedientos de consuelo, recuerdos y esperanzas, valientes, audaces y juguetonas, frente a la irracionalidad.

Y seguimos con el agua que, aun si verla, la percibimos cercana a través de los ritmos caprichosos en su discurrir por la naturaleza. Experimenta y goza de una tarde, primaveral o bajo el manto de cualquier otra estación, paseando por los jardines de esa fortaleza islámica, tesoro para la memoria, en Granada. Es un verdadero y asombroso placer. El agua, en La Alhambra. Llamada la Roja, entre otros motivos, por ese color sangre de la tierra, en la colina donde se cobija.  Arte nazarí que ensueña otra época, otra vida, en pleno corazón de la bella ciudad hermana. Palacio, jardín y fortaleza. Conjunto épico de un pueblo o isla musulmana, resto de Al Andalus, frente al cerco cristiano que ejerce la austera y noble Castilla. Decía que paseando entre los setos de mirtos o arrayanes, hermanados a un abecedario de flores cromadas y perfumadas, puedes escuchar, con apasionada atención, el golpeo, el tic tac, el cimbreo acústico del agua, traviesamente oculta en muchos de sus arterias plateadas hacia los estanques. Mágico silencio, entre los reflejos anaranjados de un sol que lentamente declina, sólo interrumpido por ese sonido del agua que, aún sin verla, sientes, percibes y disfrutas, cuando ella juega, acaricia y percute la epidermis natural que la sustenta.

“Buenas tardes, Sr. De nuevo por aquí. Es grato poder saludarle y gozar de su conversación. Buen marco para vivir, para escribir y recrear la leyenda. Pienso que dentro de unos años, al paso del tiempo, esos textos, que está escribiendo, serán leídos con avidez y placer, por cientos y miles de personas de todos los países y lenguas. Cuénteme, regáleme por favor, una tarde más, otra nueva historia, que me haga soñar, sentir y gozar, para salvar lo más agradable del día”.
Puedo hablar, en la imaginación, con Washington Irving. New York, 1783-1859). Tales of the Alhambra, 1832.

No son pocas las ocasiones en las que tratas de hallar un aire más limpio, en lo material, en los valores, en las raíces de tu ánimo, escapándote al entorno, más o menos agreste, de la naturaleza. Allí puedes sentir, reflexionar y recuperar algo de tu yo, en medio de las flores, el roquedo y la soledad. Silencio para el espíritu sólo roto por los viajes del viento, la percusión de la lluvia y el trinar de las aves. ¿También crees tu que los pájaros hablan y dialogan entre ellos? Y ¿por qué no? ¿Quién puede asegurarte lo contrario? Presta, atiende, con fijeza, lo que unos cantan y otros responden. De forma especial, a esas horas en que el sol inicia su declinar térmico y lumínico, buscando reiniciar mañana la aventura de un nuevo día. Su conversación acústica no se enseña en colegios y liceos. Igual ocurre en las doctas Escuelas para los idiomas. En las librerías, tampoco hallarás diccionarios al efecto. Y, esa sutil y sublime destreza, sigue sin valorarse en currículos y concursos propuestos para la vida. Pero ¡qué buen lenguaje nos estamos perdiendo …. para aquéllos que quieren y saben oír, escuchar, sonreír y latir, en esos parajes modelados con mentes y corazones sensibles. Apártate, por un rato, de esa inculta locura, colectiva y personal, que te hace infeliz y atiende con emoción y sosiego, al tiempo, la mágica dicción de esas aves que tanto comunican, en atardeceres o amaneceres serenos.

Debo ir finalizando cuando…. aún estoy comenzando. Y es que son tantos y tan sublimes los sonidos que nos alegran la vida. El propio silencio ya es una forma, contundente, audaz y valiente, de lo que puede llegar a ser un sonido. Quiero dejar, para el “the end” de esta bella historia, uno de esos sonidos que ya apenas permanecen en las entrañas de nuestra memoria. La digitalización ha cercenado el clímax emocional que me producía escuchar el recorrido mecánico de una máquina de proyección cinematográfica. El hecho se producía en aquellos cines de barrio que sabían endulzar el monótono letargo de muchos años, vividos ya en la distancia. Eran esos rodillos que trasladaban y arrastraban los 35 milímetros de un rancio, pero maravilloso, celuloide en technicolor, o en una indescriptible escala de grises. Sabían generar una buena coral acústica para unos actores que alegraban, distraían, emocionaban o hacían reflexionar a nuestras conciencias. Aquella máquina de cine aún la puedes deleitar, con el misterio insondable de sus pálpitos, en dos de las antiguas salas que habitan y permanecen en el centro urbano de Málaga.

No había reparado en ello pero, ahora que me fijo, siento las estrofas de una bella canción o melodía, a través del teclado de mi ordenador. ¿De verdad que todas las teclas, al pulsarlas, suenan igual? Prueba a hacerlo y centra tu atención. Percibe como hay teclas que hablan en sol, en fa o en mi. Son como los rítmicos ecos que acompañan a las letras, a las palabras y a la comunicación para la vida.-

José L. Casado Toro (viernes 29 de Junio, 2012)
Profesor
http://www.jlcasadot.blogspot.com/

viernes, 22 de junio de 2012

CAMINAR E IMAGINAR, EL VERANO.



Ayer jueves, 21 de Junio, comenzó oficialmente el Verano, según cálculos del Observatorio Astronómico Nacional, dependiente del Ministerio de Fomento. Aquí, en Málaga, percibimos esta estación meteorológica con el intenso sabor térmico que genera y embriaga el calor. El sol y la playa, la recuperación del tiempo y las vacaciones, la fuerza económica, cosmopolita y multicolor del turismo, junto a ese dulce y lúdico letargo que pone fin a un curso de nueve meses, en el añorado argot escolar.

Fluyen preguntas y miradas ilusionadas, ante la inmensidad onírica del deseo. ¿Qué voy a hacer hoy? ¿Cómo prepararé o imaginaré el que va a ser un nuevo mañana? ¿Quedé satisfecho, con mi día de ayer? Si, a pesar del sopor que nos afecta, cuando el tórrido terral puede contra el viento de levante, es un buen momento para leer, para pensar, para conversar. Resulta enriquecedor saber observar. Tan bueno y positivo es, para nuestra persona, practicar algo de deporte, entonando el organigrama físico de lo corporal, como reflexionar y reprogramar en la intimidad susurrante de lo nuestro. Sí, nos llega la anhelada luminosidad vital que proporciona el verano. Pero mañana, con el ritual críptico de los símbolos, disfrutemos la víspera de San Juan. Noche de luna y fuego, de color y mar, de sonido y misterio, con brujas, conjuros y aquelarres, para vibrar en nuestro ensueño, para dibujar aquel sentimiento de lo imposible, para purificar los vanos pesares que incomodan estrofas superfluas en los recuerdos.

Una de las actividades más suculentas, tanto para lo físico, como en la dimensión anímica de nuestro equilibrio, consiste en caminar a través del laberinto o tejido urbano que conforma la ciudad. Andar, andar despacio, despreocupado, ajeno a las prisas rítmicas que impone, sin rubor, la regularidad mecánica del minutero. Recorriendo calles y plazas, bullicios comerciales y el silencio mágico de los jardines, rincones olvidados y traviesos juegos de sombras que pueblan ilusionados el atardecer. Es un verdadero disfrute recorrer la malla entrelazada de una ciudad que te abre, con afecto y dulzura, la mano de su franca y sutil hospitalidad.

Siento y percibo una ciudad castigada por el incivismo de la suciedad. Somos descuidados en el esmero de la limpieza. Culpa de nadie y todos. Pero una epidermis urbana lastrada por la falta de cuidado, en su aseo de cada día, dice mucho del carácter de aquéllos que la pueblan. Los servicios operativos de limpieza hacen lo que pueden, con una modesta dedicación presupuestaria que se les adjudica desde el Consistorio. ¿Se limpia en las calles del centro turístico de la misma forma como se hace en los barrios periféricos? Me temo que no. Y aquella interesante política de los contenedores de residuos soterrados ha priorizado determinadas zonas (siempre las mismas) quedando el resto de la planimetría olvidada de este higiénico y visual servicio municipal. Pero, al margen de esta desidia o discriminación para el ciudadano que paga “religiosamente” sus tributos, somos nosotros, tu y yo, quienes ensuciamos la pureza estética de nuestro entorno inmediato. Y no culpemos siempre la responsabilidad de la gente joven, pues estos chicos y chicas, tienen unos padres encargados de su educación. ¿Y cómo funciona el mimetismo ejemplar de tantos padres y madres? Una ciudad limpia brillaría y luciría más en los ojos receptivos de aquellos que la visitan. También,  permitiría una calidad de vida mejor a todos aquellos que la gozan, pueblan y aman.

El ciudadano se pregunta y sufre, una vez y otra, por la lenta realidad de unas obras públicas que se eternizan en su finalización. Sea cual sea el color político de la Administración que las controla y financia (con el dinero de todos los contribuyentes). Si una obra, de titularidad privada suele realizarse con bastante agilidad, cómo es posible que aquéllas que dependen de los ayuntamientos, las diputaciones, la Junta de Andalucía o del Gobierno central, tarden tanto, superen en el despilfarro sus presupuestos iniciales y permanezcan inacabadas, sin explicación o razonamiento suficiente a todos aquellos que, de una forma directa o indirecta, sufrimos las consecuencias de su ralentización o bloqueo.

¿Ejemplos en Málaga?  Todos los que la paciencia se avenga a soportar. Lamentablemente, hay donde elegir Las reformas del puerto malacitano han durado más de una década.  La situación de las paralizadas obras del metro, entre la Estación Vialia y la Avda. de Andalucía es, a todas luces, injusta e inconcebible. ¿Cuánto se tardó en construir el parking subterráneo en calle Salitre? La adaptación del edificio de la Aduana, para el Museo de Bellas Artes de la ciudad, con un tiempo de ejecución de ¡tres años! Y sin garantías que se cumpla o respete ese larguísimo período de re- construcción. Y nos seguimos preguntando por la solución que se debe dar a los Baños del Carmen, un maravilloso espacio abandonado por décadas. ¿Y el futuro Auditorio de la ciudad? ¿Y ese desaprovechado cauce del río Guadalmedina? ¿Y ese edificio, que costó 21 millones de euros, en la Plaza de la Merced, o aquél otro que albergó la central de Correos, en la Avenida de Andalucía? Ambos cerrados y en estado de ruina, con el dinero de todos los ciudadanos malgastado, por la incompetencia impune de los dirigentes políticos.

En mis lúdicos paseos por el tejido urbano, suelo sentir el halo testimonial de las barriadas, con sus gentes, sus tiendas, sus parques, sus secretos y deseos, su vida intergeneracional, en el discurrir de cada uno de los días. Sea el Perchel o la “Triniá” (Trinidad): Capuchinos o Nueva Málaga; las Flores o Ciudad Jardín; la Unión o la Malagueta; Martiricos o El Palo …….. Traigo a la memoria, con afectiva añoranza, aquellas antiguas ferias locales, en las numerosas barriadas de la ciudad. Eran disfrutadas, hace cuatro o cinco décadas, por muchos vecinos que adornaban con flores y farolillos de colores las placitas y espacios entre sus calles. Para convivir y jugar en la fiesta. Con música, concursos, tómbolas, amores y piropos, bailes y “carricoches” o calesitas para “niños” de todas las edades. Cuatro o cinco días, más o menos una entrañable semana de fiesta, en que la calle era el domicilio relacional y comunal de unos vecinos, humildes pero alegres, que bebían, bailaban y cantaban, con la entrada de una Primavera o Verano pleno de calor, luz y proximidad. ¿Recuerdan a ese niño o niña, con atuendo y alegría veraniega, que juntaba sus escasos céntimos en aquella vieja y destartalada, pero acogedora, caseta de feria, para disparar a las gruesas bolas de anís, con un obsoleto fusil de cañones puntualmente desviados, utilizando como munición o balística los pequeños perdigones o proyectiles de plomo? Por cierto, aquellas bolas estaban “inundadas” de anís. Y del fuerte. Deliciosas.

“Good morning….. Excuse me ¿Where´s…. the Cathedral…..or the Park … We  want to go to…. Do you speak English, please? ¿How do we get to the Cathedral?” Ante mi dos turistas ingleses. Hombre de ojos saltones  y generoso “michelín”. Mujer, también sobrada en gramos. Matrimonio, compañeros o amantes, ambos de la tercera edad. Un tanto despistados entre la telaraña urbana que los atrae. Lucen gorrillas azules y gafas ahumadas colgadas de sus cazadoras, shorts colores crema y rojo, respectivamente, chancletas de goma, azules y blancas, y plano en mano, debidamente arrugado por el uso, para una semana de vacaciones de bajo coste, conseguida o “atrapada” a través de Internet. “Yes, you can go by this street, go straight ahead. At the next square, you will see a high tower. Turn right at the corner. The Cathedral is at the end of that Street. Saint Mary street”. Gestos de agradecimiento. Intercambio de amables sentimientos en nuestras miradas. Thank you and thank you, too. Con el lenguaje mímico y algunas palabrillas en su idioma, logramos entendernos.

Continué mi cálido y apacible paseo, camino del Puerto. A poco de llegar al Palmeral, se me pone delante un hombre de apariencia joven, muy próximo a la cuarentena, quien sonriéndome sabe regalarme una frase ya muy conocida y escuchada con placer. “¿No me reconoce?  Porque Vd ha sido Profesor de Historia ¿verdad?. Coincidimos hace ya bastantes años. Yo entonces estudiaba el BUP y aún mantenía aquella buena cabellera que hace años perdí.”

No recuerdo prácticamente nada de esta agradable persona que, rápidamente, me facilita su nombre y apellidos. Mi cabeza se mueve, con lentitud, dando muestra a mi antiguo alumno de que comienzo a recordar. Mi interlocutor se encuentra acompañado de dos pequeños, niño y niña, que me observan extrañados y sonrientes, con sendos helados en sus manos. ¿Y como se llaman estos niños tan guapos? Acierto a preguntar. Nando me explica que los fines de semana le corresponden a él, según decisión negociada ante el juez. La pequeña le tira del pantalón reclamándole que van a llegar tarde a la película. Aún tienen que coger el vehículo del parking portuario. Van a ir al área de  Plaza Mayor, pues además del cine, hay unos juegos…… Nos intercambiamos el correo electrónico, a fin de seguir en contacto y nos despedimos con el afecto del inesperado y grato reencuentro. El viento del terral y el levante continúan su incruenta competición, sobre la azulada mirada de unas aguas mediterráneas que nos hablan de historia, aventuras, intimidad y sosiego. Verano, de calles y gentes, de luces y sombras, de miradas y silencios, en nuestro placentero y caprichoso deambular.-

José L. Casado Toro (viernes 22 de Junio, 2012)
Profesor
http://www.jlcasadot.blogspot.com/

viernes, 15 de junio de 2012

UN PEN-DRIVE, CON EL DULCE SENTIMIENTO DE LA INTIMIDAD.


Hubo un tiempo, allá en las décadas finales de la anterior centuria (suena muy lejos ¿verdad?) en que  se discutió el valor prioritario de la memoria. Fue en el ámbito escolar. Años ochenta y noventa, en plena vorágine de cambios para el sistema educativo en España. En la aplicación de las sucesivas normativas, que los Ejecutivos programaban, y el Parlamento legislaba, para los colegios e institutos, se ponían en tela de juicio determinados criterios y estrategias. Eran valores que, hasta ese momento, estaban considerados o marcados con la categoría del indiscutible reconocimiento y la aceptación subsiguiente. Sí, fueron muchos los cambios, a tenor de los vaivenes electorales, que tuvieron como punto de focalización las comunidades educativas. Siglas, conformadas generalmente con tres letras, que hablaban de modificaciones sustanciales en el “qué enseñar” “cómo enseñar” “cómo aprender” y “cómo educar”

Con todas sus variables, se mantiene hoy el espíritu y la letra de la LOGSE, como guía o libro de ruta en el periplo educativo intergeneracional. Efectivamente, la capacidad de la memoria fue muy discutida y vilipendiada entre la “clase avanzada” de las reformas. Aquellas vanguardias para el cambio, santificaron otros preceptos, habilidades o categorías, en lugar del esfuerzo, el sacrificio, la responsabilidad, la autoridad, la competitividad, el respeto y el reconocimiento al docente. También, la memoria. Si analizamos hoy, cómo acceden a los estudios de Secundaria, no pocos alumnos procedentes de la Educación Primaria; si consideramos el bagaje de conocimientos y destrezas con el que muchos alumnos de Bachillerato acceden a la Universidad,; si contrastamos estadísticas y baremos internacionales, para nuestros escolares, podremos reflexionar, con serenidad, acerca de los aciertos que trajeron aquellas reformas pero, al tiempo, lamentarnos de los profundos errores que alocadamente se perpetraron  en la formación de las sucesivas generaciones. Sí, por supuesto, la capacidad de la memoria es importantísima e insustituible entre los recursos mentales de toda persona. Y hubo un tiempo desacertado, en el que necia y torpemente fue denostada, arrinconada e incluso despreciada. Nadie duda que son insustituibles las capacidades de comprensión, argumentación y análisis interpretativo. La racionalidad, como guía, eje y pilar de nuestra inteligencia. Pero “demonizar” a la memoria fue una penosa imagen de irracionalidad.

Pero no es de la memoria humana de lo que se va a hablar en este relato. Va a ser de otro tipo o clase de memoria. La informática. Y en concreto, de los periféricos que soportan y conservan millones y millones de datos, generados a través de las redes a las que accedemos, en el día a día, desde nuestro ordenador. Esta pequeña historia se va a nuclear en la persona de Tony. 42 años, casado con Lourdes, cinco años menor. Tienen dos hijas, Estrella y Luz María, ambas estudiantes en un centro de titularidad religiosa, que cursan el primero de la ESO y él último de la Educación Primaria, respectivamente. El matrimonio trabaja en un bufete de abogados, cuya sede se halla ubicada en el área universitaria de Málaga, zona oeste de Teatinos. Se conocieron en la Facultad de Derecho y, en la actualidad su matrimonio navega por las aguas de la acomodación rutinaria, sin especiales incentivos afectivos.

En cualquier centro de trabajo es usual hoy día que, entre los compañeros, se intercambien materiales informáticos. Entre éstos, destacan aquéllos que por su peso en megas no pueden ser enviados, con facilidad, por correo electrónico. Los servidores de Internet más generosos establecen un tope al “grosor” o volumen de estos archivos. Aunque hay algunos procedimientos para superarlos, son 25 megas el límite máximo que puede ser enviado vía e-mail. Reitero, en los servidores más generosos del mercado. A causa de esta limitación, los compañeros y amigos se pasan estos materiales más voluminosos mediante los discos (procedimiento y soporte en vías de extinción) y, de forma hoy día mayoritaria, utilizando los “lápices electrónicos” denominados en el argot informático “pen-drives”. Estos pequeños soportes, de muy fácil manipulación, tienen un precio realmente asequible. Los que pueden albergar archivos para cuatro u ocho gigas, son especialmente baratos. Ya, para los de 16 o 32 gigas, resulta más gravosa su compra. Para hacernos una idea, en uno de 8 gigas pueden caber entre cinco y siete películas de aquellas que se descargan (con un tamaño estándar) en la red multimedia. En este despacho de abogados, como en tantas y tantas empresas, es más que frecuente que cada mañana, el compañero o amigo de trabajo te deje un pen electrónico con unas películas o archivos musicales, gesto que tu vas a compensar con otros materiales interesantes para compartir.

Aquella mañana del lunes, fue muy densa para el trabajo. Ese primer día de la semana hacíamos una jornada intensiva, hasta las cinco de la tarde, con un descanso, cercano a la hora, para tomar algo suculento en un restaurante cercano. Estuve almorzando con mi compañero Juan (fuimos juntos al Instituto y compartimos también la vida universitaria) y con Selena, joven bien parecida y muy agradable, que llevaba poco más de un año colaborando en nuestro bufete. Era una muy hábil especialista en lo penal. Cercana a la treintena, creo que había tenido una larga relación con un médico pero que el vínculo no llegó a sustentarse. Conocía de mi afición por el cine y, al ser gustos comunes, solíamos intercambiar películas descargadas en los portales o redes cinematográficas. Ese día me dejó, en un pen drive de cuatro gigas, dos películas proyectadas aún en cartelera. “Tienen muy buena imagen y el sonido es bastante aceptable para ser grabaciones screener. Te van a gustar”. Ya en casa, aquella noche me dispuse a descargar, del pen, los dos films en mi ordenador, a fin de devolverle su lápiz electrónico, con algún material propio de películas románticas, género que le apasionaba. Efectivamente, ahí se encontraban los dos jugosos archivos cinematográficos, junto a un archivo de texto Word, cuyo título era un tanto enigmático: “Es mejor, decírtelo así”. Pensé que sería una nueva broma de Selene, dada a ocurrencias graciosas que a todos nos hacían reír, en los momentos de tensión profesional.  

Tras la copia de las películas, sentí curiosidad por conocer el contenido de ese archivo que las acompañaba. No era excesivamente largo de texto, pero muy denso en su significado. La verdad es que quedé asombrado pues, en sus palabras había sinceridad, sentimiento, sufrimiento y mucho amor. Era, ni más ni menos, una franca y confidencial declaración de afectos hacia una persona que no era nombrada. El pronombre tu, junto al yo, poblaban amplios espacios de unas confidencias profundas, íntimas, anhelantes, que me dejaron bastante sorprendido. Pronto cambié mi primera apreciación. No era una broma, ni mucho menos. Era un texto que vinculaba a dos personas, una de las cuales era mi compañera de trabajo. Parecía lógico que Selene le había enviado ese archivo a alguien, con el que estaría manteniendo una relación afectiva muy intensa y, por algunas palabras, explícitas o subliminares, bastante tórrida. Aún asombrado, pensé cuál sería la decisión más afortunada con respecto al archivo amoroso, tiernamente sentimental. Pensé en dejarlo allí, como si no lo hubiera leído. También consideré en decírselo a mi joven compañera. Igual ella no se había dado cuenta de que algo muy íntimo, con su firma y sus palabras, estaba circulando, acurrucado en una esquina de su pen-drive. Desde luego, el destinatario de la declaración afectiva, tenía que ser una persona  muy afortunada. El cariño, el sentimiento de esta mujer era más que manifiesto. En algunos de los párrafos, desgarrador.

No le comenté este hecho a Lourdes. Estaba acostando a las niñas y, además, las vías comunicativas entre ambos, sin estar bloqueadas o interrumpidas, eran más que aburridas e insustanciales. Nuestra relación se veía afectada por el letargo de la monotonía y el vacío. Por otra parte, entre Selene y mi mujer, nunca hubo esa proximidad o connivencia que anida en dos personas cercanas, amigas o íntimas. Más bien todo lo contrario. Un rechazo de carácter recíproco llevado, eso si, con la más exquisita y cordial educación.

Así que a la mañana siguiente, cuando Selene se levantó de su mesa para ir a desayunar, aproveché la oportunidad para intercambiar unos minutos con ella, café y tostada de por medio. Hacía tiempo que Lourdes y yo desayunábamos con diferentes compañeros. “Te devuelvo tu memoria, tras haber copiado las dos películas. Deben ser interesantes, especialmente la española. Me gusta mucho como actúa Belén Rueda. Está en un punto de madurez interpretativa verdaderamente óptimo.” Mi interlocutora se mostraba, en esta oportunidad de la mañana, inusualmente silenciosa, eso sí, regalándome su sonrisa, un tanto angelical y picarona. Jugueteaba con una pequeña servilleta de papel, parcialmente arrugada. “Selene, he leído…… un tercer archivo, que venía en tu pen-drive. Posiblemente no te has dado cuenta de que iba junto a las dos películas. Es muy íntimo y te lo quería decir para que extremes la prudencia, cuando ofrezcas tu memoria electrónica a otra persona. Por supuesto, no dudes que voy a ser muy discreto. Además, creo que de manera afortunada, no venía en el texto el nombre del destinatario. Así todo es más íntimo entre vosotros…. aunque yo haya conocido el contenido de esa vía comunicativa.”

Siguió jugueteando con esa, ya muy arrugada y manoseada, servilleta de papel. Y, al fin, rompió su nervioso, pero sonriente mutismo. “Querrás decir….. entre nosotros o, al menos, en mi persona. Desde hace meses, es algo que siento. Muy difícil de evitar. Lo vas guardando hasta que…. Ayer me decidí a confiártelo. Los sentimientos no se pueden controlar tan fácilmente. Y en ese texto se refleja gran parte de lo que siento hacia ti”. “Pero, tu no comprendes, Selene, lo que me estás diciendo…. Lourdes……” “Pobre, pobre Tony. Eres como un niño y eso te hace aún más atractivo y sensual ante mí. Aún no te  has dado cuenta de lo que está pasando en tu vida. Como suele decirnos la experiencia, el marido es siempre el último en enterarse”.-

José L. Casado Toro (viernes 15 de Junio, 2012)
Profesor
http://www.jlcasadot.blogspot.com/

viernes, 8 de junio de 2012

25 MINUTOS, EN DOS VIDAS PARA EL DIÁLOGO.


Estoy seguro que esta anécdota, que me alegra narrar, a todos nos ha podido ocurrir. Tal vez, en más de una ocasión. Pero, por insólito que parezca ese trocito del tiempo, organizado en apenas veinticinco minutos, ha sido una experiencia simpática e importante, en la trayectoria rutinaria del día. En realidad, una vivencia modesta, pero muy agradable y fruto esperanzado para la reflexión. Y todo sucedió hace apenas unas horas. Entremos ya en la magia indefinible de las palabras, cuando éstas se cobijan tras el vistoso ropaje de la franca sensibilidad.

Como en cada una de las tardes de los miércoles, me dirigía a las clases que recibo en la UMA, Universidad de Málaga, correspondientes a su Aula de Mayores. Suelo desplazarme, a esa zona alta del Ejido, en autobús (aunque después gozo de un largo y reconfortante paseo a pie, en la vuelta a casa). No, no es la primera vez que nos afecta o participamos de esa incomodidad. Cuando nos hallamos cerca de una parada, y vemos que no llegamos a tiempo para coger el bus que se aproxima a la misma. En esta ocasión, no había alguien más esperando su llegada y, ante la posibilidad de perderlo, emprendí una ágil carrera, por un lateral de la calzada, indicando con la mano al conductor que hiciera el favor de detener el vehículo. Muchos conductores lo hacen, esperando incluso al viajero que llega. Pero, el joven que lo conducía, hizo caso omiso a mi indicación, a pesar de la acelerada carrera que me había dado. Me miró, pero no hizo el menor ademán o intento para frenar. Siguió su camino, saboreando esa amarga “felicidad” que neciamente sabemos regalarnos. Y no era yo sólo, quien se quedó en la parada. Otra chica también había corrido, o acelerado su paso, confiando en que el conductor iba a tener ese rasgo o gesto de amabilidad ante mi señal. Los dos, solos bajo la marquesina de espera y un tanto frustrados, comenzamos a comentar la penosa y pobre imagen que nos había ofrecido la persona que conducía ese servicio público de movilidad municipal.

En el tiempo para la espera del  siguiente autobús, unos diez o doce minutos, fluyó entre nosotros una espontánea conversación que después, durante el trayecto, continuó en dos asientos intermedios del voluminoso vehículo. Nunca antes habíamos intercambiado palabra alguna ni, seguramente, nos habíamos visto. Mi interlocutora era una chica de cabello moreno, organizado en una corta melena, ojos azulados y rostro bronceado por la generosidad del sol mediterráneo. La delgadez de su cuerpo hacía un agradable y juvenil juego, con equilibrada armonía, en una talla corporal más bien reducida. Con la franqueza, repleta de simpatía, de sus dos décadas avanzadas de existencia, comenzó a contarme algunos detalles que presiden el por qué de la oportunidad. Venía de la cercana Estación de Autobuses, a donde había llegado, como todos los miércoles, procedente de la localidad granadina de Loja, donde trabaja en la actualidad. Es malagueña, aunque su pronunciación se ha visto influida por unos años laborales de estancia en la capital de España. Estudió derecho y consiguió, con gran esfuerzo, una plaza de funcionaria, en la Administración Civil del Estado. Le hubiera gustado, y sigue manteniendo la ilusión, trabajar en la docencia, como ha ejercido su padre, durante toda su vida activa. Al igual que su madre, que es maestra en educación infantil. Tiene una hermana que, como sus progenitores, también desempeña la admirable labor de la docencia. Sí, todas las tardes de los miércoles, toma el bus para Málaga, a fin de acudir a la tutoría del That´s English, tercero de inglés, en la Escuela Oficial de Idiomas. Muy temprano, en la madrugada del jueves, ha de enfrentarse al despertador de las cinco, para de nuevo viajar a la entrañable localidad de Loja, a fin de cumplir con su responsabilidad laboral durante los cinco días de la semana. Habiéndole manifestado mi también vinculación escolar con la EOI, no duda en ofrecerme algunos datos de páginas on line, que me pueden resultar útiles para mis estudios en el idioma británico. Me asegura que ese “Word reference” me va a ser de gran ayuda en mis estudios, lo cual ya he comprobado tras navegar por la red. Durante el sinuoso trayecto del bus por la planimetría urbana malacitana, unos quince minutos, las palabras vuelan de una a otra vida, desafiando las cortapisas de la timidez, ante la fuerza admirable de la comunicación. Mis datos se intercambian con los suyos, en una muestra inequívoca de confianza y recíproca generosidad,

Curiosamente, ambos nos hemos de bajar en la misma parada. Su hogar familiar se halla ubicado en una calle aledaña a los centros educativos que pueblan, desde hace más de medio siglo, ese antiguo altozano del barrio de Capuchinos, en la Málaga antigua. Caminamos unos metros, plenamente enfrascados en nuestra conversación hasta que llega el momento de tomar direcciones opuestas, a mis clases y a su domicilio, respectivamente. Contrasta la riqueza de  nuestras palabras, hasta ese momento, con la cortedad expresiva de la despedida. “Bueno, mi nombre es…. Y el mío, Merche”. Tanto ella, como yo, éramos plenamente conscientes de lo improbable que iba a resultar la reanudación de esa densa y grata conversación para la memoria. Habían pasado apenas unos veinticinco minutos, desde nuestra acelerada carrera hacia la marquesina próxima al “Edificio Negro” sede oficial de la Administración andaluza. 

Muchos pueden estimar o valorar la simpleza o previsibilidad de este relato. Puede ser. Sin embargo, a muy escasas horas de su desarrollo, he querido traerlo al protagonismo de unas letras que construyen palabras, ideas o reflexiones. Aprecio un gran valor en el trasfondo de este ocasional encuentro, que consigue superar la nitidez de las formas. En un depresivo y crítico momento para la estructura y organigrama social, donde aturden esos amenazantes vocablos para el sosiego, con nombres y apellidos que hablan de crisis, recortes, mercados, desinversión, manipulación y falacia, resulta reconfortante comentar estos hechos hermosos, sencillos pero dinámicos y, por supuesto, refrescantes para el ánimo. Son como pequeños y reparadores oasis, para la comunicación y el diálogo, que pueden cobijarnos ante el letargo, la opacidad o la ruindad. Dos personas, contrastadas en la temporalidad generacional, y nunca antes conocidas, coinciden, ante una simple anécdota cotidiana. Saben romper las barreras de lo individual y la desconfianza recíproca. Y hablan, dialogan e intercambian ideas, anécdotas, circunstancias y proyectos. Decía, líneas atrás, que resultaría poco probable, la reanudación de esa insólita conversación que supimos  mantener en el ecuador de la tarde. Pero ¿ha sido o no así? Dos o más posibilidades, en la libertad opcional del lector.

Han pasado varias semanas ya, de mi fortuito encuentro con Merche. Como preveía, no he vuelto a coincidir con ella. Es curioso. Ahora que recuerdo, y a pesar de su fluidez en la comunicación, no reparé en ofrecerle mi correo electrónico, gesto hoy día habitual en la magnitud del diálogo. La verdad es que tampoco hubiera sido usual, para dos personas completamente desconocidas hasta ese momento. Supongo que, también para esta chica, resultaría simpática la escena de aquella tarde, en la que ambos protagonizamos un densísimo  e inesperado diálogo (obviamente he hecho un resumen en este relato) de apenas veinticinco minutos. Un fugaz encuentro para dos vidas que supieron romper el monótono silencio interpersonal. En ambos quedará la fuerza del recuerdo, poblando el reflexivo desván de nuestra memoria.

Han pasado varias semanas ya, de mi fortuito encuentro con Merche. Y tenía que ser allí, en nuestra común Escuela para los Idiomas. Tiempos de exámenes, a pleno calor, en las duras calendas de junio. Nervios, apuntes, dudas y repasos, ante la inmediatez de las pruebas. Algunas tardes suelo acudir a la biblioteca de este cosmopolita y poblado Centro escolar. Su largo horario vespertino me permite un estudio rentable y sosegado para la concentración. Nada más entrar, en su coqueta y pequeña biblioteca, divisé, en uno de los ángulos próximos a las ventanas que miran al río, la frágil figura de mi agradable amiga. Atuendo veraniego y algún cambio en su peinado. Sí, era también miércoles. Ambos mostramos una evidente alegría por este reencuentro. Tras un buen rato de estudio, bajamos al bar de la Escuela, donde reanudamos nuestra conversación. Hoy día somos buenos amigos y sabemos mantener la comunicación a través de la rica posibilidad del e-mail. Más de una vez hemos comentado, bajo el tupido color de las sonrisas, el favor que supo hacernos aquél desagradable conductor de autobús. Si hubiera detenido su vehículo, ella y yo habríamos subido a su interior y, tras pasar por el lector de tarjetas, nos habríamos sentado en dos asientos cualesquiera. Casi sin mirarnos, seríamos dos viajeros más, sumidos en la silenciosa inmensidad del anonimato. No fue así y hoy, también mañana, lo tenemos que agradecer. Son esos importantes y gratos regalos que el destino nos sabe deparar, en la imprevisible oportunidad de una tarde.-

 José L. Casado Toro (viernes 8 de Junio 2012)
Profesor
http://www.jlcasadot.blogspot.com/


viernes, 1 de junio de 2012

FORMAS Y PERSONAJES, DIBUJADOS EN EL CIELO.


Son más de las diecinueve horas, en una luminosa tarde de julio. Un importante centro comercial, en la capital malagueña, acoge a numerosos visitantes que potencian el bullicio consumista, en plena canícula de contracción y crisis para la disponibilidad económica de centenares de familias. Dos mujeres, en plena cronología de los treinta, se quedan por un instante observándose allá en la planta cuarta, repleta de colores, etiquetas y ofertas. Tras el cruce detenido en las miradas, se acercan a la acústica y sentimientos de las palabras. Ambas se han reconocido, a pesar de la amplia distancia que las ha separado desde el paisaje de la memoria.

Tú eres Linda ¿verdad?. Yo también te he recordado, a pesar de los años pasados, Celia. ¡Vaya sorpresa. Madre mía ¡Pero qué poquito has cambiado! No digas eso, mujer, que son casi veintitantos años…. ¿tal vez veinticinco? Te aseguro que estoy viendo ahora mismo a mi amiga, a mi gran amiga Linda cuando… Sí Celia, cuando teníamos apenas diez maravillosos años y éramos ¡qué tiempos! dos crías inseparables. ¿Tienes minutos disponibles para tomarnos un café? Mira Celia, me parece estupendo. Aún me resulta difícil creérmelo. Todo el tiempo que tu quieras. Podemos hablar de tantas cosas…. ¡Vámonos a la cafetería! A esta hora debe estar a tope, pero seguro que encontramos algún huequecito donde sentarnos. ¡Estar aquí hablando contigo, con mi amiga Linda… y ha tenido que ser en esta tarde de locura! Ya me ves con las bolsas. Soy una impenitente compradora de trapos y esas cosas.

Como dirían los ingleses, (many years ago) hace muchos años, en una bella y romántica localidad malagueña, allí en la comarca de Ronda, dos niñas disfrutaban con la dulce placidez de la tarde. Como otros tantos días, tras la salida del cole, a las cinco y media en punto, merienda en mano y con sus zapatillas llenas de polvo por el juego en el patio, caminaban hacia “su” mirador. “De los encantos” como esas dos pequeñuelas (nueve años) solían denominarlo. Compraban algunas chuches, en ese puestecillo de la “señá” Antonia, al comienzo del Paseo, y se sentaban, una enfrente de la otra, a contarse chascarrillos y a reírse con lo que podían. Ambas luciendo trenzas, acabadas en lacitos vitales en color. Celia, ojos castaños, mirada picarona y traviesa, siempre muy encariñada con su amiguita del alma, Linda. Ésta, con un color de pelo más al rubio, ojos entre verdes y celestes naturaleza y un corazón repleto de nobleza, apreciable por todos los de su entorno.

Desde hacía dos años, la mami de Linda había viajado al cielo de los ángeles. La pequeña vivía en un hogar más bien modesto, en compañía de su padre, un laborioso dependiente de una ferretería en la que se vendía “casi” de todo. Su tía Elsa, que habitaba otro piso del bloque, les echaba una mano con la comida y la ropa. Muy voluntariosa en los estudios, supo encontrar en Celia, su mejor compañera de clase, a esa buena amiga o hermana que se hace tan necesaria para las mejores o nubladas horas del día. Celia, también hija única, disfrutaba de una posición familiar más acomodada. Sus padres poseían tierras heredadas, junto a un vetusto, pero rentable, molino de aceite. Estas propiedades proporcionaban a la familia la suficiente disponibilidad económica como para ser considerados entre los ricos del  municipio.

Y, allí sentadas, disfrutando de la merienda con la cinematografía del anaranjado y verde paisaje, hablaban y hablaban de sus cosas. Intercambiaban no sólo palabras y sonrisas sino también la dulce  materialidad de juegos inolvidables, generados para la inocencia en la infancia. Ahora, sentadas en una populosa cafetería de parlanchines hambrientos, aquellas dos niñas, convertidas ya en mujeres adultas, recordaban, sumidas en la sonrisa de la nostalgia, uno de aquellos juegos de escaso coste pero de cromática y rica plasticidad. Consistía en algo tan simple, pero imaginativo, como era dibujar, reconocer o componer figuras, poniendo rostro y nombre a esas nubes algodonosas o deshilachadas que flotaban en el azul anaranjado de un cielo somnoliento, a horas del atardecer. La habilidad que mostraban las dos chiquillas, sólo con la paleta o pincel de unos ojos rebosantes de imaginación, era sutilmente admirable. Reconocían, o pensaban que por allá arriba paseaban, figuras, objetos y rostros de personas o de la fauna natural. Una forma divertida y económica de modelar capacidades, enriquecer el tiempo y de gozar con una amistad que tanto valoraban y necesitaban. Ese bonito juego, junto aquél otro de las palabras encadenadas o, también, el golpeo habilidoso de unos cromos de príncipes y princesas, desplegados sobre la piedra del muro, cubría la solidaridad de las horas tardías antes de la vuelta a sus domicilios, relativamente cercanos en el tejido poliédrico de lo urbano.

Con el paso de los años, cada una de ellas fue rellenando páginas en sus vidas, con el descuidado amargor que siempre genera la distancia. Dos “hermanas” en la amistad de la infancia, recorrieron caminos diferentes en la adolescencia y juventud universitaria. Los teléfonos dejaron de sonar. Otras compañías ocuparon su unión e incluso la felicitación navideña no supo encontrar el camino de la oportunidad, para su afectivo destino. Las nubes allí siguieron, confiando sin suerte que, una tarde más, aquellas dos inseparables amigas observaran sus lúdicas siluetas, a fin de continuar jugando a la identificación de las formas.

Celia, en la actualidad, es interventora en una consolidada Caja de Ahorros. La sucursal donde trabaja está situada entre el tosco murallón de Sierra Blanca y las olas que susurran serenidad y sosiego, navegando desde el Mediterráneo. Vive con sus dos hijas, que terminan la Primaria, fruto de un matrimonio fracasado, hace ya un lustro del desamor. Ahora sale con un ejecutivo bancario, también divorciado, aburrido pero con dinero, que nutre sus desconciertos, ambiciones  y soledades. Por su parte, Linda lleva bien su oficio de maestra, en un centro publico en la barriada de El Palo, muy cerquita del mar. Convive con una compañera de oficio que, tras su profunda amistad, abandonó la Castilla abulense para recalar acá en el Sur malacitano, donde nutren ese cariño y amor que da sentido y rumbo a la sencillez de sus existencias.

Sin apenas reparar en ello, el minutero ha volado por los caminos de las palabras, los recuerdo y los afectos. Han pasado muchos años pero Linda y Celia han recordado momentos muy gratos que sustentaron sus inocentes infancias. Bajaban juntas las escaleras mecánicas, del macrocentro, donde casi todo es posible, cuando un joven encorbatado, bien peinado y con portafolios a modo de escudo medieval, les pregunta si poseen la tarjeta del establecimiento. Sonrisas de cortesía como respuestas y, ya en unas calles heridas por las obras del metropolitano, intercambian un abrazo y beso para la despedida. “Como hemos quedado, nos llamamos para dentro del dos sábados. Te llevas a tus niñas y a mi me acompañará Margot. Pasamos un buen día en nuestro pueblo y, por la tarde, todas juntas nos vamos al Paseo de los Ingleses. Como sabes, está algo cambiado. El puestecillo de chuches lo lleva una familia sudamericana. La “señá” Antonia era ya muy mayor. El Mirador sigue prácticamente igual. Y allí permanecen esas blancas y algodonosas burbujas. Seguro que aún nos siguen esperando. Le enseñarás a tus crías, y yo a mi compa, cuántas figuras, personajes y seres, hay en el cielo, volando en las nubes. Sólo hay que saber mirar, soñar e identificarlos”.
Para estas dos mujeres, aquella tarde de julio tuvo el grato sabor de la diferencia. Recuperaron parte de su ser a través de una vuelta, con el magnetismo posible de lo irreal, a la infancia. Etapa ya alejada en el tiempo pero próxima ante un cielo azul celeste, donde aún permanecen formas, caprichos y sentimientos, a través de la magia plástica que dibujan las nubes.-


 José L. Casado Toro (viernes 1 de junio 2012)
Profesor
http://www.jlcasadot.blogspot.com/