viernes, 24 de noviembre de 2017

PREGUNTAS, OFERTAS Y REGALOS, PARA LA DEBILIDAD DE VOLUNTADES INCIERTAS.

Parecía que ese lunes iba a ser un día más, sometido a la bien practicada y sosegada rutina de la normalidad, en la vida de una reducida familia integrada por dos veteranas y bien avenidas  hermanas, que se disponían a construir con paciencia el devenir de las horas. Pero el teléfono, con su impertinencia habitual y unos minutos antes de las diez, sonó en este domicilio ubicado en un barrio de sociología popular, no alejado de la centralidad madrileña. Preguntaban por Frasca de la Divinidad Cortina.

Adela, 68 años, junto a Frasca (dos años menor) han habitado desde siempre en el 4º A, piso que heredaron de sus padres e inserto en un bloque de viviendas sin ascensor en el que residen otras muchas familias, mayoritariamente de edad avanzada. También hay en el inmueble un par de viviendas donde contrasta el latido de la vitalidad juvenil, emanada de sendos pisos compartidos por chicos y chicas que estudian en la universidad o que ya negocian, en la competitividad sin tregua de cada día, la búsqueda de esas horas de trabajo que den luz a las titulaciones que certifican y atesoran sus currículos. Ambas hermanas no han llegado a pasar por la vicaría o el Registro Civil, ostentando esa soltería existencial que tienen perfectamente asumida. En el ámbito profesional su dedicación ha estado centrado en el mundo de la costura, siendo habilidosas en los difíciles o complicados “arreglos” tanto para la sección textil de un importante Centro Comercial, como también para otras diversas empresas del mismo sector mercantil. Los ingresos económicos derivados de estos trabajos, de naturaleza ocasional, han sabido completarlos con el ejercicio diario de modistas, cosiendo para una variada clientela de personas particulares.

Las dos hermanas tuvieron el acierto de comenzar a cotizar como autónomas, lo que les ha permitido disponer en la actualidad de dos modestas pensiones, tras la llegada de la necesaria jubilación. A pesar de la escasa cuantía de ambas prestaciones, la suma de las mismas y los intereses de unos depósitos bancarios,  les permiten disponer de una liquidez mensual con la que poder afrontar los gastos cotidianos y vivir con un sencillo desahogo en la sucesión de los días.

Junto a ellas convive en la vivienda un tercer “personaje” al que ambas deparan un emocionado y afectivo cariño por la siempre apreciada compañía que les presta. Esa muy bien cuidada mascota atiende por el nombre de Blenda, una gata gordinflona de pelo blanco en la mayoría de su voluminosa anatomía, salvo el color castaño que luce en la extremidad de su medio rabo. La recogieron un día de la calle cuando, aún “bebé”, maullaba buscando calor y comida y desde aquel afortunado día ha centrado sus mimos y atenciones, especialmente para un sustento alimenticio cada vez más exigente y exquisito: muy zalamera, se siente feliz con los jurelitos y boquerones que de forma periódica le sirven, aunque su plato o manjar preferido es el contenido de las suculentas latitas de atún. Tampoco le falta cada día esa ración de arroz cocido mezclado con trocitos de pollo que sus generosas amas, con esmero y afecto, tienen a bien prepararle.

En su comportamiento diario practican una acendrada y apasionada religiosidad, que se hace patente por su pertenencia a la Orden del Santo Escapulario. Son tenaces cumplidoras en la asistencia parroquial, para la mayoría de los oficios litúrgicos, dedicando también muchas de las horas semanales a la acción pastoral, especialmente para la catequesis de los niños y niñas del barrio en la preparación de sus comuniones. Entre las obligaciones solidarias que también se autoimponen se encuentran las visitas y asistencias a los feligreses enfermos, ayudándoles y confortándoles en lo posible con su compañía, diálogo e incluso con el cuidado de sus cuerpos enfermos. La puerta de su domicilio está presidida, bajo una esférica y abatible mirilla  protectora, por una placa en la que se dibuja la devota imagen de un Sagrado Corazón con la leyenda de “En Vos confío” escrita con grafía cursiva en su lateral inferior. También, en una vitrina del salón de estar, poseen una imagen del Sagrado Corazón de Jesús, a la que profesan gran devoción y respeto filial, pues consideran que su padre, don Isacio, recibió continua protección de esta advocación cristiana, durante los largos años en que ejerció el noble y ejemplar oficio de camionero transportista de perecederos.

Volviendo a ese lunes de un sorprendente cálido otoño, especialmente en las horas centrales del día, fue Adela quien atendió la llamada telefónica. Una amable voz al otro lado de la línea preguntaba si podía hablar con su hermana Frasca.

“Buenos días, apreciada Sra. Martínez. Mi nombre es Flavio del Morral y pertenezco a una importante empresa privada de consulting y estudios de la opinión. Ha tenido Vd. la suerte, estimada Sra. de ser seleccionada para responder a unas breves preguntas sobre cuestiones electorales, cuyas respuestas no le llevarán más de 10 minutos. Debe, ante todo, confirmarme si se encuentra en la horquilla de edad de más de 55 años. En caso afirmativo, le plantearé unos fáciles e importantes interrogantes, por cuya participación tendrá derecho a una interesante compensación en forma de premio”.  

Frasca, la menor de las hermanas, nunca se ha caracterizado por la fuerza de su carácter. La influencia y preeminencia de Adela, desde la muy lejana infancia, ha ejercido sobre ella ese tupido y excesivo manto protector que, en no pocas ocasiones, le ha generado sometimiento, agobio y pasividad. Sus fases depresivas, especialmente en los últimos años, son más que frecuentes e inquietantes para su salud anímica y física. Sin embargo, hoy se siente feliz e infantilmente importante. Ha sido ella la elegida para atender a unas preguntas que un amable señor le va a plantear, con el premio añadido de un regalo como compensación, dádiva que podrá “ostentar” con “infantil” orgullo ante el protagonismo usual de Adela en la vida familiar. A causa de estas premisas, junto a la curiosidad que le provocaba el persuasivo interlocutor, no tardó en responder afirmativamente, aceptando atender su participación en la encuesta.

El tiempo de diálogo entre el entrevistador y la cada vez más aturdida señoraaturdidada ensaci ella la elegidcomunicante. estada se alargipacis pregunterlocutor, de un regalo como compensaci ella la elegid se alargó casi el doble, de aquéllos 10 minutos inicialmente sugeridos por el sagaz profesional de la comunicación. La naturaleza de las preguntas que sustentaban la encuesta no era en sí misma complicada, siempre para una persona que estuviera al tanto de la situación socioeconómica del país, que leyera habitualmente la prensa y que frecuentara la escucha de los informativos emitidos por la radio y la televisión. Pero Frasca, la persona hoy protagonista de la palabra, sólo ha cursado los estudios primarios, durante su infancia y adolescencia. Tanto ella como Adela fueron adiestradas por su madre, siendo aún muy jóvenes, en el arte del hilo, la aguja, la tijera y la máquina de coser, siempre pendientes de las tallas, las hechuras, las sisas y esos colores que periódicamente la moda impone, con sus crípticos e indefinibles designios. Sus afanes, intereses y preocupaciones estaban, inevitablemente, al margen de ese contexto sociopolítico que animaba el latir de las preguntas que a la “madura” Sra. se le planteaban. Veamos algunas de las “simples cuestiones” que Flavio le hacía, desde esa poderosa empresa especializada en estudios de la opinión.

¿Cuáles son, en su opinión, los tres principales problemas que tiene el país en la actualidad? ¿Cuál la televisinsaci ella la elegids que tiene el pa le planteaban. al margen del contexto sociopol la televisinsaci ella la elegid fue el partido o agrupación política que Vd. votó en las pasadas elecciones? ¿Volvería en este momento a repetir su confianza a esa opción política? ¿En su consideración, cuál es el profesional de la política más honesto en todo el espectro sociopolítico de España? ¿Cuál es la emisora de radio que más sintoniza, dentro de sus preferencias? ¿Cuál sería el periódico o revista que nunca compraría en los kioscos de prensa? ¿Qué opina sobre los casos de corrupción en la administración nacional, regional y local?

Contrastemos estos interrogantes con el espíritu de las respuestas emanadas desde la atribulada y al tiempo emocionada señora.

“Mire Vd. señor, en verdad yo no entiendo de política. Cuando llegan las elecciones, el párroco nos dice que debemos cumplir con nuestras obligaciones cívicas y entonces mi hermana Adela elige las dos papeletas. No queremos revoluciones, ni guerras, ni violencias. Queremos el bien para todos, especialmente para los que más sufren. La radio la utilizo para escuchar mi novela preferida y en cuanto los periódicos, no los compro. Ese dinero lo dedico para ayudar a los que menos tienen. En cuanto a las personas que se dedican a la política, sólo les pediría que pensaran más en los demás y menos en sí mismos. Robar es malo. Engañar no es bueno. Odiar a los que no piensan como tú, pienso que es una sinrazón. Resulta inhumano que una persona quiera trabajar y no pueda, porque no le dan trabajo. Es terrible que estés enfermo y tengas que esperar semanas, meses e incluso años, para empezar tu curación. Debería estar castigado que el dinero necesario para construir y hacer buenos hospitales y escuelas se dediquen a satisfacer las ambiciones y caprichos de aquéllos que todo poseen. Me gustaría creer que la justicia es igual para todos y que todos pagan los impuestos que les corresponden  …”

Tras estos sencillos planteamientos, Flavio decidió dar por finalizada la encuesta con Frasca. Entendió que era llegado ya el momento de compensar a la buena señora con algún incentivo que le volviera a hacer sonreír (en los últimos minutos la había percibido con un sentimiento abatido, triste y heterogéneo, mezcla de indignación, paciencia y bondad.

“Muy bien doña Frasca. Lo ha hecho Vd. muy bien. Como obsequio por su generosa colaboración con nuestro trabajo y el tiempo que le hemos arrebatado de sus obligaciones personales, podrá elegir entre uno de estos tres regalos que le ofrezco: una plancha eléctrica para viajes, un transistor con auriculares o un elegante pendrive para ordenador, con una capacidad de 32 gigas. El regalo elegido le será entregado en su propio domicilio, por uno de nuestros agentes, que previamente se pondrá en contacto con Vd. para concertar la hora puntual de visita”.

Frasca, recuperando la sonrisa en su rostro, pidió unos segundos al entrevistador a fin de consultar con su hermana el regalo que debía elegir. Adela sentenció: “No tenemos ordenador y nuestra querida radio aún funciona. Será útil tener en casa una nueva plancha, pues la nuestra a veces falla. De todas formas, no sé por qué siempre me tienes que preguntar, cuando has sido tu la elegida para recibir esta compensación por tus respuestas”. Una vez concretado el obsequio, el propio Flavio fijó el jueves de esa misma semana para la fecha de entrega, aceptando ambos interlocutores las 11 como la hora más apropiada para hacer efectivo el encuentro.

Efectivamente el día fijado, con una castrense puntualidad, una persona llamó al timbre de la puerta. Tras observar por la mirilla y preguntar quién era, la propia Frasca abrió la puerta, mostrando una preocupación miedosa difícil de disimular. Se encontraba sola en casa, pues Adela había tenido que ir precisamente ese día al ambulatorio para una cita con el médico de cabecera previamente concertada. Necesitaba unas recetas para abastecer la copiosa farmacopea que a diario ambas tomaban. Para su asombro, el sonriente comercial del regalo se presentó como Flavio, el amable joven que días antes había protagonizado la consulta telefónica. Rogó si se le podía conceder unos minutos, antes de hacerle entrega del obsequio, pues traía en su cartera unos dossiers con una ofertas verdaderamente interesantes que le gustaría poder explicar.

Fue una experiencia desagradable, para el débil carácter de la agobiada señora que, sin la ayuda cercana de su hermana, se vio desbordada ante ha habilidad oratoria del persuasivo comercial, con sus “irresistibles ofertas”. Su incisiva verborrea comenzó con la temática de los seguros “para todo”. Vida, hogar, mascotas, salud, viajes, asistencia jurídica, fueron los focos explicativos en los que Flavio se centró, todo ello acompañado por una gran cantidad de folletos ilustrativos, esquemas y cálculo de costes que aturdieron aún más a Frasca que no sabía como frenar la “sagaz técnica comercial” de un especialista en hacer muy fácil y atractivo lo complicado de esa “letra pequeña” que subyace en tantos cantos de sirena. Una vez comprobado que con esta vía a ningún punto llegaba, sólo al “no y no” de la acomplejada señora, el comercial continuó por la senda de las tarjetas bancarias, aunque con igual suerte, pues el muro de la cerrazón de Frasca era realmente imposible de derribar.

Sintiendo un mucho de pena, al ver el cada vez más enrojecido rostro de su interlocutora, patentemente sofocada, puso de inmediato fin a sus ofertas y sacó de la bolsa deportiva que le acompañaba una pequeña caja en cuyo interior iba la plancha de viaje, entregándola como premio a la paciente colaboradora de la encuesta. La grafía inserta en el exterior del embalaje revelaba que era un producto de origen oriental, probablemente fabricado en China, con una marca desconocida en la publicidad usual de los medios de comunicación. Se despidió de ella con la mayor cordialidad de que era capaz, abandonando ese domicilio en el que había permanecido poco más de una hora. Frasca dejó ese electrodoméstico, cuya posesión tanto dolor de cabeza le había provocado, encima de la mesa. Se preguntaba, una y otra vez, como su hermana tardaba tanto en volver de la consulta médica.

Ya por la tarde, mientras su hermana descansaba tras el almuerzo con una infusión de tila en el cuerpo, Adela marcó un número de móvil. En la conversación que mantuvo procuró en todo momento bajar el volumen de voz, tratando de evitar que Frasca se despertara del profundo sueño en el que se hallaba sumida.

“Gracias, Remigia, por tratar de ayudarnos. Cuando me comentaste la semana pasada que uno de tus hijos trabajaba en un grupo teatral, pensé que era la oportunidad que venía buscando para tratar de ayudar a Frasca, cuyo estado psicológico cada vez me preocupa e inquieta más. El médico me dice que la protección que le he dado, durante tantos años, no ha hecho más que perjudicar su estado anímico, cada vez más inseguro y desequilibrado. Además de las medicinas, mi hermana ha de enfrentarse a realidades que potencien su protagonismo y autoestima si no queremos llegar a una situación en que la degradación de su voluntad sea irreversible. La actuación de tu hijo “Flavio” (bueno, Saúl) ha sido muy eficaz, aunque tal vez hoy se haya pasado con los seguros y las tarjetas de crédito. Pero la intención ha sido buena, qué duda cabe. Dale las gracias de mi parte. Le estoy muy reconocida. Pienso, no me cabe la menor duda, que llegará a ser un excelente y convincente actor… Sí, ahora tenemos una nueva plancha. La compré secretamente en “el chino” por siete euros. Veremos cómo funciona”.- 


José L. Casado Toro (viernes, 24 Noviembre 2017)
Antiguo profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga





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