jueves, 30 de junio de 2016

PERDIDOS EN UN BOSQUE PÉTREO, DE ELEVADAS COLINAS SIN ÁRBOLES.

Dos antiguos amigos y vecinos de bloque, residentes en el nuevo Paseo Marítimo del oeste malacitano, han decidido pasar este fin de semana disfrutando de la actividad senderista. Julián, celador de enfermería y Telmo, maestro de educación primaria, se hallan en la actualidad gozando de su bien merecida jubilación laboral. Su vinculación de amistad viene ya desde muy lejos en el tiempo, pues ambos habitaron sus respectivas viviendas prácticamente en el mismo período (años ochenta de la anterior centuria) con motivo de sus enlaces matrimoniales, aunque Julián es tres años mayor que su fiel compañero en la práctica de ésta actividades lúdicas.

El mes de junio, tanto en la bahía como en el interior de Málaga, se torna muy dulce y templado en lo térmico, aunque no faltan esos anticipos del viento de terral que se hacen muy sufridos para soportar lejos de los climatizadores. Buscando hacer un poco de ejercicio, estos dos buenos amigos han decidido realizar una sugestiva caminata, recorriendo un paisaje, especialmente elevado sobre el nivel del mar, que sabe combinar la dulzura primaveral con el frescor que su altitud posibilita a los visitantes del entorno. Sierra Nevada, en la provincia hermana de Granada, ofrece reconocidos y justificados atractivos por su proximidad, belleza y el incentivo de la aventura.  

De mutuo acuerdo, ambos senderistas decidieron reservar dos noches en el coqueto y muy recomendado Hotel El Guerra, situado a medio camino entre la capital granadina y la estación invernal de Pradollano. Eligieron este punto de residencia porque, durante los meses del verano, los demás centros hoteleros de esta importante estación de nieve suelen cerrar, a fin de preparar y organizar la próxima temporada de esquí que, como cada año, comienza ya bien avanzados los meses otoñales.  Reservaron las noches del jueves y el viernes pues  pensaron, con acierto, que durante los fines de semana el número de personas que suben a la Sierra se incrementa de manera notable. Ellos buscaban, fundamentalmente, tranquilidad y practicar ese recorrido senderista que tanto reconforta. Para esta ocasión, sus cónyuges decidieron no acompañarles. Sabían de antemano que el objeto de esta estancia en Sierra Nervada era caminar y caminar, a través largas distancia, tomar centenares de fotografías, a fin de sustentar la memoria  y, de manera especial, descubrir nuevos e insólitos parajes, llenos de encanto, allá en todo lo alto del  esplendor penibético.

El trayecto por carretera, Málaga–Granada, es corto en la distancia (apenas 120 kms)  y bastante cómodo en su recorrido. Al llegar a la ciudad de la Alhambra (o de los Cármenes, esos románticos jardines aterrazados, plenos de aroma y color) los dos amigos entraron a la circunvalación que vincula las distintas partes de la capital, lo que les permitió tomar la carretera de la sierra, una vía muy mejorada en la actualidad. Ya en el hotel dedicaron unas horas, antes del almuerzo, a organizar el senderismo vespertino, visitando y consultando en el Centro de Visitantes del Parque Nacional de Sierra Nevada, situado a un par de kilómetros del establecimiento hotelero. Sobre las cuatro y media de la tarde, tomaron de nuevo el coche y se desplazaron, en no más de 15 minutos, a la zona del Albergue Universitario. Tras aparcar en una amplia zona disponible, emprendieron la marcha a pie, dirigiéndose hacia los llanos de Borreguiles. La tarde se presentaba muy agradable en cuanto al tiempo atmosférico, soleada y con ese frescor de la sierra que equilibra la intensidad solar sobre nuestra piel.

Caminaron por espacio de más de dos horas, por unos terrenos cada vez más huérfanos de vegetación. En cuanto al suelo, básicamente pedregales repletos de miles de lascas, a consecuencia de un roquedo mil veces fracturado por los intensos contrastes térmicos del sol, la nieve y el hielo, además de las frecuentes ventiscas de la zona, ofrecía cierta dificultad para el paso (especialmente por diversas zonas) para personas inexpertas o poco habituadas para caminar por vericuetos inestables en la sustentación e incluso de alto riesgo, si no se lleva un calzado adecuado para esas inestables superficies.

En estas fechas de la temporada, la nieve había desaparecido de unos parajes, situados a casi tres mil metros de nivel sobre el nivel del mar. A más altura, quedaban aún esos emblemáticos neveros,  zonas donde la nieve, convertida en hielo, conservaba su presencia, en depresiones, oquedades y espacios determinados en el que el deshielo, que nutre los numerosos riachuelos del río Genil, aún luchaba con una temperatura cada vez más gélida, a medida que ascendemos. No debe olvidarse de que cada mil metros de altitud provoca un descenso térmico, de unos seis grados en la indicación de los termómetros.

Entre todos los neveros que aún se mantenían, durante estos días intermedios de junio, destacaban aquéllos que de forma intermitente tapizaban las agrestes laderas del majestuoso Pico del Veleta, elevado a casi 3.400 metros sobre el nivel del mar. Es la cuarta cumbre más alta de España y la segunda en esta cordillera Penibética, por detrás del Mulhacén, que alcanza unos ochenta metros más en su altura. Su esbelta forma a modo de una vela de barco, con esos tajos agrestes de una montaña que mira y acaricia el cielo, es junto al monumento de la Virgen de las nieves y el Mulhacén, uno de los más fotografiados y visitados por parte de los numerosos visitantes que se adentran en este amplio espacio que nos regala la naturaleza. Toda esta elevada zona corresponde a los términos municipales de Dílar, Monachil, Güejar Sierra y Capileira, pueblos con encanto en la ciudad de Granada.

Llevaban caminando ya más de tres horas, por superficies llenas de dificultad. En muchos espacios los senderos habían desaparecido y había que ir pisando sobre lascas y grandes pedregales, en donde la sustentación era peligrosa, porque esos trozos de roca gris no estaban, en su mayoría fijados al suelo, con lo que el riesgo de caída al apoyar mal los pies era evidente para los senderistas del lugar. El cansancio iba minando la resistencia de Telmo y Julián, personas que soportaban ya más de seis décadas en sus vidas y que practicaban la actividad senderista muy de tarde en tarde. Siguieron subiendo y bajando las laderas de las numerosas y escarpadas colinas, cruzando esos riachuelos que el deshielo primaveral ejercía sobre los restos hídricos helados y la filtración de las aguas, conformando pequeños brazos hídricos que enriquecen y avenan la artería fluvial madre del río Genil.

Aparte de ese roquedo fracturado en miles de piezas, mezclados con un matorral altamente degradado, espinoso y resistente a las bajas temperaturas, sólo se cruzaron con algunos rebaños de vacas y cabras, que pastaban por el lugar, pero sin hallar al pastor cuidador que las vigilara. Después de haber estado caminando, prácticamente sin parar durante varias horas, tuvieron que poner algún freno a su desplazamiento, ya que la altura en la que se encontraban dificultaba la respiración ante la baja concentración del oxígeno en el aire, provocando e intensificando el cansancio orgánico. Cada vez tomaban más agua de sus cantimploras y también consumieron algunos frutos secos, buscando la necesaria compensación energética.

Cerca ya de las ocho y media de la tarde, analizando el estado físico que sus respectivos organismos soportaban, decidieron dar la vuelta, camino de la zona del Albergue, por unos vericuetos que ellos consideraban interesantes y necesarios atajos a fin de ahorrar metros a la ya muy larga caminata. No fue una decisión acertada esta estrategia, pues tras recorrer espacios de subidas y bajadas por numerosas laderas, cada vez veían más alejado el punto referente que era el monumento de la Virgen de las Nieves. Pasaban los minutos y la resistencia física de ambos compañeros se degradaba, sobreviniéndoles una cierta angustia anímica  pues, aún en silencio, Julián y Telmo iban tomando conciencia de que se hallaban perdidos, en la continuidad de unos amplísimos espacios que siempre parecían iguales. Paulatinamente, el sol iba retirando su cobertura térmica y luminosa. Una continua brisa, cada vez más helada, atenazaba a dos cuerpos que habían calculado inadecuadamente el esfuerzo a realizar.

Sacaron fuerza de flaqueza de unos organismos próximos al agotamiento. Caminaron y caminaron, con pasos lentos e inseguros pero cada vez había menos luz y visibilidad, más frío y una angustiosa desorientación para unas piernas que se negaban atender la voluntad de la inteligencia. Llegó un momento en que Julián  tuvo que encender la linterna de su móvil (el teléfono de Telmo había perdido toda la carga de electricidad) a fin de poder señalar mínimamente el lugar por el que ambos tenían que pasar. Al no ser un terreno llano, los errores en la sustentación podían provocar resbalones y caídas muy peligrosas para dos cuerpos sesentones. Más que hambre, padecían necesidad, intenso cansancio y un indisimulado nerviosismo, pues nunca se habían visto en tan ingrata y peligrosa tesitura senderista. Lo más dramático era no saber exactamente dónde se encontraban, la casi nula visibilidad y la falta absoluta de fuerzas para mover sus piernas. Tomaron asiento en una zona levemente inclinada, a fin de recuperar algo de energía. El reloj marcaba las 10:45 de la noche. Seguía sin haber cobertura o señal de telefonía, a fin de efectuar alguna llamada de socorro.

Afortunadamente no era invierno. Pero la perspectiva de pasar toda una madrugada bajo la fría intemperie, con apenas unos restos de frutos secos y dos cantimploras casi vacías de agua, suponía un panorama un tanto desalentador. Apenas tenían el ánimo para hablar, pero entendían que aún era más desaconsejable el silencio. Uno y otro se intercambiaban algunas palabras, agradables o tranquilizadoras,  con la intención de mantener “encendido” el calor de la paciencia. Y así permanecieron allí sentados, sin percibir apenas nada que no estuviese a unos centímetros de distancia. Se abrigaron en lo posible, con alguna prenda que llevaban en sus mochilas y se dispusieron a esperar y, tal vez, a dormitar.

Pasaron los minutos y seguro que también horas en el tiempo. Quiso el destino que, en un momento concreto, percibieran a lo lejos algo parecido a una débil luz que se movía. La carga de batería en el móvil de Julián estaba ya bajo mínimos. Vieron en su relojes que las manecillas marcaban ya las 2 y veinte de la madrugada. Agitaron la débil luz de la linterna, con el ánimo de que aquella otra lejana lucecita percibiera la señal de socorro.


En la inmensidad de la noche, ambos puntos de luces coordinaron. Pasaron veintitantos minutos hasta que el portador de una linterna, fija en su gorro de lana, llegó hasta donde se encontraba la veterana pareja de senderistas aficionados, perdidos y con sus organismo exhaustos. El fornido caminante se llamaba Alan y era de origen galés. Aparentaba estar en la cuarentena de edad y su profesión era la de técnico informático, de baja temporal por estrés. Parece ser que era persona diestra en el ejercicio de la bebida. Un profundo sueño, a altas horas de la tarde, tras ingerir su constante cargamento etílico, le había hecho despertar más allá de las doce de la madrugada. Se movía en la oscuridad de la noche, gracias a su potente linterna y a un sofisticado GPS, que había comprado a su paso por Londres. Su conocimiento del español podría considerarse como medio/bajo, pero suficiente para comunicar con Telmo y Julián, a los que facilitó, generosamente, el contenido de una botella de agua isotónica, algo de chocolate y un par de manzanas. Él se conformaba con seguir tomando de sus “petacas” el reconfortante licor que contenían.

Tras recuperar algo de calma y energía, siguieron el camino que les iba marcando Alan y su GPS, a un paso relativamente lento para evitar una posible caída. Cuando al fin alcanzaron la zona del Albergue Universitaria, donde estaba residiendo Alan, eran ya las cuatro y cuarto de la madrugada. Tras agradecer efusivamente la ayuda recibida ayuda, prometieron seguir en contacto con el providencial ciudadano galés a través del correo electrónico, cuyos datos intercambiaron. Tomaron su vehículo y en veinte minutos aparcaron junto a su hotel “El Guerra”. Sin quitarse la ropa, se echaron encima de sus camas, donde no se despertaron hasta la hora del almuerzo, gracias a una llamada telefónica que les hizo la Srta. de recepción.

Ya aseados y con el necesario alimento en sus organismos, dedicaron la tarde del viernes a pasear por la bella magia urbana de Granada. Subieron al barrio del Albaycín y terminaron la tarde contemplando la sin par puesta del sol desde el Mirador de San Nicolás, con el majestuoso embrujo de la Alhambra al fondo del paisaje.

En la mañana del sábado, tras el desayuno, emprendieron su vuelta a Málaga, llevando en su conciencia y memoria una lección bien aprendida. Aún en parajes bien conocidos, como es el Parque Natural de Sierra Nevada, los aficionados al senderismo han de extremar la organización y el cuidado de los trayectos que pretendan recorrer. Especialmente Julián y Telmo, buenos aficionados pero no expertos en recorrer la naturaleza, que sufrieron la dura experiencia de verse perdidos, en pleno de junio, por los pedregales nocturnos de un complejo monumental, que en sus más de tres mil metros de altura, suscita un profundo clímax emocional y afectivo al visitante. A buen seguro, la “Virgen de la Nieves”, Señora de la bella naturaleza granadina, cuidó y protegió la suerte de Telmo y Julián.-



José L. Casado Toro (viernes, 1 de Julio 2016)
Antiguo profesor I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

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