viernes, 26 de marzo de 2021

GLICINIA, UN NUEVO VALOR EN LA CONSTRUCCIÓN NARRATIVA.


Cuando abonamos el precio de un libro, avalado por ser un gran éxito editorial, hemos tenido  en cuenta para nuestra motivación al autor de sus páginas, cuyo nombre se halla lógicamente impreso en la portada y contraportada del apreciado volumen. En ocasiones, ese pensamiento va dirigido también a los importantes dividendos o ingresos que el afamado escritor debe estar ingresando, con merecida justicia, en su cuenta corriente bancaria. En realidad, si es un autor muy consagrado por su calidad literaria y “capacidad o atractivo comercial”, los emolumentos que recibe de la empresa editora suelen estar pactados previamente, en la firma del compromiso contractual. El escritor no suele recibir más ingresos, salvo que lleguen nuevas ediciones de la obra, en función del número de ejemplares vendidos.


Pero no todos los libros que vemos como novedades editoriales están firmados por autores de élite o de reconocido renombre. Las empresas editoras van concediendo oportunidades, tras analizar muy detenidamente cada obra que se les presenta, a numerosos autores noveles o no conocidos o realzados por la crítica especializada. Para estos escritores que empiezan, la gran compensación a la que aspiran es precisamente que les sea publicada esa primera novela o ensayo, al que tanto esfuerzo y dedicación han aportado. La compensación económica que recibirán, por su tenaz y creativo trabajo, estará normalmente en función del número de ejemplares que los lectores adquieran en las librerías y siempre con unos porcentajes, con respecto al precio de venta, verdaderamente ridículos  o que provocarían el sonrojo si se conocieran públicamente. Incluso la propia industria editorial se reserva mantener esas muy precarias compensaciones, si la aceptación popular les aconseja publicar una segunda o más ediciones de ese posible éxito en las ventas. En este sentido, un autor desconocido y una afamada editorial unen sus destinos, en un desequilibrio manifiesto con respecto al reparto de los supuestos beneficios económicos que la edición reporte en las ventas.  

 

Precioso nombre el de una profesora de lengua y Literatura, vinculada a un instituto público ubicado en la monumental ciudad de León, precisamente la localidad en donde nuestra protagonista había venido a la vida: Glicinia Aray Abadía. Mujer de fuerte carácter castellano, aun sabiendo aplicar y dosificar los momentos para sus espontáneas sonrisas. Desde su adolescencia practicaba con fluidez el sugerente arte de la narrativa, escribiendo cuentos, relatos cortos, reflexiones, a modo de ensayos, sobre muy variados temas e incluso iniciando la redacción de la que pretendía fuera su primera novela, mientras estudiaba Filología hispánica, en la universidad leonesa. Delgada de cuerpo, solía trenzar con frecuencia y esmero su largo y suave cabello negro. También destacaba por sus muy bellos y expresivos ojos grisáceos claros, con unos rasgos faciales que enmarcaban un rostro profundamente observador y convincente en la discusión o en el plácido diálogo. Su forma alegre en el vestir era marcadamente juvenil, pues era usual que llevase vaqueros azules o celestes, jerseys y camisetas deportivas, calzando zapatillas converse, botas o zapatos de trekking (actividad a la que era muy aficionada) y ágiles sandalias de cuero marrón, según las diversas estaciones meteorológicas.

 

Debido a su excelente currículo estudiantil y a la férrea y responsable capacidad de trabajo que sabía desarrollar, superó holgadamente su presencia ante el tribunal que controló unas oposiciones a centros públicos de educación secundaria. Aunque sus primeras experiencias docentes le hicieron recorrer algunas localidades de la amplia y bella comunidad autónoma de Castilla y León, en pocos años pudo ya recalar, con destino definitivo, en un instituto de su histórica y señorial ciudad natal.

 

Más de tres años imaginando y modelando el tiempo disponible para las renuncias, le había llevado la redacción de la que sería su primera novela, escrita con ilusión y el sentimiento cariñoso hacia su difunta abuela Edelmira (que aparece en toda la obra con el apelativo familiar de Delmia) en cuya larga y apasionada existencia estaba basada argumentalmente una trama de carácter biográfico, que reflejaba etapas muy significativas de nuestra pasada Historia. Esta abnegada y luchadora mujer había nacido en 1906, falleciendo en 1987, por lo que conoció y vivió los periodos del reinado de Alfonso XIII, la dictadura del general Miguel Primo de Rivera, la 2ªRepública, el luctuoso enfrentamiento de la Guerra Civil, la dictadura del general Francisco Franco y finalmente los primeros años del reinado de Juan Carlos I, con llegada de la democracia a España. Todos esos periodos históricos del siglo XX son sintetizados en las más de cuatrocientas páginas de la extensa novela, a través del comportamiento y visión de vida de una muy querida persona, como era su abuela, laboriosa y aguerrida mujer trabajadora, en una fábrica o industria textil, en la que se encargaba de controlar varios telares, en la sucesión, ilusiones y carencias de cada uno de los días. Glicinia siempre consideró a Delmia como una madre, pues así fue el severo y cariñoso trato, al tiempo, recibido de una excepcional persona, a la que conoció y admiró profundamente en la etapa final de su interesante y vitalista existencia.

 

Ciertamente Glicinia “modificó” algunos aspectos personales que consideró necesarios, pues trataba de evitar que su escrito fuese recibido como una puntual biografía al uso, centrada en una persona “anónima” en el contexto social. Pero en lo fundamental, el denso número de folios era un cálido homenaje a todas esas mujeres laboriosas y abnegadas, que sabían afrontar los contratiempos y dificultades de una época muy contrastada, en el siglo XX de nuestro país. Como curiosa y significativa anécdota, Edelmira tuvo en su apasionada vida afectiva hasta tres hombres, como maridos, compañeros o parejas.

 

Animada por algunos compañeros del centro educativo en donde impartía sus clases, presentó el voluminoso escrito a un concurso literario organizado por la prestigiosa editorial Cosmos, empresa que buscaba nuevos caminos y estilos expresivos en los escritores jóvenes, no consagrados o adocenados por la práctica profesional de la literatura. El jurado calificador de los trabajos presentados, de inmediato, situó a la novela de Glicinia entre las diez finalistas que, en las sucesivas revisiones o catas analíticas, siempre fue quedando en un lugar de privilegio, hasta considerarla ganadora del bien concurrido concurso, entre todos los jóvenes autores participantes. El premio de esta atractiva convocatoria, para estos escritores noveles, consistía en la ansiada publicación de las tres primeras obras seleccionadas, cuyos derechos cedían “totalmente” a la editorial, bajo una compensación económica puramente testimonial de 1500, 1000 y 700 euros, respectivamente, entregados a los tres autores premiados.

 

Para la firma del correspondiente contrato, viajó a la capital de España en dos ocasiones,  para tener un par de no fáciles reuniones con el director de publicaciones de la editorial, Pascual Cercedilla. El acuerdo no llegaba, pues chocaban dos recios caracteres. De una parte, un profesional contable, obsesionado con los números  y las ventas, que trataba de imponer la supremacía empresarial, pensando que con la publicación de su primera obra, los escritores noveles se limitarían a firmar las “escuálidas” migajas que se les ofrecían, por las largas horas y días del paciente trabajo invertido. De otra Glicinia, que no estaba dispuesta a que se le cambiase el título inicial de la novela con la que había concursado: TODA UNA VIDA, ni se iba a conformar con los 1500 € que se le ponían en mano, pues pensaba que los 600 ejemplares, que iban a distribuir por el amplio mercado lector, iban a tener una continuidad en nuevas ediciones, dada la calidad innegable de su obra, reediciones por las que no cobraría un solo euro, según las draconianas condiciones impuestas por el “soberbio” gigante editorial. 

 

Dos desplazamientos y atractivas estancias de fin de semana en Madrid, pero sin conseguir el deseado acuerdo.  Obviamente, la parte empresarial extremaba sus exigencias y el plazo para la firma contractual, sumida en un cómico desconcierto y asombro ante las negativas de una “desconocida” escritora novel. Al tiempo, la tenaz profesora de literatura, esgrimía sus raíces castellano leonesas, para no dejarse avasallar por la fuerza y el poderío social de un arrogante interlocutor.  En esa disyuntiva se encontraba la negociación, cuando apareció un elemento nuevo en la diatriba. Se trataba de un corrector de pruebas, que prestaba sus servicios en la editorial. Este laborioso personaje era un burgalés llamado Erandio Laplaza, con estudios de magisterio y estudiante “senior” de Literatura sudamericana que, desde hacía unos cinco años, había ocupado distintos puestos secundarios, dentro del organigrama editorial. Tenía un paralelismo generacional con Glicinia, 32 años ella y 33 él, por lo que pronto fluyó entre ellos una espontánea y abierta amistad, surgida en las prolongadas esperas de la profesora para ser recibida, por parte del hábil y presuntuoso jefe Cercedilla. Aquel día escritora y corrector tomaron café juntos y también cenaron en una popular pizzería/Burger de Malasaña (cerca del apartamento que Erandio tenía alquilado) inmersos en un ambiente juvenil y desenfadado que incrementaba la jovialidad y el divertimento de una creciente y esperanzadora amistad.

 

“No te fíes del poderoso Cercedilla, pues claramente te quiere “llevar al huerto” de sus intereses. Es consciente, aunque disimule, de que tu novela tiene la calidad y documentación necesaria para llegar a ser un importante éxito de ventas. Sin embargo no creo que para esta edición vayan a ceder con respecto a las normas impuestas en la convocatoria, en la que libremente participaste. De los 1.500 euros del primer premio no va a pasar. Pero pienso que tú puedes jugar una interesante carta en la “partida”. Me refiero a los incentivos de las segundas o terceras ediciones, estableciendo e imponiendo algunas clausulas en el contrato que te reporten ingresos, por el seguro éxito en las ventas. Invéntate algo original o sugerente que les pueda motivar a ceder, pues ellos están en la idea de mantener todos los derechos sobre tu obra”.

 

Las razonables e inteligentes palabras del amigo corrector anidaban en Glicinia, ayudándole y motivándole a buscar alguna solución en esa dura negociación que mantenía con  el gigante empresarial. Dándole vueltas al asunto, con la urgencia que Cosmos demandaba, se le ocurrió una sugerente idea, no totalmente novedosa en el mundo de las ediciones. Consistía en que al publicar la novela, la editorial aceptara dejar unas pocas hojas en blanco sin imprimir, al final del volumen. En las mismas, los lectores que así lo considerasen podrían escribir, de manera resumida, un final alternativo a la narración que había aportado la autora en su “libreto”. Una vez que redactasen esos otros finales, los enviarían a la dirección editorial a fin de que ésta decidiera, con el asesoramiento y opinión de la escritora, los tres mejores o sugerentes finales alternativos. Estos tres finales aparecerían como añadido de una posible segunda edición, con los nombres de sus respectivos autores, quienes recibirían como premio en compensación lotes de libros procedentes del abundante fondo editorial que poseía la muy consolidada empresa.

 

En realidad el propio Erandio ya le había dado alguna pista o sugerencia acerca de por donde podría ir la contraoferta a presentar en la que iba a ser la tercera y última oportunidad para el acuerdo.

 

“Me parece perfecto. En principio ellos quieren editar los 600 ejemplares previstos y quedarse con todos los derechos para posibles futuras reediciones. Pero tu les ofreces esa otra opción, de la intervención de los lectores con los finales alternativos, con vistas a una segunda edición, para la que ya exigirías un porcentaje adecuado con respecto al numero de ejemplares vendidos. Yo pienso que esta opción sería asumida por Cercedilla y su equipo. Tampoco “te subas mucho a la parra” exigiendo un porcentaje demasiado elevado, pues en la industria editorial solo se les abona a los escritores consagrados, con la garantía de tener un gancho comercial sólo con que su nombre aparezca citado en la portada del volumen, como autor de la obra”.

 

Glicinia agradeció afectivamente al inteligente y bien parecido Erandio, sus comentarios y sugerencias, con las que tenía fundadas esperanzas de salir de ese molesto y largo impasse que mantenía con el “endiosado” imperio editorial.

 

Como había previsto su nuevo y atractivo amigo, Cercedilla se avino a aceptar parte de la propuesta que le planteó Glicinia en una tercera entrevista, que fue afortunadamente la definitiva. El celoso contable y director de publicaciones vio con buenos ojos la posible intervención de los lectores, para que éstos aportasen finales diferentes, con respecto al elegido por la autora. No era nueva esta modalidad en el mundo editorial, pero sí los premios y la publicación de los tres mejores en una futura edición de la novela. Se reafirmaba en que no podía haber cambios para que la autora recibiera ingresos de esa primera edición, ya que en las bases del concurso se establecía claramente que los derechos de publicación y económicos permanecían bajo el control de la empresa. Sin embargo, a “regañadientes” se mostró conforme a que, en una segunda edición, la autora pudiera recibir algún porcentaje económico de los ejemplares vendidos, ofreciendo el 5 % y después de muchos tiras y aflojas aceptando llegar al 8 %. A cambio, Glicinia tuvo que “ceder”, permitiendo que la edición inicial pasara de los 600 ejemplares previstos inicialmente a 900. Para gozo de unos y otros, parecía todo arreglado. Resultaba más que obvio que la editorial había visto un “filón” productivo para sus intereses (que no iba a dejar escapar) con el descubrimiento de este nuevo y joven valor de la literatura o narrativa hispana.

 

En la evolución de esta historia, la profesora escritora y el corrector de pruebas decidieron unir sentimentalmente sus destinos, hace ya cuatro años. Glicinia abandonó su provincia natal para trasladar su residencia al distrito madrileño de Moratalaz, unida en pareja con Erandio. hoy ya subdirector de publicaciones de la editorial Cosmos, para la que siempre ha trabajado. La  novela del premio, con el nombre de El valiente perfil de una mujer, ha alcanzado ya la cuarta edición. Los ingresos que ha generado para la editorial y autora son notablemente contrastados, pero Glicinia, aparte de atender a sus clases y la maternal dedicación a las dos hijas (Luz y Aída) que ha tenido con Erandio, está a punto de culminar la redacción de su segunda novela, cuyo libreto se niega en modo alguno a llevarlo a la editorial Cosmos, a pesar de las intensas presiones de su propia pareja, quien se muestra en profundo desacuerdo con esta firme decisión adoptada por su mujer. Glicinia se ha hecho con un buen nombre dentro del panorama literario y quiere un oportuno cambio para el momento de su publicación, eligiendo otras posibilidades diferentes con respecto al “gigante” Cosmos Ediciones”.

 

En esta controversia familiar sin duda ha podido influir, aparte de la dura experiencia que mantuvo con la poderosa empresa editora en la que ejerce su marido, un hecho fortuito que ha protagonizado hace unas semanas. Trataba de localizar unos viejos apuntes que tenía por ahí perdidos, a fin de utilizarlos en una próxima charla a pronunciar en unas jornadas culturales organizadas por el Instituto en el que presta sus servicios. En medio de un maremágnum de carpetas, que el matrimonio tiene guardadas en el trastero de su domicilio, encontró un dossier de antiguos documentos pertenecientes a Erandio y vinculados a la editorial. Por un simple gesto mecánico, se puso a echarles una ojeada. Para su sorpresa había una antigua nota de ingreso económico para la cuenta bancaria de su marido, la cual estaba fechada precisamente  en los momentos del acuerdo para la primera edición de su novela. El concepto de esa importante compensación monetaria, que recibió el por entonces simple corrector de pruebas, aludía a los “muy estimados servicios prestados por el receptor, D. Erandio Laplaza  con respecto a la negociación mantenida con la escritora Glicinia Aray Abadía”.

 

Desde un principio decidió aplicar prudencia y reflexión al inesperado y fortuito descubrimiento, no exento de un comprensible desencanto. ¿Se había casado con un “troyano” de la propia editorial, que se había prestado a condicionar su firme voluntad negociadora?  Este revelador documento, que afecta al comportamiento de su marido durante las negociaciones que ella mantuvo con respecto a su primera novela, lo mantiene celosamente guardado a fin de esgrimirlo en el momento más oportuno para su interés y el de sus hijas.-

  

 


GLICINIA, UN NUEVO VALOR EN LA CONSTRUCCIÓN NARRATIVA

 

 


José Luis Casado Toro

 

Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

26 Marzo 2021

 

 Dirección electrónica: jlcasadot@yahoo.es           

Blog personal:http://www.jlcasadot.blogspot.com/

 



 

viernes, 19 de marzo de 2021

UNA SINGULAR Y SUTIL OBSERVADORA DE VIDA.


Se sentía feliz y bien protegida viviendo en ese hogar común en el que nada le faltaba, junto a sus numerosas y también alegres hermanas. En esa su gran familia, el padre se encargaba de vitalizar y sustentar la aventura de cada uno de los días, desde el siempre esperanzado amanecer hasta esa sosegada puesta del sol, que impone sin equívoco el ciclo diario de la naturaleza. Pero, en el gozo de esa fraternal tranquilidad, presentía con inquietud que algún día también a ella le correspondería tener que abandonar la saludable unión familiar, al igual que había visto acontecer con algunas de sus propias hermanas. 

Y hoy, una aciago e ineludible día, esa desvinculación material, que no afectiva, con su familia ha llegado también para ella. Aún con el dolor y sentimiento que esa ruptura le ha producido, entiende con resignación que ha de someterse a la ley de la naturaleza y tratar de adaptarse a la nueva situación que ha de afrontar con valentía desde este especial instante. De todas formas, a pesar del sufrimiento ante el trascendental cambio, piensa que va a tener otros incentivos para endulzar y enriquecer su nueva existencia a partir de ahora. Entre aquéllos, anhela uno muy importante como es el poder viajar y conocer otras realidades y experiencias que pueblan este espacio planetario, que nos ha sido encomendado para nuestra vivencia existencial. En uso ya de su autónoma, natural y legítima libertad, pudo ser espectadora privilegiada de algunos interesantes episodios que le ayudaron a conocer un poco mejor este complejo y abigarrado mundo que late a nuestro alrededor y del que todos formamos parte.

Una tarde de primavera enriqueció su experiencia observando el comportamiento de dos jóvenes, que se sentían íntimamente atraídos por los pasionales vínculos del amor. Eran dos adolescentes, posiblemente entre los 13 y 14 años, que se hallaban sentados en un banco de madera pintada de verde, correspondiente a unas de las zonas vegetales del gran Parque de la ciudad. Permanecían tiernamente cogidos de la mano, intercambiando bellas y dulces palabras, mezcladas con acústicos y sensuales silencios, no faltando los mimos y caricias, los proyectos e ilusiones y todas esas anécdotas que fluyen en los días, repetidamente narradas pero siempre nuevas, para dos seres que aprenden y gozan con la magia del cariño que su sexualidad les demanda.

Creyó entender (con ese molesto run-run distorsionador de la calle) que estos adolescentes se llamaban Diana y Héctor. Por el contexto de la conversación que los chicos mantenían, ambos escolares estudiaban en un instituto público de secundaria y pertenecían al mismo grupo escolar. Hubo entre ellos gestos de singular belleza, como por ejemplo el de compartir la merienda que ella traía desde casa, preparada por su madre, un tanto preocupada porque en su opinión veía a Diana demasiado delgada y bastante inapetente cuando se sentaba en la mesa para las comidas del día. Por su parte Héctor no dudó un instante en quitarse la cazadora vaquera que llevaba y ponérsela amorosamente por encima de los hombros a su sonriente compañera, ante el comentario hecho por la chica de que sentía un poco de frío, debido a la intensa humedad que llegaba esa tarde desde el puerto de mar, situado a pocos metros de donde la pareja se hallaba sentada.

En un momento de esa tarde sentimentalmente gozosa para los adolescentes, el chico supo aprovechar el ansiado momento que llevaba esperando desde hacía tiempo. Fue cuando una señora mayor, que descansaba y ojeaba una revista, descansando en un banco próximo,  tras aprovechar los últimos rayo del sol que fueron ocultándose por la sombra provocada desde la frondosidad de un gran ficus situado en la parte oeste de la zona ajardinada, al fin se levantó de su asiento y abandonó el recinto circular ajardinado de esa zona del Parque. En ese preciso momento, Héctor aproximó su rostro al de Diana, quien aceptó sonriendo el tierno y sensual gesto de su compañero para fundirse en un romántico y prolongado beso, del que disfrutaron emocionalmente durante unos preciosos, cálidos e “inmensos” minutos. Esa plástica amorosa será recordado por ambos como el gran trofeo inmaculado del día, tesoro que conservarán y recordarán repetitivamente en su emocional  imaginación, hasta ese otro beso que tal vez mañana lo sustituirá como diario alimento o sustento afectivo.

Para la singular, inadvertida y anónima espectadora era un verdadero gozo ver la limpieza y transparencia sentimental de dos chicos, muy jóvenes, que estaban aprendiendo y recorriendo el dulce camino del amor  en la normalidad de sus vidas.

Y ya en la palidez de la tarde, desde su privilegiada atalaya visual, observa como la chica comenta, con la dulzura de sentirse halagada y querida, que se acerca para ella la hora de volver a casa, a fin de evitar el enfado o el castigo de su madre, si incumple el minutero impuesto por sus progenitores para sus paseos vespertinos. El chico se prestará, como siempre le gusta hacer, para acompañarla hasta la parada del bus, recorrido que le dará muchos juego para tomarla de nuevo de la mano y en silencio o narrándole esas mil aventuras del día, poder gozar de una compañía que le hace plenamente feliz. Cuando la imagen de su amor se haga difuso e indefinido en la distancia, Héctor recreará en su memoria, una y mil veces, los mejores momentos de esa feliz tarde junto a ella, nutriendo su imaginación y deseo para ese próximo día que ya está tardando en llegar.

Caminando apresurado también hasta su domicilio, mantendrá la ilusión de que tal vez esta noche tenga la oportunidad de poder contactar con Diana, a través del whatsapp o del chat informático. Desde luego a lo que no renunciará, antes de dormir, será pensar una vez más en ella, dibujando su imagen, con la que premiará ese dulce y sentimental sueño que templará la fuerza de su juvenil vitalidad.

Ayudada por el viento de la naturaleza, nuestra tenaz observadora seguirá practicando ese inevitable nomadismo viajero que le va enriqueciendo de vivencias saludables, para compartir y madurar. Pero, al tiempo, también va tomando conciencia de que tantos desplazamientos van agotando sus fuerzas, ahora en que ya carece del seguro y diario sustento familiar, en el que siempre encontraba el alimento necesario para ver amanecer con sosiego y seguridad.

Continúa con su visual periplo, descansando ahora en un espacio no lejano del anterior, en donde esta nueva mañana puede contemplar una nueva aventura que anotará, con todos los detalles posibles, en el bagaje de su diaria  e  ilustrativa maduración. Hoy se trata de un hombre que, por su descuidada apariencia, parece haber vivido demasiado aunque, por la expresión que ofrece su surcado rostro, no debe sentirse especialmente feliz, considerando ese largo calendario, teñido de insustancial o superficial.  Este señor tiene por nombre Adrián, dato que ella pudo conocer porque al veterano ciudadano se le cayó de su bolsillo (al sacarse un pañuelo) una tarjeta del bono bus municipal personalizado y gratuito, que utiliza oportunamente para sus desplazamientos.

Este veterano jubilado, en realidad se siente “joven” en su espíritu, aunque necesariamente cansando y deteriorado, por esa muy fecha de nacimiento (anotada en la tarjeta viajera) que revela sus muchos años de vida. Su óptica vegetal pudo comprobar que ese hombre mayor acude puntual cada una de las mañanas a este rincón jardinero. En ese lúdico espacio obtiene la generosidad cálida del  sol, astro que tonifica y sosiega para el placer. Esto ocurre en los meses del frío, pues en los del estío ha de buscar la sombra protectora, tan necesaria para no deshidratar la masa corporal. El astro solar compensa el frío o humedad ambiental y también esas ausencias que castigan con la soledad.

El buen hombre pasa su largo tiempo sin medida ojeando, con la pausa equilibrada que da la edad, esas dos hojas de prensa gratuita que sabe donde las puede encontrar. Pero con lo que más se entretiene y agrada es observando a esos otros que por allí pasan, algunos con unas evidentes prisas que explican su acelerada necesidad. Él es una persona modesta que sobrevalora cualquier palabra o frase amable, pues considera esas frases amables alimento imprescindible para convivir y respirar. Lleva en el bolsillo de su ajada chaqueta unos caramelos que, ajenos al azúcar, alimentan gozosamente el recuerdo de su muy lejana infancia, etapa que nunca se olvida, a pesar de los años acumulados y el espejo cruel de la realidad. 

Este hombre sufría momentos de ocres nostalgias y añoranzas, no pudiendo evitar la presencia invisible de tantos otros recuerdos y personas en su conocimiento, que ya se fueron en el calendario caprichoso de la temporalidad. Y se preguntaba, una y otra vez “¿a donde irán? ¿en dónde estarán? ¿Por qué me han dejado indefenso, en medio de esa ingrata soledad?

Y Adrián un día más abandona, cuando suenan las rítmicas campanas desde algún lugar para avisar, su grato espacio jardinero, en donde una día más ha podido descansar. Y con paso ya inseguro por mor de la edad, se dirige de vuelta hacia ese su casa que aún mantiene, en la que nadie a buen seguro le habrá de esperar, buscando el bus municipal, una maquinaria rodante que al fin le habrá de llevar a su destino familiar. Tiene como buen hábito aplicar la virtuosa lentitud de la prudencia, pensando en los errores y daños que a toda regla ha de saber evitar.

En los inesperados y divertidos desplazamientos eólicos, que le permiten viajar entre los espacios de la ciudad, nuestra joven  observadora, en el conocer y reflexionar, pudo acomodarse una tarde en el quicio de un ventanal, que estaba situado en la parte superior de una gran puerta, por la que entraban y salían muchos niños pequeños, que sus madres y algunos padres llevaban durante horas en el día para “guardar”. En la llegada muchos de ellos lloraban, pues no querían separarse de su mamá o de su papá. Sin embargo esos mismos niños y niñas salían al final de la jornada, todos contentos y sonrientes por el mucho disfrutar y jugar, Siempre había palabras amables que las chicas cuidadoras y maestras regalaban a los padres sobre el comportamiento de sus retoños, en las horas del acompañar y educar.

Y se fijó en una chica joven, que apenas tendría la mayoría cronológica legal, dejando a una niña pequeña que no llegaría al año de su edad. La llevaba siempre amorosamente recogida entre sus brazos, bien limpia y vestida con el cuidado de una madre que se preocupa que nada le haya de faltar. La llevaba muy temprano en la mañana, entregándola a la señorita que le abría la puerta y que también extiende los mimos que ella le depara a la criatura, la cual sonríe ahora sin cesar. Con su aún muy pequeña manos la niña agarra como puede a un manoseado y querido peluche, un osito blanco como la leche o la nieve, de ojos azules y un lazo rosa para adornar. Con él juega y se encariña, mientras su joven mamá le dice adiós, ¡hasta luego! tres o cuatro veces, añadiendo “no dejes de tomar la merienda que luego te van a dar, pues tienes bien que alimentarte para poder correr, jugar y saltar”.  A eso de las siete de la tarde, según marcan las campanas, de una iglesia cercana en el lugar, vuelve esa misma madre, llamada Ivana, a por su pequeña Alma que grita de alegría, al poder reencontrarse felizmente con su mamá. La chica ha estado trabajando largas horas como cajera de un hipermercado, honrada labor que tuvo la suerte de encontrar, cuando quedó embarazada de un irresponsable que nunca más ha vuelto para preguntar. Pero ella aporta a su Alma todo el amor de una madre, para que en modo alguno sienta la falta de un padre, pues ella tiene el cariño suficiente de un papá y de una mamá. Tal vez algún día encuentre a un hombre bueno, que sepa también querer a la hija de su pareja, jugando con ella y gozando de su felicidad. Es una hermosa historia que aprendió desde esa ventana de la guardería, desde donde tantas imágenes hermosas se pueden contemplar, pensar y disfrutar.

Pero un día infortunado de otoño, fue una vez más el viento impetuoso el que quiso finalizar con su enriquecedora aventura viajera, de aquí para allá. La lógica natural y cívica impuso finalmente sus leyes. para la conveniencia urbana de la normalidad. Un paciente trabajador de la limpieza barría esas calles llenas de hojarasca y otros residuos, con los que el fuerte viento y la no menos intensa lluvia había cubierto los numerosos asfaltos y especialmente las aceras para el transitar.  Ella misma y otras muchas compañeras vegetales fueron evacuadas con la escoba y el recogedor, para ser llevadas a ese gran “vagón” de Parques y Jardines, en donde reposa en principio una gran masa forestal. Ese cromático conjunto está integrado por ramas, flores, tallos, raíces y, por supuesto miles de hojas ¿a dónde las habrán de trasladar?. Este tesoro arbóreo de vegetales, cortados o arrastrados por el vendaval, normalmente es llevado a los grandes depósitos de residuos que cada una de las ciudades y municipios disponen para asear. Aunque también esa masa vegetal es utilizada para la fabricación de compost o turba fresca vital, muy útil para fertilizar o plantar.

Entre las numerosas hojas apiñadas en los contenedores, pronto se establecen comentarios y experiencias, más o menos animosos con respecto a la suerte que les habrá de llegar.

“Os aseguro, lo sé de buena fuente, que nos van a convertir en turba generosa, para ayudar a otros compañeros a nacer, crecer adornar y purificar. Es la ley de la naturaleza que, con paciencia y generosidad, tenemos que comprender y sin más aceptar. Así es el ciclo natural de la vida, que nunca y con fortuna ha de parar. Igual nos “reencarnamos”  en otras coquetas flores y hojas agradables, para el disfrute propio y el de los demás.”

Nuestra hoja viajera había vivido, como tantos otros vegetales, una sin igual experiencia, para compartir y recordar. Con ella asumía su propia valía en los ciclos de la naturaleza. Y, de paso también, comprendía muchos comportamientos y sentimientos de los humanos, desarrollados entre el alba y el ocaso de cada día, según los calendarios. Lúcidas etapas en las que hay que vivir, dibujar con colorido y, con generosas sonrisas  ¿por qué no, también, querer y soñar?

  

 

UNA SINGULAR Y SUTIL

OBSERVADORA DE VIDA

 

 


José Luis Casado Toro

Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

19 Marzo 2021

 

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