viernes, 31 de octubre de 2014

SEGUNDO TURNO DE NOCHE, EN EL METRO DE MADRID.


En ese otro mundo, bajo el suelo historiado de lo posible, suceden y laten muchas y contrastadas historias. Es otra vida, la que se dibuja a bastantes metros de distancia desde la superficie. En este espacio ocupado, día tras día, por un densificado público viajero, hay un comportamiento o determinante que eclipsa a todos los demás. El valor, incuestionable, del tiempo. Que a muchos atenaza, que a otros condiciona y que a la mayoría beneficia, en ese afán por llegar un poco  antes a un destino que puede estar teñido de aventura, quizás ilusión o aburrida rutina en lo cotidiano.

Hace ya unos cuatro meses que Claudio, un licenciado en Ciencias Químicas, con treinta y un años de edad, casado y padre de una niña con dos primaveras, ejerce de conductor eventual en el metropolitano madrileño. Muchos años de paro a sus espaldas, que agotan a la más poderosa de las voluntades, le llevaron a olvidarse de su prioridad docente o investigadora. La necesidad de un matrimonio acelerado hizo que, tras un curso formativo para desempleados, recalara en la cabina de un tren bajo tierra, que mueve a millones de viajeros durante cada uno de los meses del año. Su categoría, no fija en la empresa, hace que desempeñe su labor sólo aquellos días en que es citado por el jefe de personal. Y hoy, 27 de octubre, es una de esas jornadas en que trabaja para el segundo turno de noche. Se siente contento, pues de esta forma va acumulando horas de cotización, hecho que le oxigena para las necesidades básicas de una familia que no tiene más entrada económica que la que él puede llevar a casa.

Desde la cuatro treinta de la tarde, va realizando, una y otra vez, el trayecto asignado, cambiando de máquina motriz para cada uno de los desplazamientos. Ese corto recorrido entre los tres vagones le permite estirar las piernas y no estar tanto tiempo sentado, controlando los mecanismos de la conducción.  Durante las horas centrales de la tarde, la densificación de personas que suben y bajan del tren le impiden fijarse en demasiados detalles, en ese ir y venir de un vagón a otro. Pero ya en las horas finales del día, el número de usuarios se hace notoriamente menor. Concretamente, para este último viaje, observa que una chica con apariencia adolescente, no se ha bajado en la estación término y que se dispone a realizar el viaje de vuelta, posiblemente hasta al punto de origen. El reloj marca la 1:15 de la madrugada. Extrañado por la actitud de la joven (ella sola en todo el habitáculo, reposando su cabeza sobre la mano derecha elevada) se queda pensativo, aunque camina rápidamente al otro vagón motriz.
   
Una vez que el tren se detiene (para este ultimo recorrido del día, el final queda establecido en la estación central de Atocha) Claudio cierra todos los dispositivos de conducción y pulsa la tecla que automatiza y activa los mecanismos de seguridad. Sale de la cabina y al atravesar el vagón número dos, observa con asombro que la chica permanece allí sentada, sin muestra aparente de querer abandonar el suburbano. No hay más personas que ellos dos en el habitáculo. Aunque tiene ganas de llegar a casa, pues han sido muchas las horas de trabajo, se acerca a la joven, mirándole en silencio durante unos largos segundos. Ella también observa al maquinista, con un semblante profundamente invadido por el cansancio. Viste una trenca muy usada de color beige, protege su cuello con una bufanda de tonos oscuros y calza unas deportivas negras, también muy ajadas por el uso diario.

“Hola, ya estamos en el final del trayecto. Te tienes que bajar, pues el tren no se va a mover hasta las seis y treinta de la mañana ……. ¿Te ocurre alguna cosa?”

La chica, con ojos intensamente cansados, se incorpora y agarra su trolley un tanto aturdida. En silencio, baja del vagón y camina sin gran diligencia hacia uno de los bancos de espera, por el andén de esta importante estación madrileña. Tras sentarse, observa la mirada de Claudio que, frente a ella, piensa qué seria lo más adecuado para hacer ante una persona que, obviamente, necesita ayuda.

“Me parece que no has cenado y no sabes a dónde ir ¿Me equivoco?” La chica asiente con la cabeza, susurrando unas palabras que apenas se le entienden. Minutos después, ambos están sentados en torno a una mesa, en el único bar que permanece aún abierto en la Plaza de Atocha. Un sándwich mixto y un café con leche han sido puestos ante la joven quien, tras probarlos, comienza a explicar a Claudio sobre la situación en que se halla.

“…..no, soy mayor de edad. Tengo ya veintiún. Llevo apenas un año en Madrid, intentando abrirme camino haciendo aquello que me gusta y para lo que me he preparado en el instituto. Hice un módulo de interpretación. Mi ilusión sería asistir a una escuela profesional de arte dramático. Pero los precios están por la nubes, por lo que tienes que ir de puerta en puerta pidiendo esa oportunidad para actuar, al menos de figurante. Pero la competencia es atroz, en este mudo del espectáculo. Mis padres, gente humilde, tratan de ayudarme. Pero hay dos hermanas, más pequeñas, a las que también han de atender. Mi padre va de peonada en peonada, cuando hay algo que hacer en la tierra. Yo he tenido durante este año algunas cosillas, que apenas me permitían pagarme la habitación alquilada. Pero en los últimos meses, nada de nada. No hay trabajo, y hace tres días que me echaron de la habitación que ocupaba. Llevaba ya dos meses sin pagarla. He dormido a la intemperie, pero ayer vino un tiempo de espanto. Con este frío, el lugar donde me encuentro más calentita es en el metro. Una amiga me dio un bono con tres viajes…. Me he pasado gran parte del día, haciendo un viaje tras otro, sin salir de aquí abajo, pensando en qué hacer. Mis padres y hermanas viven en Minglanilla, un pueblecito de Cuenca. Volver allí sería muy duro, pero es que aquí en Madrid no tengo nada. Ni puedo pagar un billete de bus para el viaje”.

Claudio es un hombre de buen corazón. Conoce, en propia carne, la situación angustiosa que soportan aquellos que se levantan, un día tras otro, sin tener un horario laboral al que atender. Entiende la situación por la que está pasando Miriam, al igual que miles de jóvenes para los que este cruel sistema económico tiene escasas respuestas. Marca, entonces, el número de su domicilio, y habla unos minutos con Silvia, su mujer. Le explica la situación que tiene ante sí. Y tras apagar el móvil le dice a la joven:

“Bueno, debo estar un poco loco, pero he hablado con mi mujer y ambos estamos de acuerdo de que, al menos esta noche, te quedes en casa. Tenemos un sofá de esos que se abren….. Mañana, cuando estemos menos cansados y tengamos la mente más fresca, veremos de qué forma podemos ayudarte. Verdaderamente la noche está muy fría, aquí afuera. Andando a mi casa…….. son unos veinte minutos. Pero como tienes poco equipaje, no se te va a hacer muy duro el trayecto”. Miriam asiente con una agradecida sonrisa. “Gracias, sois muy buenas personas” ¡Que frío hace esta noche. Está todo muy helado!”

Aquella madrugada, Silvia y Claudio hablaron largamente, a pesar de lo avanzado del reloj, mientras la joven invitada dormía profundamente tras un día de desconcierto y abandono. Un vaso de leche caliente con unos bizcochos, ayudó a calmar ese apetito castigado por muchas horas sin probar bocado durante el día. La inteligencia y generosidad de Silvia era bien conocida por su marido. Fue ella la que, en ese diálogo de madrugada, sugirió una posibilidad que podía resultar útil para todos.

“Tienes la mañana libre. Me dices que te han dado otro día de sustitución, a partir de las cuatro de la tarde. Puedes localizar a Evaristo, antes de que se vaya al Sindicato, y le explicas la situación. Seguro que él hará algo, al igual que tan bien supo ayudarte con esos cursos de formación. Recuerda aquellas llamadas de teléfono que, posteriormente, hizo ante la dirección del Metro. Le tenemos que estar muy agradecidos”.

Evaristo es un alto dirigente sindical que vive en el bloque contiguo a la vivienda de Claudio. Es persona afable y siempre dispuesta a prestar ayuda a sus convecinos y amigos. Al conocer el caso de la joven Miriam, actuó con la diligencia que en él es proverbial. Y resultó todo más fácil de lo esperado. Su propia madre, una señora ya octogenaria, necesitaba atención para los fines de semana, cuando su cuidadora habitual tenía que desplazarse a un pueblecito de la provincia de Ávila para afrontar problemas de sus propios padres. En cuarenta y ocho horas, Miriam pudo disponer de una habitación en el caserón donde vivía la madre del sindicalista, encargándose de una serie de tareas hogareñas y del cuidado directo de la señora mayor, entre viernes y domingo. Conociendo, al tiempo, las ilusiones interpretativas de la chica, Evaristo la fue poniendo en contacto con personas vinculadas al mundo de la interpretación.

Hay días en que parece estar todo tercamente nublado y árido para la ilusión. Sin embargo, en la transición de una noche, el gesto generoso de un conductor del metropolitano madrileño cambió, de manera positiva, esa joven vida desesperanzada. Aquel otoño se había transformado en primavera, para una chica desorientada, refugiada en uno de los vagones del Metro.

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Han pasado ya unos años, desde aquel inesperado encuentro, entre un maquinista del Metro y una chica solitaria. Fue en la noche del 27 de octubre. En la actualidad, Claudio y Silvia han rehecho respectivamente sus vidas con nuevas parejas. Evaristo ha tenido que dejar su puesto directivo en la organización sindical, tras unos escándalos financieros.

Miriam trabaja con intermitencias, tanto en la escena teatral como en algunas series de televisión. No es una gran estrella del espectáculo, pero se gana honradamente la vida, haciendo aquello por lo que siempre luchó: actuar ante el público. Todos los años, en esa ultima semana de octubre, contacta con los teléfonos de Silvia y Claudio. Les agradece, con profundo cariño. la generosidad que tuvieron con ella aquellos días de un frío otoño, en los que su barco existencial navegaba sin rumbo a la deriva.

Todos los nombres están modificados, en esta bella y entrañable historia.-
  

José L. Casado Toro (viernes, 31 octubre, 2014)
Profesor

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