viernes, 3 de octubre de 2014

SUE Y SU MAGIC BOX.


Era viernes, en un mes ya con el sabor alegre de una Primavera cercana. Aquella sexta y última hora lectiva de la semana estaba reservada, en el horario docente, para desarrollar la acción tutorial con mis alumnos de Secundaria. Nunca faltan motivos para el buen aprovechamiento de esta interesante sesión educativa, dinamizada con un grupo de adolescentes asignados por la Jefatura de Estudios. Ciertamente esta hora de clase, con la que finaliza una intensa semana de trabajo, resulta un tanto complicada de cubrir. De lunes a viernes, los estudiantes han estado realizando actividades, con más o menos acierto, en todas las disciplinas y materias curriculares, previamente establecidas en la necesaria programación. Junto a los diversos contenidos asimilados, por ésta y otras aulas han ido pasando muchos Profesores con el noble objetivo de motivar el aprendizaje, además de (como vínculo innegociable) enriquecer la formación integral en lo humano. Estando ya el calendario cercano a Junio, con un elevado nivel térmico por estos lares del sur peninsular, había preparado al efecto un par de actividades, en mi opinión aceptablemente atractivas, a fin de proponerlas para esa última hora de una semana más.

Con ambos esquemas prediseñados en unos dossiers organizados el día anterior, me dirigía hacia el aula 23, destinada a un grupo de 3º de la ESO, pensando por el camino claustral cuál de las dos opciones iba a ser la elegida. Ya, dentro del aula, viendo el ambiente de cansancio que predominaba entre los adolescentes, les propuse una actividad facilita y que fuera útil para todos. Iban a construir un pequeño relato (sólo unas líneas), acerca de una pregunta de la que me interesaba conocer, básicamente, el tono y la argumentación elaborada como respuesta. Tras esos quince minutos de redacción (es bueno que no pierdan el hábito positivo de escribir) pediría voluntarios para que expusieran un resumen de lo que habían redactado. Tras la sucinta exposición del alumno participante, sus compañeros le harían preguntas aclaratorias sobre el tema propuesto, para después elegir entre todos la más original y sugerente respuesta. Ese alumno o alumna recibiría, como pequeño reconocimiento a su exposición, dos invitaciones para una película en el principal multicines de la ciudad (entradas que me había preocupado de gestionar unos días antes). La dirección de esas salas de proyección me entregaron, muy amablemente, ambas invitaciones de manera absolutamente gratuita.

Los cursos de tercero de la ESO son, por naturaleza, un tanto difíciles para atender. Sus integrantes son chicos y chicas inmersos en esos catorce años que dibujan la adolescencia. Etapa de cambios, físicos y de carácter, que exigen, en los padres y educadores, paciencia, tacto y cariño, no exento de autoridad. Pero, en general, siempre agradecí en los alumnos su nobleza y generosidad. Otra cosa eran las ganas de sacrificarse en el estudio, pero aquí hay otros muchos factores que explicarían no pocos “fracasos” escolares. Vayamos a la pregunta planteada, objeto de esta sesión educativa. “¿Cuál fue el juguete de vuestra infancia que recordáis con más aprecio y afecto? No olvidéis que tenéis que explicar los motivos que os hacen elegir ese juguete”.

Parece que gustó la pregunta y la gran mayoría de los presentes estuvieron escribiendo durante ese trocito de tiempo, modelando letras y palabras. Unos quince minutos después, abrí el turno de intervenciones. Ese viernes sólo habían faltado dos alumnos, de un listado de veintinueve. Desde luego, trabajar con colectivos tan numerosos exige habilidad, mano izquierda y grandes dosis de psicología, ciencia a la que todos los profesionales docentes somos muy aficionados, al margen de cursillos o titulaciones. Comenzaron, al efecto, las diferentes intervenciones que fueron numerosas. Tal vez por el efecto de las entradas de cine y también por ese sentimiento que nos hace recordar, con agrado, aquellos adorables años de nuestra infancia. Por supuesto que muchos niños han padecido incómodos nublados y lágrimas en esa trascendental etapa de su vida pero, en general, suelen prevalecer en el recuerdo las imágenes más placenteras.

Comenzaron a salir, a la luz pública de la conversación, aquel peluche que aún hoy se conserva. Muñecos de toda naturaleza zoológica o cinematográfica. Por supuesto, los balones y pelotas de goma siempre tienen su buen lugar en los gustos para el deporte. La primera bici o esa cocinita para hacer “comidas” con el menaje de aluminio o plástico tan bien imitado. Muñecas Barbie, o de otra categoría social, se entremezclaban con ese cochecito teledirigido, cuyas pilas siempre parecían estar fallando en los momentos más interesantes del juego. Alguno citó su primer gran libro de cuentos y en otras hubo lugar para recordar el elástico y el juego de la comba, junto a las demás amigas del vecindario. También los cromos, el fuerte de los soldados y los indios, sin olvidar a esas canicas de cristal que se ganaban y perdían por la habilidad demostrada para su lanzamiento sobre el suelo.

Me llamó la atención que no se citaran juguetes o artilugios muy sofisticados, en su construcción, precio y manejo. Ello me hace reafirmarme en que los juguetes sencillos, aquéllos que facilitan el ejercicio imaginativo, tienen siempre un lugar de privilegio en ese mundo de la ilusión, frente a otras alternativas (electrónicas e informáticas) que, desde luego son también atrayentemente divertidas. En realidad, la pregunta destacaba el valor afectivo concedido para ese juguete de los primeros años de nuestras vidas.
Pero llegó la intervención que más impacto provocó. Fue protagonizada por una linda jovencita de origen oriental, llamada Sue Linn. Nacida en China, sus padres y tíos regentaban, desde hacía años, un negocio de artículos de regalos, en una importante calle del barrio próxima a nuestro Instituto. Excelente estudiante, en muy poco tiempo logró dominar bastante bien la expresión del castellano. Era admirable su capacidad para comunicarse también en inglés y, por supuesto, en su idioma natal.

“El regalo que recuerdo con más aprecio (aún hoy lo conservo) es una magic box. Se trata de una pequeña cajita o cofre de madera, recubierto de un fino metal labrado con decoración de dibujos que representan flores, hojas y otras formas geométricas muy bonitas. Al recibir una luz directa, el metal refleja destellos de colores a su alrededor. En la parte interior tiene incrustados cristales de colores, plaquitas de metal dorado, nácar y unas pequeñas conchitas que deben provenir del mar. Al abrirlo, suena un poco de música, que resulta alegre y deliciosa. Cuando era muy pequeña, un amigo de mi familia, que se iba a ir a vivir muy lejos de nuestra aldea, me lo regaló, ya que yo jugaba mucho con sus dos hijas. El misterio de esta linda cajita es el siguiente: cuando tienes un profundo deseo en tu vida (no tiene que ser necesariamente material) lo escribes en un trocito de papel que introduces en la magic box. Tiene que ser algo que tu anhelas con mucha fuerza y que sea bueno para tu vida. En la mayoría de las ocasiones, esa necesidad que tienes en tu corazón se suele cumplir. Cuando me la entregó, el papá de mis amigas me advirtió que sólo podía pedir ese buen deseo una vez en el año. Así que he de  elegir muy bien lo que deseo, ya que tengo que utilizar esa especie de magia de año en año”.

Aunque algunos compañeros se intercambiaban miradas sonrientes, aparentando incredulidad, al escuchar las palabras de Sue, la gran mayoría atendían con suma atención y respeto la expresión (muy convincente, sin duda) de esta aplicada amiga de grupo. Me atreví a preguntarle si podía narrarnos alguna de las peticiones que le habían sido atendidas. Tomándose unos segundos, a fin de bucear en su memoria alguna petición atendida por esa misteriosa cajita, nos contó esta bella y simple historia:

“Hace un par de años, el negocio de mis padres no marchaba bien. Sin saber el por qué, la gente dejó de entrar en nuestro establecimiento y las ventas de cada día eran cada vez menores. Los gastos que supone  tener un negocio abierto, a pesar de la gran dedicación de toda la familia, hacía que a fin de mes apenas llegábamos con seguridad para comer. Yo veía a mis padres muy entristecidos y con esa preocupación que nos hacían estar a todos bastante infelices. Mi petición de ese año la escribí en un papelito y la introduje dentro de mi cofre mágico. Le dije a mis padres que el cofre iba a darnos la solución para nuestros problemas. Ellos me respondieron con una sonrisa. Sé que esa misma noche, estuvieron hablando hasta altas horas de la madrugada. A los pocos días vi a mis tíos, quienes junto a mi padre, comenzaron a cambiar la organización interna de la tienda. También hicieron una pequeña obra en el exterior, para modificar la apariencia de nuestro establecimiento. Tras esos cambios (añadimos productos de alimentación, antes sólo se vendían regalos) poco a poco, la gente volvió a entrar en la tienda, para comprar sus necesidades. En un par de meses, la preocupación de mi familia se había transformado en alegría. Las monedas volvieron a entrar y el negocio se salvó”.

Ahora ya todos los compañeros guardaban un respetuoso silencio ante la sinceridad y confianza de su amiga. Creo que la decisión era clara y nadie hizo el menor comentario en contrario. Tomé las dos invitaciones de cine y se les entregué a Sue, entre los aplausos de todos nosotros. Posteriormente, me llevé a casa todas las redacciones a fin de repasarlas y al tiempo conocer un poquito mejor a mis “tutorandos” como, cariñosamente, les llamaba. Conduciendo mi vehículo por la gran arteria viaria, paralela al cauce del río, reflexionaba acerca de la gran metáfora que la chica nos había enseñado a todos aquellos que escuchábamos sus sencillas palabras.

La sutil  “magia de la cajita” había conseguido el efecto deseado. Conociendo la generosa voluntad de su hija, los padres de Sue habían reflexionado y emprendido un camino inteligente para  salvar la estabilidad de ese negocio que daba de comer a toda la familia. Decidieron renovarlo. Tanto en la organización de los productos, como ampliando sus objetivos de venta. Además, buscaron una imagen más atrayente para el público que circulaba por la calle. No pocas veces, los milagros se hallan cercanos y revestidos de sencillez, a poco que sepamos utilizar la eficacia de la imaginación y la racionalidad.-



José L. Casado Toro (viernes, 3 octubre, 2014)
Profesor

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