jueves, 16 de junio de 2016

EL FIEL ATRACTIVO DE LOS COMERCIOS ALEGRES.

Desde la más remota antigüedad la actividad comercial ha sido un elemento necesario, imprescindible, sustancial, en el comportamiento habitual de las personas. La producción y el intercambio de mercancías siempre permanecerá vigente entre todos los grupos sociales, desigualmente repartidos entre más contrastados espacios regionales de nuestra geografía. Ya sea en el modesto puesto callejero, en la versátil tienda de barrio, en los diversificados supermercados o en los espectaculares macrocentros comerciales, en todos esos puntos de venta los ciudadanos buscan y encuentran aquellos productos necesarios para su alimento, su vestimenta, su salud, su ocio, su ornato o simplemente para complacer el capricho personal que a unos y otros identifica.

Es evidente que disponemos de tiendas grandes y pequeñas, de comercios en monoproductos o de opciones heterogéneas entre los artículos ofertados, las hay que se hallan cercanas a nuestros domicilios a aquéllas otras que exigen un transporte para su uso y disfrute. Todas  ellas, antiguas o modernas en su conformación constructiva o decorativa son, de una u otra forma, inexcusablemente útiles para abastecer y satisfacer nuestras diarias necesidades. Y, entre todos esos calificativos comerciales para el contraste, quiero detenerme en uno de ellos, muy apropiado para esta época estacional en la que late la dulce primavera y vemos acercarse la no menos grata estación meteorológica que tan bien nos conforta, como son los meses estivales del verano: el comercio de productos para la sonrisa.  

En realidad, sea cual sea la estación meteorológica que consideremos, hay comercios que, en la apreciación popular, suelen ser considerados como “alegres”. Con esto no quiere decirse que haya establecimientos específicamente “tristes”, por más que la actividad que llevan a efecto o en la apariencia que muestran ante el público consumidor, no se hallen especialmente identificados con esa positiva palabra que nos ayuda a sonreír.

¿Cuáles son esos establecimientos que generan por sí mismos una cierta alegría?
Los “puestecitos” de chucherías y golosinas, que hacen disfrutar a los niños y también a muchos mayores; las floristerías especializadas o los tenderetes callejeros, con preciosos ramos y macetones de flores; las suculentas y refrescantes heladerías, que ofertan mil y un sabores de combinaciones para el placer en los días de calor; las librerías infantiles, con divertidos ejemplares para la lectura y el deleite de aquellos que son más jóvenes en la edad; las muy apetitosas confiterías, con los sabrosos productos que tanto agradan y amenazan al tiempo el equilibrio de nuestra silueta; las tiendas de juguetes, para todos aquellos que saben apreciar el entretenimiento imaginativo, realizado de forma individual o en acción colectiva; las tiendas de ropa y mobiliario infantil, especialmente para todos esos bebés que representan y protagonizan una nueva esperanza a la vida…..

Veamos algunas historias, acaecidas es estos lúdicos y agradables establecimientos.

Jonás, es propietario de un muy bien organizado puesto callejero de chucherías y golosinas, establecimiento que heredó de su padre y que, con esfuerzo y constancia, se encargó de modernizar en su estructura y apariencia externa. Los repletos y variados expositores de cromáticas y apetitosas mercancías, la iluminación y cartelería con que resalta la ahora renovada (con albañilería, cristal y metal) tienda de caramelos y otros productos afines, su ubicación estratégica, en una confluencia de importantes arterias viarias, muy próximas a centros comerciales del nuevo centro urbano, todo ello facilita la atracción de una numerosa chiquillería que reside en los densificados bloques que conforman la zona.

La infantil y ruidosa clientela acude a la tiendecita de Jonás especialmente por las tardes, al finalizar el horario escolar. También las ventas se incrementan durante los fines de semana, siendo los sábados y los domingos días de numerosa clientela. También, por supuesto, la época vacacional es muy apropiada para las ventas, de manera destacada durante los meses cálidos y horas prolongadas de juego que presiden el calendario estival.

Desde hace unas semanas, dos señoras acuden juntas a su puesto de caramelos para comprar un buen cargamento de diversas golosinas, mercancías con las que llenan una espaciosa bolsa de plástico. Este vendedor se ha fijado en que estas dos personas, mujeres de muy avanzada edad (probablemente, casi octogenarias) que muestran su carácter apacible y el caminar despacio, eligen la tarde de los jueves para realizar su apetitosa y atrayente compra.

Entre los productos más demandados por esta sugerente clientela están las bolsitas de pipas de girasol y, también, de cacahuetes, esas alargadas “gominolas” de colores, chicles, caramelos diversos (especialmente los de naranja, limón y cola) y esas barritas de regaliz rígido, que Jonás trae de un fabricante de Murcia y que no son fáciles de hallar en otros tenderetes. Dado el interés que manifiestan las dos simpáticas “abuelitas” por los productos tradicionales, ha tenido también que solicitar, a su distribuidor provincial, bolsitas de altramuces, también cada vez más vendidos entre la glotona chiquillería.

Ya era el cuarto jueves consecutivo en que Adela y Clara aparecían delante de su ventana para la atención de la gozosa clientela, ambas con su típicas sonrisas de “niñas traviesas” mirando con indisimulable apetencia las chuches ofertadas en los numerosos expositores. Como siempre solía hacer, saludó a sus fieles compradoras, comentando en esta ocasión esa amable frase de “¿Qué tal están, señoras? Ya vienen para hacer una buena compra, con que alegrar y recibir las sonrisas de sus nietecitos ¿verdad?”

Las dos “abuelas” se miraron divertidas. Viendo el interés de Jonás, por conocer algo de sus vidas, se prestaron a echar un ratito con su interlocutor, a fin de explicarle el misterio de tantas compras semanales en su atractivo puestecito. Adela, con una apariencia de intensa bondad, era la más expresiva de entre las dos muy veteranas compradoras de golosinas.

“Somos dos amigas, ya muy mayorcitas, valga la expresión, que vivimos en bloques cercanos. Nos conocemos desde cuando eran mocitas, adolescentes. Ninguna de nosotras tenemos nietecitos con los que disfrutar. Ya crecieron y ahora pensamos en que, a no tardar, lo que hallaremos será la experiencia de convertirnos en bisabuelas. En realidad, estas chuches de los jueves las guardamos para la tarde de los sábados y los domingos, cuando nos reunimos con otras amigas de nuestra “generación”. Cada fin de semana, en el domicilio de una amiga diferente. A nosotras dos nos corresponde llevar las chuches. Otras traen el bizcocho, las “medias noches”, mientras que el chocolate lo prepara la anfitriona de la reunión. Jugamos a las cartas, al parchís y, a veces, vemos alguna película…. Por supuesto que nos gusta disfrutar de estas golosinas tan apetitosas. En total nos reunimos siete amigas. Cuando éramos pequeñas, nuestras familias pasaban mucha necesidad. No nos podíamos permitir comprar unos cacahuetes o caramelos, salvo en ocasiones muy especiales. Ahora que tenemos nuestra jubilación, gozamos con todos lo que podemos comprar, aunque tenemos que tener cuidado con los achaques de la edad. ¡Si nuestro médico de cabecera se enterara!”.

Aquel día, Clara y Adela partieron felices con sus su gran bolsa de golosinas que, en esta ocasión fueron incrementadas con unas chocolatinas que Jonás añadió como regalo. Además de la habitual demanda infantil, estas dos fieles clientas añadían un cierto “glamour” escénico y emocional a su entrañable puestecito de caramelos y chuches.

Ahora nos trasladaremos a otro concurrido espacio, de entre los considerados “felices” o alegres.

La regularidad es un referente positivo en el comportamiento de muchas de estas personas. Ahora, con el elevado nivel térmico de Julio, Borja acude cada noche, después de la cena, a una heladería que está situada a dos manzanas de su domicilio. Previamente a la ocupación de una de las mesa disponibles, este joven se dirige a la barra donde solicita su consumición. Le agrada siempre tomar una granizada de limón ya que, con la misma, evita la sobrecarga de azúcares y productos lácteos que se añaden a la preparación de las cremas heladas. A esa tardía hora del día son numerosas las familias que se desplazan a este alegre establecimiento, pues en él pasan un buen rato dialogando y aprovechando el grato frescor de la noche. Bien es verdad que también algunos días combate el viento de “terral” padeciéndose un  intenso calor, aunque la frescura de los productos que se sirven en la heladería amortiguan el ingrato viento del norte cargado de temperatura y sequedad.

Los expositores acristalados de cremas heladas son traviesamente tentadores para los apetitosos estómagos. Entre los variados tipos de helados están el de Tutti-frutti, las diversas cremas de chocolate, vainilla, turrón, bienmesabe, after-eight, dulce de leche, fresa, chicle, regaliz, piñones con nata, naranja, mango, limón, plátano, meln y habilidad del maestro heladero, hicle, turrstson mrgado de temperatura y sequedad.  productos que se sirven en la heladerón, frutas del bosque, yogurt, y un largo etc. que sólo depende de la imaginación y habilidad del maestro heladero. Todos estos apetecibles manjares ponen a prueba la voluntad y autocontrol de los golosos clientes ante la magnitud y presentación de tan espectacular oferta.

A Borja, veintisiete años de edad, que en la actualidad está preparando unas oposiciones para la Administración de Justicia, le agrada permanecer en la heladería un buen rato, en ocasiones hasta más de una hora. En estas estancias dilatadas, suele repetir la consumición. Siempre acude solo al establecimiento, aplicando ese tiempo para descansar de los libros y apuntes, en un entorno donde los niños juegan y los mayores dialogan, entre toma y toma de la dulce crema helada que han elegido. Así lo hace (es una estampa repetida) muchos de los días de la semana. En este grato ambiente nocturno, logra liberarse un tanto de todos esos pequeños y mayores problemas que, en esta etapa de su vida, le pueden condicionar.

Una de esas noches, tras solicitar su vaso de granizada en el mostrador, Mara, la chica que habitualmente atiende la barra, le indica que ese día no le va a cobrar por la consumición. Borja, gratamente extrañado,  le pregunta por el motivo de tan amable gesto. La joven le hace una señal explicativa, dándole a entender que cuando se encuentre más descargada de trabajo acudirá a su mesa para darle la respuesta solicitada. Desde su asiento, observa la actividad multifuncional de esta empleada, que es capaz de atender a más de un cliente a la vez. Pasan los minutos y ya cerca de la medianoche, Mara, con su carácter abierto y desenfadado, acude a la mesa de Borja.

“Eres uno de nuestros mejores clientes. Son escasas las noches en que faltas a tu “cita” con este tiempo en la heladería. Y hoy he querido que la consumición te haya resultado gratuita. Lo que me impresiona es que vengas siempre solo y permanezcas, tantos minutos, en la suma de las noches, sin articular palabra alguna. En tu mente deben andar muchas cosas y pienso que a veces no es bueno dedicar tanto tiempo a esos pensamientos. Pero en fin, tu sabrás lo que haces. Igual hablo demasiado y pensarás que entro en terrenos que te pueden molestar”.

“No, no tienes porqué disculparte. Agradezco tu franqueza y lo amable que has sido con la invitación de esta noche. Si tienes un par de minutos, te explico algunas cosillas para que entiendas mejor al cliente misterioso que todas las noches acude a vuestra heladería.

Te aseguro que estos ratos que paso aquí sentado, tomando una granizada y rodeado de familias y parejas que disfrutan con sus helados, me hacen mucho bien. Llevo unos meses en que se me acumulan los problemas, familiares, laborales, el esfuerzo ante esas oposiciones que veo tan lejanas, alguna cosa de naturaleza afectiva … total, que me vengo aquí, a la brisa de la noche y me sosiega ver a algunos críos que juegan sanamente, a las familias que comentan los avatares del día, a todas esas parejas, con sus miradas y requiebros y, por supuesto, esa oferta de los helados que con tanto primor sabéis preparar. Probablemente éste sea para mí el momento del día en que me encuentro mejor”.

Mara y Borja supieron encontrar, en cada unas de las noches, esos minutos oportunos para intercambiar palabras y confidencias que a los dos tanto bien les hacían. Sin embargo aquel día la joven no se encontraba tras el mostrador de los helados. Borja pensó que tal vez sería su jornada de descanso y no le dio mayor importancia a la ausencia de la que consideraba una buena amiga. Pero, en la noche siguiente, tampoco la halló en su puesto de trabajo. Otra chica se encontraba en su lugar. Pensó ¿es posible que haya sido despedida por el dueño del establecimiento? No se lo pensó más y le preguntó a éste si le ocurría algo a la empleada que todas las noches le servía su granizada de limón. Con la información precisa, a la mañana siguiente se dirigió al Hospital Clínico Universitario, para interesarse por la salud de Mara, la cual había sido operada de urgencia, tres días antes, por un severo problema estomacal.

Han pasado los meses y, en la actualidad, estos dos jóvenes forman una pareja muy unida, pensando cada día en ese futuro que quieren recorrer y construir juntos. En un contexto de comercios alegres, esta sencilla y saludable historia genera el limpio aroma de la esperanza.-


José L. Casado Toro (viernes, 17 Junio 2016)
Antiguo profesor I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga





  





























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