jueves, 5 de junio de 2014

DESDE UNA PECULIAR ATALAYA, EN AQUEL VIEJO Y ENTRAÑABLE LOCAL.


Hay frases, en el repertorio de cualquier manual de gramática, que son eficazmente ilustrativas para explicar las numerosas realidades que laten en el espacio de nuestra proximidad. Por ejemplo: ¡Ay, si la piedras hablasen! Es cierto que estos elementos inertes de los edificios carecen de la facultad para emitir sonidos, articulados fonéticamente en letras, sílabas y palabras. O tal vez sí. Igual es sólo un problema de capacidad para saber escuchar, o “leer”, aquellos mensajes que nos son transmitidos por tan venerables estructuras. En este contexto,  vamos a realizar hoy un interesante ejercicio de interpretación visual. Nuestra imaginación ayudará a enriquecer esa visión añadiendo, con la lógica de la racionalidad y la información, esos sonidos desnudos del ropaje con el que las palabras abrigan.

Se trata de un vetusto local, situado en una importante arteria urbana que oferta el nuevo centro comercial y residencial malacitano. Ha visto pasar, por sus apenas sesenta metros cuadrados de espacio útil, a no pocos inquilinos. A simple vista, el edificio donde se encuentra inserto debe atesorar una historia superior a las seis o siete décadas de vida arquitectónica. Está ubicado a pie de calle, mejor dicho, articulando sus tres escaparates y puerta a dos calles que conforman un ángulo entre recto y obtuso, por lo que puede ser observado y mirar, al tiempo, desde dos aceras para los viandantes. En la actualidad, este comercio está regentado por un joven matrimonio de nacionalidad coreana o tal vez china. Ambos se expresan, relativamente bien, en español, por lo que pude mantener un fluido diálogo con ese joven comerciante que aprecia el valor de la comunicación.

Son muchos y variados los artículos que oferta el establecimiento. Destacan, entre los mismos, la zapatería deportiva y una gama muy completa de maletas y bolsos para el uso cotidiano o las vacaciones viajeras. En nuestra fluida conversación, el joven se lamenta de que la venta es muy limitada, en estos tiempos de crisis, por lo que tener que afrontar los gastos de alquiler (unos 2.000 euros mensuales) supone una verdadera heroicidad. Si a ello se une el coste  de las obligaciones tributarias municipales, el pago de electricidad, la comunidad, el agua, los residuos……. las cuentas mensuales hacen inviable continuar con el negocio. Tiene que recibir ayuda familiar, desde su país natal, allá en el Oriente geográfico, a fin de poder hacer frente al pago de alquiler, verdaderamente exagerado en su coste. La renta que exige su propietario es racionalmente desacertada y abusiva. Probablemente, a muy escasas semanas, volvamos a ver en la puerta y en las cristaleras de los escaparates el ya conocido cartel del “se alquila” para la oportunidad de un nuevo uso. A continuación, y con la magia de lo inexplicable, esas paredes observadoras nos siguieron resumiendo historias de anteriores inquilinos que por aquí fueron pasando. Escuchemos sus palabras………

“Estando ya vacío, una mañana llegaron operarios de uniforme que me lustraron de blanco y crema, diciendo que era para adecentar mi imagen. Posteriormente, tres mesas y casi una docena de sillas ocuparon distintos espacios del suelo disponible. Vimos que colocaban numerosos carteles en la parte interior de las cristaleras, reduciendo la entrada de luz. Las barras blancas tenían que estar encendidas, prácticamente desde la mañana. Y fueron llegando a esas tres mesas, ocupadas por ordenadores y numerosos papeles y carpetas, muchas personas, diferentes en edad y condición social, las cuales eran atendidas por tres hábiles comerciales que, en nuestra opinión, abusaban de la verborrea, a fin de convencerles acerca de los productos que trataban de colocar o venderles. Dadas las frases que utilizaban, compradores y vendedores, dedujimos que lo que allí se negociaba era el alquiler de otras casas y viviendas. Estos inquilinos nos permitieron conocer a personas muy diversas. Hombres y mujeres, mayores y pequeños, pobres y acomodados, trabajadores y jubilados, casados y solteros, en todo un diccionario multicolor de profesiones y actividades. Especialmente nos llamó la atención el semblante cambiante de esas parejas de jóvenes que llegaban ilusionados buscando un cobijo para su proyecto familiar. ¡Eran tantos los que abandonaban el lugar cabizbajos y entristecidos, ante los precios que les eran exigidos para contratar el inasumible y avaricioso alquiler!

Este negocio duró casi dos años y medio. Uno de los dueños del mismo parece que metió en demasía la mano, en el embriagadora cajita del dinero, dejando descapitalizada empresa y el posterior cierre de la misma. Parece ser que este alocado gestor, creemos que se llamaba Dimas, tenía una amiga, allá por la costa, cuyas exigencias materiales y sentimentales provocaron la tentación de gastar mucho de lo que no le pertenecía.La renta que tenían que pagar por el local era de 2.300 €, aparte los gastos explicados anteriormente. Los tres copropietarios de la empresa acabaron  muy enfadados entre sí y casi llegaron a las manos”.

Esa voz que parece proceder de entre los muros testigo, a modo de sonidos lejanos con ecos de ultratumba, se toma un leve respiro, a fin de poder seguir investigando en lo más curioso o anecdótico de su privilegiada y observadora memoria.

“La verdad, por aquí ha pasado tanta gente…. Incluso los dueños actuales no son los originarios. Los herederos del primer propietario vendieron este local a los padres del actual dueño, que vive de las rentas que le proporcionan éste y otros cuatro locales más, además de varios aparcamientos. Bueno, volviendo a los negocios que aquí se establecieron, hay para contar y contar. Yo me acuerdo, allá por los años 70 que, durante algunos meses, estuvo funcionando algo muy avanzado, para la tolerancia que era común en los años previos a la democracia. Un Sex shop. Lo estableció un italiano que tenía otro negocio similar en la costa, donde el “romano” habitualmente residía con su pareja. Masculina, por cierto. En aquellos tiempos fue una aventura muy avanzada, para la mentalidad timorata que por aquí se llevaba y trabajaba. La vecindad se movió todo lo que pudo y, al fin el propietario rescindió el contrato, tras un primer año de “sabroso” funcionamiento. El personal que entraba por esa puerta ¡madre mía! la pinta que lucían. Aunque también llegaba gente a los reservados con corbata, chaqueta, gafas oscuras, junto a su maletín de piel, a modo de altos ejecutivos. Menuda cínica ralea la de algunos personajes, bañados en la hipocresía más abyecta de la doble conducta, moral o apariencia”.

Me sigo fijando en todo el material deportivo que oferta el comerciante oriental. Pero de nuevo, los muros testigo vuelven a la carga testimonial de la confidencia. Parece que estoy repasando un libro de historia actual, a partir de la estructura basal de esta veterana, y mal adecentada en la actualidad, edificación.

“Ahora que recuerdo, siempre me resultó fcil ﷽﷽﷽﷽﷽﷽mosnes viajeras. bolsos mismos, la zapaterácil para la risa un club dedicado al esoterismo. Voy a intentar explicarlo a partir de mis modestos conocimientos del tema. Fue como una librería con manuales  que hablaban mucho de la vida y de muchas otras que, según ellos, por ahí existen. Les gustaba quemar algunas sustancias que te dejaban prácticamente “colgado” por su intenso aroma dulzón y drogata. Pero lo más interesante eran unas sesiones, que hacían los sábados por la tarde. Los asistentes, gente muy rara, incluso algunos con la cabeza rapada, sentados en el suelo, encima de unas alfombras, seguían los rezos de otro señor calvo, con cara de sátiro, muy gordo, con los ojos achinados, que parecía estar cantando o recitando pero…. a lo triste. En medio de la ceremonia, cerraban los ojos y elevaban los brazos con las palmas de las manos hacia arriba. Cuando la jaculatoria finalizaba, todos llevaban sus cabezas al suelo, con gran dificultad en aquellos que lucían y portaban un gran barrigón. La gran merendola que se regalaban, después de la ceremonia, sería como ofrenda a su dios (también con generoso Michelín) y recuperarse del “esforzado” trabajo que habían llevado a cabo. Se ponían tibios, tanto en lo sólido como en lo líquido (presumo que con bastante grados, para el trance). El pestazo, de aquello que quemaban y del poco aseo que practicaban, continuaba flipándonos a todos. Habían alcanzado la plenitud esotérica. Casi tres años estuvieron ocupando el local, con una clientela muy a lo fiel.

Cuando la secta decidió trasladarse a otro lugar, los dueños (dos hermanos de comunión diaria) encontraron a las pocas semanas la oferta en alquiler para instalar una tienda de productos ibéricos del cerdo. Lomos, chorizos, morcillas, salchichones, manteca, tocino, morcón, cecina, longaniza, zurrapa y, por supuesto, ese jamón de pata negra, con más o menos bellotas, en la dieta de los animalitos. Seguíamos con los intensos aromas, pero éstos más suculentos y repletos de esa pócima tan atrayente que llaman colesterol. Si es que por aquí ha pasado casi de todo. Al igual que sucede en la estación de Atocha, allá por los madriles”.

Los muros de la confidencia pretenden seguir con la narración de todo lo que han visto y recuerdan. Les aseguro que otro día volveré para platicar con lo atrayente y documentado de su relato. Me despido, con la amabilidad que tan generosamente me ha ofrecido, del joven Yon Ching. Al final, me ha vendido unas deportivas Andy, color blanco, a un precio excelente, dada la calidad del producto. Aunque luce un sol espléndido, en esta Primavera adelantada, se esfuerza en colocarme un paraguas azul claro, con lunares inmaculados. ¡For Holy Week, for Holy Week. It always rains!  (Para Semana Santa. Siempre llueve…) Dada la insistencia del marketing me vi al fin caminado sonriente hacia casa, con las zapatillas deportivas bajo el brazo y ese romántico paraguas color azul claro, bien repleto de esos simpáticos lunaritos blancos. Como aquéllos que suele lucir, con la coquetería del ensueño, una plácida noche poblada en su adorno de alegres estrellas.- 



José L. Casado Toro (viernes, 6  junio, 2014)
Profesor

viernes, 30 de mayo de 2014

CITA ILUSIONADA, EN UN ROMÁNTICO MOTEL DE LA SIERRA.


Héctor se sentía muy interesado y divertido con esa curiosa amistad que, a través de Internet, estaba manteniendo, desde hacía ya unas tres semanas. En general, solía recelar de estos contactos on-line que, en tantas ocasiones, finalizan en dolorosos fiascos. Pero los complicados avatares que había tenido que afrontar, durante los dos últimos años en su vida, le habían llevado a tener que superar determinados escrúpulos o maneras de pensar acerca de los riesgos que pueden conllevar estos vínculos amistosos.

Todo había comenzado en unos de esos portales o entradas que existen en la red para establecer contactos. Lo que en un principio era un simple ejercicio de divertimento, se fue convirtiendo, de manera natural y progresiva, en una interesante proximidad entre dos personas que necesitaban, básicamente, hablar y escuchar. Parecen dos verbos muy fáciles de aplicar en cualquier espacio o tiempo pero…. no, no es tan simple ese ejercicio de mantener una buena comunicación. Y, sobre todo, conseguir que ésta posea un básico nivel de credibilidad. Héctor y Mara fueron estableciendo parcelas de proximidad, a través de las palabras, durante esas horas que la noche permite, restándolas al tiempo para el descanso orgánico que, necesariamente, el cuerpo demanda. Pero, uno y otro, lo hacían con ilusión y constancia. Era como ir descubriendo y compartiendo dos mundos desconocidos, entre ambos, que compensaran o gratificaran la penosa soledad individual que habían de afrontar en las circunstancias de sus respectivas existencias.

Héctor ejerce como técnico informático en una agencia de publicidad que opera, fundamentalmente, en el marco territorial andaluz. Hace dos años que enviudó, a causa de un inesperado, y desgraciado, accidente en carretera, sufrido por la que era su compañera sentimental. Es padre de una cría de cuatro años que, desde ese brutal siniestro en sus vidas, es atendida fundamentalmente, con esmero y dedicación, por su única hermana, casada y madre también de un niño dos años mayor que la pequeña Estrella. En el marco de la intimidad, no es mucho lo que conoce de Mara. Al margen de comentarios sobre temas muy diversos, en lo personal sólo le ha confiado que es madre soltera de un niño que ha comenzado a cursar la Educación Secundaria. Han intercambiado una foto de sus respectivas personas y, a través de esa única imagen, ha calculado que su amiga internauta debe tener poco más de la treintena. Percibe que esta mujer es algo mayor que él, aunque ella ha sido cuidadosamente reservada en ampliar datos especialmente personales. Sólo que trabaja en unos grandes almacenes, ejerciendo como vendedora de ropa en la planta textil aunque, a veces, también lo hace en otros departamentos. 
  
Hoy, después de un recorrido puntualmente diario por el correo de cada noche (a veces, algunos más, aprovechando la posibilidad temporal del fin de semana) han decidido aprovechar ese puente laboral que articula este año el Día de Andalucía, para conocerse de una manera más directa. A este fin han acordado citarse en un punto, más o menos intermedio, entre las ciudades donde ambos residen. Ella viajará desde Sevilla, mientras que él lo hará desde Málaga. Héctor ha gestionado la reserva de un motel en una zona residencial de la serranía rondeña, cuyos atractivos a través de Internet han sido muy convincentes para pasar juntos ese par de días que faciliten el mejor conocimiento recíproco.

En este final del invierno, el tiempo meteorológico no ha sido cómplice generoso para lustrar los días de la cita. La temperatura se halla estancada en niveles bastante bajos, lo que provoca la percepción de un frío poco agradable. Además los chubascos, intermitentes en su desarrollo, humedecen un ambiente que se hace especialmente gélido cuando la tarde adormece. A pesar de esos escasos incentivos atmosféricos, en la mañana del viernes, Héctor ha emprendido el recorrido de esos kilómetros que le separan del punto de encuentro con su amiga internauta.  Piensa que, a pesar de la eficacia generada por la comunicación electrónica, el trato directo es el recurso más adecuado para ir conociendo, en lo posible, a una persona en la que ha centrado muchas expectativas. “Es toda una aventura por descubrir” se va repitiendo, mientras una música placentera le acompaña en la conducción. Hoy es día de fiesta, en la comunidad autónoma, por lo que el tráfico no está densificado a estas horas de la mañana. Una fina lluvia le acompaña en ese recorrido que su Toyota va “devorando” camino de la monumental y bella ciudad del Tajo. 
En un día tan desapacible pera el cuerpo, las instalaciones del motel están  poco ocupadas. En la oficina de recepción le informan que sólo hay tres casitas con visitantes. Se esperaba mucho más para este “puente” pero el tiempo no ha colaborado. Se le ha adjudicado aquella que ostenta el número 9, en el sector B, hecho que agradece pues tiene una excelente orientación a un valle todo teñido de verde por la vegetación exuberante que lo adorna. La húmeda neblina, que domina la atmósfera, impide gozar mejor de un paraje sin duda encantador para el disfrute de la naturaleza. Ordena rápidamente el contenido de su equipaje, disponiéndose a esperar le llegada de Mara. Todo ello le sume en un estado de grato nerviosismo.

La casita, construida básicamente en madera de roble, se articula en un acogedor salón presidido por una chimenea rellena de leños para la ignición. Hay un dormitorio espacioso, provisto de una calefacción eléctrica, y otro aposento de espacio más reducido con un par de camas en litera. La cocina está bien diseñada, aunque hay un servicio de restaurante en el núcleo de recepción. El cuarto de baño se halla provisto de todos los elementos necesarios y además hay un aseo, junto al pequeño hall de la entrada. Todo ello muy rural y con ese aire de albergue de montaña tan encantador o apetecible, para aquellos que huyen por unos días de tanto cemento y asfalto como predomina en lo urbano. Destacan los tonos color madera y en cuanto a la tapicería, dominan el rojo, el azul y el anaranjado.

Prácticamente son ya más de las dos en la tarde. Es la hora de echar algo de alimento al cuerpo. Héctor entiende que ha de esperar un poco más, pues Mara ha debido tener algún contratiempo en su desplazamiento a la cita. Ya, cerca de las tres, y ante la espera frustrada, decide pasarse por el restaurante, donde toma un guiso exquisito de lentejas, acompañado de una ensalada con un trocito de merluza a la plancha. Vuelve a su casita comprobando, una y otra vez, el reloj. Algo le ha debido ocurrir a esta mujer”. Pero no tiene su número telefónico. Desde un principio ella rehusó facilitarlo, con firmeza, sin darle más explicación. Sólo aceptó la comunicación mediante e-mail, decisión que él no quiso o evitó discutir.

Las horas en la tarde fueron pasando aburridamente, hasta la llegada de una noche extremadamente desangelada y con lluvia. Vio un poco de televisión y trabajó con su portátil. Aunque la señal del wifi era algo baja, soportando una lenta navegación, puso sendos e-mails a su amiga, preguntándole si había tenido alguna dificultad para el desplazamiento. Cerca de las nueve, se acercó bien abrigado hasta el restaurante donde cenó algo caliente, en un espacio bien acondicionado donde él era el único comensal. Con una taza de té, como único acompañante, estuvo sentado un buen rato junto a los leños ardientes del hogar que ofrecían un grato calor, olor y colorido a ese comedor tan vacío donde él meditaba una y otra vez. ¿Qué le habría podido pasar a su compañera de estancia? Las luces anaranjadas y somnolientas, que mostraban la ubicación del motel, con su ritmo intermitente y cansino, daban un aire triste y a la vez inquietante a este alejado paraje encastrado en la sierra. Muy aficionado al cine, no pudo por menos que recordar la trama argumental de la inolvidable Psicosis, ambientada en el inquietante Motel de Norman Bates. 

A la mañana siguiente, comprobó que seguían sin respuesta los correos enviados la noche anterior. Tras el desayuno, dedicó toda la mañana a trabajar algunos asunto pendientes, vinculados a su empresa. El tiempo seguía metido en agua y frío, por lo que no apetecía hacer el previsto senderismo por los vericuetos densificados de un arbolado, sin duda, precioso, pero recorridos con mejor temperatura. Antes del almuerzo, puso un nuevo correo a Mara, por si hubiera existido alguna dificultad para la recepción de los enviados la noche anterior. Viendo que la situación atmosférica no tenía visos de cambiar, tras descansar unos minutos después de comer, tomó la decisión de abonar su factura y de emprender el regreso a Málaga, antes de que la noche incomodara aún más la conducción, con el precario estado anímico que soportaba.

A eso de las 8 del sábado, Héctor llegó a su domicilio. Dejó su corto equipaje y se fue, rápidamente, a casa de su hermana Guada, a fin de estar un buen rato junto a su hija Estrella. Más tarde de las once, ya en su casa (relativamente cercana a la de su hermana) le seguía dando vueltas a este ilusionado y frustrado finde para la amistad. En días sucesivos envió no menos que unos cinco correos a Mara, sin obtener respuesta alguna. Se sentía intranquilo y a vez desanimado ante una situación difícil de comprender. Sobre todo le preocupaba que su amiga pudiera estar sufriendo algún problema de salud. Pero, aparte de la comunicación electrónica, vía e-mail, no hallaba otro recurso, debido a la recia voluntad que desde un principio estableció su amiga internauta.

Ya en la noche del miércoles, ideó una nueva vía para tratar de aclarar algo de ese silencio que le aturdía. Localizó un teléfono del portal de Internet para esos encuentros y, tras numerosos intentos, estableció comunicación con una persona que se identificó como miembro de la atención al cliente. Su nombre era Allan y se expresaba únicamente en inglés. Con mucha dificultad (el nivel de Héctor en este idioma no es muy bueno) pudo expresar su interés acerca de la persona con la que había contactado gracias a la página on-line de encuentros. Su interlocutor le solicitó unos datos y le comunicó que recibiría una explicación en castellano acerca de la consulta.

Exactamente 12 días después, Héctor recibió este texto. La transcripción que se ofrece de su contenido no es totalmente literal:

“Estimado Sr. Nos complace transmitirle esta comunicación acerca de la relación que ha mantenido con “Mara”. Debemos aclararle que este nombre realmente no corresponde a una persona física. Está programado por un sistema operativo que, en la actualidad se halla en proceso de estudio y desarrollo. Dentro del portal de Encuentros, se eligieron a diez participantes, mediante un riguroso sorteo, a fin de avanzar en esta innovadora y sofisticada experiencia. Para su total tranquilidad, le reiteramos que esta persona es una recreación de inteligencia artificial. Le rogamos disculpas por las molestias y preocupaciones que su vinculación a la misma le haya reportado. Le agradecemos profundamente la tipología de sus reacciones y seguimientos, datos que nos serán especialmente útiles, junto a los de otros participantes, a fin de seguir programando y mejorando esta vía de inteligencia y sentimiento artificial. Como compensación, le enviaremos a su domicilio un interesante archivo digital de programación para la salud. Atte. Allan”.

Héctor denunció ante la vía judicial todos estos hechos, pero el caso está estancado (no existe aún base legal suficiente). Permanece en aburrido letargo, desde hace meses, en la fase de diligencias previas.-


José L. Casado Toro (viernes, 30 mayo, 2014)
Profesor
jlcasadot@yahoo.es

jueves, 22 de mayo de 2014

EL VALOR EXPLICATIVO DE LAS PALABRAS FUGACES.



En no pocas ocasiones, su significado suele ser incluso más importante que el propio mensaje explícito. Me refiero a esas palabras que no se transmiten en el diálogo, esas ideas que no se expresan en el texto o esos sentimientos que no se exteriorizan en la relación pero…. que están ahí, con toda su patente potencialidad. Hablamos y hablamos, sin embargo no decimos todo lo que pensamos. ¿Por qué actuamos así? Esa actitud tal vez sea debida a un exceso de prudencia, a la falta de generosidad para con la verdad o a ese temor que nos invade, ante las consecuencias que pudiera tener la sinceridad en el contenido de nuestra comunicación. Naturalmente, ello lastra y perjudica la falta de credibilidad en aquel que nos atiende, la rutina vacía de tantas conversaciones que podamos establecer, e incluso el sopor o el aburrimiento que produce en los demás todo o una parte importante de lo que manifestamos. Y son muchas, verdaderamente importantes, esas palabras que aún estando…. no son manifestadas.
 
Gonzalo y Luisa, antiguos compañeros de facultad, hacía largo tiempo que no compartían un buen rato para la charla. En su etapa reglada para el estudio, muchos de sus amigos en el aula llegaron a considerar la previsible vinculación afectiva de ambos. Compartían las obligaciones académicas, los ratos de ocio y esa connivencia en el trato que justificaba, con lógica, aquella agradable suposición. Pero, tras la finalización de sus “carreras”, la vida de uno y otro caminó por senderos diferentes y aquella intensa proximidad se fue enfriando y, al paso de los meses y años, desapareciendo. Estos dos amigos formaron sus respectivas familias y llevaron a la práctica el ejercicio de su profesión jurídica, integrándose en equipos y especialidades diferentes de la actividad legal. Supieron mantener, eso sí, algunos contactos en fechas social y educadamente obligadas, tales como los eventos navideños, santorales en el calendario, junto a los gratos natalicios y otras circunstancias importantes en sus respectivas vidas. Sin embargo hoy, en el séptimo aniversario de aquel su último examen (de Procesal) que tuvieron que afrontar, especialmente duro y complicado para el expediente, decidieron tener el gesto simpático de quedar para comer juntos, a fin de pasar un buen rato recordando y añorando aquellas aventuras inolvidables de su juvenil etapa universitaria.

Eligieron un afamado restaurante, caracterizado por sus buenos menús y la calidad en el servicio, ubicado a pocos kilómetros de la ciudad camino de la Sierra. Allí, precisamente, fue donde toda la promoción hizo la cena de despedida, en una noche en que hubo abundante alegría, cálidos sentimientos y un repertorio de palabras, bailes y fotografías inolvidables para la memoria. Decidieron, de mutuo acuerdo, estar solos en esa afectiva reunión conmemorativa para el recuerdo. Los hijos de ambos quedaron al cuidado de sus cónyuges que se mostraron dispuestos a colaborar, a pesar de  la intensa agenda  profesional que se ven obligados a mantener. La tarde de aquel 7 de julio iba a ser sólo para ellos dos, liberados de obligaciones sociales y familiares. Ese era el plan. Comenzaron con saludos muy afectivos, frases cordiales, tras lo cual llegó un menú suculento, acompañado de unas copas bien generosas para sustentar el paladar y la necesaria emoción del reencuentro.

Entre plato y plato, los minutos fueron pasando con el recuerdo de mil u una anécdotas que despertaban las sonrisas, la curiosidad y la sagacidad en la elección de los temas para el comentario. Ya con los cafés encima de la mesa, se produjo un bajón anímico en la atmósfera relacional que les cobijaba. Las palabras, entonces, fueron espaciándose y comenzaron a surgir esos incómodos y largos silencios que los interlocutores no saben, o tal vez ni lo pretenden, superar. A la acústica de los sonidos siguió esa otra forma expresiva que interpreta el lenguaje, más que complicado, que sólo articula miradas y gestos. Luisa jugueteaba mecánicamente con su cucharilla, mientras Gonzalo inició un manoseo nervioso con ese bolígrafo sobre el que suele descargar la acumulada tensión nerviosa  cuando, traviesamente, le sobreviene.

“Luisa, la tarde no ha estado mal, por supuesto. Todo lo contrario. Ha sido un inteligente acierto volver a vernos y compartir esta grata comida. En medio de tantos y tantos recuerdos. Pero, a pesar de nuestra antigua e intensa amistad, a medida que pasan los minutos, nos ha ido llegando un vacío muy profundo, en el contenido de nuestra conversación. No sé si tu también percibes lo mismo. Pero yo creo, y te lo voy a decir con la franqueza necesaria, que tanto por mi parte, tal vez también por la tuya, no ha existido la sinceridad suficiente para expresar lo que sentimos y somos en estos momentos. Educadamente hemos estado para nota. Pero si profundizamos en nuestras expresiones, yo las he visto, en general, harto artificiosas y carentes de la fuerza con que la sinceridad lustra la intercomunicación. No sé si tu compartes esta apreciación”.

Esta larga y pausada parrafada de Gonzalo fue un punto de inflexión de lo que había sido, hasta ese momento un artificioso, pero agradable, reencuentro entre viejos amigos. La modulación del artificio comenzó a dejar paso a parámetros más cercanos a una intercomunicación más lustrada de sinceridad. Luisa supo estar a la altura de la situación y recogió el envite de su compañero con esa habilidad que aporta el camino hacia la madurez.

“Sí, tienes toda la razón, Gonzalo. Pero las cosas funcionan así. Hablamos y decimos pero….. qué importante es la parte porcentual de lo que callamos. Tal vez lo hacemos por las buenas normas de la costumbre o por esos hábitos que nos inducen, con acierto, respetar a los demás. Pero ello perjudica a la verdad de lo que pensamos y sentimos. Hay muchas cosas, desigualmente importantes, que silencio sobre tu persona. ¡Que duda cabe! Si quieres, te digo alguna a fin de iniciar un interesante juego en honor de la verdad. Por ejemplo, comienzo con una de las más fuertes, ahora que este café me ha dado fuerzas para la sinceridad. Nunca supe explicarme el porqué de tu indecisión para dar ese paso que yo tanto deseaba. Y bien que sufrí, a causa de tu silencio. Te sentía tan cerca, tan necesitado, tan afectivo, que numerosas veces esperé la llegada de ese momento que yo tanto esperaba. Claro, no estaba bien que fuera yo quien diese ese importante paso para compartir nuestras vidas. Pero no fuiste capaz de hacerlo. Y lo que nunca te he perdonado es que me pusieras tantas veces a tono para dejarme, con la frustración subsiguiente, en esa estación a la que nunca llegan los trenes. No sé lo que bulliría por tu cabeza. Pero seguro que tendrías tus razones. Me defraudaste, profundamente. Y mi respuesta fue insensatamente alocada. El desconcierto me hizo optar por una persona a la que, realmente, nunca he amado. A pesar de todas las apariencias, en contrario. Eras tú. Eras sólo tú mi razón. Pero…. tú no estabas”.

La expresión de su interlocutor se tonó, entonces, inusualmente serena y más relajada. Parece que era el envite que estaba esperando para recuperar, aunque fuese por sólo unos minutos, el valor siempre inapreciable de la sinceridad. Y este joven y agresivo jurista no supo desaprovecharlo. Tras tomar un sorbo de su bien aromática taza, se sintió animado para hablar, con el ropaje inmaculado de la verdad.

“Aprecio y respeto, en su valor, las palabras que acabas de decir. Posiblemente, mi comportamiento fue un tanto cobarde o excesivamente prudente. Tengo que reconocerlo y ahora te lo confieso. Aunque sentía, es evidente, mucha atracción hacia tu persona (no sólo en lo físico, por supuesto eres un dechado de valores) mis dudas procedían de ese miedo que te provoca sentirte o imaginarte, con base más o menos real, inferior a esa otra persona. Había momentos en que te veía tan dueña de todo, tan segura, tan “omnipotente”, tan poderosa y autosuficiente que temía ser un cero a la izquierda en la aventura de una vida compartida. Esa fue la realidad de mi silencio o indecisión. Estas cosas hay que hablarlas y compartirlas. Pero te las guardas, bullendo en tu cabeza, y condicionan gravemente las respuestas que adoptas. Lamento haberte hecho daño, pero te aseguro que mi situación, tal vez por la naturaleza de mi carácter, tampoco era nada grata. Me gustabas mucho, muchísimo, pero sentí miedo a esa perfección que yo percibía en tu persona, con más o menos fundamento. También he de confesarte mi situación actual, en lo afectivo. Aunque estable, es más rutinaria y banal que otra cosa. Claro que he pensado en ti, durante estos años. Lo que pudo ser y…….”

Entre ellos, por primera vez, las palabras no se habían fugado. Habían permanecido bien presentes, para la clarificación y la mutua credibilidad. Tras estas dos íntimas confidencias, no pudieron continuar la conversación. Estaban profundamente emocionados. Tras un beso, con los ojos muy brillantes, por la situación que habían vivido, cada uno tomo su vehículo camino de una “normalidad” admirablemente estable y sin embargo nubladamente aburrida.

Las hojas del calendario han ido pasando en el discurrir cotidiano. Dos años hace ya de aquella íntima comida en un restaurante de la sierra. Luisa y Gonzalo mantienen la estabilidad de sus respectivas y acomodadas parejas. Pero hay días que se hacen lúcidos en la majestad de la noche. Ellos dos saben aprovecharlos juntos para hacer realidad lo que siempre anidó en sus corazones. Un amor verdadero pero, como tantas veces, imposible para dos vidas insatisfechas. En esos escasos momentos para la alegría, las palabras no se tornan fugaces, sino bien presentes. Se apartan fugazmente de esa aplaudida estabilidad social y dan rienda suelta a la profunda verdad de sus sentimientos. En la gran lección que la vida ha sabido y querido concederles.

“Marian, soy Leo. Como ya te comenté hace unas semanas, este viernes de nuevo, Luisa va a tener su reunión mensual con las antiguas amigas de facultad. Le suelen llamar “Encuentros para la orgía”. Seguro que también Gonzalo te habrá comentado que, también este viernes, ha de mantener una importante y complicada reunión de bufete y que no volverá hasta el amanecer. Esta situación es la tercera vez que se va a producir­. Capté detalles, hice unas llamadas… En fin, que como tórtolos ambos intentan recuperar una relación que no supieron consolidar. ¿Te parece que tú y yo también aprovechemos la noche…..? Haríamos lo mismo que ellos, gozando de una experiencia nueva que, no me cabe duda, será apeteciblemente atractiva para ambos.”



José L. Casado Toro (viernes, 23 mayo, 2014)
Profesor