viernes, 26 de septiembre de 2014

TRES GENERACIONES, BAJO UN MISMO TECHO.


Cada vez resulta más frecuente que nuestra capacidad de asombro amplíe sus límites para la infinitud de la sorpresa. Ello puede ser debido a que el entorno relacional nos permite conocer, en el día a día, informaciones, hechos y datos, verdaderamente curiosos y dignos para el comentario y la reflexión más o menos profunda. El diversificado soporte mediático que enriquece y sustenta nuestras vidas también colabora, con sus puntuales informaciones, a que nos llegue esa pequeña o gran historia , que se nos hace atractiva para compartirla con los demás. Veamos un ejemplo reciente y narremos, tras una interesante investigación, los hechos y detalles más significativos .

Una mañana aparecieron, pegados a los muros protectores de un  centro escolar situado en el nuevo centro comercial y social que adorna nuestra ciudad, varios carteles impresos con las siguientes palabras:

“OFREZCO VIVIENDA ABSOLUTAMENTE GRATIS A SEÑORA DE MEDIANA EDAD O A MATRIMONIO SIN HIJOS. IMPRESCINDIBLE BUENOS INFORMES”

Terminaba el breve texto citando un número de telefonía móvil, a fin de facilitar el posible contacto. En la materializada e interesada época que nos contempla (donde hay que pagar….. por casi todo) no resuelta frecuente que alguien te ofrezca casa gratis, para tu interés o necesidad. Gracias a la cita telefónica, fuimos reconstruyendo el conocimiento de esta curiosa historia. ¡Atentos a la misma!

Betty Stub es una septuagenaria señora que vive en una acomodada vivienda, ubicada en la costa occidental de la provincia de Málaga. Británica de nacimiento, al igual que su marido, ingeniero aeronáutico, se trasladaron al sur andaluz, una vez que Edward alcanzó la jubilación con poco más de sesenta años. Hicieron el afortunado cambio de residencia, buscando y agradeciendo ese sol que tanto tonifica, hace ya más de dos lustros, período para ellos lleno de vitalidad, alegría y sosiego. Escribir y cuidar de su pequeño jardín, además de llevar las tareas hogareñas, han sido las ocupaciones preferentes de esta corta familia, siendo su círculo de amistades muy reducido (básicamente, dentro del círculo de nacionalidad inglesa). No gozaron la suerte de tener descendencia por lo que ahora, tras el fallecimiento de Edward, Betty se siente muy sola, tanto en el sentimiento anímico como en la actividad diaria. Su chalet, enclavado en la zona de Los Álamos, es muy espacioso y bien acomodado, pero ella lo percibe entristecido y vacío, dada la ausencia de quien era, para su sentimiento, el alma del hogar. Su salud, con goteras y achaques, propios de un “fuselaje” con prolongado calendario, le ha aconsejado la búsqueda de una compañía en la casa, a fin de iluminar muchas sombras incómodas para esa supervivencia renovada en cada amanecer.

Un íntimo amigo de la familia, Collin Clark, se prestó a difundir por distintos lugares, tanto en su localidad de residencia, como en la capital malacitana, esos curiosos carteles que ofrecen vivienda a cambio de compañía y amistad. Con su ayuda, Betty se prestó a elegir la persona o pareja más adecuada para la convivencia que ella tan generosamente ofertaba, entre todas las llamadas que recibieron.

Durante la primera semana llegaron cuatro propuestas, de las cuales sólo dos sustanciaron sendas entrevistas. Por una u otra causa, ninguna de ellas fue considerada como adecuada para las características y necesidades de la, en los últimos tiempos, desasosegada ciudadana inglesa. En la siguiente semana, fueron dos las llamadas recibidas. En ambos casos, se trataba de dos señoras, también viudas, pero de edad muy avanzada, superando la cronología de la propia Betty. Pasaron algunas semanas más y el desánimo de esta mujer era evidente. Collin le aconsejaba extremar la paciencia. Se disponían a plantear esta petición a través de las redes sociales de Internet cuando, precisamente un miércoles de Semana Santa, Mrs. Stub atendió una llamada, pocos minutos después de la nueva de la noche. Al otro lado de la línea, una voz femenina le expuso su personal situación.

“Señora, mi nombre es Leonor. Y tengo una hija de tan sólo cinco años. Sé que no cumplo los requisitos expuestos en ese cartel, que tuve la oportunidad de leer. Pero mi necesidad es perentoria. Para que mejor lo entienda, le resumiré mi situación como el de una persona maltratada por las circunstancias de la vida. Cuando tenía veintiséis años, me uní a un hombre cuya mejor calificativo que puedo adjudicarle es el de un ser despreciable. De esa unión nació Emma, una cría adorable, que es quien me mueve a luchar por nuestro futuro y estabilidad. Los malos tratos que ambas hemos sufrido han sido humillantes, en todos los aspectos imaginables. Hemos aguantado lo que no está escrito. Ahora necesitamos un hogar donde encontrar un poco de calor y ese cariño que nos haga seguir luchando para dar sentido y estabilidad a la vida. No tengo nada. Sólo poseo el gran tesoro que representa mi hija. Sra. ¡denos, por favor, una oportunidad!”

Palabras tan sentidas y emocionantes movieron, en lo positivo, el corazón de la ciudadana británica. A pesar de las reticencias mostradas por Collins, ante la carencia de una completa información acerca de Leonor, unos días más tarde, madre e hija compartían con Betty una vivienda que posee toda suerte de comodidades. Leo se ocuparía (por decisión propia) de atender la cocina y colaborar en el cuidado y aseo de las distintas habitaciones. Pero, sobre todo, su función era dar compañía y afecto a quien le había regalado una positiva salida o destino para su anterior vida convulsa. La relación entre las tres mujeres era realmente esperanzadora. Parecían una corta familia, integrada por una abuela, su hija y su nieta.

La convivencia era perfecta. Betty había encontrado esa amistad, esa dulce compañía que tanto necesitaba desde la ausencia de su amado esposo. Quiso que madre e hija compartieran todos los enseres y experiencias básicas que constituyen el cálido ambiente de un verdadero hogar. Juntas tomaban el desayuno y el resto de la restauración o alimento de cada día. Y cada noche, tras acostar a la pequeña (especialmente querida y mimada por todos) las dos mujeres echaban un ratito de charla y disfrutaban de alguna película emitida por las cadenas mediáticas.

Aquel fin de semana, en la primera quincena de agosto, Betty había decidido pasarlo visitando a una amiga de muchos años, que vivía en un apartamento muy cercano al Balcón de Europa, en el bello pueblo de Nerja. Este viaje lo tenía previsto desde hacía semanas, dado que su amiga iba a ser intervenida de una dolencia articular en la rodilla. Dada la proximidad de la operación, quiso estar junto a ella esos días previos, a fin de proporcionarle el mejor ánimo para esa experiencia quirúrgica. Cuando el lunes al mediodía volvió a su casa, le produjo una cierta extrañeza no encontrarse con Leo y Emma. Pensó que tal vez habrían tenido que salir para hacer alguna compra. Pero llegó la hora del almuerzo y no habían vuelto a casa. Había marcado, en distintas ocasiones, el número de Leo pero, una y otra vez, la compañía telefónica le aclaraba que ese número estaba fuera de cobertura o apagado. Se mostraba un tanto inquieta ante la situación, inusual en el comportamiento de su amiga y protegida. ¿Qué habría podido suceder?

A eso de las cinco de la tarde, ante la ausencia de noticias, había decidido realizar una llamada a la policía. También lo hizo al principal  centro hospitalario. Previamente tuvo el acierto de comunicar con el bueno de Collins, a fin de solicitarle consejo ante la confusa situación. Su amigo, tras escucharla, le sugirió si había echado en falta algo entre sus enseres personales. Un tanto extrañada, se dirigió a su dormitorio para comprobar la situación de sus pertenencias más valiosas. Joyas, tarjetas de crédito y algún dinero en efectivo habían desaparecido de aquellos lugares donde ella los había guardado. Un profundo desánimo se apoderó de su persona. A pesar de los consejos de Collins, se negó en rotundo a dar parte a de este robo a la policía. Su respuesta era que necesitaba reflexionar y no precipitar la aceleración de los acontecimientos. “Creo que te equivocas profundamente, dear Betty. Pero yo debo respetar tus planteamientos” fue la serena respuesta de su consejero y amigo.

Comienzos de septiembre. Suena el teléfono, en el domicilio de Mrs. Stub. Al otro lado de la línea, está Leonor. Betty hace un profundo esfuerzo para no cortar la llamada. La deja hablar, sin pronunciar palabra alguna.

“Sé que estarás indignada y decepcionada. Aunque no me creas, te aseguro que me encuentro profundamente avergonzada, He actuado con maldad y crueldad hacia tu persona. Pero aún queda en mí un poco de dignidad y racionalidad, en medio de la basura en la que he estado envuelta desde la adolescencia. Me ha costado mucho, pero al fin he roto definitivamente con ese compañero que  tanto ha manipulado en mi vida. Sí, el padre de Emma. Tú que no dudaste en darme bondad, cariño y buen ejemplo, yo te lo he devuelto con engaño, crueldad y robo. Pero quiero reaccionar y voy a tratar de limpiar tanta inmundicia. Te llevaré las joyas mañana a casa. Las tarjetas ya sé que están anuladas. Sólo se han utilizado en dos ocasiones, con un coste de 600 euros. En cuanto al dinero en efectivo, 1200 euros, yo sabré devolvértelo, euro a euro. Cuando te lleve las joyas, aceptaré que tu hayas llamado a la policía. Y si tengo que pagar por ello, con la falta de libertad, sólo te pediré que cuides a esa pequeña Emma, a la que tu tanto llegaste a apreciar y querer. No sé si podrás perdonarme, pero te aseguro que estoy arrepentida y avergonzada de mi conducta contigo. Lo que yo te he hecho no tiene nombre. Quiero, necesito, cambiar Betty”.

Navidad de ese mismo año. Leonor recibe una llamada telefónica en casa de sus padres, con los que ha vuelto a convivir. Betty Stub le dice pausadamente desde el otro lado de la línea:

“Leo, Emma y tú tenéis aún vuestra habitación en mi casa. ¿Queréis volver conmigo, para que sigamos siendo esa familia que las tres necesitamos? Es positivo, es bueno, saber personar. Y yo siento vuestra ausencia. Os espero”.

Fueron muchas las lágrimas que se cruzaron en esa hermosa comunicación, que engrandece la humanidad entre dos personas.-


José L. Casado Toro (viernes, 26 septiembre, 2014)
Profesor

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