Aquella
tarde, en la penúltima semana de junio, las numerosas mesas de la Biblioteca General universitaria se mostraban
densamente ocupadas por jóvenes estudiantes, que preparaban sus exámenes y las
pruebas finales. Las clases habían ya finalizado y éstos eran días señalados
para desplazarse a un lugar apropiado a fin de concentrar la atención en los
libros y en los folios de apuntes, evitando la tentación de los incentivos
disponibles en el cuarto familiar, donde se acaba perdiendo el tiempo en mil y
una banalidades. Allí, en la biblioteca, se consigue un ambiente de silencio, en
el que te sientes hermanado por decenas de compañeros que hacen lo mismo que
tú, con diversos materiales para el estudio y los repasos
entre los que no falta el portátil, donde se tiene atesorado todo aquello que
resulta necesario para la consulta. Y, por supuesto, encima de tu lugar de
trabajo tienes a mano esa agua benefactora que todo organismo demanda, especialmente
en tardes tan calurosas como las que reinaba dentro y fuera del edificio
académico. Porque ese día, al igual que otros, el sistema de refrigeración
tampoco funcionaba.
En
una de las mesas del recinto se encontraba Lisa,
ya en su último curso del grado en Psicología, preparando un examen de
Inteligencia emocional. En el ambiente del gran salón, reinaba ese murmullo apenas
perceptible (ya que las normas establecidas impiden molestar a los demás
compañeros) junto al calor pegajoso del día, lo que obligaba a la mayoría de
usuarios a usar una vestimenta muy veraniega, integrada básicamente por camisetas,
shorts y sandalias. Los botellines de agua fresca envasada, que vende la máquina
automática, se habían agotado dada la fuerte demanda, aunque muchos de los
estudiantes habían sido previsores, trayéndolos desde su domicilio. Cada vez es
más frecuentes ver el uso de las botellas de litro y medio e incluso esos
voluminosos envases que alcanzan los dos litros de contenido, a buen precio de
supermercado.
Enfrente
de esta joven universitaria, con sus veintidós años de edad recién cumplidos,
había quedado un asiento libre, de los seis que pueden ser ocupados en cada uno
de las numerosos puestos de estudio. No habían pasado apenas un par de minutos,
cuando este lugar fue ocupado por otra chica, que pronto dispuso sus carpetas,
libro y portátil. Según la portada del manual que utilizaba, se trataba de una
estudiante del grado de Económicas. Junto al copioso material a utilizar, colocó una gran botella de agua mineral, con dos
litros de capacidad.
Margot, la recién llegada, era también muy bien
parecida, morena de ojos color azul muy light y con una mirada que mostraba su
clara tendencia a la observación. Dado el calor reinante, tomaba con frecuencia
largos sorbos de su agua embotellada. En más una ocasión, ambas chicas fijaron
sus ojos entre sí, con ese mensaje oculto a modo de comentario sobre la cálida
temperatura que todos soportaban. Habían pasado unos treinta minutos desde su
llegada cuando, a eso de las cinco y “pico”, la estudiante de económicas se
dirige a Lisa con abierta espontaneidad: “¿Quieres
un poco de agua? Desde aquí veo que no quedan botellines en la máquina y el día
está horrible. Encima, con la “refri” sin funcionar”. La sed en Lisa era
manifiesta. Agradeció por consiguiente el gesto de su interlocutora, bebiendo
unos largos sorbos de la voluminosa botella.
Minutos
después, Margot se levantó de su asiento y con esa fluidez espontánea que
mostraba le dice a su compañera de mesa: “Me
encuentro un tanto aturdida, con esta tarde tan pastosa. Voy a descansar un
ratillo en los jardines de ahí afuera. Si te apetece, por allí estoy”.
Dicho lo cual, se alejó hacia la puerta que daba acceso a la zona arbolada exterior.
Lisa lo dudó en principio pero, al fin, se decidió a dar también una vuelta por
esa zona abierta del recinto. Pensó sería bueno encontrarse con esta inesperada
y amable compañera. Al levantarse de su asiento, de manera instintiva miró hacia
los materiales de aquélla. Observó que junto a los folios de apuntes y
fotocopias, estaba entreabierto un bloc de alambre, tamaño cuartilla. Cual fue
su sorpresa cuando al abrirlo completamente vio que había un dibujo, hecho a
lápiz, que representaba el rostro de una joven. Reconoció de inmediato la calidad
de a imagen. ¡Era ella misma! La chica poseía, sin duda, excelentes
cualidades para la práctica del dibujo. De ahí que, en varios momentos, la hubiere
sorprendido con la mirada fija en su persona. La había estado pintando, con una
perfección digna del mayor elogio.
La
expresión de Margot cuando vio aparecer a su compañera de mesa, caminando hacia
donde ella se encontraba, se tornó en una gran sonrisa. Estuvieron hablando por
espacio de una media hora sobre sus respectivas Facultades y esos exámenes finales
que tanto condicionan el equilibrio, no sólo anímico sino también en lo físico.
En un momento concreto, Lisa aludió al dibujo que le había realizado Margot. La
autora del retrato se rió de manera abierta, comentando que, desde pequeña
había sido una gran aficionada al dibujo. Incluso sus padres la apuntaron unos
cursos en un taller de aprendizaje a las técnicas de pintura. Pero que un
acontecimiento en su vida adolescente, una amiga íntima en los años del
bachillerato, le hicieron centrarse, de manera absoluta, en el campo de las reivindicaciones sociales y en los grupos de lucha
contra el capitalismo. En la actualidad, ella formaba parte de una
asociación universitaria radical para la transformación de los valores
decadentes del mundo occidental.
“Me gustaría que nos conocieras más a fondo, compañera
Lisa. Desde que te vi sentada en la biblioteca, algo me dijo (muy dentro de mí)
que tú podías llegar a ser una excelente militante de nuestro grupo de
revolución juvenil. En tu rostro percibí de inmediato inteligencia. No te
quiero engañar, también me motivó mucho algo en tu cuerpo que no sabría definir
con exactitud. En todo caso pienso que podemos llegar a ser grandes amigas.
Luego, el destino decidirá. ¿Por qué no te animas y reservas un par de horas, este
sábado, viniéndote a una reunión de nuestro colectivo. Te relajará bastante y
te sentirás después más fuerte para seguir luchando con los libros y con este
mundo podrido que se nos quieren imponer”.
Efectivamente,
ese fin de semana, haciendo un hueco entre las horas de estudio para las inminentes
pruebas finales, Lisa acudió a esa reunión asamblearia
a la que había sido invitada por su nueva amiga. Margot, una activista
reivindicativa, consolidada formativamente en sus estrategias de lucha, tuvo un
protagonismo intervencionista muy destacado entre los demás compañeros
universitarios que discutían y planeaban unas jornadas de lucha frente a los proyectos
gubernamentales con respecto al mundo estudiantil universitario. Tras una hora
de reunión, llegó el tiempo de la merienda/cena, entre los militantes del grupo
y los asistentes invitados y simpatizantes. Esa fraternal fiesta de “hermandad” duró hasta cerca de la una, en
la madrugada ya del domingo. En más de una ocasión, Lisa comentó a su amiga la
conveniencia de volver a casa y aprovechar algunas horas para el estudio, antes
de irse a la cama. Pero Margot tenía buenas dotes para la persuasión,
convenciéndola en esas ocasiones para que aguardara un poco más. Una de las
veces utilizó el argumento de que tenía que hacerle una
importante confidencia, esa misma noche, pero quería aguardar hasta el
final del ruidoso y alegre “party” que los dirigentes de la célula juvenil
habían montado.
Dos
de la madrugada, en un sábado con un cielo pleno de estrellas y una humedad que
equilibraba la templanza térmica. Caminaban juntas las dos jóvenes amigas, en
dirección a una parada próxima por donde circulaba la línea nocturna. En ese
momento fue cuando Margot se sinceró en sus propósitos y anhelos. Un tanto
nerviosa, pero con la fuerza etílica que le apoyaba, pidió a su compañera que
se sentaran unos minutos en uno de los bancos del Paseo, muy cerca de una
parada de bus.
“Lisa, necesito hacerte dos preguntas, muy personales.
¿Tienes actualmente pareja? Y otra más, aunque en modo alguno quiero
incomodarte. Alguna vez … has sentido atracción por una mujer? Yo he de
confesarte que, desde el momento en que te vi por la biblioteca, siento ese
algo que me acerca y atrae hacia ti. En realidad, el martes ocupaba otro lugar en
la sala de estudio. Pero supe esperar la oportunidad para que se quedara un
asiento libre en la mesa donde estudiabas, a fin de estar más cerca de tu
persona y poder abrir un camino o vía hacia la amistad. Te aseguro que ese algo
que siento, en lo más hondo de mí, es decididamente intenso, tanto en el plano
físico como cada vez más en el afectivo”.
Las
dos jóvenes mujeres mantuvieron unidas sus miradas, durante largos minutos, sin
pronunciar palabra alguna. Al paso de esos segundos, que se hacían emocionalmente
intensos, Lisa cayó en la cuenta de que su
interlocutora había tomado sus manos entre las suyas. Evitó hacer
cualquier ademán que mostrara un rechazo a tan noble y cariñoso gesto. Mientras,
el tiempo de las pulsaciones hizo aparecer, por las brumas de la lejanía, una
línea nocturna de transporte.
“Me tengo que marchar, Margot. Es ya muy tarde. Gracias
por invitarme a vuestra reunión y fiesta. Me lo he pasado muy bien”. Intensamente
abrumada, no supo otra cosa que decir. A los pocos minutos, Lisa subió al bus
no sin antes haber aceptado un beso lleno de amor protagonizado por su
compañera. Observó que, en aquel momento, el vehículo iba sólo con apenas cinco
personas en su interior, todas ellas con el semblante indisimulablemente adormecido.
Ella percibía con claridad los latidos de su corazón, en
medio de un estado de confusión anímica. Al llegar a su domicilio, evitó
hacer ruido para no despertar a sus padres y hermano. Se arropó entre las
sábanas y repitió en su conciencia, numerosas veces, esa última y decisiva
frase que su amiga le había transmitido en un clímax intensamente emocional.
Mientras
tanto, Margot seguía caminando, con pasos lentos y escasamente animosos, en
dirección al piso que compartía con cuatro compañeras. Se sentía algo más
relajada aunque no pudo disimular unas lágrimas que como frágiles perlas recorrían la suave finura de su rostro. El destino y la voluntad personal
se aliaron para no hacer coincidir a las dos chicas durante las próximas
semanas. Pero todos conocemos que ese mismo destino, a modo de juez caprichoso,
resulta, en ocasiones, travieso y sutilmente inesperado en la programación de nuestras
vidas y sentimientos.-
José
L. Casado Toro (viernes, 10 Junio 2016)
Antiguo
profesor I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga
No hay comentarios:
Publicar un comentario