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viernes, 9 de septiembre de 2022

ALGUIEN AL OTRO LADO DE LA PUERTA.

 

Oliver Ortial, 37 años, guionista de telefilms o películas para la televisión, llegó sudoroso y con una patente preocupación en el rostro a su apartamento, ubicado en el barrio madrileño de Fuencarral, cuando el reloj marcaba las 20:30. Esa tarde, viernes de agosto en Madrid, había alcanzado los 36 grados en los termómetros, provocando un calor sofocante. Pero el motivo fundamental de su híper sudoración no era sólo la elevada templanza térmica que dominaba la capital, sino también el “raspapolvo laboral” que había recibido por parte de Unay Bastida, su jefe, director de proyectos de la cadena REDES TV. Conservaba muy bien en su mente las palabras que, en tono imperativo, había recibido de su muy enfadado superior.

“Has incumplido, ya en dos ocasiones, los plazos que te hemos dado, para presentar algún argumento válido, con vistas a esa serie de tres episodios, con formato de thriller, que tenemos prevista grabar para el otoño. El género intriga se está vendiendo ahora muy bien, para los gustos del gran público. Y la competencia no se va a quedar esperando. No corre, sino vuela. Te lo planteamos en primavera, y el verano finaliza y no nos traes nada que podamos estudiar y valorar. Te lo advierto, Ortial. Estás en plantilla, pero si no cumples, sales de la empresa. Sólo me dices que tienes unos apuntes y que estás en un momento difícil de creatividad. Pues bien, hoy es viernes. Tienes el fin de semana para ti solo. Dedícate a ello, pues posees madera para hacerlo. El lunes, a las doce, es el tercer y definitivo plazo. Si no nos traes algo que valga la pena, considérate despedido. Te lo digo de esta forma porque yo también tengo jerarquías por arriba de este despacho y éstos no se andan con rositas”.

Este licenciado en Literatura contemporánea asumía que llevaba una época con la imaginación bastante plana. ¿Motivos?  La ruptura con Serena, cansada de sus trapalerías y castillos en el aire, le había supuesto un duro golpe anímico. Algún impagado de la hipoteca bancaria, correspondiente a su apartamento, también le tenía un tanto preocupado. Incluso su cronología, que ya se iba acercando a los cuarenta, década complicada para muchas personas. No era fácil abandonar el gozoso estado de la prolongada juventud. Se estaba convirtiendo en una persona adulta y tenía que comportarse como tal. En definitiva, que no se encontraba en un buen momento creativo.

Su prestigio en el oficio procedía de la participación muy afortunada que tuvo en el concurso organizado por la concejalía de Cultura del Ayuntamiento de Madrid, certamen titulado: la fabulación en los nuevos escritores. Ganó el segundo premio y su historia corta fue publicada, teniendo una muy buena acogida de ventas entre el público lector. Esa inesperada fama, le hizo abandonar su puesto de profesor de creatividad literaria, en una academia en el barrio de Atocha, dedicándose desde entonces al ejercicio libre de la literatura, siendo contratado por la productora Redes TV hacía dos años y medio. Pero últimamente no estaba cumpliendo con puntualidad sus compromisos con la empresa mediática. Las palabras de Unay eran bastante concluyentes. Se podía ver en la calle por incumplimiento de contrato.

Así que sudoroso y abrumado, se puso bajo la ducha durante un buen rato. Necesitaba relajarse. Se autoanimó pensando que en otras oportunidades había sabido salir del aprieto, en cuanto a los compromisos de entrega. ¿Por qué no habría de hacerlo en este fin de semana agosteño, con una temperatura que se acercaba peligrosamente a los cuarenta grados? El agua tibia seguía cayendo, a modo de lluvia purificadora, sobre su piel, tonificando un cuerpo que cada vez hacía menos deporte y se estaba abriendo receptivamente a los gramos y a las siempre traviesas calorías.

Dispuesto a pasarse toda la noche en vela, delante del teclado de su MAC, se preparó un par de sándwiches de pan integral (lascas de cecina, gotas de aceite de oliva, loncha de queso blanco y hojas de brotes tiernos de lechuga, combinación que le agradaba) y un buen tazón de café con soja líquida, utilizando unas nuevas cápsulas recomendadas que tenían un grato y misterioso sabor oriental.

Apenas estaba finalizando la muy frugal cena, cuando escuchó en la puerta de entrada a su apartamento (un 3º A) unos ruidos metálicos que se repetían con intervalos de segundos. Tenías el monitor de televisión apagado, por lo que agudizó el oído, dirigiéndose hacia el pequeño y coqueto recibidor. No había duda alguna, alguien estaba tratando de abrir la puerta, utilizando una llave. De inmediato sintió una mezcla de curiosidad y preocupación. Pensó que podría ser algún vecino nuevo, que se había equivocado de planta o vivienda, pues en su bloque había algunos pisos alquilados, propiedad de inversores que habían comprado viviendas para el alquiler, para temporadas o días. Como los intentos por abrir la cerradura continuaban, preguntó en voz alta quién era. Tras unos segundos de expectante silencio, al otro lado de la puerta escuchó la voz de una mujer que se identificó como Mireya. Manifestaba, un tanto nerviosa en el tono de sus palabras, que le habían facilitado la llave del 3º A para ocupar, durante un mes, ese apartamento.

Ya más tranquilo, Oliver decidió abrir la puerta. Tenía ante sí a una mujer joven, con rostro angelical, que no llegaría a la treintena en su edad. Cabello liso de color negro que se recogía con un broche juvenil en una media cola. Desde luego sus ojos turquesas transmitían una cierta intriga o misterio. Fino rostro y una gran delgadez en su cuerpo, que no superaría los 1,65 m. Vestía una camiseta beige, shorts celestes y zapatillas Converse blancas, muy nuevas y limpias. Sólo añadió a lo ya manifestado “Es que he realizado un largo viaje, desde Estocolmo, y estoy profundamente cansada”. El propietario del inmueble le invitó a que tomara asiento, ofreciéndole un refresco frío de naranja que trajo desde la cocina.

La inesperada joven, tras recuperarse de la sequedad que le había provocado el intenso calor reinante en el día sobre Madrid, comentó breve y espontáneamente que trabajaba para una empresa internacional de componentes electrónicos y programación de redes informáticas. “Esa es mi preparación”. No indicó su lugar de nacimiento, aunque el castellano que utilizaba tenía un marcado acento extranjero, parecido a la vocalización germánica. Tras disculparse, tomó su iPhone, comenzando a realizar repetidos intentos de conexión, posiblemente con la sede de su empresa, pero dada la hora que marcaban los relojes (las 22:15) no parecía lógico que recogieran sus llamadas. Se la notaba cada vez más inquieta y molesta.

El escritor de guiones quiso distorsionar la situación y tras pensarlo durante unos minutos mostró su generosidad, ofreciéndole hospitalidad.

“Entiendo, Mireya, que ha habido un curioso error. Es evidente que te han facilitado unas llaves que no son de este apartamento. Sin embargo, me indicas que la dirección que te han dado corresponde a esta vivienda de mi propiedad. Mañana sábado puedes volver intentar el contactar con tus superiores, a fin de tratar de aclarar la situación. En tu trolley o en el maletín pienso que tendrás algún mecanismo informático. Ahora después te facilito la dirección de mi Wiffi para que te puedas conectar. Tengo un sofá cama, en este lateral del saloncito, que puedes utilizar si lo estimas necesario, a fin de pasar la noche. Desde luego el calor en la calle es sofocante. Tengo puesto el aire a veinticinco grados, pues con el aire frio sufro problemas de garganta. Te puedo también ofrecer un par de sandwiches y algo de café que tenía preparado”.

Mireya, ya más serena, asintió con la cabeza, expresando unas amables palabras de agradecimiento. “Gracias, eres muy amable y hospitalario. No te molestaré mucho, pues me siento muy cansada, con la necesidad de dormir. Me conformo con un vaso de leche. ¿Puedo utilizar la ducha?”

Oliver estuvo trabajando un par de horas con su ordenador, mientras Mireya ya descansaba. Al final le había cedido la cama de su cuarto, por lo que él utilizó el sofá cama. Sobre las 2:30 ya estaba completamente dormido. El intenso calor y los avatares del día lo habían dejado muy agotado.

Se despertó bastante tarde, en la mañana del sábado, a pocos minutos de las 11. Mientras se aseaba y preparaba el desayuno trató de hacer el menor ruido posible, para no molestar el descanso de la joven que ocupaba su dormitorio. Tras finalizar el refrigerio matinal, se acercó a la puerta del dormitorio y dando un par de golpes con los nudillos preguntó. “Buenos días, Mireya ¿Qué te apetece desayunar?” Pasaron unos segundos y no obtuvo respuesta desde el interior. Repitió la misa operación, una vez más, con el mismo resultado. Entonces, con sumo cuidado y lentitud entreabrió la puerta. Para su sorpresa ¡no había nadie en el interior de la habitación!  La ropa de la cama estaba dispuestamente ordenada. Y en la mesita de noche, junto al vaso vacío de leche, había una larga nota manuscrita, con el nombre de Mireya al final del texto.

“Muchas gracias, amigo Oliver, por tu generosidad. Aunque no lo creas, me has ayudado mucho. Ayer noche venía presurosa y con graves problemas, porque me estaban siguiendo. No te lo quise decir, a fin de evitarte preocupaciones. Aproveché un portal que se estaba cerrando, el de tu bloque, y ya en el interior repasé los buzones del correo. Al ver tu piso con un solo nombre, teatralicé la escena de la llave y tuve suerte, porque afortunadamente te encontrabas en casa. Así que he podido ocultarme esta noche, lo cual te agradezco, para mi seguridad. Como te estarás haciendo muchas preguntas, sólo te aclaro que el contexto de esta “peligrosa” situación es la del espionaje industrial. Un mundo muy complejo, en el que se mueven grandes sumas económicas. Y utilizan todo tipo de medios, para conseguir sus fines, aunque estos sean ilícitos. Esta mañana he de seguir mi camino, pues he podido burlar a quien no me podía hacer mucho bien. He tenido que salir casi de madrugada, bajo el cobijo de las estrellas en el cielo madrileño, cuando plácidamente descansabas. Algún día podremos reencontrarnos, desde luego con más sosiego y seguridad. Será un verdadero placer vivir esa gozosa oportunidad. Mireya”.

El cada vez más desconcertado guionista televisivo apenas daba crédito al contenido de la nota que estaba leyendo. Intensamente confundido ante una situación del más puro thriller cinematográfico, repasó las pertenencias del piso. Nada faltaba. Todo estaba en orden.

El sábado se presentaba en sumo enigmático para Oliver, pero luminoso y con el habitual contraste térmica del agosto castellano. Tras el sorprendente episodio de Mireya, decidió darse un largo y relajante paseo por los jardines de la Casa de Campo. Era necesario mover las articulaciones, pues sabía que esa tarde protagonizaría su permanencia en casa para no abandonar el teclado del ordenador. Le seguía dando vueltas en su pensamiento al caso de Mireya, con esas preguntas sin respuesta que tanto le aturdían: ¿Quiénes eran los perseguidores de la bella joven que esa noche había descansado en su casa? ¿Qué había de verdad o ficción en lo que brevemente le había contado en la nota manuscrita? ¿Por qué la chica eligió su casa y piso? ¿No sería mejor haber acudido a la policía, para poner en claro la situación y obtener la necesaria protección?  ¿Se trataría de una empresa rival, en la elaboración de esos componente o circuitos electrónicos? ¿La mafia industrial y violenta estaría de por medio en este escabroso episodio? ¿Habría gobiernos implicados en la lucha por el poder informático? Y así preguntas e interrogantes diversos, sin las convincentes y necesarias respuestas.

Oliver aprovechó la tarde para ir garrapateando en su manoseada y entrañable libreta numerosas notas, hipótesis, dudas, detalles, posibilidades. Todos ellos centrados en la figura de una mujer que se había presentado en un piso que “supuestamente” debía habitar, pero sin las llaves adecuadas. Y que articula, en fases, una curiosa y enigmática historia, digna de un buen guion cinematográfico, en donde la intriga y el thriller tenían el principal protagonismo. Todo parecía muy raro, muy extraño. Esa noche cenó en una pizzería cercana, en la que habían contratado a un cantautor que entonaba, con su guitarra, bellas melodías napolitanas. La verdad es que no tenía mucho apetito, por lo que la media pizza pepperoni que le sobró se la llevó en una cajita a casa, para consumirla al día siguiente, tras calentarla en la sartén. Ante de abandonar el restaurante italiano, pidió un café moka bien cargado, ya que estaba dispuesto a pasar gran parte de la noche (cuando con más fluidez y creatividad escribía) redactando un buen guion para la serie encargada, que ahora estaría centrado en su propia experiencia con la joven que aparece al otro lado de su puerta.

El domingo apenas salió de casa, pues se sentía inspirado para completar la primera redacción de una historia de rivalidades, luchas, intereses e importantes consorcios económicas en juego, en el seno de la conflictividad mafiosa de las grandes corporaciones industriales, inmersas en un contexto de alto riesgo delictivo.  Así que, en la mañana del lunes, con los ojos vidriosos a consecuencia de otra noche casi en vela, Oliver Ortial se presentó en Redes TV, sobre las doce del mediodía, llevando bajo el brazo un dossier de veintiséis folios, que contenían la maqueta temática y organizativa de una serie/thriller de tres capítulos, cuyo título provisional sería “ALGUIEN AL OTRO LADO DE LA PUERTA”. La redacción definitiva partiría del esquema o base temática que en ese momento presentaba. Su receptor, Unay Bastida, repasó y leyó, con generosa lentitud, los contenidos de esos folios impresos, quedando gratamente impresionado de la interesante trama argumental que le presentaba el cansado pero satisfecho guionista.

“He de felicitarte, Oliver. Al fin “te has puesto las pilas” y has vuelto desarrollar esa maravillosa creatividad argumental que llevas en la sangre. Desconozco lo que has hecho o has vivido durante este largo fin de semana. Desde luego ha tenido que ser algo en sumo interesante y motivador, que te ha permitido volver a tus mejores raíces imaginativas y expresivas. Has cumplido y, para tu tranquilidad, quiero confirmarte que sigues en plantilla”.

En la mañana del martes, el propio Unay, tras una reunión con los jefes en la planta segunda de la productora, llamó a su colaborador guionista para darle el OK. definitivo, a fin de que se pusiera a trabajar de inmediato en los contenidos del primer capítulo de la serie. Querían comenzar el rodaje en un mínimo de doce días. La felicidad de Oliver Ortial era patente. Una vez más había podido “salvar los muebles” en una situación personal bastante complicada.

Jueves por la tarde. Bar/cafetería El Cenáculo, a dos manzanas de Redes TV. Un hombre y una mujer comparten sendas tazas de café. El hombre le entregó a su interlocutora un sobre, que ésta recogió con una expresión serena y satisfecha.

“Tu interpretación ha tenido que ser muy convincente, Clamia… La Mireya “perseguida” y asustada que simulaste ha tenido efectos dinamizadores en un buen guionista, que llevaba meses bloqueado en su creatividad por circunstancias personales. Te has ganado los 600 euros prometidos, dado el buen resultado de la gestión que te encargamos. Espero que sigamos en contacto. Puede haber nuevos roles interpretativos y a ver si te puedo buscar algún hueco, en nuestro elenco de actrices” “Gracias Unay, en eso confío”.

Ambos amigos se separaron con un apretón de manos, añadiendo una cómplice y lenta sonrisa. -

 

ALGUIEN AL OTRO LADO

DE LA PUERTA.

 

 

José L. Casado Toro

Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

O2 septiembre 2022

                                                                                   Dirección electrónica: jlcasadot@yahoo.es

Blog personal: http://www.jlcasadot.blogspot.com/ 




 

viernes, 24 de mayo de 2013

CAMINANDO, POR LOS SENDEROS PRÓXIMOS DE LO NATURAL.


Son respuestas en lo personal que, a fuerza de ser repetitivas, sin embargo nunca llegan a explicarse del todo. O, por el contrario, aparecen tan evidentes en su contenido que hacen innecesario abundar en los planos íntimos de su motivación. Resulta que una mañana, o tal vez cuando avanzan las horas del día, la escala anímica de tu persona marca unos dígitos más bien bajos. Bajísimos, como para remontar de inmediato ese bloqueo. Y, casi sin saber el por qué. No te ocurre nada, realmente preocupante. La salud va bien, dentro de lo posible pero, eso sí, tu agenda se muestra abruptamente densificada para el respiro y, como guinda ambiental, el contexto mediático, social, económico y político se viste con unos ropajes que “saben” a desalentador. Ante esa atmósfera profundamente viciada, que ahonda en tu soledad, tienes la certera idea de buscar auxilio, oxígeno físico, pero también espiritual, en aquel entorno donde más suele abundar para su mejor estado de pureza. Y te vas…. a la compañía placentera del mar. Y, si no, un poco más allá, a las laderas naturales y limpias de la montaña. También otros, con desigual éxito en los resultados de la opción, eligen una película, un libro o una llamada telefónica a ese amor siempre idealizado, como mejor terapéutica. El caso es alejarte de un ambiente opresivo que no te gusta, en el que te sientes agobiado, triste y en los umbrales inquietos de lo depresivo.

Aún la Primavera jugaba con esos vaivenes traviesos del entretiempo, cuando decidí alejarme de esta locura sin sentido en el que, con frecuencia, nos vemos atrapados. Puse camino o destino hacia algún rincón natural, no muy alejado de la malla que conforma el estresante laberinto urbano. La arena de la playa iba a quedar para un poco más adelante en el calendario, por lo que, a poco de un ratito de caminar, me vi rodeado de árboles, matorrales, aromas y gratos silencios. También sonidos, modulados por el viento, las aves o la traviesa percepción que interpreta nuestra imaginación.

Fue curioso. A poco de estar allí, las escalas anímicas comenzaron a moverse hacia lo positivo y, con esa grandeza que trae la simplicidad, comencé a sentirme mejor. Bastante mejor. El milagro, para lo espiritual, consistía en que ahora las cosas las veía bajo un prisma más alegre. Tanto en el color, como en su trasparencia. Me sentía más liberado y, precisamente, acompañado. Con el azul del cielo, las ramas verdes de pino, el olor del tomillo y otros sensuales aromas mediterráneos, además de las hojas que cimbrea la brisa y ese oxígeno que respira y difunde limpieza y tranquilidad. Buenos, excelentes compañeros para recuperar los biorritmos y el diálogo con la terapéutica del optimismo. ¡Ah, olvidaba comentar la presencia de un elemento vital que, en modo alguno, podía faltar! El agua. Esa fuerza hídrica que manaba de no sabemos dónde pero que, con sus ritmos acústicos y la pureza de su caudal, transformaba la pesadumbre y lo opaco en atrayentes parcelas de serenidad y aventura. Todo ello colaboraba en ese sosiego para la sonrisa, que tanto me apetecía recuperar y compartir.

En un momento concreto de este mi senderismo light (son trayectos no muy extensos en las distancias) tuve el buen acierto de sacar desde mi zurrón ese u otro libro que casi siempre suele acompañarme. Estuve leyendo un buen rato, con ese diálogo íntimo que los buenos autores proporcionan. Con la atención del silencio, sólo alterado por el pentagrama sublime de lo natural. Pero, también, en voz alta, para la atención mágica de esos arboles que te observan y atienden respetuosos, con la infinita paciencia de lo intemporal. Parece como…. si quisieran hablar. En este caso, la narrativa elegida fue un pequeño conjunto de historias, escritas precisamente en una lengua que no es la propia, en lo personal. Las practicas de expresión o lectura oral por estos parajes suelen resultar divertidas y metodológicamente apropiadas para el aprendizaje. Y aquí, precisamente, surgió la segunda parte de esta bella historia que ahora trato de recordar.

Le vi acercarse desde lejos. Avanzaba con pasos lentos, recreándose en un escenario de personajes inmóviles, caminando en sentido contrario a mi marcha. A pocos segundos, nos encontrábamos frente a frente, con ese “buenas tardes” que, con educación solidaria, se transmite con todos en el campo. Era un hombre ya metido en años, pero muy bien llevados para su denso calendario en las horas. Piel curtida, por ese sol que tanto gratifica. También, probablemente, por la fuerza del viento, la lluvia y toda una vida para la memoria. Percibí, de inmediato, sus ganas de “echar un ratito”, hablando de esas intrascendencias que pronto se transforman en anécdotas, en leyendas o en grandes teorías para lo trascendente. Era también de mi agrado esa positiva facultad de comunicar. Practicando el senderismo. Primero con la naturaleza, A continuación, consigo mismo. Y, finalmente, con la grandiosa hermandad de lo humano. Nos sentamos en dos rudos “sillones” que unos bloques de piedra y roca pusieron a nuestra disposición y compartimos, con la franqueza de la sencillez, las palabras, los gestos y las miradas.

TANI (Estanislao), así me pidió que le llamara, lleva ya muchos años jubilado. Trabajó en la construcción, aprovechando los álgidos momentos del boom costero. Hoy vive con una modesta pensión pues el egoísmo e incivismo empresarial perjudicó, de manera notoria, la seguridad social de este buen hombre que debe estar no muy lejano de los ochenta en la edad. La empresa, en la que trabajó durante años, no cotizó por su persona, lo que ha perjudicado la prestación o pensión de jubilación para su sustento. El ejercicio de andar por el campo (su verdadera pasión), uno tras otro en los días, le permite disfrutar un buen estado físico. Yo aún mantenía, en una de mis manos, el pequeño libro, para prácticas y lecturas, escrito en inglés, mientras que él se veía satisfecho, asiendo en su brazo un gran manojo de espárragos trigueros o no cultivados. La recolección de hoy ha sido bastante buena, por lo que dejará en casa los suficientes para la tortilla. El resto de la “cosecha” se los dejará a su yerno Faly que se gana la vida por los mercadillos, vendiendo todo lo que puede “pa comé”. Me decía que sabía “chapurrear” muchas palabras y frases en inglés ya que, durante sus años de trabajar con el ladrillo en la costa, tuvo un buen compañero y amigo de nacionalidad inglesa. Poco a poco le fue enseñando algunos usos coloquiales del idioma británico, recurso que le vino bastante bien a fin de relacionarse con clientes que vivían por la zona.

Cuando dialogas con una persona de esta transparente naturaleza, con la nobleza y verdad de Tani, te sientes a gusto y reconfortado.

“Pues, hemos “echao” un ratillo ¿verdad? la verdad es me hacía falta el hablá. Se pasa mucho rato andando entre las matas del campo y sólo escuchas a los pájaros y al viento, cuando sopla. Los fines de semana hay por aquí más gente, que vienen al paseo dominguero. Ah, y los ciclistas, pero estos casi siempre van montaos y con prisa. Lo dicho. A la pa de dió y buena tardes”.

Y lo vi alejarse, con su paso seguro sobre la tierra tosca pero inmaculada del suelo, camino del San José y el Botánico. Fue una suerte, agradable e inesperada, el encuentro con esta persona cuya nobleza y proximidad sabe aportarte esa serenidad que, tan sencilla y gratamente, comparte con la belleza, agreste o aterciopelada, del entorno.

Ahora, en tiempos de Primavera, los días parecen más largos, simulando la extensión de la vida. Ese baño de luz, con un sol que se resiste a marcharse, hasta cerca de las nueve o más de la tarde, hace que te sientas más reconfortado para buscar razones, reales o imaginarias, que sustenten el alimento espiritual de la sonrisa. Este ejercicio, de caminar por los vericuetos y senderos del campo, obra el milagro de cansarte y recuperarte al tiempo. Los relojes adormecen sus manecillas, el ruido de los motores desaparece, la tramoya de tantas mentiras y falacias quedan aparcadas, la grandeza mediática de tantos personajes se empequeñece y numerosos problemas y sinsabores, de manera afortunada e inteligente, se relativizan. Nos alejamos de nuestra adición necesaria por la selva urbana y navegamos, con la firmeza rítmica de los pasos sinceros, a través de un entorno que facilita el reencuentro con nuestra ilusión y conciencia. La dimensión abrupta de los problemas se reduce ante la grandeza, limpia y solemne, de unos espacios que comunican con la fuerza inmensa de lo visual, la modulación acústica de lo natural y la sencillez íntima de otro tipo, afortunadamente, de humanidad y vida.-

José L. Casado Toro (viernes, 24 mayo, 2013)
Profesor

viernes, 17 de mayo de 2013

INTRIGA, EN UN FIN DE SEMANA.


La tarde se hallaba metida en agua. Los cielos entoldados y con algo de viento hacían presagiar que, más pronto o tarde, caería esa fina lluvia que, a pesar de paraguas y chubasqueros, te deja el cuerpo con la incomodidad de una intensa humedad. Al fin, en este sábado de Cuaresma, previo al inicio de los pasos procesionales, Dela decidió quedarse en casa, tras una semana de agotadora labor en las aulas. Ejerce como maestra en Primaria (va ya para un lustro, su dedicación docente) en un colegio concertado de la capital, precisamente allí donde estudió en sus años de infancia y adolescencia. Claudio, su pareja desde hace unos ocho meses, ha tenido este fin de semana que desplazarse a Córdoba a fin de asistir a un cursillo intensivo en redes informáticas, enviado por la empresa donde trabaja como especialista en marketing de comunicación. El programa de este curso, viernes a domingo, estaba muy concentrado, por lo que ella ha preferido no acompañarle y recuperar la tranquilidad del sosiego para este weekend que inicia la Primavera. Desea pasar una tarde tranquila, organizando el trabajo atrasado, hacer algunas compras para la cocina y, después de la cena, ver alguna película de las que tiene descargadas en el disco duro de su ordenador.

A eso de las seis, cuando se estaba preparando para bajar al Merca que tiene dos manzanas más arriba de su bloque, suena una llamada en el portátil de la entrada. Al otro lado de la línea, aparece una voz de mujer que se identifica como Itziar. Ambas mujeres mantienen un extraño y curioso diálogo. Dela desconoce a la persona que le está hablando, pero ésta sí posee datos concretos que le permiten hacer uso del nombre y número de teléfono de su interlocutora. Durante unos cuatro minutos de diálogo entrecortado, le indica la posibilidad de entrevistarse personalmente pues quiere conocerla y, al tiempo, hacerle partícipe de una información que puede resultar importante para su estabilidad. Le confiesa que el objeto de ese diálogo tendría como referencia a la persona de Claudio. Todo resulta un tanto misterioso, sin embargo Dela, sumida en la intriga de la duda, decide atender la sugerencia que se le ofrece. Acuerdan verse un par de horas más tarde, en una conocida cafetería, relativamente cercana a su domicilio. Itziar comenta acerca de cómo irá vestida, para su mejor identificación, en el encuentro que ambas van a mantener.

Todo esto le parece muy escénico o cinematográfico. Mientras se dirige al punto de encuentro, va haciéndose una serie de preguntas que potencian su incertidumbre. ¿Cómo conocía esta chica su identificación telefónica? ¿Cuál es su vinculación con Claudio? ¿Es casual que la haya llamado precisamente hoy, cuando la pareja con quien vive se encuentra de viaje? ¿Qué hay, en verdad, detrás de esta llamada? ¿Hace bien en aceptar este encuentro, o se está exponiendo a imprevisibles riesgos que escapan del control de su conocimiento? Éstos y otros interrogantes bullen por su cabeza, mientras camina despacio hacia ese punto de encuentro que puede despejar sus complicadas incertidumbres, mezcladas con la inquietud propia de caso. Ha comenzado a chispear. Era lo previsible, aunque la adelantada templanza de la Primavera hace que tenga una percepción incómoda de esas gotas que caen sobre la superficie de su paraguas, azulado y estampado con unas ondulaciones que asemejan el oleaje del mar.

Unos minutos sobre las ocho, en el anochecer. La cafetería/tetería “El Oasis” sita en los sótanos del Macrocentro Finay, se encuentra a esa hora bastante abarrotada, con un público variopinto y ruidoso. En la puerta una chica, algo más joven que nuestra protagonista, juguetea con la bolsa estampada que lleva colgada en su hombro. Viste un atractivo chándal azul celeste y unas botas deportivas Converse de color blanco, tal y como le orientó esa misma tarde a través del teléfono. Intercambian un saludo frío y presidido por la desconfianza recíproca. Itziar pide al camarero un té blanco, mientras Dela prefiere uno rojo Rooibós. Se siente bastante inquieta ante la situación, por lo que prefiere evitar la teína en la infusión. Atiende, con expectante atención las palabras que le transmite la joven del chándal azul.

“Sí, comprendo que todo esto te resultará muy raro o extraño. Pero mi conciencia me obliga a ser valiente, pues creo debes conocer algunos datos de la persona con la que estás vinculada en este momento. Seguro que él nunca te ha hablado de mí ¿Verdad? No, no le interesa. Pues yo sé bastante de su otra vida de la que tu eres ajena. Y te aseguro que, en este momento, solo me preocupa evitarte el drama que yo he tenido que pasar con este individuo. Por eso me he preocupado por indagar y conocer a la persona que me había sustituido, en la relación afectiva con Claudio…….”

Me esforzaba en no interrumpir su largo monólogo, expresado de manera pausada pero con una tensión fácilmente perceptible. Básicamente me relató que había estado saliendo con mi actual pareja, por espacio de un año y pico. Que al principio todo iba muy bien. Que, a pesar de tener caracteres diferentes, solían complementarse bastante bien y que llegaron a convivir con normalidad durante algunos meses. Posteriormente, a través de una serie de situaciones, fue comprobando la verdadera naturaleza de la persona con la que estaba compartiendo su vida. Que los rasgos de personalismo, egoísmo y exigencia, en el compañero, fueron cada vez más notorios, generándose discusiones, conflictos y escenas en sumo desagradables. Ya en la etapa final de su relación, tuvo que sufrir el comportamiento violento de un hombre, en su opinión, con un patente desequilibrio. Una mañana, cogió sus cosas y volvió a casa de sus padres, con un evidente temor con respecto a la respuesta que él pudiera adoptar ante su drástica decisión. Me confesó que sufrió mucho, al descubrir la verdadera personalidad de la pareja con la que había pasado todos esos meses de convivencia.

La escuchaba cada vez más asombrada, pues sus planteamientos parecían razonablemente convincentes para la credibilidad. Ante mi pregunta acerca de cómo me había localizado, acertó a explicarme que hacía unos diez días, haciendo unas compras en un centro comercial, estaba acompañada por una amiga del laboratorio donde trabaja. Que al verme junto a Claudio, no pudo evitar ponerse muy nerviosa. Su amiga me había reconocido, pues tiene a su hija estudiando en el colegio donde imparto clase. Precisamente, en el grupo de mi tutoría. Ante la  insistencia de Itziar, le facilitó mi nombre y dirección telefónica. Y que tras pensarlo durante algunos días, esta tarde había decidido marcar mi número de teléfono a fin de prevenirme de lo que me podría ocurrir si continuaba unida a Claudio.

“No sé si creerte. Me siento muy confusa y la verdad es que no tengo razones para pensar que existan dos personalidades en el hombre con el que estoy conviviendo. Incluso, aún no sé por qué te he prestado atención, viniendo a escuchar tus consejos. Me voy a marchar. Si crees que has hecho bien con avisarme, debo agradecértelo aunque, lo vuelvo a reiterar, me parece que todo lo que me has contado lo percibo como bastante inverosímil”.

Antes de despedirnos me rogó que, en modo alguno, le comentara a Claudio el contenido de nuestra conversación. Se sentía atemorizada de que él pudiera ser consciente de la información que se había atrevido a facilitarme.

Le estuve dando vueltas a la cabeza durante toda la noche del sábado y el mismo domingo. Me sentía navegando en un mar cenagoso de dudas y convicciones. Pero ¿qué hacer? Ya en el lunes, de vuelta a casa tras asistir a una consulta médica, comprobé que Claudio había regresado de su cursillo. No vino a comer. Me comentó por teléfono que tenía que hacer un informe sobre su presencia en la reunión de Córdoba y que prefería terminarlo en la empresa,  por lo que tomaría algo ligero en ese bar donde a veces desayuna. Esa tarde, me fui a dar un paseo por los jardines de la Concepción y allí, entre la soledad amistosa de tan bella naturaleza, fui repasando mentalmente todo el proceso de mi relación afectiva con una persona de la que, al margen de algunas discusiones, normales en la convivencia (nos habíamos metido en una hipoteca complicada) nunca había tenido serios motivos para quejarme. Era cierto, y ello era lo que principalmente me inquietaba, que él siempre trataba de evitar alusiones a la vida relacional que había mantenido antes de conocernos.

Llegó a nuestro domicilio unos minutos después de las diez. Se le veía muy cansado, tras el ajetreo del fin de semana con su viaje. El trabajo de hoy que, a tenor de su rostro, había tenido que ser un tanto agotador. Compartimos la cena y, posteriormente, nos sentamos (como hacíamos casi todas las noches) delante del televisor, a fin de ver alguna película o distraernos con lo emitido por alguna de las cadenas. Pero la cabeza me sentía aturdiendo, recordándome la extraña experiencia que había tenido en la tarde/noche del sábado. Estábamos “soportando” una película bastante aburrida cuando, por esos impulsos que a todos nos suelen aparecer en lo imprevisto de nuestro carácter, me levanté del sofá y, lentamente, me acerqué al monitor de televisión. Lo apagué. Claudio, que ojeaba el periódico del día, no le dio mayor importancia a mi gesto. Volví a sentarme junto a él y, con una irrazonada espontaneidad le dije. “Claudio, aunque sé que no es tema de tu agrado, me agradaría conocer algo acerca de las otras mujeres que, sin duda, ha tenido que haber en tu vida, antes de conocernos”. Tras sonreírme paternalmente, me preguntó la causa o el origen de mis palabras, precisamente esa noche en la que se sentía tan cansado. Añadí “es que he tenido la oportunidad de conocer a una persona con la que has estado emparejado durante algún tiempo. Y me gustaría saber el recuerdo que guardas de esa mujer”.

“Posiblemente sé a la personas a que te estás refiriendo. No merece la pena gastar tiempo hablando de esta penosa y terrible experiencia. Tuve la suerte de conocerte y esa es mi mejor alegría. Tú eres lo mejor que nunca he tenido. No sé lo que te hayan contado. Lo único que me importa eres tú. El más lindo tesoro que un hombre puede hallar y gozar en su vida. Ahora me voy a ir a la cama porque estoy que me derrumbo del cansancio. Mi querida Dela, ven hacia mi que quiero besar a lo que más quiero”.

Me sentí más tranquilizada y no quise hurgar en viejas heridas. Mi fe, en el que era mi compañero, se había acrecentado. Yo también necesitaba descansar del que había sido, también, un día ajetreado en el colegio. Ambos caímos en el sueño reparador más profundo. Pero, a eso de las dos menos cuarto de la madrugada, me desperté sobresaltada. Mi pareja no estaba en su lugar de la cama. Volví a mirar al despertador, cuando escuché palabras en el salón. Me levanté con cuidado de no hacer ruido y efectivamente comprobé que él estaba hablando por teléfono, bajando bastante la voz. Vi, a través de la puerta entreabierta, que permanecía de pie junto a la puerta de la terracita, por donde entraba la luz de una farola próxima a nuestra fachada. Agudizando el oído, puede captar la siguiente frase:

“Sí, lo has hecho muy bien, tal y como habíamos previsto. Deja pesar unos días y vuelve a llamarla. Le cuentas la segunda parte de la historia, con todos los detalles. Será más que definitivo. Vamos a ir con cautela y verás como todo nos va a salir bastante bien. Necesito que sea ella quien rompa el compromiso. Mañana, cuando salgamos a desayunar, seguimos hablando, cariño mío”

Me temblaban las piernas….. Estaba profundamente abrumada y asustada.-

José L. Casado Toro (viernes, 17 mayo, 2013)
Profesor

viernes, 3 de mayo de 2013

QUEDAMOS, PARA CENAR EN EL PUERTO ......


Adrián, cuarenta y tres años, auxiliar administrativo en un centro educativo público, dependiente de la Consejería de Educación de la Junta de Andalucía, se encontraba especialmente nervioso, pero también ilusionado, en aquella mañana de sábado. Tras unas semanas de contactos epistolares, a través de la red, Claudia y él iban, por fin, a conocerse de una forma directa. Bien es verdad que habían intercambiado, vía Internet, sendas fotografías aunque, en ambos casos, tanto el uno como el otro, sólo aparecían en primer plano y, eso sí, especialmente sonrientes. Pero, en esta tarde de principios de junio, concretamente a las 9.00, habían quedado citados en la esquina del Parque malacitano. Tras conocerse, en la proximidad, iban a disfrutar de una primera cena juntos en un restaurante del Puerto, cercano a nuestra coqueta y blanca Farola.

Dado que el día estaba metido en calor, Adri pensó que una buena idea sería sosegar los nervios previos al encuentro, pasando unas horas en la playa. Además de esa tranquilidad necesaria para su inquieto temperamento, conseguiría aparecer ante su nueva amiga “on line” con la piel algo más bronceada para su mejor apariencia. Dicho y hecho. Hizo una muy frugal comida en casa y, a poco que dieran las 3.30 de la tarde, ya estaba tendido en la arena de la playa. Eligió esa zona de la Misericordia que había sido siempre su preferida, desde aquellos años infantiles que con tanto afecto fluyen a nuestros recuerdos.

Un tanto somnoliento, bajo un sol que todavía calentaba con vigor su piel blanquecina, pensaba e imaginaba las posibilidades de esta reciente amistad que podría, al fin, estabilizar y alegrar la soledad de tantos momentos vacíos en su vida. Aunque había iniciado algunas relaciones, desde su juventud, ninguna de ellas había logrado cuajar en la permanencia. En la mayoría de los casos, casi siempre habían sido ellas las que, con mejor o peor forma, habían puesto fin a un conocimiento que había comenzado, como tantas veces, esperanzado para el destino recíproco. Sin embargo tenía la corazonada de que, la de esta tarde, podría y debería ser esa oportunidad, tantas veces esperada y otras tantas eclipsada, para la mejor realidad. El conocimiento acerca de la persona Claudia, cuatro años mayor que él, no era muy amplio, pero ella le había mostrado unos gestos y criterios que prometían mucho para su necesidad.

A eso ya de las siete, recogió los bártulos de playa, a fin de dirigirse a su domicilio e irse arreglando para su gran cita del sábado. Hizo el desplazamiento a pie, pues reside precisamente en esta zona de Huelin, en un pisito bien orientado a ese mar azulado y, generalmente tranquilo, dibujado con la magia romántica del Mediterráneo. Pensando en las frases, en las palabras y en los proyectos, se fue de lleno a la ducha, a fin de limpiar y tonificar su cuerpo, aún con restos de arena y sal. Pero la sorpresa suele aparecer, sin ser invitada, en los momentos más  inoportunos. Apenas enjabonado, observa como el grifo de la bañera comienza a languidecer. Y, a poco, el agua deja de fluir, para su enfado y desesperación. Con paciencia logra quitarse algo del gel dermatológico (olor a tuti frutti) que solía utilizar y, envuelto en su albornoz, pulsa en los timbres de sus vecinos de planta. En ninguna de ambas viviendas obtiene respuesta para sus llamadas. No recuerda quién es el Presidente de la Comunidad, en estos momentos. Tampoco suele asistir a las reuniones anuales de propietarios, a las que se le cita, porque se aburre soberanamente en las mismas. Con una pinta para la emergencia, baja las escaleras. Al fin, una señora viuda, del tercero B, doña Engracia, le confirma que tampoco ella tiene agua. Debe ser cosa de los motores bomba, que últimamente están fallando más de la cuenta. Pero ya se sabe que, en un sábado por la tarde, no suele haber mucha gente en el bloque y según le informan el Presidente de la Comunidad de Propietarios está de viaje.

Hecho un manojo de nervios, pues eran ya las ocho menos cinco, en camiseta y con un pantalón de deporte, acude a un súper cercano. Se encuentra con que ese sábado el establecimiento sólo ha abierto hasta las tres, porque están de reformas. Su epidermis, algo enrojecida por las horas de insolación recibida, continúa sembrada de sal, restos de arena y gel aromatizado a frutos del bosque, sobre un fondo de recio sudor veraniego. ¿Qué hacer? Como es un tanto dejado para las previsiones, no suele tener acumulada algo de agua para una carencia necesaria e inesperada. Y, para colmo, sólo bebe cerveza en las comidas. Total que, al paso “legionario” que permiten sus chanclas, encuentra un comercio de “todo a cien” regentado por una populosa familia china, todos ellos muy agradables. Las travesuras del destino provocan que, en aquella, complicada tarde para sus deseos, sólo tengan bebidas carbónicas de tónica, cola, naranja y manzana y sólo una botella de agua mineral con gas.

Son las 8.25 cuando Adrián completa un chapucero lavado en su bañera, afeitándose con un agua que sabe a tónica edulcorada. A pesar de la buena temperatura que regala la tarde, se viste de una forma elegante, con una chaqueta azulada y unos pantalones de color beige que contrastan con el azul marino de sus zapatos cerrados de piel. Se echa abundante colonia y mira la esfera de su reloj. Son las nueve menos diez, cuando llega la puerta del bloque, un tanto agotado y presa de los nervios. Su piel es un ilustrativo catálogo de olores y sabores, todos ellos suculentos. Pero no todo va a salir mal, pues en aquellos momentos acierta a pasar un taxi por la calle paralela al paseo, con la esperanzada, para sus prisas, lucecita verde que indica su disponibilidad. Le indica al solícito taxista que llega tarde a una importante cita y le introduce un billete de estímulo en el bolsillo de su camisa. Le ruega que vaya a toda pastilla, dentro de lo posible, pues no quiere llegar demasiado tarde. El conductor, halagado y estimulado por el servicio, hace maravillas con el volante, pero la regulación semafórica no atiende a razones e imprevistos. Afortunadamente Adrián no padece desequilibrios en su tensión arterial, aunque los latidos del corazón parecen dispararse cuando las luces rojas del tráfico obligan al imperativo frenado.

Nueve y siete minutos de la tarde. Al fin el taxista lo deja en la entrada del Puerto, zona de la Malagueta. Allí, junto al edificio trasparente del cubo, aún inutilizado, le está esperando, con toda la paciencia del mundo, una mujer morena, de ojos castaños y sobrada de algunos generosos gramos en lo corporal. Viste un atuendo bohemio, muy de verano, que impide disimular la descuidada limpieza que lucen las partes visibles de su orondo cuerpo. Es cierto que la cara de esta mujer corresponde al primer plano de la foto que viajó por Internet, pero la voz, la castiza actitud y la penosa presentación corporal quieren jugar a lo juvenil y al desenfado, aparentando unos años ya lejanos en su actualidad.

Tras un par de besos, que la amiga protagoniza, Claudia y Adrián caminan, lenta y esperanzadamente, hacia un restaurante de comida griega.  Allí, a escasos metros, la Farola ha iniciado sus ráfagas blancas que alegran el sosiego azulado del mar. Ella es una habladora o comunicadora compulsiva. Él reflexiona, aturdido, cansado, ilusionado, acerca de la que ha sido su alocada tarde, cuando la noche va cubriendo de brillo y enigma las serenas aguas del Puerto. La ciudad se ofrece dormida y despierta al tiempo, entre un marco cromático de luces, sonidos y sombras.

Esa traviesa noche de los misterios acabó, finalmente, desvelando la realidad de quien no era pero decía ser. Asomado al quicio de la madrugada, un Adri aturdido, en la reflexión, sonreía. Mientras que Claudia, mostrando la intimidad de su verdadera realidad…  con pasos lentos e inseguros, marchaba.-


José L. Casado Toro (viernes, 3 mayo, 2013)
Profesor
http://www.jlcasadot.blogspot.com/