viernes, 7 de noviembre de 2014

LA OTRA HISTORIA, DE UNA PELICULA EN CARTELERA.


A los buenos aficionados al cine nos interesa todo aquello que esté relacionado, de una u otra forma, con la magia admirable de este gran arte. En este sentido, resulta muy educativa la asistencia a toda charla abierta con el director de alguna película. Es de lamentar que esta posibilidad la podamos disfrutar de muy tarde en tarde. Especialmente, para aquellas personas que no residimos habitualmente en Madrid o en Barcelona. Pero aquí en Málaga, cuando llega el Festival anual de cine español, en la Primavera, suele ofertarse esta muy atractiva experiencia, que nos ayuda a conocer algo mejor el trasfondo conceptual y sociológico de un determinado film. También, la obra global de un artesano del celuloide (aunque, en la actualidad, este entrañable material haya dejado paso al inmenso mundo de lo digital). 
  
En estos “suculentos” debates, uno de los aspectos más divertidos y sugerentes no es, precisamente, la participación del profesional en la dirección escénica. Sino, por el contrario, las intervenciones de muchos de los asistentes al diálogo. No pocos asistentes se eternizan en su exposición, de tal forma que parecen ser ellos los protagonistas centrales del debate. Más que preguntar, exponen. Más que solicitar una aclaración, teorizan. Más que sugerir alguna profundización conceptual, pontifican con arrogancia sus criterios. A no dudar, deben ser personas sumamente cualificadas en la materia a los que, muy probablemente, en su casa no les dejan hablar en demasía. Por supuesto, en estos encuentros no faltan los “peloteros” de oficio, a los que se les nota su falta de criticismo y su abundante servilismo almibarado al personaje. Cierto es que el profesional de la cámara debe gozar del respeto y el afecto cariñoso del público. Pero pasarse…… exagerando los ditirambos elogiosos, acaba perjudicando la siempre necesaria credibilidad de quien habla o expone.

Es siempre positivo que un artista explique, aclare y profundice en todo aquello que tenga relación con su obra. El sentido didáctico de su trabajo y creatividad nos resulta de un inestimable valor. Sea un escultor, pintor, escritor, actor o ceramista. El público, que contempla, lee y disfruta con la obra que tiene ante sus ojos, necesita y agradece esa información proveniente de los autores que enriquecen las percepciones personales que todos tenemos. Sea cuando contemplamos este cuadro, cuando leemos aquel libro o presenciamos el proceso técnico, artístico y temático de una película. En no pocas ocasiones, el espectador genera unos criterios y conclusiones que pueden incluso estar al margen de la intencionalidad perseguida por el propio autor. Entonces, ese intercambio equilibrado de aportaciones enriquece la globalidad e interioridad de un producto que se ha elaborado para la culturización general.

Pasemos, a continuación, a una divertida historia, enmarcada en este contexto.

Era una tarde lluviosa, sumida en la profundidad del otoño. En un importante hotel, situado en la zona centro de la capital, iba a realizarse la presentación ante la prensa de una película. Había sido dirigida por un afamado profesional en el panorama cinematográfico del país pero que, en aquellos momentos, no atravesaba un positiva fase en la aceptación popular de sus trabajos.. Se trataba de Marco Sendra, persona aún joven que había logrado dos éxitos consecutivos en la cartelera, pero a los que sobrevino una etapa gris, con dos nuevas películas que pasaron sin pena ni gloria por la cartelera. El ímpetu innovador de este nuevo artista en la dirección parecía eclipsarse, a partir de una evolución en su cinematografía que contrastaba con aquellos espectaculares resultados conseguidos en el inicio de su prometedora carrera. De hecho, la financiación de su cuarto film encontró ya muchas dificultades en la comprensión e interés de los posibles productores. El batacazo en taquilla que obtuvo la tercera de sus obras había sido espectacular. Tal vez el argumento de la misma no ofrecía las necesarias expectativas. Pero en su cuarto trabajo demostró una carencia manifiesta de imaginación y habilidad en la dirección de los actores. En fin, a duras penas, llamando acá y allá, pudo al fin conseguir (con un trasfondo, que después se narrará) una financiación básica, para este quinto producto que debía ser el del relanzamiento de un currículo, temporalmente aletargado. La película que se disponía a  rodar llevaba por título la romántica plaqueta de “SENTIMIENTOS EN EL AMANECER”.

Marco había reunido a un grupo de veteranos intérpretes, figuras prestigiosas en otra época pero que, en la actualidad, estaban prácticamente retirados del interés siempre exigente de la industria cinematográfica. La gran ventaja que obtenía con ese plantel era, en primer lugar, la profesionalidad que ellos atesoraban. Además de la valiosa experiencia que dan los años ante las cámaras, estaba el caché por intervenir en el rodaje, no muy elevado para la disponibilidad financiera aportada por el productor, Néstor Torregrosa. Este afamado industrial, propietario de diversas salas de fiestas, había accedido al fin a exponer su dinero a cambio de que el director del rodaje admitiese en el plantel dar un importante papel a su nueva compañera sentimental. Se trataba de una joven jamaicana, llamada Queca Mardeblanca, sin más avales artísticos que su escultural cuerpo y una traviesa y pícara sonrisa que tenía alocadamente entregado al financiero, en la permanente doble vida sentimental que éste mantenía. stor que ﷽uvo a punto de irse al traste, pues en medio del mismo acabaron sentimentalmente liados, ante la indignacinto de la mi

El rodaje estuvo a punto de irse al traste pues a su mitad, director y estrella emergente acabaron también sentimentalmente liados, ante la indignación de Néstor que todo enfurecido amenazaba con retirar de inmediato la arriesgada inversión que había realizado. Pero la cosa no quedaba todavía ahí, pues la sensual Queca jugaba a tres bandas. Una noche, Marco la descubrió luciendo sus habilidades afectivas con el segundo ayudante de la primera unidad del equipo de rodaje, Nacho, hijo de un cabrero de Galapagar y con el grado de Historia del Arte obtenido en la Complutense. La película pudo al fin completarse, no sin antes buscar con urgencia una sustituta para la divinal Queca que acabó sentimentalmente unida a un técnico de continuidad, físicamente muy bien dotado y apuesto, el cual desde su adolescencia practicaba las artes marciales, cinturón verde.

Una vez montada y tratada técnicamente la cinta en el laboratorio, había que pensar en venderla. Aunque Marco y Néstor dejaron de hablarse directamente, por sus controversias afectivas, acordaron a través de amigos comunes realizar una adecuada presentación de la misma ante la prensa y personas especializadas en el mundo del cine. Se decidió que, tras un pase privado a los críticos, se llevaría a efecto un diálogo abierto para los medios de comunicación, por parte del director y primeros actores del film.

Fue elegido al efecto un importante hotel de la Carrera de San Jerónimo, a fin hacer la presentación oficial de la quinta película de Marco. Éste, que no las tenía todas consigo (especialmente porque no se fiaba ni un pelo de Néstor, de quien sospechaba podría hacerle alguna jugarreta) acudió a un despacho especializado en marketing  publicitario. Allí pagó de su bolsillo los servicios de un equipo de profesionales del periodismo para que, hábilmente situados en el gran salón del hotel, hicieran las preguntas previamente acordadas con el realizador del film. Los tiempos de intervención fueron también cuidadosamente estudiados. Al fin Néstor, que no quería perder su importante inversión económica, accedió a “rascarse” de nuevo el bolsillo a fin de contratar una campaña publicitaria en determinadas cabeceras mediáticas, tanto de la prensa escrita como de la radiodifusión.

A las 18:30, tras unos cuarenta minutos iniciales de café, té, canapés, pastas, bollería y licores de graduación, servidos por una prestigiosa empresa especializada en el cátering para eventos sociales, comenzó el esperado diálogo del director y los principales intérpretes. Eran 65 los asistentes a la celebración. Todo marchaba escrupulosamente controlado cuando, poco antes de las siete menos cuarto, se escucha un pequeño revuelo en la antesala del gran salón que a poco incrementa el estruendo. Hay palabras mayores, movimiento de personas, algún golpe y súbitamente se cuela en la sala de eventos una escultural joven, pulcramente vestida, quien ante la sorpresa de todos se dirige corriendo a la mesa donde estaban sentados las personas entrevistadas, toma un micrófono, antes de que Marco se lo pueda arrebatar, dirigiéndose a continuación con poderosa voz a todos los invitados. Los semblantes del director y del productor eran todo un poema. Sus manos temblorosas, sus rostros enrojecidos, el vientre desordenado, todo ello al ver aparecer a la jamaicana quien, a todas luces, estaba dispuesta a cargarse la acomodada y manipulada presentación.

“Señores de la prensa, quiero decirles que la actriz protagonista de la película debía ser yo. De hecho estuve dos semanas en el rodaje, pero las malas artes del productor y del director me dejaron fuera del mismo, siendo sustituida a lo rápido por una nueva amiga o amante del…”

En este momento, dos miembros del servicio de seguridad en el hotel, llamados urgentemente al efecto, arrebatan el micro a Queca Mardeblanca. La chica explicando su versión a grito estentóreo, siendo conducida, casi a rastras, hasta la puerta de salida, en medio de la estupefacción, los aplausos y el divertimento general de todos aquellos que analizaban la descomposición facial del director y productor del film. ¡Que historia, la vivida aquella lúdica tarde!

Efectivamente, cuando tenemos la grata oportunidad de asistir al diálogo con quien ha sido el artesano hacedor de un film, debemos aprovechar ese momento, largo o corto, para entender, para aprender, para profundizar, en toda la ingeniería de voluntades que han sido puestas al servicio del espectador. No siempre la intencionalidad del director llega completamente a la recepción de quien ha pagado la entrada en taquilla. Pero, al menos, esa duplicidad o variedad interpretativa enriquece la magia del cine. Cada espectador puede concebir otro planteamiento, otro desarrollo y un final distinto del que se le ha ofrecido en pantalla.

En todo caso, si la ocasión es propicia, se puede preguntar al responsable último de una película, por todo aquello que sea útil para la mejor comprensión de la misma. No debe olvidarse, sin embargo, que probablemente ni él mismo controlará todos los matices que encierra el mensaje fílmico que nos transmite en la sala. El cine duplica o multiplica nuestra vida. Si la propia existencia resulta complicado vivirla, más difícil aún es narrar la de otros, explicativamente.-


José L. Casado Toro (viernes, 7 noviembre, 2014)
Profesor

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