viernes, 1 de diciembre de 2017

UN MANUSCRITO PARA DESPERTAR EL LETARGO DE TANTAS CONCIENCIAS AUSENTES.

Suele ocurrir, gratamente, en los momentos más inesperados del almanaque. Cuando el patrimonio de tu memoria acumula una elevada cifra en las hojas vitales del calendario, se van recuperando, de manera inesperada, antiguos vínculos personales que se tenían por perdidos u olvidados en la nebulosa lejanía de los tiempos.

A estos reencuentros contribuyen las versátiles herramientas puestas a nuestra disposición por la revolución “infinita” que proporcionan las redes digitales de Internet. También favorece esta recuperación, por supuesto, el que hayas desempeñado una actividad laboral abierta al conocimiento y relación con un número muy cualificado de personas. Por ejemplo, la oportunidad laboral de haber ejercido la docencia, en cualquier grado o nivel de la enseñanza, hace posible que muchos de los antiguos alumnos puedan a lo largo del tiempo reconocer y contactar con el que ha sido su profesor en una determinada materia, dentro del numeroso claustro con el que han trabajado su proceso formativo en los tiempos más o menos lejanos de la adolescencia.

Aunque en otras profesiones puede ocurrir esa misma realidad de recuperar viejas o antiguas amistades, el ámbito de la enseñanza es afectivamente especial. Se trata de personas con las que el maestro o profesor trató hace ya veinte, treinta o cuarenta años, precisamente en una etapa evolutiva que para estos jóvenes resultaba trascendental. Ese importantísimo período en la vida de las personas, comprendida entre los 12 y los 18-20 años, nunca llega a borrarse totalmente por su especial significación en las complicadas estructuras que conforman nuestra memoria.

Muchos de estos antiguos escolares suelen preguntar por su "profe" a ese afamado y polivalente buscador que es útil para casi todo. En esa maravillosa aplicación o plataforma Google, universalmente “divinizada”, es muy probable que aparezca alguna interesante respuesta, algún posible  camino, alguna “luminosa” sugerencia para tu más o menos difícil pregunta o necesidad. Escribes el nombre completo de aquel antiguo maestro y, de una u otra forma, aparecen numerosas pistas para saber acerca de su persona y establecer algún afectivo contacto, aunque a veces (es cierto) no resultan fáciles los caminos propuestos para una adecuada  comunicación.

Para Ismael Blanco, 42 años, técnico informático en una franquiciada empresa del sector, su objetivo en la búsqueda resultó exitoso. A ello colaboró precisamente que la persona, a quien trataba de localizar, tenía un blog donde insertaba materiales muy diversos en su elaboración y naturaleza. Rápidamente el buscador le remitió a dicho portal, en cuyo perfil estaba precisamente anotado el correo electrónico de ese profesor de Historia con el que deseaba contactar. Fue alumno suyo en dos cursos del instituto: uno, en tercero de la ESO y también recibió sus enseñanzas en el último año de la educación secundaria: el 2º de bachillerato. En los veinticuatro años que habían transcurrido, desde que abandonó en centro escolar, no había vuelto a contactar con este docente, que fue también su profesor tutor en ese ya lejano curso de la Educación Secundaria.

En la actualidad Higinio Torrecilla, 62 años, es un profesor jubilado. Hace dos años alcanzó su bien ganado retiro laboral aunque, por su anímica base vocacional, aún sigue añorando su etapa activa en las aulas, donde explicó los contenidos históricos, geográficos y artísticos de su materia durante tres décadas y media. Ahora cubre su tiempo con muy diversas actividades, entre las cuales ocupa un lugar preferente el mantenimiento de su activo blog personal, donde “cuelga” materiales muy variados, escritos de su propia mano o con referencia a otros autores. Entre aquellos archivos, destacan la composición de relatos.

Cada noche, tras el visionado de alguna película (una muy grata rutina, dado su “amor” y afición al séptimo arte) suele dedicar un buen rato a trabajar con el ordenador, comprobando y respondiendo a los diferentes correos que han ido llegando a su portal. También repasa las noticias del día y prepara materiales que puedan ser atractivos para insertar en las páginas de su cuidado y vitalista blog.

Aunque en la mañana de este domingo otoñal tenía previsto madrugar, a fin de desplazarse en el tren de cercanías a un interesante paraje de la sierra rondeña en donde practicar la actividad senderista, el sábado estuvo navegando hasta cerca de las dos horas delante de su pantalla digital. En el listado de remitentes, una vez más aparecía esa mucha publicidad que normalmente va a la papelera del escritorio. Sin embargo, durante esa noche otoñal del fin de semana, observó un nombre que le resultaba desconocido en ese largo listado de llegadas. Nada le decía el dato de un remitente llamado Ismael Blanco. Aún así se detuvo en dicho correo, antes de tomar la decisión de abrirlo o eliminarlo. Le extrañaba, de manera especial, las palabras o motivo del “asunto”. En dicho apartado, aparecía una frase cordial ”¿Cómo está, Profesor?” Debía tratarse, sin duda, de algún antiguo alumno que conocía su dirección electrónica. Tomó la decisión de abrirlo, a pesar de que, por más que pensaba, no reconocía el nombre del remitente. Parecía lógico y respetuoso conocer el contenido del mensaje.

“Estimado profesor, D. Higinio. Probablemente tenga Vd. dificultad para recordar mi nombre (han pasado ya casi dos décadas y media, desde aquellos cursos en los que estuve como alumno en sus clases). Fueron dos cursos,  aquéllos que compartimos en las aulas: tercero de la ESO (fue mi tutor) y el último de bachillerato. A pesar del tiempo transcurrido, no me ha sido fácil superar una muy amarga experiencia que viví durante mis años escolares. En realidad, aún quedan secuelas de la misma en mi carácter.

En la actualidad trabajo en un servicio técnico de informática. Soy un tanto introvertido y no me relaciono mucho con la gente. Siempre he preferido vivir solo, por lo que no me esforcé en formar una familia. En mi tiempo libre, practico la escritura. Precisamente tengo un blog como el suyo. Al fin he logrado terminar mi primer libro, que está aún sin publicar. En el texto del mismo se narran esas terribles y desagradables experiencias que, como adolescente, tuve que vivir durante mis años escolares y que tanto han influido o determinado mi forma de ser actual.

Le envío, en un archivo adjunto, el manuscrito de este largo relato. Me gustaría que leyese el contenido de estas casi doscientas páginas. Estoy muy interesado en conocer su opinión y la de algunos otros profesores (seis, exactamente) quiénes también ha recibido el mismo y correspondiente archivo.

Mi intención es publicar este libro. Pero Vd. y sus compañeros no deben preocuparse, porque sus nombres no aparecen en el texto y evito una fácil identificación de sus personas. Para mi es mucho más importante denunciar la situación planteada, que señalar a nadie con nombres y apellidos. Estos datos permanecen bien guardados en la privacidad de mi memoria.

¿Por qué quiero que este libro salga a la luz? Para evitar que situaciones como las que planteo continúen perjudicando, de manera tan desafortunada, lo que debe ser el normal y sano desarrollo de un adolescente. Tal vez los profesores, la administración educativa y la propia sociedad, tomen conciencia algún día de estas terribles situaciones que, las más de las veces, permanecen ocultas, haciendo sufrir a muchas personas inocentes.
Atte. Ismael Blanco”.

La sorpresa de Higinio, ante la extensa misiva explicativa, era profunda. Por más que intentaba hacer memoria, no asociaba en sus recuerdos la imagen del remitente (seguro que uno de sus numerosos alumnos) en aquella ya lejana década de los noventa. Parecía lo más aconsejable iniciar la lectura de ese manuscrito que, como archivo adjunto en formato pdf, acompañaba al inesperado correo. 
Una vez descargado el proyecto de libro, procedió a su expectante ejercicio de lectura. Dado el interés de su contenido, estuvo leyendo las bien redactadas páginas hasta cerca de las tres de la madrugada, hora en que el sueño pudo más que su motivación ante los párrafos que ávidamente iba “devorando”.

Quiso ser fiel a la realización de su proyecto senderista, actividad que le ocupó una buena parte del domingo. Pero ya en la vuelta a casa y tras la correspondiente y reconfortante ducha, preparó una frugal merienda - cena, a base de ensalada, lácteos y cereales con fruta. Apagó la televisión tras el necesario “ágape” y se dirigió hacia su sillón preferido, donde aguardaba ya el tablet, acompañado de una buena taza de café solo, a fin de evitar la tentación del sueño. Quería avanzar en la detallada exposición que realizaba Ismael en su manuscrito, cada vez más provocadora para la laxitud irresponsable de las conciencias. 

Aquella noche estuvo ante las páginas del texto hasta una hora muy avanzada de la madrugada. Cuando al fin se fue a la cama, le quedaba ya poco contenido por completar del interesante “libro-denuncia”. La verdad es que perdió el ritmo del sueño, ante todos esos párrafos que hacían fluir en su rostro un profundo rubor y un indisimulable sentimiento porcentual de culpa.

Cuando a la media mañana del lunes finalizó la lectura de los párrafos que aún le restaban por conocer, se sentía intensamente abrumado. Decidió darse un largo paseo por el paseo marítimo, acercándose a  la playa a fin de observar y disfrutar del ritmo acústico y visual que producía el oleaje del mar al romper junto a la orilla. Su cabeza iba dándole vueltas a ese texto/denuncia que había tenido que leer, por la voluntad de su autor, un antiguo alumno que, de forma lamentable, había sufrido demasiado en una etapa decisiva para la evolución armónica de su personalidad. Tras una profunda y valiente reflexión, aquella tarde, sin más dilación, comenzó a redactar la carta respuesta que quería transmitir al infortunado discípulo con el que convivió profesionalmente en las aulas escolares.

“Amigo Isaac. He querido sin más dilación responder a tu correo, una vez completado el contenido de ese importante y testimonial manuscrito que deseas ver publicado próximamente.

Te confieso que me ha impresionado todo lo que con valentía narras, producto de una muy dolorosa y desafortunada experiencia acaecida hace ya mucho tiempo. Ser el objetivo de todas esas crueles actitudes y agresiones que, en aquéllos importantes años de tu adolescencia, tuviste que soportar, me produce indignación y un profundo pesar. Conocer esas vejaciones, amenazas, humillaciones, agresiones tanto físicas como psicológicas, que algunos violentos compañeros te infligieron, me produce espanto, incomprensión y una rabia difícil de contener.

Según dices, este manuscrito lo has enviado a algunos de tus antiguos profesores que, como es mi propio caso, fuimos tutores del grupo donde cada año estuviste matriculado. Tengo que hablar en primera persona, lógicamente, pero te puedo asegura que yo no supe percibir estos lamentables hechos que de ningún modo pongo en duda. También estoy completamente seguro de que esos otros profesores tampoco conocieron esos incalificables comportamientos. Pero ello no me exime de la responsabilidad que asumo por no haber hecho más por detectar de que en el grupo del que era tutor o profesor estaban perpetrándose tales ignominias.

Sería ahora para mí fácil plantear una pregunta: ¿Por qué no acudiste a tus profesores, a fin de plantear abiertamente esos dolorosos hechos de los que eras objeto? Sin duda no lo hiciste por el miedo, las amenazas u otras razones que te impidieron buscar la ayuda y la protección necesaria.
Todo ello no exime de que en este momento, con más de dos décadas de distancia en el tiempo, te pida sinceramente perdón. Debo y quiero disculparme por no haber sabido detectar a tiempo ese rechazable bullying que tuviste tan dolorosamente que padecer.

Manifiestas que esos episodios han dejado huellas negativas en tu carácter que, incluso hoy, necesitan tratamiento. Confío que la cualificación médica consiga aliviar definitivamente esas heridas psicológicas en tu persona. Y aplaudo tu valentía en querer publicar este testimonial manuscrito. Tal vez con esta difusión consigas que otros muchos profesores,  también por supuesto otros numerosos padres, tomen conciencia de que, aunque no sean detectados, pueden estar ocurriendo infames episodios de bullying sobre los alumnos o sobre esos hijos que la sociedad ha puesto bajo su responsabilidad.

Dejo bajo tu recto criterio la posibilidad o conveniencia de que podamos mantener un diálogo directo, en el futuro. Hasta ese anhelado instante, recibe toda mi consideración, respeto y disposición para la ayuda. Higinio”.

El libro denuncia de Ismael fue, finalmente, publicado. La venta y difusión del ejemplar resultó en sumo esperanzadora, en palabras del director editorial. Este técnico informático ha pedido a su antiguo profesor, don Higinio, un poco más de tiempo, a fin de que ese reencuentro personal entre ambos pueda llegar a producirse. En la intimidad de su conciencia conoce los porcentajes correspondientes a la ficción y a la realidad que integran el impactante relato denuncia. Obviamente, quiere incrementar las ventas en las librerías. Pero también esa parte ficcional del texto, ajena a la verdad, sea una peculiar forma de pagar, tanto a unos como a otros, los errores de unos años que debieron ser para su persona manifiestamente mejorables.-


José L. Casado Toro (viernes, 01 Diciembre 2017)
Antiguo profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

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